ciudadano inglés, Pelham Horton Box desarrolló magníficamente en su estupenda
obra “Los orígenes de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”, que
escribió con maestría de historiador. Sin duda, es la mejor obra escrita sobre
el tema hasta ahora, por lo tanto, es indispensable su lectura para conocer la
verdad sobre aquella guerra, y dejar de decir disparate. Él era catedrático de
Historia Moderna en el King’s College, de la Universidad de Londres. Fue
editado por “El Lector”.
Decir que no fue López quien provocó la guerra, sino lo fue
el Imperio del Brasil por no obedecer la nota del 30 de agosto de 1864 enviado
por el presidente F. Solano López o porque una fracción de tropas brasileras
ocupó brevemente la localidad uruguaya de Villa de Melo, fronteriza con el
Brasil, en son de represalia o porque el Brasil y Argentina desean repartirse
el Paraguay y Uruguay, es una de las formas más frecuentes de eximirse de la
obligación de examinar las causas y el origen de aquella guerra apropiadamente.
Cuando alguien toma una de estas posiciones,
tenemos la propensión a sospechar la presencia en nuestro interlocutor, que
su exaltado nacionalismo no le permite abrir los ojos a la verdad para no
destruir sus ilusiones; por lo tanto, tenemos el derecho de pensar que el
origen de su diamantina posición es de una cierta pereza mental o de una corta
vitalidad intelectual.
La declaración de guerra es un asunto de hostilidades que un gobierno piensa hacer a otro. Suele precederle un manifiesto por la cual un gobierno expone los antecedentes de la disputa, y en este documento se explica los que ha causado aquella resolución.
importante, a un riesgo mortal; de esto podemos inferir lo que sigue: no
condenar con la máxima energía a los jefes de Estado que provocan guerras sin
esforzarse por impedirla, o detenerla aun comprobada de forma inequívoca que ya
está perdida, constituye un crimen de lesa humanidad.
gloriar a Solano López; de ser así, confunden historia con mito; esto explica
que los que ellos quieren no es historia sino mito. Pero la función del
historiador es justamente desinflar mitos y no crearlos. La objetividad para ellos
no es estar libre de compromiso con la verdad, sino comprometido con el
producto de la imaginación creadora de O’Leary: el mito “mariscal López”. Los
veneradores del héroe por decreto intentan convertir al historiador en creador
de la historia, a gusto y a la medida de ellos.
por interés propio que podría ser: 1) para protegerse de una invasión; 2) si la
invasión ya se ha materializado, emplear todos los medios para expulsar al
enemigo del propio territorio; 3) tomar territorios o recursos de un país vecino;
4) modificar el equilibrio del poder regional, continental o mundial. A menudo
la moral es solo un disfraz del deseo de más territorio, más riqueza, más
poder. La guerra por interés propio suele terminar cuando los intereses del
vencedor han sido satisfechos. El punto esencial de la guerra es la justicia de
la causa; por lo tanto, para ser creíble ya durante la paz hay que ganar buena
fama para sí y una mala reputación al potencial enemigo. Sin embargo, será indispensable
hacer saber la justicia de la causa pública y solemnemente, proclamando
rectitud y revelando que el gobierno enemigo no tiene mérito ni disposición
para acordar una paz de conveniencia mutua.
Tras el regreso de Buenos Aires de Enrique López Lynch,
hijo de Solano López y madame Lynch, uno de los herederos de la cuantiosa
fortuna de sus padres compró el periódico “La Patria” y contrató a los poetas
Juan E. O’Leary y Martín Neocoechea Menéndez (argentino) con el propósito de
reivindicar al padre. De manera entonces, todas las obras de O’Leary que
aparecieron en la posguerra hicieron levantar de nuevo el indigno clamoreo, el
odio y la ira de los paraguayos, principalmente de los legionarios, los
familiares de los fusilados y de los 250.000 muertos, y los más de dos mil
mujeres que con sus pequeños hijos, por orden del mariscal López, deambulaban en
condiciones miserables por los campos de concentración de Cordillera, Yhu,
Curuguaty y Espadín sucesivamente. O’Leary despertó el orgullo de los
nacionalistas que empezaron a inspirarse en los méritos imaginarios del
mariscal López. Los exaltados nacionalistas han demostrado que no tienen
interés en la verdad sino alguien a quien venerar, y como en aquel tiempo aún
no había paraguayos dignos de elogiar como héroes de guerra victoriosa, tales
como Eusebio Ayala, Estigarribia, Carlos J. Fernández, Nicolás Delgado, Rafel
Franco, Eugenio A. Garay, Luis Irrazabal, etc., quedaron encantado de la forma
cómo O’Leary presenta la figura de Solano López y relata la historia de la guerra
del Paraguay de 1864-1870.
Enrique López Lynch aprovechó la ocasión para llenar el
vacío al contratar a los poetas citados arriba, para iniciar la campaña de
reivindicación del mariscal López. Empezaron
por neutralizar el odio que la mayoría
de los paraguayos de la inmediata posguerra sentían por el “máximo héroe sin
parangón”. Ambos poetas
publicaron por el mencionado periódico numerosos artículos de estilo heroico,
convirtiendo derrotas en victorias y la inútil muerte masiva de los
compatriotas en gloria nacional, a pesar del proverbio «conquistar gloria sin
provecho para la nación es inútil sacrificio».
Medio siglo después de la terminación de la guerra, y
cuando se moderaron el dolor y repudio al mariscal López, empezaron a crear
alrededor de él una falsa aureola gloriosa que hasta ahora se mantiene, aunque
cada vez con más dificultad.
La historia militar es la única que brinda el campo
experimental más fecundo para la preparación de los oficiales para la
conducción superior. Los más grandes capitanes reconocieron que la historia
militar puede proporcionar a los profesionales militares útiles experiencias.
Los conocimientos necesarios a la técnica de conducción se extraen de ella,
porque proporciona todo lo que es preciso saber en materia de procedimientos,
normas y principios que rigen su aplicación en todos los escalones de mando.
La experiencia que el general podrá aplicar en la conducción
de su ejército se adquiere en la guerra misma; pero la experiencia en la guerra
no es suficiente porque rara vez se presenta la misma situación. Entonces no
queda otro recurso que apelar a la historia militar, es lo que se denomina la experiencia
previa o la experiencia ajena o experiencia sobre la guerra. No todo
profesional militar logra percibir lo que la historia militar encierra, y donde
se oculta lo más recónditos secretos del arte de la guerra y su conducción. Por
ello, la historia militar debe regirse por una severa metodología y apoyarse en
argumento serio y en la verdad de los hechos relatados.
El historicismo militar es la ciencia del estudio
crítico-analítico de la historiografía militar. Diciendo de otro modo, es la técnica
de investigación y construcción de los hechos históricos. Las bases científicas
de la guerra derivan de una técnica de conducción consagrada por los grandes
maestros de la guerra a través del tiempo, y deducida también de los mismos
hechos de armas, técnica que gradualmente ha ido concretándose en forma de
leyes, principios, procedimientos y reglas que dieron origen a la teoría de la
guerra, y de donde nacieron la estrategia militar y las tácticas.
Entonces, no admite duda ni disputa que los conocimientos
necesarios a la técnica de conducción se extraen de la historia militar; ella
proporciona todo lo que es preciso saber en materia de procedimientos, normas y
principios que rigen su aplicación en todos los niveles de mando, así como
también todo lo referente al cargo de comandante: instrucción, moral, equipamiento
y logística. Estos conocimientos se pueden obtener de las guerras más
recientes.
Escribir historia militar no es patrimonio de los
militares, porque cualquier intelectual o historiador puede narrar sin
inconveniente alguno. Donde no suele mostrar habilidad es en los siguientes
puntos: desconocimiento de los principios de la conducción, nos referimos a los
siguientes: los vocabularios militares, la superioridad numérica que es preciso
contar para atacar la posición del enemigo, terreno más ventajoso para la
defensa y la vía de acceso más conveniente para el ataque, etc. Así como la
ventaja o desventaja que la topografía ofrece para cada operación. Es honroso
reconocer que la mayor parte de las obras sobre guerra fueron escritas por
señeros historiadores; además, están llenas de sabias experiencias para los
militares profesionales como son “Los Anales” de Tácito, “La Eneida” de
Virgilio, “Ciropedia” de Jenofonte, “Guerra y paz” de León Tolstoi, incluso algunas
de las obras de Shakespeare que tiene relación con la guerra: Enrique IV,
Enrique V, Julio César, Macbeth, Hamlet, etc.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿EPOPEYA O DESTRUCCIÓN?
CAPÍTULO XI. JUAN EMILIO O´LEARY
El poeta O’Leary
devenido a historiador había nacido el 12 de junio de 1879 en Asunción y
fallecido el 31 de octubre d 1969 en la misma ciudad, a la edad de noventa 90 años.
Era hijo del matrimonio de Juan O’leary (un mercader que vino acompañando al
ejército argentino) y Dolores Urdapilleta Carísimo (ambos viudos). Fue
periodista, historiador, político veleidoso, poeta y ensayista. Cursó la
primaria en Encarnación y la secundaria en el Instituto Paraguayo. Algunas de
sus obras: El libro de los héroes, Historia de la guerra de la Triple Alianza,
Nuestra epopeya, El mariscal Solano López y varios más. Juntamente con Enrique
López Lynch, Martín Neocoechea de Menéndez (poeta argentino) e Ignacio A. Pane
iniciaron la campaña de reivindicación del mariscal López, dando comienzo a lo
que se llamó la corriente revisionista de la historia de la guerra de la Triple
Alianza.
La presente obra no
ha sido escrita como contrarréplica a los escritos laudatorios que O’Leary -más
poeta que historiador-, había dedicado al mariscal López. Si algo favorable podemos
decir sobre las obras de historia militar de O’Leary, no podemos sino reconocer
que son obras maestras de la prosa y del estilo sobrio y cuidado, en las que
sencillez y elegancia van juntas y en magnífico equilibrio, ofreciendo al
lector un monumento literario admirable. Sin embargo, a la historia poco le
interesa escribir con elegancia y refinamiento los hechos del pasado, sino la
verdad.
