A V I S O. A partir del día jueves 21 de julio, publicaremos los "PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA", en este mismo lugar.
PROLEGÓMENO DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
(1864-1870)
(Paraguay contra Brasil, Argentina y Uruguay)
CAPÍTULO I
LA TURBULENTA HISTORIA DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL
URUGUAY
Sección 1. Introducción
I.
Antecedentes históricos de los conflictos en el Uruguay
En 1807 los británicos ocuparon Montevideo
temporalmente, y en 1811 una fracción del ejército brasilero invadió el Uruguay
con el pretexto de poner fin a las constantes rebeliones que ocasionaban
anarquía en la Banda Oriental que también afectaban a la provincia brasilera de
Río Grande del Sur, rica en ganadería. Pero más era como medida de prevención
para impedir que tropas argentinas lo ocupen, pues conforme a una ley de la
Física, al espacio le horripila el vacío, por lo tanto, cuando alguien o algo
desocupan un lugar, este de inmediato es ocupado por otro. Un año después se
firmó con Buenos Aires un armisticio. Luego, las tropas brasileras regresaron a
Río Grande del Sur.
En 1816 el ejército brasilero de nuevo
invadió el Uruguay sin oposición de Buenos Aires. Esto se debe a que las
autoridades de Buenos Aires preferían a los brasileros que al general José Gervasio
Artigas, que a la sazón dominaba las provincias argentinas de Corrientes y
Entre Ríos, y se hallaba en lucha contra el gobernador español en Montevideo
(1811), y el gobierno de Buenos Aires (1814-1820), exigiendo un régimen federal
en el antiguo virreinato. A la sazón, Artigas estaba haciendo frente a la
invasión luso-brasilera hasta su derrota en las batallas de Takuarembó por los
brasileros y la Bajada (1820) por su lugarteniente Ramírez, por lo que fue
forzado a huir. Consiguió refugio en el Paraguay, donde vivió hasta su muerte
acaecida en 1850, a la edad de 86 años. En su exilio forzoso lo acompañó dos
centenares de hombres y mujeres de color que fueron ubicados en Luque, compañía
Laurelty, fronterizo con San Lorenzo; el barrio es conocido por Kambakuá (lugar de negros). Hasta ahora
los descendientes de aquellos mantienen sus tradiciones y han llegado a
constituir una atracción turística. En tanto que a Artigas, el Dr. Francia lo
mandó a vivir al pueblo de Kuruguaty ubicado en medio de inmenso bosque, a 350
kilómetros al este de Asunción, capital de Paraguay.
El 31 de julio de 1821, luego de la formal
solicitud de los uruguayos para formar parte del Imperio del Brasil, este
proclamó la anexión del Uruguay con la denominación de Provincia Cisplatina. Al
siguiente año, el 7 de setiembre, Brasil proclamó su independencia de Portugal,
y Don Pedro I se declaró Emperador. El nuevo Imperio consideró como su límite
natural el Río de la Plata, incluyendo de este modo como su territorio a la
Banda Oriental o República Oriental del Uruguay (ROU) con el pretexto, muy
sincero probablemente, que el Imperio de Brasil necesitaba un límite natural
bien visible. Con la misma idea el límite natural del Imperio no debió ir más
allá del río Amazonas.
El 25 de agosto de 1825, 33 orientales
parten de Buenos Aires, liderados por el general Juan Antonio Lavalleja,
incursionaron en territorio oriental dando lugar a una exitosa rebelión contra
el Brasil, que puso fin a la Provincia Cisplatina. Se forma un gobierno
provisional presidido por Lavalleja (considerado después líder del partido blanco),
y en agosto la Banda Oriental proclamó su separación del Imperio del Brasil y su
incorporación a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por
este hecho Brasil declaró la guerra a Buenos Aires, pero fue derrotado por una
coalición de argentinos y uruguayos en la decisiva batalla de Ituzaingó, el 20
de febrero de 1828. El Brasil empezó a prepararse mejor para reivindicar la
derrota. El año siguiente, cuando la guerra por la posesión del Uruguay estaba
a punto de reanudarse, intervino enérgicamente Gran Bretaña que puso fin a la
disputa entre la Argentina y el Brasil por la Banda Oriental.
El 27 de agosto de 1828 una asamblea,
patrocinada por el Reino Unido, resolvió que la Banda Oriental no sería ni de la
Argentina ni del Brasil, sino de los uruguayos que serán los dueños de sus
destinos. De este modo nació la República Oriental del Uruguay (ROU) y se
constituyó en Estado tapón entre sus dos poderosos vecinos. No obstante, Brasil
no se resignó a perder la provincia Cisplatina, pero Inglaterra estaba decidido
a protegerla. Ante este insalvable obstáculo, el Imperio cambia de estrategia;
en vez de recuperar la Cisplatina con el uso de la fuerza, se decidió por el
empleo de la diplomacia de prestigio. Lo
que significa, que en vez de ser considerado como enemigo sea mirado como
protector de las independencias de Paraguay y de Uruguay. Así “el Brasil se
irguió ante el mundo como inflexible campeón de la independencia, tanto del
Estado Oriental como de la República del Paraguay, amenazados por Buenos Aires,
cuyo sueño era la reconstrucción del antiguo virreinato”[1].
Coherente a su amigable estrategia, en
1844 el Brasil no sólo reconoció la independencia de Paraguay, sino también
comisionó a Europa al vizconde de Abrantes para difundir la doctrina
prevalecientes del Brasil en el Río de la Plata. Respecto a la nueva actitud del
Imperio, el historiador paraguayo, Efraín Cardozo, hizo el siguiente
comentario: “El gobierno imperial juzga que es su deber que no puede
prescindir, mantener la independencia e integridad del Estado Oriental del
Uruguay y contribuir para que la República del Paraguay continúe siendo libre e
independiente”[2]
Con esto el Brasil anunciaba al mundo que no permitirá la incorporación ni del
Uruguay ni del Paraguay a la República de las Provincias Unidas del Río de la
Plata. Sin embargo, el presidente de esta República, general Juan Manuel de
Rosas, no cejaba en su empeño de reincorporar a las dos mencionadas naciones y
restaurar de este modo el Virreinato del Río de la Plata. Entonces, para
neutralizar la ambición del general Rosas, a instancia de Brasil se conformó
una coalición de fuerzas entre Brasil, Corrientes, Uruguay y Entre Ríos. Esta
fuerza puso fin a la ambición de Rosas en la batalla de Caseros, cerca de
Buenos Aires, el 3 de febrero de 1852. Paraguay, a pesar de ser invitado brilló
por su ausencia.
[1] Efraín
Cardozo, “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata”; Librería del Plata,
Buenos Aires, 1961. Pág. 20.
[2] Ídem, Pág.
21.
Sección 2. Introducción II
Desde 1852 el Imperio del Brasil reclamaba
al gobierno del partido blanco uruguayo para que tomen medidas contra las
autoridades locales por la arbitrariedad a la que tenían sometidos a los
ciudadanos brasileros asentados en el territorio Oriental. Como las autoridades
uruguayas hacían caso omiso a las reclamaciones del gobierno imperial, el 4 de
agosto de 1864 el Imperio del Brasil presentó al gobierno uruguayo un ultimátum
en la que le exigía si dentro de las 72 horas no dan satisfacción a las
solicitudes del Emperador, el imperio del Brasil hará uso de las represalias.
El gobierno del partido blanco uruguayo indignado devolvió el documento al
ministro especial del Brasil en el Río de la Plata, José Antonio Saraiva. A la
sazón el gobierno de la República Oriental del Uruguay, en adelante la ROU o la Banda Oriental o el Uruguay, estaba enfrentando la rebelión militar del líder
del partido colorado, el general Venancio Flores, que amenazada derrocar el
gobierno blanco.
El 30 de agosto de 1864, el presidente de Paraguay, general Francisco Solano López remite al gobierno imperial una
amenazante nota que en su parte sustancial decía, si el Brasil invade territorio
Oriental, el gobierno de Paraguay considerará ese hecho como causa de guerra
entre el Brasil y el Paraguay.
El 12 de octubre de 1864, como mera
provocación al general López, una brigada de caballería del ejército del
general João Propicio Mena Barreto, bajo el mando del brigadier José Luis Mena
Barreto, parte de Piraí Grande,
provincia de Río Grande del Sur, atraviesa la frontera brasilera-uruguaya y se
dirige sobre Villa de Melo, capital del departamento de Cerro Largo, fronterizo
con la provincia brasilera de Río Grande del Sur, con el objeto de apoyar las
reclamaciones de los brasileros residentes en la parte norte del territorio de
la República Oriental del Uruguay (ROU). Luego de dos días de marcha a caballo
alcanza la citada localidad y expulsan a las tropas del gobierno del partido
blanco uruguayo. Terminada la tarea, la brigada brasilera retorna a Piraí Grande, reintegrándose de este
modo al ejército de Río Grande del Sur, en espera de la reacción del gobierno
paraguayo al conocer que su provocativa nota del 30 de agosto de 1864, ha sido
ignorada por el gobierno imperial.
Señalemos que en aquel entonces el general
López ya contaba con un magnífico ejército de casi 80.000 hombres y una
respetable escuadra naval. En tanto que el Brasil sólo disponía de un ejército
de 18.000 hombres y la Argentina 6.000.
Esta era la situación cuando aparece
con todo ímpetu, respaldado por un gran poderío militar, la República del
Paraguay, exigiendo participación en las cuestiones regionales y amenazando al
Brasil. Nadie prestó atención a la amenaza del presidente paraguayo, general
Francisco Solano López, porque nadie esperaba que el pequeño Paraguay que vivía
aislado de sus tumultuosos vecinos abandone su tradicional política de no
inmiscuirse en las cuestiones internas de los vecinos, impuesta por los presidentes
anteriores, el Dr. Francia que gobernó por 26 años, y Carlos A. López por 20.
La República Argentina y el Imperio del
Brasil se mostraron indeciso para creer que la amenaza del presidente paraguayo
sea seguida por la acción, por ello, tal vez, la recibieron con total
indiferencia. En tanto que la prensa del Río de la Plata y del Brasil
consideraron la declaración del general López como simples bravatas; y esto, a
pesar de que el gobierno paraguayo se hallaba en pleno empeño en formar un
ejército sin par en América del Sur. Además, perfeccionaba la fortaleza de
Humaitá, acumulaba armamentos, organizaba una respetable escuadra, e incluso,
empezaba a fabricar algunos cañones y utensilios para las unidades de
caballería a la que la prensa de Buenos Aires, con sarcasmo, la denominó la "Talabartería de López".
Nadie pudo vislumbrar la magnitud del
peligro, salvo pocas personas muy despiertas pudieron vaticinar el futuro,
viendo en la actitud de Solano López un plan de grandes proporciones, tales
como romper el aislamiento y recrear lo que intentó en vano llevar a cabo el
prócer oriental, general José Gervasio Artigas, entre 1811 a 1820: instituir
una alianza política de amplio espectro con Corrientes, Entre Ríos, Uruguay y
el Paraguay, por supuesto, bajo la férula del general Solano López.
Con la intimidatoria nota del 30 de agosto
de 1864 y la captura del barco brasilero “Marqués de Olinda” el 12 de noviembre
de 1864 en Asunción, ya no quedaba otro modo de resolver el conflicto de la
República Oriental, sino con la guerra. Solano López consideró como declaración
de guerra al Paraguay los siguientes motivos: 1) la breve ocupación de Villa de
Melo por un destacamento brasilero; 2) las represalias del Brasil contra el
Uruguay; y 3) buscar destruir el equilibrio de poderes en la región. En verdad,
ninguna de las tres pueden ser causas de guerra excepto cuando se la desea. Lo
más conveniente para la nación paraguaya que el gobierno del general López
podría haber hecho era tomar represalias contra el Brasil y no declarar la
guerra.
Después de un mes de la incursión de
tropas brasileras hasta Villa de Melo, ya no hubo duda de que el general López
no amenazaba en vano. Apresó el barco brasilero “Marqués de Olinda” con toda la
tripulación, pasajeros y cargas que llevaba. Luego de cinco semanas de esta
acción, fines del mes de diciembre, el general López comienza a embarcarse en
una colosal saga épica, invadiendo la provincia brasilera de Mato Grosso.
Además, el gobierno argentino respondió negativamente a la solicitud del
presidente paraguayo para que permita el tránsito de tropas paraguayas por la
provincia argentina de Corrientes, a fin de atacar al Brasil. La negativa del
gobierno argentino, el general López la toma como insulto al Paraguay y también
le declara la guerra, e inmediatamente procede a invadir
la provincia argentina de Corrientes. Es notorio que el presidente paraguayo
quería la guerra porque fue persuadido por el gobierno del partido blanco
uruguayo, que el Paraguay tenía condiciones para empeñarse en una guerra contra
el Brasil y la Argentina juntos; y que al cruzar con su ejército las fronteras
de ambos países agitando su pendón de guerra, Corrientes, Entre ríos y el
Uruguay le acompañarían. La errónea apreciación de las situaciones política,
militar y potencial de guerra de los dos poderosos vecinos llevó al Paraguay a
un dramático e inútil holocausto.
PRÓXIMA SECCIÓN, “Conceptos de legítima
defensa y represalias”.
CAPÍTULO II
LA INTERVENCIÓN DE BRASIL EN LAS CUESTIONES INTERNAS DEL
URUGUAY
Sección 1. El general
Artigas[1]
Escribió José María da Silva Paranhos en nota a la obra de
Schneider, “cuando el 25 de mayo de 1810 se inició la revolución en Buenos
Aires, gobernaba Montevideo el
general español Elío en lucha contra la junta gubernativa de Buenos Aires
creada por la revolución del 25 de mayo. Los orientales, y con ellos el general
José Gervasio Artigas, reconocían aún la autoridad del gobernador español.
Artigas en ese tiempo era capitán al servicio de España. Por desavenencia con
el jefe de su regimiento partió para Buenos Aires, donde los revolucionarios se
hallaban preparando dos expediciones:
1) Una contra los españoles de la Banda Oriental;
2) La otra contra el Paraguay, porque no se
adhirió a la Revolución de
Mayo de 1810.
Al ausentarse Artigas de Montevideo, el
coronel Pedro Vieira, brasilero, establecido en la Banda Oriental, se apoderó
de la ciudad de Mercedes,[2]
reconociendo al comandante Benevides como la autoridad del gobierno de Buenos
Aires. De este modo empieza la revolución de los orientales contra la
metrópoli. Artigas fue bien recibido en Buenos Aires, incluso ascendido a
coronel, y asumió el mando de las fuerzas revolucionarias con la misión de
someter a la Banda Oriental. Después el general José Rondeau, al frente de las
tropas argentinas, se unió al caudillo uruguayo y sitiaron en 1811 a los
españoles en Montevideo. El general español Elío pidió refuerzo al gobierno de
Río de Janeiro, don João VI, entonces era príncipe regente. Este recelando que
la insurrección de los orientales se extendiera a la frontera del Brasil, e
influido por su esposa, la princesa española, después reina, doña Carlota,
ordenó al gobernador y capitán de Río Grande del Sur, Diego de Souza, que proceda
a invadir la Banda Oriental.
En julio de 1811, en cumplimiento de la
orden de don João VI, el general Diego de Souza deja en Misiones al coronel
Chagas Santos, en Cuarehin al coronel Thomas da Costa y en San Diego al coronel
Mena Barreto. Seguidamente, penetró en la Banda Oriental al frente de dos
divisiones de 1.500 hombres cada una y se apoderó de Santa Teresa, y prosiguió
sobre Maldonado. Al llegar a esta localidad, se entera que Elío concluyó un
armisticio con los independentistas. Entonces, Las tropas argentinas se
retiraron para Buenos Aires, y Artigas al frente de los orientales fue con sus
tropas a acampar en la margen derecha del Uruguay. Desde este lugar Artigas reinició
las hostilidades contra los españoles.
La actitud de Artigas obligó a Diego de
Souza a marchar a su encuentro, atravesó la campaña y cruzó el río Negro hasta alcanzar
Paysandú. Por todas partes fue victorioso. En medio de este triunfo fue que a don
Diego de Souza le sorprendió el
armisticio celebrado en mayo de 1812 por el enviado británico, Rademaker. El
gobierno inglés consiguió modificar la política intervencionista del gobierno
de Río de Janeiro en la Banda oriental. De manera entonces, las tropas luso-brasileras se retiraron a la frontera, los independentistas bajo el mando del
general Alvear volvieron a pasar el río Uruguay, y en 1813 sitiaron de nuevo Montevideo,
apoderándose de la plaza mediante una capitulación de los españoles.
Fue durante el sitio de Montevideo que el
general Artigas proclamó el objetivo de su lucha: la independencia absoluta
de la Banda Oriental de cualquier otro poder. A partir de ese momento, José
Gervasio Artigas, que fuera capitán al servicio de España, agitando su pendón de libertad se declaró abiertamente por la
independencia de la Banda Oriental y derrotó a las tropas realistas mandadas para
sofocar la revolución emancipadora, declarando además la separación del nuevo
Estado del gobierno de la junta de Buenos Aires. Con su proclamación, Artigas rompió
definitivamente con Buenos Aires. El prócer oriental, después de duras luchas
logró expulsar de la Banda Oriental a las fuerzas argentinas, quedando él como
señor absoluto no sólo de la Banda Oriental sino también de las provincias de
Entre ríos y Corrientes.
Referente
a Artigas escribió Paranhos: “las
tropas de Buenos Aires fueron constantemente derrotadas por Artigas desde 1813
hasta 1815, y mismo después. El gobierno argentino intentó varias veces llegar
a un acuerdo con el brioso caudillo oriental, pero este siempre rompió las
negociaciones”.
El gobierno de Buenos Aires tampoco
tuvo éxito en el Paraguay a donde envió una expedición bajo el mando del
general Belgrano[3]
en 1810, que fue derrotada en la batalla de Paraguarí, 60 Km., al sureste de
Asunción. De manera que, tras la independencia, el vicereinado del Río de la
Plata quedó desunido.
El Paraguay se separó, y se aisló
completamente de los pueblos vecinos bajo la dictadura del Dr. Francia, y la
Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes, formaron una confederación
independiente bajo la férula del general Artigas que adoptó el título de “Jefe
de los Orientales y Protector de los pueblos libres”.
Artigas se enfrentó al gobernador español de
Montevideo (sitio de 1811) y al gobierno centralista de Buenos Aires (1814 –
1820), exigiendo un régimen federal en el antiguo virreinato.
La corte portuguesa se hallaba en Río
de Janeiro cuando se dio la intervención armada luso-brasilera de 1816. Artigas
hizo enorme esfuerzo para detener y expulsar la invasión, sin embargo, nada
pudo hacer ante la superioridad de los invasores. No obstante, le hizo frente
en varios combates que le dejó muy debilitado. Por este motivo, el legendario
prócer oriental ya no podía recuperarse sin el apoyo de Entre Ríos y Corrientes.
El gobierno del Reino Unido de
Portugal, Brasil y Algarve[4]
se aprovechó de las disensiones intestinas para intervenir en el Uruguay. A veces llamado, a
veces rechazado por los diferentes partidos de la Banda Oriental. Acerca de ese
punto dice Paranhos, “el 20 de
febrero de 1817 ocupó el general Lecór la plaza de Montevideo al frente de un
ejército de 4.550 portugueses y 920 brasileros. El grueso de las fuerzas
brasileras (2.500 hombres a las órdenes del general Curado y 600 a las órdenes
del general Chagas) defendían las fronteras de Misiones y de Quarehim. La
intervención de 1816 tuvo por fin ocupar la Banda Oriental y destruir el poder
de Artigas que se volvió un vecino bastante molesto. Lecór solo entró en
Montevideo después de las victorias alcanzadas por las tropas brasileras de
Curado y Chagas Santos en San Borja y Arapey”.
El 4 de enero de 1817 se produjo el combate
de Catalán. Esta fue la más reñida, y en la cual el marqués de Alegrete y
Curado al frente de 2.500 hombres derrotaron a 3.400 de Artigas dirigido por
Latorre. En ese y otros combates sostenidos en las fronteras de Cuarehin y de
Misiones, los brasileros fueron atacados por 7.000 orientales, entrerrianos y
correntinos, a las órdenes del general Artigas. Los brasileras derrotaron a las
tropas aliadas causándoles más de 2.500 muertos y heridos, y 521 prisioneros. La
pérdida sufrida por los brasileros fue de 207 muertos, 348 heridos y 3
prisioneros.
Al ejército brasilero de Lecór, que en aquel
entonces invadió por las fronteras de Santa Teresa y de Cerro Largo se enfrentó
a las tropas al mando de los coroneles Fructuoso Rivera con 2.000 hombres y
Fernando Ortogués con 1.500. Rivera fue completamente derrotado en India Muerta
(19-Nov-1816), en tanto que Ortogués emprendió la retirada Hasta su entrada a
Montevideo (20-Ene-1817) el ejército de Lecór causó a esos dos jefes 370 muertos, y 140 prisioneros, los luso-brasileros tuvieron 270 hombres fuera
de combate.
La guerra se prolongó hasta 1820,
porque Artigas seguía dominando la campaña. En 1818 las fuerzas brasileras fueron
aumentadas: Curado penetró por el Cuarehim hasta Paysandú con 2.600 brasileros,
Sebastián Pinto con 1.000 brasileros por la frontera de Jaguarón. Nuevos
combates se trabaron ese año y el siguiente, tanto en la Banda Oriental como en
Entre Ríos, Corrientes y Río Grande del Sur.
El 22 de enero de 1820, finalmente Artigas
fue completamente derrotado en la batalla de Takuarembó por las tropas
brasileras dirigidas por los generales conde de Figueira, José Abreu y Correa
da Cámara, y muy debilitado se retiró para Entre Ríos.
Aquí, el gobernador, general
Ramírez, segundo de Artigas, se reveló contra él, y después de tres meses de
lucha Artigas fue vencido en “Tunas”, a 90 kilómetros de Montevideo, lo que le
forzó al gran prócer oriental a buscar refugio en el Paraguay con dos centenares de soldados de color. El
Dr. Francia lo acogió y lo mandó vivir en el pueblo de Kuruguty, 300 Km., al noreste de Asunción, capital de Paraguay. A partir de ese momento la Banda Oriental quedó completamente
pacificada.
Artigas nació en Montevideo en 1764 y murió en Asunción en 1850. Es considerado fundador de la nacionalidad uruguaya. Luchó contra el gobernador español de Montevideo y contra el gobierno centralista de Buenos Aires desde 1814 hasta 1820, exigiendo un régimen federal en el antiguo virreinato. En 1816 se enfrentó a la invasión luso-brasilera hasta su derrota en la batalla de Takuarembó.
[1]
General José Gervasio Artigas, fundador de la
nacionalidad uruguaya, nació en Montevideo en 1764, y murió en Asunción –
Paraguay, el 23 de setiembre de 1850.
[2]
Mercedes se halla al noroeste de Montevideo y próxima a la desembocadura del
río Negro al Uruguay.
[3]
Manuel Belgrano, militar y político argentino, nació en Buenos Aires en 1770 y
murió en 1820. Fue miembro activo del movimiento independentista, participó en
la primera junta de gobierno (1810) y fue el creador de la bandera argentina.
Condujo varias operaciones militares.
el jueves 28-Jul-2016
Sección 2. La
Cisplatina
En 1820 el gobernador
portugués, general D. Alvaro de Macedo, incorporó la Banda Oriental como
provincia del Brasil, y le dio el nombre de la Cisplatina. Desde aquel entonces
se establecieron fazendeiros
brasileros en el norte del país donde con sus criados, troperos y pastores
conformaron una próspera región ganadera de ciudadanos descendientes de
portugueses.
El 16 de julio de 1821 se reunió en
Montevideo un congreso de diputados con el fin de decidir sobre la disyuntiva
de constituirse en estado independiente o unirse al Imperio del Brasil. Luego
de un acalorado debate que se prolongó
hasta el 31 del mismo mes, resolvieron -contra la oposición de los diputados de
los pueblos del interior- por amplia mayoría la incorporación de la Banda
Oriental al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, bajo la denominación de “Provincia
Cisplatino”[1].
En 1822, el Brasil se independizó de Portugal,
sin embargo, la guarnición de Montevideo se mantuvo leal al reino de Portugal y
Algarve. Los fazendeiros del norte
apoyaron a los brasileros en su intención de hacer rendir a la guarnición
portuguesa de Montevideo sitiando la ciudad, sin embargo, la mayor parte de los
ciudadanos de los pueblos rurales no simpatizaban con la incorporación del país
al Imperio del Brasil, llegando hasta solicitar el apoyo de Buenos Aires.
El Emperador no quiso abandonar una
provincia anexada, de manera que en diciembre de 1823 por un decreto imperial
declaró la Cisplatina unida al Imperio. Firmaron el acta del 17 de octubre de
1822 en la cual consta la
declaración de D. Pedro I como Emperador del Brasil los siguientes oficiales
uruguayos: tenientes coroneles Juan Antonio Lavalleja, Fructuoso Rivera, Bernabé Saenz, Julián
Laguna, Bonifacio Calderón, Manuel Lavalleja, Bernabé Rivera, Servando Gómez, y
algunos más.
José María da Silva Paranhos, en nota a la obra de L. Schneider,
nos aclara lo acontecido: “En 1822
proclamada la independencia del Brasil, en la Banda Oriental se separó las
tropas brasileras de las portuguesas. Lecór, al frente de las tropas brasileras
puso sitio a la ciudad de Montevideo, donde se hallaban los portugueses
comandados por el general D. Alvaro de Macedo. Una división naval partió de Río
de Janeiro para bloquear el puerto de aquella ciudad, y repelió el 23 de
octubre de 1823 a la escuadrilla portuguesa”. Durante esta lucha militaron al
lado de los portugueses muchos orientales partidarios de la unión con Buenos
Aires como el coronel Manuel Oribe, futuro fundador del partido blanco. Varios partidarios
de la unión con el Brasil sirvieron a las órdenes de Lecó, comandante de la
fuerza brasilera; entre estos figuraba el coronel Fructuoso Rivera que se
convertirá en fundador y líder del partido colorado.
18 de noviembre de 1823 retirada de las tropas portuguesas de
Montevideo. Presionado por
tierra y por agua por las fuerzas brasileras y sabiendo que las tropas
portuguesas ya habían evacuados los puntos que ocupaban en Brasil, el comandante
de las tropas portuguesas, general D. Alvaro de Macedo resolvió negociar, luego
se embarcó con sus tropas para Portugal. Lecór al frente del ejército brasilero
hizo su entrada en Montevideo el 14 de febrero de 1824. D. Pedro I ya había
sido proclamado Emperador por los pueblos de la campaña y desde entonces quedó
la Banda Oriental formando una de las 19 provincias del nuevo Imperio del
Brasil bajo la muy apropiada denominación de provincia Cisplatina.
Sección 3. Antecedentes
de la guerra de la Argentina con el Brasil
(Para el jueves 28-Jul-16)
Los descendientes de los portugueses y
españoles tenían idioma, costumbres y usos diferentes. O sea, cada nación siempre
quiere mantener su propia costumbre. Por consecuencia, en Montevideo y varios
pueblos de la campaña cada día crecía el interés por separase del Brasil y
unirse a la Argentina. Como esta no tenía capacidad para ayudar a los
orientales, entonces, en son de represalia, resolvió no reconocer a D. Pedro I
como Emperador del Brasil, poniendo como condición que lo reconocería cuando
sea restituida la Banda Oriental a la República Argentina. D. Pedro I rechazó
el reclamo.
En 1823 el gobierno de Buenos Aires
envió a Río de Janeiro al ministro de Relaciones Exteriores (RR EE), Valentín
Gómez, para formular al gobierno del Imperio del Brasil una demanda de restitución
de la Banda Oriental. El 6 de febrero de 1824 el ministro de los negocios
extranjeros del Imperio, Cavalho y Mello, respondió al reclamo de la Argentina,
declarando que el gobierno Imperial de ningún modo se desprendería de la
provincia Cisplatina.
El 7 de diciembre de
1824, el cabildo de Montevideo, considerando que con solo dar un vistazo al
mapa se podría concluir que geográfica, comercial y económicamente está señalada
por la misma naturaleza la unión de la Banda Oriental al Brasil. Consecuentemente,
el cabildo de Montevideo dirigió su resolución al Emperador. En este mismo año
el monarca declaraba al gobierno de la República de las Provincias Unidas del
Río de la Plata[2],
“que habiendo la Cisplatina espontáneamente declarado por la incorporación al
Brasil, no podía tomar en consideración cualquier reclamo de potencias
extranjeras”. Esta declaración provocó una reacción hostil de la Argentina, y
ante el congreso reunido, declaró el presidente de Las Provincias Unidas del
Río de la Plata, Gregorio de Las Heras[3],
que la incorporación de la Banda Oriental al Brasil constituía, “una usurpación
realizada por deshonestos artificios, y bien disfrazada con la capa de la
legalidad”. No obstante, no se pasó de este incidente parlamentario, porque el nuevo
presidente de la República de las Provincias Unidas, Bernardino Rivadavia, no
ignoraba que el Emperador emplearía todas las fuerzas para conservar la
Cisplatina; en tanto que la Argentina aún no estaba en condiciones para
sostener una guerra contra el Brasil.
PRÓXIMO ARTÍCULO: La guerra entre la
Argentina y el Brasil por la Cisplatina.
ADVERTENCIA. ¿Porqué nos extendemos tanto sobre los conflictos del Uruguay? Por dos motivos:
1) Porque los grandes historiadores-filósofos aconsejan que para narrar un hecho histórico es preciso partir de lo más lejos posible. Porque ayuda mucho para una correcta interpretación.
2) Porque los conflictos políticos del Uruguay fueron los que encendieron la mecha que explosionó la guerra de la Triple Alianza.
ADVERTENCIA. ¿Porqué nos extendemos tanto sobre los conflictos del Uruguay? Por dos motivos:
1) Porque los grandes historiadores-filósofos aconsejan que para narrar un hecho histórico es preciso partir de lo más lejos posible. Porque ayuda mucho para una correcta interpretación.
2) Porque los conflictos políticos del Uruguay fueron los que encendieron la mecha que explosionó la guerra de la Triple Alianza.
Lunes 1-Ago-2016
Sección 4. La guerra
por la Cisplatina
Antes de la independencia de Brasil de
Portugal en 1822, el teniente coronel uruguayo Juan Antonio Lavalleja, que
prestaba servicio en la guarnición portuguesa de Montevideo fue preso por
conspiración y desterrado. Se asiló en Buenos Aires.
