sábado, 29 de septiembre de 2012

PARTE V. PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (O CUALQUIER OTRA)

EL GENERAL EN JEFE
El hombre que conduce en la guerra es el el General en Jefe, y como tal debe ser idóneo, concienzudo, valiente y con visión de futuro. Él cuida la vida de sus tropas, no sólo para las batallas sino además piensa que un joven oficial (o soldado) muerto es para la patria una esperanza tronchada en flor. Sin embargo, "duele decirlo pero hay que decirlo", Solano López despilfarraba la vida de sus hombres en misiones con pocas posibilidades de éxito, porque los medios, invariablemente eran muy inferiores al objetivo que pretendía conquistar. Y es por ese motivo que los paraguayos, a pesar de luchar en cada batalla como nunca, salían derrotados como siempre. Y esto, a pesar de una ley de guerra cuyo mandato es imperativo: "los medios deben estar siempre de acuerdo al objetivo perseguido".

Imagen de la batalla de Tuyutí de Pablo Alborno. Foto extraída de google image
Mandar a la muerte a tropas tan disciplinadas, tan dóciles como estoicas, no puede considerarse valentía, sino temeridad. Porque los rasgos de valor que no buscan objetivos tácticos provechosos con medios adecuados, resultan insensatos; y el conductor que hace eso,  debe ser considerado como irresponsable y calificado de perverso. Ningún General tiene derecho en mandar a sus tropas a atacar fortificaciones enemigas si antes no las hubiera debilitado suficientemente (batalla de Tujutí).

El general alemán Erick von Ludendorff (1865-1937), jefe de estado mayor de Hindenburg en el frente ruso (1914), dirigió la estrategia militar alemana en la I Guerra Mundial, escribió en su libro La guerra total:  "El General en Jefe es el cerebro del ejército, se consagra a esa tarea con todas las fuerzas de su inteligencia y de su corazón. Él deberá ser capaz, en medio de crisis angustiosas, de tomar de un solo golpe, con una serena conciencia de su responsabilidad, resoluciones extremadamente graves, de las cuales dependerá el feliz resultado de la guerra(...), estos exigen del General en Jefe suprema tensión, energía y extraordinaria capacidad de mando".

No es indigno reconocer la imposibilidad de un esfuerzo, porque en las condiciones en que se hallaba el Paraguay después de la expulsión de su valiente ejército, de los territorios de Brasil y la Argentina era, como puede suponerse, muy limitada. Luego de ser desalojado del teatro de operaciones de Humaitá, donde el primer ejército paraguayo fue aniquilado en la batalla de Tujutí, y posteriormente, en la zona de Villeta,  donde el segundo ejército fue destruido en las batallas de Ytororó, Abay, Pikysyry e Itá Yvaté; seguir oponiendo resistencia antes estos lúgubres resultados ya era irracional. Por ejemplo, Alemania, Italia y Japón  en la II Guerra Mundial reconocieron la derrota, firmaron la paz y sus respectivas naciones resurgieron rápidamente. ¿Acaso por ello deben ser consideradas como naciones pocos dignas? De ningún modo, porque la derrota no siempre es por falta de valor de las fuerzas militares, sino por otras causas muy complejas que podrían ser: diplomacia deficiente, aliados poco confiables, economía insuficiente, escasez de hombres aptos para reemplazos, calidad y cantidad de la población, capacidades del conductor y del cuadro de oficiales, etc.