Lastimosamente, no contienen
verdades sobre la guerra del Paraguay de 1864-1870; por lo tanto, difícilmente
podría ser consideradas como historia sino como elogio al mariscal López, que
para tal fin el señor Enrique López Lynch contrató su servicio. Sin embargo, es
honesto reconocer que desarrolló una labor estupenda; aunque hizo mal uso de la
historia; por lo tanto, los manipulados relatos sobre aquella guerra no se
ajustan a la necesaria objetividad porque son tendenciosas y exalta exageradamente
las presuntas hazañas heroicas y valentía del mariscal López que no es fin de
la historia.
Dedicó al mariscal
López alabanzas como si fuese un héroe homérico por las supuestas glorias
conquistadas para la patria, a pesar de que el padre de su patrón en cinco años
de guerra no ganó una sola batalla ofensiva, tampoco estuvo con su reserva
cerca de los campos de batalla para intervenir en la lucha en el momento
adecuado, como corresponde a todo general en jefe.
El género de las
obras de O’Leary: “El mariscal López”, el “Libro de los héroes”, etc.; de
ninguna de estas obras se puede extraer experiencias, porque no son propiamente
historia, ya que este género exige relatar los hechos tal como sucedieron, de
lo contrario, como advierte el filósofo norteamericano Jorge Ruiz de Santayana,
«el pueblo que no quiere recordar algún pasado infausto tal como sucedió,
tendrá como castigo el ver como se repite». Conforme este aserto, las obras de
O’Leary sólo incita a repetir la apocalíptica guerra de 1864-1870. Visto desde
esta perspectiva, el reto que se le planteaba a O’Leary era hacer verosímil su
exposición, sin que pareciera sesgada, de forma que bajo una capa de
objetividad consiguiera atraer el favor y la simpatía del lector hacia el
mariscal López, que era en realidad su objetivo último; y para conseguirlo
recurre a los procedimientos siguientes:
1) Siendo asalariado de
Enrique López Lynch no tuvo el menor escrúpulo para afirmar las más vanas
invenciones como deformar hechos, pues, Enrique pagaba muy bien, lo que se
traduce en un aumento de la apariencia de objetividad.
2) Aparente fidelidad
en la descripción de los acontecimientos, de forma que no aparecen casos
notorios de falsedad al contrastar su información con la suministrada por otras
fuentes creíbles como de Centurión y Thompson, pues estos estuvieron y
participaron en la guerra.
3) Variación del
encadenamiento del relato para que, sin faltar a la “verdad”, la secuencia
causal de los hechos explicara, justificara o engrandeciera la “heroica”
conducción de la guerra por López, y mofarse del enemigo.
4) valoración sesgada
de las virtudes morales de don Pedro II y Mitre, los que, indirectamente,
reafirma por oposición la visión positiva que quiere que el lector se haga del
mariscal López y de su forma de conducir las operaciones militares.
5) Insistencia
permanente en poner de manifiesto la buena voluntad del mariscal López de
respetar la legalidad, la ética y de inclinarse siempre por la negociación
“honrosa para todos los beligerantes”; que el mariscal López sólo se pone al
margen de la ley estimulada por lo que considera injusticias manifiestas contra
el gobierno del Paraguay. De la efectividad del procedimiento podrá dar fe el
lector mal avisado de sus obras, ya que difícilmente tras leerlas llegará a
otra conclusión que no sea admirar al mariscal López.
O’Leary fue el que
lanzó la bala de mayor calibre que haya impactado a la historia de la guerra de
la Triple Alianza. Desafortunadamente, para los veneradores de Solano López,
las obras de O’Leary son una tontería. Entonces, ¿por qué muchos paraguayos
aceptan las ficciones de O’Leary con tanto fervor? Bueno, la respuesta debe ser
que ellos querían que fuesen ciertas. Después de todo, si el emperador del
Imperio del Brasil obedecía el ultimátum que contenía la Nota del 30 de agosto
de 1864 que le fue enviado por el presidente general Solano López, posiblemente
no hubiera habido guerra, porque, tal vez, el mariscal López no hubiera
ordenado a su poderoso ejército a proceder a invadir los territorios ni del
Brasil ni de la Argentina si los gobiernos de ambos países se sometían a su
voluntad.
La manida frase “el
mariscal López defendió la patria y no se rindió”, es mero producto de la
imaginación de O’Leary y sus seguidores, cuyas obras –es justo reconocer-,
sirvió como consuelo a muchos sobrevivientes de la apocalíptica guerra; pero no
se preocupaba por obrar honrada y
justamente al convertir derrotas como si fuesen
victorias, y la inútil muerte masiva de compatriotas como gloria nacional, a
pesar del proverbio: «conquistar gloria sin provecho para la patria es inútil
sacrificio». Es más, no distinguía valentía que es hija de la prudencia de la
temeridad que es hija de la insensatez.
La Biblia de los
lopistas son las obras de O’Leary. Este es el profeta de ellos. Él era algo así
como un vaticinador que rebela la justicia de la causa y el heroísmo del
mariscal López; un vaticinador cuyo mensaje estimula el espíritu patriótico. O
tal vez, es un oráculo que, como el de Delfos, nos dice qué debemos creer. Un
profeta que estructura la historia de la guerra de 1864-1870, y anuncia la
única verdad. Probablemente, por esa causa, hasta hoy nos hallamos a
considerable distancia de la adultez política que sea inmune a las seducciones
de tantas falsedades.
Nota. Delfos, pueblo de la antigua Grecia, en la Fócida, sobre la ladera suroeste del
Parnaso, era un lugar excepcional donde Apolo tenía un templo y una mujer
dotada del don de la profecía, y desde ese lugar emitía sus oráculos o
respuestas a las consultas que se le hacían.
El más encantador de los escritores
nacionalistas, sin duda alguna fue O’Leary, quien consiguió con emociones y
simpatía personal persuadir a muchos paraguayos de que López defendió la patria,
y que fue el único jefe de estado del mundo que a la cabeza de su ejército
luchó hasta la muerte en su defensa. Sus seguidores aceptan las mentiras
artificiosamente urdida de O’Leary, y se atreven a señalar -sin consideración
ni argumento-, diciendo todo lo que se les ocurre, incluso acusan a los que
cuentan la verdad de antipatriotas con el único propósito de impedir que el
pueblo paraguayo sepa que el mariscal López provocó la guerra, y como carecía
de capacidad militar y de carácter para reconocer su garrafal error y
rectificarse, optó por llevar la nación a la hecatombe, a pesar de que el
máximo héroe por decreto, apenas tuvo éxito en la defensa de Curupayty, y no ganó ni una batalla ofensiva en cinco años de guerra. Recordemos, sólo las batallas ofensivas conducen a ganar la
guerra y las defensivas son nada más como preparación para lanzarse a la
ofensiva. Si no se tiene este propósito, lo más razonable es poner fin a la
guerra. Ya que los lopistas aprendieron a creer sin razones. ¿Cómo disuadirlos
con razones? La última operación ofensiva que llevó a cabo el mariscal López
fue la de Tujutî del 3 de noviembre de 1868. Tras la derrota abandona el teatro de operaciones de
Humaitá, manteniéndose en constante retirada de Humaitá a San Fernando, de aquí
a Villeta, de este lugar a Cordillera, y por último de Cordillera hasta Cerro Corá.
A partir de la humillante retirada de Humaitá, empezó a crecer la bestia que López llevaba por dentro.
O’Leary fue el primer escritor o poeta que funge de historiador por encargo. El lado oscuro de
sus obras: su sutil insistencia en la mentira, el desengaño, falsedades, la
manipulación de los hechos por influencia meramente crematística contribuyó a
la desorientación de la gente; por todo ello, sus obras podríamos considerarlos
como comic o simple historieta de hazañas heroicas para muchachos, o adultos
que creen que para demostrar patriotismo hay que venerar al mariscal López. Sin
embargo, como sucede en varios países: los hombres más despreciables son los
hombres más venerados
Los paraguayos
deben leer las obras de O’Leary, pero no como una historia franca y objetiva
que contiene la verdad sobre la guerra de 1864-1870, sino para hacer las
necesarias comparaciones, pues se dispone de otras versiones independientes
como las obras de los testigos oculares de la guerra: Juan Crisóstomo Centurión,
Jorge Thompson, el mayor Max von versen (prusiano), doctor médico Jorge
Federico Masterman (inglés) y el doctor médico Guillermo Stewart (británico).
También consultar las obras de los historiadores de la posguerra: Pelham Horton
Vox (inglés), Harrys Gaylord Warren (USA), Robert B. Cunninghame Graham
(británico), Thomas Whigham (USA), Luc Capdevila (francés), etc. De este modo,
fácilmente se podrá identificar los aspectos distorsionados de los relatos de
O’Leary. Tal vez, podíamos decir a favor de las obras de O’Leary, que él
trataba de dar consuelo al desgraciado pueblo paraguayo de la posguerra con un
cantar de gesta a estilo “Cantar de Mío Cid”. Pero de ningún modo se puede
considerar sus libros como historia, sino como novelas basadas en la historia
de aquella, donde exalta a López como si fuera un Alejandro o Aníbal o Napoleón
o Estigarribia o un Rodrigo Díaz de Vivar.
Notorios escritores nacionalistas
accedieron adular de modo demagógico a Solano López con una avalancha de hechos
aislados y menudos, y otros escribían utopías imaginarias como el “Libro de los
héroes” de O’Leary, en el cual prevalece la mentira bajo el imperio irracional.
Un ejemplo: en el libro citado de O’Leary señala que en la batalla de Avay
«los paraguayos lucharon hasta morir todos ¡no quedaron ni uno vivo, y nadie se
rindió!». Sin embargo, en párrafos subsiguientes, dice: «…, al día siguiente de
la batalla escaparon del campamento de prisioneros de los brasileros los coroneles
Germán Serrano y Luis Antonio González, mayor Ángel Moreno, José Manuel
Montiel, Zoilo González y Vicente Mongelos», y varios más. O’Leary
escribió sus libros con un solo objetivo: reivindicar a López por la
ignominiosa conducción de la guerra, tal vez para darle al pueblo paraguayo en
crisis un motivo para recobrar la esperanza, y como consuelo por tan vano
sacrificio. El lado oscuro de las obras de O’Leary:
su recurso efectista, así como su sutil insistencia en la mentira, el
desengaño, falsedades, la manipulación de los hechos por influencia de la
codicia, contribuyeron a dar apariencia verdadera al contenido de sus obras. O’Leary y
seguidores intentaron, con cierto éxito hasta ahora, que la “gloria” de López
eclipsara al de Estigarribia; pero la verdad tarde o temprano llega, pero llega.