El 19 de abril de 1825 Lavalleja partió
de Buenos Aires en una embarcación fluvial con 32 compañeros (“Los 33
Orientales”) para empezar la lucha promovida por Buenos Aires con el fin de rescatar
la Banda Oriental del poder del Imperio del Brasil. El pequeño grupo de
patriotas fue a desembarcar unos kilómetros aguas arriba de Colonia del
Sacramento, en el lugar conocido por Arsenal Grande o Rincón de las Gallinas,
junto al Puerto de las Vacas, donde les esperaban dos centenares de patriotas.
El 23 de abril de
1825, luego de algunos choques de patrullas con puestos avanzados del destacamento
de Julián Laguna, oriental al servicio del Brasil, los independentistas
ocuparon San Salvador. Luego de esta
acción, Laguna y sus tropas, todos uruguayos, se plegaron a la revolución.
El general Lecór, comandante en jefe del ejército brasilero en la provincia
Cisplatina, ordenó al coronel Fructuoso Rivera para marchar contra los independentistas.
Rivera aparentó cumplir la orden y partió de Colonia el 26 de abril con su regimiento
escolta a fin de reunir las fuerzas brasileras por la campaña, sin embargo al
día siguiente Rivera que ya se hallaba en combinación con Lavalleja, permitió
ser cercado y tomado prisionero. Lavalleja y Rivera acordaron luchar por la
independencia de la nación uruguaya, comprometiéndose Rivera, como comandante
general de la campaña, la entrega de las tropas bajo su mando.
En San José estaba el coronel brasilero
Borba con 136 hombres de las milicias de Río Grande del Sur. Rivera, usando
artimaña, entregó las tropas de Borba como prisioneros a la revolución. En Durazno estaba acampado un regimiento de
caballería brasilera formado de orientales al mando de Ferrara que dependía de
Rivera como comandante de las tropas de la campaña. Este convocó a los tres
escuadrones del regimiento de Ferrara, sucesivamente, y así entregó a
Lavalleja. Esta deslealtad de Rivera, que poco antes fue ascendido al grado de
brigadier, causó en el gobierno imperial una mala impresión.
Con las noticias de que las guarniciones
de San Salvador, San José, Durazno y el regimiento escolta de Rivera se pasaron
al enemigo, los destacamentos brasileros que estaban en Canelones, Las Piedras,
Maldonado y en otros puntos cercanos se replegaron para Montevideo. Toda la población
de la campaña apoyó la lucha por la independencia y los varones aptos corrieron
a alistarse en el ejército revolucionario de Fructuoso Rivera y Juan Antonio
Lavalleja.
Paranhos comenta sobre la lucha contra
la revolución: “El 4 de mayo de 1825 Lavalleja se presentó en las proximidades
de Montevideo, y el día 9 siguió para Durazno a fin de organizar a los
voluntarios que se presentaban de todos los puntos. Con las excepciones de
Montevideo y Colonia, donde se mantenían los generales Lecór y Rodríguez leales
al Brasil, así como en Mercedes, al noroeste de Montevideo y Cerro Largo, fronterizo
con Río Grande del Sur, donde teníamos pequeñas guarniciones, y también Salto (sobre el río Uruguay) donde se
hallaba el general Sebastián Barreto con algunas tropas; todo el resto del país
estaba dominado por la revolución. El 13 de mayo los independentistas empezaron
a poner sitio a Colonia. En Junio ya disponían de 3.500 hombres, y recibían
todos los días de Buenos Aires armamentos, municiones y refuerzos de gente”.
Lunes 1-Ago-16
Sección 5.
Proclamación de la independencia del Uruguay
El 27 de abril de 1825, Fructuoso Rivera
y Juan Antonio Lavalleja proclamaron la independencia de la Banda Oriental, induciendo a la rebelión de todas las
tropas orientales. Los revolucionarios sin mucho esfuerzo derrotaron a los
pequeños destacamentos brasileros dispersos por territorios uruguayos. En el
mes de junio se instaló un gobierno provisional en Florida, y declaró a la provincia
independiente de Brasil, y dispuesta a incorporarse a la República de las
Provincias Unidas del Río de la Plata como Estado independiente.
La fuerza brasilera que
aún permanecía en la Banda Oriental a fines de mayo de1825 era: en Montevideo,
2.500 hombres; en Colonia y en Mercedes 1.000; y con el general João Propicio Mena
Barreto, en Salto, 1.500 hombres.
Según Paranhos, a quien le estamos
siguiendo: “la guarnición de Montevideo era insuficiente para neutralizar el
progreso de la revolución que se propagaba rápidamente. Consecuentemente, el
general Lecór pidió con insistencia refuerzos a Río de Janeiro, porque también
en Montevideo numerosos ciudadanos manifestaban públicamente su satisfacción por
la valiente lucha que protagonizaban los partidarios de la independencia.
Buenos Aires negó toda participación. Parece que el Emperador no comprendía la
importancia del movimiento porque se limitó a hacer concentrar las milicias de
Río Grande del Sur y ordena que invadiese la Cisplatina; sin embargo; envió una
escuadra al mando del almirante Rodrigo Lobo con una división de tropas
regulares contra Buenos Aires, que él consideraba el punto principal de donde
proviene la rebelión. La división estaba constituida por el primer batallón de
granaderos, el batallón de cazadores del Emperador, y un escuadrón de
caballería, total 1.200 hombres, que a las órdenes del general Magessi,
nominado segundo comandante del ejército del sur, partieron para Montevideo,
escoltados por la escuadra de Rodrigo Lobo. De Río Grande del Sur marchó el
general Abreu, barón de Cerro Largo, con 1.200 hombres y dirigió sus marchas
sobre Mercedes, pueblo ubicado cerca del río de la Plata. Esta fuerza
desembarcó en Montevideo hasta donde fue transportada por la escuadra del
almirante Rodrigo Lobo, nominado comandante en jefe de las fuerzas navales en
el Río de la Plata”.
El almirante Lobo tenía la misión
siguiente:
1) exigir al gobierno de Buenos
Aires la desaprobación oficial de la revolución de la Cisplatina y separación de
todos los militares argentinos que servían en las filas de los
independentistas;
2) la más estricta neutralidad; y
3) impedir el pasaje de las
embarcaciones que salían de Buenos Aires y de otros puntos de la Argentina
conduciendo armas y municiones para los revolucionarios.
El almirante desempeñó su misión con
demasiado rigor que provocó que los porteños el día 20 de octubre de 1825,
quebraran cristales de los bastidores de vidrieras de la casa del consulado
brasilero.
Mapa política de URUGUAY
(Jueves 4-Ago-2016)
CAPÍTULO III.
LOS COMBATES
TERRESTRES DE 1825
Declaración del
Congreso argentino y Combates del Rincón de las Gallinas y Sarandy
A fines del año 1825 los independentistas
se hallaban en posesión de casi todo el país y de todos los puntos importantes
de la costa del Río de la Plata, con las excepciones de Montevideo y Colonia del Sacramento, que
siendo plazas de guerra de los brasileros sólo podrían ser tomados por asedio
regular. Entonces, los jefes de la revolución independentista se limitaron a un
asedio terrestre.
Al respecto a esta escribió Paranhos. “El
general Abreu, barón de Cerro Largo, después de obligar al general Fructuoso
Rivera levantar el sitio de Mercedes, hizo partir de ese punto al coronel Bento
Manuel con 800 hombres de caballería a fin de perseguir a aquel general.
Combate
de Coquimbo (4-Set-1825). La ciudad de Mercedes también se hallaba sitiada,
pero el coronel Bento Manuel logró levantar el sitio y marchó al encuentro de
Rivera que se hallaba posicionado en la orilla del arroyo Coquimbo. El 4 de
setiembre Bento Manuel derrotó a Rivera y luego marchó para Montevideo. Ante la
derrota de Rivera, Lavalleja abandonó precipitadamente el sitio de Colonia y
marchó para Durazno (al este de Fray Bentos y al norte de Montevideo),
concentrando ahí todas sus fuerzas. Bento Manuel recibió en Montevideo un
refuerzo de 260 hombres de caballería, y muy envalentonado por su
triunfo de Coquimbo, sin orden del general Lecór partió para Minas (30 Km., al
noreste de Montevideo) donde reforzó su fuerza con 350 milicianos bajo el mando
del coronel. Gonçalves.
El 24 de setiembre de 1825 una
fuerza independentista sorprendió y desbarató
en el Rincón de las Gallinas a dos regimientos brasileros de 200 hombres cada
uno, conducidos por los coroneles José Luis Mena Barreto y Gerónimo Gómez
Jardín, que marchaban para reunirse en Mercedes al general Abreu, barón de
Cerro Largo.
El
12 de octubre de 1825, Combate de
Sarandy. El impulsivo Bento Manuel recibió la noticia que Rivera y
Lavalleja se encontraban a orilla del al arroyo Sarandy con 2.500 hombres. A
pesar de su inferioridad numérica, sin parar mientes, el 12 de octubre de 1825, los atacó con 1.410 hombres. El orgulloso
Bento Manuel sufrió un descalabro, perdió 830 hombres entre muertos y
prisioneros; todos estos pasaron a formar parte de las tropas revolucionarias.
Con solo 580 se marchó para Sat’Anna de Livramento (Río Grande del Sur). La
pérdida de los orientales, según Lavalleja fue apenas de 31 muertos y 83 heridos.
A consecuencia de ese revés, el general Abreu, barón de Cerro Largo, emprendió
la retirada hacia Cuarehim (Río Grande del Sur). Mercedes fue también evacuada
por su guarnición, y las tropas brasileras quedaron reducidas a las plazas de
Montevideo y de Colonia de Sacramento. De este modo, los generales independentistas,
Rivera y Lavalleja, quedaron como señores del resto del territorio de la Banda
Oriental.
25
de octubre de 1825, declaración del congreso argentino. El 5 de octubre se
reúne el congreso de Buenos Aires en sesión para responder a las reclamaciones
brasileras presentadas por el almirante Rodrigo Lobo, comandante de la escuadra
imperial. El congreso de Buenos Aires el 25 de octubre de 1825 respondió a la
demanda brasilera del modo siguiente: “La sala de representantes decretó la
incorporación de la Banda Oriental a la República de las Provincias Unidas del
Río de la Plata, declarando nulos los convenios de unión con el Imperio del
Brasil. Que admitió la antigua Banda Oriental en la Federación de la República
Platina, luego que ella haya conseguido su libertad. Como consecuencia de esto
el ministro de relaciones exteriores de la Argentina, Dr. Manuel J. García,
remitió el 3 de noviembre de 1825 una nota al gobierno de Río de Janeiro comunicando
que el congreso argentino declaró a la Banda Oriental incorporada a la
República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y señalaba: “por esta
solemne declaración el gobierno está comprometido a proveer la defensa y
seguridad de la provincia oriental. Él cumplirá con su deber con todos los
medios a su alcance, y por las mismas acelerará la evacuación de los dos únicos
puntos militares que aún ocupan las tropas de S.M.I”. También informaba al
Emperador, que el pueblo uruguayo solicitó su incorporación a la Federación del
Plata; y que el gobierno argentino juzga su obligación empeñar todas sus
fuerzas para que las tropas brasileras abandonen el territorio de un Estado ya
independiente.
Sin estas tres importantes
victorias logradas por los revolucionarios, probablemente Buenos Aires no se hubiera
animado mandar al Emperador el 3 de noviembre de 1825 la nota de proclamación
de la incorporación de la Banda Oriental a la Confederación Argentina, porque
esto equivalía a una declaración de guerra.
Después del combate de Sarandy y
durante el año 1826 sólo hubo combates por tierra, como dice Schneider, pequeños
combates sin resultado decisivo alguno. El 7 de diciembre de 1825 los
brasileros dirigidos por Bento Gonçalves, derrotaron a Ignacio Oribe en
Conventos, cerca de Cerro Largo, causándole grandes perjuicios en muertos y
prisioneros, tomándole muchas armas y caballos. El 31 de diciembre de 1825, en
el sector de Santa Teresa, fue sorprendido por Leonardo Olivera un destacamento
brasilero.
Próximo tema, Los combates navales
Jueves, 4-Ago-2016
Sección 7. Los
combates navales
Es bastante probable que la sublevación
hubiera sido sofocada si no fuese ayudada por la Argentina. El Emperador
declaró la guerra a la república Argentina en diciembre de 1825, y el mismo mes
empieza el bloqueo de la desembocadura del río de la Plata por la escuadra
brasilera bajo las órdenes del almirante Rodrigo Lobo. Como réplica el gobierno
argentino declaró la guerra al Brasil el 3 de enero de 1826, empezando una
guerra característica de América del Sur; sin ataques vigorosos ni decisivos (y
generalmente con pocas bajas). Todo el año se pasó en combate de poca
importancia, por lo general sostenido por las avanzadas de los ejércitos, y
golpes de mano. La escuadra brasilera se apoderó de la isla Martín García, una
isla que domina la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay, que juntos
forman el río de la Plata. Fue ocupada en enero de 1826 por un destacamento de
infantería y artillería. También bloqueó
la ciudad de Buenos Aires, cuyo gobierno no pudo impedir el bloqueo con otro
medio sino formar una escuadra con navíos mercantes transformados de guerra.
Para comandar la improvisada escuadra argentina, contrataron al inglés Willians
Brown.
El 9 de febrero de 1826 hubo un combate
naval entre Rodrigo Lobo y Willians Brown. Este se vio abandonado por casi
todos sus navíos que huyeron para Buenos Aires perseguidos por los brasileros.
Algunos de los comandantes argentinos fueron despedidos por el procedimiento
que tuvieron en ese día. Siguió a ese hecho de armas el bombardeo de Colonia, capital
del departamento de Colonia del Sacramento, por el almirante Brown y el
desembarque que ahí tentó el mismo almirante en la madrugada del 2 de marzo.
Pero los brasileros lograron rechazar el ataque, causando a los argentinos más
de 300 muertos y prisioneros, y cuatro navíos. Los brasileros perdieron una
embarcación.
El 11 de abril de 1826 apareció Brown
cerca de Montevideo con la corbeta “25 de mayo” y el navío “Congreso”, pero fue
batido y perseguido por la fragata Nictheroy, comandada por Norton.
Brown se aprovechó de la ausencia de
Lobo para sorprender a navíos dispersos, atacar las plazas del litoral donde se
hallaban guarniciones brasileras, y finalmente intentar, el 30 de julio, un serio ataque que fue
repelido por los navíos brasileros, Brown perdió el navío almirante, y obligado
a la inacción. En tanto que los imperiales apretaban el bloqueo y capturaban buenas presas.
En enero de 1827, una cañonera
perteneciente a la escuadra imperial había caído también en poder de los
argentinos. El 27 de abril, la escuadra argentina intentó apoderarse por
abordaje de la fragata “Emperatriz”, mas fue repelida. Perseguida después por
la escuadra brasilera, encalló la corbeta de Brown en el banco Ortiz (2 de
mayo), pero en el lugar no podía ser atacado por navíos enemigos. Esos fueron
los combates durante el comando del Almirante Rodrigo Lobo”.
En el mes de mayo de 1826 el almirante Pinto Guedes reemplazó a Rodrigo Lobo, sometido a un consejo de guerra por no destruir la escuadra argentina, tarea difícil, pues, Brown hábilmente aplicó la estrategia del débil contra el más fuerte, evitar combates decisivos metiéndose entre los bancos y de allí salir solo cuando la circunstancia permite dar un golpe de mano y volver al escondite. Rodrigo Lobo fue declarado no culpable.
José María da Silva Paranhos,
un privilegiado testigo, pues era ministro en misión especial del Imperio en el Río de la
Plata, comenta: “Como la plaza de
Colonia fue atacada desde el 26 de febrero "de 1826 hasta el 13 de marzo por la
escuadra argentina y por el ejército de Lavalleja, el almirante "Rodrigo Lobo
hizo evacuar la isla Martín Gracía en marzo para reforzar aquella plaza. Durante el "resto del
año la isla Martín García quedó completamente abandonada. El almirante Pinto
Guedes, "sucesor de Lobo, pidió tropas varias veces para ocupar, pero siempre le
fueron rechazadas. "Finalmente, a fines de diciembre de 1826, estando la isla
desierta, el almirante Brown la fortificó, y "fue ocupada por los argentinos hasta el fin de
la guerra”.
Sigue diciendo Paranhos. “Pinto Guedes confió a Norton el
bloqueo del puerto de Buenos Aires. El 23 y el 25 de mayo hubo escaramuzas
entre la división Norton y la de Brown, pero viendo el jefe brasilero que el
almirante argentino no dejaba su refugio de entre los bancos, ensayó un ataque
el 11 de junio, en su propio acorazado de Pozos. Luego de que encallaron varios
navíos brasileros se comprobó que el ataque era imposible. La acción se redujo
a pequeños tiroteos sostenidos de lejos entre algunas cañoneras brasileras y la
escuadra argentina. Finalmente, en la noche del 29 de junio trató Brown
sorprender a algunos de los navíos avanzados de Pinto Guedes. Fue descubierto y
neutralizado. Al día siguiente 30, se trabó un combate en que quedó totalmente
perdida la mejor embarcación argentina, que era la corbeta “25 de Mayo”. Los otros
navíos de la escuadra argentina entraron en Buenos Aires con muchas averías, y
debieron su salvación a los bancos. También ese día encallaron varios navíos
brasileros.
Por el debilitamiento de la escuadra de
Brown, el gobierno de Buenos Aires recurrió entonces al procedimiento de
expedir patente de corso[1],
que aceptaron, ansioso de riquezas, aventureros de varios países,
principalmente norteamericanos, peruanos y chilenos, que llegaron a causar al
comercio marítimo del Brasil ingentes perjuicios.
Tropas del ejército brasilero ocuparon
toda la costa meridional del país. Así llegaron las cosas al mes de noviembre
de 1826, cuando el Emperador D. Pedro I tomó la resolución de ir al teatro de
guerra para poner fin a la lucha por medio de golpes vigorosos y decisivos.
PRÓXIMO TEMA: CAPÍTULO IV. Los combates terrestres en 1826.
[1]
Patente de corso, cédula con que el gobierno de un estado autorizaba dicha
campaña contra barcos mercantes de otro estado.
[1]
Cisplatina, tiene el significado de “situado del lado oriental del río de la
Plata” o sea, situado en la parte de acá del río de la Plata respecto al lugar
desde donde se considera.
[2] “Entonces no se conocía aún el título de
Confederación Argentina. La República de las Provincias Unidas del Río de la
Plata era la denominación de la actual República Argentina.
Martes 23-Ago-2016
CAPÍTULO III (CONTINUACIÓN)
LOS COMBATES
TERRESTRES - AÑO 1825
Declaración del
Congreso argentino y Combates del Rincón de las Gallinas y Sarandy
Año 1825
A fines del año 1825 los independentistas
se hallaban en posesión de casi todo el país y de todos los puntos importantes
de la costa, con las excepciones de Montevideo y Colonia del Sacramento, que
siendo plazas de guerra de los brasileros sólo podrían ser tomados por asedio
regular. Entonces, los jefes de la revolución independentista se limitaron a un
asedio terrestre. Pero, el general Abreu, barón de Cerro Largo, después obligó
al general Fructuoso Rivera levantar el sitio, e inmediatamente mandó de allí al
coronel Bento Manuel con 800 hombres de caballería a fin de perseguir a Rivera.
Combate
de Coquimbo (4-Set-1825). La ciudad de Mercedes también se hallaba sitiada,
pero el coronel Bento Manuel logró levantar el sitio y marchó al encuentro de
Rivera que se hallaba posicionado en la orilla del arroyo Coquimbo. El 4 de
setiembre Bento Manuel derrotó a Rivera y luego marchó para Montevideo. Ante la
derrota de Rivera, Lavalleja abandonó precipitadamente el sitio de Colonia y
marchó para Durazno (al este de Fray Bentos y al norte de Montevideo),
concentrando ahí todas sus fuerzas. Bento Manuel recibió en Montevideo un
refuerzo de 260 hombres de caballería, y, envalentonado por su triunfo de
Coquimbo, sin orden del general Lecór partió para Minas (30 Km., al noreste de
Montevideo) donde reforzó su fuerza con 350 milicianos bajo el mando del
coronel. Gonçalves.
El 24 de setiembre de 1825 una fuerza independentista sorprendió y desbarató en el Rincón de las Gallinas a dos
regimientos brasileros de 200 hombres cada uno, conducidos por los coroneles
José Luis Mena Barreto y Gerónimo Gómez Jardín, que marchaban para reunirse en
Mercedes al general Abreu, barón de Cerro Largo.
El
12 de octubre de 1825, Combate de
Sarandy. El impulsivo Bento Manuel recibió la noticia que Rivera y
Lavalleja se encontraban a orilla del arroyo Sarandy con 2.500 hombres. A pesar
de su inferioridad numérica, sin parar mientes, el 12 de octubre los atacó con 1.410 hombres. El orgulloso Bento Manuel
sufrió un descalabro, perdió 830 hombres entre muertos y prisioneros; todos
estos pasaron a formar parte de las tropas revolucionarias. Con solo 580 se marchó
para Sat’Anna de Livramento (Río Grande del Sur). La pérdida de los orientales,
según Lavalleja fue apenas de 31 muertos y 83 heridos. A consecuencia de ese
revés, el general Abreu, barón de Cerro Largo, emprendió la retirada hacia Cuarehim
(Río Grande del Sur). Mercedes fue también evacuada por su guarnición, y las
tropas brasileras quedaron reducidas a las plazas de Montevideo y de Colonia de
Sacramento. De este modo, los generales independentistas, Rivera y Lavalleja,
quedaron como señores del resto del territorio de la Banda Oriental.
25
de octubre de 1825, declaración del congreso argentino. El 5 de octubre se
reúne el congreso de Buenos Aires en sesión para responder a las reclamaciones
brasileras presentadas por el almirante Rodrigo Lobo, comandante de la escuadra
imperial. El congreso de Buenos Aires el 25 de octubre de 1825 respondió a la
demanda brasilera del modo siguiente: “La sala de representantes decretó la
incorporación de la Banda Oriental a la República de las Provincias Unidas del
Río de la Plata, declarando nulos los convenios de unión con el Imperio del
Brasil. Que admitió la antigua Banda Oriental en la Federación de la República
Platina, luego que ella haya conseguido su libertad. Como consecuencia de esto
el ministro de relaciones exteriores de la Argentina, Dr. Manuel J. García,
remitió el 3 de noviembre de 1825 una nota al gobierno de Río de Janeiro
comunicando que el congreso argentino declaró a la Banda Oriental incorporada a
la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y señalaba: “por
esta solemne declaración el gobierno está comprometido a proveer la defensa y
seguridad de la provincia oriental. Él cumplirá con su deber con todos los
medios a su alcance, y por las mismas acelerará la evacuación de los dos únicos
puntos militares que aún ocupan las tropas de S.M.I”.
También informaba al Emperador, que el
pueblo uruguayo solicitó su incorporación a la Federación del Plata; y que el
gobierno argentino juzga su obligación empeñar todas sus fuerzas para que las
tropas brasileras abandonen el territorio de un Estado ya independiente.
Favorecido por las tres victorias obtenidas por las tropas independentistas, Buenos
Aires se animó a mandar al Emperador el 3 de noviembre de 1825 la nota de
proclamación de la incorporación de la Banda Oriental a la Confederación
Argentina. Esto equivalía a una declaración de guerra.
El 7 de diciembre de 1825 los
brasileros dirigidos por Bento Gonçalves, derrotaron a Ignacio Oribe en
Conventos, cerca de Cerro Largo, causándole grandes perjuicios en muertos y
prisioneros, tomándole muchas armas y caballos.
Año 1826
Después del combate de Sarandy y
durante el año 1826, excepto la batalla de Capilla del Rosario, a orilla del
río Miriñay, sólo hubo por tierra combates de poca importancia, especialmente
sostenidos por las avanzadas de ambos ejércitos sin resultado decisivo alguno. El
año fue de inacción. Las tropas brasileras se
reunieron en la frontera de la provincia de Río Grande del Sur, y las
argentinas se organizaron en el territorio de la Banda Oriental. De uno y otro
lado se hicieron apenas preparativos para reiniciar la ofensiva.
Al empezar el año, el emperador del Brasil realizó
algunos cambios en los altos mandos militares. Los mandos quedaron así:
Barbacena, comanda el ejército en operaciones en Río Grande del Sur, y el
general Magessi, barón de Villa Bella, el ejército de la Cisplatina, que estaba
reducido a las guarniciones de Montevideo, Colonia e isla de Garrité”. Barbacena
asumió el cargo el 1 de enero de 1826 en Sant’ Anna de Livramento.
“El 9 de febrero el
coronel oriental Manuel Oribe con 300 hombres derrotó cerca del cerro de
Montevideo a un escuadrón de caballería de Minas comandado por el mayor brasilero
Brandão. El 13 de marzo se traba cerca de Colonia un reñido combate en que
Lavalleja fue repelido con grande pérdida por las tropas brasileras del general
Rodríguez. El 6 de agosto, el mayor Madeiros Costa derrotó en Karaguatá a la
vanguardia de Ignacio Oribe. La pérdida argentina fue de 148 muertos y heridos,
y 22 prisioneros. En el mismo día el capitán Gomes Lisboa batió en Toropaso (territorio
de Río Grande del Sur cerca de Uruguayana) a otra fuerza argentina, obligándola
a pasar a la margen derecha del río Uruguay (Las Misiones).
“El 31 de octubre, el coronel
brasilero, Bento Manuel, penetró en territorio de Corrientes; y el 5 de
noviembre obtuvo una victoria en la orilla del río Miriñay, cerca de la capilla
de Rosario (al oeste de la ciudad de Paso de los Libres), al frente de la
brigada de caballería del ejército de Río Grande del Sur, sobre la fuerza de
los coroneles Félix Aguirre y Pedro Toribio. Los argentinos perdieron ese día
300 muertos, heridos y prisioneros, incluido entre los muertos el coronel Pedro
Toribio.
Problema en el ejército argentino, el
general Fructuoso Rivera, por grave desavenencia con el general Juan Antonio
Lavalleja, rompió con éste, y se vio forzado a abandonar la Banda Oriental.
1827
El
gobierno imperial no daba la debida importancia a la guerra por la falsa idea
que se formaba de los recursos del gobierno argentino, amén de la oposición a
D. Pedro I en las cámaras y en la prensa, que empleaban todos los medios para
volver impopular la lucha, atribuyéndola a un capricho del emperador. En este
año las fuerzas militares del Brasil se componían de 27.240 hombres de primera
línea y más de 95.000 guardias nacionales.
Dice Paranhos, que a pesar de la guerra
con la Argentina, estaban en 1827 en las diferentes provincias del norte
(Alagoas, Maceió, etc.) 16.170 hombres de primera línea. En Río Grande del Sur
teníamos apenas 5.000 de primera línea y 2.000 de segunda, y en la Cisplatina (Montevideo,
Colonia e isla de Garrité) 4.600 de primera línea y 300 de segunda. Total en
Río Grande del Sur 6.900 hombres, incluido los milicianos, en la Cisplatina
4.950.
El 31 de octubre, el ejército imperial
reunido en la provincia de Río Grande del Sur invadió la Banda Oriental y el 20
de febrero de 1828 se hallaba frente al enemigo.
La decisiva batalla de
Ituzaingó. Después de la declaración del congreso reunido en Buenos Aires
sobre la incorporación de la Banda Oriental a la República de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, el gobierno argentino sin perder tiempo mandó una
división reforzada a las órdenes del general Alvear[1]
a fin de cooperar con los generales Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera.
Estos generales lograron con artimaña atraer al ejército brasilero a un terreno
favorable para ellos, pues el lugar permitía maniobrar con la caballería, arma principal
del ejército argentino. Esperaron al adversario en el Paso del Rosario
(Ituzaingó).
El ejército argentino de 11.000
hombres y 18 cañones bajo el mando del general Alvear, resolvió explotar el
éxito e invadió Río Grande del Sur. En el mes de enero de 1827 cruza la
frontera uruguaya-brasilera por Villa de Melo-Bagé, hollando de este modo
territorio del Brasil. Barbacena estaba en Sant’ Anna de Livramento con 3.000
hombres, y el general Gustavo Brown marchaba de la villa de Río Grande con 2.000.
Alvear hizo todo lo posible para impedir que
las tropas de Barbacena se juntaran con las de Brown, de manera a batirlas por
parte. Pero la rápida marcha de Barbacena neutralizó la intención de Alvear que
le permitió a aquel alcanzar el arroyo de Las Palmas, donde se juntó con las
tropas de Brown. El ejército brasilero de 5.000 hombres ocupó un terreno
ventajoso para la defensa en la orilla del arroyo Las Palmas. Alvear observa
que el sector donde los brasileros tomaron posiciones era un terreno bastante
escabroso que no era favorable para maniobrar con la caballería, principal arma
de su ejército. Entonces, simuló una retirada hacia San Gabriel y Valle de
Santa María. Barbacena, que reforzó su fuerza con casi 1.000 hombres, sin antes
obtener información del poderío del ejército argentino, resolvió realizar la
persecución del enemigo en retirada.
El día 9 de febrero Barbacena comienza
la persecución, marchando como vanguardia la brigada de caballería ligera al
mando del coronel Bento Manuel, con la misión de observar la dirección que
llevaba el ejército argentino. Luego de varios días de marcha, la vanguardia
brasilera avistó a las tropas de Alvear a cinco kilómetros de Paso de Rosario
(Ituzaingó), orilla del río Santa María.
El
ejército brasilero de 5.570 hombres y 12 bocas de fuego avanza intrépidamente
contra el ejército argentino de 10.000 hombres aproximadamente y 18 cañones. La
caballería argentina, mejor y muy superior en número, logró desorganizar en
furioso ataque a la caballería brasilera, tomando incluso tres cañones. La
infantería brasilera forma en cuadro y aguantó firme el frenético ataque de los
argentinos. Después de 6 horas de combate, estos se apoderaron del tren de
combate de los brasileros. Ante esta situación Barbacena emprendió la retirada
por Pasos de Kasekuey y San Sepé, para el San Lorenzo, salvando toda la
artillería. El general Alvear en vez de ejecutar la persecución del enemigo en
retirada prefirió reorganizar sus unidades y dar descanso a sus agotadas tropas.