Resulta axiomático afirmar que es mucho mejor para cualquier nación detener la guerra ya perdida, y que es preferible que sólo uno se sacrifique,  antes que proseguir el holocausto. Es decir, siempre será mejor para el país que el Jefe de Estado o el General en Jefe derrotado -como prenda de paz- ofrezca, valiente y patrioticamente, su cabeza al enemigo para salvar lo que aún pudiera ser salvado, antes que proseguir la contienda -tal como lo hizo el mariscal López y por ello se lo venera- y exponer al pueblo a la humillación, permitir la ruina de la nación y como corolario los pocos sobrevivientes terminen deambulando por un territorio devastado. Esto no es defender la patria ni el honor nacional, porque los hombres van a la guerra para defender a los niños, a las mujeres  y los bienes de la familia. Si no se pueden lograr los objetivos propuestos porque el enemigo demuestra ser ampliamente superior en poderío militar, el jefe de Estado tiene la alternativa de la negociación. Recordemos que la guerra es tan solo un árbitro al que se apela después de agotar los otros medios, para saber de qué lado está el "derecho"; dirimida la cuestión por la violencia, proseguir la guerra sin posibilidad de victoria es un inútil desperdicio de vidas y un despilfarro de los bienes de la nación.


Coronel (S.R) Teodoro Ramón Delgado
Sábado, 29 de setiembre de 2012

martes, 25 de septiembre de 2012

PARTE IV. PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (O CUALQUIER OTRA)

ACTITUD DEL GENERAL EN JEFE ANTE LA DERROTA
Para meditar y para que cada uno quite sus propias conclusiones, seguidamente damos algunos ejemplos de la actitud ante la derrota que adoptaron algunos de los más grandes conductores de ejército de todos los tiempos. La historia registra muchos casos donde un general derrotado ofrece su cabeza para detener la guerra y negociar con el enemigo, de modo  a evitar a la nación mayores sacrificios.

1. En la portentosa campaña de Julio César en las Galias (58 a 51 a. J.C), el líder de las naciones galas, Vercingetórix, formó un ejército de 200.000 hombres valientes en grado sumo y se rebeló contra la dominación romana. Después de un año de operaciones militares, César lo derrotó en la decisiva batalla de Alesia. ¿Cuál fue la actitud del derrotado conductor?, la más honorable, la más digna y la más conveniente para sus naciones. El mismo César relata en su obra Comentarios sobre la guerra de las Galias: "Al día siguiente, Vercingetórix convoca un consejo de guerra, declara que se ha embarcado en esa guerra en pos, no de sus intereses, sino de la libertad común y, puesto que hay que ceder a la fortuna, se ofrece a ellos para cualquiera de estas dos cosas: satisfacer con su muerte a los romanos o ser entregado vivo" (a). Los líderes galos eligieron lo segundo, y acompañaron a su líder ante Julio César. Al llegar Vercingetórix, arroja a los pies del vencedor su espada en señal de rendición.

2. Agis, rey de Esparta se sublevó contra la dominación de Macedonia, mientras Alejandro Magno se hallaba en plena conquista del imperio persa. El general Antípatro, jefe de Estado accidental de Macedonia en ausencia de Alejandro, venció a Agis en la batalla de Megalópolis (322 a. J.C). El rey derrotado podía escapar fácilmente; sin embargo, se apeó de su caballo y se puso de rodilla ofreciendo su pecho a las lanzas de los macedonios, ya que no quería ni la clemencia ni la humillante huida ni exponer a su nación a inútiles sacrificios, impropio de un Jefe de Estado y general en jefe de su ejército.  

Darío III en batalla. Foto de google image
3. Darío III, había sido derrotado por Alejandro Magno en la batalla de Arbelas (331 a. J.C), pero el gran rey de Persia, previsoramente, había mandado a guardar su tesoro en un lugar seguro. Darío III en su huida dejó algunas cosas carentes de importancia para él: su madre, su esposa y sus hijos. Darío fue derrotado por segunda vez en otra batalla; entonces remitió a Alejandro un mensaje que decía: "Cuando nos volvamos a encontrar en el campo de batalla no me tomes prisionero, concédeme una muerte honrosa". Pero, él ya tuvo su segunda oportunidad que es un privilegio de pocos; por lo tanto, no tuvo la tercera, pues uno de sus generales y un gobernador (sátrapa) lo asesinó. En cualquier tipo de lucha, la derrota se paga, pero ¿quién paga? Es axiomático y preferible en cualquier Estado detener la guerra ya perdida, y que se sacrifique sólo uno, antes que morir todos inútilmente.

