martes, 19 de julio de 2016

PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

A V I S O. A partir del día jueves 21 de julio, publicaremos los "PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA", en este mismo lugar.

PROLEGÓMENO DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (1864-1870)
(Paraguay contra Brasil, Argentina y Uruguay)

CAPÍTULO I
LA TURBULENTA HISTORIA DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY


Sección 1. Introducción I. 
Antecedentes históricos de los conflictos en el Uruguay
     En 1807 los británicos ocuparon Montevideo temporalmente, y en 1811 una fracción del ejército brasilero invadió el Uruguay con el pretexto de poner fin a las constantes rebeliones que ocasionaban anarquía en la Banda Oriental que también afectaban a la provincia brasilera de Río Grande del Sur, rica en ganadería. Pero más era como medida de prevención para impedir que tropas argentinas lo ocupen, pues conforme a una ley de la Física, al espacio le horripila el vacío, por lo tanto, cuando alguien o algo desocupan un lugar, este de inmediato es ocupado por otro. Un año después se firmó con Buenos Aires un armisticio. Luego, las tropas brasileras regresaron a Río Grande del Sur.
     En 1816 el ejército brasilero de nuevo invadió el Uruguay sin oposición de Buenos Aires. Esto se debe a que las autoridades de Buenos Aires preferían a los brasileros que al general José Gervasio Artigas, que a la sazón dominaba las provincias argentinas de Corrientes y Entre Ríos, y se hallaba en lucha contra el gobernador español en Montevideo (1811), y el gobierno de Buenos Aires (1814-1820), exigiendo un régimen federal en el antiguo virreinato. A la sazón, Artigas estaba haciendo frente a la invasión luso-brasilera hasta su derrota en las batallas de Takuarembó por los brasileros y la Bajada (1820) por su lugarteniente Ramírez, por lo que fue forzado a huir. Consiguió refugio en el Paraguay, donde vivió hasta su muerte acaecida en 1850, a la edad de 86 años. En su exilio forzoso lo acompañó dos centenares de hombres y mujeres de color que fueron ubicados en Luque, compañía Laurelty, fronterizo con San Lorenzo; el barrio es conocido por Kambakuá (lugar de negros). Hasta ahora los descendientes de aquellos mantienen sus tradiciones y han llegado a constituir una atracción turística. En tanto que a Artigas, el Dr. Francia lo mandó a vivir al pueblo de Kuruguaty ubicado en medio de inmenso bosque, a 350 kilómetros al este de Asunción, capital de Paraguay.
     El 31 de julio de 1821, luego de la formal solicitud de los uruguayos para formar parte del Imperio del Brasil, este proclamó la anexión del Uruguay con la denominación de Provincia Cisplatina. Al siguiente año, el 7 de setiembre, Brasil proclamó su independencia de Portugal, y Don Pedro I se declaró Emperador. El nuevo Imperio consideró como su límite natural el Río de la Plata, incluyendo de este modo como su territorio a la Banda Oriental o República Oriental del Uruguay (ROU) con el pretexto, muy sincero probablemente, que el Imperio de Brasil necesitaba un límite natural bien visible. Con la misma idea el límite natural del Imperio no debió ir más allá del río Amazonas.
     El 25 de agosto de 1825, 33 orientales parten de Buenos Aires, liderados por el general Juan Antonio Lavalleja, incursionaron en territorio oriental dando lugar a una exitosa rebelión contra el Brasil, que puso fin a la Provincia Cisplatina. Se forma un gobierno provisional presidido por Lavalleja (considerado después líder del partido blanco), y en agosto la Banda Oriental proclamó su separación del Imperio del Brasil y su incorporación a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por este hecho Brasil declaró la guerra a Buenos Aires, pero fue derrotado por una coalición de argentinos y uruguayos en la decisiva batalla de Ituzaingó, el 20 de febrero de 1828. El Brasil empezó a prepararse mejor para reivindicar la derrota. El año siguiente, cuando la guerra por la posesión del Uruguay estaba a punto de reanudarse, intervino enérgicamente Gran Bretaña que puso fin a la disputa entre la Argentina y el Brasil por la Banda Oriental.
     El 27 de agosto de 1828 una asamblea, patrocinada por el Reino Unido, resolvió que la Banda Oriental no sería ni de la Argentina ni del Brasil, sino de los uruguayos que serán los dueños de sus destinos. De este modo nació la República Oriental del Uruguay (ROU) y se constituyó en Estado tapón entre sus dos poderosos vecinos. No obstante, Brasil no se resignó a perder la provincia Cisplatina, pero Inglaterra estaba decidido a protegerla. Ante este insalvable obstáculo, el Imperio cambia de estrategia; en vez de recuperar la Cisplatina con el uso de la fuerza, se decidió por el empleo de la diplomacia de prestigio. Lo que significa, que en vez de ser considerado como enemigo sea mirado como protector de las independencias de Paraguay y de Uruguay. Así “el Brasil se irguió ante el mundo como inflexible campeón de la independencia, tanto del Estado Oriental como de la República del Paraguay, amenazados por Buenos Aires, cuyo sueño era la reconstrucción del antiguo virreinato”[1].
     Coherente a su amigable estrategia, en 1844 el Brasil no sólo reconoció la independencia de Paraguay, sino también comisionó a Europa al vizconde de Abrantes para difundir la doctrina prevalecientes del Brasil en el Río de la Plata. Respecto a la nueva actitud del Imperio, el historiador paraguayo, Efraín Cardozo, hizo el siguiente comentario: “El gobierno imperial juzga que es su deber que no puede prescindir, mantener la independencia e integridad del Estado Oriental del Uruguay y contribuir para que la República del Paraguay continúe siendo libre e independiente”[2] Con esto el Brasil anunciaba al mundo que no permitirá la incorporación ni del Uruguay ni del Paraguay a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, el presidente de esta República, general Juan Manuel de Rosas, no cejaba en su empeño de reincorporar a las dos mencionadas naciones y restaurar de este modo el Virreinato del Río de la Plata. Entonces, para neutralizar la ambición del general Rosas, a instancia de Brasil se conformó una coalición de fuerzas entre Brasil, Corrientes, Uruguay y Entre Ríos. Esta fuerza puso fin a la ambición de Rosas en la batalla de Caseros, cerca de Buenos Aires, el 3 de febrero de 1852. Paraguay, a pesar de ser invitado brilló por su ausencia.




[1]     Efraín Cardozo, “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata”; Librería del Plata, Buenos Aires, 1961. Pág. 20.
[2]     Ídem, Pág. 21.

Sección 2. Introducción II

     Desde 1852 el Imperio del Brasil reclamaba al gobierno del partido blanco uruguayo para que tomen medidas contra las autoridades locales por la arbitrariedad a la que tenían sometidos a los ciudadanos brasileros asentados en el territorio Oriental. Como las autoridades uruguayas hacían caso omiso a las reclamaciones del gobierno imperial, el 4 de agosto de 1864 el Imperio del Brasil presentó al gobierno uruguayo un ultimátum en la que le exigía si dentro de las 72 horas no dan satisfacción a las solicitudes del Emperador, el imperio del Brasil hará uso de las represalias. El gobierno del partido blanco uruguayo indignado devolvió el documento al ministro especial del Brasil en el Río de la Plata, José Antonio Saraiva. A la sazón el gobierno de la República Oriental del Uruguay, en adelante la ROU o la Banda Oriental o el Uruguay, estaba enfrentando la rebelión militar del líder del partido colorado, el general Venancio Flores, que amenazada derrocar el gobierno blanco.
     El 30 de agosto de 1864, el presidente de Paraguay, general Francisco Solano López remite al gobierno imperial una amenazante nota que en su parte sustancial decía, si el Brasil invade territorio Oriental, el gobierno de Paraguay considerará ese hecho como causa de guerra entre el Brasil y el Paraguay.
     El 12 de octubre de 1864, como mera provocación al general López, una brigada de caballería del ejército del general João Propicio Mena Barreto, bajo el mando del brigadier José Luis Mena Barreto, parte de Piraí Grande, provincia de Río Grande del Sur, atraviesa la frontera brasilera-uruguaya y se dirige sobre Villa de Melo, capital del departamento de Cerro Largo, fronterizo con la provincia brasilera de Río Grande del Sur, con el objeto de apoyar las reclamaciones de los brasileros residentes en la parte norte del territorio de la República Oriental del Uruguay (ROU). Luego de dos días de marcha a caballo alcanza la citada localidad y expulsan a las tropas del gobierno del partido blanco uruguayo. Terminada la tarea, la brigada brasilera retorna a Piraí Grande, reintegrándose de este modo al ejército de Río Grande del Sur, en espera de la reacción del gobierno paraguayo al conocer que su provocativa nota del 30 de agosto de 1864, ha sido ignorada por el gobierno imperial.
     Señalemos que en aquel entonces el general López ya contaba con un magnífico ejército de casi 80.000 hombres y una respetable escuadra naval. En tanto que el Brasil sólo disponía de un ejército de 18.000 hombres y la Argentina 6.000.
        Esta era la situación cuando aparece con todo ímpetu, respaldado por un gran poderío militar, la República del Paraguay, exigiendo participación en las cuestiones regionales y amenazando al Brasil. Nadie prestó atención a la amenaza del presidente paraguayo, general Francisco Solano López, porque nadie esperaba que el pequeño Paraguay que vivía aislado de sus tumultuosos vecinos abandone su tradicional política de no inmiscuirse en las cuestiones internas de los vecinos, impuesta por los presidentes anteriores, el Dr. Francia que gobernó por 26 años, y Carlos A. López por 20.
     La República Argentina y el Imperio del Brasil se mostraron indeciso para creer que la amenaza del presidente paraguayo sea seguida por la acción, por ello, tal vez, la recibieron con total indiferencia. En tanto que la prensa del Río de la Plata y del Brasil consideraron la declaración del general López como simples bravatas; y esto, a pesar de que el gobierno paraguayo se hallaba en pleno empeño en formar un ejército sin par en América del Sur. Además, perfeccionaba la fortaleza de Humaitá, acumulaba armamentos, organizaba una respetable escuadra, e incluso, empezaba a fabricar algunos cañones y utensilios para las unidades de caballería a la que la prensa de Buenos Aires, con sarcasmo, la denominó la "Talabartería de López".
     Nadie pudo vislumbrar la magnitud del peligro, salvo pocas personas muy despiertas pudieron vaticinar el futuro, viendo en la actitud de Solano López un plan de grandes proporciones, tales como romper el aislamiento y recrear lo que intentó en vano llevar a cabo el prócer oriental, general José Gervasio Artigas, entre 1811 a 1820: instituir una alianza política de amplio espectro con Corrientes, Entre Ríos, Uruguay y el Paraguay, por supuesto, bajo la férula del general Solano López.
     Con la intimidatoria nota del 30 de agosto de 1864 y la captura del barco brasilero “Marqués de Olinda” el 12 de noviembre de 1864 en Asunción, ya no quedaba otro modo de resolver el conflicto de la República Oriental, sino con la guerra. Solano López consideró como declaración de guerra al Paraguay los siguientes motivos: 1) la breve ocupación de Villa de Melo por un destacamento brasilero; 2) las represalias del Brasil contra el Uruguay; y 3) buscar destruir el equilibrio de poderes en la región. En verdad, ninguna de las tres pueden ser causas de guerra excepto cuando se la desea. Lo más conveniente para la nación paraguaya que el gobierno del general López podría haber hecho era tomar represalias contra el Brasil y no declarar la guerra.
        Después de un mes de la incursión de tropas brasileras hasta Villa de Melo, ya no hubo duda de que el general López no amenazaba en vano. Apresó el barco brasilero “Marqués de Olinda” con toda la tripulación, pasajeros y cargas que llevaba. Luego de cinco semanas de esta acción, fines del mes de diciembre, el general López comienza a embarcarse en una colosal saga épica, invadiendo la provincia brasilera de Mato Grosso. Además, el gobierno argentino respondió negativamente a la solicitud del presidente paraguayo para que permita el tránsito de tropas paraguayas por la provincia argentina de Corrientes, a fin de atacar al Brasil. La negativa del gobierno argentino, el general López la toma como insulto al Paraguay y también le declara la guerra, e inmediatamente procede a invadir la provincia argentina de Corrientes. Es notorio que el presidente paraguayo quería la guerra porque fue persuadido por el gobierno del partido blanco uruguayo, que el Paraguay tenía condiciones para empeñarse en una guerra contra el Brasil y la Argentina juntos; y que al cruzar con su ejército las fronteras de ambos países agitando su pendón de guerra, Corrientes, Entre ríos y el Uruguay le acompañarían. La errónea apreciación de las situaciones política, militar y potencial de guerra de los dos poderosos vecinos llevó al Paraguay a un dramático e inútil holocausto.
     PRÓXIMA SECCIÓN, “Conceptos de legítima defensa y represalias”.



                                                        CAPÍTULO II
LA INTERVENCIÓN DE BRASIL EN LAS CUESTIONES INTERNAS DEL URUGUAY

                                    Sección 1. El general Artigas[1]
      Escribió José María da Silva Paranhos en nota a la obra de Schneider, “cuando el 25 de mayo de 1810 se inició la revolución en Buenos Aires, gobernaba Montevideo el general español Elío en lucha contra la junta gubernativa de Buenos Aires creada por la revolución del 25 de mayo. Los orientales, y con ellos el general José Gervasio Artigas, reconocían aún la autoridad del gobernador español. Artigas en ese tiempo era capitán al servicio de España. Por desavenencia con el jefe de su regimiento partió para Buenos Aires, donde los revolucionarios se hallaban preparando dos expediciones:
1)     Una contra los españoles de la Banda Oriental;
2)     La otra contra el Paraguay, porque no se adhirió a la Revolución de
       Mayo de 1810.
        Al ausentarse Artigas de Montevideo, el coronel Pedro Vieira, brasilero, establecido en la Banda Oriental, se apoderó de la ciudad de Mercedes,[2] reconociendo al comandante Benevides como la autoridad del gobierno de Buenos Aires. De este modo empieza la revolución de los orientales contra la metrópoli. Artigas fue bien recibido en Buenos Aires, incluso ascendido a coronel, y asumió el mando de las fuerzas revolucionarias con la misión de someter a la Banda Oriental. Después el general José Rondeau, al frente de las tropas argentinas, se unió al caudillo uruguayo y sitiaron en 1811 a los españoles en Montevideo. El general español Elío pidió refuerzo al gobierno de Río de Janeiro, don João VI, entonces era príncipe regente. Este recelando que la insurrección de los orientales se extendiera a la frontera del Brasil, e influido por su esposa, la princesa española, después reina, doña Carlota, ordenó al gobernador y capitán de Río Grande del Sur, Diego de Souza, que proceda a invadir la Banda Oriental.
        En julio de 1811, en cumplimiento de la orden de don João VI, el general Diego de Souza deja en Misiones al coronel Chagas Santos, en Cuarehin al coronel Thomas da Costa y en San Diego al coronel Mena Barreto. Seguidamente, penetró en la Banda Oriental al frente de dos divisiones de 1.500 hombres cada una y se apoderó de Santa Teresa, y prosiguió sobre Maldonado. Al llegar a esta localidad, se entera que Elío concluyó un armisticio con los independentistas. Entonces, Las tropas argentinas se retiraron para Buenos Aires, y Artigas al frente de los orientales fue con sus tropas a acampar en la margen derecha del Uruguay. Desde este lugar Artigas reinició las hostilidades contra los españoles.
        La actitud de Artigas obligó a Diego de Souza a marchar a su encuentro, atravesó la campaña y cruzó el río Negro hasta alcanzar Paysandú. Por todas partes fue victorioso. En medio de este triunfo fue que a don Diego de Souza  le sorprendió el armisticio celebrado en mayo de 1812 por el enviado británico, Rademaker. El gobierno inglés consiguió modificar la política intervencionista del gobierno de Río de Janeiro en la Banda oriental. De manera entonces, las tropas luso-brasileras se retiraron a la frontera, los independentistas bajo el mando del general Alvear volvieron a pasar el río Uruguay, y en 1813 sitiaron de nuevo Montevideo, apoderándose de la plaza mediante una capitulación de los españoles.
        Fue durante el sitio de Montevideo que el general Artigas proclamó el objetivo de su lucha: la independencia absoluta de la Banda Oriental de cualquier otro poder. A partir de ese momento, José Gervasio Artigas, que fuera capitán al servicio de España, agitando su pendón de libertad se declaró abiertamente por la independencia de la Banda Oriental y derrotó a las tropas realistas mandadas para sofocar la revolución emancipadora, declarando además la separación del nuevo Estado del gobierno de la junta de Buenos Aires. Con su proclamación, Artigas rompió definitivamente con Buenos Aires. El prócer oriental, después de duras luchas logró expulsar de la Banda Oriental a las fuerzas argentinas, quedando él como señor absoluto no sólo de la Banda Oriental sino también de las provincias de Entre ríos y Corrientes.
        Referente a Artigas escribió Paranhos: “las tropas de Buenos Aires fueron constantemente derrotadas por Artigas desde 1813 hasta 1815, y mismo después. El gobierno argentino intentó varias veces llegar a un acuerdo con el brioso caudillo oriental, pero este siempre rompió las negociaciones”.
        El gobierno de Buenos Aires tampoco tuvo éxito en el Paraguay a donde envió una expedición bajo el mando del general Belgrano[3] en 1810, que fue derrotada en la batalla de Paraguarí, 60 Km., al sureste de Asunción. De manera que, tras la independencia, el vicereinado del Río de la Plata quedó desunido.
        El Paraguay se separó, y se aisló completamente de los pueblos vecinos bajo la dictadura del Dr. Francia, y la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes, formaron una confederación independiente bajo la férula del general Artigas que adoptó el título de “Jefe de los Orientales y Protector de los pueblos libres”.
        Artigas se enfrentó al gobernador español de Montevideo (sitio de 1811) y al gobierno centralista de Buenos Aires (1814 – 1820), exigiendo un régimen federal en el antiguo virreinato.
         La corte portuguesa se hallaba en Río de Janeiro cuando se dio la intervención armada luso-brasilera de 1816. Artigas hizo enorme esfuerzo para detener y expulsar la invasión, sin embargo, nada pudo hacer ante la superioridad de los invasores. No obstante, le hizo frente en varios combates que le dejó muy debilitado. Por este motivo, el legendario prócer oriental ya no podía recuperarse sin el apoyo de Entre Ríos y Corrientes.
        El gobierno del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve[4] se aprovechó de las disensiones intestinas para intervenir en el Uruguay. A veces llamado, a veces rechazado por los diferentes partidos de la Banda Oriental. Acerca de ese punto dice Paranhos, “el 20 de febrero de 1817 ocupó el general Lecór la plaza de Montevideo al frente de un ejército de 4.550 portugueses y 920 brasileros. El grueso de las fuerzas brasileras (2.500 hombres a las órdenes del general Curado y 600 a las órdenes del general Chagas) defendían las fronteras de Misiones y de Quarehim. La intervención de 1816 tuvo por fin ocupar la Banda Oriental y destruir el poder de Artigas que se volvió un vecino bastante molesto. Lecór solo entró en Montevideo después de las victorias alcanzadas por las tropas brasileras de Curado y Chagas Santos en San Borja y Arapey”.
        El 4 de enero de 1817 se produjo el combate de Catalán. Esta fue la más reñida, y en la cual el marqués de Alegrete y Curado al frente de 2.500 hombres derrotaron a 3.400 de Artigas dirigido por Latorre. En ese y otros combates sostenidos en las fronteras de Cuarehin y de Misiones, los brasileros fueron atacados por 7.000 orientales, entrerrianos y correntinos, a las órdenes del general Artigas. Los brasileras derrotaron a las tropas aliadas causándoles más de 2.500 muertos y heridos, y 521 prisioneros. La pérdida sufrida por los brasileros fue de 207 muertos, 348 heridos y 3 prisioneros.
        Al ejército brasilero de Lecór, que en aquel entonces invadió por las fronteras de Santa Teresa y de Cerro Largo se enfrentó a las tropas al mando de los coroneles Fructuoso Rivera con 2.000 hombres y Fernando Ortogués con 1.500. Rivera fue completamente derrotado en India Muerta (19-Nov-1816), en tanto que Ortogués emprendió la retirada Hasta su entrada a Montevideo (20-Ene-1817) el ejército de Lecór causó a esos dos jefes 370 muertos, y 140 prisioneros, los luso-brasileros tuvieron 270 hombres fuera de combate.
        La guerra se prolongó hasta 1820, porque Artigas seguía dominando la campaña. En 1818 las fuerzas brasileras fueron aumentadas: Curado penetró por el Cuarehim hasta Paysandú con 2.600 brasileros, Sebastián Pinto con 1.000 brasileros por la frontera de Jaguarón. Nuevos combates se trabaron ese año y el siguiente, tanto en la Banda Oriental como en Entre Ríos, Corrientes y Río Grande del Sur.
        El 22 de enero de 1820, finalmente Artigas fue completamente derrotado en la batalla de Takuarembó por las tropas brasileras dirigidas por los generales conde de Figueira, José Abreu y Correa da Cámara, y muy debilitado se retiró para Entre Ríos. 
          Aquí, el gobernador, general Ramírez, segundo de Artigas, se reveló contra él, y después de tres meses de lucha Artigas fue vencido en “Tunas”, a 90 kilómetros de Montevideo, lo que le forzó al gran prócer oriental a buscar refugio en el Paraguay con dos centenares de soldados de color. El Dr. Francia lo acogió y lo mandó vivir en el pueblo de Kuruguty, 300 Km., al noreste de Asunción, capital de Paraguay. A partir de ese momento la Banda Oriental quedó completamente pacificada.
          Artigas nació en Montevideo en 1764 y murió en Asunción en 1850. Es considerado fundador de la nacionalidad uruguaya. Luchó contra el gobernador español de Montevideo y contra el gobierno centralista de Buenos Aires desde 1814 hasta 1820, exigiendo un régimen federal en el antiguo virreinato. En 1816 se enfrentó a la invasión luso-brasilera hasta su derrota en la batalla de Takuarembó.




[1] General José Gervasio Artigas, fundador de la nacionalidad uruguaya, nació en Montevideo en 1764, y murió en Asunción – Paraguay, el 23 de setiembre de 1850.

[2] Mercedes se halla al noroeste de Montevideo y próxima a la desembocadura del río Negro al Uruguay.
[3] Manuel Belgrano, militar y político argentino, nació en Buenos Aires en 1770 y murió en 1820. Fue miembro activo del movimiento independentista, participó en la primera junta de gobierno (1810) y fue el creador de la bandera argentina. Condujo varias operaciones militares.
[4] Algarve es una región que constituye el extremo meridional de Portugal y actualmente se la denomina distrito de Faro. El gobierno colonial en el Brasil cesó en 1808 con la llegada de la familia real. El principado de Brasil fue elevado a la categoría de reino por Carta de Ley del 16 de diciembre de 1815.    


 el jueves 28-Jul-2016
Sección 2. La Cisplatina
        En 1820 el gobernador portugués, general D. Alvaro de Macedo, incorporó la Banda Oriental como provincia del Brasil, y le dio el nombre de la Cisplatina. Desde aquel entonces se establecieron fazendeiros brasileros en el norte del país donde con sus criados, troperos y pastores conformaron una próspera región ganadera de ciudadanos descendientes de portugueses.
        El 16 de julio de 1821 se reunió en Montevideo un congreso de diputados con el fin de decidir sobre la disyuntiva de constituirse en estado independiente o unirse al Imperio del Brasil. Luego de un acalorado debate  que se prolongó hasta el 31 del mismo mes, resolvieron -contra la oposición de los diputados de los pueblos del interior- por amplia mayoría la incorporación de la Banda Oriental al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, bajo la denominación de “Provincia Cisplatino”[1].
        En 1822, el Brasil se independizó de Portugal, sin embargo, la guarnición de Montevideo se mantuvo leal al reino de Portugal y Algarve. Los fazendeiros del norte apoyaron a los brasileros en su intención de hacer rendir a la guarnición portuguesa de Montevideo sitiando la ciudad, sin embargo, la mayor parte de los ciudadanos de los pueblos rurales no simpatizaban con la incorporación del país al Imperio del Brasil, llegando hasta solicitar el apoyo de Buenos Aires.
        El Emperador no quiso abandonar una provincia anexada, de manera que en diciembre de 1823 por un decreto imperial declaró la Cisplatina unida al Imperio. Firmaron el acta del 17 de octubre de 1822 en la cual consta la declaración de D. Pedro I como Emperador del Brasil los siguientes oficiales uruguayos: tenientes coroneles Juan Antonio Lavalleja,  Fructuoso Rivera, Bernabé Saenz, Julián Laguna, Bonifacio Calderón, Manuel Lavalleja, Bernabé Rivera, Servando Gómez, y algunos más.
          José María da Silva Paranhos, en nota a la obra de L. Schneider, nos aclara lo acontecido: “En 1822 proclamada la independencia del Brasil, en la Banda Oriental se separó las tropas brasileras de las portuguesas. Lecór, al frente de las tropas brasileras puso sitio a la ciudad de Montevideo, donde se hallaban los portugueses comandados por el general D. Alvaro de Macedo. Una división naval partió de Río de Janeiro para bloquear el puerto de aquella ciudad, y repelió el 23 de octubre de 1823 a la escuadrilla portuguesa”. Durante esta lucha militaron al lado de los portugueses muchos orientales partidarios de la unión con Buenos Aires como el coronel Manuel Oribe, futuro fundador del partido blanco. Varios partidarios de la unión con el Brasil sirvieron a las órdenes de Lecó, comandante de la fuerza brasilera; entre estos figuraba el coronel Fructuoso Rivera que se convertirá en fundador y líder del partido colorado.
        18 de noviembre de 1823 retirada de las tropas portuguesas de Montevideo. Presionado por tierra y por agua por las fuerzas brasileras y sabiendo que las tropas portuguesas ya habían evacuados los puntos que ocupaban en Brasil, el comandante de las tropas portuguesas, general D. Alvaro de Macedo resolvió negociar, luego se embarcó con sus tropas para Portugal. Lecór al frente del ejército brasilero hizo su entrada en Montevideo el 14 de febrero de 1824. D. Pedro I ya había sido proclamado Emperador por los pueblos de la campaña y desde entonces quedó la Banda Oriental formando una de las 19 provincias del nuevo Imperio del Brasil bajo la muy apropiada denominación de provincia Cisplatina.

Sección 3. Antecedentes de la guerra de la Argentina con el Brasil
(Para el jueves 28-Jul-16)
        Los descendientes de los portugueses y españoles tenían idioma, costumbres y usos diferentes. O sea, cada nación siempre quiere mantener su propia costumbre. Por consecuencia, en Montevideo y varios pueblos de la campaña cada día crecía el interés por separase del Brasil y unirse a la Argentina. Como esta no tenía capacidad para ayudar a los orientales, entonces, en son de represalia, resolvió no reconocer a D. Pedro I como Emperador del Brasil, poniendo como condición que lo reconocería cuando sea restituida la Banda Oriental a la República Argentina. D. Pedro I rechazó el reclamo.
       En 1823 el gobierno de Buenos Aires envió a Río de Janeiro al ministro de Relaciones Exteriores (RR EE), Valentín Gómez, para formular al gobierno del Imperio del Brasil una demanda de restitución de la Banda Oriental. El 6 de febrero de 1824 el ministro de los negocios extranjeros del Imperio, Cavalho y Mello, respondió al reclamo de la Argentina, declarando que el gobierno Imperial de ningún modo se desprendería de la provincia Cisplatina.
         El 7 de diciembre de 1824, el cabildo de Montevideo, considerando que con solo dar un vistazo al mapa se podría concluir que geográfica, comercial y económicamente está señalada por la misma naturaleza la unión de la Banda Oriental al Brasil. Consecuentemente, el cabildo de Montevideo dirigió su resolución al Emperador. En este mismo año el monarca declaraba al gobierno de la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata[2], “que habiendo la Cisplatina espontáneamente declarado por la incorporación al Brasil, no podía tomar en consideración cualquier reclamo de potencias extranjeras”. Esta declaración provocó una reacción hostil de la Argentina, y ante el congreso reunido, declaró el presidente de Las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gregorio de Las Heras[3], que la incorporación de la Banda Oriental al Brasil constituía, “una usurpación realizada por deshonestos artificios, y bien disfrazada con la capa de la legalidad”. No obstante, no se pasó de este incidente parlamentario, porque el nuevo presidente de la República de las Provincias Unidas, Bernardino Rivadavia, no ignoraba que el Emperador emplearía todas las fuerzas para conservar la Cisplatina; en tanto que la Argentina aún no estaba en condiciones para sostener una guerra contra el Brasil.
        PRÓXIMO ARTÍCULO: La guerra entre la Argentina y el Brasil por la Cisplatina.

ADVERTENCIA. ¿Porqué nos extendemos tanto sobre los conflictos del Uruguay? Por dos motivos: 
1) Porque los grandes historiadores-filósofos aconsejan que para narrar un hecho histórico es preciso partir de lo más lejos posible. Porque ayuda mucho para una correcta interpretación.
2) Porque los conflictos políticos del Uruguay fueron los que encendieron la mecha que explosionó la guerra de la Triple Alianza.