Las bajas: los brasileros perdieron 600 hombres entre muertos, heridos y
prisioneros. Los argentinos tuvieron 300 hombres fuera de combate.
A esta derrota en tierra le siguió otra
fluvial en el río Uruguay, donde la escuadra argentina bajo el mando del
almirante Willians Brown atacó por sorpresa a la escuadrilla brasilera,
apoderándose de 16 navíos de guerra de los brasileros.
Tardíamente
el general Alvear resolvió explotar su victoria de Ituzaingó y de nuevo invade
Río Grande del Sur. El 23 de febrero procuró sorprender en las puntas de
Kamakuaná con 3.000 hombres al general João Propicio Mena Barreto, que apenas
tenía 760 de caballería miliciana. Barreto hizo una brillante retirada, y en
poco tiempo, por medio de constantes hostigamientos, y de marchas y
contramarchas obligó al enemigo a abandonar Río Grande del Sur por Piraí Grande (Bagé)-Cerro Largo.
Año 1828
La lucha ya le había costado a ambos
países ingentes sacrificios, y reconociendo el gobierno argentino que al Brasil
le sería posible prolongar la guerra, resolvió entablar negociaciones. El
presidente Bernardino Rivadavia mandó a Río de Janeiro al ministro García,
pacifista por naturaleza, para proponer que la Banda Oriental fuese reconocida
por el Brasil como estado libre e independiente, desistiendo la Argentina de
admitirlo en la Confederación. El exagerado pacifismo del ministro argentino le
hizo obrar desacertadamente, al dejarse inducir por los ministros brasileros (vizconde
de san Leopoldo, el marqués de Queluz y marqués de Maceió). El ministro García
de manera inexplicable sobrepasó sus instrucciones de modo tan garrafal al sacrificar
las pretensiones de Buenos Aires sobre la Banda Oriental en beneficio de la paz,
¡sin estipular la autonomía de este país que era su misión específica!
Conocida en Buenos Aires el convenio
firmado en Río de Janeiro por el enviado especial, Sr. García, hubo
manifestaciones contra el presidente Rivadavia que obligó a éste a presentar renuncia
al cargo el 25 de junio de 1827, enviando antes a Río de Janeiro una nota por
la cual rechazaba la convención celebrada por García y anunciaba el
proseguimiento de la guerra, que efectivamente recomenzó.
Ofensiva y retirada del
ejército argentino de RGS
El
general Alvear fue destituido, siendo Lavalleja designado como supremo
comandante. El general Fructuoso Rivera invadió las Misiones en abril y mayo de
1828, sin encontrar la menor resistencia. Hecha la paz, evacuó ese territorio,
pero gran número de guaraníes lo acompañó, emigrando para la República
Oriental. Al mismo tiempo, el general Lecór, que reemplazó al marqués de
Barbacena en el comando de las tropas brasileras, avanzaba para el noreste de
la Banda Oriental, hasta el río Yaguarón, donde acampa en un llano al anochecer
del día 14.
El día 15 de abril el general Brown por
orden de “Lecór, ataca el campamento del general Julián Laguna y del coronel
Latorre en el arroyo de Las Cañas. Ambos jefes sorprendidos, de modo apresurado emprendieron la retirada dejando algunos muertos, 21 prisioneros, bagajes y
muchos caballos. Fueron incendiados los dos campamentos. El general argentino
Paz, que ya marchaba sobre la villa de Río Grande, al recibir esa noticia
vuelve hacia atrás.
El 23 de abril una escuadrilla
brasilera de tres cañoneras (Takuarembó, Valerosa y Vigilante), bajo el mando
del teniente segundo de marina Souza Juqueira ataca y destruye a la flotilla
argentina, compuesta de la cañonera Lavalleja, cinco yates y embarcaciones
pequeñas, en la barra de San Luis (Laguna Mirin) bajo el mando del mayor Silva
que quedó prisionero. De éste modo terminó la invasión del ejército argentino a
la provincia brasilera de Río Grande del Sur”.
Con esto prácticamente terminó la guerra.
Las naciones marítimas protestaron contra el bloqueo del Río de la Plata por la
escuadra brasilera, llegaron a demostraciones muy serias, como por ejemplo, el
aparecimiento en el puerto de Río de Janeiro de una escuadra francesa bajo el
mando del almirante Roussin. Siendo también la guerra antipática al pueblo
brasilero, se vio el Emperador al final coaccionado a aceptar propuestas de
paz. Para esta resolución contribuyó el levantamiento de los batallones
extranjeros el 9 de junio de 1828 que privó al Emperador de uno de sus más
sólidos apoyo militar, y las perturbaciones originadas en Portugal donde D.
Miguel usurpó el trono.
[1]
Carlos de Alvear (1789-1852), Nació en las Misiones Orientales y falleció en
Nueva York. Fomentó la revolución de 1812, conquistó Montevideo y fue nombrado
director supremo en 1815, el mismo año es derrocado y exiliado al Brasil, fue
varias veces ministro.
29-Ago-2016
29-Ago-2016
Sección 7. Los combates
navales
Es bastante probable que la sublevación
hubiera sido sofocada si no fuese ayudada por la Argentina. El Emperador
declaró la guerra a la república Argentina en diciembre de 1825, y el mismo mes
empieza el bloqueo de la desembocadura del río de la Plata por la escuadra
brasilera bajo las órdenes del almirante Rodrigo Lobo. Como réplica el gobierno
argentino declaró la guerra al Brasil el 3 de enero de 1826. Todo el año se
pasó en combate de poca importancia, por lo general sostenido por las avanzadas
de los ejércitos, y golpes de mano. La escuadra brasilera se apoderó de la isla
Martín García, una isla que domina la desembocadura de los ríos Paraná y
Uruguay, que juntos forman el río de la Plata. Fue ocupada en enero de 1826 por
un destacamento de infantería y artillería.
También bloqueó la ciudad de Buenos Aires, cuyo gobierno no pudo impedir el
bloqueo con otro medio sino formar una escuadra con navíos mercantes
transformados de guerra. Para comandar la improvisada escuadra argentina, contrataron
al inglés Willians Brown.
El 9 de febrero de 1826 hubo un combate
naval entre Rodrigo Lobo y Willians Brown. Este se vio abandonado por casi
todos sus navíos que huyeron para Buenos Aires perseguidos por los brasileros.
Algunos de los comandantes argentinos fueron despedidos por el procedimiento
que tuvieron en ese día. Siguió a ese hecho de armas el bombardeo de Colonia,
capital del departamento de Colonia del Sacramento, por el almirante Brown y el
desembarque que ahí tentó el mismo almirante en la madrugada del 2 de marzo.
Pero los brasileros lograron rechazar el ataque, causando a los argentinos más
de 300 muertos y prisioneros, y l destrucción de cuatro navíos. Los brasileros
perdieron una embarcación.
El 11 de abril de 1826 apareció Brown
cerca de Montevideo con la corbeta “25 de mayo” y el navío “Congreso”, pero fue
batido y perseguido por la fragata Nictheroy, comandada por Norton.
“En el mes de mayo de 1826 el almirante
Pinto Guedes reemplazó a Rodrigo Lobo, sometido a un consejo de guerra por no
destruir la escuadra argentina, tarea difícil, pues, Brown hábilmente aplicó la
estrategia del débil contra el más fuerte, evitar combates decisivos metiéndose
entre los bancos y de allí salir solo cuando la circunstancia permite dar un
golpe de mano y volver al escondite. Rodrigo Lobo fue declarado no culpable,
por tanto fue sobreseído.
Brown se aprovechó de la ausencia de
Lobo para sorprender a navíos dispersos, atacar las plazas del litoral donde se
hallaban guarniciones brasileras, y finalmente intentar, el 30 de julio, un serio ataque que fue
repelido por los navíos brasileros, Brown perdió el navío almirante, y obligado
a la inacción. En tanto que los imperiales apretaban el bloqueo y hacían
abultadas presas.
En enero de 1827, una cañonera
perteneciente a la escuadra imperial había caído también en poder de los
argentinos. El 27 de abril, la escuadra argentina intentó apoderarse por
abordaje de la fragata “Emperatriz”, mas fue repelida. Perseguida después por la
escuadra brasilera, encalló la corbeta de Brown en el banco Ortiz (2 de mayo),
pero en el lugar no podía ser atacado por navíos enemigos. Esos fueron los
combates durante el comando del Almirante Rodrigo Lobo”.
Paranhos, un privilegiado testigo, pues
era ministro especial del Imperio en el Río de la Plata comenta: “Como la plaza de Colonia fue atacada
desde el 26 de febrero de 1826 hasta el 13 de marzo por la escuadra de Brown y
por el ejército de Lavalleja, el almirante Rodrigo Lobo hizo evacuar la isla en
marzo para reforzar aquella plaza. Durante el resto del año la isla Martín
García quedó completamente abandonada. El almirante Pinto Guedes, sucesor de
Lobo, pidió tropas varias veces para proteger. Siempre le fueron rechazadas.
Finalmente, a fines de diciembre de 1826, estando la isla desierta, Brown la
fortificó, y fue ocupada por los argentinos hasta el fin de la guerra”.
Sigue diciendo Paranhos. “Pinto Guedes confió a Norton el
bloqueo del puerto de Buenos Aires. El 23 y el 25 de mayo hubo escaramuzas
entre la división Norton y la de Brown, pero viendo el jefe brasilero que el
almirante argentino no dejaba su refugio de entre los bancos, ensayó un ataque
el 11 de junio, en su propio acorazado de Pozos. Luego de que encallaron varios
navíos brasileros se comprobó que el ataque era imposible. La acción se redujo
a pequeños tiroteos sostenidos de lejos entre algunas cañoneras brasileras y la
escuadra argentina. Finalmente, en la noche del 29 de junio trató Brown
sorprender a algunos de los navíos avanzados de Pinto Guedes. Fue descubierto y
neutralizado. Al día siguiente 30, se trabó un combate en que quedó totalmente
perdida la mejor embarcación argentina, que era la corbeta “25 de Mayo”. Los
otros navíos de la escuadra argentina entraron en Buenos Aires con muchas
averías, y debieron su salvación a los bancos. También ese día encallaron
varios navíos brasileros.
Por el debilitamiento de la escuadra de
Brown, el gobierno de Buenos Aires recurrió entonces al procedimiento de expedir
patente de corso[2],
que aceptaron, ansioso de riquezas, aventureros de varios países,
principalmente norteamericanos, peruanos y chilenos, que llegaron a causar al
comercio marítimo del Brasil ingentes perjuicios.
Tropas del ejército brasilero ocuparon
toda la costa meridional del país. Así llegaron las cosas al mes de noviembre
de 1826, cuando el Emperador D. Pedro I tomó la resolución de ir al teatro de
guerra para poner fin a la lucha por medio de golpes vigorosos y decisivos.
Combates de Juncal y
Punta de Santiago. Paranhos escribió: “El 16 de enero de 1828 se llevó a cabo
el combate naval de Juncal, entre la escuadrilla brasilera denominada de
Uruguay, al mando del capitán de fragata Jacinto Roque de Sena Pereira, y la
escuadra argentina al mando de Willians Brown. Los argentinos le propinó un
duro castigo a los brasileros tomando 11 navíos de los 16 que tenía Sena
Pereira. Otros tres fueron incendiados por los brasileros y dos consiguieron
fugarse, llegando días después a Colonia. La escuadrilla brasilera estaba
dispersa cuando fue atacado por Brown. Días antes (15 de enero) atacará Brown
en el canal Martín García, con toda su escuadra a la división de Mariath,
siendo repelido. Poco después de recibirse en Río de Janeiro la noticia del
revés de Juncal y del mal éxito de la batalla de Ituzaingó, también se supo que
fue poco feliz una expedición que el almirante Pinto Guedes mandó a la
Patagonia al mando del comandante Sheperd.
El día 9 de abril, animado por el
éxito, el almirante Argentino intentó romper el bloqueo de la desembocadura del
río de la Plata; sin embargo, su temeraria acción le costó las pérdidas de sus
dos mayores navíos, lo que produjo de nuevo una pausa en las operaciones. En
este año la escuadra argentina estaba muy debilitada.
PRÓXIMO CAPÍTULO: CONVENCIÓN PRELIMINAR DE PAZ DEL 27-AGO-1828.
CAPÍTULO IV
LAS NEGOCIACIONES DE PAZ
Sección 1. El tratado
El nuevo presidente oriental, señor
Tomás Villalba, no perdió tiempo y empezó enseguida las negociaciones, creando
el ambiente propicio para acordar la tan anhelada paz. Además, empezó a
destituir por decreto a los ministros Antonio de las Carreras y a Susviela,
envió orden al general Basilio Muñoz y al coronel Aparicio para que sin demora
evacuen Río Grande del Sur, y encargó al senador Manuel Herrera y Obes a
iniciar las negociaciones de paz en el cuartel general de los aliados en Villa
Unión, conforme había sugerido Paranhos. El mismo presidente, con admirable
entereza, se puso al frente del exaltado partido blanco para empezar las
negociaciones.
El 16 de febrero de
1865, estando Paranhos, vizconde de Río Branco, reunido en Villa Unión con
Flores, Tamandaré y Mena Barreto, recibió una carta del ministro italiano, Ulises
Barbolani, en la que le manifestaba su deseo de hablar con él sobre
proposiciones de paz, y le solicitaba conferenciar en un navío neutral. El
vizconde de Río Branco respondió “que sentía no poder prestar a los deseos del
Sr. Barbolani; porque este no declaraba por quién se hallaba encargado de hacer
proposiciones…”, y que la entrevista
podría efectuarse, pero en Villa Unión.
El 17 de febrero respondió el ministro
italiano: Siento profundamente que por
causa de la precipitación con que escribí la carta que tuve la honra de dirigir
a V. Ex., en fecha de ayer, no estuviese explicado bien mis intenciones. Pensaba
que V. Ex., sabía de la cesación del gobierno de Aguirre y de la nominación del
señor Villalba, lo que tiene una significación muy importante en las actuales
circunstancias. La comunicación que tendré la honra de hacer a V. Ex., son de
parte del Sr. Villalba. Como representante de una potencia amiga del Brasil, no
era por mí que yo tengo deseo de encontrarme con V. Ex., en un terreno neutral.
Era solamente por considerar este gobierno junto al cual estoy acreditado, y
que está infelizmente en guerra con el gobierno de S. M, el Emperador. Acepto
con placer la amable invitación de V. Ex., e inmediatamente me pongo en camino
para Villa Unión.
El día 18 el señor presidente, Tomás Villalba,
sospechando que parte de la guarnición y algunos líderes del partido blanco preparaban
una sublevación contra su autoridad, solicitó la protección de las fuerzas
navales extranjeras estacionadas en el puerto de Montevideo. Porque sólo así los
exaltados blancos, partidarios de la violencia, serán contenidas porque hasta
ese momento tal como informó W. G. Lettson, ministro inglés, a su gobierno: “los
blancos esperaban pronto auxilio del Paraguay”. Después de obtener la
autorización de Tamandaré, desembarcaron en el mismo día pero en hora de la tarde
las tropas de los navíos de países neutrales.
El 19 de febrero al amanecer, cuando los
blancos vieron ocupados por elementos militares de las potencias neutrales los
puntos más importantes de la ciudad, sufrieron un gran desengaño, pues le quitaron
la esperanza de causar alboroto que fácilmente podría haber degenerado en
sangrienta desgracia, y de este modo ganar tiempo para que llegue a tiempo, según le hacían creer sus líderes, las
prometidas tropas paraguayas y de este modo revertir el acontecimiento en
desarrollo.
La entrada al palacio de gobierno para
el acto de asunción del nuevo presidente era rigurosamente controlada, y nadie
era admitido sin mostrar el permiso especial otorgado. Incluso los únicos
líderes del partido blanco que no escaparon fuera del país y que fueron
invitados, eran los generales Diego Lamas y Díaz, que igual que los demás
tuvieron que someterse a los requisitos exigidos. Al mediodía entró en la
ciudad la caballería de Flores. Así terminó la larga lucha que los testarudos y
arrogantes líderes del partido blanco, innecesariamente, prolongaron con
diversos pretextos, entre ellos persuadir al general Solano López con engañifas,
tal como que las independencias de Uruguay y Paraguay corrían peligro, incluso
alimentaron la vanidad del presidente paraguayo haciéndole creer que al cruzar
la frontera de Argentina o de Brasil agitando su pendón de guerra, Corrientes,
Entre Ríos y Uruguay le acompañarían.
El 20 de febrero de 1865 concluyó un
convenio que fueron firmados por los siguientes: en nombre del Brasil por el
ministro en misión especial en el Río de la ¨lata, José María da Silva
Paranhos, futuro vizconde de Río Branco; en nombre del partido colorado por el
general Venancio Flores; y en nombre del gobierno de la ROU por Manuel Herrera
y Obes, representante del Sr. Tomás Villalba nuevo presidente de la república.
Las principales condiciones del convenio fueron:
1.
Nominación del general Flores para gobernador
provisorio hasta que en noviembre se hicieran las elecciones de los cuerpos
legislativos que habían de elegir en febrero de 1866 nuevo presidente;
2.
Garantía de vida y propiedad para todos los
orientales, y olvido de todos los errores políticos del pasado, siendo
exceptuado de la amnistía los individuos que habían insultado la bandera
brasilera y contribuido para ser incinerado los tratados;
3.
Un tribunal militar decidiría la suerte de
aquellos mofadores de la bandera del Imperio;
4.
Pérdida de todas las garantías de la ley del
guerrillero Basilio Muñoz y con él se procederá sumariamente, donde quiera que
se lo encuentre.
Sección 2. La convención de paz del 20 de febrero de
1865.
Nos hemos servido de la obra citada de
L. Schneider, apéndice al volumen 1, página 58 para la transcripción del texto
del pacto entre el Imperio del Brasil y la ROU.
Los considerandos hemos omitido.
Entre S. Ex., el señor brigadier
general D. Venancio Flores y S. Ex., el señor D. Manuel Herrera y Obes, fueron
ajustados los siguientes artículos de reconciliación y de paz, por el que toca
a la disidencia entre los orientales:
Art. 1°. Queda felizmente restablecida
la reconciliación entre la familia oriental, y la paz y buena armonía entre
todos sus miembros, sin que ninguno de ellos pueda ser acusado, juzgado o
perseguido por sus opiniones o actos políticos y militares practicados en la
presente guerra.
Por
consiguiente, desde ese momento queda en vigor la igualdad civil y política
entre todos los orientales, y todos ellos en el pleno goce de las garantías
individuales y derechos políticos que les confiere la Constitución del Estado.
Art. 2°. Son exceptuados del artículo
precedente los crímenes y delitos comunes, como los políticos que pueden estar
sujetos a la jurisdicción de los tribunales de justicia, por su carácter
especial.
Art. 3°. Mientras no está establecido
el gobierno y perfecto régimen constitucional, el país será regido por un
gobierno presidido por S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores,
con uno o más secretarios de estado, responsables, libremente escogidos por el
mismo señor general y demissiveis ad
nutum.
Art. 4°. Las elecciones para diputados y senadores, así como para
las juntas económico-administrativa, tendrá lugar en el más breve posible, y
luego que el estado interno del país lo permita, no debiendo en ningún caso
dejar de verificarse en la época designada por la ley.
En ambas las elecciones se procederá
por el modo y forma que las leyes especiales tienen determinado, a fin de
asegurar a todos los ciudadanos las más amplias garantías para la libertad de
sus votos.
Art. 5°. Quedan reconocidos todos los
grados y empleos militares conferidos hasta la fecha en que fue firmado el
presente convenio.
Art. 6°. Todas las propiedades de las
personas comprometidas en la contienda civil, que tenían sido ocupadas por
disposiciones generales o especiales de las autoridades contendoras, serán
inmediatamente entregado a sus dueños y colocadas bajo la garantía del Art. 114
de la Constitución.
Art. 7°. Inmediatamente después de
concluido el presente convenio, todos los guardias nacionales, que se hallan en
el servicio activo de guerra, serán licenciados, y sus armas recogidas y
depositadas, como es debido en las reparticiones competentes.
Art. 8°. El presente convenio se
considerará definitivamente concluido y tendrá inmediata y plena ejecución,
luego que conste de manera auténtica su aceptación por parte de S. Ex. Sr. D.
Tomás Villalba, la cual será dada y comunicada dentro de 24 horas después de
firmado por los negociadores.
Oído por el Sr., ministro de S. M., el
Emperador del Brasil al respecto de los artículos, declaró S. Ex., que el
acuerdo celebrado por el aliado del Imperio no podía ser sino aplaudido por el
gobierno imperial, que en él vería bases razonables y justas para la
reconciliación oriental, y sólida garantía de los legítimos propósitos que
obligara al Imperio a la guerra que ya felizmente cesó.
Habiendo sido antes ofrecido al Brasil
por S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores, como su aliado, a la
justa reparación que el Imperio había reclamado antes de la guerra, confiando
plenamente el gobierno imperial en el amigable y honroso acuerdo que consta en
las notas del 28 y 31 de enero último, espontáneamente iniciado por el ilustre
general que va asumir el gobierno supremo de toda la República: el representante
del Brasil declaró que nada más exigía a ese respecto; juzgando que la dignidad
y los derechos del Imperio quedan salvados, sin la menor quiebra de la
independencia e integridad de la ROU, y de armonía con la política pacífica y
conciliadora a inaugurarse en este país.
S. Ex., el Dr. Manuel Herrera y Obes
declaró que le era grato oír los sentimientos moderados, justos y benévolos que
S. Ex., el señor ministro del Brasil ha expresado respecto de la Nación
Oriental; que regocija reconocer que en el acuerdo contenido en las notas a las
que se refería el señor ministro, y cuyas copias autenticadas le agradecía,
nada hay que no sea honroso para ambas partes; y que, siendo ese acuerdo un
compromiso cuya ejecución le atañe al gobierno provisorio, del cual será jefe
S. Ex., el señor brigadier general D. Venancio Flores, no podía él ofrecer la
menor dificultad a la celebración de la paz entre los orientales, y entre estos
y el Brasil.
Y estando todos de acuerdo en el
presente protocolo, se labraron tres ejemplares que fueron firmados por los
negociadores.
Hecho en Villa Unión, a los veinte días
del mes de febrero de 1865.
José María da Silva Paranhos.
Manuel Herrera y Obes.
Venancio Flores.
Un comprimido de la nota adicional al convenio del 20 de febrero
Seguidamente, y en el
mismo día, los negociadores de la
paz acordaron un acuerdo reservado para satisfacer la exigencia hecha por parte
del Brasil por el insulto hecho a su bandera por algunos altos funcionarios del
Gobierno de Aguirre por las calles de Montevideo días antes de empezar la
negociación de paz. Paranhos solicita el exilio forzoso de modo temporal de los
centenares de fanáticos que participaron en el deplorable hecho.
Sobre ese punto hace uso de la palabra
el Dr. Manuel Herrera y Obes haciendo algunos comentarios sobre la
incalificable acción del gobierno del partido blanco y concluye apelando a “los
sentimientos de moderación del Brasil, para que no exigiese más de los
necesarios para su desagravio”.
Paranhos atendió a las consideraciones de
Herrera que fue secundada por Flores, y convino que sean castigados sólo los
más comprometidos que se mofaron por la bandera del Imperio del Brasil.
Siendo aceptada la propuesta de Herrera
por el ministro del Brasil, se dio por terminada la conferencia, de la cual se
labró el protocolo en tres ejemplares que firmaron los tres negociadores:
Venancio Flores, Paranhos y Herrera.
Sección 4. Informe
del comandante de la escuadra británica
El 22 el almirante Elliot remitió a los
Lores del Almirantazgo un informe de las acciones realizadas en estos términos:
Montevideo tiene motivo para agradecer al
Sr. Tomás Villalba por el coraje y firmeza que él desenvolvió durante las
negociaciones que trajeron la capitulación de Montevideo y restauraron la paz
de este país sin las lamentables consecuencias que hubiera causado un ataque a
la ciudad…Esta medida (el desembarco de tropas extranjeras) inspiró confianza y
dio fuerza al gobierno y a los defensores del orden. El día 20 de febrero se
firmó, por fin, las condiciones de paz, mas no eran estas generalmente
conocidas, y el gobierno aún se hallaba en situación de extremo peligro y
dificultad; porque se sabía que el Sr. Antonio de las Carreras, jefe del
gobierno pasado, el ex presidente Aguirre, varios jefes militares, y otras
personas, procuraban sublevar los ánimos, y eran de esperar movimiento
sedicioso entre las tropas. En consecuencia de eso marcharon 26 hombres de las
fuerzas neutrales aliadas para ocupar en la madrugada del 21 el Fuerte o casa
del gobierno.
Escribió Paranhos
sobre la situación de aquel momento: “En la mañana del día 20, empezó la
retirada de los blancos exaltados que se hallaban aún en Montevideo. Como se ve, con la capitulación de
Montevideo el 20 de febrero de 1865, nos desembarazamos de un enemigo. Esto facilitará al Imperio del Brasil que en
alianza con la República Oriental del Uruguay, concentrar los esfuerzos en la guerra
de Paraguay. La alianza sólo se daría más tarde mediante la hábil dirección que
el representante del Brasil (Paranhos) imprimió a los acontecimientos. Mediante
las buenas relaciones con el presidente Sr. Villalba, y del partido colorado,
secundado por el cuerpo diplomático extranjero, la facción exaltada a la que
pertenecían Carreras, Aguirre, Vázquez Sagastume y otros, habría prolongado la
resistencia, y, no disponiendo los generales Flores y Mena Barreto de tropas
suficientes para tentar el asalto con probabilidad de buen éxito, sólo en marzo
habría podido atacar la plaza”.
El día 22 entraron en Montevideo la
brigada de infantería brasilera bajo el mando del general Sampaio, compuesta de
los batallones 4ª, 6ª y 12ª[1],
el regimiento escolta del coronel Caraballo. Este estaba designado por el
general Flores para recibir en su nombre el gobierno de las manos del
presidente Villalba incluyendo los documentos que pudo recoger el presidente
Villalba durante su breve permanencia como presidente interino de la ROU. Entre
los documentos se encontró el plano de las fortificaciones de Montevideo, así
como la cantidad de víveres y municiones, el número de los defensores, el
número de las piezas de artillería, los medios pecuniarios, los planes ideados
para arrancar más dinero a los habitantes, y la pérdida de toda esperanza de recibir
auxilio por parte del general Solano López, presidente de Paraguay.
El 23 de febrero de 1865 hicieron su
entrada triunfal a la ciudad de Montevideo el general Venancio Flores, José
María da Silva Paranhos y el general João Propicio Mena Barreto. El mismo día
Paranhos visitó al Sr. Villalba y le
declaró que el Imperio estaba satisfecho
por tener la paz restituida a la nación oriental por tanto tiempo deseada; que
el Brasil no quería ingerirse en las cuestiones internas de ese estado; que
reconocía cualquier presidente electo constitucionalmente, y esperaba con
confianza que los súbditos brasileros sería equiparados en derecho a todos los
otros habitantes del país, de aquí en adelante. Agregó que, a la vista de las circunstancias
embarazosas de la ROU, el Brasil aplazaba las antiguas reclamaciones de
indemnización, y para no ofender el sentimiento nacional, sólo quedaría en
Montevideo un batallón brasilero, marchando el resto del ejército
inmediatamente contra el Paraguay, para cuyo fin el gobierno del Emperador
contaba con la alianza del Estado Oriental, pues, teniendo el dictador López
invadido traicioneramente la provincia brasilera de Mato Grosso, el Brasil está
dispuesto a no deponer las armas hasta que aquel dictador sea expulsado de
Paraguay.
Si algo nos ha enseñado la historia de
la portentosa campaña de Alejandro Magno en su conquista del Imperio de Persia
es el principio que aplicó exitosamente el Imperio del Brasil en esta
circunstancia: “ver a todos los enemigos como posibles aliados”.
Sección 3.
Repercusiones del convenio del 20 de febrero
1) El
general Venancio Flores asumió el cargo de presidente interino de la ROU en una
época muy difícil. Organizó un gabinete adecuado para cumplir del modo más
conveniente, el convenio del 20 de febrero.
2) Considerar
nulo y de ningún valor el decreto del expresidente Anastacio de la Cruz Aguirre
del 13 de diciembre de 1864, que había sentenciado a la hoguera los tratados
celebrados con el Brasil.
3) Prohibió
la exportación de materiales bélicos o de cualquier otro auxilio directo o
indirecto por parte de los habitantes de la ROU al gobierno del general Solano
López.
4) Se
restableció los consulados brasileros en la ROU. Fue suspendida la misión
enviada a Europa por el gobierno de Aguirre.
5) Se
expidieron las órdenes correspondientes para el apresamiento de los caudillos,
general Basilio Muñoz y coronel Aparicio, y la averiguación de los hechos de
que ellos y otros bandoleros eran acusados para ser sometidos a juicio.
6) Fueron
incluidos para ser enjuiciados por las injurias hechas a la bandera brasilera el
exministro de defensa Susviela, el coronel Palomeque y otros.
El general Basilio Muñoz y el coronel
Aparicio, se pusieron a disposición de la justicia oriental tan pronto
recibieron la orden. De este modo se restableció en la ROU la aspiración tan
anhelada por los habitantes: vivir en un ambiente de orden, paz y justicia.
(9-Set-2016)
Sección 6. Brevísima recapitulación de la guerra civil de la ROU
Asumido el poder por el general
Venancio Flores, rápidamente se restauró en toda la ROU una administración
regular. El general Flores mostró prudencia y habilidad al retardar la
realización de la convocatoria del tribunal que debía juzgar a los autores de
los asesinatos de Quinteros, del jefe guerrillero Basilio Muñoz y de los que se
mofaron de la bandera del Brasil hasta que haya sido electos nuevos miembros
del congreso de la nación y las pasiones enfriadas.
En la primera semana de marzo, el
general Flores organizó su gabinete, compuesto exclusivamente de colorados, y
del modo siguiente:
1) Secretaría
general, coronel Dr. Cándido Bustamante (duró pocos días);
2)
Ministro de Gobierno: Dr. Francisco Vidal;
3)
Ministro de Hacienda: Juan R. Gómez, hermano del
general Leandro Gómez que fuera tenaz defensor de Paysandú;
4)
Ministro de Guerra: general Lorenzo Battle[1];
1)
Ministro de Relaciones exteriores: Dr. Carlos
Castro.
