martes, 2 de octubre de 2012

PARTE VI. PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (O CUALQUIER OTRA)

LA GUERRA NO SE GANA SÓLO CON TROPAS NUMEROSAS

Ante todo, dejamos constancia de que no tenemos ninguna intención de hablar mal del mariscal López. Solamente analizamos, interpretamos y tratamos de difundir, para conocimiento del pueblo paraguayo, lo que la historia tiene registrada sobre él, pues la  nación que no quiera saber la verdad sobre su pasado infausto, tendrá como castigo el ver como se repite. Pero hay algo indiscutible: López despertó grandes expectativas de triunfo en una guerra corta y fácil, en que el ejército paraguayo regresaría de los territorios de la Argentina y del Brasil colmado de gloria. Desafortunadamente, la guerra resultó todo un fracaso para los intereses de la patria paraguaya.

Mcal. Francisco Solano López. Foto de google image
Solano López estaba seguro que el Brasil ni la Argentina tendrían el coraje de enfrentarse a su poderoso ejército de 80.000 hombres, en tanto que ellos sólo contaban con 24.000, y de estos apenas la mitad podrían emplear inmediatamente para resistir la inminente invasión paraguaya. Por lo tanto, no se animarían llevar la solución del conflicto del Río de la Plata a un terreno sangriento; de modo que le solicitarían a López un armisticio para negociar, tal como era su deseo. También, estaba seguro que la guerra era algo así como el ómnibus de pasajeros, que con una seña se lo puede detener para tomarlo y luego descender cuando se le da la gana. Pero se equivocó, porque es posible saber cuándo puede comenzar una guerra, pero es imposible saber cuándo ni cómo puede terminar. 

En cualquier tipo de lucha y más todavía en guerra, estar confiados es cosa de tontos, pues la historia ha demostrado que un país puede perdonar con nobleza los daños ocasionados a sus intereses, pero no a su honor nacional -como el de invadir sus territorios y humillar a sus habitantes-. 

"La finalidad de un gobierno es el bien del pueblo, consecuentemente, debe ser resistido cuando hace uso exorbitante de su poder y lo emplea para la destrucción, y no para la protección de las propiedades de los ciudadanos; es decir, su vida, sus bienes y su libertad. Siempre que el gobierno intente invadir por la fuerza los derechos de los demás, será culpable del mayor crimen de que un hombre es capaz, y debe ser tratado como merece" (John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil). 

El mariscal paraguayo, inducido por rabiosos líderes del Partido Blanco uruguayo, pensó que al cruzar con su ejército la frontera de la Argentina; Corrientes, Entre ríos y Uruguay se le unirían. Su insensato juicio sobre la situación política del Río de la Plata, le llevó a  meterse como  lo haría un mequetrefe en asuntos que no le incumben. Ese mismo juicio fue el que llevó a la nación paraguaya a un inútil holocausto. Muy tarde el mariscal López cayó en cuenta de su garrafal equivocación, y desgraciadamente, por sobre los escombros de la nación paraguaya. 

La guerra no hubiera estallado si el presidente paraguayo hubiese sabido que para ganar una, no basta con poseer un magnífico ejército, sino que también son necesarios: 

1) Que el país cuente con suficiente potencial de guerra para sostener el poderío de las fuerzas militares hasta la conquista del objetivo político; 
2) Contar con una diplomacia eficiente; 
3) Concretar una resonante y decisiva victoria; 
4) Exhibir munificencia o gran suntuosidad ante los potenciales aliados y los pueblos conquistados, de modo que deseen ser sus amigos y que al mismo tiempo, teman ser sus enemigos.  

En este sentido, algo que es digno de consideración hace referencia a que las palabras desafiantes y actitudes más jactanciosas, no ganan batallas; tampoco lo hacen la disposición de inmolación o el juramento de vencer o morir, porque únicamente los lunáticos se determinan a la autodestrucción de manera deliberada.

La guerra de la Triple Alianza (1864-1870), fue el holocausto más trágico de la historia americana: la destrucción de la nación paraguaya por causa de grandes errores políticos, diplomáticos y militares. Hasta ahora, aquella hecatombe está en la memoria dolorosa de la presente generación de paraguayos, así como aquellas macabras penurias que antes de sucumbir el Supremo Jefe de Estado y General en Jefe del ejército paraguayo, el 1 de marzo de 1870, hizo sufrir inútilmente al pueblo paraguayo. 

Pero, es indudable que el pueblo paraguayo se agrupaba con toda su energía detrás de su ejército; pueblo y ejército no eran más que uno. Si esa unidad nacional se hubiese utilizado con inteligencia estratégica, se hubiese traído enormes beneficios para el país, porque el fin de una nación no es la guerra ni la gloria militar; y los líderes políticos tienen el deber de mirar a su patria y elevarse a la dignidad de patriotas puros y desinteresados, pues ningún ciudadano vale  lo que debiera, si no está dispuesto y decidido a sacrificarse por su pueblo.

Cnel. (SR) Teodoro R. Delgado
Martes, 2 de octubre de 2012

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