                                             Lunes 1-Ago-2016
                                   Sección 4. La guerra por la Cisplatina
        Antes de la independencia de Brasil de Portugal en 1822, el teniente coronel uruguayo Juan Antonio Lavalleja, que prestaba servicio en la guarnición portuguesa de Montevideo fue preso por conspiración y desterrado. Se asiló en Buenos Aires.
        El 19 de abril de 1825 Lavalleja partió de Buenos Aires en una embarcación fluvial con 32 compañeros (“Los 33 Orientales”) para empezar la lucha promovida por Buenos Aires con el fin de rescatar la Banda Oriental del poder del Imperio del Brasil. El pequeño grupo de patriotas fue a desembarcar unos kilómetros aguas arriba de Colonia del Sacramento, en el lugar conocido por Arsenal Grande o Rincón de las Gallinas, junto al Puerto de las Vacas, donde les esperaban dos centenares de patriotas.
        El 23 de abril de 1825, luego de algunos choques de patrullas con puestos avanzados del destacamento de Julián Laguna, oriental al servicio del Brasil, los independentistas ocuparon San Salvador. Luego de esta acción, Laguna y sus tropas, todos uruguayos, se plegaron a la revolución.
        El general Lecór, comandante en jefe del ejército brasilero en la provincia Cisplatina, ordenó al coronel Fructuoso Rivera para marchar contra los independentistas. Rivera aparentó cumplir la orden y partió de Colonia el 26 de abril con su regimiento escolta a fin de reunir las fuerzas brasileras por la campaña, sin embargo al día siguiente Rivera que ya se hallaba en combinación con Lavalleja, permitió ser cercado y tomado prisionero. Lavalleja y Rivera acordaron luchar por la independencia de la nación uruguaya, comprometiéndose Rivera, como comandante general de la campaña, la entrega de las tropas bajo su mando.
        En San José estaba el coronel brasilero Borba con 136 hombres de las milicias de Río Grande del Sur. Rivera, usando artimaña, entregó las tropas de Borba como prisioneros a la revolución. En Durazno estaba acampado un regimiento de caballería brasilera formado de orientales al mando de Ferrara que dependía de Rivera como comandante de las tropas de la campaña. Este convocó a los tres escuadrones del regimiento de Ferrara, sucesivamente, y así entregó a Lavalleja. Esta deslealtad de Rivera, que poco antes fue ascendido al grado de brigadier, causó en el gobierno imperial una mala impresión.
        Con las noticias de que las guarniciones de San Salvador, San José, Durazno y el regimiento escolta de Rivera se pasaron al enemigo, los destacamentos brasileros que estaban en Canelones, Las Piedras, Maldonado y en otros puntos cercanos se replegaron para Montevideo. Toda la población de la campaña apoyó la lucha por la independencia y los varones aptos corrieron a alistarse en el ejército revolucionario de Fructuoso Rivera y Juan Antonio Lavalleja.
        Paranhos comenta sobre la lucha contra la revolución: “El 4 de mayo de 1825 Lavalleja se presentó en las proximidades de Montevideo, y el día 9 siguió para Durazno a fin de organizar a los voluntarios que se presentaban de todos los puntos. Con las excepciones de Montevideo y Colonia, donde se mantenían los generales Lecór y Rodríguez leales al Brasil, así como en Mercedes, al noroeste de Montevideo y Cerro Largo, fronterizo con Río Grande del Sur, donde teníamos pequeñas guarniciones, y  también Salto (sobre el río Uruguay) donde se hallaba el general Sebastián Barreto con algunas tropas; todo el resto del país estaba dominado por la revolución. El 13 de mayo los independentistas empezaron a poner sitio a Colonia. En Junio ya disponían de 3.500 hombres, y recibían todos los días de Buenos Aires armamentos, municiones y refuerzos de gente”.

                                           Lunes 1-Ago-16
                   Sección 5. Proclamación de la independencia del Uruguay
        El 27 de abril de 1825, Fructuoso Rivera y Juan Antonio Lavalleja proclamaron la independencia de la Banda Oriental, induciendo a la rebelión de todas las tropas orientales. Los revolucionarios sin mucho esfuerzo derrotaron a los pequeños destacamentos brasileros dispersos por territorios uruguayos. En el mes de junio se instaló un gobierno provisional en Florida, y declaró a la provincia independiente de Brasil, y dispuesta a incorporarse a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata como Estado independiente.
        La fuerza brasilera que aún permanecía en la Banda Oriental a fines de mayo de1825 era: en Montevideo, 2.500 hombres; en Colonia y en Mercedes 1.000; y con el general João Propicio Mena Barreto, en Salto, 1.500 hombres.
        Según Paranhos, a quien le estamos siguiendo: “la guarnición de Montevideo era insuficiente para neutralizar el progreso de la revolución que se propagaba rápidamente. Consecuentemente, el general Lecór pidió con insistencia refuerzos a Río de Janeiro, porque también en Montevideo numerosos ciudadanos manifestaban públicamente su satisfacción por la valiente lucha que protagonizaban los partidarios de la independencia. Buenos Aires negó toda participación. Parece que el Emperador no comprendía la importancia del movimiento porque se limitó a hacer concentrar las milicias de Río Grande del Sur y ordena que invadiese la Cisplatina; sin embargo; envió una escuadra al mando del almirante Rodrigo Lobo con una división de tropas regulares contra Buenos Aires, que él consideraba el punto principal de donde proviene la rebelión. La división estaba constituida por el primer batallón de granaderos, el batallón de cazadores del Emperador, y un escuadrón de caballería, total 1.200 hombres, que a las órdenes del general Magessi, nominado segundo comandante del ejército del sur, partieron para Montevideo, escoltados por la escuadra de Rodrigo Lobo. De Río Grande del Sur marchó el general Abreu, barón de Cerro Largo, con 1.200 hombres y dirigió sus marchas sobre Mercedes, pueblo ubicado cerca del río de la Plata. Esta fuerza desembarcó en Montevideo hasta donde fue transportada por la escuadra del almirante Rodrigo Lobo, nominado comandante en jefe de las fuerzas navales en el Río de la Plata”.
        El almirante Lobo tenía la misión siguiente:
1) exigir al gobierno de Buenos Aires la desaprobación oficial de la revolución de la Cisplatina y separación de todos los militares argentinos que servían en las filas de los independentistas;
2) la más estricta neutralidad; y
3) impedir el pasaje de las embarcaciones que salían de Buenos Aires y de otros puntos de la Argentina conduciendo armas y municiones para los revolucionarios.
        El almirante desempeñó su misión con demasiado rigor que provocó que los porteños el día 20 de octubre de 1825, quebraran cristales de los bastidores de vidrieras de la casa del consulado brasilero.



                                                          (Jueves 4-Ago-2016)
                                                              CAPÍTULO III.
                                    LOS COMBATES TERRESTRES DE 1825

         Declaración del Congreso argentino y Combates del Rincón de las Gallinas y Sarandy
        A fines del año 1825 los independentistas se hallaban en posesión de casi todo el país y de todos los puntos importantes de la costa del Río de la Plata, con las excepciones de Montevideo y Colonia del Sacramento, que siendo plazas de guerra de los brasileros sólo podrían ser tomados por asedio regular. Entonces, los jefes de la revolución independentista se limitaron a un asedio terrestre.
        Al respecto a esta escribió Paranhos. “El general Abreu, barón de Cerro Largo, después de obligar al general Fructuoso Rivera levantar el sitio de Mercedes, hizo partir de ese punto al coronel Bento Manuel con 800 hombres de caballería a fin de perseguir a aquel general.
        Combate de Coquimbo (4-Set-1825). La ciudad de Mercedes también se hallaba sitiada, pero el coronel Bento Manuel logró levantar el sitio y marchó al encuentro de Rivera que se hallaba posicionado en la orilla del arroyo Coquimbo. El 4 de setiembre Bento Manuel derrotó a Rivera y luego marchó para Montevideo. Ante la derrota de Rivera, Lavalleja abandonó precipitadamente el sitio de Colonia y marchó para Durazno (al este de Fray Bentos y al norte de Montevideo), concentrando ahí todas sus fuerzas. Bento Manuel recibió en Montevideo un refuerzo de 260 hombres de caballería, y muy envalentonado por su triunfo de Coquimbo, sin orden del general Lecór partió para Minas (30 Km., al noreste de Montevideo) donde reforzó su fuerza con 350 milicianos bajo el mando del coronel. Gonçalves.
        El 24 de setiembre de 1825 una fuerza independentista sorprendió y  desbarató en el Rincón de las Gallinas a dos regimientos brasileros de 200 hombres cada uno, conducidos por los coroneles José Luis Mena Barreto y Gerónimo Gómez Jardín, que marchaban para reunirse en Mercedes al general Abreu, barón de Cerro Largo.
        El 12 de octubre de 1825, Combate de Sarandy. El impulsivo Bento Manuel recibió la noticia que Rivera y Lavalleja se encontraban a orilla del al arroyo Sarandy con 2.500 hombres. A pesar de su inferioridad numérica, sin parar mientes, el 12 de octubre de 1825, los atacó con 1.410 hombres. El orgulloso Bento Manuel sufrió un descalabro, perdió 830 hombres entre muertos y prisioneros; todos estos pasaron a formar parte de las tropas revolucionarias. Con solo 580 se marchó para Sat’Anna de Livramento (Río Grande del Sur). La pérdida de los orientales, según Lavalleja fue apenas de 31 muertos y 83 heridos. A consecuencia de ese revés, el general Abreu, barón de Cerro Largo, emprendió la retirada hacia Cuarehim (Río Grande del Sur). Mercedes fue también evacuada por su guarnición, y las tropas brasileras quedaron reducidas a las plazas de Montevideo y de Colonia de Sacramento. De este modo, los generales independentistas, Rivera y Lavalleja, quedaron como señores del resto del territorio de la Banda Oriental.
        25 de octubre de 1825, declaración del congreso argentino. El 5 de octubre se reúne el congreso de Buenos Aires en sesión para responder a las reclamaciones brasileras presentadas por el almirante Rodrigo Lobo, comandante de la escuadra imperial. El congreso de Buenos Aires el 25 de octubre de 1825 respondió a la demanda brasilera del modo siguiente: “La sala de representantes decretó la incorporación de la Banda Oriental a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, declarando nulos los convenios de unión con el Imperio del Brasil. Que admitió la antigua Banda Oriental en la Federación de la República Platina, luego que ella haya conseguido su libertad. Como consecuencia de esto el ministro de relaciones exteriores de la Argentina, Dr. Manuel J. García, remitió el 3 de noviembre de 1825 una nota al gobierno de Río de Janeiro comunicando que el congreso argentino declaró a la Banda Oriental incorporada a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y señalaba: “por esta solemne declaración el gobierno está comprometido a proveer la defensa y seguridad de la provincia oriental. Él cumplirá con su deber con todos los medios a su alcance, y por las mismas acelerará la evacuación de los dos únicos puntos militares que aún ocupan las tropas de S.M.I”. También informaba al Emperador, que el pueblo uruguayo solicitó su incorporación a la Federación del Plata; y que el gobierno argentino juzga su obligación empeñar todas sus fuerzas para que las tropas brasileras abandonen el territorio de un Estado ya independiente.
        Sin estas tres importantes victorias logradas por los revolucionarios, probablemente Buenos Aires no se hubiera animado mandar al Emperador el 3 de noviembre de 1825 la nota de proclamación de la incorporación de la Banda Oriental a la Confederación Argentina, porque esto equivalía a una declaración de guerra.
        Después del combate de Sarandy y durante el año 1826 sólo hubo combates por tierra, como dice Schneider, pequeños combates sin resultado decisivo alguno. El 7 de diciembre de 1825 los brasileros dirigidos por Bento Gonçalves, derrotaron a Ignacio Oribe en Conventos, cerca de Cerro Largo, causándole grandes perjuicios en muertos y prisioneros, tomándole muchas armas y caballos. El 31 de diciembre de 1825, en el sector de Santa Teresa, fue sorprendido por Leonardo Olivera un destacamento brasilero.
Próximo tema, Los combates navales


                                             Jueves, 4-Ago-2016
                                     Sección 7. Los combates navales
        Es bastante probable que la sublevación hubiera sido sofocada si no fuese ayudada por la Argentina. El Emperador declaró la guerra a la república Argentina en diciembre de 1825, y el mismo mes empieza el bloqueo de la desembocadura del río de la Plata por la escuadra brasilera bajo las órdenes del almirante Rodrigo Lobo. Como réplica el gobierno argentino declaró la guerra al Brasil el 3 de enero de 1826, empezando una guerra característica de América del Sur; sin ataques vigorosos ni decisivos (y generalmente con pocas bajas). Todo el año se pasó en combate de poca importancia, por lo general sostenido por las avanzadas de los ejércitos, y golpes de mano. La escuadra brasilera se apoderó de la isla Martín García, una isla que domina la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay, que juntos forman el río de la Plata. Fue ocupada en enero de 1826 por un destacamento de infantería y artillería. También bloqueó la ciudad de Buenos Aires, cuyo gobierno no pudo impedir el bloqueo con otro medio sino formar una escuadra con navíos mercantes transformados de guerra. Para comandar la improvisada escuadra argentina, contrataron al inglés Willians Brown.
        El 9 de febrero de 1826 hubo un combate naval entre Rodrigo Lobo y Willians Brown. Este se vio abandonado por casi todos sus navíos que huyeron para Buenos Aires perseguidos por los brasileros. Algunos de los comandantes argentinos fueron despedidos por el procedimiento que tuvieron en ese día. Siguió a ese hecho de armas el bombardeo de Colonia, capital del departamento de Colonia del Sacramento, por el almirante Brown y el desembarque que ahí tentó el mismo almirante en la madrugada del 2 de marzo. Pero los brasileros lograron rechazar el ataque, causando a los argentinos más de 300 muertos y prisioneros, y cuatro navíos. Los brasileros perdieron una embarcación.
        El 11 de abril de 1826 apareció Brown cerca de Montevideo con la corbeta “25 de mayo” y el navío “Congreso”, pero fue batido y perseguido por la fragata Nictheroy, comandada por Norton.
        Brown se aprovechó de la ausencia de Lobo para sorprender a navíos dispersos, atacar las plazas del litoral donde se hallaban guarniciones brasileras, y finalmente intentar, el 30 de julio, un serio ataque que fue repelido por los navíos brasileros, Brown perdió el navío almirante, y obligado a la inacción. En tanto que los imperiales apretaban el bloqueo y capturaban buenas presas.
     En enero de 1827, una cañonera perteneciente a la escuadra imperial había caído también en poder de los argentinos. El 27 de abril, la escuadra argentina intentó apoderarse por abordaje de la fragata “Emperatriz”, mas fue repelida. Perseguida después por la escuadra brasilera, encalló la corbeta de Brown en el banco Ortiz (2 de mayo), pero en el lugar no podía ser atacado por navíos enemigos. Esos fueron los combates durante el comando del Almirante Rodrigo Lobo”.
       En el mes de mayo de 1826 el almirante Pinto Guedes reemplazó a Rodrigo Lobo, sometido a un consejo de guerra por no destruir la escuadra argentina, tarea difícil, pues, Brown hábilmente aplicó la estrategia del débil contra el más fuerte, evitar combates decisivos metiéndose entre los bancos y de allí salir solo cuando la circunstancia permite dar un golpe de mano y volver al escondite. Rodrigo Lobo fue declarado no culpable.
       José María da Silva Paranhos, un privilegiado testigo, pues era ministro en misión especial del Imperio en el Río de la Plata, comenta:Como la plaza de Colonia fue atacada desde el 26 de febrero "de 1826 hasta el 13 de marzo por la escuadra argentina y por el ejército de Lavalleja, el almirante "Rodrigo Lobo hizo evacuar la isla Martín Gracía en marzo para reforzar aquella plaza. Durante el "resto del año la isla Martín García quedó completamente abandonada. El almirante Pinto Guedes, "sucesor de Lobo, pidió tropas varias veces para ocupar, pero siempre le fueron rechazadas. "Finalmente, a fines de diciembre de 1826, estando la isla desierta, el almirante Brown la fortificó, y "fue ocupada por los argentinos hasta el fin de la guerra”.
                Sigue diciendo Paranhos. “Pinto Guedes confió a Norton el bloqueo del puerto de Buenos Aires. El 23 y el 25 de mayo hubo escaramuzas entre la división Norton y la de Brown, pero viendo el jefe brasilero que el almirante argentino no dejaba su refugio de entre los bancos, ensayó un ataque el 11 de junio, en su propio acorazado de Pozos. Luego de que encallaron varios navíos brasileros se comprobó que el ataque era imposible. La acción se redujo a pequeños tiroteos sostenidos de lejos entre algunas cañoneras brasileras y la escuadra argentina. Finalmente, en la noche del 29 de junio trató Brown sorprender a algunos de los navíos avanzados de Pinto Guedes. Fue descubierto y neutralizado. Al día siguiente 30, se trabó un combate en que quedó totalmente perdida la mejor embarcación argentina, que era la corbeta “25 de Mayo”. Los otros navíos de la escuadra argentina entraron en Buenos Aires con muchas averías, y debieron su salvación a los bancos. También ese día encallaron varios navíos brasileros.
        Por el debilitamiento de la escuadra de Brown, el gobierno de Buenos Aires recurrió entonces al procedimiento de expedir patente de corso[1], que aceptaron, ansioso de riquezas, aventureros de varios países, principalmente norteamericanos, peruanos y chilenos, que llegaron a causar al comercio marítimo del Brasil ingentes perjuicios.
        Tropas del ejército brasilero ocuparon toda la costa meridional del país. Así llegaron las cosas al mes de noviembre de 1826, cuando el Emperador D. Pedro I tomó la resolución de ir al teatro de guerra para poner fin a la lucha por medio de golpes vigorosos y decisivos.
        PRÓXIMO TEMA: CAPÍTULO IV. Los combates terrestres en 1826.










[1] Patente de corso, cédula con que el gobierno de un estado autorizaba dicha campaña contra barcos mercantes de otro estado.
                                                      Mapa política de URUGUAY
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[1] Cisplatina, tiene el significado de “situado del lado oriental del río de la Plata” o sea, situado en la parte de acá del río de la Plata respecto al lugar desde donde se considera.
[2] “Entonces no se conocía aún el título de Confederación Argentina. La República de las Provincias Unidas del Río de la Plata era la denominación de la actual República Argentina.

[3] Las Heras fue presidente desde 1824 hasta principio de 1826. El 9 de febrero 1826 fue elegido presidente de la República, Bernardino Rivadavia”.                                                                              


Martes 23-Ago-2016
CAPÍTULO III (CONTINUACIÓN)
LOS COMBATES TERRESTRES - AÑO 1825

Declaración del Congreso argentino y Combates del Rincón de las Gallinas y Sarandy

Año 1825
        A fines del año 1825 los independentistas se hallaban en posesión de casi todo el país y de todos los puntos importantes de la costa, con las excepciones de Montevideo y Colonia del Sacramento, que siendo plazas de guerra de los brasileros sólo podrían ser tomados por asedio regular. Entonces, los jefes de la revolución independentista se limitaron a un asedio terrestre. Pero, el general Abreu, barón de Cerro Largo, después obligó al general Fructuoso Rivera levantar el sitio, e inmediatamente mandó de allí al coronel Bento Manuel con 800 hombres de caballería a fin de perseguir a Rivera.
        Combate de Coquimbo (4-Set-1825). La ciudad de Mercedes también se hallaba sitiada, pero el coronel Bento Manuel logró levantar el sitio y marchó al encuentro de Rivera que se hallaba posicionado en la orilla del arroyo Coquimbo. El 4 de setiembre Bento Manuel derrotó a Rivera y luego marchó para Montevideo. Ante la derrota de Rivera, Lavalleja abandonó precipitadamente el sitio de Colonia y marchó para Durazno (al este de Fray Bentos y al norte de Montevideo), concentrando ahí todas sus fuerzas. Bento Manuel recibió en Montevideo un refuerzo de 260 hombres de caballería, y, envalentonado por su triunfo de Coquimbo, sin orden del general Lecór partió para Minas (30 Km., al noreste de Montevideo) donde reforzó su fuerza con 350 milicianos bajo el mando del coronel. Gonçalves.
        El 24 de setiembre de 1825 una fuerza independentista sorprendió y  desbarató en el Rincón de las Gallinas a dos regimientos brasileros de 200 hombres cada uno, conducidos por los coroneles José Luis Mena Barreto y Gerónimo Gómez Jardín, que marchaban para reunirse en Mercedes al general Abreu, barón de Cerro Largo.
        El 12 de octubre de 1825, Combate de Sarandy. El impulsivo Bento Manuel recibió la noticia que Rivera y Lavalleja se encontraban a orilla del arroyo Sarandy con 2.500 hombres. A pesar de su inferioridad numérica, sin parar mientes, el 12 de octubre los atacó con 1.410 hombres. El orgulloso Bento Manuel sufrió un descalabro, perdió 830 hombres entre muertos y prisioneros; todos estos pasaron a formar parte de las tropas revolucionarias. Con solo 580 se marchó para Sat’Anna de Livramento (Río Grande del Sur). La pérdida de los orientales, según Lavalleja fue apenas de 31 muertos y 83 heridos. A consecuencia de ese revés, el general Abreu, barón de Cerro Largo, emprendió la retirada hacia Cuarehim (Río Grande del Sur). Mercedes fue también evacuada por su guarnición, y las tropas brasileras quedaron reducidas a las plazas de Montevideo y de Colonia de Sacramento. De este modo, los generales independentistas, Rivera y Lavalleja, quedaron como señores del resto del territorio de la Banda Oriental.
        25 de octubre de 1825, declaración del congreso argentino. El 5 de octubre se reúne el congreso de Buenos Aires en sesión para responder a las reclamaciones brasileras presentadas por el almirante Rodrigo Lobo, comandante de la escuadra imperial. El congreso de Buenos Aires el 25 de octubre de 1825 respondió a la demanda brasilera del modo siguiente: “La sala de representantes decretó la incorporación de la Banda Oriental a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, declarando nulos los convenios de unión con el Imperio del Brasil. Que admitió la antigua Banda Oriental en la Federación de la República Platina, luego que ella haya conseguido su libertad. Como consecuencia de esto el ministro de relaciones exteriores de la Argentina, Dr. Manuel J. García, remitió el 3 de noviembre de 1825 una nota al gobierno de Río de Janeiro comunicando que el congreso argentino declaró a la Banda Oriental incorporada a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y señalaba: “por esta solemne declaración el gobierno está comprometido a proveer la defensa y seguridad de la provincia oriental. Él cumplirá con su deber con todos los medios a su alcance, y por las mismas acelerará la evacuación de los dos únicos puntos militares que aún ocupan las tropas de S.M.I”.
        También informaba al Emperador, que el pueblo uruguayo solicitó su incorporación a la Federación del Plata; y que el gobierno argentino juzga su obligación empeñar todas sus fuerzas para que las tropas brasileras abandonen el territorio de un Estado ya independiente.
        Favorecido por las tres victorias obtenidas por las tropas independentistas, Buenos Aires se animó a mandar al Emperador el 3 de noviembre de 1825 la nota de proclamación de la incorporación de la Banda Oriental a la Confederación Argentina. Esto equivalía a una declaración de guerra.
        El 7 de diciembre de 1825 los brasileros dirigidos por Bento Gonçalves, derrotaron a Ignacio Oribe en Conventos, cerca de Cerro Largo, causándole grandes perjuicios en muertos y prisioneros, tomándole muchas armas y caballos.

Año 1826
        Después del combate de Sarandy y durante el año 1826, excepto la batalla de Capilla del Rosario, a orilla del río Miriñay, sólo hubo por tierra combates de poca importancia, especialmente sostenidos por las avanzadas de ambos ejércitos sin resultado decisivo alguno. El año fue  de inacción. Las tropas brasileras se reunieron en la frontera de la provincia de Río Grande del Sur, y las argentinas se organizaron en el territorio de la Banda Oriental. De uno y otro lado se hicieron apenas preparativos para reiniciar la ofensiva.
        Al empezar el año, el emperador del Brasil realizó algunos cambios en los altos mandos militares. Los mandos quedaron así: Barbacena, comanda el ejército en operaciones en Río Grande del Sur, y el general Magessi, barón de Villa Bella, el ejército de la Cisplatina, que estaba reducido a las guarniciones de Montevideo, Colonia e isla de Garrité”. Barbacena asumió el cargo el 1 de enero de 1826 en Sant’ Anna de Livramento.
        “El 9 de febrero el coronel oriental Manuel Oribe con 300 hombres derrotó cerca del cerro de Montevideo a un escuadrón de caballería de Minas comandado por el mayor brasilero Brandão. El 13 de marzo se traba cerca de Colonia un reñido combate en que Lavalleja fue repelido con grande pérdida por las tropas brasileras del general Rodríguez. El 6 de agosto, el mayor Madeiros Costa derrotó en Karaguatá a la vanguardia de Ignacio Oribe. La pérdida argentina fue de 148 muertos y heridos, y 22 prisioneros. En el mismo día el capitán Gomes Lisboa batió en Toropaso (territorio de Río Grande del Sur cerca de Uruguayana) a otra fuerza argentina, obligándola a pasar a la margen derecha del río Uruguay (Las Misiones).
         “El 31 de octubre, el coronel brasilero, Bento Manuel, penetró en territorio de Corrientes; y el 5 de noviembre obtuvo una victoria en la orilla del río Miriñay, cerca de la capilla de Rosario (al oeste de la ciudad de Paso de los Libres), al frente de la brigada de caballería del ejército de Río Grande del Sur, sobre la fuerza de los coroneles Félix Aguirre y Pedro Toribio. Los argentinos perdieron ese día 300 muertos, heridos y prisioneros, incluido entre los muertos el coronel Pedro Toribio.
        Problema en el ejército argentino, el general Fructuoso Rivera, por grave desavenencia con el general Juan Antonio Lavalleja, rompió con éste, y se vio forzado a abandonar la Banda Oriental.

1827
        El gobierno imperial no daba la debida importancia a la guerra por la falsa idea que se formaba de los recursos del gobierno argentino, amén de la oposición a D. Pedro I en las cámaras y en la prensa, que empleaban todos los medios para volver impopular la lucha, atribuyéndola a un capricho del emperador. En este año las fuerzas militares del Brasil se componían de 27.240 hombres de primera línea y más de 95.000 guardias nacionales.
        Dice Paranhos, que a pesar de la guerra con la Argentina, estaban en 1827 en las diferentes provincias del norte (Alagoas, Maceió, etc.) 16.170 hombres de primera línea. En Río Grande del Sur teníamos apenas 5.000 de primera línea y 2.000 de segunda, y en la Cisplatina (Montevideo, Colonia e isla de Garrité) 4.600 de primera línea y 300 de segunda. Total en Río Grande del Sur 6.900 hombres, incluido los milicianos, en la Cisplatina 4.950.
        El 31 de octubre, el ejército imperial reunido en la provincia de Río Grande del Sur invadió la Banda Oriental y el 20 de febrero de 1828 se hallaba frente al enemigo.
     La decisiva batalla de Ituzaingó. Después de la declaración del congreso reunido en Buenos Aires sobre la incorporación de la Banda Oriental a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el gobierno argentino sin perder tiempo mandó una división reforzada a las órdenes del general Alvear[1] a fin de cooperar con los generales Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera. Estos generales lograron con artimaña atraer al ejército brasilero a un terreno favorable para ellos, pues el lugar permitía maniobrar con la caballería, arma principal del ejército argentino. Esperaron al adversario en el Paso del Rosario (Ituzaingó).
        El ejército argentino de 11.000 hombres y 18 cañones bajo el mando del general Alvear, resolvió explotar el éxito e invadió Río Grande del Sur. En el mes de enero de 1827 cruza la frontera uruguaya-brasilera por Villa de Melo-Bagé, hollando de este modo territorio del Brasil. Barbacena estaba en Sant’ Anna de Livramento con 3.000 hombres, y el general Gustavo Brown marchaba de la villa de Río Grande con 2.000.
       Alvear hizo todo lo posible para impedir que las tropas de Barbacena se juntaran con las de Brown, de manera a batirlas por parte. Pero la rápida marcha de Barbacena neutralizó la intención de Alvear que le permitió a aquel alcanzar el arroyo de Las Palmas, donde se juntó con las tropas de Brown. El ejército brasilero de 5.000 hombres ocupó un terreno ventajoso para la defensa en la orilla del arroyo Las Palmas. Alvear observa que el sector donde los brasileros tomaron posiciones era un terreno bastante escabroso que no era favorable para maniobrar con la caballería, principal arma de su ejército. Entonces, simuló una retirada hacia San Gabriel y Valle de Santa María. Barbacena, que reforzó su fuerza con casi 1.000 hombres, sin antes obtener información del poderío del ejército argentino, resolvió realizar la persecución del enemigo en retirada.
        El día 9 de febrero Barbacena comienza la persecución, marchando como vanguardia la brigada de caballería ligera al mando del coronel Bento Manuel, con la misión de observar la dirección que llevaba el ejército argentino. Luego de varios días de marcha, la vanguardia brasilera avistó a las tropas de Alvear a cinco kilómetros de Paso de Rosario (Ituzaingó), orilla del río Santa María.
        El ejército brasilero de 5.570 hombres y 12 bocas de fuego avanza intrépidamente contra el ejército argentino de 10.000 hombres aproximadamente y 18 cañones. La caballería argentina, mejor y muy superior en número, logró desorganizar en furioso ataque a la caballería brasilera, tomando incluso tres cañones. La infantería brasilera forma en cuadro y aguantó firme el frenético ataque de los argentinos. Después de 6 horas de combate, estos se apoderaron del tren de combate de los brasileros. Ante esta situación Barbacena emprendió la retirada por Pasos de Kasekuey y San Sepé, para el San Lorenzo, salvando toda la artillería. El general Alvear en vez de ejecutar la persecución del enemigo en retirada prefirió reorganizar sus unidades y dar descanso a sus agotadas tropas. Las bajas: los brasileros perdieron 600 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Los argentinos tuvieron 300 hombres fuera de combate.
        A esta derrota en tierra le siguió otra fluvial en el río Uruguay, donde la escuadra argentina bajo el mando del almirante Willians Brown atacó por sorpresa a la escuadrilla brasilera, apoderándose de 16 navíos de guerra de los brasileros.
        Tardíamente el general Alvear resolvió explotar su victoria de Ituzaingó y de nuevo invade Río Grande del Sur. El 23 de febrero procuró sorprender en las puntas de Kamakuaná con 3.000 hombres al general João Propicio Mena Barreto, que apenas tenía 760 de caballería miliciana. Barreto hizo una brillante retirada, y en poco tiempo, por medio de constantes hostigamientos, y de marchas y contramarchas obligó al enemigo a abandonar Río Grande del Sur por Piraí Grande (Bagé)-Cerro Largo.