Ningún periodo de la larga guerra que
surgió de estas complicaciones en el Estado Oriental exige tan minuciosa
consulta a la correspondencia diplomática como este comienzo lo fue, digamos
así, el preámbulo o pretexto para la gran lucha que lo siguió: (GTA).
Reproducimos íntegramente algunos de los documentos, omitiendo a veces las
fórmulas usadas en tales correspondencias oficiales.
De esos documentos resulta la
convicción de que el Brasil no deseaba la guerra con el Estado Oriental; que
fue preciso subir al poder un nuevo ministro, presidido por el consejero
Zacarias de Góes (15 de enero de 1864). A éste le correspondió la dirección
general de la política. La actitud enérgica que imprimió a la dirección de los
negocios en una época difícil, para que en Río de Janeiro se pusiese fin a
tanta indecisión. El gabinete Furtado (31 de agosto de 1865) ya halló el
ultimátum Saraiva y el comienzo de las represalias. Todo el resto fue
consecuencia de la insensatez del presidente de la ROU, Anastacio de la Cruz
Aguirre, y de los líderes del partido blanco que intervenían en la política del
gobierno oriental para servir intereses exclusivamente, no de la nación sino de
su partido.
El Emperador D. Pedro II hasta el
último momento se opuso a la intervención formal en la disputa por el poder de
los partidos en la ROU, y, por su moderación después de la guerra civil
oriental que concluyó con el convenio de 20 de febrero de 1865, se neutralizó
la hipótesis levantada, tanto en América como en Europa, que la operación
militar del Brasil en la ROU tenía como objetivo la reincorporación de la exprovincia
Cisplatina.
Ciertamente, el que quedó perplejo,
desconcertado por el modo que terminó la guerra civil uruguaya fue el presidente
de la República del Paraguay, general Francisco Solano López: por no tener una
estrategia bien definida para alcanzar un descomunal objetivo, por carecer de
la habilidad necesaria para coordinar su enorme ejército con la política y la
económica envueltas en la conducción de un conflicto en el momento adecuado, le
agarró la indecisión. Disponía de un ejército de 80.000 hombres y una flota de
guerra respetable que ya era muy difícil desmovilizar sin que en un futuro
cercano se vuelvan contra él. Consecuentemente, algo debería hacer con la bomba
de tiempo que tenía en las manos. No se le ocurrió mejor idea que invadir la
provincia brasilera de Mato Grosso, un teatro de operaciones secundario, donde
fue a perder tiempo que el gobierno del Imperio del Brasil aprovechó para
movilizar su enorme potencial de guerra.[2].
Paranhos expresó la siguiente opinión “En
cuanto a la intervención de Paraguay en la lucha estamos persuadidos que podría
ser evitada si el gabinete del 31 de agosto no tratase con el más soberano
desdén al vanidoso dictador López, que se armaba contra la República Argentina,
y ningún interés tenía en romper con el Brasil. No se trató de contrarrestar
las intrigas de los agentes del gobierno del partido blanco en el Paraguay: ese
fue el gran error”.
Sección 7. Un
comprimido de la guerra civil de la ROU
Derribado Rosas, Urquiza fue electo
presidente de la Confederación Argentina, y asumió el cargo el 5 de marzo de
1852. Pero Buenos Aires se negó a integrarla, entonces para someterla, Urquiza
sitió Buenos Aires; sin embargo, una fuerza porteña bajo el mando del general
Mitre lo derrotó y levantó el sitio. La guerra entre unitarios y confederados
continua y Urquiza derrotó a Mitre en la batalla de Cepeda (1859), pero Mitre
en la decisiva batalla de Pavón[3]
en 1861 derrotó a Urquiza, y como resultado la Confederación se disuelve y la
mayoría de las provincias resuelven dar su adhesión a Buenos Aires. Este
acontecimiento repercutió en la situación política del Río de la Plata,
especialmente sobre los partidos blanco y colorado del Uruguay. Vale decir, la
unidad eventual de los argentinos lograda por el general López después de la
batalla de Cepeda en 1859, Mitre la había aceptado solo para ganar tiempo y
preparar un ejército mejor; esa unidad apenas duró veinte meses. Por
consecuencia, la verdadera unidad de la nación argentina se consiguió y se
consolidó después del triunfo de Mitre en la batalla de Pavón, aunque después
aparecerán presidentes que consolidarán definitivamente la Nación Argentina.
El historiador
militar, general (argentino) Héctor Prechi, escribió en Facebook.com, el:
13-Dic-2014 con el título “La unidad Argentina”, lo que sigue: “Un día como hoy
13 de diciembre, Manuel Dorrego, gobernador depuesto de la Provincia de Buenos
Aires, era fusilado en Navarrro por orden de Lavalle. Como tantos hechos
trágicos que enlutaron la Argentina, algunos lo establecieron como la
"medida necesaria para pacificar y unir el país" y un militar
valiente, corajudo pero de poca visión lo hizo ejecutar. Nada se unió y menos
se pacificó y debimos esperar hasta 1880 para que un gran Presidente como Avellaneda y un militar y estadista como
Roca sí lograran unificar el país aunque no "pacificarlo".
El 19 de abril de 1863, el general Venancio Flores, líder del partido
colorado, parte de Buenos Aires en una ballenera y fue a desembarcar con dos
oficiales en territorio uruguayo, con el desiderátum de derrocar al gobierno
del partido blanco. La rebelión del general Flores contra el gobierno del
partido blanco proseguía. Para destruir los habilidosos líderes del partido
blanco uruguayo pensaron, ya que el Paraguay disponía de un poderoso ejército ellos pueden utilizarlo para derrotar la rebelión de Flores e incluso arrebatar de
la Argentina la isla Martín García. Con este fin, empezaron a alimentar la
vanidad de Solano López, incluso hasta llegaron a convencerlo que al cruzar con
su ejército la frontera de la Argentina agitando su pendón de guerra,
Corrientes, Entre Ríos y el Uruguay le acompañarían. La errónea apreciación
estratégica de Solano López, como veremos más adelante, llevará a la nación
guaraní a un dramático e inútil holocausto.
CAPÍTULO XVIII
INAUDITA DESTITUCIÓN DE PARANHOS
Secc 1. La destitución
El
consejero José María da Silva Paranhos, ministro en misión especial en el Río
de la Plata, después de recibir por todas partes adhesiones fervorosas y merecido
aplauso tributado por los habitantes de Montevideo, que por fin disfrutará de
la anhelaba paz y concordia nacional, se dirigió a la embajada brasilera.
Al
respecto escribió Schneider: La
extraordinaria clemencia y moderación de las condiciones del acuerdo del 20 de
febrero de 1865 no agradó a algunos líderes del partido colorado, y hasta no
merecieron, según parece, la aprobación de Tamandaré.
Está fuera de duda que había que vengar injurias, perfidias y violaciones de
toda la especie, pero conforme las instrucciones del Emperador, Paranhos debía
de proceder antes de todo a desmentir la maliciosa calumnia de que la
intervención brasilera en el Estado Oriental y la alianza con Flores, tan
cuidadosamente evitada al principio, pero impuesta al final por las
circunstancias, de ningún modo tenía por fin la reconquista de la antigua
provincia Cisplatina. Antes que todo Paranhos juzgaba que nada se debía
practicar que perjudicase o pareciera perjudicar la completa independencia e
integridad territorial de la ROU, y los sucesos posteriores probaron el gran
tino político de que dio muestra en esta ocasión el representante del Brasil.
Acerca de Tamandaré, en nota a la obra de Schneider, Paranhos comentó que “al
general Mena Barreto y a Tamandaré había remitido el borrador del convenio del
20 de febrero de 1865, los dos no objetaron ningún punto y aprobaron
enteramente el acuerdo[4].
Mena Barreto por orden del día, como demostración de su aprobación, comunicó al
ejército la firma del convenio. Sigue diciendo Paranhos: “Cuando se supo en
Montevideo la destitución del plenipotenciario brasilero, tanto Mena Barreto
como su inmediato, el general Manuel Luis Osorio, y el cuerpo de oficiales del
ejército dieron una demostración pública del aprecio que les merecía el
ministro Paranhos por el gran servicio que acababa de prestar, desconocido,
entre tanto, por el gobierno de su país. La única desinteligencia que hubo
entre Tamandaré y Paranhos, desde que éste llegó al Río de la Plata, fue porque
Tamandaré quería ser a un tiempo
comandante de la escuadra, comandante del ejército y diplomático.
En las conferencias de Villa Unión,
Tamandaré creó un conflicto de jurisdicción, entendiendo que a él le
correspondía y no al vizconde de Río Branco negociar las condiciones del
convenio. Cedió a las razones presentadas por Paranhos, que fueron apoyados por
los generales Flores y Mena Barreto. Ninguna objeción opuso a las condiciones
del convenio, y apenas pidió que fuesen penados los que por las calles de
Montevideo arrastraron la bandera brasilera. En efecto, en el protocolo
adicional y reservado se estipuló que los autores de ese bacanal fuesen
obligados a dejar el país, y que, como satisfacción se diese una salva de 21
tiros de cañón a la bandera brasilera”.
Conviene señalar que durante la
guerra de la Triple Alianza (1864-1870), Tamandaré buscó por medio indecoroso reemplazar
a Mitre en el comando de las fuerzas aliadas. Incluso se le atribuyó haber
saboteado el ataque aliado a Curupayty[5],
con el fin de desacreditar a Mitre y tomar él el mando del ejército aliado,
apoyado por sus amigos políticos de Río de Janeiro.
El gobierno de la nación argentina, y especialmente los habitantes de
Buenos Aires, seguían con interés el desarrollo de la guerra interna uruguaya, por
eso, cuando fue publicado el acuerdo del 20 de febrero mostraron asombro de que
el Imperio del Brasil terminara el conflicto con la ROU con tan noble
desinterés. Desde el momento en que el general Flores concluyó una alianza con
las fuerzas brasileras, cesaron para el caudillo colorado todos los auxilios
que recibiera hasta entonces de sus amigos de Buenos Aires. Es de señalar que
el presidente de la Argentina, Bartolomé Mitre, no se entremetió en las negociaciones
de paz, pero dio una hospitalaria acogida a los fugitivos del partido blanco,
tal como la hizo antes cuando el general Flores fue derrocado por un golpe de
estado, también acogió a Flores y a los colorados del mismo modo.
La destitución de
Paranhos II. El consejero Paranhos, que había sido enviado al Río de la
Plata para estrechar las relaciones del Imperio con la República Argentina y
poner fin a la guerra civil oriental, al mismo tiempo le incumbía auxiliar a
los generales brasileros en las cuestiones diplomáticas, se convirtió, desde la
marcha de Mena Barreto para Paysandú el 1 de diciembre de 1864, el árbitro de
todas las deliberaciones y el alma de la guerra. Ya en Fray Bentos había tenido
una conferencia con Tamandaré, Mena Barreto y Flores, dirigiéndose después para
las vecindades de Montevideo; donde pudo, con gran habilidad, sacar partido de
todas las circunstancias y remover las dificultades que aparecían: Habiendo
ejercido una influencia benéfica, y mereciendo sus actos en Montevideo, en
Buenos Aires y en toda la región del Plata, lisonjeros e imparciales aprobaciones.
Por todos estos, fue grande y general la sorpresa producida por la noticia
llegada de Río de Janeiro que había sido destituido y de forma asaz brusca y muy
severa. El gobierno imperial, de este modo, manifestó su descontento con las
condiciones del convenio del 20 de febrero de 1865. Paranhos recibió ese golpe
exactamente en el medio de una fiesta brillante organizada en su honor por el
nuevo gobierno de Montevideo, por el cuerpo diplomático, almirantes y cónsules
de todas las naciones representadas en el Estado Oriental en señal de conformidad
por el restablecimiento de la paz.
Paranhos protestó en
un manifiesto de fecha 14 de mayo de 1865, contra la desaprobación de su
procedimiento y su destitución, y esta queja fue no sólo reproducida en todos
los diarios de Río de Janeiro, sino también comentados en sentido favorable. Su
sucesor fue el consejero F. Octaviano de Almeida Rosa. El inicio de la ardua y
compleja tarea para conformar una triple alianza entre la Argentina, el Brasil
y el Uruguay contra la República del Paraguay fue obra de Paranhos, que luego
fue compaginado por Andrés Lamas de acuerdo a los intereses de cada una de las
potencias aliadas.
Paranhos, en nota a
la obra de Schneider escribió: “Del
relato del ministerio de los negocios extranjeros de 1864 extraemos lo siguiente
(trecho): Con todo el gobierno imperial
juzgó el convenio del 20 de febrero deficiente, por no haber debidamente
atendido las graves ofensas cometidas en el último periodo de la administración
Aguirre, tales como las incalificables correrías del general Basilio Muñoz y
coronel Aparicio, que, mandado por el gobierno de Aguirre para ejercer actos de
vandalismo contra la inofensiva población de Río Grande del Sur, después de un
ataque infructuoso sobre la ciudad de Jaguarón, en sus inmediaciones cometieron
los más horrorosos atentados, el insulto a la bandera nacional, y el insólito
procedimiento con los prisioneros de Paysandú; que bajo palabra de honor fueron
puestos en libertad por un acto generoso del jefe brasilero, recogiéndose a
Montevideo empuñaron de nuevo las armas contra el Imperio.
Sección 2. El
desagravio a Paranhos.
El Sr. Alvarenga
Peixoto en un opúsculo que publicó en 1871, analiza de modo concienzudo las críticas
hechas a la convención del 20 de febrero de 1865, es decir, a Paranhos, y uno
por uno las invalidó. Para que el lector pueda apreciar correctamente, abajo
transcribimos completo el mencionado artículo tomado de la obra de Schneider.
“El 19 de febrero a la noche estaba
concluida la negociación. El vizconde de Río Branco había invitado a Tamandaré
y al general Mena Barreto para asistir a las conferencias. Tamandaré provocó
entonces, en presencia del general Flores y del comisionado del presidente
señor Villalba, un conflicto de jurisdicción. Declaró que el competente para
tratar de la negociación era él. Desde la llegada de nuestro diplomático al Río
de la Plata comenzaron los entusiastas de la guerra a propalar que la misión
que él llevaba era obtener una solución pacífica, evitando el proseguimiento de
las hostilidades. Tal pensamiento no tenía ni podía tener el vizconde de Río
Branco, que bien sabía el estado de las cosas y conocía que había llegado el
momento de dar la palabra a los cañones. Tamandaré se dejó impresionar por esos
rumores y los consejos de algunos amigos que procuraron convencer de que la designación de un diplomático era una ofensa a su autoridad[6].
Fue por eso que Tamandaré, apenas tuvo noticia de la próxima llegada de la
misión especial, resolvió atacar Paysandú en diciembre teniendo apenas 400
hombres de desembarque, y esa plaza contaba con 1.400 defensores. Declarando en
la conferencia aludida nuestro almirante que era él el competente para tratar,
el vizconde de Río Branco, con la prudencia que le es habitual, y después de
hacer algunas reflexiones, le mostró sus plenos poderes, con el que el
almirante se dio por convencido, diciendo que ya no se quejaba de él, pero sí
del gobierno imperial. En esta escena, el procedimiento delicado del vizconde
de Río Branco fue más lejos, porque acrecentó: si V. Ex., declara no estar de acuerdo por lo que yo hice, le entrego la
negociación, porque en este caso mi responsabilidad, quedará salva. Yo tengo la
responsabilidad, no puedo declinarla, salvo si V. Ex., no está con lo que yo
hice. El almirante declaró que no, y que, a la vista de los plenos poderes,
estaba convencido que al Sr. Río Branco competía dirigir la negociación.
“Todo esto se hizo, y el almirante
halló el acuerdo lo mejor posible. Cuando se divulgó la noticia de la
celebración del convenio, oleadas del pueblo vinieron de Montevideo a Villa
Unión para cumplimentar a los aliados. El almirante y el general en jefe
estaban con el vizconde de Río Branco y el general Flores, recibiendo las
manifestaciones públicas, que se traducían en explosiones de gran regocijo
nacional. El día 23 entraba el ejército aliado en Montevideo. El entusiasmo de
los brasileros y extranjeros en Montevideo era inmenso. El comandante en jefe
de nuestro ejército, en el orden del día que publicó, dice: Nuestras reclamaciones serán satisfechas; la
amnistía concedida por el ilustre
general Flores no comprende los rubros asesinatos y otros crímenes comunes, por
los cuales, antes o durante la guerra se señalaron a algunos de los feroces
secuaces del partido blanco. Tales crímenes serán penados, porque la moral, la
civilización y la justicia así lo reclaman. Las armas y la diplomacia brasilera
no podían ser más felices ni más generosas en su triunfo. El Brasil entero lo
ha de reconocer y aplaudir.
En efecto, habíamos
alcanzado todo cuanto se podía desear, obteniendo todas las satisfacciones como
las que se debían exigir después por los excesos practicados por el gobierno del
partido blanco en Montevideo. Además, conseguimos hasta promesa de indemnización
por los perjuicios de la antigua guerra civil. Nuestros enemigos huían
despavoridos; el gobierno que nos insultó cayó; nuestro aliado estaba en el
poder; y la República Oriental declaraba la guerra al Paraguay, uniéndose al
Brasil. Cuando la noticia llegó a la capital
del Imperio despertó gran entusiasmo. Pero, el vizconde de Río Branco tenía,
como todos los hombres que se elevan, rivales y enemigos.
El entusiasmo por la guerra era grande
en Río de Janeiro; y después de la paz, y de la cuestión inglesa (Christie),
que hirió profundamente nuestras susceptibilidades nacionales, todos se dejaron
tocar de él. Algunos de los más exaltados adversarios políticos del vizconde de
Río Branco, que vieron con malos ojos su nombramiento y la gloria que estaba
adquiriendo, explotaron hábilmente las pasiones populares, hicieron circular
los más absurdos rumores, declararon deshonrosa la solución porque no se tomó
por asalto la plaza, y el gobierno se dejó arrastrar por esas influencias, y
por algunas cartas que recibiera del teatro de los acontecimientos[7].
Sin explicación de nuestro diplomático, sin leer reflexivamente
(concienzudamente) los oficios que recibiera, sin pensar las consecuencias de
su acto, el gobierno en la tarde del 3 de marzo de 1865 reemplazó a Paranhos…
La
sorpresa fue general, y el pueblo, ante un acto como ese, empezó a creer que el
vizconde de Río Branco había sacrificado la dignidad del país. Al mismo tiempo
numerosos artículos de origen oficial apareció en los diarios adulterando los
hechos, tomando hasta responsable a vizconde de Río Branco por actos que no
eran suyas, como por ejemplo, la no ejecución del bloqueo de Montevideo, que Tamandaré
fuera aplazando, y que aún es peor, propalando que los atentados atribuidos a
Muñoz y Aparicio quedaron impunes por el convenio del 20 de febrero de 1865.
Felizmente
en pocos días la reacción apareció, y gran número de artículos salieron a luz
proclamando la deshonra del gobierno y defendiendo el convenio del 20 de
febrero. Epaminondas[8]
fue el primero en tomar el asunto en defensa del diplomático destituido,
pulverizando uno a uno todos los argumentos que la envidia y la mala voluntad
habían sugerido a los enemigos del vizconde de Río Branco. Ese notable escrito que
revela profundo conocimiento de nuestras cuestiones en el Río de la Plata,
produjo gran sensación e inició la obra de la justificación (redención) que más
tarde el mismo negociador del convenio (Paranhos) remató brillantemente en el
senado. Las acusaciones hechas por el gobierno al convenio fueron unas desmentidas
por el tiempo y otras refutadas por los documentos oficiales. Las acusaciones
contra Río Branco eran:
1°. “Los atentados de Muñoz y Aparicio no
estuvieron comprendidos en el convenio”. La respuesta a esa acusación está en
este documento: “Ministerio de Relaciones Exteriores. Montevideo 12 de marzo de
1865. Sr. Ministro; sometida a la consideración del gobierno provisorio
(Flores) las manifestaciones que S. Ex., se sirvió hacerme, relativa al
procedimiento de Basilio Muñoz, S. Ex., el Sr. Gobernador, a pesar de haber
dado órdenes a fin de que aquel individuo fuese traído a esta ciudad para
responder sobre los hechos que se le imputan, atendiendo a los nuevos deseos
manifestados por S. Ex., renueva en esta fecha las mencionadas órdenes, mostrando
así la sinceridad con que quiere satisfacer las justas reclamaciones de V. Ex.,
sin embargo, los hechos que parecen condenar a Basilio Muñoz tuvieron lugar en
territorio brasilero, y, por tanto, fuera de la jurisdicción de la República,
etc. (Firmados) –Exmo. Sr., consejero José María da Silva Paranhos, etc.
–Carlos Castro”. Cuando se recibió en Montevideo la noticia de la destitución
del ministro del Brasil, el ministro de RR. EE de esa República, dirigió al
ministro de los negocios extranjeros del Imperio la nota del 14 de marzo, en
que declaraba terminantemente, que esos atentados estaban comprendidos en el
artículo 2° del convenio, señalando que ya se tenía, en consecuencia de la
reclamación del vizconde de Río Branco, expedidas las órdenes para la captura
de Basilio Muñoz, a fin de ser esclarecidos los hechos que se le imputaban, y
se torne el castigo que se mereciese. Competía sin embargo, a las autoridades
brasileras presentar los documentos necesarios. Un oficio del presidente de Río
Grande del Sur, único documento sobre la cuestión, hablaba apenas de la
aprehensión de caballos y esclavos, no hablaba de violaciones de familias.
Estos últimos atentados eran los que merecían ser penados; aquellos sólo
podrían ser objeto de indemnización. Cumplía pues al gobierno imperial
demostrar la existencia de esos últimos hechos, que apenas contaban de un
artículo de gaceta.
2°. “No serán punidos los prisioneros de
Paysandú que habían dado palabra de no retomar armas contra el Brasil, durante
la guerra”. En primer lugar, ellos nunca dieron palabra: Flores autorizó al
vizconde de Río Branco hacer esa declaración. En segundo lugar, no debíamos ser
menos generosos después de la paz que durante la guerra. En Paysandú donde la
bandera brasilera sirvió de tapete (alfombra), donde estaban expuestas las
cabezas decapitadas de nuestros soldados, se pudo dar libertad a los
prisioneros. Entonces ¿por qué no se podía hacer lo mismo en Montevideo? No
habiendo ellos dado su palabra en Paysandú, no se podía hacer excepción a la
amnistía general. Casi toda la guarnición de la plaza, después del convenio,
reconoció la autoridad de Flores y lo acompañó durante la guerra del Paraguay.-
3°. “Quedar impune la ofensa hecha a la
bandera brasilera en las calles de Montevideo”. El vizconde de Río Branco
demostró, con los principios generalmente aceptados, que eso no fuera una
ofensa al Brasil, pero una acción innoble, repugnante, últimos estertores
(agonía) de una cólera impotente. Entretanto, ya en homenaje a los legítimos resentimientos
nacionales, ya en previsión de los colores que la malevolencia podría prestar
al hecho en cuestión, no quedó ello impune. Hubo una salva de 21 tiros al
símbolo de nuestra nacionalidad, dada con aquel motivo por el gobierno
provisorio, y los principales autores de la aludida bacanal, conforme se ha
estipulado en protocolo reservado fueron obligados a salir del país, quedando
prohibidos de regresar al suelo natal, en cuanto la otra cosa no fuese ajustada
entre el gobierno imperial y el de la República.
No era posible dejar de hacer distinción entre
la cuestión interna y externa. En la interna no podíamos intervenir
directamente, porque, siendo nuestro empeño colocar al general Flores en el
gobierno, no podíamos hacerlo sin violar los tratados existentes, provocando la
intervención del gobierno de Buenos Aires.
El tiempo vino a justificar al vizconde
de Río Branco. Si el desenlace de la cuestión oriental no fuese tan pronto, el
general Solano López penetraba en Río Grande del Sur, cayendo sobre el Estado
Oriental y colocando entre dos juegos a nuestro pequeño ejército que entonces
sólo tenía 8. 000 hombres. Además, Entre Ríos y Corrientes iban a declararse
por él (López). No podrá dudar de eso quien sabe que 4 meses después el
presidente paraguayo (López) se atrevió a invadir Río Grande del Sur, y quien
se recuerda de las dudas de Urquiza, y de la simpatía que el Paraguay encontró
en Entre Ríos y Corrientes.
La caída de Montevideo desorientó
(trastornó) a López, y desorganizó el plan que tenía delineado el dictador. Que
él pretendía mandar 20.000 hombres en auxilio de Montevideo no cabe duda alguna
(o no resta la menor duda) después de las declaraciones hechas por prisioneros
paraguayos que merecen crédito, y de documentos posteriormente capturados. El
Sr. W. G. Lettsom, ministro británico en Montevideo, así aseguró a su gobierno
en un despacho que corre impreso.
Juzgamos suficientemente dicho sobre el
convenio del 20 de febrero, que es una cuestión muy reciente y muy conocida.
Sólo señalaremos que el acto irreflexivo del ministerio el 31 de agosto,
destituyendo al vizconde de Río Branco, atrajo muchas simpatías y fue más útil
al honrado estadista que si el gobierno hubiese aprobado enteramente su
procedimiento. No hay expresiones con que se pueda pintar la sorpresa que le
tomó al vizconde de Río Branco al recibir la noticia de su destitución. En ese
día (14 de marzo) se preparaba el
ministro del Brasil para festejar dignamente el aniversario del natalicio de
nuestra virtuosa Emperatriz. La tremenda noticia en nada alteró la fiesta
preparada. Durante esa fiesta los invitados, que no ignoraban el golpe recibido
por el vizconde de Río Branco, admiraban la calma y la serenidad del ministro
destituido. Hubo a la noche calurosas manifestaciones del pueblo de Montevideo
a favor del ex representante del Brasil. Grandes grupos de ciudadanos
orientales y extranjeros fueron varias veces frente de la casa de su residencia
con músicas, archotes y banderas, y
soltar estruendosas vivas al distinguido diplomático. Entre las demostraciones
de simpatía que no faltaron al ex ministro, cumple en no olvidar el brindis que en el banquete del 14 de marzo hizo
el bravo general Manuel Luis Osorio, diciéndole que tuviese confianza en el
buen sentido de sus compatriotas, porque Brasil entero aplaude el acto del 20
de febrero. No fue menos significativa la manifestación de nuestro brioso
ejército.
Abierto el senado, en la discusión de
la respuesta en sesión del 5 de junio de 1865, el vizconde de Río Branco,
produjo una brillante defensa de sus actos, pronunciando un discurso que duró
ocho horas, oído todo con respetuosa atención y profundo silencio. Es excusado
decir, que su justificación salió a la luz de los debates tan clara, evidente y
completa, cuanto que el país ya presumía. El numeroso público que le esperaba
no cabía en las galerías del senado. En el fin de este memorable discurso, y al
salir del senado, el ilustre estadista fue sorprendido por una verdadera
ovación del pueblo que lo esperaba en la calle”. (Hasta aquí artículo de
Alvarenga Peixoto).
Sección 3. Discurso
justificativo de Paranhos ante el
senado sobre el convenio del 20 de febrero de 1865[9]
A continuación reproducimos aquí un
trecho del primer discurso de Río Branco ante el senado del Brasil, comienza
diciendo Paranhos: En cuanto a la forma
yo debía, como algunos entienden, tratar directamente con el Sr. Villalba,
exigiendo que la plaza de Montevideo fuese entregada a los generales brasileros
para ser transferida a Flores? O debía yo no tratar con el Sr. Villalba, dejar
que Flores se entendiese con él, asistiendo con todo a ese acuerdo a fin de que
no quedase perjudicados los compromisos de la alianza? Son dos opiniones
extremas. La primera no resiste el análisis. O tratásemos directamente con el
Sr. Villalba, excluido Flores, o que la plaza de Montevideo nos fuese entregada
para que el general Flores la recibiese de los generales brasileros. Semejante
opinión no es sustentable. ¿Cuál era la posición del general Flores? Era él el
jefe supremo de la República, como tal reconocido por el gobierno imperial, y
en este carácter contrajo con nosotros los compromisos solemnes y muy importantes conforme las notas del 28 y 3 de enero. Esa autoridad él la
ejercía en el propio lugar en que se hallaba acampado nuestro ejército. Él no
era solamente la primera autoridad civil y política de la República, era
también general aliado, y al frente de su ejército estaba con nosotros sitiando
la plaza enemiga. Con la sangre brasilera corrió la sangre oriental en
Paysandú; fuerzas orientales marcharon para nuestra frontera en persecución de
Muñoz; la mayor parte de los puestos avanzados de la línea de los sitiadores en
Montevideo eran sustentados por las tropas de Flores. En estas condiciones ¿podría
yo decir a nuestro aliado que se aparte, que el Brasil era el único vencedor, y
que sólo después que el general brasilero tomase la plaza que ella podría ser
entregada al jefe de la república reconocido por nosotros? Semejante
procedimiento es inadmisible…o qué cabía al plenipotenciario del Brasil? ¿Dejar
a nuestro aliado, tratar sólo con Villalba, inspeccionar, entre tanto los
ajustes, a fin de fiscalizar ¿que no perjudiquen lo que teníamos con aquel
general? Esta opinión tiene mucho de razonable; y debo decir francamente al
senado que si yo supiese que el acto del 20 de febrero había de ser juzgado
sólo por el gobierno imperial y por los hombres que tienen práctica de los
negocios internacionales, no dudaría proceder así. Así procediendo, seguiría el
ejemplo de las potencias aliadas contra Napoleón (1814)…..Procediendo de
aquella manera aún seguiría nuestro propio ejemplo de 1851 y 1852…..Pero ¿porqué
no procedí según aquellas normas visto que otra no me había sido indicada por
el gobierno imperial? Por poderosas razones. En primer lugar, recelé que, si me
colocase en esa posición, dicen los espíritus más exigentes que el Brasil
representaba un papel secundario…..En el estado en que se hallaba el
sentimiento público en el Brasil al respecto de nuestra contienda con el Estado
Oriental y el Paraguay, convenía que nuestra intervención en el acto de la
capitulación pudiese ser comprendida por todo el pueblo. Intervine, pero de
modo que ni apareciese imponiendo a persona que debía gobernar la República, lo
que sería violación de los tratados vigentes, ni sujetásemos a la aprobación
del Sr. Villalba los compromisos que con nosotros contrajo el general Flores,
lo que sería desconocer el alto carácter de que se hallaba revestido nuestro
aliado…Tal vez que esta censura sobre la forma se apoye en la circunstancia de
aparecer como hecho entre Flores y Herrera y Obes el ajuste sobre la cuestión
interna, siendo el ministro del Brasil oído sólo después de la celebración del
mismo ajuste. Pero la negociación sobre la cuestión doméstica, de familia no
podía ser hecha de otro modo. ¿Cuál era la base de ese acuerdo? Que el general
Flores sea reconocido como presidente de la república. Ahora, según el derecho
público de los tres estados: Argentina, Brasil y la ROU, la imposición de
persona que debe gobernar la República Oriental es un caso de ofensa a la
independencia de la misma República. Cuando Flores estaba por publicar en Santa
Lucía el manifiesto en que se declaró investido de la autoridad suprema, el
gobierno argentino llamó mi atención sobre ese punto, ponderando que el hecho
de partir aquella declaración cerca del campamento brasilero podía parecer una
investidura dada por el gobierno imperial, y, por tanto, ofensiva a la
independencia de la República…”.