El arquitecto Jorge Rubiani, en su obra «Verdades y
mentiras», y algunos artículos publicados por un diario nacionalista, celebró
el colapso del Paraguay con una extravagancia dramática; considerándolo como
glorioso la muerte inútil de tantos compatriotas. Él escribió:
«Hoy yo puedo decir, por ejemplo, con absoluta
firmeza, con hechos comprobados, que la Guerra de la Triple Alianza contra el
Paraguay fue una “Guerra de Rapiña”. Una guerra planeada,
pautada y pensada para robar al Paraguay. Para afirmar esto, hay muchísimos
documentos, ninguno de ellos hecho por paraguayos. Eso está comprobado,
certificado, por lo tanto, es verdad».
Los documentos mencionados
por el historiador de la guerra de la triple Alianza, el Arq. Jorge Rubiani -el
que aspira ser O’Leary pero sin su talento-, llevó al palacio del Poder
Ejecutivo y depositó en manos del presidente de la república, Sr. Mario Abdo
Benítez, a comienzo del año 2021. Publicado los documentos, la Academia
Paraguaya de la Historia en una actitud digna, valiente, patriótica y cual
guardián severo de la historia del Paraguay se pronunció afirmando: «que todos
los documentos presentados por Rubiani eran apócrifos». Este acontecimiento fue
un duro golpe a los lopistas impenitentes. El historiador Rubiani ignoró
voluntariamente, porque no es posible que no esté enterado como apasionado
lopista, que Solano López y madame Lynch fueron los que rapiñaron el tesoro
nacional y a los habitantes del Paraguay. La famosa “conspiración” fue urdida por el mismo López;
por tanto, nunca existió; pues sólo era para justificar los miles de ejecutados
de paraguayos y extranjeros con el propósito de apoderarse de sus bienes.
Muchos políticos,
empleados públicos y algunos profesionales militares creen que para demostrar
patriotismo bastaba ser lopista. Pero, ¿de dónde provino este absurdo? porque
nadie necesita ser venerador de López para ser patriota. Por supuesto, de uno
de los acaudalados hijos del mariscal López, Enrique López Lynch, al que Juan
E. O’Leary le vendió su conciencia. Aquel para intentar reivindicar a su padre
con todo derecho, y éste por motivo meramente crematístico, y los actuales
lopistas liderado actualmente por Rubiani, por ignorancia de ¿qué es la guerra?
¿Qué es la historia y su finalidad?, ni siquiera leen obras de historiadores
imparciales e independientes de otros países como los Estados Unidos, España,
Francia, Gran Bretaña y Prusia. Por ello son incapaces de apreciar los
garrafales errores tácticos y estratégico, y las crueldades del héroe por
decreto.
Cuando alguna de
las obras del engañabobos Juan E. O’Leary caían en manos de un nacionalista, la
devoraba ávidamente como si fuese novela policiaca por el apuro en saber quién
es el asesino, que generalmente suele resultar el mayordomo de la casa. Pero
libros escritos por historiadores y no meros exaltadores del mito mariscal
López no son de su agrado, porque sólo se alimentan de mitos o de leyendas. Y
así consigue engañarse a sí mismo por serle más grata la mentira. Hemos leídos
las obras de O’Leary, Chiavenato, Pómer, Alberdi, etc., aunque llena de fábulas,
las hemos leído con atención diligente para ver si podrían ayudarnos llegar al
conocimiento de la verdad; aunque no esperábamos que al escribir sus elogios al
mariscal López se inspiraran en el Sermón de la Montaña. Sin embargo, sus
contenidos no nos ayudaron por ser sus textos sesgados, tendencioso y por
añadidura farragoso. Juan Bautista Alberdi, opositor político a ultranza de
Mitre, había sido destituido como diplomático de la Argentina en París,
Francia. López lo contrata como empleado en la embajada del Paraguay en Paris.
Al inicio de la guerra desempeñó el cargo de jefe de propaganda del mariscal
López en Europa.
Enrique López y
O’Leary tramaron entorno a la figura del mariscal López una aureola de guerrero
victorioso, sin que haya ganado una batalla ofensiva. La figura de López, sin
mérito alguno, gracias a O’Leary había alcanzado la categoría de mito. Dolores Urdapilleta viuda de Jovellanos y madre
de Juan E. O’Leary, por haber sido su primer marido un juez que no se prestó a
las arbitrariedades de Solano López, la mandó al campo de concentración de
Espadín donde se hallaban dos mil mujeres con hijos pequeños. Allí se le murió
de hambre dos hijos menores. Al
respecto, Juan E. O’Leary escribió un poema en ofrenda a la madre y sus hermanitos
muertos, e ignominia al mariscal López, el cual pasamos a transcribir de la
obra de Francisco Doratioto “Maldita guerra”, estas líneas:
Para tu verdugo y para los verdugos de nuestra patria
–perdóname, madre mía.
Madre, tu martirio es infinito. Día tras día, a cada
momento, aparecen ante tus ojos las sombras de tus hijos, muertos de hambre en
la soledad de su peregrinación. Tú los viste morir. ¡Algún día, cuando mi canto
sea digno de ustedes, enterraré su memoria en la cristalina sepultura de mis
versos!
Tú perdonaste al tirano, que tan brutalmente te
maltrató. Yo no lo perdono. Lo olvido. Y en este día, uno mis lágrimas con las
tuyas y con mi alma abrazo a esos pobres mártires, mis hermanitos, muertos de
hambre en la soledad del destierro.
El necio audaz que a la fortuna loca
No más, debió
la suma de poderes,
El que
endiosar a toda costa quieres,
El que tus
labios sin rubor invocan;
Las armas de
la patria, alma de roca,
Las melló en
flagelar pobres mujeres
Y cuan de
cerca, algunos de esos seres,
Alguna de
esas mártires te toca.
Yo nada soy
para que encuentres gloria
En enlodar mi
frente, o que te cuadre
Blanco
hacerme de motas chabacanas.
Toda tu hiel
escupe en la memoria
Del que su
mano vil puso en tu madre;
O eres
deshonra de sus tristes canas.
(5 de setiembre de 1905).
Finalmente,
digamos que O’Leary fue un consumado sofista conforme nos ilustran grandes filósofos.
Por ejemplo, «Platón criticaba a los sofistas por su formalismo y sus trampas
dialécticas, pretendiendo enseñar la virtud y a ser hombre, cuando nadie desde
un saber puramente sectorial, como el discurso retórico, puede arrogarse tal
derecho. Pitágoras afirma que la primera exigencia de ese arte era el dominio
de las palabras para ser capaz de persuadir a otros. Poder convertir en sólidos
y fuertes los argumentos más débiles». Gorgias dice, «con la palabra se puede
envenenar y embelesar. Se trata, pues, de adquirir el dominio de razonamientos
engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de
los intereses del que habla. Llamaban a ese arte «conducción de alma». Platón
dirá más tarde que era “captura” de almas.
La agitación de un nacionalismo favorable a Solano López
provenía principalmente de algunos alumnos del Colegio Nacional de la Capital
donde O’Leary era el director. El Partido Colorado contaba en sus filas a
Enrique Solano López (1859-1917) falleció a la edad de 58 años. En 1875, Elisa
Lynch con su hijo Enrique volvieron a Asunción para intentar obtener la
restitución de sus bienes. Al darse cuenta de la hostilidad general que
generaba sus presencias, optaron regresar con las manos vacías, ella a parís
donde murió en 1886; en tanto que Enrique se estableció en Buenos Aires donde
logró enriquecerse. En 1893, contando 34 años de edad, Enrique López Lynch se
instaló en Asunción con el propósito de rehabilitar la memoria de su padre,
luego de haber vivido por dieciocho años en Buenos Aires, donde adquirió buena
educación, riqueza y algunos amigos que le ayudaron. Con bastante habilidad
empezó la rehabilitación de la memoria de su padre: contrató los servicios de
Juan E. O’Leary y del intelectual argentino Martín de Neocoechea Menéndez, y
reclutó estudiantes y participó de la corriente nacionalista.
Nota. A pesar de su enorme fortuna, Enrique López Lynch dejó a su madre vivir y morir en situación
miserable y sus hermanos apenas sobrevivían. Esto demuestra que a Enrique le
pareció más importante reivindicar al padre muerto que socorrer a la medre y
ayudar a sus hermanos que vivían con la madre.
En un momento oportuno, Enrique se hizo cargo de la
dirección del diario “La Patria”, fundado por primera vez en 1894 por los
intelectuales lopistas: Blas Garay y Gregorio Benítez. El periódico ofrecía las
columnas del diario a plumas brillantes de jóvenes como el poeta O’Leary,
Ignacio A. Pane (1880-1920), Blas Garay, Gregorio Benítez y el intelectual
argentino Martín de Goicoechea Menéndez, que se dedicaban a un periodismo
combativo, capaz de destrozar a cualquier anti lopista que aparece. Sin duda,
Enrique, O´Leary y Goicoechea fueron los primeros que empezaron a divulgar
-aunque de modo tendencioso- la reivindicación del mariscal López. Por
consiguiente, a ellos les corresponde el título de precursores del revisionismo
de la historia de la guerra de 1864-1870. Sin embargo, haciendo justicia, no puede
caber duda alguna que Juan E. O’Leary y Juan Natalicio González fueron las
principales figuras del revisionismo de la historia del mariscal López.
Los intelectuales nacionalistas Blas Garay, Gregorio
Benítez, Juan Silvano Godoy, Manuel Domínguez, Ignacio A. Pane, Fulgencio R.
Moreno (1872-1933), Juan E. O’Leary, Natalicio González y Enrique Solano López
Lynch, se consagraron en la rehabilitación histórica del mariscal López. Sacaron
de la nada la figura del mariscal, colocándolo en pedestal de gloria. Sin
embargo, no era tanto la figura de López como conductor de la guerra el que
estaba en juego, sino la rehabilitación política del régimen: la dictadura.