Año 1828
        La lucha ya le había costado a ambos países ingentes sacrificios, y reconociendo el gobierno argentino que al Brasil le sería posible prolongar la guerra, resolvió entablar negociaciones. El presidente Bernardino Rivadavia mandó a Río de Janeiro al ministro García, pacifista por naturaleza, para proponer que la Banda Oriental fuese reconocida por el Brasil como estado libre e independiente, desistiendo la Argentina de admitirlo en la Confederación. El exagerado pacifismo del ministro argentino le hizo obrar desacertadamente, al dejarse inducir por los ministros brasileros (vizconde de san Leopoldo, el marqués de Queluz y marqués de Maceió). El ministro García de manera inexplicable sobrepasó sus instrucciones de modo tan garrafal al sacrificar las pretensiones de Buenos Aires sobre la Banda Oriental en beneficio de la paz, ¡sin estipular la autonomía de este país que era su misión específica!
        Conocida en Buenos Aires el convenio firmado en Río de Janeiro por el enviado especial, Sr. García, hubo manifestaciones contra el presidente Rivadavia que obligó a éste a presentar renuncia al cargo el 25 de junio de 1827, enviando antes a Río de Janeiro una nota por la cual rechazaba la convención celebrada por García y anunciaba el proseguimiento de la guerra, que efectivamente recomenzó.
        Ofensiva y retirada del ejército argentino de RGS
        El general Alvear fue destituido, siendo Lavalleja designado como supremo comandante. El general Fructuoso Rivera invadió las Misiones en abril y mayo de 1828, sin encontrar la menor resistencia. Hecha la paz, evacuó ese territorio, pero gran número de guaraníes lo acompañó, emigrando para la República Oriental. Al mismo tiempo, el general Lecór, que reemplazó al marqués de Barbacena en el comando de las tropas brasileras, avanzaba para el noreste de la Banda Oriental, hasta el río Yaguarón, donde acampa en un llano al anochecer del día 14.
        El día 15 de abril el general Brown por orden de “Lecór, ataca el campamento del general Julián Laguna y del coronel Latorre en el arroyo de Las Cañas. Ambos jefes sorprendidos, de modo apresurado emprendieron la retirada dejando algunos muertos, 21 prisioneros, bagajes y muchos caballos. Fueron incendiados los dos campamentos. El general argentino Paz, que ya marchaba sobre la villa de Río Grande, al recibir esa noticia vuelve hacia atrás.
        El 23 de abril una escuadrilla brasilera de tres cañoneras (Takuarembó, Valerosa y Vigilante), bajo el mando del teniente segundo de marina Souza Juqueira ataca y destruye a la flotilla argentina, compuesta de la cañonera Lavalleja, cinco yates y embarcaciones pequeñas, en la barra de San Luis (Laguna Mirin) bajo el mando del mayor Silva que quedó prisionero. De éste modo terminó la invasión del ejército argentino a la provincia brasilera de Río Grande del Sur”.
        Con esto prácticamente terminó la guerra. Las naciones marítimas protestaron contra el bloqueo del Río de la Plata por la escuadra brasilera, llegaron a demostraciones muy serias, como por ejemplo, el aparecimiento en el puerto de Río de Janeiro de una escuadra francesa bajo el mando del almirante Roussin. Siendo también la guerra antipática al pueblo brasilero, se vio el Emperador al final coaccionado a aceptar propuestas de paz. Para esta resolución contribuyó el levantamiento de los batallones extranjeros el 9 de junio de 1828 que privó al Emperador de uno de sus más sólidos apoyo militar, y las perturbaciones originadas en Portugal donde D. Miguel usurpó el trono.




[1] Carlos de Alvear (1789-1852), Nació en las Misiones Orientales y falleció en Nueva York. Fomentó la revolución de 1812, conquistó Montevideo y fue nombrado director supremo en 1815, el mismo año es derrocado y exiliado al Brasil, fue varias veces ministro.




29-Ago-2016
Sección 7. Los combates navales
        Es bastante probable que la sublevación hubiera sido sofocada si no fuese ayudada por la Argentina. El Emperador declaró la guerra a la república Argentina en diciembre de 1825, y el mismo mes empieza el bloqueo de la desembocadura del río de la Plata por la escuadra brasilera bajo las órdenes del almirante Rodrigo Lobo. Como réplica el gobierno argentino declaró la guerra al Brasil el 3 de enero de 1826. Todo el año se pasó en combate de poca importancia, por lo general sostenido por las avanzadas de los ejércitos, y golpes de mano. La escuadra brasilera se apoderó de la isla Martín García, una isla que domina la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay, que juntos forman el río de la Plata. Fue ocupada en enero de 1826 por un destacamento de infantería y artillería. También bloqueó la ciudad de Buenos Aires, cuyo gobierno no pudo impedir el bloqueo con otro medio sino formar una escuadra con navíos mercantes transformados de guerra. Para comandar la improvisada escuadra argentina, contrataron al inglés Willians Brown.
        El 9 de febrero de 1826 hubo un combate naval entre Rodrigo Lobo y Willians Brown. Este se vio abandonado por casi todos sus navíos que huyeron para Buenos Aires perseguidos por los brasileros. Algunos de los comandantes argentinos fueron despedidos por el procedimiento que tuvieron en ese día. Siguió a ese hecho de armas el bombardeo de Colonia, capital del departamento de Colonia del Sacramento, por el almirante Brown y el desembarque que ahí tentó el mismo almirante en la madrugada del 2 de marzo. Pero los brasileros lograron rechazar el ataque, causando a los argentinos más de 300 muertos y prisioneros, y l destrucción de cuatro navíos. Los brasileros perdieron una embarcación.
        El 11 de abril de 1826 apareció Brown cerca de Montevideo con la corbeta “25 de mayo” y el navío “Congreso”, pero fue batido y perseguido por la fragata Nictheroy, comandada por Norton.
        “En el mes de mayo de 1826 el almirante Pinto Guedes reemplazó a Rodrigo Lobo, sometido a un consejo de guerra por no destruir la escuadra argentina, tarea difícil, pues, Brown hábilmente aplicó la estrategia del débil contra el más fuerte, evitar combates decisivos metiéndose entre los bancos y de allí salir solo cuando la circunstancia permite dar un golpe de mano y volver al escondite. Rodrigo Lobo fue declarado no culpable, por tanto fue sobreseído.
        Brown se aprovechó de la ausencia de Lobo para sorprender a navíos dispersos, atacar las plazas del litoral donde se hallaban guarniciones brasileras, y finalmente intentar, el 30 de julio, un serio ataque que fue repelido por los navíos brasileros, Brown perdió el navío almirante, y obligado a la inacción. En tanto que los imperiales apretaban el bloqueo y hacían abultadas presas.
        En enero de 1827, una cañonera perteneciente a la escuadra imperial había caído también en poder de los argentinos. El 27 de abril, la escuadra argentina intentó apoderarse por abordaje de la fragata “Emperatriz”, mas fue repelida. Perseguida después por la escuadra brasilera, encalló la corbeta de Brown en el banco Ortiz (2 de mayo), pero en el lugar no podía ser atacado por navíos enemigos. Esos fueron los combates durante el comando del Almirante Rodrigo Lobo”.
        Paranhos, un privilegiado testigo, pues era ministro especial del Imperio en el Río de la Plata comenta:Como la plaza de Colonia fue atacada desde el 26 de febrero de 1826 hasta el 13 de marzo por la escuadra de Brown y por el ejército de Lavalleja, el almirante Rodrigo Lobo hizo evacuar la isla en marzo para reforzar aquella plaza. Durante el resto del año la isla Martín García quedó completamente abandonada. El almirante Pinto Guedes, sucesor de Lobo, pidió tropas varias veces para proteger. Siempre le fueron rechazadas. Finalmente, a fines de diciembre de 1826, estando la isla desierta, Brown la fortificó, y fue ocupada por los argentinos hasta el fin de la guerra”.
                Sigue diciendo Paranhos. “Pinto Guedes confió a Norton el bloqueo del puerto de Buenos Aires. El 23 y el 25 de mayo hubo escaramuzas entre la división Norton y la de Brown, pero viendo el jefe brasilero que el almirante argentino no dejaba su refugio de entre los bancos, ensayó un ataque el 11 de junio, en su propio acorazado de Pozos. Luego de que encallaron varios navíos brasileros se comprobó que el ataque era imposible. La acción se redujo a pequeños tiroteos sostenidos de lejos entre algunas cañoneras brasileras y la escuadra argentina. Finalmente, en la noche del 29 de junio trató Brown sorprender a algunos de los navíos avanzados de Pinto Guedes. Fue descubierto y neutralizado. Al día siguiente 30, se trabó un combate en que quedó totalmente perdida la mejor embarcación argentina, que era la corbeta “25 de Mayo”. Los otros navíos de la escuadra argentina entraron en Buenos Aires con muchas averías, y debieron su salvación a los bancos. También ese día encallaron varios navíos brasileros.
        Por el debilitamiento de la escuadra de Brown, el gobierno de Buenos Aires recurrió entonces al procedimiento de expedir patente de corso[2], que aceptaron, ansioso de riquezas, aventureros de varios países, principalmente norteamericanos, peruanos y chilenos, que llegaron a causar al comercio marítimo del Brasil ingentes perjuicios.
        Tropas del ejército brasilero ocuparon toda la costa meridional del país. Así llegaron las cosas al mes de noviembre de 1826, cuando el Emperador D. Pedro I tomó la resolución de ir al teatro de guerra para poner fin a la lucha por medio de golpes vigorosos y decisivos.
        Combates de Juncal y Punta de Santiago. Paranhos escribió: “El 16 de enero de 1828 se llevó a cabo el combate naval de Juncal, entre la escuadrilla brasilera denominada de Uruguay, al mando del capitán de fragata Jacinto Roque de Sena Pereira, y la escuadra argentina al mando de Willians Brown. Los argentinos le propinó un duro castigo a los brasileros tomando 11 navíos de los 16 que tenía Sena Pereira. Otros tres fueron incendiados por los brasileros y dos consiguieron fugarse, llegando días después a Colonia. La escuadrilla brasilera estaba dispersa cuando fue atacado por Brown. Días antes (15 de enero) atacará Brown en el canal Martín García, con toda su escuadra a la división de Mariath, siendo repelido. Poco después de recibirse en Río de Janeiro la noticia del revés de Juncal y del mal éxito de la batalla de Ituzaingó, también se supo que fue poco feliz una expedición que el almirante Pinto Guedes mandó a la Patagonia al mando del comandante Sheperd.
        El día 9 de abril, animado por el éxito, el almirante Argentino intentó romper el bloqueo de la desembocadura del río de la Plata; sin embargo, su temeraria acción le costó las pérdidas de sus dos mayores navíos, lo que produjo de nuevo una pausa en las operaciones. En este año la escuadra argentina estaba muy debilitada.
PRÓXIMO CAPÍTULO: CONVENCIÓN PRELIMINAR DE PAZ DEL 27-AGO-1828.


                                              CAPÍTULO IV
                           LAS NEGOCIACIONES DE PAZ

Sección 1. El tratado
        El nuevo presidente oriental, señor Tomás Villalba, no perdió tiempo y empezó enseguida las negociaciones, creando el ambiente propicio para acordar la tan anhelada paz. Además, empezó a destituir por decreto a los ministros Antonio de las Carreras y a Susviela, envió orden al general Basilio Muñoz y al coronel Aparicio para que sin demora evacuen Río Grande del Sur, y encargó al senador Manuel Herrera y Obes a iniciar las negociaciones de paz en el cuartel general de los aliados en Villa Unión, conforme había sugerido Paranhos. El mismo presidente, con admirable entereza, se puso al frente del exaltado partido blanco para empezar las negociaciones.
        El 16 de febrero de 1865, estando Paranhos, vizconde de Río Branco, reunido en Villa Unión con Flores, Tamandaré y Mena Barreto, recibió una carta del ministro italiano, Ulises Barbolani, en la que le manifestaba su deseo de hablar con él sobre proposiciones de paz, y le solicitaba conferenciar en un navío neutral. El vizconde de Río Branco respondió “que sentía no poder prestar a los deseos del Sr. Barbolani; porque este no declaraba por quién se hallaba encargado de hacer proposiciones…”, y que la entrevista podría efectuarse, pero en Villa Unión.
        El 17 de febrero respondió el ministro italiano: Siento profundamente que por causa de la precipitación con que escribí la carta que tuve la honra de dirigir a V. Ex., en fecha de ayer, no estuviese explicado bien mis intenciones. Pensaba que V. Ex., sabía de la cesación del gobierno de Aguirre y de la nominación del señor Villalba, lo que tiene una significación muy importante en las actuales circunstancias. La comunicación que tendré la honra de hacer a V. Ex., son de parte del Sr. Villalba. Como representante de una potencia amiga del Brasil, no era por mí que yo tengo deseo de encontrarme con V. Ex., en un terreno neutral. Era solamente por considerar este gobierno junto al cual estoy acreditado, y que está infelizmente en guerra con el gobierno de S. M, el Emperador. Acepto con placer la amable invitación de V. Ex., e inmediatamente me pongo en camino para Villa Unión.
        El día 18 el señor presidente, Tomás Villalba, sospechando que parte de la guarnición y algunos líderes del partido blanco preparaban una sublevación contra su autoridad, solicitó la protección de las fuerzas navales extranjeras estacionadas en el puerto de Montevideo. Porque sólo así los exaltados blancos, partidarios de la violencia, serán contenidas porque hasta ese momento tal como informó W. G. Lettson, ministro inglés, a su gobierno: “los blancos esperaban pronto auxilio del Paraguay”. Después de obtener la autorización de Tamandaré, desembarcaron en el mismo día pero en hora de la tarde las tropas de los navíos de países neutrales.
        El 19 de febrero al amanecer, cuando los blancos vieron ocupados por elementos militares de las potencias neutrales los puntos más importantes de la ciudad, sufrieron un gran desengaño, pues le quitaron la esperanza de causar alboroto que fácilmente podría haber degenerado en sangrienta desgracia, y de este modo ganar tiempo para que llegue  a tiempo, según le hacían creer sus líderes, las prometidas tropas paraguayas y de este modo revertir el acontecimiento en desarrollo.
        La entrada al palacio de gobierno para el acto de asunción del nuevo presidente era rigurosamente controlada, y nadie era admitido sin mostrar el permiso especial otorgado. Incluso los únicos líderes del partido blanco que no escaparon fuera del país y que fueron invitados, eran los generales Diego Lamas y Díaz, que igual que los demás tuvieron que someterse a los requisitos exigidos. Al mediodía entró en la ciudad la caballería de Flores. Así terminó la larga lucha que los testarudos y arrogantes líderes del partido blanco, innecesariamente, prolongaron con diversos pretextos, entre ellos persuadir al general Solano López con engañifas, tal como que las independencias de Uruguay y Paraguay corrían peligro, incluso alimentaron la vanidad del presidente paraguayo haciéndole creer que al cruzar la frontera de Argentina o de Brasil agitando su pendón de guerra, Corrientes, Entre Ríos y Uruguay le acompañarían.
        El 20 de febrero de 1865 concluyó un convenio que fueron firmados por los siguientes: en nombre del Brasil por el ministro en misión especial en el Río de la ¨lata, José María da Silva Paranhos, futuro vizconde de Río Branco; en nombre del partido colorado por el general Venancio Flores; y en nombre del gobierno de la ROU por Manuel Herrera y Obes, representante del Sr. Tomás Villalba nuevo presidente de la república. Las principales condiciones del convenio fueron:
1.    Nominación del general Flores para gobernador provisorio hasta que en noviembre se hicieran las elecciones de los cuerpos legislativos que habían de elegir en febrero de 1866 nuevo presidente;
2.    Garantía de vida y propiedad para todos los orientales, y olvido de todos los errores políticos del pasado, siendo exceptuado de la amnistía los individuos que habían insultado la bandera brasilera y contribuido para ser incinerado los tratados;
3.    Un tribunal militar decidiría la suerte de aquellos mofadores de la bandera del Imperio;
4.    Pérdida de todas las garantías de la ley del guerrillero Basilio Muñoz y con él se procederá sumariamente, donde quiera que se lo encuentre.

Sección 2. La convención de paz del 20 de febrero de 1865.
        Nos hemos servido de la obra citada de L. Schneider, apéndice al volumen 1, página 58 para la transcripción del texto del pacto entre el Imperio del Brasil y la ROU.
        Los considerandos hemos omitido.
        Entre S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores y S. Ex., el señor D. Manuel Herrera y Obes, fueron ajustados los siguientes artículos de reconciliación y de paz, por el que toca a la disidencia entre los orientales:
        Art. 1°. Queda felizmente restablecida la reconciliación entre la familia oriental, y la paz y buena armonía entre todos sus miembros, sin que ninguno de ellos pueda ser acusado, juzgado o perseguido por sus opiniones o actos políticos y militares practicados en la presente guerra.
         Por consiguiente, desde ese momento queda en vigor la igualdad civil y política entre todos los orientales, y todos ellos en el pleno goce de las garantías individuales y derechos políticos que les confiere la Constitución del Estado.
        Art. 2°. Son exceptuados del artículo precedente los crímenes y delitos comunes, como los políticos que pueden estar sujetos a la jurisdicción de los tribunales de justicia, por su carácter especial.
        Art. 3°. Mientras no está establecido el gobierno y perfecto régimen constitucional, el país será regido por un gobierno presidido por S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores, con uno o más secretarios de estado, responsables, libremente escogidos por el mismo señor general y demissiveis ad nutum.
        Art. 4°. Las elecciones para diputados y senadores, así como para las juntas económico-administrativa, tendrá lugar en el más breve posible, y luego que el estado interno del país lo permita, no debiendo en ningún caso dejar de verificarse en la época designada por la ley.
        En ambas las elecciones se procederá por el modo y forma que las leyes especiales tienen determinado, a fin de asegurar a todos los ciudadanos las más amplias garantías para la libertad de sus votos.
        Art. 5°. Quedan reconocidos todos los grados y empleos militares conferidos hasta la fecha en que fue firmado el presente convenio.
        Art. 6°. Todas las propiedades de las personas comprometidas en la contienda civil, que tenían sido ocupadas por disposiciones generales o especiales de las autoridades contendoras, serán inmediatamente entregado a sus dueños y colocadas bajo la garantía del Art. 114 de la Constitución.
        Art. 7°. Inmediatamente después de concluido el presente convenio, todos los guardias nacionales, que se hallan en el servicio activo de guerra, serán licenciados, y sus armas recogidas y depositadas, como es debido en las reparticiones competentes.
        Art. 8°. El presente convenio se considerará definitivamente concluido y tendrá inmediata y plena ejecución, luego que conste de manera auténtica su aceptación por parte de S. Ex. Sr. D. Tomás Villalba, la cual será dada y comunicada dentro de 24 horas después de firmado por los negociadores.
        Oído por el Sr., ministro de S. M., el Emperador del Brasil al respecto de los artículos, declaró S. Ex., que el acuerdo celebrado por el aliado del Imperio no podía ser sino aplaudido por el gobierno imperial, que en él vería bases razonables y justas para la reconciliación oriental, y sólida garantía de los legítimos propósitos que obligara al Imperio a la guerra que ya felizmente cesó.
        Habiendo sido antes ofrecido al Brasil por S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores, como su aliado, a la justa reparación que el Imperio había reclamado antes de la guerra, confiando plenamente el gobierno imperial en el amigable y honroso acuerdo que consta en las notas del 28 y 31 de enero último, espontáneamente iniciado por el ilustre general que va asumir el gobierno supremo de toda la República: el representante del Brasil declaró que nada más exigía a ese respecto; juzgando que la dignidad y los derechos del Imperio quedan salvados, sin la menor quiebra de la independencia e integridad de la ROU, y de armonía con la política pacífica y conciliadora a inaugurarse en este país.
        S. Ex., el Dr. Manuel Herrera y Obes declaró que le era grato oír los sentimientos moderados, justos y benévolos que S. Ex., el señor ministro del Brasil ha expresado respecto de la Nación Oriental; que regocija reconocer que en el acuerdo contenido en las notas a las que se refería el señor ministro, y cuyas copias autenticadas le agradecía, nada hay que no sea honroso para ambas partes; y que, siendo ese acuerdo un compromiso cuya ejecución le atañe al gobierno provisorio, del cual será jefe S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores, no podía él ofrecer la menor dificultad a la celebración de la paz entre los orientales, y entre estos y el Brasil.
        Y estando todos de acuerdo en el presente protocolo, se labraron tres ejemplares que fueron firmados por los negociadores.
        Hecho en Villa Unión, a los veinte días del mes de febrero de 1865.

José María da Silva Paranhos.
Manuel Herrera y Obes.
Venancio Flores.



Un comprimido de la nota adicional al convenio del 20 de febrero
        Seguidamente, y en el mismo día, los negociadores de la paz acordaron un acuerdo reservado para satisfacer la exigencia hecha por parte del Brasil por el insulto hecho a su bandera por algunos altos funcionarios del Gobierno de Aguirre por las calles de Montevideo días antes de empezar la negociación de paz. Paranhos solicita el exilio forzoso de modo temporal de los centenares de fanáticos que participaron en el deplorable hecho.
        Sobre ese punto hace uso de la palabra el Dr. Manuel Herrera y Obes haciendo algunos comentarios sobre la incalificable acción del gobierno del partido blanco y concluye apelando a “los sentimientos de moderación del Brasil, para que no exigiese más de los necesarios para su desagravio”.
        Paranhos atendió a las consideraciones de Herrera que fue secundada por Flores, y convino que sean castigados sólo los más comprometidos que se mofaron por la bandera del Imperio del Brasil.
        Siendo aceptada la propuesta de Herrera por el ministro del Brasil, se dio por terminada la conferencia, de la cual se labró el protocolo en tres ejemplares que firmaron los tres negociadores: Venancio Flores, Paranhos y Herrera.

Sección 4. Informe del comandante de la escuadra británica
        El 22 el almirante Elliot remitió a los Lores del Almirantazgo un informe de las acciones realizadas en estos términos: Montevideo tiene motivo para agradecer al Sr. Tomás Villalba por el coraje y firmeza que él desenvolvió durante las negociaciones que trajeron la capitulación de Montevideo y restauraron la paz de este país sin las lamentables consecuencias que hubiera causado un ataque a la ciudad…Esta medida (el desembarco de tropas extranjeras) inspiró confianza y dio fuerza al gobierno y a los defensores del orden. El día 20 de febrero se firmó, por fin, las condiciones de paz, mas no eran estas generalmente conocidas, y el gobierno aún se hallaba en situación de extremo peligro y dificultad; porque se sabía que el Sr. Antonio de las Carreras, jefe del gobierno pasado, el ex presidente Aguirre, varios jefes militares, y otras personas, procuraban sublevar los ánimos, y eran de esperar movimiento sedicioso entre las tropas. En consecuencia de eso marcharon 26 hombres de las fuerzas neutrales aliadas para ocupar en la madrugada del 21 el Fuerte o casa del gobierno.
        Escribió Paranhos sobre la situación de aquel momento: “En la mañana del día 20, empezó la retirada de los blancos exaltados que se hallaban aún en Montevideo. Como se ve, con la capitulación de Montevideo el 20 de febrero de 1865, nos desembarazamos de un enemigo. Esto facilitará al Imperio del Brasil que en alianza con la República Oriental del Uruguay, concentrar los esfuerzos en la guerra de Paraguay. La alianza sólo se daría más tarde mediante la hábil dirección que el representante del Brasil (Paranhos) imprimió a los acontecimientos. Mediante las buenas relaciones con el presidente Sr. Villalba, y del partido colorado, secundado por el cuerpo diplomático extranjero, la facción exaltada a la que pertenecían Carreras, Aguirre, Vázquez Sagastume y otros, habría prolongado la resistencia, y, no disponiendo los generales Flores y Mena Barreto de tropas suficientes para tentar el asalto con probabilidad de buen éxito, sólo en marzo habría podido atacar la plaza”.
        El día 22 entraron en Montevideo la brigada de infantería brasilera bajo el mando del general Sampaio, compuesta de los batallones 4ª, 6ª y 12ª[1], el regimiento escolta del coronel Caraballo. Este estaba designado por el general Flores para recibir en su nombre el gobierno de las manos del presidente Villalba incluyendo los documentos que pudo recoger el presidente Villalba durante su breve permanencia como presidente interino de la ROU. Entre los documentos se encontró el plano de las fortificaciones de Montevideo, así como la cantidad de víveres y municiones, el número de los defensores, el número de las piezas de artillería, los medios pecuniarios, los planes ideados para arrancar más dinero a los habitantes, y la pérdida de toda esperanza de recibir auxilio por parte del general Solano López, presidente de Paraguay.
        El 23 de febrero de 1865 hicieron su entrada triunfal a la ciudad de Montevideo el general Venancio Flores, José María da Silva Paranhos y el general João Propicio Mena Barreto. El mismo día Paranhos visitó al Sr. Villalba y le declaró que el Imperio estaba satisfecho por tener la paz restituida a la nación oriental por tanto tiempo deseada; que el Brasil no quería ingerirse en las cuestiones internas de ese estado; que reconocía cualquier presidente electo constitucionalmente, y esperaba con confianza que los súbditos brasileros sería equiparados en derecho a todos los otros habitantes del país, de aquí en adelante. Agregó que, a la vista de las circunstancias embarazosas de la ROU, el Brasil aplazaba las antiguas reclamaciones de indemnización, y para no ofender el sentimiento nacional, sólo quedaría en Montevideo un batallón brasilero, marchando el resto del ejército inmediatamente contra el Paraguay, para cuyo fin el gobierno del Emperador contaba con la alianza del Estado Oriental, pues, teniendo el dictador López invadido traicioneramente la provincia brasilera de Mato Grosso, el Brasil está dispuesto a no deponer las armas hasta que aquel dictador sea expulsado de Paraguay.
        Si algo nos ha enseñado la historia de la portentosa campaña de Alejandro Magno en su conquista del Imperio de Persia es el principio que aplicó exitosamente el Imperio del Brasil en esta circunstancia: “ver a todos los enemigos como posibles aliados”.

Sección 3. Repercusiones del convenio del 20 de febrero
1)    El general Venancio Flores asumió el cargo de presidente interino de la ROU en una época muy difícil. Organizó un gabinete adecuado para cumplir del modo más conveniente, el convenio del 20 de febrero.
2)    Considerar nulo y de ningún valor el decreto del expresidente Anastacio de la Cruz Aguirre del 13 de diciembre de 1864, que había sentenciado a la hoguera los tratados celebrados con el Brasil.
3)    Prohibió la exportación de materiales bélicos o de cualquier otro auxilio directo o indirecto por parte de los habitantes de la ROU al gobierno del general Solano López.
4)    Se restableció los consulados brasileros en la ROU. Fue suspendida la misión enviada a Europa por el gobierno de Aguirre.
5)    Se expidieron las órdenes correspondientes para el apresamiento de los caudillos, general Basilio Muñoz y coronel Aparicio, y la averiguación de los hechos de que ellos y otros bandoleros eran acusados para ser sometidos a juicio.
6)    Fueron incluidos para ser enjuiciados por las injurias hechas a la bandera brasilera el exministro de defensa Susviela, el coronel Palomeque y otros.
        El general Basilio Muñoz y el coronel Aparicio, se pusieron a disposición de la justicia oriental tan pronto recibieron la orden. De este modo se restableció en la ROU la aspiración tan anhelada por los habitantes: vivir en un ambiente de orden, paz y justicia.





[1] Estos tres batallones llegaron a Cerro Corá donde acabó la GTA el 1-Mar-1870..