[1]
Lorenzo Battle (1810-1887), político y militar uruguayo. Miembro del partido
colorado. Tras el asesinato del presidente Flores, asumirá la presidencia de la
ROU de 1868 a 1872.
[2]
Potencial de guerra de un país se refiere a los recursos disponibles para mantener
el poderío de las fuerzas militares, y
si es posible aumentar, hasta el fin de la guerra: el Brasil contaba con
10.000.000 de habitantes, sin incluir a los de color; el Paraguay sólo 450.000;
el Brasil era el país más rico de América del Sur, en tanto que el Paraguay el
más pobre; los generales y jefes brasileros tenían experiencias de guerra;
guerras contra Rosas en 1852, con la Argentina en 1825 a 1828, guerras civiles
en Río Grande del Sur de 1835 a 1845, en Pernambuco, etc. El ejército paraguayo
sólo participó en la batalla de Paraguarí en 1810 contra la invasión del
general argentino Manuel Belgrano.
[3]
Pavón se
encuentra en Santa Fe sobre el arroyo Pavón. La victoria fue del Ejército de
Buenos Aires, conducido por Mitre, sobre el de la Confederación Argentina bajo
el mando de Urquiza, que representó la unión de las provincias de la
Confederación bajo la autoridad de Buenos Aires.El general argentino
[4]
Creemos que estamos obligados a decir sobre Tamandaré lo que sigue: Por
supuesto que el señor vicealmirante no puso objeciones algunas, porque él sabía
que el texto del tratado era impecable. Pero como era un hombre codicioso de
poder y de honor, no pudo resistir a la tentación de intrigar a Paranhos ante
sus correligionarios de Río de Janeiro, pues, el desiderátum de Tamandaré era,
además de ser el general en jefe de la fuerza brasilera, constituirse al mismo
tiempo como diplomático que el gobierno imperial le había arrebatado esa
distinción al designar a Paranhos como representante diplomático del Imperio de
Brasil en el Río de la Plata. El mismo comportamiento llevó contra Mitre
durante la guerra de la Triple Alianza, pues, ambicionaba ser el general en
jefe de la fuerza aliada. Su campaña de intriga contra Mitre terminó en el
fracaso del apoyo de fuego de la escuadra en el ataque aliado a las trincheras
de Curupayte el 22 de setiembre de 1866. Para decidir sobre el ataque se le
requirió su opinión sobre el apoyo de fuego que podría brindar la escuadra,
respondió enfáticamente que “destruirá en dos horas Curupayty”. Sin embargo, ni
una sola bomba de su escuadra cayó sobre las trincheras paraguayas.
Posteriormente fue destituido por el Emperador, pero enaltecido por sus
correligionarios en el poder.
[5]
La batalla de Curupayty se llevó a cabo el 22 de setiembre de 1866. Para el
ataque Tamandaré había prometido destruir las trincheras en dos horas, sin
embargo en cuatro horas de fuegos de preparación de su fabulosa artillería no
ayudó en nada a la infantería aliada que tuvo que avanzar sin apoyo de fuego de
la artillería de la escuadra; fue masacrada por la artillería paraguaya. Los
aliados sufrieron en aquella ocasión más de 4.000 hombres muertos, en tanto que
los paraguayos perdieron apenas 250. Poco después, Tamandaré fue destituido por
el Emperador.
[6] Esta cuestión Tamandaré usará antes de la
batalla de Curupayty (22-IX-1866), cuando influyó con éxito
sobre el comandante del II cuerpo de ejército
brasilero, barón de Porto Alegre, luego del triunfo de éste en la batalla de
Kurusú. Mitre había comunicado a Porto Alegre y a Tamandaré, personalmente, de
que él va a conducir el ataque sobre Curupayty. Tamandaré manifiesta a Porto
Alegre de que a él le correspondía la conducción y que Mitre sólo buscaba
ganar gloria para el ejército argentino.
De ahí empezó una serie de intercambios de pareceres que consumió precioso
tiempo, retardó el ataque a Curupayty y como consecuencia la ofensiva aliada
fue rechazada con dolorosas pérdidas.
[7]
Sin duda alguna se refería al vicealmirante Tamandaré.
[8]
Epaminondas era el seudónimo de un distinguido literato brasilero, el
consejero Castillo. Epaminondas fue un general y estadista griego, nació en
Tebas 418 a. J.C y falleció en Mantinea en 362 a. J.C. Era uno de los jefes del
partido democrático en Tebas, capital de Beocia una región de Grecia. Con
Epaminondas Beocia impuso su hegemonía sobre Grecia (de 371 a 362 a. J.C) luego de derrotar a Esparta con
su orden oblicuo que él inventó, en la batalla de Leuctra. Su muerte puso fin a
la hegemonía de Tebas.
[9]
Este memorable discurso hemos extraído de la obra Cit., de Gustavo Tasso
Fragoso.
[1]
Carlos de Alvear (1789-1852), Nació en las Misiones Orientales y falleció en
Nueva York. Fomentó la revolución de 1812, conquistó Montevideo y fue nombrado
director supremo en 1815, el mismo año es derrocado y exilado al Brasil, fue
varias veces ministro.
[2]
Patente de corso, cédula con que el gobierno de un estado autorizaba dicha
campaña contra barcos mercantes de otro estado.
PARTE III
LAS RELACIONES DE PARAGUAY CON OTROS PAÍSES
CAPÍTULO I
ANTECEDENTES DIPLOMÁTICOS
Sección
1. Paraguay provoca al gobernador de Buenos Aires
El Dr.
Francia, fallecido en 1840, había mantenido con el Brasil una relación de mutua
indiferencia; sin embargo, con la Argentina la relación era tensa porque el
gobernador de Buenos Aires, general Rosas, se obstinaba en la reconstrucción
del virreinato del Río de la Plata con la reintegración de la República del
Paraguay y la ROU a la Confederación Argentina. Por ello, de modo previsora los
cañones paraguayos fueron ubicados en las fronteras apuntando hacia Buenos
Aires en actitud belicosa.
El 14 de setiembre de 1844, Paraguay y
Brasil concluyeron un tratado por el cual el Brasil reconoció la independencia
del Paraguay. El mismo año, Carlos Antonio López firmó con la provincia
argentina de Corrientes un tratado de navegación y comercio. Esta actitud del
gobierno paraguayo molestó al general Rosas, que a modo de represalia, decreta
la prohibición de hacer uso de los puertos de la Confederación Argentina a los
buques de y con destino a Paraguay. De este modo, el Paraguay retrocedió de
nuevo a la época del Dr. Francia. Al año siguiente, don Carlos avanzó aún más
en su provocación a Rosas, firmando con Corrientes otro tratado, esta vez de
alianza defensiva y ofensiva contra el gobernador de Buenos Aires.
En
una relación de buen vecino, el ministro brasilero, Pimenta Bueno, después del
reconocimiento de la independencia se convirtió en verdadero procónsul del
Imperio en el Paraguay con positiva gravitación en los actos del gobierno,
incluso en la redacción del periódico oficial, en la instrucción de oficiales
del ejército y en la formulación de planes militares. El sometimiento del
gobierno llegó al punto de dar carta blanca al Emperador del Brasil para
representarlo en el exterior. Los diplomáticos brasileros actuaron en Europa y
en América como gestores del Paraguay, para obtener el reconocimiento de la
independencia. A todo se avino don Carlos con tal de contar con la ayuda del
poderoso Imperio en su lucha contra Rosas.[1]
El 25 de diciembre de 1850, Brasil y
Paraguay firmaron un tratado sobre ayuda recíproca en la lucha contra Rosas, y
acuerdan que “el tratado se mantendrá en secreto”[2].
Sección
2. Paraguay, autoexcluido de una importante alianza
El 1° de mayo de 1851, a instancia del Brasil,
el gobierno de Montevideo y los gobernadores de Entre Ríos y Corrientes, Urquiza
y Virasoro respectivamente, ultimaron una alianza militar destinada a derribar
a Rosas. Para tal fin, solicitaron al gobierno paraguayo contribuir con una
fuerza militar. Don Carlos no acepta la propuesta, no obstante, los
plenipotenciarios de Brasil, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes se reunieron en
la ciudad de Montevideo, aún sitiada por el general Manuel Oribe con tropas
argentinas cedidas por Rosas, y conformaron una fuerza coaligada para
derrocarlo. Como don Carlos no había enviado representante para tan importante
reunión donde también se jugaba el futuro del Paraguay, es informado de la
resolución y de nuevo invitado a participar de las operaciones militares por lo
menos simbólicamente; la acepta, pero solo dio un apoyo moral.
Las fuerzas coaligadas conducidas por
Urquiza parten de Entre Ríos, levantan el sitio sobre Montevideo y marchan con
su ejército reforzado con tropas uruguayas al encuentro de Rosas. La batalla se
libró el 3 de febrero de 1852 en Monte
Caseros[3].
La victoria correspondió a las fuerzas coaligadas. Algunas de las consecuencias
fueron:
1) se puso fin a la
dictadura de rosas;
2) el
reconocimiento de la independencia de Paraguay por la Argentina (17 de julio de
1852);
3) impide la
reconstrucción del virreinato del Río de la Plata;
4) libre navegación
en los ríos de la Plata, Uruguay y Paraná; y
5) el general Justo
José de Urquiza es nombrado presidente de la Confederación Argentina.
Este histórico acontecimiento dejó al
Paraguay muy mal parado ante los vencedores. La victoria de Caseros deja expedita al Brasil la navegación
por los mencionados ríos; sin embargo, le aparece una contrariedad: el gobierno
de Paraguay. Pero el Imperio estaba resuelto a remover cualquier obstáculo para
obtener libre tránsito por el río Paraguay, una vía esencial para el desarrollo
de su inmensa provincia de Mato Grosso[4].
El 4 de enero de 1853, merced a los buenos
oficios del Brasil, Gran Bretaña reconoció la independencia de Paraguay.
Sección
3. Comienza la discordia con el Brasil
A partir del reconocimiento por la
Argentina de la independencia de Paraguay en 1852, se dio comienzo a un
acontecimiento de gran importancia; el Imperio del Brasil trató de obtener de
Paraguay, mediante un tratado, la libre navegación del río Paraguay, una vía
esencial para el desarrollo de la provincia de Mato Grosso. El presidente de
Paraguay, Carlos Antonio López, pretendía resolver la cuestión de la libre
navegación del Paraguay y los límites en un solo paquete, en tanto que el
Brasil prefería separar ambas cuestiones a fin de resolverlas por parte. Y como
sobre este punto no podían concordar, el Brasil estaba privado del derecho a
transitar libremente por el mencionado río a pesar de estar implícitamente
estipulado en el artículo 3° del tratado del 25 de diciembre de 1850. El
desiderátum del presidente de Paraguay era obtener del Brasil el territorio en
litigio ubicado entre los ríos Apa al sur y el Blanco al norte, para otorgar al
Brasil la libre navegación del río Paraguay. Vale decir, el gobierno paraguayo
pretendía cobrar al Brasil, no pagado en dinero sino con una fracción de tierra, rica en yerbales.
En el mes de agosto de 1853, don Carlos
agravó la relación de Paraguay con el Brasil. Por supuesta conspiración contra
su gobierno, el presidente paraguayo expulsó y entregó sus pasaportes al
ministro residente y plenipotenciario del Brasil, Felipe José Pereira Leal.
Para exigir reparaciones por la agresión al Imperio del Brasil en la persona de
su representante diplomático en Asunción, arreglar la cuestión de límites y
obtener la libre navegación del río Paraguay, el Emperador despachó una
escuadra en son de disuasión. La expedición fluvial del Brasil terminó sin
lograr sus propósitos por la presencia de las flotas de guerra de Inglaterra y
Francia en aguas del Río de la Plata, cuyos respectivos gobiernos, gracias a la
mediación de Urquiza, habían advertido al emperador del Brasil que la soberanía
de Paraguay debía ser respetada. Este acontecimiento indignó al gobierno
imperial, y el presidente Carlos A. López, enterado que el gobierno imperial
estaba furioso contra él, de modo que en son de calmarlo, envió en 1856 al
ministro de relaciones exteriores, José Berges, a Río de Janeiro para negociar
los dos puntos pendientes de resolución entre el Paraguay y el Brasil: la libre
navegación del río Paraguay y poner fin a la disputa sobre la región ubicada
entre los ríos Apa y Blanco. José María da Silva Paranhos fue el negociador
brasilero, y consiguió separar las dos cuestiones, quedando aplazada la de los
límites.
El 6 de abril de 1856, José Berges por
Paraguay y Paranhos por el Brasil, firmaron un tratado por el cual se
garantizaba la libre navegación del Paraguay en todo su curso, en tanto que la
solución de la cuestión de límites quedaba postergada por seis años. Con
respecto a esta cuestión, Berges sostenía que el límite del Paraguay con el
Brasil era el río Blanco, mientras que Paranhos se aferraba que era el río Apa[5].
Sin embargo, a solo tres meses del
convenio firmado, el presidente de Paraguay obraba contra el mismo. “en
violación a lo acordado en el tratado, decretó el 15 de julio de 1856 por el
cual los buques mercantes extranjeros debían llevar un práctico paraguayo desde
asunción hasta el primer puerto brasilero; y el 10 de agosto de 1856, otro
decreto imponía derechos que en realidad anulaban la libertad de navegación
estipulada por el tratado del 6 de abril de 1856”[6].
Entonces, en el terreno fáctico la navegación del río Paraguay no era libre a
pesar del tratado y de la resolución de Viena de 1815. En resumen, podemos
decir que lo que el gobierno paraguayo ambicionaba con fervor era, si el Brasil
quiere transitar libremente por el río Paraguay debía pagar por ello, y el
precio reclamado era la faja de tierra ubicada entre los ríos Apa y Blanco.
Para ajustar
cualquier conflicto que surge entre las dos naciones limítrofes, el gobierno
imperial designó en 1864 a Sauvam Vianna de Lima en calidad de ministro
residente y plenipotenciario en Asunción. La libre navegación del río Paraguay
y el asunto de los límites eran las dos cuestiones que ambos gobiernos tenían
en la agenda como de máxima prioridad a resolver desde hace décadas.
Sección
4. La misión de Río Branco en Asunción
La actitud del gobierno imperial parecía
demostrar un proceder abierto y franco que de buena fe deseaba remover las
dificultades existentes con el Paraguay al procurar hacer comprender al
presidente paraguayo la injusticia de sus medidas al falsear el tratado
Berges-Paranhos de Río de Janeiro. El gobierno paraguayo no tenía motivo para
sospechar que el Brasil alimentaba intenciones agresivas contra el Paraguay;
más aún cuando que el gobierno imperial había protegido la independencia del
Paraguay, influyó para que la Argentina la reconociera como tal en 1852 y evitaba
por todos los medios resolver la libre navegación del río Paraguay por medio
violento.
La actitud de don Carlos con el Brasil,
respecto a la libre navegación del Paraguay, hace la relación entre ambos
países tan tensa que amenaza una ruptura violenta. El gobierno de Brasil,
furioso, protesta por el incumplimiento del tratado y envía a Asunción al
Consejero José María de Amaral para zanjar la cuestión. Sin embargo, Amaral regresó
a Río de Janeiro sin lograr nada, tal vez porque sus navíos de guerra eran de
alta mar y no fluviales, por tanto, eran inservibles como elemento de apoyo a
las negociaciones diplomáticas porque el río Paraguay estaba bajo y no permitía
la navegación de buques de gran calado. Entonces, el Emperador juega su as de espadas: José María da Silva
Paranhos, un extraordinario estratega con fama de talento y habilidad. Con su
designación, el Brasil mostraba que estaba dispuesto a remover cualquier
estorbo en su propósito de desarrollar la provincia de Mato Grosso, y la libre
navegación del río Paraguay era una condición esencial para ello. Consecuentemente,
habría que delinear una estrategia adecuada que obligue al gobierno paraguayo a
cambiar su obstinada posición.
El diplomático brasilero recibió el 16 de
setiembre de 1857, por escrito, las instrucciones del canciller, vizconde de
Maranguape. Tomamos dos párrafos del mencionado documento que dice: “Parece que
el espíritu de intriga le ha infundido (a López) la desconfianza de que
pretendemos preparar la provincia de Mato Grosso para resolver la cuestión de
límites por medio de las armas. Las instrucciones que tengo que dar a vuestra
excelencia para disipar tan infundada preocupación es importante convencer al
Sr. López de los sentimientos pacíficos de que el gobierno imperial ha estado
hasta ahora poseída por esperar que el del Paraguay procediese de igual modo en
el cumplimiento de sus estipulaciones”[7].
En otro párrafo decía las instrucciones de Paranhos: No es dudoso para el gobierno imperial el triunfo de nuestras armas en
una lucha con el Paraguay, atento a las fuerzas de que podemos disponer, la
guerra sin embargo debe ser el último recurso entre dos pueblos civilizados. Estas
son las políticas que el gobierno imperial seguirá siempre en todas las
cuestiones internacionales. Proceder de otro modo con el Paraguay no sólo sería
contrario a la razón, sino también una prueba de procedimiento contradictorio
que llevaron el gobierno imperial al promover la independencia de Paraguay.
De paso para Asunción, Paranhos se detuvo
en Paraná, capital de Entre Ríos y sede del gobierno de la Confederación
Argentina, para conferenciar con el presidente, general Justo José de Urquiza.
El 20 de noviembre de 1857, las conversaciones concluyeron con la firma de un
tratado en el que se declaró libre la navegación de los ríos de la Plata,
Paraná y Uruguay para los buques de todas las naciones. Este convenio era un
porrazo a las pretensiones de don Carlos, pero le esperaba otro más fuerte.
Urquiza y Paranhos firmaron otro tratado, en el que el Imperio del Brasil
reconocía como territorio argentino el ubicado entre los ríos Paraná y Uruguay,
es decir, incluida en ella la región que pertenecía a las Misiones Jesuíticas y
que el Paraguay reclamaba como suyo, entre otras cosas porque el gobierno de la
provincia de Corrientes, por tratado mediante, había cedido ese territorio al
Paraguay, además “Por Real Orden del 24 de marzo de 1806, el virrey de Buenos
Aires escribió a Bernardo de Velazco para informarle que por orden de Su
Majestad se le había nombrado Gobernador Militar y Político e Intendente de la
Provincia de Paraguay, con agregación de los treinta pueblos de las Misiones.
El 5 de de mayo de 1806, Velazco asumió su cargo combinado en Asunción”[8].
El 7 de enero de 1858, Paranhos arribaba a
Asunción con el tratado del 20 de noviembre de 1857 bajo el brazo; y el 13 fue
recibido oficialmente. Halló al presidente paraguayo receloso y muy prevenido
el ejército para una guerra contra el Brasil o contra la Argentina, o contra
ambos al mismo tiempo. Actualmente, sin embargo, podemos afirmar que los
fundamentos de la actitud recelosa del presidente paraguayo respecto al Brasil
y la Argentina podría responder a una de estas dos suposiciones:
1) Estaba realmente
en la firme creencia de que el Brasil y la Argentina se habían secretamente
asociado para llevar la guerra al Paraguay con el vil propósito de anexarlo;
2) Recurría y
difundía esta artimaña para justificar ante el pueblo paraguayo y los
extranjeros que residían o llegaban al país, que la presencia de las tropas del
ejército por todas partes, vigilando y controlando todo se justificaba por la
amenaza a la independencia. Probablemente la divulgación del peligro de una
guerra contra la Argentina y el Brasil no tenía otro propósito sino como un pretexto,
mientras el Paraguay continuaba bajo la férula de los López per saecula saeculorum.
Don Carlos nombró a su primogénito,
general Solano López, para negociar con Paranhos. Este en nombre de la
Confederación Argentina y del Imperio del Brasil, invitaba al gobierno
paraguayo a dar su adhesión al tratado del 20 de Noviembre de 1857. El general
Solano López respondió que “no le es posible suscribir estipulaciones que
legislan acerca de territorio fluvial de la República del Paraguay, in que esta
fuese invitada ni consultada”. Sin embargo, ante los argumentos esgrimidos por
el diplomático imperial, el gobierno paraguayo no tuvo alternativa y descabalgó
de su propósito de vender la libre navegación del Paraguay al Brasil por la
región ubicada entre los ríos Apa y Blanco.
El 12 de febrero de 1858, el gobierno
paraguayo firmaba un convenio por el cual daba su adhesión al tratado fluvial
de Urquiza-Paranhos del 20 de noviembre de 1857. Con esto, por primera vez y
después de denodado esfuerzo del gobierno del Brasil, el río Paraguay era libre
para todas las banderas. En ella se declaró la libertad de navegación de los
ríos Paraguay y Paraná para el comercio de todas las naciones hasta los puertos
ya abiertos o a abrirse, y la misma libertad para los navíos de guerra de
Paraguay y del Brasil, pero restringido a que sólo tres navíos de guerra
podrían transitar por las aguas de cada Estado. La cuestión de límites quedó de
nuevo aplazada.
Esto nos deja la enseñanza siguiente: que
hay que saber negociar con el más poderoso porque siempre posee gran espacio de
maniobra, y porque todo tiene su límite, por lo tanto, es preciso reflexionar
cada cosa con atención, considerando que el abuso del fuerte contra los débiles
es una ley de naturaleza sin solución de continuidad; no obstante, existe una
sola manera de protegerse de esos abusos: dejar de ser pequeño. El Uruguay dejó
de serlo; por tanto, el Paraguay puede también si se propone, pero sería un
buen comienzo adoptar como guía la máxima: “cualquier cosa menos la mentira”[9].
Gracias a la genial maniobra de aproximación indirecta ejecutada por Silva
Paranhos, el Imperio del Brasil por fin obtenía la libre navegación del río
Paraguay. Aunque las relaciones entre ambos países continuaron siendo pocos
cordiales, rápidamente comenzaron a deteriorarse al asumir el general Francisco
Solano López la presidencia de la República del Paraguay.
Sección
5. Paranhos rinde cuenta de su actuación
El 11 de julio de
1862, Paranhos historiando esas negociaciones ante el senado imperial, expresó:
“Cuando llegué a
Asunción todas las disposiciones del gobierno paraguayo eran bélicas. Al
aproximarme a Humaitá se observa un gran ejercicio militar en el campamento;
poco después de mi llegada hubo un ejercicio de fuego entre las tropas de las
guarniciones de la ciudad. No me dejé, sin embargo, impresionar por esas
apariencias; me mostré superior a tales demostraciones…En la primera entrevista
que tuve con Carlos A. López y con sus ministros, escuché que no “era probable
un acuerdo amigable; me retiré, pensando que el acuerdo aún podría ser posible,
pero sin desesperar de que podíamos llegar a ese resultado. Presentando un
proyecto de convención fluvial, análoga al celebrado con la Argentina, el
gobierno paraguayo, por el órgano de su plenipotenciario, formuló un
contra-proyecto. Se siguió una larga discusión, de que el protocolo da apenas
una idea sucinta. Di conocimiento muy minucioso al gobierno imperial de toda
esa discusión y sus incidentes, porque es notorio, y algún día mejor se verá en
los documentos a que aludo, la dignidad e interés del gobierno del imperio
fueron mantenidos con toda la prudencia y moderación, sin que sufriese la más
ligera ofensa llegué a la convención del 12 de febrero de 1858”.
“¿Qué es la convención del 12 de febrero
de 1858? Nuestro fin era obrar de-facto
la libre navegación del río Paraguay; en otros términos, conseguir la revisión
de los reglamentos paraguayos y su sustitución por medida que garanticen aquel
derecho previendo desacuerdo. La convención del 12 de febrero de 1858 los
revocó y sustituyó completa y satisfactoriamente.
Intrépidamente Paranhos prosigue informando
al senado del Brasil: “los reglamentos paraguayos imponían cargas pecuniarias a
nuestros navíos, nos obligaban hacer una escala forzada tocando diversos
puertos del litoral de la República, además de varias formalidades todas ellas
vejatorias; todo eso desapareció en la convención del 12 de febrero de 1858.
………………………………………………………………………………………
“Como decía Señor
presidente, hice una apertura para resolver la cuestión de límites; no fue
posible, sin embargo, a pesar de los esfuerzos que empleé para entablar una
negociación formal (este no era mi misión principal, el objeto esencial de mi
misión estaba conseguida); vi que ningún resultado podía obtener, y el gobierno
paraguayo terminó diciendo: la cuestión de
límites está aplazada; respetemos nuestro acuerdo de aplazamiento”.
Tasso Fragoso se refirió sobre el tratado
del 12 de febrero de 1858 en su monumental obra del modo siguiente: “el Sr.
Mariano Ollero, talentoso escritor paraguayo, tuvo la feliz idea de publicar
(1905), en su libro “Alberdi”, varias cartas del general López extraídas de un
copiador de este, que un amigo le proporcionó. Son documentos íntimos y por eso
mismo de inestimable valor, ponen al descubierto los más recónditos retrocesos del alma de ese verdugo del pueblo
paraguayo. En ellas refiere Solano López la reciente llegada de Paranhos, la
repulsa de Paraguay a la Convención del 20 de noviembre de 1857[10],
y su creencia en una alianza de armas entre la Argentina y el Brasil”.
(3-Oct-2016)
(3-Oct-2016)
CAPÍTULO II
ACELERADA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE PARAGUAY
Sección
1. El general López es electo Presidente de la República
El
10 de septiembre de 1862, después de gobernar el país por veinte años, falleció
Carlos A. López, Presidente del Paraguay, pero antes de este suceso y conforme
estipulaba la Constitución Nacional, en actitud de evidente nepotismo, lo
designó a su primogénito, a la sazón general y jefe del ejército, Francisco S.
López[1],
como vicepresidente de la República, con derecho a sucederle hasta que el
congreso elija un nuevo presidente.
Se
cree que don Carlos no confiaba mucho en su hijo mayor, pues lo consideraba
como un hombre imperioso, de
carácter muy impulsivo y con
disposición a imponer sus propias opiniones e inclinaciones como regla de
conducta a los demás. No obstante, al patriarca paraguayo le parecía que con la
designación de su hijo, Solano López (Pancho), como sucesor suyo, haber
acomodado muy bien las cosas de su familia contra las discordias y diferencias
que suelen haber entre hermanos, y no pocas veces entre estos y la viuda. La
paz del país que nunca fue quebrantada durante las dictaduras del Dr. Francia y
de él debía mantenerse. Don Carlos bien sabía y esperaba que su sucesor comprendiera
que un país pequeño como lo era el Paraguay no tiene más elemento que la
sabiduría y la buena voluntad para resolver los conflictos, porque no dispone
sino el derecho, buenos argumentos y habilidad diplomática como instrumentos
para proteger los intereses vitales de la nación. Por ello aconsejó a su
sucesor que “debe resolver los conflictos con
la pluma y no con la espada, especialmente
con el Brasil” (Fidel Maíz). De modo que don Carlos, para tomar la decisión
habría considerado como factor determinante el mantener “la paz de los sepulcros”
y el buen orden en el país con el apoyo de un régimen autoritario. Su hijo
mayor parecía el hombre indicado para asumir con firmeza el poder debido a su
ambición y al indiscutible “respeto” de que gozaba como hijo del presidente de
la República y jefe del ejército.
De
manera entonces, el general López aparecía a la vista de su padre como el
hombre más apropiado para afrontar la amenaza de alteración del orden público y
dar respuestas adecuadas a las desavenencias políticas internas y externas que
pudieran surgir dentro de un hervidero de envidias, ambiciones e intrigas. Sus
otros hijos, el coronel Venancio López llevaba una vida apacible, además era
indisciplinado, irresponsable y dispuesto siempre a armar alboroto; y su hijo
menor Benigno, que había estudiado por dos años en la escuela militar de la
marina de Río de Janeiro, asaz inteligente y aunque era el mejor dotado, sin
embargo era un hamlético, contemplativo y soñador, y peor aún, con ideas
liberales.
Comprobado
el fallecimiento del presidente de la República, inmediatamente el general
López asume la vicepresidencia en ejercicio de la presidencia, hasta que el
Congreso elija el reemplazante de su padre. Además de él, se perfilaban como
serios candidatos José Berges, ministro de relaciones exteriores, y Benigno
López, de tendencia liberal. El 15 de octubre de 1862, un poco más de un mes
después de que su padre haya dejado la física envoltura, convocó al Congreso a
una asamblea extraordinaria para elegir presidente constitucional de la República
por el período de diez años. El general López, habilidoso y tenaz, de una
memoria prodigiosa y dotado de una voluntad férrea, ambicioso en extremo,
astuto y afortunado, estaba destinado a marcar durante su gobierno un trágico
quinquenio de la historia del Paraguay. Movido por el deseo de gobernar el
país, su osadía aumentó con la costumbre de ser general y jefe del ejército
desde la edad de 18 años, y ardiendo cada día más en el amor a madame Lynch, la cual, conocida la
costumbre paraguaya, no esperaba que el general la tome como esposa a pesar de
la convivencia desde hace varios años ni que la alta sociedad
paraguaya la acepte como tal.
El
día indicado, la asamblea presidida por el vicepresidente, general Solano
López, inicia sus deliberaciones. Los diputados habían hecho consultas sobre
los candidatos, pero nadie se atrevió a oponerse a la elección del general
López al que temían demasiado, salvo unos pocos. Tal como se esperaba, Solano
López triunfa por amplia mayoría, con lo que mostró su notable poder de
“persuasión”, más todavía que los diputados en su mayoría eran jueces de paz y
jefes políticos nombrados por decreto del Poder Ejecutivo, y por ende a la
sazón se hallaban subordinados al muy imperioso vicepresidente de la República.