Pues, fueron los partidarios de la dictadura
quienes empezaron -y continúan hasta ahora- la exaltación de la figura
patriótica del mariscal López. Cabe preguntar, ¿Quiénes sacan provecho con la
reivindicación del mariscal López? Por supuesto, los partidarios de la
dictadura y de los que conocen la historia de oídas.
O’Leary dedicó sus obras sobre la guerra de la Triple
Alianza contra el dictador paraguayo, a gloriar a F. S. López, considerándolo
héroe supremo del Paraguay, encarnación de los valores más nobles de la nación,
etc. Pero el sentido dado a la lectura de la historia de aquella guerra
apocalíptica se acomodaba según el régimen del momento, esto no es historia
sino mitos. Se designó a sí mismo como “el despertador del alma nacional” o el
“apóstol del nacionalismo”. Sus seguidores lo elevaron a “defensor de nuestra
causa”. Luis Alberto de Herrera, líder del Partido Blanco uruguayo, lo denominó
«el evangelizador del patriotismo paraguayo». Señalemos que uno de los
ascendientes de Herrera fue ministro de Relaciones Exteriores de su país, y
como tal delineaba la estrategia para lanzar al mariscal López contra el Brasil
y la Argentina.
Durante la dictadura al que se puso fin en 1989, los
cuadros del régimen continuaron exaltando a López y al “caballero de nuestra
reivindicación histórica”, “el cantor de las glorias nacionales”, el
“reivindicador del espíritu de la raza”, “la pluma de oro del Paraguay de todos
los tiempos, el inolvidable don Juan E. O’Leary”.
Luque, 29-03-2021
COMENTARIOS
SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870) ¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO XII
EL MARISCAL LÓPEZ Y LA GUERRA
PARTE I
Sección 1. Consideraciones
Uno de los principales aspectos que diferenciaba a los intelectuales paraguayos de la posguerra,
entre los que tienen interés de contar la verdad como Cecilio Báez, y los
nacionalistas extremos liderados por O’Leary, cuyos escritos fuertemente
sesgados confunden a la gente. Lo que podemos deducir de los escritos de
Cecilio Báez y sus discípulos era que, aunque también ellos enseñaban a sus
seguidores a cuestionar la tradición, iba más lejos que los nacionalistas en el
intento de asentar la moralidad sobre unos cimientos nuevos y racionales. Según
sus pensamientos, tras un periodo de crisis, como la apocalíptica guerra de
1864-1870, la moralidad sólo puede reconstruirse sacando a la luz unos
principios básicos: la verdad, la solidaridad, la libertad.
¿Qué podemos decir
del denominado por un decreto del Poder Ejecutivo en 1936, “héroe nacional sin
parangón”? La juventud de Francisco Solano López nos explica muchas cosas. Desde
la adolescencia ya se hallaba vivamente poseído de una pasión por el poder. Tenía
quince años de edad cuando su padre le incorporó al ejército con el grado de
coronel, y le designó como comandante de la expedición a Corrientes al mando de
una división compuesta de cinco mil hombres. Esta fue la primera intervención
de Paraguay en asuntos internos de la Argentina, al invadir con tropas del
ejército su territorio. A la edad de dieciocho años fue promocionado a la
jerarquía de general y nombrado comandante del ejército; actuó con éxito como
mediador en la guerra civil de Urquiza y Mitre en 1859. Contaba 33 años de edad
cuando viajó a Europa por dieciocho meses y permaneció en París donde se le dio
trato de embajador que le permitió asistir a numerosas reuniones sociales, y
donde tuvo un tórrido romance. Por medio de un alcahuete conoció a la bella irlandesa,
Elisa Alicia Lynch, recientemente separada de su marido, el capitán médico Dr.
Quatrefages del ejército de Francia, con quien se había casado a la edad de
quince años. Alicia Lynch quedó deslumbrada por la riqueza que ostentaba el
general paraguayo. Por todos aquellos hechos, Solano López se convenció a sí
mismo, que la naturaleza le ha destinado a ser jefe de
Estado y con aptitudes para conducir -como Napoleón- grandes operaciones
militares en una guerra. Pero cometió un error grave al interpretar, equivocadamente,
el sentido del “don de mando” por el de hacerse obedecer por el temor.
Sección 2. La expedición a Corrientes
El 11 de noviembre de 1845, el presidente Carlos A. López firma el tratado de alianza ofensiva
y defensiva con la provincia de Corrientes con el plenipotenciario del
gobernador, el general José María Paz. Esto era en realidad una declaración de
guerra contra el gobernador de Buenos Aires, general Juan Manuel de Rosas, que
a la sazón se hallaba empeñado en recuperar las provincias rebeldes del Río de
la Plata: Paraguay y Uruguay. El tratado con Corrientes acusaba al general
Rosas de los siguientes:
«… Ha mantenido un estado de guerra continua, fatal y cruel, que ha atacado los derechos más
grandes de los pueblos, que ha abierto hostilidades contra la independencia,
comercio y navegación de la República del Paraguay, que todas las pruebas
demuestran que solamente espera la oportunidad para mover su ejército y traer los
horrores de la guerra a los territorios de estos Estados … La alianza tiene por
objeto y fin impedir que el general D. Juan Manuel de Rosas continúe en el uso
del poder despótico, ilegítimo y tiránico que se abrogó, …».
Entre las garantías exigidas al dictador de Buenos Aires, estaba el reconocimiento
público de la independencia del Paraguay como estado enteramente separado y
distinto de la Argentina. Se aclaraba que la guerra era contra la dictadura de Juan
M. de Rosas y no contra los pueblos de las Provincias Confederadas. Este mismo
argumento los aliados usaron: «la guerra era no contra el Paraguay sino contra
su presidente».
Para el Paraguay la cuestión era lograr la libre navegación del río de la Plata. Carlos A. López
se comprometió a aportar diez mil hombres y su flota. Al no lograr los
resultados deseados -el reconocimiento de la independencia del Paraguay- el
presidente paraguayo le declaró la guerra a Juan M. de Rosas el 4 de diciembre
de 1845. Designó a su hijo, general Francisco S. López, de diecinueve años de
edad y sin experiencias, al frente de la expedición paraguaya de cinco mil hombres,
que cruzó el río Paraná para unirse a las fuerzas correntinas bajo el mando del
general José María Paz.
Sin embargo, no llegó a enfrentarse con las fuerzas del general Rosas, comandadas por el
general Justo José de Urquiza. Cuando Urquiza marchaba sobre Corrientes se
entera que el general Virasoro derribó al gobernador y destituyó al general
Paz; con estos hechos Urquiza regresa a Buenos Aires. La expedición paraguaya fue
un desastre político y militar. Las tropas se amotinaron, debiendo regresar al
país sin haber disparado un tiro ni logrado nada positivo. Fue la primera vez
que el Paraguay se apartó de su tradicional política de neutralidad y se metió
en una aventura con resultados nada positivos.
Sección 3. El fracaso de la política exterior de Paraguay.
El 1º de mayo de 1851, a instancia del Brasil, el gobierno uruguayo y los gobernadores de Entre
Ríos y Corrientes, Urquiza y Virasoro respectivamente, ultimaron una alianza
militar destinada a derribar al dictador de Buenos Aires, general Juan Manuel
de Rosas. Para tal fin solicitan al gobierno paraguayo enviar un representante,
pero el presidente Carlos A. López no acepta la propuesta. No obstante, los
plenipotenciarios de Brasil, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes se reúnen en la
ciudad de Montevideo, a la sazón sitiada por el general Manuel Oribe, factótum
del dictador de Buenos Aires, y conforman una fuerza coaligada para derrocarlo.
Como el presidente paraguayo no había enviado representante para la importante
reunión donde también se jugaba el futuro del Paraguay, de la conclusión de la
reunión fue informada Carlos A. López y de nuevo invitado a participar de las
operaciones militares; la acepta, pero sólo dio un apoyo moral.
Las fuerzas de la cuádruple alianza
conducida por Urquiza parten de Entre Ríos, cruza el río Uruguay, marcha sobre
Montevideo, levantan el sitio sobre la Ciudad Capital del Uruguay. Luego, inmediatamente
con las fuerzas reforzadas con tropas uruguayas, la fuerza aliada se dirige al
encuentro del general Rosas. La batalla decisiva se libra el 3 de febrero de
1852 en Monte Caseros, ubicada en la orilla derecha del río Uruguay,
desembocadura del río Miriñay. La
victoria fue de la fuerza aliada conducida por Urquiza. Algunas de las
consecuencias fueron:
1) se puso fin a la dictadura de Rosas;
2) impide la reconstrucción del virreinato del Río de la Plata:
3) se declara libre navegación en los ríos de La Plata, Uruguay y Paraná;
4) El general Justo José de Urquiza es nombrado presidente de la Confederación Argentina;
5) El reconocimiento por Argentina de la independencia de Paraguay el 17 de julio de
1852. Inmediatamente de este histórico acontecimiento y merced a los buenos
oficios del Brasil, varios países la reconocieron; entre ellos Gran Bretaña el
4 de enero de 1853, Estados Unidos, Francia, Italia y Prusia. Este país en
aquel entonces era una potencia en Europa.
Este acontecimiento dejó al Paraguay muy mal parado ante los vencedores. La victoria
de Caseros deja expedita al Brasil la navegación por los mencionados ríos. Sin
embargo, le aparece una contrariedad: el gobierno de Paraguay. Pero el Imperio
del Brasil estaba resuelto a remover cualquier obstáculo para obtener libre
tránsito por el río Paraguay, una vía esencial para el desarrollo de su inmensa
provincia de Mato Grosso.
El reputado sociólogo paraguayo Dr. José Luis Simón apuntó en su medulosa obra “El Paraguay de
Francia y el mundo: despotismo e independencia en una isla mediterránea”, lo
siguiente: «…la condición de río internacional es reglamentada por primera vez
en 1815, por el congreso de Viena, y únicamente a partir de 1852 -37 años más
tarde-, recibirá carácter internacional los ríos Paraná y Uruguay en la Cuenca
del Plata, ocurriendo lo mismo con el río Paraguay unos años después». Respecto
a este punto, mediante un tratado firmado en Asunción el 12 de febrero de 1858 por
los plenipotenciarios de Paraguay Francisco Solano López y del Brasil José
María da Silva Paranhos, el gobierno de Paraguay declaraba libre la navegación
del río Paraguay para todos los países.
