martes, 16 de octubre de 2012

GUERRA SECRETA DEL ALGODÓN DE ANTON ZISCHKA

Compilador: Cnel. (RE) Hugo Gastón Sarno
Obras consultadas: Revista “Geopolítica N° 25”, Editorial Leonardo Buschi SRL, Buenos Aires, 1982; "Gran Bretaña y la guerra de la triple Alianza" por J. C. Herken Krauer; y “La guerra del Paraguay: gran negocio”, por León Pomer.

     Introducción. Natalicio González había formulado la tesis de la existencia de una causa concreta –invisible y poderosa- que apunta al rol de instigador, financista y principal beneficiador del conflicto que había desempeñado Gran Bretaña[1]. El objetivo de Gran Bretaña, según Natalicio González era: “Destruir el régimen imperante en el Paraguay y colocar en el gobierno de dicho país a hombres que entregan al extranjero todas las fuentes básicas de la riqueza nacional” (a). Sin embargo, esta posición no se corresponde con lo siguiente: “En gran Bretaña, la Cotton Suply Association, con sede en Manchester, era la principal organización que se encontraba estimulando y enviando semillas para el cultivo del algodón en toda la región del Plata. De Buenos Aires se enviaban semillas al Paraguay y se estimulaba el conocimiento del algodón paraguayo en Inglaterra. Las primeras partidas de algodón paraguayo (1863), que eran enviadas con buques británicos a través de Buenos Aires, alcanzaron un buen precio”[2].

Plantación de algodón. Imagen de google image
“De todas maneras, Gran Bretaña no careció  de fuentes proveedoras de la materia prima durante el periodo de la guerra civil norteamericana. Brasil fue uno de los países que mejor aprovechó la crisis mundial, generando un auge sin precedentes en el cultivo del algodón, así como las bases de una industria textil nacional”.[3]

     El general Juan Antonio Pozzo señala en un artículo titulado: “Protocolo de 1857 o el preludio de una apropiación indebida”: El escritor Osvaldo Bergonzi, quien exonera de toda culpa a Inglaterra en la Guerra del Paraguay, escribe “que Argentina siempre quiso vender –y vendió- la especie de que la verdadera agresora y destructora del Paraguay fue Inglaterra y no los aliados”. “…Y algunos paraguayos hasta hoy creen. Y sí, creen a pesar de que durante la guerra más de 400 profesionales británicos estuvieron al servicio del Paraguay”

     La guerra sorda de los británicos contra los Estados Unidos
     Después de la decisiva victoria de los británicos y prusianos sobre Napoleón (1815) en la batalla de Waterloo (a), con el propósito de dominar los mercados textiles del mundo, Gran Bretaña empezó una guerra de precios contra los EE.UU, su mayor competidor. Para tal fin adoptó el siguiente tipo de lucha: hacer perder dinero a las competencias. Como medio de lograr el objetivo disponía de una flota mercante muy superior a la de cualquier país del mundo. Durante las guerras napoleónicas su poderosa flota inutilizó las flotas de los competidores europeos. Para 1810, la flota británica había aumentado su capacidad de 8.000 a 20.000 barcos.

     Gran Bretaña llevó a cabo un plan de arruinar a los competidores, para ello transportaba a los EE.UU enorme cantidad de productos de su industria textil que tenía acumulado en Londres por causa del bloqueo de Napoleón de los puertos europeos. Las telas de algodón fueron mal vendidos en Estados Unidos, a precio de coste de producción, a crédito y en grandes remates. “Gran Bretaña se consideraba suficientemente rica como para soportar ese despilfarro durante el tiempo necesario como para quebrar a su competidor: los Estados Unidos de Norteamérica”.

     Muchas fábricas norteamericanas sucumbieron como consecuencia de la guerra sorda que le llevó Gran Bretaña. La novel industria estadounidense aún carecía de capital; por tanto, no estaba en condiciones de sostener una guerra de precios. Entonces sucede lo natural: la quiebra de la industria algodonera norteamericana y detrás la quiebra de los plantadores, y como consecuencia el precio del algodón bajó de 88 centavos el kilogramo en 1800, a 28 centavos en 1820, vale decir, el 68 por cientos menos.

     Mientras ciudades británicas como Birmingham, Liverpool y Manchester entre 1760 a 1820 (lapso de 60 años) tuvieron un notable incremento demográfico, sincrónicamente se despoblaba Nueva Inglaterra, donde estaba la mayoría de las fábricas textiles norteamericanas; y la miseria asolaba a Estados algodoneros de Georgia, Tennessee y Carolina del Norte.