Investido el general López como presidente constitucional, fue clausurada la
asamblea extraordinaria, y señala el comienzo de una era trágica, pues, el
flamante presidente no iba a tardar en sumergir al Paraguay en la maraña
política del Uruguay, y como consecuencia cinco años de calamidad bélica.
Efraín
Cardozo escribió: “Hubo duda sobre la legitimidad de la elección de Solano
López, así como conato para reformar en un sentido liberal la constitución.
Severas represalias adoptó el flamante presidente constitucional contra sus
opositores para significar su ninguna intención de variar el tipo del régimen
gobernante. Por esos días, el marino español Joaquín Navarro consideró ilusoria
la aparente conformidad de las masas, y predijo un cataclismo social para un día más o menos lejano, y será aquel en que este pueblo oprimido
adquiera nociones de lo que es y de lo que puede ser. Los líderes del
movimiento liberal, Benigno López y el padre Fidel Maíz, y muchos ciudadanos
importantes fueron a parar a la cárcel acusados de promover una revolución social, moral y política…”.[2]
La
primera acción del general López fue la de ordenar el encarcelamiento de todos
aquellos que se opusieron a su elección, menos su hermano Benigno, que fue
desterrado a Concepción, ciudad alejada de Asunción cerca de 350 kilómetros al
norte. Uno de los pocos que sobrevivió de entre los encarcelados políticos era
el talentoso y enigmático sacerdote Fidel Maíz, a quien Solano López lo liberó
durante la guerra y lo convirtió en un servil instrumento suyo. Su poder, ya
muy amplio durante el gobierno de su padre, ahora es absoluto. Era el momento
adecuado para extirpar de raíz cualquier tipo de amenaza a su autoridad de modo
a dedicarse completamente a organizar un gran ejército para hacer oír su voz y
no dejarse pisar por nadie en el Río de la Plata. Inmediatamente comenzó la
creación del ejército más numeroso de América del Sur, tarea en la que centró
sus esfuerzos y gastó los magros fondos públicos. No hace falta mucho ingenio
para saber que reclutar hombres para mandarlos a la guerra siempre resultará
fácil allí donde haya más manos de obra que empleo, más bocas que comida y más
cabezas que seso. Consecuentemente, la numerosa población ociosa del país
facilitó el reclutamiento de gran cantidad de jóvenes con la que alcanzó un
efectivo de 80.000 hombres, en tanto que Brasil apenas mantenía un ejército de
18.000 plazas, a pesar de tener gran riqueza y poder armar y equipar
magníficamente un ejército muy superior y pagar bien a sus tropas. Argentina,
sin embargo, contaba con un pequeño ejército de 6.000 hombres, pero con jefes avezados
en las batallas y reservistas bien instruidos.
Sección
2. La militarización del Paraguay y apreciación estratégica de López
El
flamante presidente hace prolongar 22 kilómetros la vía férrea, desde Ypakarai
(Ypacarai) hasta Cerro León,[3]
con el fin de transportar con rapidez las tropas desde ese campamento a
Asunción; perfeccionó la fortaleza de Humaitá, posible base de operaciones;
mandó tender una línea telegráfica que conecta con Asunción las localidades de
Pilar, Humaitá y Paso de Patria. Con la comunicación con esta última localidad anuncia
la probable dirección de su campaña ofensiva. Amén de todo esto, contrató a
casi dos centenares de ingleses especialistas en trabajos relacionados con la
guerra[4].
La flota estaba constituida, excepto el buque Tacuarí, por vapores mercantes de
madera improvisados de guerra; el ejército armado con cañones y fusiles de
ánima lisa, vale decir, anticuados, y no tenía experiencia de combate desde la
batalla de Paraguari hacia ya 55 años; es más, ningún oficial, incluido el
general Solano López, ha pisado una academia militar o un campo de batalla. Así
es que, se inició la guerra con armamentos decrépitos y con oficiales que en su
mayoría eran improvisados. Estos preparativos consumían ingentes recursos del
país, pero no era como durante el gobierno de don Carlos como meros utensilios
de defensa de la independencia nacional, sino con propósito de una alianza
política de amplio espectro.
El
general López estaba seguro que podía reunir inmediatamente a toda la población
del Paraguay, dócil a su mandato, formando así un gran ejército, mientras que
el Brasil emplearía mucho tiempo para reunir suficiente fuerza para
enfrentarle. Además, el Imperio no estaría dispuesto a sostener una guerra
prolongada, mientras que a él le favorecía el tiempo. Concluyó su apreciación
de situación estratégica de este modo: la actual situación era favorable a sus
designios, y que si no la aprovechaba, otra ocasión propicia difícilmente se le
volvería a presentar. Pero pasó por alto considerar factores estratégicos
determinantes, tales como la confrontación del potencial de guerra del Paraguay
con el del Imperio del Brasil que era enormemente superior, especialmente, en
los siguientes aspectos:
1) Contaba con 10.000.000 de habitantes, sin
incluir los de color;
2) Poseía
la flota de guerra más poderosa del continente;
3) Moderna organización de su ejército que era
igual a los de Europa.
4) La
calidad de los mandos era buena, pues los oficiales brasileros en su mayoría ya
habían tenido experiencia en la guerra, numerosos oficiales eran egresados de
instituciones de formación profesional;
5) Sus
armamentos el más moderno;
6) Contaba
con costa marítima que facilita la renovación constante de los materiales bélicos
y proseguir normalmente con el comercio internacional, ya que era el mayor
exportador del mundo de café, cacao, azúcar, algodón, madera, tabaco, etc.
7) Su
ejército tenía experiencias de la guerra: participación en la guerra contra la
Argentina (1825-1828) y en varias guerras internas, entre ellas la del Río
Grande do Sur (1835-1845), y la invasión del territorio de la ROU en son de
represalia en 1864, donde tuvieron la ocasión de adquirir experiencias, aplicar
los conocimientos y sacar conclusiones.
8) Concretando:
a) el ejército es
poder y como tal debe usarse prudentemente y sólo como último recurso; el fin
debe justificar su empleo contra otro ejército;
b) el potencial de
guerra de Paraguay (cantidad y calidad de la población, economía, tecnología,
industria, comercio, costa marítima, diplomacia eficiente, aliados confiables,
instituciones militares de enseñanza, experiencias de guerra, idoneidad de los
generales, etc.) era como acabamos de ver insignificante comparado con el
Brasil;
c) no tenía
representante diplomático con categoría de ministro ni en Buenos Aires ni en
Montevideo ni en Río de Janeiro;
d) un mal servicio
de inteligencia estratégica: por aquel entonces Buenos Aires y Río de Janeiro
eran en América del Sur lo que el Vaticano es al Mundo, donde con antelación se
sabía lo que el futuro puede deparar, o sea, puestos de escucha de gran
importancia política.
Considerando
los mencionados arriba, el mejor curso de acción que podría permitir a Solano
López lograr la victoria, por lo menos temporalmente, era una guerra relámpago;
vale decir, emplear los principios de masa, rapidez y sorpresa para conquistar
el objetivo político y ser capaz de mantenerlo, incluso después que el Brasil
movilizara su enorme potencial de guerra. Pero hizo todo lo contrario: perdió
la sorpresa estratégica al mandar su ejército a tomar Mato Grosso donde perdió
innecesariamente cinco meses de tiempo, dispersó su ejército en tres lugares
alejados unos del otro, Mato Grosso, Rio Grande del Sur y Corrientes. A todo
esto es importante añadir la opinión del Dr. Simón que dice: “Pero lo más
importante de todo es que el despotismo del Dr. Francia deja en el Paraguay con
una percepción muy equivocada de su poderío nacional, una notoria incapacidad
para comprender al mundo más allá de sus fronteras y una preocupante carencia
de instituciones republicanas y de opinión pública. Como se verá más adelante
la herencia que deja el dictador (Dr. Francia) merece figurar entre los
antecedentes nacionales de la hecatombe que significará para el Paraguay la
guerra contra la Triple Alianza (1865 - 1870)”[5]
A
decir verdad, la conducción del gran ejército paraguayo por el mariscal López
no hay nada de qué envanecerse, nada de qué vanagloriarse o enorgullecerse. Desde
el comienzo de la guerra hasta el final hay bastante de qué lamentarse y demasiado
para indignarse. Duele decirlo, pero hay que decirlo, la conducción de López
juzgado por sus campañas ofensivas de Uruguayana y de Corrientes, así como las defensivas
de Humaitá, Villeta y Cordillera son testimonios irrefutables de su ineptitud
como general en jefe del disciplinado, valiente y estoico ejército paraguayo.
Sección
3. Solano López abandona la política acéptica de los antecesores
El gobierno
paraguayo, a instancia del gobierno oriental, había remitido a Mitre un oficio
en el cual le manifestaba que el gobierno del Uruguay había apelado a sus
buenos oficios; a más de esto el general López, suponemos de buena fe, imputó al
gobierno argentino de violar la neutralidad en la guerra interna del Uruguay. El
oficio de López empeoró la crisis en las relaciones de la Argentina con el
Uruguay. De este modo apareció el presidente de Paraguay, general Solano López,
en el escenario político del Río de la Plata.
En
el mes de setiembre de 1863, el ministro brasilero en Montevideo, João Alves
Loureiro, fue enviado por su gobierno a Buenos Aires con el objeto de
garantizar la neutralidad argentina en la guerra civil del Uruguay. El 20 de
octubre, Loureiro logró firmar con el agente diplomático uruguayo Andrés Lamas
y el canciller argentino Rufino de Elizalde, un proyecto de protocolo de paz
que en uno de sus artículos disponía que, si
surgía cualquier conflicto entre la Argentina y el Uruguay, la cuestión será
sometida a un solo árbitro: el Emperador del Brasil. Sin embargo, en el mismo momento, en Asunción, el
representante diplomático del Uruguay, Dr. Octavio Lapido, prometía al gobierno
paraguayo que en todo conflicto que llega a surgir entre la Argentina y el
Uruguay, se sometería a un solo árbitro: el general Francisco Solano López.
Este doble juego del gobierno blanco da pábulos a los conflictos en el Río de
la Plata. De este modo, el general López, a partir de su incursión en la
política internacional de la región empezó a andar por terreno sumamente
resbaladizo. Es oportuno señalar que
la diplomacia del gobierno del partido blanco empezaba a ser tornadiza, porque
tanto al Brasil como al Paraguay prometía una misma cosa. Para salvar el
desatino de Octavio Lapido que obraba más a impulso de algunos belicistas
líderes del partido blanco, el gobierno uruguayo intentó obtener la inclusión
de Solano López en el protocolo del 20 de octubre de 1863 a la par del emperador
del Brasil. Al respecto, el agente especial de Uruguay en Buenos Aires, Andrés
Lamas, manifestó su parecer al presidente uruguayo sobre el riesgo de incluir
como mediador al general López: “modificar
el Protocolo equivaldría a anularlo; la enmienda sugerida ofendería al
Emperador, ya que ejercía su influencia para el arreglo; que la geografía y el
sentido común señalaban al Brasil como mediador; que buscar el arbitraje de
Paraguay era como buscar el verbo del derecho en China”[6].
El esfuerzo del ilustre diplomático uruguayo fue en vano, el protocolo no fue
refrendado por su gobierno; por tanto, quedó muerto. Como consecuencias, la
guerra civil continua y la relación con el Brasil se deteriora, porque el
gobierno blanco solo trataba de alimentar la vanidad de Solano López con el
propósito de conseguir su apoyo militar para destruir a la fuerza de Flores,
llevar la guerra a la Argentina y apropiarse de la isla Martín García.
El
desiderátum del general López era volver a recrear su feliz mediación de 1859,
de la mano de Urquiza, en la efímera unidad entre confederados y unitarios de
la Argentina. Solano López creyó que esa afortunada actuación le otorgaba
sabiduría de mediador. Tal vez escuchó de Napoleón III que un buen mediador y
equilibrador de poderes en una región, precisaba contar con un ejército que sea
muy superior de todos los demás para ser escuchado.
Nada se unió y menos se pacificó. Recién en 1861 con la victoria del
ejército de Buenos Aires, conducido por Mitre en la batalla de Pavón (Santa Fe),
sobre el de la Confederación argentina mandado por Urquiza representó la unión
de las provincias de la Confederación bajo la autoridad de Buenos Aires, pero sin
llegar a la pacificación del país. Quien consolidó finalmente la unidad de la
Nación Argentina fue Nicolás Avellaneda (1836-1885), presidente de la república
en el periodo de 1874 a 1880. Durante su mandato se federalizó la ciudad de
Buenos Aires y se pacificó la nación. Afortunadamente, lo reemplazó el general
Julio Argentino Roca, presidente en 1880 a 1886, quien dio continuidad a la
gran obra de Avellaneda.
[1] Existen
indicios de que el designado realmente fue el hijo menor, Ángel Benigno: ver carta de Fidel Maíz a O’Leary en
“El fusilamiento del obispo Palacios y los tribunales de sangre de San
Fernando” por Juan Silvano Godoi, Págs 166, 167 y 168.
[2]
Efraín Cardozo, “Breve Historia del
Paraguay”, Servilibro, 3ª. Edición, Asunción 2011 Pág. 88.
[3]
Cerro León, rodeado de Cerros y bosques de espléndido verdor está a 60
kilómetros al este de Asunción, fue el campamento de instrucción más grande,
llegó a alojar a más de 30.000 reclutas.
[4]
El gran progreso industrial y
tecnológico de Paraguay bajo el gobierno de don Carlos, era en el campo militar
y no en el campo de la salud, la agricultura, la ganadería o la educación, pues
la vida que llevaban los paraguayos proclamaba su pobreza.
[5]
Dr. José Luis Simón G. “El Paraguay de
Francia y el mundo: Despotismo e independencia en una isla mediterránea”, UNA,
Asunción, 1995.
[6] Horton Box,
Obra cit., Pág. 91.
[1] Efraín
Cardozo, obra citada, Pág. 45.
[2] Pelham Horton
Box, “Los orígenes de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”-
Editorial El Lector, Asunción, 1996.
[3] Monte Caseros se halla ubicado cerca de
Buenos Aires.
[4] El
distinguido sociólogo paraguayo Dr. José Luis Simón escribió en su medulosa
obra “El Paraguay de Francia y el mundo: despotismo e independencia en una isla
mediterránea”: …la condición de rio
internacional es reglamentada por primera vez recién en 1815, por el Congreso
de Viena, y únicamente a partir de 1852
recibirán carácter internacional los ríos Paraná y Uruguay en la Cuenca del
Plata, ocurriendo lo mismo con el río Paraguay unos años después.
[5] Horton Box,
Obra cit. Pág. 42.
[6] Idem, Pág.
44.
[7] Efraín
Cardozo, “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata”, Librería del Plata,
Buenos Aires, 1961, Pág. 55.
[8] Horton Box, Obra cit. Pág. 55.
[9] Filipo II,
rey de Macedonia (356 a 336), impuso a su pequeña nación el mencionado lema que
su hijo Alejandro Magno convirtiría después en un poderoso imperio.
[10]
Tratado Urquiza-Paranhos sobre la libre navegación de los ríos afluentes del
Río de la Plata.
(Día miércoles, 12-Oct-2016)
CAPÍTULO III
CONSIDERACIONES SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA
Es
importante considerar el anhelo permanente del imperio del Brasil en la libre
navegación de los ríos Paraguay y Paraná que le permitirá abrir la puerta al
comercio de su inmensa provincia de Mato Grosso que carecía de una vía de
comunicación aceptable con San Pablo y Río de Janeiro.
Un
estadista alemán dice, “No se debe empezar guerra alguna cuando es necesario,
sino sólo cuando se quiere”. O sea, sólo cuando las conclusiones de la apreciación
estratégica indican que se dispone de altas posibilidades de obtener la
victoria. Tratándose de la guerra que Solano López emprendió contra el Brasil y
la Argentina, preciso es distinguir entre pretextos y causas de aquella acción
bélica. El equilibrio de poderes, la
invasión de tropas brasileras del territorio de la ROU en son de represalias y
la suposición de que había un tratado secreto de alianza entre la Argentina y
el Brasil para repartirse el Paraguay y el Uruguay, eran razones fingidas que Solano
López alegaba para ocultar el verdadero motivo. Pretextos para emprender la
guerra nunca faltan a quien la desea, conforme a este aserto no faltaron
pretextos ni al general Solano López ni a Hitler.
Paranhos
escribió, “en todo lo caso, Solano
López erró el blanco. Que él quisiese engrandecer su país, dilatar sus dominios
y para eso prepara un formidable ejército, en verdad grandiosos y admirables
que sólo un déspota puede hacer, todo eso explica su orgullo de autócrata, por
el estado próspero de su país, por la servil sumisión del pueblo entero que
gobernaba, y por la superioridad de su ejército, que en cuanto a cantidad de
hombres no tenía rival en América del Sur. Si hubiese querido emplear esos
elementos contra la Argentina, su victoria habría sido fácil y rápida. Evidentemente con el ejército que Solano López
disponía, bien conducido, en poco tiempo podría haber entrado en Buenos aires”.
Este punto francamente no podemos compartir, por el hecho que colisiona de modo frontal contra la historia que ha demostrado que el potencial de guerra de
un país decide casi siempre el resultado de la guerra. El general Mitre era un
avezado militar y el potencial de guerra de la Argentina era muy superior al de
Paraguay. Además, si la alianza del general Manuel Oribe con el general Rosas
no pudieron tomar Montevideo en ocho años de asedio, no es pecar de cándido
suponer que para tomar y dominar Buenos Aires tal vez se podría, si se cuentan
con suficiente riqueza y con un poderoso ejército con armamento adecuado, jefes
idóneos y conducido, no por un principiante, sino por un genio militar como
Alejandro, Aníbal, Napoleón, Estigarribia,
El
apresamiento de dos navíos de guerra argentino en el puerto de Corrientes, la
ocupación de la mitad de la provincia, así como la simpatía del general Urquiza
y del gobierno del partido blanco del Estado Oriental, amén de la indiferencia
de las provincias argentinas ante la invasión de los paraguayos, podríamos
decir que estamos asistiendo a la intención de recrear el sueño de Artigas: conformar
una confederación de estados con Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes. Si
este era el objetivo, podemos suponer que el Imperio del Brasil optaría por
mantenerse neutral, y hasta es probable que el gobierno imperial mirase con
buenos ojos la creación de un gran estado que serviría de contrapeso a la gran
nación argentina, e incluso la formación de una monarquía.
Solano
López no tenía motivo para una guerra, y para poner de manifiesto el pretexto
que escogió –el mantenimiento del equilibrio en el Río de la Plata- era poco
convincente para esgrimir como madre de todas las causas. Este pretexto carece
de fundamento racional, por consiguiente, nadie pensó siquiera que Solano
López, presidente de un pequeño país sin potencial de guerra suficiente para sostener
una guerra, sería capaz de realizar los ambiciosos planes que urdía y que los
gobiernos de la Argentina y Brasil recibían como información en tiempo real y
sin embargo hacían caso omiso de lo que se preparaba en el Paraguay: el
acelerado incremento de los efectivos de su ejército y las expresiones
desafiantes del general López. Sólo pensaron que alardeaba para halagar su
vanidad, sostener su gobierno contra cualquier rebelión y llamar la atención
sobre su poderoso ejército. Pero sólo más tarde descubrirán que el general
López no era un hombre que alardea sino que estaba convencido que su poderoso
ejército le otorgaba derecho a ser el guardián del orden en la región, “el
equilibrador” de poderes en el Río de la Plata. Tal fue la causa del porqué la
guerra encontró completamente desprevenidos, al menos en apariencia, a la
Argentina y al Brasil.
Desde
la independencia del Paraguay estaban pendientes cuestiones de límites entre el
Paraguay y la Argentina, y el Paraguay y el Brasil. Estos provocaban frecuentes
roces entre ellos. El Paraguay disputaba con el Brasil la posesión del
territorio situado entre los ríos Apa y Blanco, y con la Argentina el ubicado
entre los ríos Pilcomayo y Bermejo. Pero la cuestión de límites en ningún
momento fue invocado como pretexto de la guerra, tal vez porque estaba
implícita en ella.
La
declaración hecha por el general López que el equilibrio de los estados del Río
de la Plata estaba amenazada por la invasión del territorio de la ROU por
tropas brasileras, solo puede ser considerada como pretexto que el general
López invocó para ocultar el motivo verdadero, y no como causa de la
declaración de guerra de Paraguay al Brasil. En la guerra contra Rosas el
Paraguay en 1842 hizo lo mismo que ahora censuraba al Brasil, invadiendo -aliado
con Corrientes-, el territorio argentino con 5.000 hombres bajo el mando del
general Francisco Solano López que a la sazón apenas contaba 16 años de edad.
Probablemente,
Solano López no apetecía obtener más territorio para el Paraguay sino sólo los que
estaban en litigio con la Argentina y el Brasil, sin embargo, esta aún no era
prioridad para él sino el mantener, aliado con el partido blanco uruguayo, un
sistema político: la autocracia. Dominado el Río de la Plata con su poderoso
ejército el general López intentará poner una barrera contra las ideas
liberales y de las instituciones libres que ya era un hecho en la Argentina y
el Brasil, y que el general Flores estaba imponiendo en su país luego de la
caída del partido blanco del gobierno. El aislamiento del Paraguay hasta
entonces rigurosamente mantenido por el Dr. Francia y luego por Carlos Antonio López,
ya se volvía cada vez más problemático, y si el general López no actúa con la
mayor firmeza vería cómo se desplomaba naturalmente su proyecto: de que después
de él otro López. Y de este modo seguir sin solución de continuidad. El ensayo
hecho por su padre a instancia de él con la colonia Nueva Burdeos (Villa
Occidental), donde se establecieron inmigrantes de Francia le demostró que,
concediendo cualquier derecho a los extranjeros, el Paraguay no podría
continuar a ser lo que era hasta entonces, un feudo de la familia López. Consecuentemente, Carlos A. López dejó que la
colonia francesa se extinguiera, y este fue el motivo del conflicto con
Francia.
Escribió Paranhos. Nuestra intervención de 1864 en la Banda Oriental, hábilmente
explotada por los blancos, hizo que Solano López sospechase que pretendíamos
hacer una guerra de conquista. El rechazo de su mediación lo irritó, y la
cordialidad que entonces existía entre el gobierno imperial y el argentino
aumentó aquella infundada sospecha. Nos consta que el ministro oriental en
Asunción, José Vázquez Sagastume, consiguió convencer a Solano López de que
había un tratado secreto de alianza entre el Brasil y la Argentina para
repartirse el Paraguay y el Estado Oriental. Fue bajo esas impresiones que el
vanidoso dictador se lanzó a la guerra contra el Brasil.
Un rumor de película. Poco después
de empezada la guerra se divulgó por un diario de Buenos Aires, que después recorrió
por todos los países de Sudamérica, la noticia
de que el despecho le llevó a Solano López a declarar
la guerra al Brasil, por haber sido rechazado la mano de la segunda princesa
imperial D. Leopoldina, (después duquesa de Saxe, fallecida en Viena en 1871),
que él estaba dispuesto a pedir a su vuelta de Europa. Después de 18 meses
regresaba López al Paraguay, y de paso por Río de Janeiro desembarcó para
compartir con algunas personalidades las nuevas ideas que traía, entre ellas
conversó con Andrés Lamas, sagaz embajador del Uruguay ante el gobierno
imperial, a quien le dio a conocer sus pensamientos sobre la necesidad de conformar una alianza entre el Paraguay y Uruguay a
fin de mantener el equilibrio de poderes en el Río de la Plata de modo a
contrapesar los poderes de Brasil y la Argentina en la región. De la breve
permanencia de Solano López en Río de Janeiro procedió la fábula. Los
historiadores serios no la consideran como hecho histórico, por lo tanto, no
dan su aprobación al singular boato. La autoría
del cuento se le atribuye al embajador de los Estados Unidos en
Asunción, Charles Ames Washburn, y fue publicada en anexo a la obra de
Mastermann.
CAPÍTULO IV
CAUSAS MEDIATAS DE LA GUERRA
Sección 1. Las traviesas actitudes del partido blanco oriental
Es necesario
examinar las consecuencias que gravitaron sobre el Paraguay las enconadas
luchas entre los blancos y los colorados para comprender debidamente los
motivos que impulsaron a Solano López a meterse en el maremágnum de
malquerencias y mezquinas ambiciones de los líderes políticos del Uruguay.
Pasamos a enumerar algunas de las causas que empujaron al partido blanco a
enredar y luego a arrastrar al aséptico Paraguay en sus luchas domésticas:
1) El triunfo de
Mitre sobre Urquiza en la batalla de Pavón (17-Set-1861), y como consecuencia
se disolvió la Confederación a favor de Buenos Aires. Este acontecimiento
causará un fuerte impacto en la situación política del Río de la Plata,
especialmente sobre los partidos blanco y colorado del Uruguay, pero de un modo
distinto.
2) El 19 de abril
de 1863, el general Flores, líder del partido colorado y aliado de Mitre en las
batallas de Cepeda y Pavón, partió de Buenos Aires y fue a desembarcar en
territorio uruguayo con el propósito de derrocar al gobierno del partido
blanco.
3) La habilidad
diplomática del Dr. Juan José de Herrera para modificar la tradición política
del Paraguay, la de mantenerse siempre alejado de las pugnas políticas de los
vecinos.
4) La creencia del
gobierno uruguayo de que Solano López podía, en tiempo real, auxiliarle con su
poderoso ejército para derrotar la rebelión del general Flores, e incluso llevar
una guerra victoriosa contra la Argentina o contra el Brasil o contra ambos.
El 25 de febrero de
1862, Herrera había sido designado embajador ante el gobierno de don Carlos A.
López, quien ya estaba en la postrimería de su vida, y su primogénito, el
general Solano López, prácticamente llevaba el manejo de las cosas del Estado.
Herrera traía la misión siguiente[1]:
1) Llamar la
atención del gobierno de los López sobre la amenaza que pendía sobre las
independencias de Paraguay y de Uruguay.
2) Señalar que la
aspiración del actual gobierno argentino era reintegrar a ambos países, y que el
Brasil apoyaría cualquier cosa con tal de conseguir ampliar su territorio.
3) Poner a
conocimiento del gobierno paraguayo que el presidente uruguayo tenía testimonio
fidedigno de que había arribado a Buenos Aires un agente especial del gobierno
de Perú con la misión de negociar con Argentina la repartición de Bolivia.
Don Carlos, un
viejo zorro, a pesar de su mal estado de salud no se deja engatusar por
intrigas; de manera que no le dio pábulo a las añagazas del gobierno blanco,
pero tomó nota y la mandó archivar. Pero desgraciadamente, en el momento en que
más se precisaba de moderación y buen sentido, el 7 de setiembre de 1862
fallecía don Carlos, y el 16 de octubre del mismo año, el primogénito del gran patriarca,
general Solano López, asumía la presidencia de la República del Paraguay.
El 3 de marzo de
1863, cuando el general López ya estaba bien sentado en el sillón de su padre,
Herrera era canciller de su país y en tal carácter le dio al nuevo embajador
uruguayo en Asunción, Dr. Octavio Lapido, las instrucciones siguientes:
1) que el peligro que corrían Paraguay y
Uruguay era común, por tanto, era necesario coordinar los esfuerzos de ambos
para afrontar la amenaza;
2) que Paraguay y Uruguay juntos deben
imponer el equilibrio político en el Río de la Plata, porque el sistema del equilibrio conserva la paz e inspira el
temor a la guerra;
3) si Buenos Aires o el Brasil, o ambos en
alianza, atacaran al Paraguay o al Uruguay, ¿Cuál sería la actitud del otro? El
Uruguay consideraría un ataque al Paraguay como un casus belli, ¿haría lo mismo
el Paraguay?[2].
Amén de estos tres puntos, Lapido llevaba
la misión de poner a conocimiento del general López la preocupación del
gobierno uruguayo sobre la fortificación de la isla Martín García[3]
por Argentina, y que Paraguay y Uruguay no pueden permanecer impasible ante un
hecho que constituye una amenaza a la libre navegación en el Río de la Plata;
por tanto, era un imperativo categórico desartillarla. De las instrucciones
dadas a Lapido, utilizando el método lógico de la deducción, llegamos a la
siguiente conclusión: que tres meses antes (19 de abril de 1863) de que Flores
haya iniciado el alzamiento armado contra el gobierno blanco, los líderes de
éste partido ya mantenían conversaciones con Solano López para actuar de
consuno y arrebatar a la Argentina la isla Martín García utilizando, a la
sazón, la fuerza terrestre más numerosa de América del Sur, el ejército paraguayo.
El 9 de julio de 1863, Lapido arribaba a Asunción y días después fue recibido
cordialmente por Solano López, quien le autoriza a ejercer sus funciones.
Recibido el exequátur, Lapido se entrevistó con el canciller paraguayo, José
Berges, y le entrega un cuestionario que contenía varias preguntas sobre, si
cuál sería la posición de Paraguay en las siguientes circunstancias[4]:
1) Si Entre Ríos y
Corrientes se separan de Argentina y se declaran independientes.
2) Si las
provincias mencionadas se unieran a Paraguay o a Uruguay.
3) Si Paraguay,
Uruguay, Entre Ríos y Corrientes formaran una confederación con el fin de
transformarla después en un estado federal.
4) Una alianza
defensiva-ofensiva entre Paraguay y Uruguay, acompañada de un tratado secreto
con Entre Ríos y Corrientes, para llegar después a un arreglo final sobre una
de las hipótesis arriba indicada.
El 20 de julio de 1863, Solano López
respondió al incitante cuestionario con mesura, aunque arrogante: “que aún no estaba en condiciones
de dar una respuesta definida; sólo en posesión de más información podría
decidir si pediría explicaciones al gobierno argentino, o protestaría u
ofrecería su mediación o iría más adelante según lo exigieran los
acontecimientos”. Con la contestación, Solano López manifestaba su voluntad
implícita de constituirse en protector de Uruguay, y también, que no le
desagradaba la idea de formar una confederación de estados libres que abarcaría
Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes, por supuesto, bajo la férula de él.
Con la respuesta dada por el gobierno paraguayo, Lapido llega a la indubitable
conclusión que el Paraguay estaba a punto de dar un salto cuántico en su tradicional
política de aislamiento. Esta le animó a Lapido y avanzó intrépidamente,
presentando a Berges el borrador de un tratado de alianza defensiva-ofensiva
entre el Paraguay y el Uruguay, en el cual figuraba lisa y llanamente que la
isla Martín García pasaría en poder de Uruguay, con el pretexto de que la
Argentina no pueda convertirla en una fortaleza que impida la libre navegación.