Sección 4. El mariscal López empieza la guerra
Antes de todo señalemos que es posible
saber cuándo puede empezar una guerra; sin embargo, es casi imposible saber
cuándo ni cómo puede terminar. Veintiséis meses después de asumir la
presidencia de la república, el mariscal López empieza
a invadir militarmente las provincias brasileras de Mato Grosso y Río Grande
del Sur; y Corrientes de la Argentina, con pobres pretextos. Como hemos visto,
todo le ha sido fácil a Solano López, pero lo fácil, según ha demostrado
la historia, nunca suele ser el mejor. Poseía la arrogancia de la juventud,
realzada por una limitada educación que solo sirvió para estimular su ambición.
Quizá engañó a sus padres y hermanos respecto a sus verdaderas intenciones y
manipuló al ejército ocultando todo el tiempo que pudo el auténtico objetivo de
hacer la guerra –sin consultar al pueblo ni a sus representantes- al Imperio
del Brasil y a la Argentina. Engañar al enemigo está justificado en la guerra,
porque engañar es, al fin y al cabo, un elemento importante de lo que con una
palabra más solemne se conoce como estrategia; pero no al pueblo, que es el que
siempre carga sobre sus hombros el mayor sacrificio: da sus hijos para la
guerra y con su dinero sostiene en la paz y en la guerra a la fuerza militar; por
lo tanto, tiene derecho a saber la verdad.
Si hemos de dar crédito a O’Leary, a pesar
de su evidente tendencia de narrar historias truculentas y melodramáticas, los
hechos confirman todo lo contrario de lo que él afirma en sus obras acerca de
la guerra. Solano López era una de esas personas cuyas ambiciones superan su
capacidad, y resultó fácil al Partido Blanco uruguayo en el gobierno convencerlo
que al cruzar con su ejército las fronteras del imperio del Brasil y la
Argentina; Corrientes, Entre Ríos y Uruguay le acompañarían. El gobierno del Partido
Blanco se había comportado en todo momento con una astucia consumada; había
manipulado la situación sembrando discordia entre Paraguay-Argentina y Paraguay-Brasil;
de manera que el presidente Solano López aceptó toda la falacia que provenía
del gobierno uruguayo, porque esta situación le daba ocasión de intervenir en
la política del Río de la Plata, además de todo esto, coincidía con su sueño de
grandeza y alimentaba su vanidad.
No estaba justificado su ostensible odio por su hermano Benigno, que sin duda era el más capacitado entre los tres
hermanos para inaugurar un gobierno liberal y cambiar la diplomacia de
confrontación del Dr. Francia y Carlos A. López. Empleamos la palabra “odio”
porque es un sentimiento voluntario y tiene su raíz en la pasión y en el
resentimiento de un corazón irritado y lleno de deseo de venganza. Esto está
demostrado en el hecho de que mandó torturar bárbaramente a su hermano Benigno
y luego lo mandó fusilar.
Hay también serio indicio que Solano López
no era tan querido y admirado como afirma O’Leary; y que el preferido de la
familia López-Carrillo y los ciudadanos más distinguidos era Benigno, que había
estudiado en la academia militar de la marina del Brasil donde aprendió los
beneficios del liberalismo político y económico. Solano López, durante el gobierno
de su padre ya tenía bastante poder y demostraba, más que mera ambición, una
codicia patológica. Al parecer, celoso
de su hermano Benigno, desconfiaba que su padre le designe como vicepresidente
de modo a sucederle, cuando por algún motivo queda vacante el cargo de
presidente de la república, tal como la constitución dispone. En pocas palabras,
Francisco Solano encontró hostilidad dentro de su propia familia y entre la
gente de buena reputación. Sólo podía contar con el apoyo de sus subordinados
inmediatos del ejército. Estando en Humaitá recibió la información que su padre
se hallaba muy enfermo. Rápidamente partió para Asunción. Llegó a alta hora de
la madrugada e inmediatamente mandó poner cerco con tropas a la residencia del
padre, prohibiendo que nadie ingrese. Cuando observó que su padre estaba muy
grave hizo llamar al padre Fidel Maíz para suministrarle la extremaunción
El historiador paraguayo, ingeniero
industrial, Igor Fleischer Shevelev, escribió en su obra “Los Cuatro Jinetes
del Apocalipsis” sobre la muerte del presidente Carlos Antonio López: «Al
amanecer del 10 de setiembre de 1862 el estampido de cinco cañonazos rompe el
silencio de la adormecida ciudad de Asunción. Anunciaba el fallecimiento del presidente
de la República del Paraguay, el venerable patriarca y estadista Don Carlos
Antonio López. Asume el poder absoluto su hijo Francisco Solano, ministro de la
Guerra, quien poco antes, el 15 de agosto, impuso a su padre, ya en sus
postreros días de vida, su nombramiento como vicepresidente de la República en
reemplazo de su hermano Ángel Benigno designado antes como tal por suprema
voluntad de Don Carlos».
Cuando murió en presencia del sacerdote, el
general López comunica el hecho a su familia y a las autoridades que acudieron
inmediatamente. Ante la presencia de todos ellos extrae de un cajón del
escritorio el pliego cerrado donde, conforme la constitución figura el nombre
del vicepresidente, con derecho a sucederle hasta que sea electo por el
congreso un nuevo presidente de la república. El general Francisco Solano López
era el “designado”; y no perdió tiempo para asumir inmediatamente el cargo. Tampoco
perdió tiempo para, en un intento de obtener más poder se metió como un
mequetrefe en la cuestión del Uruguay, y el resultado será cinco años de una
guerra digna de ser aborrecida, que causó la muerte del 60 % de los 450.000
habitantes con que contaba el Paraguay en aquel entonces.
Sobre la
designación de Francisco Solano se ha tejido varias suspicacias. Una de ellas
es, que el general López obligó a su padre cambiar el nombre de Benigno por el
de él, y que tras esto el anciano presidente, inmediatamente murió. Este punto
de vista se consolida con el acto de poner cerco a la residencia, y una vez
muerto el padre, llama a la familia y altas autoridades y en presencia de ellos
abre el sobre lacrado. Esta acción nos parece que no corresponde al comandante
del ejército sino al secretario del jefe de Estado o a un juez. ¿Cómo el
general López sabía dónde su padre tenía guardado el pliego
cerrado?
De modo irresponsable, con oficiales y
tropas pobremente instruidas, el ejército mal armado y equipado, el mariscal
López convirtió la guerra de la Triple Alianza en guerra sin cuartel en la que
no hace concesiones al enemigo y no respeta la persona de los prisioneros. La
guerra de López fue algo espantoso. La
odiosa crueldad de su guerra contrasta con la práctica más humana de las
guerras europeas, exceptuando la guerra de Hitler. Juristas notables como
Thomas Hobbes (1588-1679) ya recomendaban limitar la violencia y destrucciones
durante la guerra. Estas fueron debatidas, analizadas y codificada por Eric de
Vattel (1714-1767)
en su obra “La ley de las naciones” publicada en 1758 (Wikipedia). La
moderación constituye, por consiguiente, la base principal, no debiendo
emprenderse nada que impida el retorno a la paz. La guerra con restricciones
constituía uno de los más altos logros del siglo XVIII que practicaban los
gobiernos sensatos.
Cabe preguntar ¿adónde lo condujo su
guerra total y su lema de ganar la guerra o morir todo? No a la paz que era la
máxima aspiración de las naciones, sino a Cerro Corá, donde fue muerto
mientras huía del combate para salvar su vida, dejando abandonado algunas cosas
de poca importancia para él: sus tres hijos menores, su concubina madame Lynch,
su madre, hermanas y a su tropa que lo siguió con gran entereza hasta el final.
La violencia llevada por el mariscal López al extremo contra el enemigo y su
propio pueblo, terminó en ruina y caos nacional. Por la disciplina brutal que
López impuso al ejército paraguayo, la única forma que sus tropas tenían para
escapar del látigo o del fusilamiento era la deserción. Sin embargo, el
mariscal encontró la solución con medidas injusta, arbitraria y cruel: cuando
hay un desertor paga con la vida su compañero y persona de su familia. Con esta
medida inhumana y repugnante redujo drásticamente las deserciones.
El terrible
huracán que como el Katrina azotó el Paraguay en el quinquenio terrible de
1864-1870, hasta ahora no podemos superar sus terribles efectos. Y conste que
el pueblo paraguayo había sido advertido
con anticipación por los denominados legionarios sobre la posibilidad de una
catástrofe nacional, conforme a los principios contenidos en sus mensajes
y escritos en la bandera que ellos agitaban desde Buenos Aires, inspirados en
las páginas del “Contrato Social” de Jean J. Rousseau (1712-1778), que después
se denominaría liberalismo político o democracia, cuyo fundamento: «que todos
los hombres son iguales; el hombre nace libre y se encuentra en todas partes
encadenado». Desgraciadamente, la profecía de los denominados legionarios se
cumplió.
Nota 2. El huracán
Katrina, categoría 5, el 28 de agosto de 2005 azotó Loussiana, ciudad de Nueva
Orleans (EE. UU). Fue la tempestad más terrible que vino del Atlántico, sopló a
320 por hora. Copiosa lluvia llegaba como oleadas.
La cadena que el pueblo paraguayo soportaba
con estoicismo y resignación, desde que el Dr. Francia se declaró en 1816
supremo dictador perpetuo; recién, después de 54 años, el 1° de marzo de 1870,
se logró romper esa cadena que amordazaba al pueblo paraguayo, coincidente con
la muerte del mariscal López en Cerro Corá.
El mariscal
López, para entusiasmar a sus tropas, mediante arenga despertó la bestia en
cada uno de ellos e impuso la táctica infernal y el lema de “vencer o morir”
hasta el extremo. De este modo, las tropas se vieron movidos por dos impulsos:
los innatos y los adquiridos por presión de los instructores. La guerra que el
mariscal López, voluntaria e innecesariamente desató, fue una guerra de
conquista limitada como en Europa hizo Napoleón, con el que deseaba compararse.
El mariscal López era estratégica y tácticamente incompetente, confiaba sólo en
las arengas ardientes, pero violaba los principios de apoyo mutuo, masa,
superioridad numérica, y apoyo de fuego de artillería en la ofensiva y
la importancia de contar con una reserva inmediata en las batallas. Él conocía
suficientemente cómo provocar la guerra, pero olvidó aprender cómo hacer la
paz. Su deseo, por más injusto sea, era complacido por su factótum el general
Resquín, que delataba a sus camaradas sin miramientos y se ajustaba a todos los
deseos del mariscal como el guante a la mano.
