domingo, 21 de octubre de 2012

PARTE III. REFLEXIONES Y COMENTARIOS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS DE LA NACIÓN

¿ES POSIBLE QUE UN ESTADO PUEDA CONSERVARSE SIN FFAA?

Si dos personas o dos países codician una misma cosa que no puede ser compartida por ambos, se convierten en enemigos; y para lograr su propósito buscan destruirse o someter al otro. De esto nace la desconfianza y la desavenencia que frecuentemente llevan a la enemistad entre individuos y a la guerra entre los países. El modo más razonable de protegerse contra esa amenaza, es contar con un poder capaz de llevar a cabo una acción para desalentar a un eventual adversario, de emprender contra él un acto de agresión, probándole que lo que pretende conseguir con dicho acto es inferior a los daños que el país amenazado está determinado a infligirle. Es con ese fin que los países se controlan recíprocamente, es decir, con sus cuarteles y cañones instalados en los fortines de las fronteras, espiándose mutuamente en actitud belicosa; de modo que la acción realizada por uno sea equivalente a la recibida. Vale decir, evitar la sorpresa de tal manera que cuando uno empuña una ametralladora automática no tenga que defenderse el otro con un trabuco.

Por estas razones, es necesario que el gobierno nacional tome las medidas preventivas contra la imprudencia de confiar únicamente en tratados, organizaciones supranacionales (UNASUR, OEA, Naciones Unidas), en las buenas relaciones y en la aparente paz que actualmente reina en la región (llamamos paz la ausencia de enfrentamiento armado entre dos o más países), pero ¿quién garantiza que esta situación continuará indefinidamente? “No conozco cosa alguna en el mundo que permaneciera siempre en el mismo lugar” (René Descartes); y para Galileo, lo natural era el movimiento y no el reposo. Así también, el general italiano Héctor Bastico en su libro “La evolución del arte de la guerra”, asevera  lo siguiente: “Un país no puede conservarse sin fuerzas militares, porque si él no acomete, lo acometen los demás, si no tiene preocupaciones externas, las tiene internas, por cuanto es una ley universal que nada permanezca inmóvil bajo el sol…”. Por consiguiente, mientras que los demás países no renuncian a su derecho de contar con una fuerza militar, no hay razón para que nosotros estemos obligados a hacerlo, pues ello implica el convertirnos en  presa fácil para los países vecinos, cosa a la que nadie está obligado. Además, es digno tener en cuenta la aseveración de Platón en La República: “Sólo los muertos han visto el fin de la guerra”. Volvemos a repetir lo ya mencionado en la introducción; la satírica inscripción, la paz perpetua, escrita en el rótulo de una pensión holandesa, en el que se había dibujado un cementerio, que Kant cita al principio de su obra “Sobre la paz perpetua”.


Kant. Imagen extraída de google image.

Es preciso admitir, que la guerra no se evita con proponer la supresión de las Fuerzas Armadas, ni con discursos a favor de la paz, ni con oraciones, manifestaciones, marchas, sentadas, y lamentaciones por la prensa en aras de la paz. En un mundo cada vez más competitivo y complejo hay veces que incluso la propia guerra se convierte en un instrumento necesario para evitar un mal aún mayor y más terrible. Muchos creen que los gritos de dolor y la rabia bastan para hacer desaparecer los conflictos bélicos. Si éstos fueran suficientes para lograr la paz perpetua que todos los hombres anhelan, nuestras preocupaciones sobre la guerra habrían concluido y las Fuerzas Armadas ya no tendrían razón de ser.

Desgraciadamente, ante la situación actual, suprimir o reducir nuestras Fuerzas Armadas se debe descartar con la máxima firmeza de que es capaz la prudencia, pues por muy remota que nos parezca otra guerra, es preciso contar con una fuerza capaz de defender los intereses vitales de la nación; porque ya lo dice la máxima latina: Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum  (quien deseara la paz, se debiera preparar para la guerra).

Confiar la defensa de la nación a organizaciones supranacionales, no solo sería fomentar nueva guerra, sino también significaría exponer a nuestro país a más desmembración o a la desaparición como Estado independiente y soberano; porque no está escrito que tenemos que agradecer la defensa nacional a la buena voluntad del Hacedor. Tanto el pasado, el presente y el futuro aconsejan prudencia, pero no pusilanimidad ni avaricia; se comprende que se paga un tributo desagradable para mantener las Fuerzas Armadas, pero es relativamente barato comparado con lo que hay que proteger. Por lo tanto, puede considerarse como traición a la patria exponer la seguridad nacional por mezquindad y negligencia.

Finalmente, no solo es conveniente sino muy necesario para nuestra nación que los aspirantes a senadores de la nación y candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la República adquieran ya antes un conocimiento acabado sobre la extraordinaria importancia de contar con Fuerzas Armadas bien organizadas y bien conducidas; es decir, conforme a doctrinas militares, y que se ponga al frente de las unidades a los que han acumulado méritos para ser honrados con el puesto, que no debería ser objeto de negociación política. La distribución de las unidades en el territorio nacional tiene que responder, exclusivamente, al resultado de una apreciación geoestratégica. Las autoridades nacionales, como mínimo deberían tener una idea de la misión básica de cada arma del Ejército (Infantería, Caballería, Artillería, Ingeniería, Comunicaciones, Intendencia y Material Bélico) si realmente desean servir a la Nación.


Coronel (SR) Teodoro Ramón Delgado
Luque, 21 de octubre de 2012.


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