La propuesta no admite duda, llevaba el germen de la guerra contra la
Argentina. Los codiciosos, pero resueltos y audaces caudillos blancos
vislumbraron una ocasión propicia: ya que el Paraguay disponía de un gran
ejército, ellos podrían utilizarlo en provecho de su país y por supuesto, en provecho
de su partido y de ellos mismos.
El 2 de setiembre de 1863, Lapido dirigió
un oficio al canciller paraguayo que contenía graves acusaciones contra el
gobierno argentino por el apoyo que brindaba a la sublevación de Flores en el
que señalaba, que la independencia del Uruguay es una condición de equilibrio,
de seguridad y de paz para el Paraguay. “Teniendo mi gobierno esta convicción
no puede menos de esperar que la voz y la valiosa cooperación de Paraguay se
hará sentir para contener los desbordes de la política agresora que
lastimosamente está imperando en el gobierno argentino…, y amenaza llevar la
revolución y el desquicio a los demás pueblos vecinos”[5].
El razonamiento que el gobierno oriental pone a la vista del gobierno de
Paraguay era solo lógicamente correcto en apariencia, pues el talentoso
canciller uruguayo lo había concebido solo con la intención de inducir al
presidente paraguayo a romper la tradicional política del Paraguay, haciendo
público su apoyo al gobierno uruguayo.
Solano López se agarrará de la nota de
Lapido para satisfacer, no los intereses de Paraguay sino su desiderátum: irrumpir en la política del
Río de la Plata para hacer oír su voz, pero respaldado por un ejército de
80.000 hombres, en tanto que la Argentina apenas contaba con 6.000 y el Brasil
18.000. Con esto no queremos decir que Solano López carecía de patriotismo,
todo lo contrario, sino que entendemos que el verdadero patriota es aquel que
ama con vehemencia a su patria y hace lo posible por serle útil, o aquel que
con su esfuerzo denodado y constante contribuye para un país mejor o con el
sacrificio de su vida logra algo bueno para la nación, y evitando malo. Pero de
ningún modo debe comprometer los intereses vitales de la nación, incluido la
paz, en pos de objetivo incierto, aún muriendo en el intento, y como dice un
proverbio: “conquistar gloria sin provecho para la patria es inútil sacrificio”.
No obstante, pensamos que el patriotismo no puede ser perfecto porque el hombre
es imperfecto.
Sección
2. El gobierno paraguayo incursiona en un terreno incierto
El 21 de octubre, el canciller paraguayo,
por orden del presidente, derrochando toda cautela que requiere un asunto de
gran importancia, remite al gobierno argentino una nota de solicitud de explicación sobre su intromisión en los asuntos
internos del Uruguay. En Anexo, Berges envió un enorme brulote: todas las notas
reservadas que el gobierno paraguayo había recibido del gobierno uruguayo. La
mencionada nota paraguaya llevaba implícita la amenaza. El embajador uruguayo,
Lapido, infructuosamente intentó impedir el envío de las correspondencias
reservadas que el gobierno uruguayo había remitido al gobierno paraguayo, pues,
parte de ellas contenía solo intrigas y falsas acusaciones contra el gobierno
argentino, en especial las que se referían a la intención de incorporar el
Paraguay y el Uruguay. Sin embargo, el general López tenía bien calculado el
efecto que produciría en el gobierno argentino al dar a conocer las intrigas,
calumnias y la hostil actitud del gobierno blanco uruguayo contra el de la
Argentina. De este modo, Solano López anuncia su entrada en el escenario del
Río de la Plata, en vez de practicar el neutralismo positivo como su padre, o
sea, privilegiar la política de desarrollo del país.
Con su aparente indiscreción, el
presidente paraguayo buscaba dos cosas: impedir la reconciliación entre los
gobiernos de la Argentina y el Uruguay, y convencer a Mitre sobre su sinceridad
de modo que este recurra a él para mediar en el conflicto de ambos países,
recreando el descollante papel que cumplió en 1859, después de la batalla de Cepeda[6].
No obstante, el gobierno uruguayo celebró el gran éxito de su diplomacia al
lograr que el gobierno paraguayo por fin saliera de su crisálida para irrumpir
con fuerza en el Río de la Plata, por supuesto en beneficio del partido blanco,
al remitir al gobierno argentino la nota de solicitud de explicación sobre su
política hacia el Uruguay. De este modo, el gobierno oriental arrastraba al
Paraguay a un campo lleno de problemas inextricables que lo llevará a una
devastadora guerra. Solano López, confiado en su poderoso ejército, creyó que
como Alejandro era capaz de desenredar el “nudo gordiano”[7]
de la alta política e imponerse en la región.
Desde Montevideo, Juan José de Herrera, canciller
oriental, manipulaba al incauto y
vanidoso presidente paraguayo utilizando sofismas; pero Solano López, o no se
percataba de ello o su deseo vehemente de hacerse notar en la región era
superior a los intereses de su país. El canciller uruguayo no ignoraba que las
independencias ni de Paraguay ni de Uruguay estaban amenazadas; su propósito
era nada más utilizar el enorme ejército paraguayo como elemento de disuasión,
vale decir, para desalentar al gobierno argentino de seguir en su supuesto apoyo
a la insurrección armada de Flores contra el gobierno blanco, probándole que lo
que pretende conseguir con dicho acto es inferior a los daños que el gobierno
uruguayo, apoyado por Paraguay, estaba resuelto a infligirle si persistía en
tal empeño. Herrera, por intermedio de Lapido, propuso al gobierno paraguayo la
inmediata ocupación militar de la isla Martín García y la captura de la
flotilla de guerra argentina que allí se encontraba fondeada; asegurando
categóricamente que ni bien el general López cruza con su ejército las
fronteras argentinas agitando su pendón de guerra, Entre Ríos, Corrientes y
Uruguay le acompañarían. El general López se hizo engañar con mentiras disfrazada de manera artificiosa y cerró los ojos a la verdad por serle más grato el
error.
En
un oficio fechado el 31 de octubre de 1863, el canciller uruguayo recomendaba a
Lapido para sondear la opinión del gobierno paraguayo: “si no cree que ha
llegado el momento oportuno, como ha creído el gobierno uruguayo, en iniciar la
guerra. Hay que reconocer francamente, que tanto el general López como el
gobierno blanco deseaban resolver el conflicto por medio violento ya que habían creados suficientes pretextos
con ese propósito, además la ocasión era propicia, pues a la sazón el Paraguay
disponía de un ejército diez veces superior en cantidad de hombres al de la
Argentina; pero Solano López aún estaba indeciso o solo se reservaba para
vérsela con el Brasil.
Sección
3. El equilibrio de poderes
El 6 de noviembre
de 1863, el gobierno paraguayo dirigió una circular al cuerpo diplomático de
Asunción, en la cual señalaba que el Paraguay considera que “la independencia
perfecta y absoluta de Uruguay”, era condición sine qua non como equilibrio político de los estados del Río de la
Plata, y que emplearía todo su poder para poner fin a esa amenaza”[8].
El mismo día, Octavio Lapido rebosante de optimismo, partía de Asunción con
destino a Montevideo, llevando la mencionada circular. La intervención de
Solano López con su poderoso ejército ya se hallaba en plena incubación, y solo
faltaba un hecho disparador para romper las hostilidades y continuar la
diplomacia por otro medio, vale
decir, con la guerra.
Respecto a la famosa doctrina de
“equilibrio del poder”, tan pregonado por el gobierno del partido blanco
uruguayo y por Solano López, así como algunos historiadores paraguayos, que
aseguraban que con ello la paz reinaría en la región. Sin embargo, Diego Abente
Brun demostró con irrefutables argumentos que ese principio no resuelve los
conflictos entre los países. Pasamos a transcribir del enjundioso trabajo de
investigación del mencionado intelectual paraguayo, el capitulo El equilibrio
en el Río de la Plata, lo que sigue: “Aunque muchos estudiosos y políticos han
sostenido que el equilibrio impide el estallido de un conflicto, algunos se
muestran más escépticos sobre sus supuestos efectos positivos en tanto que
otros se preguntaban si tal equilibrio existió alguna vez en realidad. En este
sentido, A. F. K. Organski ha afirmado que la evidencia histórica no da su
respaldo a la tesis de que el equilibrio de poderes en una región conduzca a la
paz: lo contrario es, en realidad, el caso”. Afirma, Organski que, la relación entre la paz y el equilibrio del
poder parece ser exactamente lo contrario a lo que siempre se ha proclamado.
Los períodos de equilibrio, reales o imaginarios, son períodos de guerra,
mientras que los períodos de preponderancia conocida son períodos de paz… Las
naciones se muestran renuentes a entrar en combate a menos que considere que
tiene una buena posibilidad de ganar, pero esto es cierto para ambos bandos
solo cuando los dos están total y absolutamente parejos, o por lo menos cuando
creen que están. De esta manera un equilibrio de poder aumenta las
posibilidades de guerra. Sigue diciendo Abente Brun: “De acuerdo con este argumento, una situación de preponderancia
preservará la paz debido a que el más fuerte no necesita ir a la guerra y el
más débil no puede”[9].
En otra parte de su
trabajo de investigación, donde Abente Brun de nuevo luce su ingenio, se lee: para
probar la argumentación de Organski, se debe determinar si los países
participantes de la guerra del Paraguay eran ya sea poderosos y satisfechos o
poderosos e insatisfechos. En segundo lugar, es necesario establecer si la
región estaba en situación de transición de poder, es decir, si la potencia de
primer orden estaba por ser eclipsada por la de segundo orden, o si esta última
encontraba inadecuada la distribución de poder y estaba tratando de cambiar la
situación en ventaja suya. Este último argumento es el que se ajusta al
objetivo político de Solano López. Pero, desgraciadamente, él no se daba cuenta
que el equilibrio de poderes en una región determinada debe ser el resultado de
un acuerdo o la imposición del más fuerte, militarmente. Para este último caso,
Solano López precisaba de mejores medios para tan ambicioso propósito. Respecto
al equilibrio de poderes, Efraín Cardozo, después de comentar la nota de
explicación solicitada por el gobierno paraguayo a la Argentina sobre su intervención
en el asunto del Uruguay, escribió: “Solano López no avaló la denuncia oriental
sino que halló ocasión en ella para reivindicar el derecho de intervenir en los
asuntos del Río de la Plata, de que hasta entonces sus antecesores se había
apartado cuidadosamente. Para tal efecto, trasplantó la vieja doctrina de
equilibrio a la que se debía el orden europeo desde el tratado de Westfalia[10],
y que por entonces tenía un firme mantenedor en Napoleón III. Solano López
soñaba con desempeñar, tal como intentaba hacerlo en Europa el emperador
francés, el papel de árbitro de la paz y sostenedor del statu quo en el Río de
la Plata”[11].
Sin embargo, el propósito de Napoleón III terminó en un estruendoso fracaso al
ser derrotado en la batalla de Sedan (Ardennes)[12]
por el ejército prusiano el 1 de setiembre de 1870 que condujo a la caída de
Napoleón III.
Sección
4. Respuesta de Mitre a la solicitud de explicación
El 6 de diciembre,
el gobierno paraguayo reiteró su pedido de explicación
a la Argentina, porque la tardanza le exasperaba al general López; sin embargo,
próximo a la Navidad, por fin llegó la respuesta a la famosa explicación solicitada. Pero Mitre
contraataca, de acusado pasó a ser el acusador de Solano López. A la nota de
explicación, el canciller argentino la acompañó con una carta a José Berges, en
la que le decía en uno de los párrafos: S.E,
el señor Presidente ha ordenado al abajo firmado, se dirija a V.E.,
expresándole que para contestar convenientemente las notas de V.E., del 21 de
octubre y 6 de diciembre, que ha tenido el honor de recibir, desearía que V.E.,
se dignase en hacerle saber de lo que el gobierno uruguayo haya solicitado o
propuesto al del Paraguay, relacionada a su política con la Argentina[13].
Con esto, el gobierno de la Argentina deseaba conocer primero, si el Paraguay
era amigo o enemigo o neutral como condición para dar la explicación debida. El
pedido del canciller argentino fue contestado de modo evasivo; sin embargo, el
presidente López, cual incisivo fiscal insistía una y otra vez sobre la
respuesta a su pedido de explicación, mientras que él eludía dar una
contestación apropiada a la solicitud del canciller argentino.
El 6 de enero de
1864, el gobierno paraguayo por tercera vez reitera su solicitud de explicación; además, protestó de manera furibunda
por la fortificación de la isla argentina Martín García; sin embargo, Solano
López convertía Humaitá en una impresionante fortaleza. Es más, como
demostración de su molestia por la fortificación de la mencionada isla da
comienzo a un acelerado incremento de los efectivos de su ya desmesurado
ejército, y las relaciones con la Argentina se torna tirante. Una semana
después del envío de la última nota, de modo reiterativo, el general López
vuelve a insistir sobre su pedido de explicación al supuesto apoyo brindado a
la rebelión de Flores. Con el propósito de causar vivo efecto en el ánimo del
gobierno argentino y patentar el disgusto del presidente paraguayo, la nota fue
llevada a bordo del buque de guerra “Tacuarí”. Esta acción era un claro mensaje
que no podía pasar inadvertida. El mismo día de la partida del Tacuarí, el
encargado de negocios de Uruguay en Asunción remitía una carta a Herrera, canciller
oriental, tocante a la última reiteración de solicitud de explicación, en la que le decía que la nota de
Solano López a Mitre: “es terminante, categórica, la decisión de invadir
Corrientes si el Tacuarí no trae una respuesta satisfactoria a la nota
paraguaya, o si la trae deficiente o evasiva[14]”.
Pero a Mitre no le intimidó la bravata del presidente paraguayo, y el “Tacuarí”
regresó a Asunción con otra evasiva respuesta argentina, sin embargo el general
López no movió su ejército. ¿Por qué persistía tanto en su solicitud? Pues, si
Mitre le daba la explicación solicitada, implícitamente se le reconoce al
presidente de Paraguay el derecho de intervenir en los conflictos del Río de la
Plata o tal vez, provocar una reacción violenta del gobierno argentino que le
sirva de pretexto para colmar su ansia de arrojarse a la garganta de Mitre.
Sección
5. José Vázquez Sagastume, nuevo embajador
El 1° de mayo de
1864, el canciller uruguayo transmite a José Vázquez Sagastume, nuevo ministro
en Paraguay, designado en reemplazo de Octavio Lapido, las instrucciones del
gobierno resumimos en los puntos siguientes:
1) Persuadir a
Solano López a emplear su ejército y aprovechar la ventaja que ofrece la
sorpresa, antes que sea tarde.
2) Inducir al jefe
de Estado paraguayo a realizar ante Brasil, la misma gestión diplomática que ha
realizado ante la Argentina.
3) Que si el Brasil
llegara a invadir territorio uruguayo, se obligará al Paraguay a emplear los
medios adecuados para repelerla.
4) Convencer al
presidente de Paraguay el inmediato envío al Río de la Plata de una flotilla de
guerra con 2.000 hombres de infantería.
El 21 de mayo, el
canciller paraguayo, José Berges, envió una carta al agente confidencial de
Paraguay en Buenos Aires, Félix Egusquiza, en la que le manifestaba: “me alegro
que en Buenos Aires haya corrido la noticia que una fuerza paraguaya ha invadido
las Misiones. Puede que un día sea cierta y entonces tardarán en creerla”. Dos semanas después le remitió otra.
Esta como la anterior destilaba guerra en cada frase: “…por fin todo el país se va militarizando, y verá usted que nos
pondremos en estado de hacer oír la voz de nuestro jefe de Estado en los
sucesos que se desenvuelven en el Río de la Plata, y tal vez lleguemos a quitar
el velo a la política sombría y encapotada del Brasil”. l[15]
Sección
6. Gobierno de Uruguay refuerza su cuerpo diplomático
El 14 de julio, el
gobierno uruguayo envía a Asunción a uno de los personajes más duros del
Partido Blanco, el Dr. Antonio de las Carreras, para trabajar con Sagastume en
la elaboración de un plan para lograr lo siguiente[16]:
1) Asegurar el
auxilio diplomático y militar de Paraguay para derrotar la sublevación de
Flores;
2) Inducir al
gobierno paraguayo que notifique a Argentina y Brasil, que el Paraguay tomará
parte en cualquier conflicto que involucre al Uruguay;
3) Obtener un
compromiso categórico, que al producirse la invasión de Brasil, el Paraguay
acudirá en su ayuda; de manera que el gobierno uruguayo pueda basar su política
sobre esa ayuda.
El último punto,
pero no por ello el menos importante, confirma la apreciación de que el
gobierno del partido blanco se ponía terco y obstinado en las negociaciones
porque creía contar con Solano López y el poderío militar de Paraguay.
El 1° de agosto de
1864, Antonio de las Carreras y Sagastume entregaron a Berges un memorandum de extraordinaria
importancia, no solo porque contenía propuesta susceptible de consecuencias
perniciosas, sino porque pintaba fielmente los maquiavélicos argumentos
utilizados por los caudillos del partido blanco para mantenerse en el gobierno per saecula saeculorum[17],
como el gobierno de los López. A
continuación, en forma breve y sumaria transcribimos de la obra de Horton Box
los puntos más importantes del mencionado documento:
1) Que el plan de
Mitre y Flores era reconstituir el virreinato del Río de la Plata.
2) Que la actual
cooperación de Argentina y el Brasil a la campaña de Flores probaba la
intención de repartirse el territorio uruguayo.
3) Que el peligro
que amenazaba al Uruguay también amenazaba al Paraguay.
4) Que la única
manera de alejar las amenazas es destruir el maléfico poder de Buenos Aires;
para tal fin habría que favorecer las independencias de Entre Ríos y
Corrientes. Y,
5) Que la
institución de una liga conformada por Paraguay, Uruguay, Entre Ríos y
Corrientes alcanzaría un formidable poderío.
No puede caber duda
alguno que López y el partido blanco eran amigos de la guerra y enemigos del
Brasil, por tanto, aquel acepta voluntariamente el sofisma y obra en
consecuencia. Su primer paso fue el de publicar por “El Semanario”, en una
aparente indiscreción, pero calculadamente, todas las correspondencias
reservadas enviadas por el gobierno uruguayo al de Paraguay relacionadas con la
Argentina. La publicación de las intrigas y calumnias del gobierno uruguayo
contra la Argentina justificaba la declaración de guerra al Uruguay; pero Mitre
ignora la provocación porque prefiere conservar la paz y mantener la más
estricta neutralidad. El objetivo perseguido por López era, que Mitre cometiera
alguna acción que justifique el inicio de la guerra o apartarla de los
conflictos y dejar a Paraguay y Uruguay para vérselas con el Brasil. Esto
demuestra que en toda guerra existe un agresor que prefiere la solución
violenta, por tanto, se opone a un arreglo pacífico del conflicto que, en cada caso
suele ser el motivo ocasional de la guerra.
CAUSAS INMEDIATAS DE
LA GUERRA
Sección 1. Ultimátum del Imperio del Brasil
al gobierno uruguayo[1].
Después
de agotar los medios pacíficos para resolver la cuestión que le trajo a
Montevideo, el 4 de agosto de 1864 el Ministro en Misión Especial en el Río de
la Plata, José Antonio Saraiva, envía un ultimátum
al gobierno uruguayo, exigiendo las reparaciones de los daños sufridos por los
40.000 súbditos brasileros, en su mayoría residiendo en la parte norte del país
y en Montevideo, amenazando con tomar represalias. El presidente uruguayo remitió
el documento al presidente paraguayo, con la propuesta de que intervenga en el
Río de la Plata con su ejército para formar una alianza entre Paraguay, Uruguay
y las provincias de Entre Ríos y Corrientes. El general López rehusó la
proposición, aunque alimentó su vanidad, y prometió asegurar el equilibrio de poderes en el Río de la Plata.
Sin embargo, después encandilado
por tentaciones utópicas y de una necesidad desesperada en constituirse en el
centro de atención en la región, se deja arrastrar por el partido blanco en el
gobierno a un terreno sumamente espinoso, de donde difícilmente podía salir
ileso; consecuentemente, la situación política de la convulsionada Banda
Oriental la visualizó mal y le hizo cometer un error garrafal que llevó al
Paraguay a un dramático e inútil holocausto.
El
24 de agosto de 1864, arribaba a Asunción por el vapor “Paraguarí” el Ministro
brasilero César Saubam Vianna de Lima; en el mismo transporte llegaba también
Mr. Edward Thornton, ministro británico ante los gobiernos de Argentina y
Paraguay, y la noticia del ultimátum
del Brasil al Uruguay. Thornton desplegó una intensa actividad para persuadir al
general López que trate la cuestión con suma prudencia y evite cualquier
reacción violenta, prometiéndole además que la Gran Bretaña garantizaba las
independencias de Paraguay y de Uruguay; pero todos sus esfuerzos fueron vanos.
Sección
2. Repercusiones en Buenos Aires del ultimátum
El
ultimátum genera entre los porteños encontradas posiciones. A continuación
transcribimos de la obra de Efraín Cardozo[2]
lo que sigue: “En la prensa de Buenos Aires se levantaron algunas voces para
sostener que la República Argentina debía salir al encuentro del Brasil en
defensa de los principios republicanos y de la República Oriental. El órgano
oficioso del gobierno, La Nación
Argentina, creyó necesario emitir una clarificadora opinión al respecto. El
13 de agosto (1864) dijo que los hombres de Montevideo, viéndose perdidos “han
apelado hoy al gran recurso de sublevar el antagonismo de las instituciones y
las rivalidades antiguas para llegar a un resultado cuya monstruosidad se
percibe apenas”. La idea monstruosa consistía que el gobierno argentino
protegiera a los blancos; esa idea cundía extraordinariamente en Montevideo, “y
lo que es más extraordinario aún, sigue diciendo La Nación Argentina: “hay en
Buenos Aires algunos que piensan que debemos salir al encuentro del Brasil”. Y
preguntaba el órgano oficial: ¿Podría
alguno esperar que, después de todo lo que ha hecho el gobierno de Montevideo
abrigue la pretensión de que la sangre argentina se derramara en una guerra
formidable para sostener sus quijotadas? ¿Podría esperarse que el gobierno
argentino cometiese la aberración de hacer una alianza de guerra con el partido
blanco, para salvarlo, cuando él tiene en las manos el medio de salvarse y no
lo quiere?
Sigue
diciendo el periódico: “La Nación
Argentina negaba al gobierno oriental el derecho de invocar la causa
republicana. El Brasil por ser imperio, no estaba fuera de la ley de las
naciones. Los reclamos internacionales no podían resolverse según la forma de
gobierno de los reclamantes, sino por la justicia que tuvieran. Y después de
acusar al gobierno oriental de ser culpable de todas sus dificultades,
terminaba diciendo La Nación Argentina:
“Creemos, pues, que la República Argentina
no debe aliarse al gobierno de Montevideo, porque es un delirio y un crimen.
Creemos que ella debe limitarse a obtener la seguridad de que la independencia
de la República Oriental no peligra: si para ello fuese necesario intervenir
conjuntamente con el Brasil para obtener la satisfacción que se debe a ambos
gobiernos, que así se haga; pero intervenir para salvar la impunidad del
gobierno de Montevideo, eso jamás. El interés mismo de la pacificación del Río
de la Plata aconseja que, garantida la independencia del Estado Oriental, se
deje al actual gobierno de la ciudad bajo la presión de las dificultades que él
mismo se crea; para obligarlo a aceptar la solución política que tan
imprudentemente ha rechazado[3].
Si el gobierno oriental quiere librarse de
complicaciones que haga lo que le aconseja la humanidad y la razón, que haga la
paz y cesarán todos los inconvenientes. Pero que él ha de cometer toda clase de
excesos, que ha de continuar estúpidamente una guerra inhumana, que se ha de
negar a todo arreglo honorífico, para que nosotros nos hagamos responsables y
solidarios de sus desaciertos, es cosa que no podrá admitirse jamás. Cualquiera
tentativa contra la independencia del Estado Oriental, tendrá en su contra a la
Argentina, al Paraguay y al mismo general Flores, que hoy domina con las armas
la campaña de su país. Pero, en nombre de una tentativa que no existe, no puede
pedirse que nos hagamos los paladines o editores responsables del gobierno de
Montevideo.
Lunes 17-Oct.-2016
Sección
3. La famosa nota del 30 de agosto de 1864
José
Berges, jefe de la cancillería paraguaya, a nombre del gobierno dirigió una
nota al embajador del Brasil en Asunción, Vianna de Lima, protestando
enérgicamente contra la amenaza de represalia hecha al Uruguay. A continuación
presentamos un extracto de la nota, para lo cual nos hemos servido del apéndice
a la obra de L. Schneider[4]:
1) Penosa ha sido
la impresión que ha dejado en el ánimo del gobierno paraguayo la exigencia del ultimátum del Emperador al gobierno oriental,
que es de cumplimiento imposible.
2) El Gobierno del
Paraguay deplora profundamente que el de Brasil se separe de la política de
moderación; pero no puede mirar con indiferencia ni menos consentir que en
ejecución del ultimátum las fuerzas brasileras ocupen parte del territorio del
Uruguay.
3) El Gobierno de
la República del Paraguay considerará cualquier ocupación del territorio oriental,
aún temporalmente, como atentatoria al equilibrio de los Estados del Plata que
interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y
prosperidad.
4) El presidente
del Paraguay cuestiona enérgicamente la no aceptación del Brasil al
ofrecimiento de su mediación al conflicto de Uruguay.
5) El gobierno del
Paraguay considerará casus belli entre
Paraguay y Brasil la invasión del territorio uruguayo por tropas del Imperio.
En
la mencionada nota, Berges señaló el conflicto suscitado entre el vapor
uruguayo Villa del Salto y el buque
brasilero Jaquitinhonha, ocurrido el 7 de setiembre de 1864.[5]
La
nota del 30 de agosto, era de extremada imprudente porque no dejó abierta ni un
resquicio para la negociación a fin de impedir la guerra; constituía una
evidente amenaza, la cual será reiterada por otra nota cuatro días después. Con
la mencionada nota tenemos a un jefe de Estado al que parece no interesar hacer
andar a su nación por el filo de la navaja.
El
12 de setiembre, el Paraguay declaró rotas las relaciones con el Brasil. Con
ello, resulta muy claro que el general López, voluntariamente, metió a la
República del Paraguay en un atolladero sin más salida que la guerra.
El
1 de setiembre, el embajador del Brasil en Asunción, Vianna de Lima, contestó
la nota del 30 de agosto, manifestando en ella que el Imperio del Brasil no sería detenido en el cumplimiento del sagrado
deber de proteger la propiedad de sus súbditos[6].
Dos días después, Berges replicó que si el Brasil llegara a invadir territorio
uruguayo, el gobierno paraguayo se vería
en la necesidad de cumplir su promesa hecha en la nota del 30 de agosto[7].
Ante la tensa relación entre el Paraguay y el Brasil, por iniciativa de Solano
López o de su círculo áulico se redactó un manifiesto de apoyo a
la firme actitud del gobierno paraguayo contra el Imperio del Brasil. Todos los
paraguayos la firman sin excepción alguna, ofreciendo al general López sus
vidas y sus bienes para defender su causa.
De esta manera, el general López se convirtió en dueño de la vida y
hacienda de todos los paraguayos y como tal las utilizará después a su antojo.
Una enorme multitud se congregó frente al despacho del presidente para
manifestar el apoyo del pueblo y al mismo tiempo poner en sus manos la vida,
los bienes y la libertad de todos los habitantes del país. López agradece el “espontáneo”
gesto y manifestó con altivez: he llamado
la atención del emperador del Brasil sobre su política en el Río de la Plata, y
espero que mi voz no será desoída, pero si desgraciadamente no fuera así, y mis
esperanzas fueran fallidas apelaré a vuestro concurso para el triunfo de la
causa nacional, por grandes que puedan ser los sacrificios que la patria
demande de sus hijos. Entretanto, permaneced tranquilos, mientras no me vea en
la necesidad de apelar directamente a vosotros[8].
Como vemos, semejante arenga decía el presidente paraguayo con alguna
jactancia, pues él creía que su poderoso ejército le daba derecho a sentarse
bajo la “palmera de Débora”[9],
donde acudirían los plenipotenciarios de los países del Río de la Plata y del
Imperio del Brasil para resolver sus pleitos.
El
Dr. Eusebio Ayala, Presidente de La Victoria por antonomasia[10],
escribió al respecto: López, desde su
atalaya mediterránea veía poco y mal la trama de los acontecimientos del Río de
la Plata; prestando oídos a intrigas diplomáticas, creyó que una vez que él
levantase su pendón de guerra, se unirán a su causa los enemigos de Mitre,
entre ellos Urquiza, el partido blanco uruguayo, y tal vez, también estallaría
un movimiento separatista en Río Grande del Sur. Sigue diciendo el eximio
conductor político de la Guerra del Chaco (1932-1935): Solano López imaginó que podía ser el Napoleón sudamericano gracias al
poder absoluto heredado de dos déspotas sobre un pueblo laborioso, disciplinado
y de vivo patriotismo. Poco después de lanzar su ejército a invadir la Argentina
y el Brasil, se dio cuenta de la verdad, no tuvo carácter e inteligencia para
adaptarse a las circunstancias; siguió la guerra después de estar convencido de
que ningún aliado iba a venir en su ayuda y que el mismo gobierno uruguayo se
alistaba para combatirlo. López prefirió sacrificar a su país antes de
reconocer su error y rectificarse.[11]
Sección 4. Las represalias de López tras la invasión del Brasil.