Nota 3. General Francisco Isidoro Resquín, es un antiguo
El mariscal
López, en su delirio de grandeza estaba seguro que al pisar sus tres columnas
de invasiones los territorios de Brasil y Argentina; tanto el emperador Pedro
II y Mitre quedarían trastornados; por tanto, inmediatamente le solicitarían un
armisticio para cesar la situación de guerra mientras se negocia la paz definitiva
con él. Esta ingenua creencia del mariscal paraguayo sólo dejó ruina,
innumerables viudas y niños huérfanos. Después de sus fracasadas campañas
ofensivas, la destrucción de su flota de guerra en la batalla fluvial de
Riachuelo, la aniquilación del resto de su primer gran ejército en Tujutî,
y la destrucción de su segundo ejército en la campaña de Villeta, ninguna de
estas operaciones salió como él esperaba. De manera entonces, sólo le quedaba
encarnar una lucha contra reloj para salvar su propia vida, la de sus hijos y
su cuantiosa riqueza –principalmente en joyas y libras esterlinas-, atravesar
el río Manduvirã e introducirse en los grandes bosques de Kuruguaty.
Si el mariscal López quería que sus campañas ofensivas sean bien hechas, él
debió ponerse a la cabeza de su valiente ejército y hendir su espada, hasta el
ese contra el enemigo. Pero, prefirió permanecer en Asunción, mientras una de
sus columnas de invasiones era destrozada en Jatai y Uruguayana, y a la otra le esperaba igual destino. Todo esto
nos deja la enseñanza siguiente: cuando la recompensa es grande y los medios
son suficientes, el riesgo es aceptable; sin embargo, si los medios no concuerdan
con el objetivo, es temerario ejecutar la acción confiado sólo en el azar.
De verdad, el mariscal
tenía pobres razones para empuñar las armas contra el Brasil y contra la
Argentina. Cuando despachó una fuerza para apoderarse de la indefensa provincia
brasilera de Mato Grosso, no cabía en sí por empezar a desarrollar su
fantasiosa operación de conquista sin estorbo alguno. Pero, con los fracasos de
sus campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, experimentó un vuelco
dramático que lo llevó peligrosamente hacia el Trastorno por Estrés
Postraumático (TEPT). Cuando intentó controlar todo el poder en el Río de la
Plata, el asunto se le fue de las manos y aflora el lado más oscuro de su
carácter. Tantas derrotas que no esperaba pueden perturbar la mente de
cualquier general.
30-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO XII. EL MARISCAL LÓPEZ Y LA GUERRA/CONT.
PARTE II (final)
Sección 4. Acelerado incremento de los efectivos del ejército paraguayo
Ni bien empezó su gobierno, Solano
López comienza un acelerado incremento en los efectivos del ejército paraguayo.
Este hecho era una verdadera amenaza a los países vecinos, lo cual da derecho a
los gobiernos colindantes a prevenirse –deber de todo gobierno precavido-
contra el formidable aumento, sin motivo aparente, del poder militar del
Paraguay. La situación creada por la aparición de una nueva potencia militar en
el Río de la Plata, obligaron a la Argentina y el Brasil a revisar sus relaciones
y su política militar en la región.
Derrocado
el gobierno del Partido Blanco por el líder del Partido Colorado general
Venancio Flores, partidario del liberalismo político, Argentina, Brasil y Uruguay
dejaron de lado sus rencillas y se aliaron contra el enemigo común para
mantener el Río de la Plata libre de la intromisión malsana del dictador
paraguayo, y compartir -incluido Paraguay- una prosperidad y paz. El error
capital cometido por el mariscal López fue codiciar ser el señor del Río de la
Plata. El Paraguay no disponía de excedentes monetarios ni demográficos. Es
preciso considerar que el pueblo de aquel entonces era pobre, no porque quiere
sino porque la familia López acaparaba todos los negocios y compraba la
producción agrícola y ganadera al precio que esa familia establecía.
Nota 5. El general Venancio Flores, siendo
presidente constitucional de la ROU, fue derrocado por el Partido Blanco
mientras se ausentó de Montevideo, sin comunicar al congreso, con su ejército
para ir a reprimir una simulada “rebelión” en una ciudad del interior, tramada
por los golpistas. Cuando Flores regresó con su ejército a Montevideo se
encontró con un nuevo presidente designado por el Congreso. Para impedir que
Flores emplee su fuerza militar, los diplomáticos extranjeros con asiento en
Montevideo calmaron a Flores y lograron mediante negociaciones, que aceptara el
hecho consumado.
El potencial
de guerra del Paraguay no concordaba con el desmesurado objetivo que el
mariscal López se propuso. Pero aun así, tal vez por ignorancia o por
subestimar el poder combativo de la pequeña fuerza militar de Brasil y
Argentina comparada con la fuerza militar de Paraguay, se puso a desafiar a
ambos países por la hegemonía regional; o tal vez para proteger las dictaduras
de Paraguay y Uruguay (Partido Blanco) contra el liberalismo político que ya habían
adoptado Brasil, Argentina y el Partido Colorado del general Venancio Flores,
quien luego de derrocar por la fuerza la dictadura del Partido Blanco, se unió
al Brasil y Argentina para amurallar el Río de la Plata de la influencia nefasta
del presidente paraguayo.
No existe
región con riqueza suficiente, ni un país tan excepcional por la fertilidad y
abundancia de bienes como para que un jefe de Estado resuelva a comprometer la
vida y bienes de los habitantes de la nación, y a ese precio embarcarse a una
guerra contra países vecinos y despojarlos parte de su riqueza. De hecho, hay
muchas y poderosas razones que impide hacerlo, aún se quisiese. La primera y
principal la constituye la gran cantidad de vida que hay que sacrificar, la
tesorería del Estado que puede quedar debilitado, y el saqueo y humillaciones
cometidas contra los pueblos ocupados que puede despertar una implacable
venganza. Por otro lado, si el agresor es rechazado, el agredido llevará a cabo
la consiguiente represalia como réplica a lo recibido, y vendrá a exigir
al agresor reparaciones, invadiendo también su territorio; y la represalia como
escarmiento, sin duda será feroz.
López invadió
los territorios de Brasil y Argentina sin éxito alguno, y donde las tropas
paraguayas soportaron penalidades horrendas, y perdió el ejército paraguayo casi
20.000 de sus mejores soldados contra 400 de los aliados. Las campañas
ofensivas de López fue una historia de desencanto y sufrimiento extremo, y no
de conquista gloriosa. Cualquier presunción patriotera va en contra de los
hechos comprobados. Al
mariscal López le faltaba lo que se conoce como el sentido común; vale decir, no
era capaz de distinguir lo verdadero de lo falso, lo real de lo imaginario, y de
actuar razonablemente. En
verdad consiguió engañar a la buena fe de su pueblo. Sin embargo, la
inconsistencia de los pretextos aducidos para llevar la guerra al Brasil y a la
Argentina encuentra mucha dificultad en manifestarse actualmente; porque la
verdadera historia de la guerra de la Triple Alianza recién desde 1989 se puede
escribir con total objetividad. Consecuentemente, los historiadores se toman el
empeño de no juzgar sino explicar las acciones de López con relatos veraces,
para poner en claro cuáles fueron los motivos aparentes y cuáles las causas
verdaderas que precipitaron la guerra, así como analizar apropiadamente la
conducción del ejército paraguayo por el mariscal López, y las crueldades
demostradas y probadas que ejecutó contra sus compatriotas por conspiración que
sólo existía en la imaginación del “héroe por decreto”.
Cuando se manipula la historia o
se ignora los hechos como los lopistas que sienten una reverencial admiración
por el mariscal López y se dedican a idealizarlo, a pesar de que sólo amontonó
derrotas, y ¡no ganó una sola batalla ofensiva!; es más, dejó en ruina la
nación, pero esto no es óbice para inspirar sus malas acciones un ferviente nacionalismo.
El deber le imponía a López hacer del Paraguay un lugar mejor para vivir, donde
los ciudadanos pueden casarse, tener un hogar, cuidar a los hijos, verlos
crecer, estudiar y desarrollarse en un ambiente de paz nacional. El deber de un
jefe de Estado es sacrificarse por la nación, pero jamás sacrificar al pueblo
entero por mera codicia de más poder político, económico e intereses bastardos.
Lo que estamos queriendo señalar
es que aún hay muchos paraguayos, entre ellos algunos militares profesionales, que
pasaron por las instituciones militares de enseñanza sin aprehender lo básico
de la profesión, por ello piensan que es blasfemo investigar y publicar sin
prejuicios ni sentimentalismo la historia de la guerra de la Triple Alianza,
porque ya está decretada por un gobierno de facto instalado en 1936 tras un
golpe de Estado contra un gobierno democrático, la historia empírica,
patriótica y nacionalista señalada por O’Leary: la exaltación del mariscal
López por motivos meramente político, crematístico y principalmente desmerecer
la fulgurante conducción de la guerra del Chaco (1932-1935) por Ayala y
Estigarribia, aquel en el campo de la alta estrategia y este en el campo de la
estrategia militar. De este modo, los exaltados nacionalistas lograron plantar
en la mente del cándido pueblo la pueril idea que el mariscal López era el “máximo
héroe sin parangón”, y no Estigarribia el Grande, porque aquel murió “defendiendo
la patria y no se rindió”, en tanto que Estigarribia no murió. Este argumento
traído de los pelos se enseña a los niños desde la escuela y se exalta la
figura del mariscal López en la secundaria. Es preciso repetir que no es
función del gobierno nacional juzgar sobre historia, que es facultad de la
Academia Paraguaya de la Historia. Para los lopistas, es más glorioso que un
general en jefe muera en la guerra -aun perdiéndola catastróficamente-, que
ganarla sin morir en ella.
Sección 5. López desconfiado y lento en reaccionar.