     El triunfo de Gran Bretaña en su guerra del algodón contra los Estados Unidos puede considerarse como pírrico. Centrada la lucha contra los Estados Unidos, Gran Bretaña perdió clientes en Europa. Varias fábricas empezaron a despedir obreros, y la desocupación y la agitación social se multiplicaron y obligaron al gobierno inglés a modificar la situación creada. Su política fue reemplazada por la de libre intercambio. La guerra sorda de precio logró el objetivo, pues consiguió arruinar a la industria textil norteamericana, pero a un precio muy oneroso, porque no recuperó la supremacía mundial para los textiles británicos. Vale decir, ganó la batalla, pero perdió la campaña.

     Los Estados del Norte de los Estados Unidos y los del Sur tenían intereses opuestos, y la guerra sorda británica contra los norteamericanos empeoró la situación que desembocaría en una guerra norte-sur. El Norte implementó aduanas protectoras para resguardar sus industrias contra el dumping inglés, pero en detrimento de los del Sur. Los estados del Sur necesitaban que los barcos que llevaban algodón a Europa, al regreso vinieran cargados de productos manufacturados que perjudicaban a la industria de los Estados del Norte. “El Norte no podía tolerar el tráfico de esclavos, mientras que el Sur no creía subsistir sin él. En 1791 cosechó 1.000 toneladas de algodón, 80.000 en 1820 y 180.000 toneladas en 1829”. Como había bajado 30 centavos por kilogramo (300 U$S x Ton.) debido a la guerra de precios de Gran Bretaña, el Sur sufría una pérdida anual de cien millones de dólares”. “Agentes de los centros textiles ingleses se habían radicado en Charleston, Savannah y Nueva Orleans y fueron ellos los que financiaban las plantaciones de algodón y no los bancos americanos”.

     En 1860, los sureños enviaron a Europa 3.536.375 fardos, conservando en el país solo 310.000 fardos. El mismo año, asume como presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln, y su firme oposición a la esclavitud desató la Guerra de Secesión. Gran Bretaña, en salvaguarda de sus intereses económicos apostó decididamente a los Estados esclavistas del Sur, incluso concedió un adelanto sobre el algodón de 315 millones de dólares. Sin embargo, la victoria correspondió a los Estados del Norte. Durante la guerra se paralizó la exportación de algodón a Inglaterra, con lo cual la mayoría de los centros textiles de Europa quebraron por la escasez de la materia prima. También, los plantadores del Sur se arruinaron, porque no podían embarcar sus cosechas a causa del bloqueo naval norteño, la guerra destruyó las plantaciones y para que el algodón no cayera en manos del Norte, fueron incendiadas enormes cantidades de esta materia prima. Francia, que consumía un millón de fardos de algodón por año, solo estaba consiguiendo 100.000 fardos de Egipto. Gran Bretaña que requería 2, 5 millones de fardos anuales, recibía 200.000 fardos de Siam, Brasil, India y Egipto en conjunto.

     “Peor aún que la merma de la materia prima, fue la desorientación de los mercados debida a la fantástica suba de los precios. Europa volvió a la rueca (utensilio con una rueda movida mediante pedal que sirve para hilar), al telar de mano, a la industria casera. Puesto que no se podía comprar artículos de algodón y elaborados, en todas partes volvió a emplearse el lino y la cría de oveja recibió un nuevo impulso. Cuando fue firmada la paz en 1865, el mercado textil de Europa estaba casi en el mismo punto de partida en el que se hallaba antes de las invenciones de Watt y de Arkwright”[4].

     Cuando en 1860 se inició la Guerra de secesión norteamericana, y los conflictos en el Río de la plata empezaron a complicarse a partir de 1864, era casi imposible que Gran Bretaña mande destruir al Paraguay porque este país no le quería vender su algodón, ya que por ese año Gran Bretaña había dejado de producir productos textiles en forma industrial. Además, Brasil monopolizaba toda compra de algodón paraguayo.

     Este artículo persigue dos propósito: 1) Demostrar que la cuestión del algodón no tiene nada que ver con la guerra; y 2) Las experiencias que se puede extraer sobre la guerra sucia del algodón, es de gran importancia en la actualidad, porque los paraguayos estamos soportando muy frecuentemente, especialmente en el campo de la economía, el efecto cotidiano de la competencia de poderes con maniobras maliciosas, solapadas y de malas intenciones. Craso error sería de los que conducen la política nacional el creer en las leyes del mercado, cuando en realidad es una víctima de las crudas y despiadadas acciones de leyes fácticas impuestas por los poderosos.


[1] Natalicio González, "La guerra del Paraguay: imperialismo y nacionalismo en el Río de la Plata". Editorial Sudestada, Buenos Aires, 1968, Pág. 84.
[2] Juan Carlos Herken y María Isabel Giménez de Herken: “Gran Bretaña y la guerra de la Triple Alianza”, Pág. 42.
[3] Ídem.
[4] James Watt inventó la máquina de vapor en 1769, dando de este modo inicio a la era de la máquina. Y ese mismo año, Ricardo Arkwraight inventó el torno mecánico de hilar.

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