(9-Set-2016)
Sección 6. Brevísima recapitulación de la guerra civil de la ROU
         Asumido el poder por el general Venancio Flores, rápidamente se restauró en toda la ROU una administración regular. El general Flores mostró prudencia y habilidad al retardar la realización de la convocatoria del tribunal que debía juzgar a los autores de los asesinatos de Quinteros, del jefe guerrillero Basilio Muñoz y de los que se mofaron de la bandera del Brasil hasta que haya sido electos nuevos miembros del congreso de la nación y las pasiones enfriadas.
        En la primera semana de marzo, el general Flores organizó su gabinete, compuesto exclusivamente de colorados, y del modo siguiente:
1)    Secretaría general, coronel Dr. Cándido Bustamante (duró pocos días);
2)    Ministro de Gobierno: Dr. Francisco Vidal;
3)    Ministro de Hacienda: Juan R. Gómez, hermano del general Leandro Gómez que fuera tenaz defensor de Paysandú;
4)    Ministro de Guerra: general Lorenzo Battle[1];
1)    Ministro de Relaciones exteriores: Dr. Carlos Castro.
        Ningún periodo de la larga guerra que surgió de estas complicaciones en el Estado Oriental exige tan minuciosa consulta a la correspondencia diplomática como este comienzo lo fue, digamos así, el preámbulo o pretexto para la gran lucha que lo siguió: (GTA). Reproducimos íntegramente algunos de los documentos, omitiendo a veces las fórmulas usadas en tales correspondencias oficiales.
        De esos documentos resulta la convicción de que el Brasil no deseaba la guerra con el Estado Oriental; que fue preciso subir al poder un nuevo ministro, presidido por el consejero Zacarias de Góes (15 de enero de 1864). A éste le correspondió la dirección general de la política. La actitud enérgica que imprimió a la dirección de los negocios en una época difícil, para que en Río de Janeiro se pusiese fin a tanta indecisión. El gabinete Furtado (31 de agosto de 1865) ya halló el ultimátum Saraiva y el comienzo de las represalias. Todo el resto fue consecuencia de la insensatez del presidente de la ROU, Anastacio de la Cruz Aguirre, y de los líderes del partido blanco que intervenían en la política del gobierno oriental para servir intereses exclusivamente, no de la nación sino de su partido.
        El Emperador D. Pedro II hasta el último momento se opuso a la intervención formal en la disputa por el poder de los partidos en la ROU, y, por su moderación después de la guerra civil oriental que concluyó con el convenio de 20 de febrero de 1865, se neutralizó la hipótesis levantada, tanto en América como en Europa, que la operación militar del Brasil en la ROU tenía como objetivo la reincorporación de la exprovincia Cisplatina.
        Ciertamente, el que quedó perplejo, desconcertado por el modo que terminó la guerra civil uruguaya fue el presidente de la República del Paraguay, general Francisco Solano López: por no tener una estrategia bien definida para alcanzar un descomunal objetivo, por carecer de la habilidad necesaria para coordinar su enorme ejército con la política y la económica envueltas en la conducción de un conflicto en el momento adecuado, le agarró la indecisión. Disponía de un ejército de 80.000 hombres y una flota de guerra respetable que ya era muy difícil desmovilizar sin que en un futuro cercano se vuelvan contra él. Consecuentemente, algo debería hacer con la bomba de tiempo que tenía en las manos. No se le ocurrió mejor idea que invadir la provincia brasilera de Mato Grosso, un teatro de operaciones secundario, donde fue a perder tiempo que el gobierno del Imperio del Brasil aprovechó para movilizar su enorme potencial de guerra.[2].
        Paranhos expresó la siguiente opinión “En cuanto a la intervención de Paraguay en la lucha estamos persuadidos que podría ser evitada si el gabinete del 31 de agosto no tratase con el más soberano desdén al vanidoso dictador López, que se armaba contra la República Argentina, y ningún interés tenía en romper con el Brasil. No se trató de contrarrestar las intrigas de los agentes del gobierno del partido blanco en el Paraguay: ese fue el gran error”.

Sección 7. Un comprimido de la guerra civil de la ROU
Derribado Rosas, Urquiza fue electo presidente de la Confederación Argentina, y asumió el cargo el 5 de marzo de 1852. Pero Buenos Aires se negó a integrarla, entonces para someterla, Urquiza sitió Buenos Aires; sin embargo, una fuerza porteña bajo el mando del general Mitre lo derrotó y levantó el sitio. La guerra entre unitarios y confederados continua y Urquiza derrotó a Mitre en la batalla de Cepeda (1859), pero Mitre en la decisiva batalla de Pavón[3] en 1861 derrotó a Urquiza, y como resultado la Confederación se disuelve y la mayoría de las provincias resuelven dar su adhesión a Buenos Aires. Este acontecimiento repercutió en la situación política del Río de la Plata, especialmente sobre los partidos blanco y colorado del Uruguay. Vale decir, la unidad eventual de los argentinos lograda por el general López después de la batalla de Cepeda en 1859, Mitre la había aceptado solo para ganar tiempo y preparar un ejército mejor; esa unidad apenas duró veinte meses. Por consecuencia, la verdadera unidad de la nación argentina se consiguió y se consolidó después del triunfo de Mitre en la batalla de Pavón, aunque después aparecerán presidentes que consolidarán definitivamente la Nación Argentina.
        El historiador militar, general (argentino) Héctor Prechi, escribió en Facebook.com, el: 13-Dic-2014 con el título “La unidad Argentina”, lo que sigue: “Un día como hoy 13 de diciembre, Manuel Dorrego, gobernador depuesto de la Provincia de Buenos Aires, era fusilado en Navarrro por orden de Lavalle. Como tantos hechos trágicos que enlutaron la Argentina, algunos lo establecieron como la "medida necesaria para pacificar y unir el país" y un militar valiente, corajudo pero de poca visión lo hizo ejecutar. Nada se unió y menos se pacificó y debimos esperar hasta 1880 para que un gran Presidente como Avellaneda y un militar y estadista como Roca sí lograran unificar el país aunque no "pacificarlo".
El 19 de abril de 1863, el general Venancio Flores, líder del partido colorado, parte de Buenos Aires en una ballenera y fue a desembarcar con dos oficiales en territorio uruguayo, con el desiderátum de derrocar al gobierno del partido blanco. La rebelión del general Flores contra el gobierno del partido blanco proseguía. Para destruir los habilidosos líderes del partido blanco uruguayo pensaron, ya que el Paraguay disponía de un poderoso ejército ellos pueden utilizarlo para derrotar la rebelión de Flores e incluso arrebatar de la Argentina la isla Martín García. Con este fin, empezaron a alimentar la vanidad de Solano López, incluso hasta llegaron a convencerlo que al cruzar con su ejército la frontera de la Argentina agitando su pendón de guerra, Corrientes, Entre Ríos y el Uruguay le acompañarían. La errónea apreciación estratégica de Solano López, como veremos más adelante, llevará a la nación guaraní a un dramático e inútil holocausto.



CAPÍTULO XVIII
INAUDITA DESTITUCIÓN DE PARANHOS

Secc              1. La destitución 
        El consejero José María da Silva Paranhos, ministro en misión especial en el Río de la Plata, después de recibir por todas partes adhesiones fervorosas y merecido aplauso tributado por los habitantes de Montevideo, que por fin disfrutará de la anhelaba paz y concordia nacional, se dirigió a la embajada brasilera.
        Al respecto escribió Schneider: La extraordinaria clemencia y moderación de las condiciones del acuerdo del 20 de febrero de 1865 no agradó a algunos líderes del partido colorado, y hasta no merecieron, según parece, la aprobación de Tamandaré. Está fuera de duda que había que vengar injurias, perfidias y violaciones de toda la especie, pero conforme las instrucciones del Emperador, Paranhos debía de proceder antes de todo a desmentir la maliciosa calumnia de que la intervención brasilera en el Estado Oriental y la alianza con Flores, tan cuidadosamente evitada al principio, pero impuesta al final por las circunstancias, de ningún modo tenía por fin la reconquista de la antigua provincia Cisplatina. Antes que todo Paranhos juzgaba que nada se debía practicar que perjudicase o pareciera perjudicar la completa independencia e integridad territorial de la ROU, y los sucesos posteriores probaron el gran tino político de que dio muestra en esta ocasión el representante del Brasil.
        Acerca de Tamandaré, en nota a la obra de Schneider, Paranhos comentó que “al general Mena Barreto y a Tamandaré había remitido el borrador del convenio del 20 de febrero de 1865, los dos no objetaron ningún punto y aprobaron enteramente el acuerdo[4]. Mena Barreto por orden del día, como demostración de su aprobación, comunicó al ejército la firma del convenio. Sigue diciendo Paranhos: “Cuando se supo en Montevideo la destitución del plenipotenciario brasilero, tanto Mena Barreto como su inmediato, el general Manuel Luis Osorio, y el cuerpo de oficiales del ejército dieron una demostración pública del aprecio que les merecía el ministro Paranhos por el gran servicio que acababa de prestar, desconocido, entre tanto, por el gobierno de su país. La única desinteligencia que hubo entre Tamandaré y Paranhos, desde que éste llegó al Río de la Plata, fue porque Tamandaré quería ser  a un tiempo comandante de la escuadra, comandante del ejército y diplomático.
        En las conferencias de Villa Unión, Tamandaré creó un conflicto de jurisdicción, entendiendo que a él le correspondía y no al vizconde de Río Branco negociar las condiciones del convenio. Cedió a las razones presentadas por Paranhos, que fueron apoyados por los generales Flores y Mena Barreto. Ninguna objeción opuso a las condiciones del convenio, y apenas pidió que fuesen penados los que por las calles de Montevideo arrastraron la bandera brasilera. En efecto, en el protocolo adicional y reservado se estipuló que los autores de ese bacanal fuesen obligados a dejar el país, y que, como satisfacción se diese una salva de 21 tiros de cañón a la bandera brasilera”.
          Conviene señalar que durante la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), Tamandaré buscó por medio indecoroso reemplazar a Mitre en el comando de las fuerzas aliadas. Incluso se le atribuyó haber saboteado el ataque aliado a Curupayty[5], con el fin de desacreditar a Mitre y tomar él el mando del ejército aliado, apoyado por sus amigos políticos de Río de Janeiro.
        El gobierno de la nación argentina, y especialmente los habitantes de Buenos Aires, seguían con interés el desarrollo de la guerra interna uruguaya, por eso, cuando fue publicado el acuerdo del 20 de febrero mostraron asombro de que el Imperio del Brasil terminara el conflicto con la ROU con tan noble desinterés. Desde el momento en que el general Flores concluyó una alianza con las fuerzas brasileras, cesaron para el caudillo colorado todos los auxilios que recibiera hasta entonces de sus amigos de Buenos Aires. Es de señalar que el presidente de la Argentina, Bartolomé Mitre, no se entremetió en las negociaciones de paz, pero dio una hospitalaria acogida a los fugitivos del partido blanco, tal como la hizo antes cuando el general Flores fue derrocado por un golpe de estado, también acogió a Flores y a los colorados del mismo modo.
        La destitución de Paranhos II. El consejero Paranhos, que había sido enviado al Río de la Plata para estrechar las relaciones del Imperio con la República Argentina y poner fin a la guerra civil oriental, al mismo tiempo le incumbía auxiliar a los generales brasileros en las cuestiones diplomáticas, se convirtió, desde la marcha de Mena Barreto para Paysandú el 1 de diciembre de 1864, el árbitro de todas las deliberaciones y el alma de la guerra. Ya en Fray Bentos había tenido una conferencia con Tamandaré, Mena Barreto y Flores, dirigiéndose después para las vecindades de Montevideo; donde pudo, con gran habilidad, sacar partido de todas las circunstancias y remover las dificultades que aparecían: Habiendo ejercido una influencia benéfica, y mereciendo sus actos en Montevideo, en Buenos Aires y en toda la región del Plata, lisonjeros e imparciales aprobaciones. Por todos estos, fue grande y general la sorpresa producida por la noticia llegada de Río de Janeiro que había sido destituido y de forma asaz brusca y muy severa. El gobierno imperial, de este modo, manifestó su descontento con las condiciones del convenio del 20 de febrero de 1865. Paranhos recibió ese golpe exactamente en el medio de una fiesta brillante organizada en su honor por el nuevo gobierno de Montevideo, por el cuerpo diplomático, almirantes y cónsules de todas las naciones representadas en el Estado Oriental en señal de conformidad por el restablecimiento de la paz.
        Paranhos protestó en un manifiesto de fecha 14 de mayo de 1865, contra la desaprobación de su procedimiento y su destitución, y esta queja fue no sólo reproducida en todos los diarios de Río de Janeiro, sino también comentados en sentido favorable. Su sucesor fue el consejero F. Octaviano de Almeida Rosa. El inicio de la ardua y compleja tarea para conformar una triple alianza entre la Argentina, el Brasil y el Uruguay contra la República del Paraguay fue obra de Paranhos, que luego fue compaginado por Andrés Lamas de acuerdo a los intereses de cada una de las potencias aliadas.
        Paranhos, en nota a la obra de Schneider escribió: “Del relato del ministerio de los negocios extranjeros de 1864 extraemos lo siguiente (trecho): Con todo el gobierno imperial juzgó el convenio del 20 de febrero deficiente, por no haber debidamente atendido las graves ofensas cometidas en el último periodo de la administración Aguirre, tales como las incalificables correrías del general Basilio Muñoz y coronel Aparicio, que, mandado por el gobierno de Aguirre para ejercer actos de vandalismo contra la inofensiva población de Río Grande del Sur, después de un ataque infructuoso sobre la ciudad de Jaguarón, en sus inmediaciones cometieron los más horrorosos atentados, el insulto a la bandera nacional, y el insólito procedimiento con los prisioneros de Paysandú; que bajo palabra de honor fueron puestos en libertad por un acto generoso del jefe brasilero, recogiéndose a Montevideo empuñaron de nuevo las armas contra el Imperio.

        Sección 2. El desagravio a Paranhos.
        El Sr. Alvarenga Peixoto en un opúsculo que publicó en 1871, analiza de modo concienzudo las críticas hechas a la convención del 20 de febrero de 1865, es decir, a Paranhos, y uno por uno las invalidó. Para que el lector pueda apreciar correctamente, abajo transcribimos completo el mencionado artículo tomado de la obra de Schneider.
     “El 19 de febrero a la noche estaba concluida la negociación. El vizconde de Río Branco había invitado a Tamandaré y al general Mena Barreto para asistir a las conferencias. Tamandaré provocó entonces, en presencia del general Flores y del comisionado del presidente señor Villalba, un conflicto de jurisdicción. Declaró que el competente para tratar de la negociación era él. Desde la llegada de nuestro diplomático al Río de la Plata comenzaron los entusiastas de la guerra a propalar que la misión que él llevaba era obtener una solución pacífica, evitando el proseguimiento de las hostilidades. Tal pensamiento no tenía ni podía tener el vizconde de Río Branco, que bien sabía el estado de las cosas y conocía que había llegado el momento de dar la palabra a los cañones. Tamandaré se dejó impresionar por esos rumores y los consejos de algunos amigos que procuraron convencer de que la designación de un diplomático era una ofensa a su autoridad[6]. Fue por eso que Tamandaré, apenas tuvo noticia de la próxima llegada de la misión especial, resolvió atacar Paysandú en diciembre teniendo apenas 400 hombres de desembarque, y esa plaza contaba con 1.400 defensores. Declarando en la conferencia aludida nuestro almirante que era él el competente para tratar, el vizconde de Río Branco, con la prudencia que le es habitual, y después de hacer algunas reflexiones, le mostró sus plenos poderes, con el que el almirante se dio por convencido, diciendo que ya no se quejaba de él, pero sí del gobierno imperial. En esta escena, el procedimiento delicado del vizconde de Río Branco fue más lejos, porque acrecentó: si V. Ex., declara no estar de acuerdo por lo que yo hice, le entrego la negociación, porque en este caso mi responsabilidad, quedará salva. Yo tengo la responsabilidad, no puedo declinarla, salvo si V. Ex., no está con lo que yo hice. El almirante declaró que no, y que, a la vista de los plenos poderes, estaba convencido que al Sr. Río Branco competía dirigir la negociación.
        “Todo esto se hizo, y el almirante halló el acuerdo lo mejor posible. Cuando se divulgó la noticia de la celebración del convenio, oleadas del pueblo vinieron de Montevideo a Villa Unión para cumplimentar a los aliados. El almirante y el general en jefe estaban con el vizconde de Río Branco y el general Flores, recibiendo las manifestaciones públicas, que se traducían en explosiones de gran regocijo nacional. El día 23 entraba el ejército aliado en Montevideo. El entusiasmo de los brasileros y extranjeros en Montevideo era inmenso. El comandante en jefe de nuestro ejército, en el orden del día que publicó, dice: Nuestras reclamaciones serán satisfechas; la amnistía concedida por el ilustre general Flores no comprende los rubros asesinatos y otros crímenes comunes, por los cuales, antes o durante la guerra se señalaron a algunos de los feroces secuaces del partido blanco. Tales crímenes serán penados, porque la moral, la civilización y la justicia así lo reclaman. Las armas y la diplomacia brasilera no podían ser más felices ni más generosas en su triunfo. El Brasil entero lo ha de reconocer y aplaudir.
        En efecto, habíamos alcanzado todo cuanto se podía desear, obteniendo todas las satisfacciones como las que se debían exigir después por los excesos practicados por el gobierno del partido blanco en Montevideo. Además, conseguimos hasta promesa de indemnización por los perjuicios de la antigua guerra civil. Nuestros enemigos huían despavoridos; el gobierno que nos insultó cayó; nuestro aliado estaba en el poder; y la República Oriental declaraba la guerra al Paraguay, uniéndose al Brasil. Cuando la noticia llegó a la capital del Imperio despertó gran entusiasmo. Pero, el vizconde de Río Branco tenía, como todos los hombres que se elevan, rivales y enemigos.
        El entusiasmo por la guerra era grande en Río de Janeiro; y después de la paz, y de la cuestión inglesa (Christie), que hirió profundamente nuestras susceptibilidades nacionales, todos se dejaron tocar de él. Algunos de los más exaltados adversarios políticos del vizconde de Río Branco, que vieron con malos ojos su nombramiento y la gloria que estaba adquiriendo, explotaron hábilmente las pasiones populares, hicieron circular los más absurdos rumores, declararon deshonrosa la solución porque no se tomó por asalto la plaza, y el gobierno se dejó arrastrar por esas influencias, y por algunas cartas que recibiera del teatro de los acontecimientos[7]. Sin explicación de nuestro diplomático, sin leer reflexivamente (concienzudamente) los oficios que recibiera, sin pensar las consecuencias de su acto, el gobierno en la tarde del 3 de marzo de 1865 reemplazó a Paranhos…
       La sorpresa fue general, y el pueblo, ante un acto como ese, empezó a creer que el vizconde de Río Branco había sacrificado la dignidad del país. Al mismo tiempo numerosos artículos de origen oficial apareció en los diarios adulterando los hechos, tomando hasta responsable a vizconde de Río Branco por actos que no eran suyas, como por ejemplo, la no ejecución del bloqueo de Montevideo, que Tamandaré fuera aplazando, y que aún es peor, propalando que los atentados atribuidos a Muñoz y Aparicio quedaron impunes por el convenio del 20 de febrero de 1865.
       Felizmente en pocos días la reacción apareció, y gran número de artículos salieron a luz proclamando la deshonra del gobierno y defendiendo el convenio del 20 de febrero. Epaminondas[8] fue el primero en tomar el asunto en defensa del diplomático destituido, pulverizando uno a uno todos los argumentos que la envidia y la mala voluntad habían sugerido a los enemigos del vizconde de Río Branco. Ese notable escrito que revela profundo conocimiento de nuestras cuestiones en el Río de la Plata, produjo gran sensación e inició la obra de la justificación (redención) que más tarde el mismo negociador del convenio (Paranhos) remató brillantemente en el senado. Las acusaciones hechas por el gobierno al convenio fueron unas desmentidas por el tiempo y otras refutadas por los documentos oficiales. Las acusaciones contra Río Branco eran:
        1°. “Los atentados de Muñoz y Aparicio no estuvieron comprendidos en el convenio”. La respuesta a esa acusación está en este documento: “Ministerio de Relaciones Exteriores. Montevideo 12 de marzo de 1865. Sr. Ministro; sometida a la consideración del gobierno provisorio (Flores) las manifestaciones que S. Ex., se sirvió hacerme, relativa al procedimiento de Basilio Muñoz, S. Ex., el Sr. Gobernador, a pesar de haber dado órdenes a fin de que aquel individuo fuese traído a esta ciudad para responder sobre los hechos que se le imputan, atendiendo a los nuevos deseos manifestados por S. Ex., renueva en esta fecha las mencionadas órdenes, mostrando así la sinceridad con que quiere satisfacer las justas reclamaciones de V. Ex., sin embargo, los hechos que parecen condenar a Basilio Muñoz tuvieron lugar en territorio brasilero, y, por tanto, fuera de la jurisdicción de la República, etc. (Firmados) –Exmo. Sr., consejero José María da Silva Paranhos, etc. –Carlos Castro”. Cuando se recibió en Montevideo la noticia de la destitución del ministro del Brasil, el ministro de RR. EE de esa República, dirigió al ministro de los negocios extranjeros del Imperio la nota del 14 de marzo, en que declaraba terminantemente, que esos atentados estaban comprendidos en el artículo 2° del convenio, señalando que ya se tenía, en consecuencia de la reclamación del vizconde de Río Branco, expedidas las órdenes para la captura de Basilio Muñoz, a fin de ser esclarecidos los hechos que se le imputaban, y se torne el castigo que se mereciese. Competía sin embargo, a las autoridades brasileras presentar los documentos necesarios. Un oficio del presidente de Río Grande del Sur, único documento sobre la cuestión, hablaba apenas de la aprehensión de caballos y esclavos, no hablaba de violaciones de familias. Estos últimos atentados eran los que merecían ser penados; aquellos sólo podrían ser objeto de indemnización. Cumplía pues al gobierno imperial demostrar la existencia de esos últimos hechos, que apenas contaban de un artículo de gaceta.
     2°. “No serán punidos los prisioneros de Paysandú que habían dado palabra de no retomar armas contra el Brasil, durante la guerra”. En primer lugar, ellos nunca dieron palabra: Flores autorizó al vizconde de Río Branco hacer esa declaración. En segundo lugar, no debíamos ser menos generosos después de la paz que durante la guerra. En Paysandú donde la bandera brasilera sirvió de tapete (alfombra), donde estaban expuestas las cabezas decapitadas de nuestros soldados, se pudo dar libertad a los prisioneros. Entonces ¿por qué no se podía hacer lo mismo en Montevideo? No habiendo ellos dado su palabra en Paysandú, no se podía hacer excepción a la amnistía general. Casi toda la guarnición de la plaza, después del convenio, reconoció la autoridad de Flores y lo acompañó durante la guerra del Paraguay.-
     3°. “Quedar impune la ofensa hecha a la bandera brasilera en las calles de Montevideo”. El vizconde de Río Branco demostró, con los principios generalmente aceptados, que eso no fuera una ofensa al Brasil, pero una acción innoble, repugnante, últimos estertores (agonía) de una cólera impotente. Entretanto, ya en homenaje a los legítimos resentimientos nacionales, ya en previsión de los colores que la malevolencia podría prestar al hecho en cuestión, no quedó ello impune. Hubo una salva de 21 tiros al símbolo de nuestra nacionalidad, dada con aquel motivo por el gobierno provisorio, y los principales autores de la aludida bacanal, conforme se ha estipulado en protocolo reservado fueron obligados a salir del país, quedando prohibidos de regresar al suelo natal, en cuanto la otra cosa no fuese ajustada entre el gobierno imperial y el de la República.
         No era posible dejar de hacer distinción entre la cuestión interna y externa. En la interna no podíamos intervenir directamente, porque, siendo nuestro empeño colocar al general Flores en el gobierno, no podíamos hacerlo sin violar los tratados existentes, provocando la intervención del gobierno de Buenos Aires.
        El tiempo vino a justificar al vizconde de Río Branco. Si el desenlace de la cuestión oriental no fuese tan pronto, el general Solano López penetraba en Río Grande del Sur, cayendo sobre el Estado Oriental y colocando entre dos juegos a nuestro pequeño ejército que entonces sólo tenía 8. 000 hombres. Además, Entre Ríos y Corrientes iban a declararse por él (López). No podrá dudar de eso quien sabe que 4 meses después el presidente paraguayo (López) se atrevió a invadir Río Grande del Sur, y quien se recuerda de las dudas de Urquiza, y de la simpatía que el Paraguay encontró en Entre Ríos y Corrientes.
        La caída de Montevideo desorientó (trastornó) a López, y desorganizó el plan que tenía delineado el dictador. Que él pretendía mandar 20.000 hombres en auxilio de Montevideo no cabe duda alguna (o no resta la menor duda) después de las declaraciones hechas por prisioneros paraguayos que merecen crédito, y de documentos posteriormente capturados. El Sr. W. G. Lettsom, ministro británico en Montevideo, así aseguró a su gobierno en un despacho que corre impreso.
       Juzgamos suficientemente dicho sobre el convenio del 20 de febrero, que es una cuestión muy reciente y muy conocida. Sólo señalaremos que el acto irreflexivo del ministerio el 31 de agosto, destituyendo al vizconde de Río Branco, atrajo muchas simpatías y fue más útil al honrado estadista que si el gobierno hubiese aprobado enteramente su procedimiento. No hay expresiones con que se pueda pintar la sorpresa que le tomó al vizconde de Río Branco al recibir la noticia de su destitución. En ese día (14 de marzo) se preparaba el ministro del Brasil para festejar dignamente el aniversario del natalicio de nuestra virtuosa Emperatriz. La tremenda noticia en nada alteró la fiesta preparada. Durante esa fiesta los invitados, que no ignoraban el golpe recibido por el vizconde de Río Branco, admiraban la calma y la serenidad del ministro destituido. Hubo a la noche calurosas manifestaciones del pueblo de Montevideo a favor del ex representante del Brasil. Grandes grupos de ciudadanos orientales y extranjeros fueron varias veces frente de la casa de su residencia con músicas, archotes y banderas, y soltar estruendosas vivas al distinguido diplomático. Entre las demostraciones de simpatía que no faltaron al ex ministro, cumple en no olvidar el brindis que en el banquete del 14 de marzo hizo el bravo general Manuel Luis Osorio, diciéndole que tuviese confianza en el buen sentido de sus compatriotas, porque Brasil entero aplaude el acto del 20 de febrero. No fue menos significativa la manifestación de nuestro brioso ejército.
        Abierto el senado, en la discusión de la respuesta en sesión del 5 de junio de 1865, el vizconde de Río Branco, produjo una brillante defensa de sus actos, pronunciando un discurso que duró ocho horas, oído todo con respetuosa atención y profundo silencio. Es excusado decir, que su justificación salió a la luz de los debates tan clara, evidente y completa, cuanto que el país ya presumía. El numeroso público que le esperaba no cabía en las galerías del senado. En el fin de este memorable discurso, y al salir del senado, el ilustre estadista fue sorprendido por una verdadera ovación del pueblo que lo esperaba en la calle”. (Hasta aquí artículo de Alvarenga Peixoto).

      Sección 3. Discurso justificativo de Paranhos ante el senado sobre el convenio del 20 de febrero de 1865[9]

        A continuación reproducimos aquí un trecho del primer discurso de Río Branco ante el senado del Brasil, comienza diciendo Paranhos: En cuanto a la forma yo debía, como algunos entienden, tratar directamente con el Sr. Villalba, exigiendo que la plaza de Montevideo fuese entregada a los generales brasileros para ser transferida a Flores? O debía yo no tratar con el Sr. Villalba, dejar que Flores se entendiese con él, asistiendo con todo a ese acuerdo a fin de que no quedase perjudicados los compromisos de la alianza? Son dos opiniones extremas. La primera no resiste el análisis. O tratásemos directamente con el Sr. Villalba, excluido Flores, o que la plaza de Montevideo nos fuese entregada para que el general Flores la recibiese de los generales brasileros. Semejante opinión no es sustentable. ¿Cuál era la posición del general Flores? Era él el jefe supremo de la República, como tal reconocido por el gobierno imperial, y en este carácter contrajo con nosotros los compromisos solemnes y muy importantes conforme las notas del 28 y 3 de enero. Esa autoridad él la ejercía en el propio lugar en que se hallaba acampado nuestro ejército. Él no era solamente la primera autoridad civil y política de la República, era también general aliado, y al frente de su ejército estaba con nosotros sitiando la plaza enemiga. Con la sangre brasilera corrió la sangre oriental en Paysandú; fuerzas orientales marcharon para nuestra frontera en persecución de Muñoz; la mayor parte de los puestos avanzados de la línea de los sitiadores en Montevideo eran sustentados por las tropas de Flores. En estas condiciones ¿podría yo decir a nuestro aliado que se aparte, que el Brasil era el único vencedor, y que sólo después que el general brasilero tomase la plaza que ella podría ser entregada al jefe de la república reconocido por nosotros? Semejante procedimiento es inadmisible…o qué cabía al plenipotenciario del Brasil? ¿Dejar a nuestro aliado, tratar sólo con Villalba, inspeccionar, entre tanto los ajustes, a fin de fiscalizar ¿que no perjudiquen lo que teníamos con aquel general? Esta opinión tiene mucho de razonable; y debo decir francamente al senado que si yo supiese que el acto del 20 de febrero había de ser juzgado sólo por el gobierno imperial y por los hombres que tienen práctica de los negocios internacionales, no dudaría proceder así. Así procediendo, seguiría el ejemplo de las potencias aliadas contra Napoleón (1814)…..Procediendo de aquella manera aún seguiría nuestro propio ejemplo de 1851 y 1852…..Pero ¿porqué no procedí según aquellas normas visto que otra no me había sido indicada por el gobierno imperial? Por poderosas razones. En primer lugar, recelé que, si me colocase en esa posición, dicen los espíritus más exigentes que el Brasil representaba un papel secundario…..En el estado en que se hallaba el sentimiento público en el Brasil al respecto de nuestra contienda con el Estado Oriental y el Paraguay, convenía que nuestra intervención en el acto de la capitulación pudiese ser comprendida por todo el pueblo. Intervine, pero de modo que ni apareciese imponiendo a persona que debía gobernar la República, lo que sería violación de los tratados vigentes, ni sujetásemos a la aprobación del Sr. Villalba los compromisos que con nosotros contrajo el general Flores, lo que sería desconocer el alto carácter de que se hallaba revestido nuestro aliado…Tal vez que esta censura sobre la forma se apoye en la circunstancia de aparecer como hecho entre Flores y Herrera y Obes el ajuste sobre la cuestión interna, siendo el ministro del Brasil oído sólo después de la celebración del mismo ajuste. Pero la negociación sobre la cuestión doméstica, de familia no podía ser hecha de otro modo. ¿Cuál era la base de ese acuerdo? Que el general Flores sea reconocido como presidente de la república. Ahora, según el derecho público de los tres estados: Argentina, Brasil y la ROU, la imposición de persona que debe gobernar la República Oriental es un caso de ofensa a la independencia de la misma República. Cuando Flores estaba por publicar en Santa Lucía el manifiesto en que se declaró investido de la autoridad suprema, el gobierno argentino llamó mi atención sobre ese punto, ponderando que el hecho de partir aquella declaración cerca del campamento brasilero podía parecer una investidura dada por el gobierno imperial, y, por tanto, ofensiva a la independencia de la República…”.