¿Qué podemos decir de un jefe supremo del Estado y
comandante en jefe del ejército en campaña como Solano López? Duele decir, pero
es necesario decir: como jefe de Estado, ignorancia de la alta estrategia, y
como general en jefe, profano en estrategia militar; a más de esto, desconocía
la importancia de la historia militar, las leyes de guerra y los principios de
conducción de un ejército en operaciones de guerra. Quizá López engañó a su
padre respecto a sus verdaderas intenciones y manipuló a su ejército, ocultando
todo el tiempo que pudo hasta apoderarse de la presidencia de la república: su
auténtico objetivo. Tampoco estaba justificado su desprecio por sus hermanos
Venancio y Benigno, sus hermanas Inocencia y Rafaela, sus cuñados general
Vicente Barrios y el ministro de Hacienda, Saturnino Bedoya. No hay ninguna prueba
que ellos hayan obrado de consuno para infligir agravio a Solano López. Pero
eso no fue inconveniente para que López los
considerara a todos ellos como “conspiradores” de su gobierno, y sin prueba
alguna los manda fusilar a todos, menos a sus hermanas a quienes -incluida la
madre- a quienes mantuvo presas en sendas carretas hasta Cerro Corá. Desgraciadamente,
los generales y jefes se cuidaban mucho en no hacer nada ni decir nada sobre
estas y otras barbaridades que pudiera encolerizar al mariscal. Nadie se atrevía
disgustar a López con informaciones, aunque reales e importantes, porque a él
sólo le agradaba escuchar noticias de sus patrullas de reconocimientos como él
quisiera que fuese.
Sección 6. El mariscal López como conductor militar
Aunque Solano López dejó continuar
la gran labor desarrollada por el padre, sí conservó la astucia para mantenerse
en el poder indefinidamente, mediante el rigor represivo que durante la guerra
lo llevó hasta el extremo. Al ser electo presidente de la república en una
parodia de elección del Congreso, para el pueblo equivalía en cierto modo a
cambiar de collar, pero por otro mucho más pesado e insoportable. La conducción
del ejército paraguayo por el mariscal López fue una auténtica desgracia
nacional, no sólo por su incompetencia militar, sino por continuar la guerra
hasta casi el exterminio de la población paraguaya, además la destrucción de la
flota mercante del estado y la bancarrota económica y demográfica del país no se
puede esconder del pueblo ni tolerar y menos olvidar.
El 23 de julio de 1866, víspera de
la batalla de Tujutí, el mariscal López convocó en su cuartel general de
Paso Puku -doce kilómetros alejados de Tujutí donde se llevará a
cabo la batalla decisiva- a los generales Vicente Barrios y Francisco Isidoro
Resquín, así como a los coroneles José Díaz e Hilario Marcó, a quienes impartió
sus órdenes de operaciones y su concepto de operación para atacar al enemigo en
el día de su cumpleaños número 40.
He aquí
su concepto de operación: el día de mañana 24 de julio al clarear el día,
atacar al enemigo posicionado en Tujutí con el dispositivo siguiente:
1) Ataques frontales: Díaz y Marcó;
2) Ataque al flanco izquierdo del
enemigo, Barrios que deberá atravesar el bosque de sauce con rapidez;
3) Resquín con su división de
caballería atraviesa el estero y ataca el flanco derecho del enemigo;
4) Reservas estratégicas: en Paso Puku:
ocho mil hombres y en Humaitá cinco mil.
5) Instrucción de coordinación: el
general Barrios al amanecer lanza un cohete que debe ser respondida por Díaz
para empezar el ataque; todo con la finalidad de expulsar al ejército aliado
del territorio paraguayo.
Luego de despedir a los cuatro
jefes de las columnas de ataque, el mariscal queda campantemente en Paso Puku,
donde esperará el resultado de la batalla. El deber le imponía al mariscal
López conducir personalmente su ejército, lo que significa permanecer cerca del
campo de batalla con su reserva de ocho mil hombres, para intervenir en un
momento adecuado en la lucha, porque está obligado a ello; más aún en tan
formidable y decisiva operación de la cual dependía el resultado de la guerra.
El héroe por decreto nunca condujo
una batalla, ejercía el mando a distancia. En Cerro Corá parecía que iba
a hacerlo, pero cuando a lo lejos vio al enemigo avanzar hacia él, picó espuela
y huyó. Este hecho y varios más, los nacionalistas ubican en el Haber del
mariscal, en tanto los historiadores objetivos en Debe. Los hechos y los
resultados de sus operaciones son los que debemos tener en cuenta; en este
aspecto no hay ninguna ocultación ni secreto porque su ninguna virtud, sus
muchas limitaciones y sus crueldades se complementaban con amplitud.
Planteemos ahora una pregunta
crucial, ¿hubiera tenido éxito si luchaba sólo con el Brasil o sólo con la
Argentina? La enorme diferencia del potencial de guerra de Paraguay confrontado
con cualquiera de los dos, nos indica que el mariscal López no tenía ninguna
posibilidad de ganar. Y al apartarse de lo justo y razonable descuidó este
aspecto decisivo en toda guerra: si hay o no posibilidad de ganar o aun
saliendo victorioso, sería pírrica si la nación queda en la bancarrota
económica. Cada vez que se equivocaba era más por ignorancia en la conducción
del ejército en operaciones de guerra que por mal juicio. Ignoraba que la
guerra no se gana con mera arenga sino con generales y jefes idóneos, un estado
mayor eficiente, buenos armamentos, logística adecuada y eficiente, y ¡suficiente
divisa!
La
mayoría de los generales y jefes de López eran valientes en grado sumo, pero de
escaso talento militar; por ello sólo unos pocos aparecieron en los relatos de
Juan Crisóstomo Centurión y de Jorge Thompson. Aunque O’Leary los ha elevado a altura
hiperbólica a algunos e ignorando a otros con mucho más méritos, como de verdad
los fueron: los oficiales de infantería coronel Manuel A. Giménez, alias Kala’a,
mayores Eduardo Vera y Sebastián Bullo. Los de caballería, el teniente coronel
Basilio Benítez, los mayores Olabarrieta y José de Jesús Martínez; y el mayor
de artillería Albertano Zayas, que murió en la batalla de Curupayty.
La evidencia de la ineptitud de
López para dirigir la guerra y los deplorables hechos son innegables. Era incapaz
de ver el berenjenal político en que se había metido como un mequetrefe. La
impaciencia de ganar por lo menos una batalla ofensiva, empeoró sus errores
estratégicos y tácticos que debilitó rápidamente su ejército por las numerosas
bajas sufridas.
Sección 7. El lema “Vencer o morir” y otras consideraciones
La pregunta
clave es, por qué la tardía evacuación del teatro de operaciones de Humaitá, o
por qué el mariscal no encabezó su ejército en el segundo ataque a Tuyutî, y allí morir con gloria abrazado
por la bandera tricolor, antes que llevar el país a un incomprensible desastre
nacional. Caifás, juez supremo de Israel se dirigió a los judíos seguidores de
Jesucristo de este modo: «Ustedes no saben nada ni se dan cuenta de que es
mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que toda la
nación sea destruida» (Jn 11.50) ¿No es eso lo que hace un héroe por su patria?
Si el mariscal López, como Leónidas en las Termopilas moría en Tujutî el 3 de noviembre de 1867
conduciendo su ejército, sin duda hubiera mostrado a su ejército, a su pueblo y
al mundo entero que él también tenía agallas, e igual a sus tropas sabía morir
dignamente por la patria en el campo de batalla u ofrecer su cabeza al enemigo
para salvar lo que aún pudiera ser salvado de la nación. Sin embargo, en Solano
López -así como en todos los seres vivos, de acuerdo a la teoría darwiniana-,
era extremadamente fuerte la lucha por la conservación de la vida.
Probablemente pensó en terminar su vida heroicamente, pero no se animó, y terminó
siendo un maldito bastardo sin gloria.
Ningún jefe
de estado que tiene una mínima conciencia de su responsabilidad puede permitir
ni por un momento que continúe aquel dispendio trágico y aterrador de sangre y
bienes, a menos que esté seguro más allá de cualquier duda de que los objetivos
de este sacrificio vital forman parte inseparable de la vida de la nación, y
que el pueblo del que es jefe de Estado cree que eso es justo e imperativo. Sin
embargo, los ciudadanos paraguayos estaban postrados e indefensos ante el poder
omnímodo de Solano López, que desde que asumió el encumbrado cargo de
presidente de la república hasta su muerte, no ha conocido freno ni piedad. Juan C. Centurión nos deja la siguiente reflexión: «Si
tan valientes y abnegados soldados hubiesen sido conducidos por un idóneo,
responsable y prudente; tal vez, a pesar de la enorme superioridad del enemigo,
el resultado no hubiera alcanzado un nivel de ruina total de nuestra patria» (Centurión,
Obra ya cit. T-III, Pág. 139).
El ex cercano colaborador de López desde el
inicio de la guerra hasta Cerro Corá, dejó pasar por alto que el
ejército paraguayo tenía enorme superioridad
numérica al empezar las invasiones a los territorios de Argentina y Brasil,
pero que después se iba reduciendo con rapidez por la gran cantidad de muertes sufridas
y prisioneros que quedaron en poder del enemigo en cada batalla ofensiva.
Es lamentable que el mariscal López haya perdido miles
de hombres valientes en grado superlativo en operaciones chapuceras como en
verdad fueron las campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes donde se perdió
veinte mil hombres contra cuatrocientos del enemigo; el temerario ataque a la
escuadra brasilera en Riachuelo donde fue destruida casi en su totalidad los
barcos mercantes paraguayos convertidos en guerra, a excepción del Tacuarí que
sufrió graves daños, y la batalla de Tujutî donde fue
aniquilado el resto de nuestro primer gran ejército. Con estos resultados a la
vista, la guerra ya estaba irremediablemente perdida; de manera entonces, había
llegado el momento de pasar de la acción bélica al campo diplomático, para
poner fin a los inútiles sacrificios del pueblo paraguayo.
El desaliento cada vez mayor de las tropas y del
pueblo era difícil de contrarrestar solamente con propaganda de “El Semanario”
y ardorosa arenga. La propaganda con respecto a las “victorias” que el mariscal
conseguía, gracias a su insuperable talento militar, constituía una verdadera
afrenta al pueblo que vivía una situación miserable y las tropas morían por
millares sin provecho táctico alguno. La verdad es que el mariscal López en
cinco años de guerra no acertó ganar ni una batalla ofensiva, y conste que
hasta un reloj averiado acierta dos veces al día.