El 1
de diciembre de 1864, tropas
brasileras empezaron las represalias terrestres con el fin de presionar al
gobierno oriental a atender sus demandas de dar seguridad a los súbditos del
Emperador que habitaban el territorio oriental. Luego de la derrota de las
fuerzas leales del gobierno al mando del aguerrido general Leandro Gómez en la
batalla de Paysandú, Flores y las tropas brasileras avanzaron sobre la Capital
de Uruguay. Los diplomáticos extranjeros de Buenos Aires y de Montevideo hacen
denodados esfuerzos para impedir que la ciudad sea sometida a un bombardeo de
la flotilla brasilera, pero el presidente Anastacio de la Cruz Aguirre,
reemplazante de Bernardo Prudencio Berro, privado de la capacidad de juzgar con
claridad acerca de la gravísima situación en que se hallaba seguía con la esperanza de la ayuda del
general López y mantuvo una fanática posición muy acorde con la idea del partido
blanco: no negociar ni con Flores ni con el Brasil. No cabe la menor duda que
la intransigencia del gobierno oriental y de los exaltados líderes del partido
blanco estaba sustentada por la creencia de que tenían un “as de espadas en la
manga”: el general López y su temible ejército. Hasta el último momento el
gobierno oriental mantenía una posición diamantina y trataba de ganar tiempo
hasta la llegada del esperado salvador; a despecho de todo creía aún que en
cualquier momento aparecería la figura del general López a la
cabeza de su ejército. El presidente Aguirre con exasperación clamaba la ayuda
de Paraguay; sin embargo, solo recibió del general López la respuesta: “Caiga
con la gloria de Paysandú y yo luego reconquistaré vuestro territorio”[12].
Cuando uno está desesperado no razona bien y cree en cualquier cosa. Por el
estado de exasperación en que se hallaban los líderes blancos daban crédito a rumores
infundados como que Urquiza y López ya se hallaban cruzando el río Uruguay.
El
12 de noviembre de 1864, como represalia de la invasión brasilera al Uruguay,
Solano López mandó apresar el vapor brasilero Marquês de Olinda y con ello precipita la guerra. Este transporte
fluvial hacía viajes periódicamente de Montevideo a la provincia brasilera de
Mato Grosso, y a la sazón se encontraba en Asunción. Llevaba a bordo numerosos
pasajeros entre ellos al nuevo presidente de Mato Grosso, coronel Federico Carneiro
Campos. Este y los tripulantes quedaron como prisioneros de guerra, y todos ellos
después murieron en el transcurso de la guerra. Con la violenta captura del
vapor brasilero, Solano López abre la guerra contra el Imperio del Brasil. De
este modo los líderes del partido blanco uruguayo lograron su objetivo, pues
pensaban que el general López podía ayudarle ante la amenaza de perder el
poder, pero el auxilio paraguayo llegará tardíamente. El presidente paraguayo,
siempre moroso, recién envió 37.000 hombres en dos columnas, una por las
riberas del río Paraná y la otra por las del Uruguay, bastante alejada una de
la otra, cuando su aliado ya se hallaba en la agonía y el general Flores ya
estaba consolidado en el gobierno. La ayuda ya era tarde, porque el general
López, en vez de dirigirse a Río Grande do Sul y Montevideo, empezó sus
operaciones militares hacia el norte, perdiendo de este modo tiempo y el último
aliado que le quedaba, pues al declarar la guerra a la Argentina,
inmediatamente las provincias de Corrientes y Entre Ríos les dieron la espalda.
Sección
5. Por fin se logra la paz en la ROU
El
15 de febrero de 1865 terminaba el mandato de Anastacio de la Cruz Aguirre como
Presidentes del Senado y del país. Por tanto, día antes los senadores se reunieron
y eligieron a Tomás Villalba para reemplazarlo. Inmediatamente, el nuevo
mandatario empezó las negociaciones con Flores y José María da Silva Paranhos,
que concluyó con la firma del protocolo de paz el 20 de febrero de 1865
celebrada en Villa Unión. Entre los acuerdos constaba que Flores asumiría el
vacante cargo de presidente de la república. Además, acuerdan la alianza de
Uruguay y Brasil en la guerra contra el Paraguay; a la sazón una fracción del ejército
de López ya hacía un mes y medio que llevaba ocupado la provincia brasilera de
Mato Grosso. Firmaron el protocolo el general Venancio Flores, Manuel Herrera y
Obes y Paranhos[13].
Con
el mayor énfasis afirmamos que la cuestión del Uruguay no valía la vida de un
solo soldado paraguayo. Es más, la Constitución Nacional prescribía en el
título III, artículo 3: “Corresponde al Congreso Nacional declarar la guerra,
oídos los motivos que exponga el presidente de la república”. En el artículo
21, dice: Así mismo es de la aprobación
del Soberano Congreso la base de estricta neutralidad por parte de esta
República en las discusiones domésticas de las Provincias y Estados vecinos.
El
historiador británico Phelam Horton Box dio su parecer con arreglo a su opinión,
de este modo: el general López estaba
preparado a hacer la guerra, no en defensa de la independencia nacional ni por
la integridad territorial de la nación como había de pretender después, sino
para hacer oír su voz en los asuntos del Río de la Plata. Es la revelación de
una política diametralmente opuesta a la que permitió al Dr. Francia la
creación del Estado y a Carlos A. López la consolidación de la independencia de
Paraguay. Era en una palabra una política de aventura, como será siempre toda
política basada en la pretensión de un puesto al sol, de hacer oír la propia
voz, del honor o dignidad nacional. Los griegos la hubiesen denominado política
de orgullo altanero”[14].
Parecería
que a Solano López lo que más le importaba eran cuestiones puramente formales,
de prestigio y de honor personal, su espíritu no se contenta con la realidad,
sino que se embriaga con las creaciones de fantasía, y con arrebato de
entusiasmo arrojó a la nación paraguaya a la vorágine de la guerra. Con su
poder absoluto, podía haber apuntalado el progreso del país de modo a dar un gran
salto en los campos político, económico y social. Solano López malogró la gran
esperanza que su padre había depositado en él; solo queda a los paraguayos
lamentar con amargura el bien que dejó de hacer y el enorme perjuicio que ocasionó
a la nación paraguaya.
PRÓXIMO CAPÍTULO: "PARAGUAY DECLARA LA GUERRA AL BRASIL".
(25-Oct-2016)
Sección
1. La cuestión del apresamiento del “Marqués de Olinda”
(25-Oct-2016)
CAPÍTULO VII
PARAGUAY DECLARA LA GUERRA AL BRASIL
El
error capital del presidente paraguayo fue considerar como un hecho factores
decisivos que no tenían bajo su dominio, como las precarias promesas de apoyo
de Urquiza, la provincia argentina de Corrientes y el gobierno de Uruguay. Aún
así resolvió hacer la guerra ordenando el apresamiento del vapor brasilero Marquês de Olinda, y a continuación
rompió las relaciones diplomáticas con el Brasil.
El
13 de noviembre, Vianna de Lima remitió a la cancillería paraguaya una nota que
en resumen decía: “En este momento, a las 09.00, fui informado que el Marquéz de Olinda, que salió del puerto
para Mato Grosso anteayer a las 14.00, llevando a bordo al designado presidente
de aquella provincia, se halla desde esta madrugada fondeado en el puerto de
Asunción y bajo la custodia del buque de guerra Tacuarí; hallándose el vapor
incomunicado. Pido a V. Ex., explicaciones sobre el grave hecho que acabo de
exponer”[1].
En
flagrante violación de la Constitución y asumiendo arbitrariamente la suma del
poder público, envió una declaración de guerra al embajador del Brasil,
diciéndole que las relaciones quedaban rotas por la invasión del ejército
brasilero del territorio uruguayo. El diplomático protesta por el apresamiento
del vapor sin previa declaración de guerra, y pide sus pasaportes para salir
del país con su familia y empleados de la sede diplomática[2].
El ministro José Berges le remitió lo solicitado. Sin embargo, el presidente
paraguayo prohíbe la salida de cualquier embarcación. El embajador norteamericano Charles Ames Washburn intervino y
consigue con perseverancia que el presidente López permitiera la salida de
Asunción de un transporte fluvial. La firme actitud del diplomático
norteamericano salvó a Vianna de Lima, a su familia y a los empleados de la
legación del Brasil de quedar prisioneros.
Cuando
llegó a Río de Janeiro la noticia de la captura del vapor brasilero y el
apresamiento del nuevo presidente de Mato Grosso, produjo un estallido de
indignación. Pedro II declaró: que
contaba con el patriotismo de todos los brasileros para lavar la afrenta. Que
el Paraguay estaba exaltado por un presidente despótico, que el asunto del
Uruguay estaba por resolverse, y que entonces todas las fuerzas del Imperio
estarán disponibles para ser empleadas contra el Paraguay[3].
A la sazón, el ambiente en Asunción era de mucho fervor patriótico. Todo
varón vestía el uniforme militar y se dejaba llevar por el entusiasmo general
que subía a alturas hiperbólicas a medida que se acercaba el momento de “continuar
la política por otro medio”[4].
No
creemos atentar contra la verdad si decimos que habrá habido pocos varones y
mujeres que no hayan buscado en ese momento crucial la oportunidad de prestar
algún servicio a la nación. Con el
propósito de obligar al Brasil a retirar sus tropas del Uruguay y reponer en el
Gobierno al partido blanco, Solano López desatará el monstruo de Frankenstein[5]
con el apresamiento del barco brasilero y las invasiones de Mato Grosso, Río
Grande do Sul y Corrientes.
El
Dr. Higinio Arbo escribió: “Los antecedentes que conocemos demuestran el error
del mariscal López de no haber contado con una representación diplomática
inteligente, activa y vigilante ante los gobiernos de Río de Janeiro,
Montevideo y Buenos Aires. De esta suerte hubiera tenido una mejor información
de los planes que se urdían en su contra, y de los recursos con que contaban
sus posibles enemigos. La diplomacia del Mariscal parece apática, casi nula,
puesto que no llenó los fines elementales de observar, proteger y negociar.
Nada observó, no protegió los intereses de la nación, no negoció para evitar la
guerra o neutralizar la alianza entre el Brasil y la Argentina, o, por lo
menos, para ganar tiempo y poder recibir el material de guerra adquirido en
Europa”[6].
Sección 2. Preparativos para empezar las operaciones militares
Una
vez que Solano López ha escogido la estrategia directa; vale decir, la solución
del conflicto por medio violento, queda la ejecución de su plan de operaciones.
Pero su oponente también querrá llevar a cabo su plan; como consecuencia de
ello se genera una confrontación en la que cada uno de los contendientes
intentará imponer su voluntad al otro por medio de la fuerza militar. A partir
de ese momento es posible advertir si el duelo entre Solano López y su enemigo
será una lucha en igualdad de condiciones. Un observador no necesita ser muy
perspicaz para inferir que para tan peligrosa pelea, Solano López tenía empuñado
apenas un arcabuz, en tanto que el Emperador del Brasil, su oponente, podía
esgrimir una pistola automática, pero él enceguecido por la esperanza de fama y
de gloria, no distinguía uno del otro.
En
la obra del historiador paraguayo, Efraín Cardozo, encontramos este pasaje que
cobra relieve a la luz de los acontecimientos ya relatados en capítulos
precedentes, describiendo de este modo al Brasil de aquella época: “Su
superioridad resplandecía en todos los órdenes y no solamente en el material.
En un continente convulsionado por la anarquía, oprimido por los despotismos y
sumido en la pobreza, el Brasil gozaba de paz, libertad y prosperidad. La
monarquía aparentemente no constituía una rémora, sino una garantía de grandeza
y de estabilidad. Las instituciones políticas eran democráticas y
representativas, por más que la economía se basara en el trabajo servil”.
Continúa diciendo Cardozo: “bajo la égida
de un emperador culto y progresista, una clase dirigente altamente capacitada
había convertido al Brasil en la primera potencia sudamericana con proyecciones
en el mundo. Ninguno de sus vecinos le superaba en territorio, población,
riquezas, orden, ilustración y progreso material. Su escuadra no tenía rival.
Sus estadistas calzaban alto coturno y se pareaban con los más renombrados del
viejo continente. La diplomacia brasilera era el alma del Imperio y la vértebra
de su grandeza[7]
La
bulimia de las armas y la gloria bélica se apoderaron del Paraguay. Desde el
inicio del año 1864, el general López había empezado a incrementar
aceleradamente los efectivos del Ejército, y dos meses después ya había
establecido varios centros de instrucción militar a donde eran enviados los
reclutas desde los 16 hasta los 50 años de edad. Algunos de esos locales de
entrenamiento eran: Asunción con 4.000 reclutas, Cerro León 30.000, Encarnación
10.000, Concepción 3.500 y Humaitá 4.000. Esto da un total de 51.500 reclutas,
más los 15.000 hombres pertenecientes al ejército permanente; lo que eleva el
total general a 66.500. Esta cantidad iría aumentando hasta alcanzar los
80.000.
La
posibilidad de luchar por la patria había despertado en el pueblo paraguayo un
entusiasmo admirable, los varones de todas las edades acudieron, voluntariamente
o a empujones, en masa a los centros de instrucción. Gracia a ese fervor
patriótico se pudieron formar numerosos batallones y regimientos que tantas
glorias acumularon en el transcurso de cinco años de guerra. El reclutamiento
era facilitado por la vida tediosa que llevaban, y la guerra constituía para
ellos una oportunidad de vivir momentos de emoción. En especial los jóvenes se
creían a prueba de balas y pensaban que encontrarán en la guerra excitantes
aventuras. No obstante, la juventud paraguaya estaba consciente de que era la
nación la que le llamaba, y ante este clamor no trepidó en cumplir con el
deber. De este modo, fueron llevados después al teatro de operaciones jóvenes
que no dudaron en aceptar el reto de luchar por la patria.
Desde
hacía un par de año, el desmesurado aumento del poder militar del Paraguay no
presagiaba nada bueno, y alarmó a la prensa de Buenos Aires, aunque pensaba que
esos preparativos eran contra el Brasil, y que de ninguna manera podían ser
empleados contra la Argentina, ya que eran aliados naturales; por tanto, no
había de qué inquietarse. Sin embargo, la opinión que imperaba en aquel
entonces en el Río de la Plata contra la fuerza perturbadora de Paraguay y la
actitud belicosa de Solano López empezaba a despertar preocupación, porque los
preparativos eran desproporcionados al recurso del Paraguay.
El
general López estaba convencido que su ejército era invencible, si bien
estimaba exageradamente la capacidad del mismo y subestimaba la de los
argentinos y brasileros. Tenía la idea de atribuir al aislamiento del Dr.
Francia y al conservadurismo de su padre, la ausencia de Paraguay de los
asuntos de la región, y él estaba resuelto a cambiar esa situación.
Posiblemente, la creación de una fuerza poderosa respondía más a la intención
del general López de ganar prestigio militar e influir en los asuntos políticos
del Río de la Plata. Pero intervino el gobierno del partido blanco uruguayo,
que a través de Sagastume un diplomático astuto como la zorra, que le hizo
creer que existía un tratado secreto entre la Argentina y el Brasil, y que
corrían peligro las independencias de Paraguay y Uruguay. Entonces, Solano López
procedió, en previsión de cualquier cosa, a invadir ambos países. La mayor parte de la
influencia nefasta que el partido blanco uruguayo haya podido ejercer sobre el
presidente paraguayo, lo ha sido a través de connotados políticos como Herrera,
Lapido, Antonio de las Carreras y Vázquez Sagastume, que usando sofismas
estimularon la vanidad de Solano López y lo empujaron a la guerra.
Cuando
llegaron a Buenos Aires la noticia sobre la actitud del gobierno paraguayo ante
el ultimátum del gobierno del Imperio
del Brasil al Uruguay, la prensa bonaerense empieza a discutir qué postura
adoptaría Argentina en esta circunstancia, ya que el ejército paraguayo contaba
con 80.000 hombres, en tanto que la Argentina estaba casi sin ejército. No
obstante, la desbocada prensa argentina continuaba refiriéndose al presidente
paraguayo y con sarcasmo lo denominaba el
protector del equilibrio del Río de la Plata o el cacique, del mismo modo ridiculizaba la fábrica de materiales de
guerra llamándola, la talabartería de
López.
[1] L. Schneider. Apéndice al Vol. I, obra Cit, Pág. 83.
[2] L. Schneider. Apéndice al Vol. I, obra Cit. Pág. 84.
Nota del 14 de noviembre de 1864.
[3] Jeorge
Thompson, “La Guerra del Paraguay”, RP Ediciones, Servilibro, Asunción, 2003.
Pág. 32.
[4] Famosa
definición de von Clausewitz en su libro “De la guerra”.
[5] Frankenstein,
título de uno de los clásicos de la novela fantástica y de terror, cuya autora
fue Mary Shelley.
[6] Arturo Bray,
“Hombres y épocas del Paraguay”, opiníón del Dr. Higinio Arbo, del Instituto
Americano de Derecho Internacional, ex Ministro de Relaciones Exteriores de
Paraguay y prologuista de la mencionada obra. Editorial El Lector, Asunción,
1996.
[7]
Efraín Cardozo, Obra cit. Pág. 29.
[1] L. Schneider. “La guerra de la Triple Alianza contra
el gobierno de la República del Paraguay”, H. Garnier-Livreiro-Editor, Río de
Janeiro, 1902, Apéndice al Vol. 1°, Págs. 24 al 30.
[2] Efraín
Cardozo, “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata. Antecedentes y estallido
de la guerra del Paraguay”. Librería del Plata, Buenos Aires, 1961. Págs. 289 y
290.
[3] El 20 de octubre de 1863, firmaron en Buenos Aires un
Protocolo de Paz: el Ministro de Uruguay Andrés Lamas, el canciller de
Argentina Dr. Rufino de Elizalde y el ministro de Brasil João Alves Loureiro.
Este Protocolo el gobierno del partido Blanco de Uruguay, lo había
rechazado. Esta misma actitud adoptó el gobierno blanco ante el Protocolo de
Punta del Rosario del 18 de junio de 1864, que en un empeño de reconciliación, firmaron
José Antônio Saraiva ( Brasil), E. Thornton (G. Bretaña), R. Elizalde
(canciller argentino), Florentino Castellanos y Andrés Lamas (comisionados del
gobierno uruguayo) y el Gral. Flores.
[4] L. Schneider. Obra cit. Vol. I, Pág. 76.
[5] Sobre ese conflicto se puede ver en la obra de
Schneider, Vol. I, Cap. II, Págs. 40 y 41, nota al pie N° 3.
[6] Horton Box,
Obra cit., Pág. 192.
[7] Idem.
[8] Juan
Crisóstomo Centurión, Obra cit. Pág. 190. Schneider, apéndice a la obra Cit,
Pág. 78.
[9] “Débora
acostumbraba sentarse bajo una palmera (conocida como “la palmera de Débora”),
que había en los montes de Efraín, entre Ramá y Betel, y los israelitas acudían
a ella para resolver sus conflictos” (Jue 4.5).
[10]
Dr. Eusebio Ayala (1875-1942), presidente provisorio de la república
(1921-1923) y constitucional (1932-1936). Afrontó la guerra del Chaco con
hidalguía y patriotismo. Finalizada victoriosamente la guerra fue derrocado por
un golpe de Estado liderado por el coronel Rafael Franco.
[11] Eusebio Ayala
“Patria y Libertad”, pág. 391.
[13] Apéndice al Vol. 1° a la obra de Schneider. Obra cit.
Págs 60 y 61.
[14] Horton Box,
Obra cit. Pág. 190.
[1] Horton Box,
Obra cit. Pág. 139.
[2] Horton Box,
Obra cit. Pág. 140.
[3] La isla
Martín García se halla ubicada en el río de la Plata, frente a la desembocadura
del río Uruguay, de una extensión de 2 kilómetros cuadrados.
[4] Horton Box,
Obra cit. Pág. 142.
[5] Horton Box, Obra cit.
[6]
Batalla de Cepeda. Urquiza, confederado, derrotó a Mitre, unitario. El general
Mitre aceptó la mediación del gobierno paraguayo con el sólo objeto de ganar
tiempo para preparar un ejército mejor. Y Urquiza no explotó el éxito porque
Mitre aún mantenía suficiente fuerza como para replegarse a Buenos Aires y
oponer allí sería resistencia. En fin, la unidad que consiguió el general López
duró hasta la batalla de Pavón, vale decir, 18 meses.
[7]
Oscar Secco Ellauri, “La antigüedad y
la Edad Media”, Kapelusz Editora, 1993, Pág. 162. Gordia, al sur del mar Negro
y en el itinerario de Alejandro en su portentosa campaña: en esa localidad existía una carreta, cuyo yugo
se hallaba unido al pértigo por un nudo extremadamente complicado. Una
tradición prometía el imperio del Asia al que fuese capaz de desenredar ese
“nudo gordiano”. Alejandro desenvainó su espada y de un tajo lo cortó.
[8]
Horton Box, Obra cit. Pág. 150.
[9] Diego Abente
Brun, “La guerra de la Triple Alianza: tres modelos explicativos”. Centro
Paraguayo de Estudios Sociológicos – Revista Paraguaya de Sociología, Asunción,
Pág. 1147.
[10]
Tratados de Westfalia, que pusieron fin a la guerra de los Treinta años. Fueron
firmados entre España y las Provincias Unidas y entre el Imperio germánico y
Francia. Por estos tratados España entregará la Colonia del Sacramento a
Portugal.
[11]
Efraín Cardozo, “Breves Historia del
Paraguay”. Servilibro, 3ª. Edición, Asunción, 2011, Pág. 91.
[12]
Ardennes fue en la segunda guerra mundial el punto de donde partió el ejército
alemán en su penetración hacia el oeste el 13 de mayo de 1940.
[13]
Horton Box, Obra cit, Pág. 181.
[14] Idem, Pág.
152.
[15] Horton Box,
Obra cit. Pág. 187.
[16] Horton Box,
Obra cit. Pág. 155.
CAPÍTULO VIII
EL
GENERAL LÓPEZ SE EMBARCA EN UNA COLOSAL SAGA ÉPICA
Durante
los gobiernos del Dr. Francia y don Carlos A. López la misión del ejército era
puramente defensiva, sólo para proteger las fronteras sumamente vulnerables, y
nunca pensaron como instrumento de conquista. El Dr. Francia estaba empeñado en
consolidar la independencia, y don Carlos en el desarrollo del país; a ellos
dedicaron todas sus fuerzas, e iban consiguiendo, aunque lento, pero gradualmente,
en un ambiente de paz.
El
general Solano López tomó con el gobierno del partido blanco uruguayo un
compromiso de mucho riesgo para el Paraguay, algo que siempre había rechazado
su padre porque sabía que la violencia era difícilmente controlable y las
reacciones en cadena que podría generarse desde el inestable Uruguay. En vez de
construir un futuro de paz y prosperidad, corrió el riesgo en exponerse, como
los japoneses en Pearl Harbor[1],
a forzar al irreductible Brasil a enconar el ánimo y convertirlo en un enemigo
muy peligroso.
El
conflicto en el Río de la Plata abierto por la rebelión del general Flores
contra el gobierno del partido blanco podría propagarse por la intromisión del
presidente paraguayo. La nueva situación creada por el general López que
pretendía tomar parte en la cuestión oriental presentaba riesgo de escalada
hasta el extremo; o sea, susceptible de provocar un enfrentamiento violento
entre el Paraguay, Uruguay, Corrientes y Entre Ríos, por un lado; y el Brasil y
la Argentina, por el otro. Esto a nadie le convenía a ningún precio. Sin
embargo, Solano López buscó forzar a sus dos poderosos vecinos que revisen su
política en función de los objetivos de la nueva potencia militar emergente en
el Río de la Plata, la República del Paraguay.
La
posición del Brasil en la región seguía siendo sólida y podía permitirse
esperar el primer golpe de Paraguay. Las amenazas de este, si bien las
intranquilizaba no era como para intimidarlo: Lo importante era que no debe
tomar la iniciativa en ser el primero en desenvainar la espada, porque con un
ataque preventivo de Brasil, podría encender el entusiasmo bélico en toda la
América del Sur y producir una reacción violenta y pasional de los países
republicanos e hispanoamericanos a favor de Paraguay. Entonces, los
acontecimientos se volverían incontrolables. Solo por eso rechazó la estrategia
de ataque preventivo. Lo que la política del Brasil no deseaba era, que en
ningún caso pueda ser imputado como el agresor. Por tanto, estaba dispuesto a
encajar el primer golpe de López, porque contaba con suficiente potencial de
guerra para torcer rápidamente la situación a su favor.
El
1 de mayo de 1865, el tratado secreto fue aprobado y será puesto en práctica todos
sus artículos. Los aliados no tenían alternativas, porque el presidente López
ya había corrido el riesgo de colocar al Brasil y a la Argentina ante un hecho consumado al ocupar
militarmente las provincias brasileras de Mato Grosso y Río Grande del Sur, y la provincia argentina de Corrientes.
Consideramos
que podría ser de interés transcribir aquí algunos párrafos de las cartas de
fecha 11 y 15 de enero de 1865 que Manuel Pedro de Peña[2],
remitía desde Buenos Aires, a su sobrino Francisco S. López: Hazte un Cid[3], que haya moros y cristianos cuanto antes;
hazte un Jerjes[4] un Alejandro, etc., es preciso nomás que
sepas que el Brasil no es moco de pavo, que si pestañeas, te dará para tabaco,
y te sumirá la boya; tú tienes muchos hombres, pero él tiene muchos soldados; pero
esto no importa cuando tú sabes que por el camino se hacen bueyes. Nada importa
esas convulsiones de nervios, trastornos y vértigos, que te hacen creer que
todo el mundo es cobarde, y que la sabiduría, la política y la fortaleza
entraron de un vuelo y gratuitamente en tu mollera y corazón: espera unos días
más, y prepárate a tomar las de Villadiego, porque si el Brasil te encuentra,
te va a sacudir el polvo, y ponerte como nuevo, y el pie sobre tu pescuezo
hasta dejarte mondo y lirondo. Ya sabrás que el Brasil sigue afeitando a tus
prójimos de la Banda Oriental; muchas barbas blancas[5] están ya muy bien cortadas, y ellas te
dicen que pongas la tuya en remojo.
Solano
López había recibido de su padre un Paraguay de largo periodo de paz y
esplendor, pero su intención no era convertir pacífica, razonable y eficazmente
su gobierno en un desarrollo creador de la nación, sino que su desiderátum era prevalecer en la región
o morir con la nación, pues tenía el alma del terrorista que no le importa
morir pero a todo quiere llevar con él ¿Y la opinión pública?, ¿qué puede concebir
un pueblo anestesiado desde 1814 por dictadores? ¿Cómo se le podía pedir que
forme en la mente idea del peligro que le acechaba? La gran mayoría de los
paraguayos no sabía otra cosa que obedecer dócilmente a las autoridades de
cualquier nivel que sea. La idea guía de las conductas que predominaba era
obediencia ciega, agachar la cabeza y sobrevivir. Muchos esclarecidos
paraguayos conocieron los atroces sufrimientos de los relegados por sus
opiniones políticas, y que a la sazón residían en Buenos Aires, desterrados de
su patria. Estos paraguayos rivalizaban en predicar sobre la enorme veleidad de
Solano López de intervenir en el Río de la Plata cual don Quijote para deshacer
entuertos.
Al
declarar la guerra al Brasil, Solano López ya estaba bien dispuesto para
empezar las operaciones militares con un ejército de 80.000 hombres (18 % de la
población), bien organizado y bien instruido en todo, menos en tiros de fusil.
En tanto que el Imperio del Brasil solo disponía un ejército de 18.000 hombres,
vale decir, apenas el 0,2 % de su población de 10.000.000 de habitantes, en su
mayoría empeñada a cuidar sus extensas fronteras y el resto empleado en la
cuestión del Uruguay; y para peor, no contaba con reservas instruidas ni un
plan de defensa de su inmenso territorio; así que estaba obligado a improvisar
todo para hacer frente al ejército paraguayo.
El
tiempo siempre juega a favor del más poderoso en potencial de guerra, de modo
que Solano López al empezar sus operaciones en la casi desierta provincia de
Mato Grosso, donde desperdició cinco meses de tiempo en un paseo inútil, y
después solicitar permiso al gobierno argentino para cruzar su territorio con
el propósito de invadir Río Grande do Sur, perdió la sorpresa y rapidez que son
principios esenciales para vencer a un enemigo más poderoso antes de empezar a
movilizar su inmenso recurso. De este modo anunció la dirección de su ataque,
olvidando el viejo adagio: es mejor pedir
perdón después, que pedir permiso antes. Esto le permitió al Emperador
reforzar su frontera del río Uruguay y tomar otras medidas preventivas
concernientes a enfrentar la invasión de su territorio.
Para
la invasión de la provincia de Mato Grosso, ubicado al norte de Paraguay,
Solano López empleó dos columnas: una de infantería que fue trasportada por
medios fluviales, siguiendo el curso del río Paraguay; y otra de caballería,
que partió de Concepción y siguió la dirección Bella Vista-Nioac-Miranda-Coxim.
El plan consistía conforme López había comunicado a su aliado el presidente
Aguirre de Uruguay, en amenazar por dos direcciones Cuyavá, capital de Mato
Grosso, para impedir que sea reforzado el ejército en operaciones en el Uruguay
desde Río de Janeiro y San Pablo, y obligar de este modo al ejército brasilero
abandonar ese país para acudir en defensa de la provincia de Mato Grosso. Una
estrategia que Solano López consideró probablemente como genial, mas era
grotesco, porque el centro de gravedad de la pugna por el poder era el Río de
la Plata, donde será dilucidado quien es el señor de la región.
El
general López, para castigar al Brasil, cuyo Emperador tuvo la “osadía” de
rechazar su ofrecimiento de mediación en la cuestión del Uruguay, a más de
hacer caso omiso a su nota del 30 de agosto de 1865, resuelve ocupar militarmente
la provincia de Mato Grosso, cuyo presidente era el general Alexandre Manuel
Albino de Carvalho y el comandante de la fuerza militar, el coronel Carlos
Augusto de Oliveira. Esta provincia brasilera se encontraba casi indefensa, pues apenas contaba con un efectivo de 875 hombres dispersos por
la extensa provincia.
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[1] II Segunda Guerra Mundial (7-Dic-1941), donde la
escuadra de los Estados Unidos del Pacífico fue destruída por los japoneses, lo
que provocó la intervención norteamericana en la guerra.
[2]
“Cartas del ciudadano paraguayo Manuel Pedro de
Peña”, este es primo hermano de Juana Pabla Carrillo, madre de Solano López.
Envió a su sobrino numerosas cartas hasta el 17 de junio de 1865, que fueron
publicadas en un libro de 233 páginas por la Imprenta de la “Soc. Tipográfica
Bonaerense”, Buenos Aires, año ilegible.
[3][3]
Ruy Díaz mío Cid, héroe legendario de España en la época del rey Alfonso.
[4]
Rey persa (484-465 a. J. C.). Reprimió brutalmente las rebeliones en Babilonia
y Egipto. Invadió Grecia con un enorme y fastuoso ejército, pero fue derrotado
an la batalla de Maratón por el general ateniense Arístides.


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