[1] Lorenzo Battle (1810-1887), político y militar uruguayo. Miembro del partido colorado. Tras el asesinato del presidente Flores, asumirá la presidencia de la ROU de 1868 a 1872.
[2] Potencial de guerra de un país se refiere a los recursos disponibles para mantener el poderío de las  fuerzas militares, y si es posible aumentar, hasta el fin de la guerra: el Brasil contaba con 10.000.000 de habitantes, sin incluir a los de color; el Paraguay sólo 450.000; el Brasil era el país más rico de América del Sur, en tanto que el Paraguay el más pobre; los generales y jefes brasileros tenían experiencias de guerra; guerras contra Rosas en 1852, con la Argentina en 1825 a 1828, guerras civiles en Río Grande del Sur de 1835 a 1845, en Pernambuco, etc. El ejército paraguayo sólo participó en la batalla de Paraguarí en 1810 contra la invasión del general argentino Manuel Belgrano.
[3]    Pavón se encuentra en Santa Fe sobre el arroyo Pavón. La victoria fue del Ejército de Buenos Aires, conducido por Mitre, sobre el de la Confederación Argentina bajo el mando de Urquiza, que representó la unión de las provincias de la Confederación bajo la autoridad de Buenos Aires.El general argentino
[4] Creemos que estamos obligados a decir sobre Tamandaré lo que sigue: Por supuesto que el señor vicealmirante no puso objeciones algunas, porque él sabía que el texto del tratado era impecable. Pero como era un hombre codicioso de poder y de honor, no pudo resistir a la tentación de intrigar a Paranhos ante sus correligionarios de Río de Janeiro, pues, el desiderátum de Tamandaré era, además de ser el general en jefe de la fuerza brasilera, constituirse al mismo tiempo como diplomático que el gobierno imperial le había arrebatado esa distinción al designar a Paranhos como representante diplomático del Imperio de Brasil en el Río de la Plata. El mismo comportamiento llevó contra Mitre durante la guerra de la Triple Alianza, pues, ambicionaba ser el general en jefe de la fuerza aliada. Su campaña de intriga contra Mitre terminó en el fracaso del apoyo de fuego de la escuadra en el ataque aliado a las trincheras de Curupayte el 22 de setiembre de 1866. Para decidir sobre el ataque se le requirió su opinión sobre el apoyo de fuego que podría brindar la escuadra, respondió enfáticamente que “destruirá en dos horas Curupayty”. Sin embargo, ni una sola bomba de su escuadra cayó sobre las trincheras paraguayas. Posteriormente fue destituido por el Emperador, pero enaltecido por sus correligionarios en el poder.
[5] La batalla de Curupayty se llevó a cabo el 22 de setiembre de 1866. Para el ataque Tamandaré había prometido destruir las trincheras en dos horas, sin embargo en cuatro horas de fuegos de preparación de su fabulosa artillería no ayudó en nada a la infantería aliada que tuvo que avanzar sin apoyo de fuego de la artillería de la escuadra; fue masacrada por la artillería paraguaya. Los aliados sufrieron en aquella ocasión más de 4.000 hombres muertos, en tanto que los paraguayos perdieron apenas 250. Poco después, Tamandaré fue destituido por el Emperador.
[6] Esta cuestión Tamandaré usará antes de la batalla de Curupayty (22-IX-1866), cuando influyó con éxito
 sobre el  comandante del II cuerpo de ejército brasilero, barón de Porto Alegre, luego del triunfo de éste en la batalla de Kurusú. Mitre había comunicado a Porto Alegre y a Tamandaré, personalmente, de que él va a conducir el ataque sobre Curupayty. Tamandaré manifiesta a Porto Alegre de que a él le correspondía la conducción y que Mitre sólo buscaba ganar  gloria para el ejército argentino. De ahí empezó una serie de intercambios de pareceres que consumió precioso tiempo, retardó el ataque a Curupayty y como consecuencia la ofensiva aliada fue rechazada con dolorosas pérdidas.
[7] Sin duda alguna se refería al vicealmirante Tamandaré.
[8] Epaminondas era el seudónimo de un distinguido literato brasilero, el consejero Castillo. Epaminondas fue un general y estadista griego, nació en Tebas 418 a. J.C y falleció en Mantinea en 362 a. J.C. Era uno de los jefes del partido democrático en Tebas, capital de Beocia una región de Grecia. Con Epaminondas Beocia impuso su hegemonía sobre Grecia (de 371 a  362 a. J.C) luego de derrotar a Esparta con su orden oblicuo que él inventó, en la batalla de Leuctra. Su muerte puso fin a la hegemonía de Tebas.
[9] Este memorable discurso hemos extraído de la obra Cit., de Gustavo Tasso Fragoso.






















[1] Carlos de Alvear (1789-1852), Nació en las Misiones Orientales y falleció en Nueva York. Fomentó la revolución de 1812, conquistó Montevideo y fue nombrado director supremo en 1815, el mismo año es derrocado y exilado al Brasil, fue varias veces ministro.

[2] Patente de corso, cédula con que el gobierno de un estado autorizaba dicha campaña contra barcos mercantes de otro estado.








PARTE III
LAS RELACIONES DE PARAGUAY CON OTROS PAÍSES
CAPÍTULO I
ANTECEDENTES  DIPLOMÁTICOS

Sección 1. Paraguay provoca al gobernador de Buenos Aires
     El Dr. Francia, fallecido en 1840, había mantenido con el Brasil una relación de mutua indiferencia; sin embargo, con la Argentina la relación era tensa porque el gobernador de Buenos Aires, general Rosas, se obstinaba en la reconstrucción del virreinato del Río de la Plata con la reintegración de la República del Paraguay y la ROU a la Confederación Argentina. Por ello, de modo previsora los cañones paraguayos fueron ubicados en las fronteras apuntando hacia Buenos Aires en actitud belicosa.
     El 14 de setiembre de 1844, Paraguay y Brasil concluyeron un tratado por el cual el Brasil reconoció la independencia del Paraguay. El mismo año, Carlos Antonio López firmó con la provincia argentina de Corrientes un tratado de navegación y comercio. Esta actitud del gobierno paraguayo molestó al general Rosas, que a modo de represalia, decreta la prohibición de hacer uso de los puertos de la Confederación Argentina a los buques de y con destino a Paraguay. De este modo, el Paraguay retrocedió de nuevo a la época del Dr. Francia. Al año siguiente, don Carlos avanzó aún más en su provocación a Rosas, firmando con Corrientes otro tratado, esta vez de alianza defensiva y ofensiva contra el gobernador de Buenos Aires.
     En una relación de buen vecino, el ministro brasilero, Pimenta Bueno, después del reconocimiento de la independencia se convirtió en verdadero procónsul del Imperio en el Paraguay con positiva gravitación en los actos del gobierno, incluso en la redacción del periódico oficial, en la instrucción de oficiales del ejército y en la formulación de planes militares. El sometimiento del gobierno llegó al punto de dar carta blanca al Emperador del Brasil para representarlo en el exterior. Los diplomáticos brasileros actuaron en Europa y en América como gestores del Paraguay, para obtener el reconocimiento de la independencia. A todo se avino don Carlos con tal de contar con la ayuda del poderoso Imperio en su lucha contra Rosas.[1]
     El 25 de diciembre de 1850, Brasil y Paraguay firmaron un tratado sobre ayuda recíproca en la lucha contra Rosas, y acuerdan que “el tratado se mantendrá en secreto[2].

Sección 2. Paraguay, autoexcluido de una importante alianza
     El 1° de mayo de 1851, a instancia del Brasil, el gobierno de Montevideo y los gobernadores de Entre Ríos y Corrientes, Urquiza y Virasoro respectivamente, ultimaron una alianza militar destinada a derribar a Rosas. Para tal fin, solicitaron al gobierno paraguayo contribuir con una fuerza militar. Don Carlos no acepta la propuesta, no obstante, los plenipotenciarios de Brasil, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes se reunieron en la ciudad de Montevideo, aún sitiada por el general Manuel Oribe con tropas argentinas cedidas por Rosas, y conformaron una fuerza coaligada para derrocarlo. Como don Carlos no había enviado representante para tan importante reunión donde también se jugaba el futuro del Paraguay, es informado de la resolución y de nuevo invitado a participar de las operaciones militares por lo menos simbólicamente; la acepta, pero solo dio un apoyo moral.
     Las fuerzas coaligadas conducidas por Urquiza parten de Entre Ríos, levantan el sitio sobre Montevideo y marchan con su ejército reforzado con tropas uruguayas al encuentro de Rosas. La batalla se libró el 3 de febrero de 1852 en Monte Caseros[3]. La victoria correspondió a las fuerzas coaligadas. Algunas de las consecuencias fueron:
1) se puso fin a la dictadura de rosas;
2) el reconocimiento de la independencia de Paraguay por la Argentina (17 de julio de 1852);
3) impide la reconstrucción del virreinato del Río de la Plata;
4) libre navegación en los ríos de la Plata, Uruguay y Paraná; y
5) el general Justo José de Urquiza es nombrado presidente de la Confederación Argentina.
     Este histórico acontecimiento dejó al Paraguay muy mal parado ante los vencedores. La victoria de Caseros deja expedita al Brasil la navegación por los mencionados ríos; sin embargo, le aparece una contrariedad: el gobierno de Paraguay. Pero el Imperio estaba resuelto a remover cualquier obstáculo para obtener libre tránsito por el río Paraguay, una vía esencial para el desarrollo de su inmensa provincia de Mato Grosso[4].
     El 4 de enero de 1853, merced a los buenos oficios del Brasil, Gran Bretaña reconoció la independencia de Paraguay.

Sección 3. Comienza la discordia con el Brasil
     A partir del reconocimiento por la Argentina de la independencia de Paraguay en 1852, se dio comienzo a un acontecimiento de gran importancia; el Imperio del Brasil trató de obtener de Paraguay, mediante un tratado, la libre navegación del río Paraguay, una vía esencial para el desarrollo de la provincia de Mato Grosso. El presidente de Paraguay, Carlos Antonio López, pretendía resolver la cuestión de la libre navegación del Paraguay y los límites en un solo paquete, en tanto que el Brasil prefería separar ambas cuestiones a fin de resolverlas por parte. Y como sobre este punto no podían concordar, el Brasil estaba privado del derecho a transitar libremente por el mencionado río a pesar de estar implícitamente estipulado en el artículo 3° del tratado del 25 de diciembre de 1850. El desiderátum del presidente de Paraguay era obtener del Brasil el territorio en litigio ubicado entre los ríos Apa al sur y el Blanco al norte, para otorgar al Brasil la libre navegación del río Paraguay. Vale decir, el gobierno paraguayo pretendía cobrar al Brasil, no pagado en dinero sino con una fracción de tierra, rica en yerbales.
     En el mes de agosto de 1853, don Carlos agravó la relación de Paraguay con el Brasil. Por supuesta conspiración contra su gobierno, el presidente paraguayo expulsó y entregó sus pasaportes al ministro residente y plenipotenciario del Brasil, Felipe José Pereira Leal. Para exigir reparaciones por la agresión al Imperio del Brasil en la persona de su representante diplomático en Asunción, arreglar la cuestión de límites y obtener la libre navegación del río Paraguay, el Emperador despachó una escuadra en son de disuasión. La expedición fluvial del Brasil terminó sin lograr sus propósitos por la presencia de las flotas de guerra de Inglaterra y Francia en aguas del Río de la Plata, cuyos respectivos gobiernos, gracias a la mediación de Urquiza, habían advertido al emperador del Brasil que la soberanía de Paraguay debía ser respetada. Este acontecimiento indignó al gobierno imperial, y el presidente Carlos A. López, enterado que el gobierno imperial estaba furioso contra él, de modo que en son de calmarlo, envió en 1856 al ministro de relaciones exteriores, José Berges, a Río de Janeiro para negociar los dos puntos pendientes de resolución entre el Paraguay y el Brasil: la libre navegación del río Paraguay y poner fin a la disputa sobre la región ubicada entre los ríos Apa y Blanco. José María da Silva Paranhos fue el negociador brasilero, y consiguió separar las dos cuestiones, quedando aplazada la de los límites.
     El 6 de abril de 1856, José Berges por Paraguay y Paranhos por el Brasil, firmaron un tratado por el cual se garantizaba la libre navegación del Paraguay en todo su curso, en tanto que la solución de la cuestión de límites quedaba postergada por seis años. Con respecto a esta cuestión, Berges sostenía que el límite del Paraguay con el Brasil era el río Blanco, mientras que Paranhos se aferraba que era el río Apa[5].
     Sin embargo, a solo tres meses del convenio firmado, el presidente de Paraguay obraba contra el mismo. “en violación a lo acordado en el tratado, decretó el 15 de julio de 1856 por el cual los buques mercantes extranjeros debían llevar un práctico paraguayo desde asunción hasta el primer puerto brasilero; y el 10 de agosto de 1856, otro decreto imponía derechos que en realidad anulaban la libertad de navegación estipulada por el tratado del 6 de abril de 1856”[6]. Entonces, en el terreno fáctico la navegación del río Paraguay no era libre a pesar del tratado y de la resolución de Viena de 1815. En resumen, podemos decir que lo que el gobierno paraguayo ambicionaba con fervor era, si el Brasil quiere transitar libremente por el río Paraguay debía pagar por ello, y el precio reclamado era la faja de tierra ubicada entre los ríos Apa y Blanco.
Para ajustar cualquier conflicto que surge entre las dos naciones limítrofes, el gobierno imperial designó en 1864 a Sauvam Vianna de Lima en calidad de ministro residente y plenipotenciario en Asunción. La libre navegación del río Paraguay y el asunto de los límites eran las dos cuestiones que ambos gobiernos tenían en la agenda como de máxima prioridad a resolver desde hace décadas.

Sección 4. La misión de Río Branco en Asunción
     La actitud del gobierno imperial parecía demostrar un proceder abierto y franco que de buena fe deseaba remover las dificultades existentes con el Paraguay al procurar hacer comprender al presidente paraguayo la injusticia de sus medidas al falsear el tratado Berges-Paranhos de Río de Janeiro. El gobierno paraguayo no tenía motivo para sospechar que el Brasil alimentaba intenciones agresivas contra el Paraguay; más aún cuando que el gobierno imperial había protegido la independencia del Paraguay, influyó para que la Argentina la reconociera como tal en 1852 y evitaba por todos los medios resolver la libre navegación del río Paraguay por medio violento.
     La actitud de don Carlos con el Brasil, respecto a la libre navegación del Paraguay, hace la relación entre ambos países tan tensa que amenaza una ruptura violenta. El gobierno de Brasil, furioso, protesta por el incumplimiento del tratado y envía a Asunción al Consejero José María de Amaral para zanjar la cuestión. Sin embargo, Amaral regresó a Río de Janeiro sin lograr nada, tal vez porque sus navíos de guerra eran de alta mar y no fluviales, por tanto, eran inservibles como elemento de apoyo a las negociaciones diplomáticas porque el río Paraguay estaba bajo y no permitía la navegación de buques de gran calado. Entonces, el Emperador juega su as de espadas: José María da Silva Paranhos, un extraordinario estratega con fama de talento y habilidad. Con su designación, el Brasil mostraba que estaba dispuesto a remover cualquier estorbo en su propósito de desarrollar la provincia de Mato Grosso, y la libre navegación del río Paraguay era una condición esencial para ello. Consecuentemente, habría que delinear una estrategia adecuada que obligue al gobierno paraguayo a cambiar su obstinada posición.
     El diplomático brasilero recibió el 16 de setiembre de 1857, por escrito, las instrucciones del canciller, vizconde de Maranguape. Tomamos dos párrafos del mencionado documento que dice: “Parece que el espíritu de intriga le ha infundido (a López) la desconfianza de que pretendemos preparar la provincia de Mato Grosso para resolver la cuestión de límites por medio de las armas. Las instrucciones que tengo que dar a vuestra excelencia para disipar tan infundada preocupación es importante convencer al Sr. López de los sentimientos pacíficos de que el gobierno imperial ha estado hasta ahora poseída por esperar que el del Paraguay procediese de igual modo en el cumplimiento de sus estipulaciones[7]. En otro párrafo decía las instrucciones de Paranhos: No es dudoso para el gobierno imperial el triunfo de nuestras armas en una lucha con el Paraguay, atento a las fuerzas de que podemos disponer, la guerra sin embargo debe ser el último recurso entre dos pueblos civilizados. Estas son las políticas que el gobierno imperial seguirá siempre en todas las cuestiones internacionales. Proceder de otro modo con el Paraguay no sólo sería contrario a la razón, sino también una prueba de procedimiento contradictorio que llevaron el gobierno imperial al promover la independencia de Paraguay.
     De paso para Asunción, Paranhos se detuvo en Paraná, capital de Entre Ríos y sede del gobierno de la Confederación Argentina, para conferenciar con el presidente, general Justo José de Urquiza. El 20 de noviembre de 1857, las conversaciones concluyeron con la firma de un tratado en el que se declaró libre la navegación de los ríos de la Plata, Paraná y Uruguay para los buques de todas las naciones. Este convenio era un porrazo a las pretensiones de don Carlos, pero le esperaba otro más fuerte. Urquiza y Paranhos firmaron otro tratado, en el que el Imperio del Brasil reconocía como territorio argentino el ubicado entre los ríos Paraná y Uruguay, es decir, incluida en ella la región que pertenecía a las Misiones Jesuíticas y que el Paraguay reclamaba como suyo, entre otras cosas porque el gobierno de la provincia de Corrientes, por tratado mediante, había cedido ese territorio al Paraguay, además “Por Real Orden del 24 de marzo de 1806, el virrey de Buenos Aires escribió a Bernardo de Velazco para informarle que por orden de Su Majestad se le había nombrado Gobernador Militar y Político e Intendente de la Provincia de Paraguay, con agregación de los treinta pueblos de las Misiones. El 5 de de mayo de 1806, Velazco asumió su cargo combinado en Asunción”[8].
     El 7 de enero de 1858, Paranhos arribaba a Asunción con el tratado del 20 de noviembre de 1857 bajo el brazo; y el 13 fue recibido oficialmente. Halló al presidente paraguayo receloso y muy prevenido el ejército para una guerra contra el Brasil o contra la Argentina, o contra ambos al mismo tiempo. Actualmente, sin embargo, podemos afirmar que los fundamentos de la actitud recelosa del presidente paraguayo respecto al Brasil y la Argentina podría responder a una de estas dos suposiciones:
1) Estaba realmente en la firme creencia de que el Brasil y la Argentina se habían secretamente asociado para llevar la guerra al Paraguay con el vil propósito de anexarlo;
2) Recurría y difundía esta artimaña para justificar ante el pueblo paraguayo y los extranjeros que residían o llegaban al país, que la presencia de las tropas del ejército por todas partes, vigilando y controlando todo se justificaba por la amenaza a la independencia. Probablemente la divulgación del peligro de una guerra contra la Argentina y el Brasil no tenía otro propósito sino como un pretexto, mientras el Paraguay continuaba bajo la férula de los López per saecula saeculorum.
     Don Carlos nombró a su primogénito, general Solano López, para negociar con Paranhos. Este en nombre de la Confederación Argentina y del Imperio del Brasil, invitaba al gobierno paraguayo a dar su adhesión al tratado del 20 de Noviembre de 1857. El general Solano López respondió que “no le es posible suscribir estipulaciones que legislan acerca de territorio fluvial de la República del Paraguay, in que esta fuese invitada ni consultada”. Sin embargo, ante los argumentos esgrimidos por el diplomático imperial, el gobierno paraguayo no tuvo alternativa y descabalgó de su propósito de vender la libre navegación del Paraguay al Brasil por la región ubicada entre los ríos Apa y Blanco.
     El 12 de febrero de 1858, el gobierno paraguayo firmaba un convenio por el cual daba su adhesión al tratado fluvial de Urquiza-Paranhos del 20 de noviembre de 1857. Con esto, por primera vez y después de denodado esfuerzo del gobierno del Brasil, el río Paraguay era libre para todas las banderas. En ella se declaró la libertad de navegación de los ríos Paraguay y Paraná para el comercio de todas las naciones hasta los puertos ya abiertos o a abrirse, y la misma libertad para los navíos de guerra de Paraguay y del Brasil, pero restringido a que sólo tres navíos de guerra podrían transitar por las aguas de cada Estado. La cuestión de límites quedó de nuevo aplazada.
     Esto nos deja la enseñanza siguiente: que hay que saber negociar con el más poderoso porque siempre posee gran espacio de maniobra, y porque todo tiene su límite, por lo tanto, es preciso reflexionar cada cosa con atención, considerando que el abuso del fuerte contra los débiles es una ley de naturaleza sin solución de continuidad; no obstante, existe una sola manera de protegerse de esos abusos: dejar de ser pequeño. El Uruguay dejó de serlo; por tanto, el Paraguay puede también si se propone, pero sería un buen comienzo adoptar como guía la máxima: “cualquier cosa menos la mentira”[9]. Gracias a la genial maniobra de aproximación indirecta ejecutada por Silva Paranhos, el Imperio del Brasil por fin obtenía la libre navegación del río Paraguay. Aunque las relaciones entre ambos países continuaron siendo pocos cordiales, rápidamente comenzaron a deteriorarse al asumir el general Francisco Solano López la presidencia de la República del Paraguay.

Sección 5. Paranhos rinde cuenta de su actuación
El 11 de julio de 1862, Paranhos historiando esas negociaciones ante el senado imperial, expresó:
“Cuando llegué a Asunción todas las disposiciones del gobierno paraguayo eran bélicas. Al aproximarme a Humaitá se observa un gran ejercicio militar en el campamento; poco después de mi llegada hubo un ejercicio de fuego entre las tropas de las guarniciones de la ciudad. No me dejé, sin embargo, impresionar por esas apariencias; me mostré superior a tales demostraciones…En la primera entrevista que tuve con Carlos A. López y con sus ministros, escuché que no “era probable un acuerdo amigable; me retiré, pensando que el acuerdo aún podría ser posible, pero sin desesperar de que podíamos llegar a ese resultado. Presentando un proyecto de convención fluvial, análoga al celebrado con la Argentina, el gobierno paraguayo, por el órgano de su plenipotenciario, formuló un contra-proyecto. Se siguió una larga discusión, de que el protocolo da apenas una idea sucinta. Di conocimiento muy minucioso al gobierno imperial de toda esa discusión y sus incidentes, porque es notorio, y algún día mejor se verá en los documentos a que aludo, la dignidad e interés del gobierno del imperio fueron mantenidos con toda la prudencia y moderación, sin que sufriese la más ligera ofensa llegué a la convención del 12 de febrero de 1858”.
     “¿Qué es la convención del 12 de febrero de 1858? Nuestro fin era obrar de-facto la libre navegación del río Paraguay; en otros términos, conseguir la revisión de los reglamentos paraguayos y su sustitución por medida que garanticen aquel derecho previendo desacuerdo. La convención del 12 de febrero de 1858 los revocó y sustituyó completa y satisfactoriamente.
     Intrépidamente Paranhos prosigue informando al senado del Brasil: “los reglamentos paraguayos imponían cargas pecuniarias a nuestros navíos, nos obligaban hacer una escala forzada tocando diversos puertos del litoral de la República, además de varias formalidades todas ellas vejatorias; todo eso desapareció en la convención del 12 de febrero de 1858.
………………………………………………………………………………………
“Como decía Señor presidente, hice una apertura para resolver la cuestión de límites; no fue posible, sin embargo, a pesar de los esfuerzos que empleé para entablar una negociación formal (este no era mi misión principal, el objeto esencial de mi misión estaba conseguida); vi que ningún resultado podía obtener, y el gobierno paraguayo terminó diciendo: la cuestión de límites está aplazada; respetemos nuestro acuerdo de aplazamiento”.
     Tasso Fragoso se refirió sobre el tratado del 12 de febrero de 1858 en su monumental obra del modo siguiente: “el Sr. Mariano Ollero, talentoso escritor paraguayo, tuvo la feliz idea de publicar (1905), en su libro “Alberdi”, varias cartas del general López extraídas de un copiador de este, que un amigo le proporcionó. Son documentos íntimos y por eso mismo de inestimable valor, ponen al descubierto los más recónditos retrocesos del alma de ese verdugo del pueblo paraguayo. En ellas refiere Solano López la reciente llegada de Paranhos, la repulsa de Paraguay a la Convención del 20 de noviembre de 1857[10], y su creencia en una alianza de armas entre la Argentina y el Brasil”.



(3-Oct-2016)
CAPÍTULO II
ACELERADA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE PARAGUAY

Sección 1. El general López es electo Presidente de la República
El 10 de septiembre de 1862, después de gobernar el país por veinte años, falleció Carlos A. López, Presidente del Paraguay, pero antes de este suceso y conforme estipulaba la Constitución Nacional, en actitud de evidente nepotismo, lo designó a su primogénito, a la sazón general y jefe del ejército, Francisco S. López[1], como vicepresidente de la República, con derecho a sucederle hasta que el congreso elija un nuevo presidente.
Se cree que don Carlos no confiaba mucho en su hijo mayor, pues lo consideraba como un hombre imperioso, de carácter muy impulsivo y con disposición a imponer sus propias opiniones e inclinaciones como regla de conducta a los demás. No obstante, al patriarca paraguayo le parecía que con la designación de su hijo, Solano López (Pancho), como sucesor suyo, haber acomodado muy bien las cosas de su familia contra las discordias y diferencias que suelen haber entre hermanos, y no pocas veces entre estos y la viuda. La paz del país que nunca fue quebrantada durante las dictaduras del Dr. Francia y de él debía mantenerse. Don Carlos bien sabía y esperaba que su sucesor comprendiera que un país pequeño como lo era el Paraguay no tiene más elemento que la sabiduría y la buena voluntad para resolver los conflictos, porque no dispone sino el derecho, buenos argumentos y habilidad diplomática como instrumentos para proteger los intereses vitales de la nación. Por ello aconsejó a su sucesor que “debe resolver los conflictos con la pluma y no con la espada, especialmente con el Brasil” (Fidel Maíz). De modo que don Carlos, para tomar la decisión habría considerado como factor determinante el mantener “la paz de los sepulcros” y el buen orden en el país con el apoyo de un régimen autoritario. Su hijo mayor parecía el hombre indicado para asumir con firmeza el poder debido a su ambición y al indiscutible “respeto” de que gozaba como hijo del presidente de la República y jefe del ejército.
De manera entonces, el general López aparecía a la vista de su padre como el hombre más apropiado para afrontar la amenaza de alteración del orden público y dar respuestas adecuadas a las desavenencias políticas internas y externas que pudieran surgir dentro de un hervidero de envidias, ambiciones e intrigas. Sus otros hijos, el coronel Venancio López llevaba una vida apacible, además era indisciplinado, irresponsable y dispuesto siempre a armar alboroto; y su hijo menor Benigno, que había estudiado por dos años en la escuela militar de la marina de Río de Janeiro, asaz inteligente y aunque era el mejor dotado, sin embargo era un hamlético, contemplativo y soñador, y peor aún, con ideas liberales.
Comprobado el fallecimiento del presidente de la República, inmediatamente el general López asume la vicepresidencia en ejercicio de la presidencia, hasta que el Congreso elija el reemplazante de su padre. Además de él, se perfilaban como serios candidatos José Berges, ministro de relaciones exteriores, y Benigno López, de tendencia liberal. El 15 de octubre de 1862, un poco más de un mes después de que su padre haya dejado la física envoltura, convocó al Congreso a una asamblea extraordinaria para elegir presidente constitucional de la República por el período de diez años. El general López, habilidoso y tenaz, de una memoria prodigiosa y dotado de una voluntad férrea, ambicioso en extremo, astuto y afortunado, estaba destinado a marcar durante su gobierno un trágico quinquenio de la historia del Paraguay. Movido por el deseo de gobernar el país, su osadía aumentó con la costumbre de ser general y jefe del ejército desde la edad de 18 años, y ardiendo cada día más en el amor a madame Lynch, la cual, conocida la costumbre paraguaya, no esperaba que el general la tome como esposa a pesar de la convivencia desde hace varios años ni que la alta sociedad paraguaya la acepte como tal.
El día indicado, la asamblea presidida por el vicepresidente, general Solano López, inicia sus deliberaciones. Los diputados habían hecho consultas sobre los candidatos, pero nadie se atrevió a oponerse a la elección del general López al que temían demasiado, salvo unos pocos. Tal como se esperaba, Solano López triunfa por amplia mayoría, con lo que mostró su notable poder de “persuasión”, más todavía que los diputados en su mayoría eran jueces de paz y jefes políticos nombrados por decreto del Poder Ejecutivo, y por ende a la sazón se hallaban subordinados al muy imperioso vicepresidente de la República. Investido el general López como presidente constitucional, fue clausurada la asamblea extraordinaria, y señala el comienzo de una era trágica, pues, el flamante presidente no iba a tardar en sumergir al Paraguay en la maraña política del Uruguay, y como consecuencia cinco años de calamidad bélica.
Efraín Cardozo escribió: “Hubo duda sobre la legitimidad de la elección de Solano López, así como conato para reformar en un sentido liberal la constitución. Severas represalias adoptó el flamante presidente constitucional contra sus opositores para significar su ninguna intención de variar el tipo del régimen gobernante. Por esos días, el marino español Joaquín Navarro consideró ilusoria la aparente conformidad de las masas, y predijo un cataclismo social para un día más o menos lejano, y será aquel en que este pueblo oprimido adquiera nociones de lo que es y de lo que puede ser. Los líderes del movimiento liberal, Benigno López y el padre Fidel Maíz, y muchos ciudadanos importantes fueron a parar a la cárcel acusados de promover una revolución social, moral y política…”.[2]
La primera acción del general López fue la de ordenar el encarcelamiento de todos aquellos que se opusieron a su elección, menos su hermano Benigno, que fue desterrado a Concepción, ciudad alejada de Asunción cerca de 350 kilómetros al norte. Uno de los pocos que sobrevivió de entre los encarcelados políticos era el talentoso y enigmático sacerdote Fidel Maíz, a quien Solano López lo liberó durante la guerra y lo convirtió en un servil instrumento suyo. Su poder, ya muy amplio durante el gobierno de su padre, ahora es absoluto. Era el momento adecuado para extirpar de raíz cualquier tipo de amenaza a su autoridad de modo a dedicarse completamente a organizar un gran ejército para hacer oír su voz y no dejarse pisar por nadie en el Río de la Plata. Inmediatamente comenzó la creación del ejército más numeroso de América del Sur, tarea en la que centró sus esfuerzos y gastó los magros fondos públicos. No hace falta mucho ingenio para saber que reclutar hombres para mandarlos a la guerra siempre resultará fácil allí donde haya más manos de obra que empleo, más bocas que comida y más cabezas que seso. Consecuentemente, la numerosa población ociosa del país facilitó el reclutamiento de gran cantidad de jóvenes con la que alcanzó un efectivo de 80.000 hombres, en tanto que Brasil apenas mantenía un ejército de 18.000 plazas, a pesar de tener gran riqueza y poder armar y equipar magníficamente un ejército muy superior y pagar bien a sus tropas. Argentina, sin embargo, contaba con un pequeño ejército de 6.000 hombres, pero con jefes avezados en las batallas y reservistas bien instruidos.