En la paz o en la guerra, las autoridades del país y
los hombres a quienes Dios han distinguido con sus dones de sabiduría, tienen
el deber de hablar con honradez y sinceridad a compatriotas menos preparados y
menos capaces de distinguir entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, lo
justo y lo injusto, la valentía que es hija de la prudencia, de la temeridad
que es hija de la insensatez, y la gloria de la estéril muerte masiva en cada
batalla. El crédulo pueblo paraguayo, que tantas veces ha despertado a
lo largo de la historia pleno de fe y ardoroso de esperanza, no solo fue privado
de nuevo con el gobierno de Solano López de vivir en libertad y llevar una vida
mejor, sino que la paz fue rota por el mismo jefe de Estado paraguayo, y de
este modo condenó a varias generaciones a una situación miserable.
Tenemos la
intención de mostrar que lejos de ser un anti lopista o negador del heroísmo de
las tropas paraguayas en la apocalíptica guerra del Paraguay de 1864-1870,
donde nuestro valiente ejército era conducido por un hombre, aunque inteligente,
pero con falto de agilidad y destreza mental, hemos señalado repetidamente en
“La conducción del ejército paraguayo en la guerra de la Triple Alianza”, sus
principales errores estratégico y táctico con el único propósito de extraer
experiencias y enseñanza, fin de la historia militar, de modo que no se vuelva
a repetir esos garrafales errores políticos y militares; porque olvidar los
malos hechos del pasado, mueve a su repetición.
Nuestros acusadores de anti patriota o legionario, asimismo los que los alientan y los apoyan,
e incluso los que aplauden sus opiniones patrioteras; han hecho un daño muy
grande a nuestra historia militar, en virtud de las actividades que llevan a
cabo con total ignorancia de la guerra, del fin de la historia militar y la
responsabilidad del historiador de explicar los hechos tal como sucedieron para
que puedan servir de experiencias; porque ya lo dice un adagioi: «es mejor
conducirse con experiencias ajenas, porque la propia siempre llega tarde y
cuesta caro».
Sección 8. Conquistar gloria sin provecho, es inútil sacrificio
Los militares solemos ser pésimos escritores, tal vez con
la excepción de Arturo Bray. Además, carecemos de la habilidad necesaria para
explicar los hechos porque no estamos acostumbrados a debatir sino a mandar y
obedecer. Solano López practicó atentados para destruir a los opositores de su
gobierno, ahogando con sangre su patria y obligando a todo de lo que había de
más ilustre en el país a emigrar para Buenos Aires a fin de escapar de la
cárcel o del asesinato. Ser opositor político de Solano López era peligrosísimo.
A pesar de las numerosas obras publicadas sobre la guerra de 1864-1870, el
análisis de las causas del conflicto, la conducción del ejército paraguayo por
el mariscal López y su empecinada negativa de reconocer la derrota y negociar
la paz de modo a poner fin al suplicio del pueblo paraguayo; todos estos siguen
generando controversias y abundan las interpretaciones fantasiosas que
consideran gloriosos las numerosas muertes en vana lucha de nuestros
compatriotas.
Aunque muchos profesionales militares no hemos
alcanzado la fortuna de coronar nuestras carreras con las encumbradas
jerarquías de general, pero tenemos la capacidad suficiente como para reconocer
y aceptar de que ninguna duda puede caber que es a los victoriosos conductores
-como Estigarribia el Grande-, a quienes debemos seguir, porque, «lo que el
genio hizo, debe ser la regla de conducta». Por consiguiente, es indispensable
completar la teoría militar aprendida en instituciones con ejemplos procurados
de la historia militar.
Nuestro mayor interés en escribir la historia de la
guerra de la Triple Alianza, consiste en transmitir experiencias recogidas de ella.
Y como se dice, las mejores experiencias se adquieren de los errores ajenos.
Está suficientemente probado que en la guerra de 1864-1870 abundaron los
errores; por lo tanto, hay que apreciarla como fuente rica en proveer
experiencias. El oficial que va a la guerra sin haber bebido antes en la fuente
de la sabiduría, la historia militar, es como el poeta popular que canta las
batallas, pero nunca ha conocido una o como el músico que ejecuta su
instrumento, pero no baila.
A los que nos tratan de antipatriota por señalar
errores del mariscal López y comentarlos, sentimos compasión no sólo por ellos
sino también por nuestro ejército, porque pasaron por lo visto por las
instituciones de enseñanza militar, y recorrieron los cuarteles sin asimilar
casi nada. Este es el motivo que al leer nuestros escritos interpretan de modo
equívoco y pretenden señalarnos qué debemos decir y qué no; todos ellos pueden
ir al diablo. Además, es preciso que sepan que se puede ser patriota sin ser
lopista. El mariscal López, por su ignorancia
de la estrategia, la teoría militar y la historia cometió errores desastrosos
que bien podría haberse evitado. Además, era sumamente autoritario; por ese
motivo en su ejército se originó un sentimiento penoso y contenido, por que el
personal cree ser maltratado. Consecuentemente, produjo en el ejército una
rebelión silenciosa. Probablemente, López que era inteligente pero la usaba
mal, percibió ese estado de cosas y como respuesta, dio vigor y fuerza a su mando
sustentado en el terror.
A pesar de haber perdido la guerra, López se negaba a entablar negociaciones que
no sea de igual a igual, no de vencedor y vencido, y menos dimitir al cargo;
esta actitud revela estupidez. No resistía al deseo de conquistar fama de gran
capitán y conseguir gloria al galope sobre la llanura del Río de la Plata. Sus
fracasadas campañas ofensivas fueron los que minaron el pedestal en que descansaba
el sueño de gloria del codicioso mariscal paraguayo. Procedió con extrema
imprudencia al mandar alrededor de cincuenta mil hombres
a invadir los territorios de las provincias brasileras de Mato Grosso y Río
Grande del Sur, y Corrientes de la Argentina, con pocos cañones, sin suficiente
caballería y sin recibir subsistencia de alimentos de Paraguay, ya llevaba el
germen de la destrucción. Creyó, pues, que la guerra que hacía al Brasil y
Argentina dependía exclusivamente de su voluntad, y el horror de los hechos
consumados no le produjo el menor remordimiento. Sin embargo, los historiadores
nacionalistas, razonando sobre los hechos, acomodaron conclusiones engañosas en
favor del “genio militar” de López. Con la descripción fantasiosa que han hecho
“El Semanario” y los historiadores nacionalistas de las batallas de Estero
Bellaco y Tujutí del 24 de mayo de 1866 y del 3 de noviembre de 1868,
así como las de Ytorõrõ, Avay, Pikysyry, Lomas Valentinas y, la capitulación de Angostura, trataron de
encubrir la impericia de López celebrando esas derrotas como si fuesen
victorias. La historia, gran maestra de la vida, nos ha ayudado a rescatar del mar de las mentiras aquellos sucesos.
El mariscal López, con su decisión de llevar la guerra al Brasil
y Argentina demostró su incapacidad para comprender los asuntos estratégicos, e
incurrió en una falta tan grosera, ignorando que el Paraguay no contaba con el
potencial de guerra indispensable para sostener el poderío de la fuerza militar
hasta el fin de la guerra. Con su orgullo altanero, a pesar de su
incuestionable derrota prosiguió la apocalíptica guerra hasta ser alcanzado en
Cerro Corá y muerto ignominiosamente, dejando tras sí caos y destrucción.
Cumpleaños de Solano López. Una
comisión de la Cámara de Diputados llega a Paso Pukú para homenajear al
presidente de la república por su cumpleaños, y entregarle regios regalos. Al
recibir le dice al jefe de la comisión: «me alegra mucho y valoro sus
presencias, ¿y qué dice Asunción?» agregó, poniéndose serio. «Sr. Mariscal
-responde el diputado-, toda Asunción lamenta su ausencia». El mariscal sabía
muy bien que eso no era más que una hábil alabanza, pero aparentó ser de su
agrado. Sin embargo, como reconocimiento al noble gesto de los diputados, menos
el diputado Talavera, padre de Natalicio Talavera, el resto fue destinado a
prestar servicio en unidades de combate. Los historiadores nacionalistas
celebran y aplauden todas las tonterías del héroe
por decreto. Natalicio Talavera, durante la guerra dirigió “El
Semanario”. Fue un talentoso cronista de guerra que estaba obligado a celebrar
a alturas hiperbólicas cada operación de López; y hacía bien, pues su vida dependía
en hacerla bien.
El oscurecimiento de su inteligencia y de su conciencia como
responsable de todos los acontecimientos, le impidió a López hasta el fin de su
vida comprender el alcance verdadero de los desmanes que cometía en oposición con la regla eterna del bien. Tenía la
convicción de que estaba predestinado por la Providencia representar este
papel, se esforzaba por demostrar que su propósito era beneficiar a la nación,
y que podía dirigir el destino del Río de la Plata, poniendo orden y paz como
en el Paraguay; pero se le escapó algo: que los pueblos rioplatenses ya habían
expulsados a los dictadores, y experimentados con gran
aceptación el liberalismo político; «que sin negar la
autoridad del Estado, sostiene que ésta no es absoluta y que los ciudadanos
conservan una parte de autonomía que el Estado debe respetar». Esta doctrina chocaba
violentamente contra el tipo de gobierno adoptado por Francia, los López y el
Partido Blanco del Uruguay.
Los ciudadanos que aman con fervor a su patria y
quiere serle útil, sus acciones dirigen a la conservación de la vida, a cuidar
los intereses del Estado y a sostener la dignidad del hombre. La fraternidad,
la igualdad y la libertad proclamada por la Revolución Francesa, posiblemente fueron las pasiones que impulsaron a los denominados legionarios, que tal vez estén
profundamente ancladas en la naturaleza de todos los hombres en toda su
existencia.
La Revolución Francesa. Fue un movimiento
revolucionario francés que puso fin al antiguo régimen en Francia (1789-1799).
En la reunión de los estados generales (5 de mayo de 1789), convocado por el
rey, el tercer estado, dominado por la burguesía, se proclamó asamblea nacional
(14 de junio) y se transformó en constituyente. El pueblo tomó la Bastilla (14
de julio). Se redactó una declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano y una constitución, aceptada por el rey después de intentar huir (1791).
Luque, 31-03-2021