Sección 2. La militarización del Paraguay y apreciación estratégica de López
El flamante presidente hace prolongar 22 kilómetros la vía férrea, desde Ypakarai (Ypacarai) hasta Cerro León,[3] con el fin de transportar con rapidez las tropas desde ese campamento a Asunción; perfeccionó la fortaleza de Humaitá, posible base de operaciones; mandó tender una línea telegráfica que conecta con Asunción las localidades de Pilar, Humaitá y Paso de Patria. Con la comunicación con esta última localidad anuncia la probable dirección de su campaña ofensiva. Amén de todo esto, contrató a casi dos centenares de ingleses especialistas en trabajos relacionados con la guerra[4]. La flota estaba constituida, excepto el buque Tacuarí, por vapores mercantes de madera improvisados de guerra; el ejército armado con cañones y fusiles de ánima lisa, vale decir, anticuados, y no tenía experiencia de combate desde la batalla de Paraguari hacia ya 55 años; es más, ningún oficial, incluido el general Solano López, ha pisado una academia militar o un campo de batalla. Así es que, se inició la guerra con armamentos decrépitos y con oficiales que en su mayoría eran improvisados. Estos preparativos consumían ingentes recursos del país, pero no era como durante el gobierno de don Carlos como meros utensilios de defensa de la independencia nacional, sino con propósito de una alianza política de amplio espectro.
El general López estaba seguro que podía reunir inmediatamente a toda la población del Paraguay, dócil a su mandato, formando así un gran ejército, mientras que el Brasil emplearía mucho tiempo para reunir suficiente fuerza para enfrentarle. Además, el Imperio no estaría dispuesto a sostener una guerra prolongada, mientras que a él le favorecía el tiempo. Concluyó su apreciación de situación estratégica de este modo: la actual situación era favorable a sus designios, y que si no la aprovechaba, otra ocasión propicia difícilmente se le volvería a presentar. Pero pasó por alto considerar factores estratégicos determinantes, tales como la confrontación del potencial de guerra del Paraguay con el del Imperio del Brasil que era enormemente superior, especialmente, en los siguientes aspectos:
1)     Contaba con 10.000.000 de habitantes, sin incluir los de color;
2)    Poseía la flota de guerra más poderosa del continente;
3)     Moderna organización de su ejército que era igual a los de Europa.
4)    La calidad de los mandos era buena, pues los oficiales brasileros en su mayoría ya habían tenido experiencia en la guerra, numerosos oficiales eran egresados de instituciones de formación profesional;
5)    Sus armamentos el más moderno;
6)    Contaba con costa marítima que facilita la renovación constante de los materiales bélicos y proseguir normalmente con el comercio internacional, ya que era el mayor exportador del mundo de café, cacao, azúcar, algodón, madera, tabaco, etc.
7)    Su ejército tenía experiencias de la guerra: participación en la guerra contra la Argentina (1825-1828) y en varias guerras internas, entre ellas la del Río Grande do Sur (1835-1845), y la invasión del territorio de la ROU en son de represalia en 1864, donde tuvieron la ocasión de adquirir experiencias, aplicar los conocimientos y sacar conclusiones.
8)    Concretando:
a) el ejército es poder y como tal debe usarse prudentemente y sólo como último recurso; el fin debe justificar su empleo contra otro ejército;
b) el potencial de guerra de Paraguay (cantidad y calidad de la población, economía, tecnología, industria, comercio, costa marítima, diplomacia eficiente, aliados confiables, instituciones militares de enseñanza, experiencias de guerra, idoneidad de los generales, etc.) era como acabamos de ver insignificante comparado con el Brasil;
c) no tenía representante diplomático con categoría de ministro ni en Buenos Aires ni en Montevideo ni en Río de Janeiro;
d) un mal servicio de inteligencia estratégica: por aquel entonces Buenos Aires y Río de Janeiro eran en América del Sur lo que el Vaticano es al Mundo, donde con antelación se sabía lo que el futuro puede deparar, o sea, puestos de escucha de gran importancia política.
Considerando los mencionados arriba, el mejor curso de acción que podría permitir a Solano López lograr la victoria, por lo menos temporalmente, era una guerra relámpago; vale decir, emplear los principios de masa, rapidez y sorpresa para conquistar el objetivo político y ser capaz de mantenerlo, incluso después que el Brasil movilizara su enorme potencial de guerra. Pero hizo todo lo contrario: perdió la sorpresa estratégica al mandar su ejército a tomar Mato Grosso donde perdió innecesariamente cinco meses de tiempo, dispersó su ejército en tres lugares alejados unos del otro, Mato Grosso, Rio Grande del Sur y Corrientes. A todo esto es importante añadir la opinión del Dr. Simón que dice: “Pero lo más importante de todo es que el despotismo del Dr. Francia deja en el Paraguay con una percepción muy equivocada de su poderío nacional, una notoria incapacidad para comprender al mundo más allá de sus fronteras y una preocupante carencia de instituciones republicanas y de opinión pública. Como se verá más adelante la herencia que deja el dictador (Dr. Francia) merece figurar entre los antecedentes nacionales de la hecatombe que significará para el Paraguay la guerra contra la Triple Alianza (1865 - 1870)”[5]
A decir verdad, la conducción del gran ejército paraguayo por el mariscal López no hay nada de qué envanecerse, nada de qué vanagloriarse o enorgullecerse. Desde el comienzo de la guerra hasta el final hay bastante de qué lamentarse y demasiado para indignarse. Duele decirlo, pero hay que decirlo, la conducción de López juzgado por sus campañas ofensivas de Uruguayana y de Corrientes, así como las defensivas de Humaitá, Villeta y Cordillera son testimonios irrefutables de su ineptitud como general en jefe del disciplinado, valiente y estoico ejército paraguayo.

Sección 3. Solano López abandona la política acéptica de los antecesores
El gobierno paraguayo, a instancia del gobierno oriental, había remitido a Mitre un oficio en el cual le manifestaba que el gobierno del Uruguay había apelado a sus buenos oficios; a más de esto el general López, suponemos de buena fe, imputó al gobierno argentino de violar la neutralidad en la guerra interna del Uruguay. El oficio de López empeoró la crisis en las relaciones de la Argentina con el Uruguay. De este modo apareció el presidente de Paraguay, general Solano López, en el escenario político del Río de la Plata.
En el mes de setiembre de 1863, el ministro brasilero en Montevideo, João Alves Loureiro, fue enviado por su gobierno a Buenos Aires con el objeto de garantizar la neutralidad argentina en la guerra civil del Uruguay. El 20 de octubre, Loureiro logró firmar con el agente diplomático uruguayo Andrés Lamas y el canciller argentino Rufino de Elizalde, un proyecto de protocolo de paz que en uno de sus artículos disponía que, si surgía cualquier conflicto entre la Argentina y el Uruguay, la cuestión será sometida a un solo árbitro: el Emperador del Brasil. Sin embargo, en el mismo momento, en Asunción, el representante diplomático del Uruguay, Dr. Octavio Lapido, prometía al gobierno paraguayo que en todo conflicto que llega a surgir entre la Argentina y el Uruguay, se sometería a un solo árbitro: el general Francisco Solano López. Este doble juego del gobierno blanco da pábulos a los conflictos en el Río de la Plata. De este modo, el general López, a partir de su incursión en la política internacional de la región empezó a andar por terreno sumamente resbaladizo. Es oportuno señalar que la diplomacia del gobierno del partido blanco empezaba a ser tornadiza, porque tanto al Brasil como al Paraguay prometía una misma cosa. Para salvar el desatino de Octavio Lapido que obraba más a impulso de algunos belicistas líderes del partido blanco, el gobierno uruguayo intentó obtener la inclusión de Solano López en el protocolo del 20 de octubre de 1863 a la par del emperador del Brasil. Al respecto, el agente especial de Uruguay en Buenos Aires, Andrés Lamas, manifestó su parecer al presidente uruguayo sobre el riesgo de incluir como mediador al general López: “modificar el Protocolo equivaldría a anularlo; la enmienda sugerida ofendería al Emperador, ya que ejercía su influencia para el arreglo; que la geografía y el sentido común señalaban al Brasil como mediador; que buscar el arbitraje de Paraguay era como buscar el verbo del derecho en China”[6]. El esfuerzo del ilustre diplomático uruguayo fue en vano, el protocolo no fue refrendado por su gobierno; por tanto, quedó muerto. Como consecuencias, la guerra civil continua y la relación con el Brasil se deteriora, porque el gobierno blanco solo trataba de alimentar la vanidad de Solano López con el propósito de conseguir su apoyo militar para destruir a la fuerza de Flores, llevar la guerra a la Argentina y apropiarse de la isla Martín García.
El desiderátum del general López era volver a recrear su feliz mediación de 1859, de la mano de Urquiza, en la efímera unidad entre confederados y unitarios de la Argentina. Solano López creyó que esa afortunada actuación le otorgaba sabiduría de mediador. Tal vez escuchó de Napoleón III que un buen mediador y equilibrador de poderes en una región, precisaba contar con un ejército que sea muy superior de todos los demás para ser escuchado. Nada se unió y menos se pacificó. Recién en 1861 con la victoria del ejército de Buenos Aires, conducido por Mitre en la batalla de Pavón (Santa Fe), sobre el de la Confederación argentina mandado por Urquiza representó la unión de las provincias de la Confederación bajo la autoridad de Buenos Aires, pero sin llegar a la pacificación del país. Quien consolidó finalmente la unidad de la Nación Argentina fue Nicolás Avellaneda (1836-1885), presidente de la república en el periodo de 1874 a 1880. Durante su mandato se federalizó la ciudad de Buenos Aires y se pacificó la nación. Afortunadamente, lo reemplazó el general Julio Argentino Roca, presidente en 1880 a 1886, quien dio continuidad a la gran obra de Avellaneda.










[1]     Existen indicios de que el designado realmente fue el hijo menor, Ángel  Benigno: ver carta de Fidel Maíz a O’Leary en “El fusilamiento del obispo Palacios y los tribunales de sangre de San Fernando” por Juan Silvano Godoi, Págs 166, 167 y 168.
[2]    Efraín Cardozo, “Breve Historia del Paraguay”, Servilibro, 3ª. Edición, Asunción 2011 Pág. 88.
[3] Cerro León, rodeado de Cerros y bosques de espléndido verdor está a 60 kilómetros al este de Asunción, fue el campamento de instrucción más grande, llegó a alojar a más de 30.000 reclutas.
[4]    El gran progreso industrial y tecnológico de Paraguay bajo el gobierno de don Carlos, era en el campo militar y no en el campo de la salud, la agricultura, la ganadería o la educación, pues la vida que llevaban los paraguayos proclamaba su pobreza.
[5]    Dr. José Luis Simón G. “El Paraguay de Francia y el mundo: Despotismo e independencia en una isla mediterránea”, UNA, Asunción, 1995.
[6]     Horton Box, Obra cit., Pág. 91.









[1]     Efraín Cardozo, obra citada, Pág. 45.
[2]     Pelham Horton Box, “Los orígenes de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”- Editorial El Lector, Asunción, 1996.
[3]     Monte Caseros se halla ubicado cerca de Buenos Aires.
[4]     El distinguido sociólogo paraguayo Dr. José Luis Simón escribió en su medulosa obra “El Paraguay de Francia y el mundo: despotismo e independencia en una isla mediterránea”: …la condición de rio internacional es reglamentada por primera vez recién en 1815, por el Congreso de Viena, y únicamente a partir de 1852 recibirán carácter internacional los ríos Paraná y Uruguay en la Cuenca del Plata, ocurriendo lo mismo con el río Paraguay unos años después.
[5]     Horton Box, Obra cit. Pág. 42.
[6]     Idem, Pág. 44.
[7]     Efraín Cardozo, “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata”, Librería del Plata, Buenos Aires, 1961, Pág. 55.
[8]     Horton Box, Obra cit. Pág. 55.
[9]     Filipo II, rey de Macedonia (356 a 336), impuso a su pequeña nación el mencionado lema que su hijo Alejandro Magno convirtiría después en un poderoso imperio.
[10] Tratado Urquiza-Paranhos sobre la libre navegación de los ríos afluentes del Río de la Plata.
                                                                                      Mapa de la ROU



 (Día miércoles, 12-Oct-2016)
CAPÍTULO III
CONSIDERACIONES SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA

Es importante considerar el anhelo permanente del imperio del Brasil en la libre navegación de los ríos Paraguay y Paraná que le permitirá abrir la puerta al comercio de su inmensa provincia de Mato Grosso que carecía de una vía de comunicación aceptable con San Pablo y Río de Janeiro.
Un estadista alemán dice, “No se debe empezar guerra alguna cuando es necesario, sino sólo cuando se quiere”. O sea, sólo cuando las conclusiones de la apreciación estratégica indican que se dispone de altas posibilidades de obtener la victoria. Tratándose de la guerra que Solano López emprendió contra el Brasil y la Argentina, preciso es distinguir entre pretextos y causas de aquella acción bélica. El equilibrio de poderes, la invasión de tropas brasileras del territorio de la ROU en son de represalias y la suposición de que había un tratado secreto de alianza entre la Argentina y el Brasil para repartirse el Paraguay y el Uruguay, eran razones fingidas que Solano López alegaba para ocultar el verdadero motivo. Pretextos para emprender la guerra nunca faltan a quien la desea, conforme a este aserto no faltaron pretextos ni al general Solano López ni a Hitler.
Paranhos escribió, “en todo lo caso, Solano López erró el blanco. Que él quisiese engrandecer su país, dilatar sus dominios y para eso prepara un formidable ejército, en verdad grandiosos y admirables que sólo un déspota puede hacer, todo eso explica su orgullo de autócrata, por el estado próspero de su país, por la servil sumisión del pueblo entero que gobernaba, y por la superioridad de su ejército, que en cuanto a cantidad de hombres no tenía rival en América del Sur. Si hubiese querido emplear esos elementos contra la Argentina, su victoria habría sido fácil y rápida. Evidentemente con el ejército que Solano López disponía, bien conducido, en poco tiempo podría haber entrado en Buenos aires”. Este punto francamente no podemos compartir, por el hecho que colisiona de modo frontal contra la historia que ha demostrado que el potencial de guerra de un país decide casi siempre el resultado de la guerra. El general Mitre era un avezado militar y el potencial de guerra de la Argentina era muy superior al de Paraguay. Además, si la alianza del general Manuel Oribe con el general Rosas no pudieron tomar Montevideo en ocho años de asedio, no es pecar de cándido suponer que para tomar y dominar Buenos Aires tal vez se podría, si se cuentan con suficiente riqueza y con un poderoso ejército con armamento adecuado, jefes idóneos y conducido, no por un principiante, sino por un genio militar como Alejandro, Aníbal, Napoleón, Estigarribia,
El apresamiento de dos navíos de guerra argentino en el puerto de Corrientes, la ocupación de la mitad de la provincia, así como la simpatía del general Urquiza y del gobierno del partido blanco del Estado Oriental, amén de la indiferencia de las provincias argentinas ante la invasión de los paraguayos, podríamos decir que estamos asistiendo a la intención de recrear el sueño de Artigas: conformar una confederación de estados con Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes. Si este era el objetivo, podemos suponer que el Imperio del Brasil optaría por mantenerse neutral, y hasta es probable que el gobierno imperial mirase con buenos ojos la creación de un gran estado que serviría de contrapeso a la gran nación argentina, e incluso la formación de una monarquía.
Solano López no tenía motivo para una guerra, y para poner de manifiesto el pretexto que escogió –el mantenimiento del equilibrio en el Río de la Plata- era poco convincente para esgrimir como madre de todas las causas. Este pretexto carece de fundamento racional, por consiguiente, nadie pensó siquiera que Solano López, presidente de un pequeño país sin potencial de guerra suficiente para sostener una guerra, sería capaz de realizar los ambiciosos planes que urdía y que los gobiernos de la Argentina y Brasil recibían como información en tiempo real y sin embargo hacían caso omiso de lo que se preparaba en el Paraguay: el acelerado incremento de los efectivos de su ejército y las expresiones desafiantes del general López. Sólo pensaron que alardeaba para halagar su vanidad, sostener su gobierno contra cualquier rebelión y llamar la atención sobre su poderoso ejército. Pero sólo más tarde descubrirán que el general López no era un hombre que alardea sino que estaba convencido que su poderoso ejército le otorgaba derecho a ser el guardián del orden en la región, “el equilibrador” de poderes en el Río de la Plata. Tal fue la causa del porqué la guerra encontró completamente desprevenidos, al menos en apariencia, a la Argentina y al Brasil.
Desde la independencia del Paraguay estaban pendientes cuestiones de límites entre el Paraguay y la Argentina, y el Paraguay y el Brasil. Estos provocaban frecuentes roces entre ellos. El Paraguay disputaba con el Brasil la posesión del territorio situado entre los ríos Apa y Blanco, y con la Argentina el ubicado entre los ríos Pilcomayo y Bermejo. Pero la cuestión de límites en ningún momento fue invocado como pretexto de la guerra, tal vez porque estaba implícita en ella.
La declaración hecha por el general López que el equilibrio de los estados del Río de la Plata estaba amenazada por la invasión del territorio de la ROU por tropas brasileras, solo puede ser considerada como pretexto que el general López invocó para ocultar el motivo verdadero, y no como causa de la declaración de guerra de Paraguay al Brasil. En la guerra contra Rosas el Paraguay en 1842 hizo lo mismo que ahora censuraba al Brasil, invadiendo -aliado con Corrientes-, el territorio argentino con 5.000 hombres bajo el mando del general Francisco Solano López que a la sazón apenas contaba 16 años de edad.
Probablemente, Solano López no apetecía obtener más territorio para el Paraguay sino sólo los que estaban en litigio con la Argentina y el Brasil, sin embargo, esta aún no era prioridad para él sino el mantener, aliado con el partido blanco uruguayo, un sistema político: la autocracia. Dominado el Río de la Plata con su poderoso ejército el general López intentará poner una barrera contra las ideas liberales y de las instituciones libres que ya era un hecho en la Argentina y el Brasil, y que el general Flores estaba imponiendo en su país luego de la caída del partido blanco del gobierno. El aislamiento del Paraguay hasta entonces rigurosamente mantenido por el Dr. Francia y luego por Carlos Antonio López, ya se volvía cada vez más problemático, y si el general López no actúa con la mayor firmeza vería cómo se desplomaba naturalmente su proyecto: de que después de él otro López. Y de este modo seguir sin solución de continuidad. El ensayo hecho por su padre a instancia de él con la colonia Nueva Burdeos (Villa Occidental), donde se establecieron inmigrantes de Francia le demostró que, concediendo cualquier derecho a los extranjeros, el Paraguay no podría continuar a ser lo que era hasta entonces, un feudo de la familia López. Consecuentemente, Carlos A. López dejó que la colonia francesa se extinguiera, y este fue el motivo del conflicto con Francia.
Escribió Paranhos. Nuestra intervención de 1864 en la Banda Oriental, hábilmente explotada por los blancos, hizo que Solano López sospechase que pretendíamos hacer una guerra de conquista. El rechazo de su mediación lo irritó, y la cordialidad que entonces existía entre el gobierno imperial y el argentino aumentó aquella infundada sospecha. Nos consta que el ministro oriental en Asunción, José Vázquez Sagastume, consiguió convencer a Solano López de que había un tratado secreto de alianza entre el Brasil y la Argentina para repartirse el Paraguay y el Estado Oriental. Fue bajo esas impresiones que el vanidoso dictador se lanzó a la guerra contra el Brasil.
     Un rumor de película. Poco después de empezada la guerra se divulgó por un diario de Buenos Aires, que después recorrió por todos los países de Sudamérica, la noticia de que el despecho le llevó a Solano López a declarar la guerra al Brasil, por haber sido rechazado la mano de la segunda princesa imperial D. Leopoldina, (después duquesa de Saxe, fallecida en Viena en 1871), que él estaba dispuesto a pedir a su vuelta de Europa. Después de 18 meses regresaba López al Paraguay, y de paso por Río de Janeiro desembarcó para compartir con algunas personalidades las nuevas ideas que traía, entre ellas conversó con Andrés Lamas, sagaz embajador del Uruguay ante el gobierno imperial, a quien le dio a conocer sus pensamientos sobre la necesidad de conformar una alianza entre el Paraguay y Uruguay a fin de mantener el equilibrio de poderes en el Río de la Plata de modo a contrapesar los poderes de Brasil y la Argentina en la región. De la breve permanencia de Solano López en Río de Janeiro procedió la fábula. Los historiadores serios no la consideran como hecho histórico, por lo tanto, no dan su aprobación al singular boato. La autoría  del cuento se le atribuye al embajador de los Estados Unidos en Asunción, Charles Ames Washburn, y fue publicada en anexo a la obra de Mastermann.

CAPÍTULO IV
CAUSAS MEDIATAS DE LA GUERRA

Sección 1. Las traviesas actitudes del partido blanco oriental
Es necesario examinar las consecuencias que gravitaron sobre el Paraguay las enconadas luchas entre los blancos y los colorados para comprender debidamente los motivos que impulsaron a Solano López a meterse en el maremágnum de malquerencias y mezquinas ambiciones de los líderes políticos del Uruguay. Pasamos a enumerar algunas de las causas que empujaron al partido blanco a enredar y luego a arrastrar al aséptico Paraguay en sus luchas domésticas:
1) El triunfo de Mitre sobre Urquiza en la batalla de Pavón (17-Set-1861), y como consecuencia se disolvió la Confederación a favor de Buenos Aires. Este acontecimiento causará un fuerte impacto en la situación política del Río de la Plata, especialmente sobre los partidos blanco y colorado del Uruguay, pero de un modo distinto.
2) El 19 de abril de 1863, el general Flores, líder del partido colorado y aliado de Mitre en las batallas de Cepeda y Pavón, partió de Buenos Aires y fue a desembarcar en territorio uruguayo con el propósito de derrocar al gobierno del partido blanco.
3) La habilidad diplomática del Dr. Juan José de Herrera para modificar la tradición política del Paraguay, la de mantenerse siempre alejado de las pugnas políticas de los vecinos.
4) La creencia del gobierno uruguayo de que Solano López podía, en tiempo real, auxiliarle con su poderoso ejército para derrotar la rebelión del general Flores, e incluso llevar una guerra victoriosa contra la Argentina o contra el Brasil o contra ambos.
El 25 de febrero de 1862, Herrera había sido designado embajador ante el gobierno de don Carlos A. López, quien ya estaba en la postrimería de su vida, y su primogénito, el general Solano López, prácticamente llevaba el manejo de las cosas del Estado. Herrera traía la misión siguiente[1]:
1) Llamar la atención del gobierno de los López sobre la amenaza que pendía sobre las independencias de Paraguay y de Uruguay.
2) Señalar que la aspiración del actual gobierno argentino era reintegrar a ambos países, y que el Brasil apoyaría cualquier cosa con tal de conseguir ampliar su territorio.
3) Poner a conocimiento del gobierno paraguayo que el presidente uruguayo tenía testimonio fidedigno de que había arribado a Buenos Aires un agente especial del gobierno de Perú con la misión de negociar con Argentina la repartición de Bolivia.
Don Carlos, un viejo zorro, a pesar de su mal estado de salud no se deja engatusar por intrigas; de manera que no le dio pábulo a las añagazas del gobierno blanco, pero tomó nota y la mandó archivar. Pero desgraciadamente, en el momento en que más se precisaba de moderación y buen sentido, el 7 de setiembre de 1862 fallecía don Carlos, y el 16 de octubre del mismo año, el primogénito del gran patriarca, general Solano López, asumía la presidencia de la República del Paraguay.
El 3 de marzo de 1863, cuando el general López ya estaba bien sentado en el sillón de su padre, Herrera era canciller de su país y en tal carácter le dio al nuevo embajador uruguayo en Asunción, Dr. Octavio Lapido, las instrucciones siguientes:
1) que el peligro que corrían Paraguay y Uruguay era común, por tanto, era necesario coordinar los esfuerzos de ambos para afrontar la amenaza;
2) que Paraguay y Uruguay juntos deben imponer el equilibrio político en el Río de la Plata, porque el sistema del equilibrio conserva la paz e inspira el temor a la guerra;
3) si Buenos Aires o el Brasil, o ambos en alianza, atacaran al Paraguay o al Uruguay, ¿Cuál sería la actitud del otro? El Uruguay consideraría un ataque al Paraguay como un casus belli, ¿haría lo mismo el Paraguay?[2].
     Amén de estos tres puntos, Lapido llevaba la misión de poner a conocimiento del general López la preocupación del gobierno uruguayo sobre la fortificación de la isla Martín García[3] por Argentina, y que Paraguay y Uruguay no pueden permanecer impasible ante un hecho que constituye una amenaza a la libre navegación en el Río de la Plata; por tanto, era un imperativo categórico desartillarla. De las instrucciones dadas a Lapido, utilizando el método lógico de la deducción, llegamos a la siguiente conclusión: que tres meses antes (19 de abril de 1863) de que Flores haya iniciado el alzamiento armado contra el gobierno blanco, los líderes de éste partido ya mantenían conversaciones con Solano López para actuar de consuno y arrebatar a la Argentina la isla Martín García utilizando, a la sazón, la fuerza terrestre más numerosa de América del Sur, el ejército paraguayo. El 9 de julio de 1863, Lapido arribaba a Asunción y días después fue recibido cordialmente por Solano López, quien le autoriza a ejercer sus funciones. Recibido el exequátur, Lapido se entrevistó con el canciller paraguayo, José Berges, y le entrega un cuestionario que contenía varias preguntas sobre, si cuál sería la posición de Paraguay en las siguientes circunstancias[4]:
1) Si Entre Ríos y Corrientes se separan de Argentina y se declaran independientes.
2) Si las provincias mencionadas se unieran a Paraguay o a Uruguay.
3) Si Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes formaran una confederación con el fin de transformarla después en un estado federal.
4) Una alianza defensiva-ofensiva entre Paraguay y Uruguay, acompañada de un tratado secreto con Entre Ríos y Corrientes, para llegar después a un arreglo final sobre una de las hipótesis arriba indicada.
     El 20 de julio de 1863, Solano López respondió al incitante cuestionario con mesura, aunque  arrogante: “que aún no estaba en condiciones de dar una respuesta definida; sólo en posesión de más información podría decidir si pediría explicaciones al gobierno argentino, o protestaría u ofrecería su mediación o iría más adelante según lo exigieran los acontecimientos”. Con la contestación, Solano López manifestaba su voluntad implícita de constituirse en protector de Uruguay, y también, que no le desagradaba la idea de formar una confederación de estados libres que abarcaría Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes, por supuesto, bajo la férula de él. Con la respuesta dada por el gobierno paraguayo, Lapido llega a la indubitable conclusión que el Paraguay estaba a punto de dar un salto cuántico en su tradicional política de aislamiento. Esta le animó a Lapido y avanzó intrépidamente, presentando a Berges el borrador de un tratado de alianza defensiva-ofensiva entre el Paraguay y el Uruguay, en el cual figuraba lisa y llanamente que la isla Martín García pasaría en poder de Uruguay, con el pretexto de que la Argentina no pueda convertirla en una fortaleza que impida la libre navegación. La propuesta no admite duda, llevaba el germen de la guerra contra la Argentina. Los codiciosos, pero resueltos y audaces caudillos blancos vislumbraron una ocasión propicia: ya que el Paraguay disponía de un gran ejército, ellos podrían utilizarlo en provecho de su país y por supuesto, en provecho de su partido y de ellos mismos.
     El 2 de setiembre de 1863, Lapido dirigió un oficio al canciller paraguayo que contenía graves acusaciones contra el gobierno argentino por el apoyo que brindaba a la sublevación de Flores en el que señalaba, que la independencia del Uruguay es una condición de equilibrio, de seguridad y de paz para el Paraguay. “Teniendo mi gobierno esta convicción no puede menos de esperar que la voz y la valiosa cooperación de Paraguay se hará sentir para contener los desbordes de la política agresora que lastimosamente está imperando en el gobierno argentino…, y amenaza llevar la revolución y el desquicio a los demás pueblos vecinos”[5]. El razonamiento que el gobierno oriental pone a la vista del gobierno de Paraguay era solo lógicamente correcto en apariencia, pues el talentoso canciller uruguayo lo había concebido solo con la intención de inducir al presidente paraguayo a romper la tradicional política del Paraguay, haciendo público su apoyo al gobierno uruguayo.
     Solano López se agarrará de la nota de Lapido para satisfacer, no los intereses de Paraguay sino su desiderátum: irrumpir en la política del Río de la Plata para hacer oír su voz, pero respaldado por un ejército de 80.000 hombres, en tanto que la Argentina apenas contaba con 6.000 y el Brasil 18.000. Con esto no queremos decir que Solano López carecía de patriotismo, todo lo contrario, sino que entendemos que el verdadero patriota es aquel que ama con vehemencia a su patria y hace lo posible por serle útil, o aquel que con su esfuerzo denodado y constante contribuye para un país mejor o con el sacrificio de su vida logra algo bueno para la nación, y evitando malo. Pero de ningún modo debe comprometer los intereses vitales de la nación, incluido la paz, en pos de objetivo incierto, aún muriendo en el intento, y como dice un proverbio: “conquistar gloria sin provecho para la patria es inútil sacrificio”. No obstante, pensamos que el patriotismo no puede ser perfecto porque el hombre es imperfecto.

Sección 2. El gobierno paraguayo incursiona en un terreno incierto
     El 21 de octubre, el canciller paraguayo, por orden del presidente, derrochando toda cautela que requiere un asunto de gran importancia, remite al gobierno argentino una nota de solicitud de explicación sobre su intromisión en los asuntos internos del Uruguay. En Anexo, Berges envió un enorme brulote: todas las notas reservadas que el gobierno paraguayo había recibido del gobierno uruguayo. La mencionada nota paraguaya llevaba implícita la amenaza. El embajador uruguayo, Lapido, infructuosamente intentó impedir el envío de las correspondencias reservadas que el gobierno uruguayo había remitido al gobierno paraguayo, pues, parte de ellas contenía solo intrigas y falsas acusaciones contra el gobierno argentino, en especial las que se referían a la intención de incorporar el Paraguay y el Uruguay. Sin embargo, el general López tenía bien calculado el efecto que produciría en el gobierno argentino al dar a conocer las intrigas, calumnias y la hostil actitud del gobierno blanco uruguayo contra el de la Argentina. De este modo, Solano López anuncia su entrada en el escenario del Río de la Plata, en vez de practicar el neutralismo positivo como su padre, o sea, privilegiar la política de desarrollo del país.
     Con su aparente indiscreción, el presidente paraguayo buscaba dos cosas: impedir la reconciliación entre los gobiernos de la Argentina y el Uruguay, y convencer a Mitre sobre su sinceridad de modo que este recurra a él para mediar en el conflicto de ambos países, recreando el descollante papel que cumplió en 1859, después de la batalla de Cepeda[6]. No obstante, el gobierno uruguayo celebró el gran éxito de su diplomacia al lograr que el gobierno paraguayo por fin saliera de su crisálida para irrumpir con fuerza en el Río de la Plata, por supuesto en beneficio del partido blanco, al remitir al gobierno argentino la nota de solicitud de explicación sobre su política hacia el Uruguay. De este modo, el gobierno oriental arrastraba al Paraguay a un campo lleno de problemas inextricables que lo llevará a una devastadora guerra. Solano López, confiado en su poderoso ejército, creyó que como Alejandro era capaz de desenredar el “nudo gordiano”[7] de la alta política e imponerse en la región.
     Desde Montevideo, Juan José de Herrera, canciller oriental,  manipulaba al incauto y vanidoso presidente paraguayo utilizando sofismas; pero Solano López, o no se percataba de ello o su deseo vehemente de hacerse notar en la región era superior a los intereses de su país. El canciller uruguayo no ignoraba que las independencias ni de Paraguay ni de Uruguay estaban amenazadas; su propósito era nada más utilizar el enorme ejército paraguayo como elemento de disuasión, vale decir, para desalentar al gobierno argentino de seguir en su supuesto apoyo a la insurrección armada de Flores contra el gobierno blanco, probándole que lo que pretende conseguir con dicho acto es inferior a los daños que el gobierno uruguayo, apoyado por Paraguay, estaba resuelto a infligirle si persistía en tal empeño. Herrera, por intermedio de Lapido, propuso al gobierno paraguayo la inmediata ocupación militar de la isla Martín García y la captura de la flotilla de guerra argentina que allí se encontraba fondeada; asegurando categóricamente que ni bien el general López cruza con su ejército las fronteras argentinas agitando su pendón de guerra, Entre Ríos, Corrientes y Uruguay le acompañarían. El general López se hizo engañar con mentiras disfrazada de manera artificiosa y cerró los ojos a la verdad por serle más grato el error.
     En un oficio fechado el 31 de octubre de 1863, el canciller uruguayo recomendaba a Lapido para sondear la opinión del gobierno paraguayo: “si no cree que ha llegado el momento oportuno, como ha creído el gobierno uruguayo, en iniciar la guerra. Hay que reconocer francamente, que tanto el general López como el gobierno blanco deseaban resolver el conflicto por medio violento ya que habían creados suficientes pretextos con ese propósito, además la ocasión era propicia, pues a la sazón el Paraguay disponía de un ejército diez veces superior en cantidad de hombres al de la Argentina; pero Solano López aún estaba indeciso o solo se reservaba para vérsela con el Brasil.

Sección 3. El equilibrio de poderes
El 6 de noviembre de 1863, el gobierno paraguayo dirigió una circular al cuerpo diplomático de Asunción, en la cual señalaba que el Paraguay considera que “la independencia perfecta y absoluta de Uruguay”, era condición sine qua non como equilibrio político de los estados del Río de la Plata, y que emplearía todo su poder para poner fin a esa amenaza”[8]. El mismo día, Octavio Lapido rebosante de optimismo, partía de Asunción con destino a Montevideo, llevando la mencionada circular. La intervención de Solano López con su poderoso ejército ya se hallaba en plena incubación, y solo faltaba un hecho disparador para romper las hostilidades y continuar la diplomacia por otro medio, vale decir, con la guerra.
     Respecto a la famosa doctrina de “equilibrio del poder”, tan pregonado por el gobierno del partido blanco uruguayo y por Solano López, así como algunos historiadores paraguayos, que aseguraban que con ello la paz reinaría en la región. Sin embargo, Diego Abente Brun demostró con irrefutables argumentos que ese principio no resuelve los conflictos entre los países. Pasamos a transcribir del enjundioso trabajo de investigación del mencionado intelectual paraguayo, el capitulo El equilibrio en el Río de la Plata, lo que sigue: “Aunque muchos estudiosos y políticos han sostenido que el equilibrio impide el estallido de un conflicto, algunos se muestran más escépticos sobre sus supuestos efectos positivos en tanto que otros se preguntaban si tal equilibrio existió alguna vez en realidad. En este sentido, A. F. K. Organski ha afirmado que la evidencia histórica no da su respaldo a la tesis de que el equilibrio de poderes en una región conduzca a la paz: lo contrario es, en realidad, el caso”. Afirma, Organski que, la relación entre la paz y el equilibrio del poder parece ser exactamente lo contrario a lo que siempre se ha proclamado. Los períodos de equilibrio, reales o imaginarios, son períodos de guerra, mientras que los períodos de preponderancia conocida son períodos de paz… Las naciones se muestran renuentes a entrar en combate a menos que considere que tiene una buena posibilidad de ganar, pero esto es cierto para ambos bandos solo cuando los dos están total y absolutamente parejos, o por lo menos cuando creen que están. De esta manera un equilibrio de poder aumenta las posibilidades de guerra. Sigue diciendo Abente Brun: “De acuerdo con este argumento, una situación de preponderancia preservará la paz debido a que el más fuerte no necesita ir a la guerra y el más débil no puede”[9].
En otra parte de su trabajo de investigación, donde Abente Brun de nuevo luce su ingenio, se lee: para probar la argumentación de Organski, se debe determinar si los países participantes de la guerra del Paraguay eran ya sea poderosos y satisfechos o poderosos e insatisfechos. En segundo lugar, es necesario establecer si la región estaba en situación de transición de poder, es decir, si la potencia de primer orden estaba por ser eclipsada por la de segundo orden, o si esta última encontraba inadecuada la distribución de poder y estaba tratando de cambiar la situación en ventaja suya. Este último argumento es el que se ajusta al objetivo político de Solano López. Pero, desgraciadamente, él no se daba cuenta que el equilibrio de poderes en una región determinada debe ser el resultado de un acuerdo o la imposición del más fuerte, militarmente. Para este último caso, Solano López precisaba de mejores medios para tan ambicioso propósito. Respecto al equilibrio de poderes, Efraín Cardozo, después de comentar la nota de explicación solicitada por el gobierno paraguayo a la Argentina sobre su intervención en el asunto del Uruguay, escribió: “Solano López no avaló la denuncia oriental sino que halló ocasión en ella para reivindicar el derecho de intervenir en los asuntos del Río de la Plata, de que hasta entonces sus antecesores se había apartado cuidadosamente. Para tal efecto, trasplantó la vieja doctrina de equilibrio a la que se debía el orden europeo desde el tratado de Westfalia[10], y que por entonces tenía un firme mantenedor en Napoleón III. Solano López soñaba con desempeñar, tal como intentaba hacerlo en Europa el emperador francés, el papel de árbitro de la paz y sostenedor del statu quo en el Río de la Plata”[11]. Sin embargo, el propósito de Napoleón III terminó en un estruendoso fracaso al ser derrotado en la batalla de Sedan (Ardennes)[12] por el ejército prusiano el 1 de setiembre de 1870 que condujo a la caída de Napoleón III.

Sección 4. Respuesta de Mitre a la solicitud de explicación
El 6 de diciembre, el gobierno paraguayo reiteró su pedido de explicación a la Argentina, porque la tardanza le exasperaba al general López; sin embargo, próximo a la Navidad, por fin llegó la respuesta a la famosa explicación solicitada. Pero Mitre contraataca, de acusado pasó a ser el acusador de Solano López. A la nota de explicación, el canciller argentino la acompañó con una carta a José Berges, en la que le decía en uno de los párrafos: S.E, el señor Presidente ha ordenado al abajo firmado, se dirija a V.E., expresándole que para contestar convenientemente las notas de V.E., del 21 de octubre y 6 de diciembre, que ha tenido el honor de recibir, desearía que V.E., se dignase en hacerle saber de lo que el gobierno uruguayo haya solicitado o propuesto al del Paraguay, relacionada a su política con la Argentina[13]. Con esto, el gobierno de la Argentina deseaba conocer primero, si el Paraguay era amigo o enemigo o neutral como condición para dar la explicación debida. El pedido del canciller argentino fue contestado de modo evasivo; sin embargo, el presidente López, cual incisivo fiscal insistía una y otra vez sobre la respuesta a su pedido de explicación, mientras que él eludía dar una contestación apropiada a la solicitud del canciller argentino.
El 6 de enero de 1864, el gobierno paraguayo por tercera vez reitera su solicitud de explicación; además, protestó de manera furibunda por la fortificación de la isla argentina Martín García; sin embargo, Solano López convertía Humaitá en una impresionante fortaleza. Es más, como demostración de su molestia por la fortificación de la mencionada isla da comienzo a un acelerado incremento de los efectivos de su ya desmesurado ejército, y las relaciones con la Argentina se torna tirante. Una semana después del envío de la última nota, de modo reiterativo, el general López vuelve a insistir sobre su pedido de explicación al supuesto apoyo brindado a la rebelión de Flores. Con el propósito de causar vivo efecto en el ánimo del gobierno argentino y patentar el disgusto del presidente paraguayo, la nota fue llevada a bordo del buque de guerra “Tacuarí”. Esta acción era un claro mensaje que no podía pasar inadvertida. El mismo día de la partida del Tacuarí, el encargado de negocios de Uruguay en Asunción remitía una carta a Herrera, canciller oriental, tocante a la última reiteración de solicitud de explicación, en la que le decía que la nota de Solano López a Mitre: “es terminante, categórica, la decisión de invadir Corrientes si el Tacuarí no trae una respuesta satisfactoria a la nota paraguaya, o si la trae deficiente o evasiva[14]”. Pero a Mitre no le intimidó la bravata del presidente paraguayo, y el “Tacuarí” regresó a Asunción con otra evasiva respuesta argentina, sin embargo el general López no movió su ejército. ¿Por qué persistía tanto en su solicitud? Pues, si Mitre le daba la explicación solicitada, implícitamente se le reconoce al presidente de Paraguay el derecho de intervenir en los conflictos del Río de la Plata o tal vez, provocar una reacción violenta del gobierno argentino que le sirva de pretexto para colmar su ansia de arrojarse a la garganta de Mitre.

Sección 5. José Vázquez Sagastume, nuevo embajador
El 1° de mayo de 1864, el canciller uruguayo transmite a José Vázquez Sagastume, nuevo ministro en Paraguay, designado en reemplazo de Octavio Lapido, las instrucciones del gobierno resumimos en los puntos siguientes:
1) Persuadir a Solano López a emplear su ejército y aprovechar la ventaja que ofrece la sorpresa, antes que sea tarde.
2) Inducir al jefe de Estado paraguayo a realizar ante Brasil, la misma gestión diplomática que ha realizado ante la Argentina.
3) Que si el Brasil llegara a invadir territorio uruguayo, se obligará al Paraguay a emplear los medios adecuados para repelerla.
4) Convencer al presidente de Paraguay el inmediato envío al Río de la Plata de una flotilla de guerra con 2.000 hombres de infantería.
El 21 de mayo, el canciller paraguayo, José Berges, envió una carta al agente confidencial de Paraguay en Buenos Aires, Félix Egusquiza, en la que le manifestaba: “me alegro que en Buenos Aires haya corrido la noticia que una fuerza paraguaya ha invadido las Misiones. Puede que un día sea cierta y entonces tardarán en creerla”. Dos semanas después le remitió otra. Esta como la anterior destilaba guerra en cada frase: “…por fin todo el país se va militarizando, y verá usted que nos pondremos en estado de hacer oír la voz de nuestro jefe de Estado en los sucesos que se desenvuelven en el Río de la Plata, y tal vez lleguemos a quitar el velo a la política sombría y encapotada del Brasil”. l[15]  

Sección 6. Gobierno de Uruguay refuerza su cuerpo diplomático
El 14 de julio, el gobierno uruguayo envía a Asunción a uno de los personajes más duros del Partido Blanco, el Dr. Antonio de las Carreras, para trabajar con Sagastume en la elaboración de un plan para lograr lo siguiente[16]:
1) Asegurar el auxilio diplomático y militar de Paraguay para derrotar la sublevación de Flores;
2) Inducir al gobierno paraguayo que notifique a Argentina y Brasil, que el Paraguay tomará parte en cualquier conflicto que involucre al Uruguay;
3) Obtener un compromiso categórico, que al producirse la invasión de Brasil, el Paraguay acudirá en su ayuda; de manera que el gobierno uruguayo pueda basar su política sobre esa ayuda.
El último punto, pero no por ello el menos importante, confirma la apreciación de que el gobierno del partido blanco se ponía terco y obstinado en las negociaciones porque creía contar con Solano López y el poderío militar de Paraguay.
El 1° de agosto de 1864, Antonio de las Carreras y Sagastume entregaron a Berges un memorandum de extraordinaria importancia, no solo porque contenía propuesta susceptible de consecuencias perniciosas, sino porque pintaba fielmente los maquiavélicos argumentos utilizados por los caudillos del partido blanco para mantenerse en el gobierno per saecula saeculorum[17], como el gobierno de los López. A continuación, en forma breve y sumaria transcribimos de la obra de Horton Box los puntos más importantes del mencionado documento:
1) Que el plan de Mitre y Flores era reconstituir el virreinato del Río de la Plata.
2) Que la actual cooperación de Argentina y el Brasil a la campaña de Flores probaba la intención de repartirse el territorio uruguayo.
3) Que el peligro que amenazaba al Uruguay también amenazaba al Paraguay.
4) Que la única manera de alejar las amenazas es destruir el maléfico poder de Buenos Aires; para tal fin habría que favorecer las independencias de Entre Ríos y Corrientes. Y,
5) Que la institución de una liga conformada por Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes alcanzaría un formidable poderío.
No puede caber duda alguno que López y el partido blanco eran amigos de la guerra y enemigos del Brasil, por tanto, aquel acepta voluntariamente el sofisma y obra en consecuencia. Su primer paso fue el de publicar por “El Semanario”, en una aparente indiscreción, pero calculadamente, todas las correspondencias reservadas enviadas por el gobierno uruguayo al de Paraguay relacionadas con la Argentina. La publicación de las intrigas y calumnias del gobierno uruguayo contra la Argentina justificaba la declaración de guerra al Uruguay; pero Mitre ignora la provocación porque prefiere conservar la paz y mantener la más estricta neutralidad. El objetivo perseguido por López era, que Mitre cometiera alguna acción que justifique el inicio de la guerra o apartarla de los conflictos y dejar a Paraguay y Uruguay para vérselas con el Brasil. Esto demuestra que en toda guerra existe un agresor que prefiere la solución violenta, por tanto, se opone a un arreglo pacífico del conflicto que, en cada caso suele ser el motivo ocasional de la guerra.



CAUSAS INMEDIATAS  DE  LA  GUERRA

Sección 1. Ultimátum del Imperio del Brasil al gobierno uruguayo[1].
Después de agotar los medios pacíficos para resolver la cuestión que le trajo a Montevideo, el 4 de agosto de 1864 el Ministro en Misión Especial en el Río de la Plata, José Antonio Saraiva, envía un ultimátum al gobierno uruguayo, exigiendo las reparaciones de los daños sufridos por los 40.000 súbditos brasileros, en su mayoría residiendo en la parte norte del país y en Montevideo, amenazando con tomar represalias. El presidente uruguayo remitió el documento al presidente paraguayo, con la propuesta de que intervenga en el Río de la Plata con su ejército para formar una alianza entre Paraguay, Uruguay y las provincias de Entre Ríos y Corrientes. El general López rehusó la proposición, aunque alimentó su vanidad, y prometió asegurar el equilibrio de poderes en el Río de la Plata. Sin embargo, después encandilado por tentaciones utópicas y de una necesidad desesperada en constituirse en el centro de atención en la región, se deja arrastrar por el partido blanco en el gobierno a un terreno sumamente espinoso, de donde difícilmente podía salir ileso; consecuentemente, la situación política de la convulsionada Banda Oriental la visualizó mal y le hizo cometer un error garrafal que llevó al Paraguay a un dramático e inútil holocausto.
El 24 de agosto de 1864, arribaba a Asunción por el vapor “Paraguarí” el Ministro brasilero César Saubam Vianna de Lima; en el mismo transporte llegaba también Mr. Edward Thornton, ministro británico ante los gobiernos de Argentina y Paraguay, y la noticia del ultimátum del Brasil al Uruguay. Thornton desplegó una intensa actividad para persuadir al general López que trate la cuestión con suma prudencia y evite cualquier reacción violenta, prometiéndole además que la Gran Bretaña garantizaba las independencias de Paraguay y de Uruguay; pero todos sus esfuerzos fueron vanos.

Sección 2. Repercusiones en Buenos Aires del ultimátum
El ultimátum genera entre los porteños encontradas posiciones. A continuación transcribimos de la obra de Efraín Cardozo[2] lo que sigue: “En la prensa de Buenos Aires se levantaron algunas voces para sostener que la República Argentina debía salir al encuentro del Brasil en defensa de los principios republicanos y de la República Oriental. El órgano oficioso del gobierno, La Nación Argentina, creyó necesario emitir una clarificadora opinión al respecto. El 13 de agosto (1864) dijo que los hombres de Montevideo, viéndose perdidos “han apelado hoy al gran recurso de sublevar el antagonismo de las instituciones y las rivalidades antiguas para llegar a un resultado cuya monstruosidad se percibe apenas”. La idea monstruosa consistía que el gobierno argentino protegiera a los blancos; esa idea cundía extraordinariamente en Montevideo, “y lo que es más extraordinario aún, sigue diciendo La Nación Argentina: “hay en Buenos Aires algunos que piensan que debemos salir al encuentro del Brasil”. Y preguntaba el órgano oficial: ¿Podría alguno esperar que, después de todo lo que ha hecho el gobierno de Montevideo abrigue la pretensión de que la sangre argentina se derramara en una guerra formidable para sostener sus quijotadas? ¿Podría esperarse que el gobierno argentino cometiese la aberración de hacer una alianza de guerra con el partido blanco, para salvarlo, cuando él tiene en las manos el medio de salvarse y no lo quiere?
Sigue diciendo el periódico: “La Nación Argentina negaba al gobierno oriental el derecho de invocar la causa republicana. El Brasil por ser imperio, no estaba fuera de la ley de las naciones. Los reclamos internacionales no podían resolverse según la forma de gobierno de los reclamantes, sino por la justicia que tuvieran. Y después de acusar al gobierno oriental de ser culpable de todas sus dificultades, terminaba diciendo La Nación Argentina:
“Creemos, pues, que la República Argentina no debe aliarse al gobierno de Montevideo, porque es un delirio y un crimen. Creemos que ella debe limitarse a obtener la seguridad de que la independencia de la República Oriental no peligra: si para ello fuese necesario intervenir conjuntamente con el Brasil para obtener la satisfacción que se debe a ambos gobiernos, que así se haga; pero intervenir para salvar la impunidad del gobierno de Montevideo, eso jamás. El interés mismo de la pacificación del Río de la Plata aconseja que, garantida la independencia del Estado Oriental, se deje al actual gobierno de la ciudad bajo la presión de las dificultades que él mismo se crea; para obligarlo a aceptar la solución política que tan imprudentemente ha rechazado[3].
Si el gobierno oriental quiere librarse de complicaciones que haga lo que le aconseja la humanidad y la razón, que haga la paz y cesarán todos los inconvenientes. Pero que él ha de cometer toda clase de excesos, que ha de continuar estúpidamente una guerra inhumana, que se ha de negar a todo arreglo honorífico, para que nosotros nos hagamos responsables y solidarios de sus desaciertos, es cosa que no podrá admitirse jamás. Cualquiera tentativa contra la independencia del Estado Oriental, tendrá en su contra a la Argentina, al Paraguay y al mismo general Flores, que hoy domina con las armas la campaña de su país. Pero, en nombre de una tentativa que no existe, no puede pedirse que nos hagamos los paladines o editores responsables del gobierno de Montevideo.















 Lunes 17-Oct.-2016
Sección 3. La famosa nota del 30 de agosto de 1864
José Berges, jefe de la cancillería paraguaya, a nombre del gobierno dirigió una nota al embajador del Brasil en Asunción, Vianna de Lima, protestando enérgicamente contra la amenaza de represalia hecha al Uruguay. A continuación presentamos un extracto de la nota, para lo cual nos hemos servido del apéndice a la obra de L. Schneider[4]:
1) Penosa ha sido la impresión que ha dejado en el ánimo del gobierno paraguayo la exigencia del ultimátum del Emperador al gobierno oriental, que es de cumplimiento imposible.
2) El Gobierno del Paraguay deplora profundamente que el de Brasil se separe de la política de moderación; pero no puede mirar con indiferencia ni menos consentir que en ejecución del ultimátum las fuerzas brasileras ocupen parte del territorio del Uruguay.
3) El Gobierno de la República del Paraguay considerará cualquier ocupación del territorio oriental, aún temporalmente, como atentatoria al equilibrio de los Estados del Plata que interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y prosperidad.
4) El presidente del Paraguay cuestiona enérgicamente la no aceptación del Brasil al ofrecimiento de su mediación al conflicto de Uruguay.
5) El gobierno del Paraguay considerará casus belli entre Paraguay y Brasil la invasión del territorio uruguayo por tropas del Imperio.
En la mencionada nota, Berges señaló el conflicto suscitado entre el vapor uruguayo Villa del Salto y el buque brasilero Jaquitinhonha, ocurrido el 7 de setiembre de 1864.[5]
La nota del 30 de agosto, era de extremada imprudente porque no dejó abierta ni un resquicio para la negociación a fin de impedir la guerra; constituía una evidente amenaza, la cual será reiterada por otra nota cuatro días después. Con la mencionada nota tenemos a un jefe de Estado al que parece no interesar hacer andar a su nación por el filo de la navaja.
El 12 de setiembre, el Paraguay declaró rotas las relaciones con el Brasil. Con ello, resulta muy claro que el general López, voluntariamente, metió a la República del Paraguay en un atolladero sin más salida que la guerra.
El 1 de setiembre, el embajador del Brasil en Asunción, Vianna de Lima, contestó la nota del 30 de agosto, manifestando en ella que el Imperio del Brasil no sería detenido en el cumplimiento del sagrado deber de proteger la propiedad de sus súbditos[6]. Dos días después, Berges replicó que si el Brasil llegara a invadir territorio uruguayo, el gobierno paraguayo se vería en la necesidad de cumplir su promesa hecha en la nota del 30 de agosto[7]. Ante la tensa relación entre el Paraguay y el Brasil, por iniciativa de Solano López o de su círculo áulico se redactó un manifiesto de apoyo a la firme actitud del gobierno paraguayo contra el Imperio del Brasil. Todos los paraguayos la firman sin excepción alguna, ofreciendo al general López sus vidas y sus bienes para defender su causa. De esta manera, el general López se convirtió en dueño de la vida y hacienda de todos los paraguayos y como tal las utilizará después a su antojo. Una enorme multitud se congregó frente al despacho del presidente para manifestar el apoyo del pueblo y al mismo tiempo poner en sus manos la vida, los bienes y la libertad de todos los habitantes del país. López agradece el “espontáneo” gesto y manifestó con altivez: he llamado la atención del emperador del Brasil sobre su política en el Río de la Plata, y espero que mi voz no será desoída, pero si desgraciadamente no fuera así, y mis esperanzas fueran fallidas apelaré a vuestro concurso para el triunfo de la causa nacional, por grandes que puedan ser los sacrificios que la patria demande de sus hijos. Entretanto, permaneced tranquilos, mientras no me vea en la necesidad de apelar directamente a vosotros[8]. Como vemos, semejante arenga decía el presidente paraguayo con alguna jactancia, pues él creía que su poderoso ejército le daba derecho a sentarse bajo la “palmera de Débora”[9], donde acudirían los plenipotenciarios de los países del Río de la Plata y del Imperio del Brasil para resolver sus pleitos.
El Dr. Eusebio Ayala, Presidente de La Victoria por antonomasia[10], escribió al respecto: López, desde su atalaya mediterránea veía poco y mal la trama de los acontecimientos del Río de la Plata; prestando oídos a intrigas diplomáticas, creyó que una vez que él levantase su pendón de guerra, se unirán a su causa los enemigos de Mitre, entre ellos Urquiza, el partido blanco uruguayo, y tal vez, también estallaría un movimiento separatista en Río Grande del Sur. Sigue diciendo el eximio conductor político de la Guerra del Chaco (1932-1935): Solano López imaginó que podía ser el Napoleón sudamericano gracias al poder absoluto heredado de dos déspotas sobre un pueblo laborioso, disciplinado y de vivo patriotismo. Poco después de lanzar su ejército a invadir la Argentina y el Brasil, se dio cuenta de la verdad, no tuvo carácter e inteligencia para adaptarse a las circunstancias; siguió la guerra después de estar convencido de que ningún aliado iba a venir en su ayuda y que el mismo gobierno uruguayo se alistaba para combatirlo. López prefirió sacrificar a su país antes de reconocer su error y rectificarse.[11]

Sección 4. Las represalias de López tras la invasión del Brasil.
El 1 de diciembre de 1864, tropas brasileras empezaron las represalias terrestres con el fin de presionar al gobierno oriental a atender sus demandas de dar seguridad a los súbditos del Emperador que habitaban el territorio oriental. Luego de la derrota de las fuerzas leales del gobierno al mando del aguerrido general Leandro Gómez en la batalla de Paysandú, Flores y las tropas brasileras avanzaron sobre la Capital de Uruguay. Los diplomáticos extranjeros de Buenos Aires y de Montevideo hacen denodados esfuerzos para impedir que la ciudad sea sometida a un bombardeo de la flotilla brasilera, pero el presidente Anastacio de la Cruz Aguirre, reemplazante de Bernardo Prudencio Berro, privado de la capacidad de juzgar con claridad acerca de la gravísima situación en que se hallaba seguía con la esperanza de la ayuda del general López y mantuvo una fanática posición muy acorde con la idea del partido blanco: no negociar ni con Flores ni con el Brasil. No cabe la menor duda que la intransigencia del gobierno oriental y de los exaltados líderes del partido blanco estaba sustentada por la creencia de que tenían un “as de espadas en la manga”: el general López y su temible ejército. Hasta el último momento el gobierno oriental mantenía una posición diamantina y trataba de ganar tiempo hasta la llegada del esperado salvador; a despecho de todo creía aún que en cualquier momento aparecería la figura del general López a la cabeza de su ejército. El presidente Aguirre con exasperación clamaba la ayuda de Paraguay; sin embargo, solo recibió del general López la respuesta: “Caiga con la gloria de Paysandú y yo luego reconquistaré vuestro territorio”[12]. Cuando uno está desesperado no razona bien y cree en cualquier cosa. Por el estado de exasperación en que se hallaban los líderes blancos daban crédito a rumores infundados como que Urquiza y López ya se hallaban cruzando el río Uruguay.
El 12 de noviembre de 1864, como represalia de la invasión brasilera al Uruguay, Solano López mandó apresar el vapor brasilero Marquês de Olinda y con ello precipita la guerra. Este transporte fluvial hacía viajes periódicamente de Montevideo a la provincia brasilera de Mato Grosso, y a la sazón se encontraba en Asunción. Llevaba a bordo numerosos pasajeros entre ellos al nuevo presidente de Mato Grosso, coronel Federico Carneiro Campos. Este y los tripulantes quedaron como prisioneros de guerra, y todos ellos después murieron en el transcurso de la guerra. Con la violenta captura del vapor brasilero, Solano López abre la guerra contra el Imperio del Brasil. De este modo los líderes del partido blanco uruguayo lograron su objetivo, pues pensaban que el general López podía ayudarle ante la amenaza de perder el poder, pero el auxilio paraguayo llegará tardíamente. El presidente paraguayo, siempre moroso, recién envió 37.000 hombres en dos columnas, una por las riberas del río Paraná y la otra por las del Uruguay, bastante alejada una de la otra, cuando su aliado ya se hallaba en la agonía y el general Flores ya estaba consolidado en el gobierno. La ayuda ya era tarde, porque el general López, en vez de dirigirse a Río Grande do Sul y Montevideo, empezó sus operaciones militares hacia el norte, perdiendo de este modo tiempo y el último aliado que le quedaba, pues al declarar la guerra a la Argentina, inmediatamente las provincias de Corrientes y Entre Ríos les dieron la espalda.

Sección 5. Por fin se logra la paz en la ROU
El 15 de febrero de 1865 terminaba el mandato de Anastacio de la Cruz Aguirre como Presidentes del Senado y del país. Por tanto, día antes los senadores se reunieron y eligieron a Tomás Villalba para reemplazarlo. Inmediatamente, el nuevo mandatario empezó las negociaciones con Flores y José María da Silva Paranhos, que concluyó con la firma del protocolo de paz el 20 de febrero de 1865 celebrada en Villa Unión. Entre los acuerdos constaba que Flores asumiría el vacante cargo de presidente de la república. Además, acuerdan la alianza de Uruguay y Brasil en la guerra contra el Paraguay; a la sazón una fracción del ejército de López ya hacía un mes y medio que llevaba ocupado la provincia brasilera de Mato Grosso. Firmaron el protocolo el general Venancio Flores, Manuel Herrera y Obes y Paranhos[13].
Con el mayor énfasis afirmamos que la cuestión del Uruguay no valía la vida de un solo soldado paraguayo. Es más, la Constitución Nacional prescribía en el título III, artículo 3: “Corresponde al Congreso Nacional declarar la guerra, oídos los motivos que exponga el presidente de la república”. En el artículo 21, dice: Así mismo es de la aprobación del Soberano Congreso la base de estricta neutralidad por parte de esta República en las discusiones domésticas de las Provincias y Estados vecinos.
El historiador británico Phelam Horton Box dio su parecer con arreglo a su opinión, de este modo: el general López estaba preparado a hacer la guerra, no en defensa de la independencia nacional ni por la integridad territorial de la nación como había de pretender después, sino para hacer oír su voz en los asuntos del Río de la Plata. Es la revelación de una política diametralmente opuesta a la que permitió al Dr. Francia la creación del Estado y a Carlos A. López la consolidación de la independencia de Paraguay. Era en una palabra una política de aventura, como será siempre toda política basada en la pretensión de un puesto al sol, de hacer oír la propia voz, del honor o dignidad nacional. Los griegos la hubiesen denominado política de orgullo altanero[14].
Parecería que a Solano López lo que más le importaba eran cuestiones puramente formales, de prestigio y de honor personal, su espíritu no se contenta con la realidad, sino que se embriaga con las creaciones de fantasía, y con arrebato de entusiasmo arrojó a la nación paraguaya a la vorágine de la guerra. Con su poder absoluto, podía haber apuntalado el progreso del país de modo a dar un gran salto en los campos político, económico y social. Solano López malogró la gran esperanza que su padre había depositado en él; solo queda a los paraguayos lamentar con amargura el bien que dejó de hacer y el enorme perjuicio que ocasionó a la nación paraguaya.
PRÓXIMO CAPÍTULO: "PARAGUAY DECLARA LA GUERRA AL BRASIL".


          (25-Oct-2016)
                                        CAPÍTULO VII
PARAGUAY DECLARA LA GUERRA AL BRASIL
 Sección 1. La cuestión del apresamiento del “Marqués de Olinda”
El error capital del presidente paraguayo fue considerar como un hecho factores decisivos que no tenían bajo su dominio, como las precarias promesas de apoyo de Urquiza, la provincia argentina de Corrientes y el gobierno de Uruguay. Aún así resolvió hacer la guerra ordenando el apresamiento del vapor brasilero Marquês de Olinda, y a continuación rompió las relaciones diplomáticas con el Brasil.
El 13 de noviembre, Vianna de Lima remitió a la cancillería paraguaya una nota que en resumen decía: “En este momento, a las 09.00, fui informado que el Marquéz de Olinda, que salió del puerto para Mato Grosso anteayer a las 14.00, llevando a bordo al designado presidente de aquella provincia, se halla desde esta madrugada fondeado en el puerto de Asunción y bajo la custodia del buque de guerra Tacuarí; hallándose el vapor incomunicado. Pido a V. Ex., explicaciones sobre el grave hecho que acabo de exponer”[1].
En flagrante violación de la Constitución y asumiendo arbitrariamente la suma del poder público, envió una declaración de guerra al embajador del Brasil, diciéndole que las relaciones quedaban rotas por la invasión del ejército brasilero del territorio uruguayo. El diplomático protesta por el apresamiento del vapor sin previa declaración de guerra, y pide sus pasaportes para salir del país con su familia y empleados de la sede diplomática[2]. El ministro José Berges le remitió lo solicitado. Sin embargo, el presidente paraguayo prohíbe la salida de cualquier embarcación. El embajador norteamericano Charles Ames Washburn intervino y consigue con perseverancia que el presidente López permitiera la salida de Asunción de un transporte fluvial. La firme actitud del diplomático norteamericano salvó a Vianna de Lima, a su familia y a los empleados de la legación del Brasil de quedar prisioneros.
Cuando llegó a Río de Janeiro la noticia de la captura del vapor brasilero y el apresamiento del nuevo presidente de Mato Grosso, produjo un estallido de indignación. Pedro II declaró: que contaba con el patriotismo de todos los brasileros para lavar la afrenta. Que el Paraguay estaba exaltado por un presidente despótico, que el asunto del Uruguay estaba por resolverse, y que entonces todas las fuerzas del Imperio estarán disponibles para ser empleadas contra el Paraguay[3]. A la sazón, el ambiente en Asunción era de mucho fervor patriótico. Todo varón vestía el uniforme militar y se dejaba llevar por el entusiasmo general que subía a alturas hiperbólicas a medida que se acercaba el momento de “continuar la política por otro medio[4].
No creemos atentar contra la verdad si decimos que habrá habido pocos varones y mujeres que no hayan buscado en ese momento crucial la oportunidad de prestar algún servicio a la nación. Con el propósito de obligar al Brasil a retirar sus tropas del Uruguay y reponer en el Gobierno al partido blanco, Solano López desatará el monstruo de Frankenstein[5] con el apresamiento del barco brasilero y las invasiones de Mato Grosso, Río Grande do Sul y Corrientes.
El Dr. Higinio Arbo escribió: “Los antecedentes que conocemos demuestran el error del mariscal López de no haber contado con una representación diplomática inteligente, activa y vigilante ante los gobiernos de Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. De esta suerte hubiera tenido una mejor información de los planes que se urdían en su contra, y de los recursos con que contaban sus posibles enemigos. La diplomacia del Mariscal parece apática, casi nula, puesto que no llenó los fines elementales de observar, proteger y negociar. Nada observó, no protegió los intereses de la nación, no negoció para evitar la guerra o neutralizar la alianza entre el Brasil y la Argentina, o, por lo menos, para ganar tiempo y poder recibir el material de guerra adquirido en Europa”[6].

Sección 2. Preparativos para empezar las operaciones militares
Una vez que Solano López ha escogido la estrategia directa; vale decir, la solución del conflicto por medio violento, queda la ejecución de su plan de operaciones. Pero su oponente también querrá llevar a cabo su plan; como consecuencia de ello se genera una confrontación en la que cada uno de los contendientes intentará imponer su voluntad al otro por medio de la fuerza militar. A partir de ese momento es posible advertir si el duelo entre Solano López y su enemigo será una lucha en igualdad de condiciones. Un observador no necesita ser muy perspicaz para inferir que para tan peligrosa pelea, Solano López tenía empuñado apenas un arcabuz, en tanto que el Emperador del Brasil, su oponente, podía esgrimir una pistola automática, pero él enceguecido por la esperanza de fama y de gloria, no distinguía uno del otro.
En la obra del historiador paraguayo, Efraín Cardozo, encontramos este pasaje que cobra relieve a la luz de los acontecimientos ya relatados en capítulos precedentes, describiendo de este modo al Brasil de aquella época: “Su superioridad resplandecía en todos los órdenes y no solamente en el material. En un continente convulsionado por la anarquía, oprimido por los despotismos y sumido en la pobreza, el Brasil gozaba de paz, libertad y prosperidad. La monarquía aparentemente no constituía una rémora, sino una garantía de grandeza y de estabilidad. Las instituciones políticas eran democráticas y representativas, por más que la economía se basara en el trabajo servil”. Continúa diciendo Cardozo: “bajo la égida de un emperador culto y progresista, una clase dirigente altamente capacitada había convertido al Brasil en la primera potencia sudamericana con proyecciones en el mundo. Ninguno de sus vecinos le superaba en territorio, población, riquezas, orden, ilustración y progreso material. Su escuadra no tenía rival. Sus estadistas calzaban alto coturno y se pareaban con los más renombrados del viejo continente. La diplomacia brasilera era el alma del Imperio y la vértebra de su grandeza[7]
La bulimia de las armas y la gloria bélica se apoderaron del Paraguay. Desde el inicio del año 1864, el general López había empezado a incrementar aceleradamente los efectivos del Ejército, y dos meses después ya había establecido varios centros de instrucción militar a donde eran enviados los reclutas desde los 16 hasta los 50 años de edad. Algunos de esos locales de entrenamiento eran: Asunción con 4.000 reclutas, Cerro León 30.000, Encarnación 10.000, Concepción 3.500 y Humaitá 4.000. Esto da un total de 51.500 reclutas, más los 15.000 hombres pertenecientes al ejército permanente; lo que eleva el total general a 66.500. Esta cantidad iría aumentando hasta alcanzar los 80.000.
La posibilidad de luchar por la patria había despertado en el pueblo paraguayo un entusiasmo admirable, los varones de todas las edades acudieron, voluntariamente o a empujones, en masa a los centros de instrucción. Gracia a ese fervor patriótico se pudieron formar numerosos batallones y regimientos que tantas glorias acumularon en el transcurso de cinco años de guerra. El reclutamiento era facilitado por la vida tediosa que llevaban, y la guerra constituía para ellos una oportunidad de vivir momentos de emoción. En especial los jóvenes se creían a prueba de balas y pensaban que encontrarán en la guerra excitantes aventuras. No obstante, la juventud paraguaya estaba consciente de que era la nación la que le llamaba, y ante este clamor no trepidó en cumplir con el deber. De este modo, fueron llevados después al teatro de operaciones jóvenes que no dudaron en aceptar el reto de luchar por la patria.
Desde hacía un par de año, el desmesurado aumento del poder militar del Paraguay no presagiaba nada bueno, y alarmó a la prensa de Buenos Aires, aunque pensaba que esos preparativos eran contra el Brasil, y que de ninguna manera podían ser empleados contra la Argentina, ya que eran aliados naturales; por tanto, no había de qué inquietarse. Sin embargo, la opinión que imperaba en aquel entonces en el Río de la Plata contra la fuerza perturbadora de Paraguay y la actitud belicosa de Solano López empezaba a despertar preocupación, porque los preparativos eran desproporcionados al recurso del Paraguay.
El general López estaba convencido que su ejército era invencible, si bien estimaba exageradamente la capacidad del mismo y subestimaba la de los argentinos y brasileros. Tenía la idea de atribuir al aislamiento del Dr. Francia y al conservadurismo de su padre, la ausencia de Paraguay de los asuntos de la región, y él estaba resuelto a cambiar esa situación. Posiblemente, la creación de una fuerza poderosa respondía más a la intención del general López de ganar prestigio militar e influir en los asuntos políticos del Río de la Plata. Pero intervino el gobierno del partido blanco uruguayo, que a través de Sagastume un diplomático astuto como la zorra, que le hizo creer que existía un tratado secreto entre la Argentina y el Brasil, y que corrían peligro las independencias de Paraguay y Uruguay. Entonces, Solano López procedió, en previsión de cualquier cosa, a invadir ambos países. La mayor parte de la influencia nefasta que el partido blanco uruguayo haya podido ejercer sobre el presidente paraguayo, lo ha sido a través de connotados políticos como Herrera, Lapido, Antonio de las Carreras y Vázquez Sagastume, que usando sofismas estimularon la vanidad de Solano López y lo empujaron a la guerra.
Cuando llegaron a Buenos Aires la noticia sobre la actitud del gobierno paraguayo ante el ultimátum del gobierno del Imperio del Brasil al Uruguay, la prensa bonaerense empieza a discutir qué postura adoptaría Argentina en esta circunstancia, ya que el ejército paraguayo contaba con 80.000 hombres, en tanto que la Argentina estaba casi sin ejército. No obstante, la desbocada prensa argentina continuaba refiriéndose al presidente paraguayo y con sarcasmo lo denominaba el protector del equilibrio del Río de la Plata o el cacique, del mismo modo ridiculizaba la fábrica de materiales de guerra llamándola, la talabartería de López.

















[1] L. Schneider. Apéndice al Vol. I, obra Cit, Pág. 83.
[2] L. Schneider. Apéndice al Vol. I, obra Cit. Pág. 84. Nota del 14 de noviembre de 1864.
[3]     Jeorge Thompson, “La Guerra del Paraguay”, RP Ediciones, Servilibro, Asunción, 2003. Pág. 32.
[4]     Famosa definición de von Clausewitz en su libro “De la guerra”.
[5]     Frankenstein, título de uno de los clásicos de la novela fantástica y de terror, cuya autora fue Mary Shelley.
[6]     Arturo Bray, “Hombres y épocas del Paraguay”, opiníón del Dr. Higinio Arbo, del Instituto Americano de Derecho Internacional, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Paraguay y prologuista de la mencionada obra. Editorial El Lector, Asunción, 1996.
[7]    Efraín Cardozo, Obra cit. Pág. 29.







[1] L. Schneider. “La guerra de la Triple Alianza contra el gobierno de la República del Paraguay”, H. Garnier-Livreiro-Editor, Río de Janeiro, 1902, Apéndice al Vol. 1°, Págs. 24 al 30.
[2]     Efraín Cardozo, “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata. Antecedentes y estallido de la guerra del Paraguay”. Librería del Plata, Buenos Aires, 1961. Págs. 289 y 290.
[3] El 20 de octubre de 1863, firmaron en Buenos Aires un Protocolo de Paz: el Ministro de Uruguay Andrés Lamas, el canciller de Argentina Dr. Rufino de Elizalde y el ministro de Brasil João Alves Loureiro. Este Protocolo el gobierno del partido Blanco de Uruguay, lo había rechazado. Esta misma actitud adoptó el gobierno blanco ante el Protocolo de Punta del Rosario del 18 de junio de 1864, que en un empeño de reconciliación, firmaron José Antônio Saraiva ( Brasil), E. Thornton (G. Bretaña), R. Elizalde (canciller argentino), Florentino Castellanos y Andrés Lamas (comisionados del gobierno uruguayo) y el Gral. Flores.
[4]      L. Schneider. Obra cit. Vol. I, Pág. 76.
[5] Sobre ese conflicto se puede ver en la obra de Schneider, Vol. I, Cap. II, Págs. 40 y 41, nota al pie N° 3.
[6]     Horton Box, Obra cit., Pág. 192.
[7]     Idem.
[8]     Juan Crisóstomo Centurión, Obra cit. Pág. 190. Schneider, apéndice a la obra Cit, Pág. 78.
[9]     “Débora acostumbraba sentarse bajo una palmera (conocida como “la palmera de Débora”), que había en los montes de Efraín, entre Ramá y Betel, y los israelitas acudían a ella para resolver sus conflictos” (Jue 4.5).
[10] Dr. Eusebio Ayala (1875-1942), presidente provisorio de la república (1921-1923) y constitucional (1932-1936). Afrontó la guerra del Chaco con hidalguía y patriotismo. Finalizada victoriosamente la guerra fue derrocado por un golpe de Estado liderado por el coronel Rafael Franco.


[11]    Eusebio Ayala “Patria y Libertad”, pág. 391.
                 [12]Horton Box, Obra cit. Pág. 211.
[13] Apéndice al Vol. 1° a la obra de Schneider. Obra cit. Págs 60 y 61.
[14]    Horton Box, Obra cit. Pág. 190.







[1]     Horton Box, Obra cit. Pág. 139.
[2]     Horton Box, Obra cit. Pág. 140.
[3]     La isla Martín García se halla ubicada en el río de la Plata, frente a la desembocadura del río Uruguay, de una extensión de 2 kilómetros cuadrados.
[4]     Horton Box, Obra cit. Pág. 142.
[5]     Horton Box, Obra cit.
[6] Batalla de Cepeda. Urquiza, confederado, derrotó a Mitre, unitario. El general Mitre aceptó la mediación del gobierno paraguayo con el sólo objeto de ganar tiempo para preparar un ejército mejor. Y Urquiza no explotó el éxito porque Mitre aún mantenía suficiente fuerza como para replegarse a Buenos Aires y oponer allí sería resistencia. En fin, la unidad que consiguió el general López duró hasta la batalla de Pavón, vale decir, 18 meses.
[7]    Oscar Secco Ellauri, “La antigüedad y la Edad Media”, Kapelusz Editora, 1993, Pág. 162. Gordia, al sur del mar Negro y en el itinerario de Alejandro en su portentosa campaña: en  esa localidad existía una carreta, cuyo yugo se hallaba unido al pértigo por un nudo extremadamente complicado. Una tradición prometía el imperio del Asia al que fuese capaz de desenredar ese “nudo gordiano”. Alejandro desenvainó su espada y de un tajo lo cortó.
[8]    Horton Box, Obra cit. Pág. 150.
[9]     Diego Abente Brun, “La guerra de la Triple Alianza: tres modelos explicativos”. Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos – Revista Paraguaya de Sociología, Asunción, Pág. 1147.
[10] Tratados de Westfalia, que pusieron fin a la guerra de los Treinta años. Fueron firmados entre España y las Provincias Unidas y entre el Imperio germánico y Francia. Por estos tratados España entregará la Colonia del Sacramento a Portugal.
[11]   Efraín Cardozo, “Breves Historia del Paraguay”. Servilibro, 3ª. Edición, Asunción, 2011, Pág. 91.
[12] Ardennes fue en la segunda guerra mundial el punto de donde partió el ejército alemán en su penetración hacia el oeste el 13 de mayo de 1940.
[13]   Horton Box, Obra cit, Pág. 181.
[14]    Idem, Pág. 152.
[15]    Horton Box, Obra cit. Pág. 187.
[16]    Horton Box, Obra cit. Pág. 155.
                 [17]Horton Box, Obra cit., Págs. 156 y 157.        



   CAPÍTULO VIII
EL GENERAL LÓPEZ SE EMBARCA EN UNA COLOSAL SAGA ÉPICA

Durante los gobiernos del Dr. Francia y don Carlos A. López la misión del ejército era puramente defensiva, sólo para proteger las fronteras sumamente vulnerables, y nunca pensaron como instrumento de conquista. El Dr. Francia estaba empeñado en consolidar la independencia, y don Carlos en el desarrollo del país; a ellos dedicaron todas sus fuerzas, e iban consiguiendo, aunque lento, pero gradualmente, en un ambiente de paz.
El general Solano López tomó con el gobierno del partido blanco uruguayo un compromiso de mucho riesgo para el Paraguay, algo que siempre había rechazado su padre porque sabía que la violencia era difícilmente controlable y las reacciones en cadena que podría generarse desde el inestable Uruguay. En vez de construir un futuro de paz y prosperidad, corrió el riesgo en exponerse, como los japoneses en Pearl Harbor[1], a forzar al irreductible Brasil a enconar el ánimo y convertirlo en un enemigo muy peligroso.
El conflicto en el Río de la Plata abierto por la rebelión del general Flores contra el gobierno del partido blanco podría propagarse por la intromisión del presidente paraguayo. La nueva situación creada por el general López que pretendía tomar parte en la cuestión oriental presentaba riesgo de escalada hasta el extremo; o sea, susceptible de provocar un enfrentamiento violento entre el Paraguay, Uruguay, Corrientes y Entre Ríos, por un lado; y el Brasil y la Argentina, por el otro. Esto a nadie le convenía a ningún precio. Sin embargo, Solano López buscó forzar a sus dos poderosos vecinos que revisen su política en función de los objetivos de la nueva potencia militar emergente en el Río de la Plata, la República del Paraguay.
La posición del Brasil en la región seguía siendo sólida y podía permitirse esperar el primer golpe de Paraguay. Las amenazas de este, si bien las intranquilizaba no era como para intimidarlo: Lo importante era que no debe tomar la iniciativa en ser el primero en desenvainar la espada, porque con un ataque preventivo de Brasil, podría encender el entusiasmo bélico en toda la América del Sur y producir una reacción violenta y pasional de los países republicanos e hispanoamericanos a favor de Paraguay. Entonces, los acontecimientos se volverían incontrolables. Solo por eso rechazó la estrategia de ataque preventivo. Lo que la política del Brasil no deseaba era, que en ningún caso pueda ser imputado como el agresor. Por tanto, estaba dispuesto a encajar el primer golpe de López, porque contaba con suficiente potencial de guerra para torcer rápidamente la situación a su favor.
El 1 de mayo de 1865, el tratado secreto fue aprobado y será puesto en práctica todos sus artículos. Los aliados no tenían alternativas, porque el presidente López ya había corrido el riesgo de colocar al Brasil y a la Argentina ante un hecho consumado al ocupar militarmente las provincias brasileras de Mato Grosso y Río Grande del Sur, y la provincia argentina de Corrientes.
Consideramos que podría ser de interés transcribir aquí algunos párrafos de las cartas de fecha 11 y 15 de enero de 1865 que Manuel Pedro de Peña[2], remitía desde Buenos Aires, a su sobrino Francisco S. López: Hazte un Cid[3], que haya moros y cristianos cuanto antes; hazte un Jerjes[4] un Alejandro, etc., es preciso nomás que sepas que el Brasil no es moco de pavo, que si pestañeas, te dará para tabaco, y te sumirá la boya; tú tienes muchos hombres, pero él tiene muchos soldados; pero esto no importa cuando tú sabes que por el camino se hacen bueyes. Nada importa esas convulsiones de nervios, trastornos y vértigos, que te hacen creer que todo el mundo es cobarde, y que la sabiduría, la política y la fortaleza entraron de un vuelo y gratuitamente en tu mollera y corazón: espera unos días más, y prepárate a tomar las de Villadiego, porque si el Brasil te encuentra, te va a sacudir el polvo, y ponerte como nuevo, y el pie sobre tu pescuezo hasta dejarte mondo y lirondo. Ya sabrás que el Brasil sigue afeitando a tus prójimos de la Banda Oriental; muchas barbas blancas[5] están ya muy bien cortadas, y ellas te dicen que pongas la tuya en remojo.
Solano López había recibido de su padre un Paraguay de largo periodo de paz y esplendor, pero su intención no era convertir pacífica, razonable y eficazmente su gobierno en un desarrollo creador de la nación, sino que su desiderátum era prevalecer en la región o morir con la nación, pues tenía el alma del terrorista que no le importa morir pero a todo quiere llevar con él ¿Y la opinión pública?, ¿qué puede concebir un pueblo anestesiado desde 1814 por dictadores? ¿Cómo se le podía pedir que forme en la mente idea del peligro que le acechaba? La gran mayoría de los paraguayos no sabía otra cosa que obedecer dócilmente a las autoridades de cualquier nivel que sea. La idea guía de las conductas que predominaba era obediencia ciega, agachar la cabeza y sobrevivir. Muchos esclarecidos paraguayos conocieron los atroces sufrimientos de los relegados por sus opiniones políticas, y que a la sazón residían en Buenos Aires, desterrados de su patria. Estos paraguayos rivalizaban en predicar sobre la enorme veleidad de Solano López de intervenir en el Río de la Plata cual don Quijote para deshacer entuertos.
Al declarar la guerra al Brasil, Solano López ya estaba bien dispuesto para empezar las operaciones militares con un ejército de 80.000 hombres (18 % de la población), bien organizado y bien instruido en todo, menos en tiros de fusil. En tanto que el Imperio del Brasil solo disponía un ejército de 18.000 hombres, vale decir, apenas el 0,2 % de su población de 10.000.000 de habitantes, en su mayoría empeñada a cuidar sus extensas fronteras y el resto empleado en la cuestión del Uruguay; y para peor, no contaba con reservas instruidas ni un plan de defensa de su inmenso territorio; así que estaba obligado a improvisar todo para hacer frente al ejército paraguayo.
El tiempo siempre juega a favor del más poderoso en potencial de guerra, de modo que Solano López al empezar sus operaciones en la casi desierta provincia de Mato Grosso, donde desperdició cinco meses de tiempo en un paseo inútil, y después solicitar permiso al gobierno argentino para cruzar su territorio con el propósito de invadir Río Grande do Sur, perdió la sorpresa y rapidez que son principios esenciales para vencer a un enemigo más poderoso antes de empezar a movilizar su inmenso recurso. De este modo anunció la dirección de su ataque, olvidando el viejo adagio: es mejor pedir perdón después, que pedir permiso antes. Esto le permitió al Emperador reforzar su frontera del río Uruguay y tomar otras medidas preventivas concernientes a enfrentar la invasión de su territorio.
Para la invasión de la provincia de Mato Grosso, ubicado al norte de Paraguay, Solano López empleó dos columnas: una de infantería que fue trasportada por medios fluviales, siguiendo el curso del río Paraguay; y otra de caballería, que partió de Concepción y siguió la dirección Bella Vista-Nioac-Miranda-Coxim. El plan consistía conforme López había comunicado a su aliado el presidente Aguirre de Uruguay, en amenazar por dos direcciones Cuyavá, capital de Mato Grosso, para impedir que sea reforzado el ejército en operaciones en el Uruguay desde Río de Janeiro y San Pablo, y obligar de este modo al ejército brasilero abandonar ese país para acudir en defensa de la provincia de Mato Grosso. Una estrategia que Solano López consideró probablemente como genial, mas era grotesco, porque el centro de gravedad de la pugna por el poder era el Río de la Plata, donde será dilucidado quien es el señor de la región.
El general López, para castigar al Brasil, cuyo Emperador tuvo la “osadía” de rechazar su ofrecimiento de mediación en la cuestión del Uruguay, a más de hacer caso omiso a su nota del 30 de agosto de 1865, resuelve ocupar militarmente la provincia de Mato Grosso, cuyo presidente era el general Alexandre Manuel Albino de Carvalho y el comandante de la fuerza militar, el coronel Carlos Augusto de Oliveira. Esta provincia brasilera se encontraba casi indefensa, pues apenas contaba con un efectivo de 875 hombres dispersos por la extensa provincia.
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[1] II Segunda Guerra Mundial (7-Dic-1941), donde la escuadra de los Estados Unidos del Pacífico fue destruída por los japoneses, lo que provocó la intervención norteamericana en la guerra.
[2] “Cartas del ciudadano paraguayo Manuel Pedro de Peña”, este es primo hermano de Juana Pabla Carrillo, madre de Solano López. Envió a su sobrino numerosas cartas hasta el 17 de junio de 1865, que fueron publicadas en un libro de 233 páginas por la Imprenta de la “Soc. Tipográfica Bonaerense”, Buenos Aires, año ilegible.
[3][3] Ruy Díaz mío Cid, héroe legendario de España en la época del rey Alfonso.
[4] Rey persa (484-465 a. J. C.). Reprimió brutalmente las rebeliones en Babilonia y Egipto. Invadió Grecia con un enorme y fastuoso ejército, pero fue derrotado an la batalla de Maratón por el general ateniense Arístides.
[5] Se refiere a los líderes del partido blanco.