4. En 1801 empezaron las impresionantes campañas militares de Napoleón. En 1810, el imperio napoleónico comprendía casi la mitad de Europa: Holanda, parte de Alemania, parte de Italia, España, Nápoles, etc. Sin embargo, la guerra continuaba en España. En 1812, empieza el eclipse de la gloria de Napoleón con la derrota de una parte de sus fuerzas en la batalla de Arapiles (España), obligándole a emprender una colosal campaña que le devolviera su prestigio: La portentosa campaña de Rusia. Napoleón ocupó Moscú, pero el "general invierno ruso" le obligó a una catastrófica retirada que debilitó sus fuerzas militares. El 19 de octubre de 1813, la cuádruple alianza de Rusia, Austria, Prusia y Suecia derrota a Napoleón en la batalla de Leipzig (Alemania). Los aliados marchan en pos del ejército francés. Napoleón llega a París, reúne a sus generales y les imparte la orden de defensa. Sin embargo, los generales le dijeron NO, porque no había condiciones para oponer resistencia y además no querían exponer a la bella ciudad de París al alcance de la artillería de los aliados. Entonces, en prenda de la paz en Europa, Napoleón ofrece su cabeza al vencedor: el 11 de abril de 1814 abdicó sin condiciones, siendo confinado en la isla italiana de Elba, en el Mediterráneo.

5. En la II Guerra Mundial, Alemania, Italia y Japón reconocieron la derrota, firmaron la paz y sus respectivas naciones resugieron rápidamente. 

Max Weber (1864-1920), sociólogo alemán, en su obra, El político y el científico, (Ediciones Altaya, 1997, Págs. 158 y 159), sentencia en estos términos la actitud que un general en jefe debe adoptar ante la derrota: "Ponerse a buscar después de perder la guerra quienes son los culpables, es cosa propia de viejas. La actitud sobria y viril es la de decir al enemigo, hemos perdido la guerra, la habéis ganado vosotros. Esto ya es cosa resuelta. Hablemos ahora de las consecuencias que hay que sacar de este hecho, respecto de los intereses materiales que estaban en juego y respecto a la responsabilidad hacia el futuro, que es la principal y que incumbe sobre todo al vencedor. Todo lo que no sea esto es indigno y se paga antes o después. Una nación perdona el daño que se hace a sus intereses, pero no el que se hace a su honor", como invadir sus territorios y humillar a sus ciudadanos.

En síntesis, uno puede ser derrotado, pero no debe permitirse una destrucción total de la nación, porque será muy difícil restaurar tal pérdida. El Paraguay terminó la guerra de la Triple Alianza totalmente devastado, y ello cuesta a la nación paraguaya casi un siglo de atraso.


Coronel (S.R) Teodoro Ramón Delgado
Martes,  25 de setiembre de 2012

miércoles, 19 de septiembre de 2012

PARTE III. PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (O CUALQUIER OTRA)

SOBRE LA GUERRA Y LA PAZ
A pesar de haber conquistado una parte importante del territorio y destruidas las fuerzas militares del enemigo, la guerra no puede considerarse como terminada hasta que el gobierno derrotado no haya firmado la paz o hasta que la población haya sido sometida totalmente. Y asimismo es, hasta que se controla totalmente el país, la guerra puede estallar de nuevo en el interior o con la ayuda de un aliado; y de este modo obligar al vencedor a nuevos esfuerzos. No obstante, hay que considerar siempre que con la firma de la paz,  finaliza la guerra. Si el gobierno, a pesar de haber sido vencido, no acepta la derrota, logrará que la lucha se extienda hasta ser totalmente aplastado; esto es hondamente penoso, pero así es la guerra. 


Hay varios motivos que obligan a un gobierno a buscar la paz, tales como: la imposibilidad de seguir oponiendo resistencia seria; para evitar que la nación alcance la bancarrota por el gasto de guerra ya hecho y del que todavía se requiere; por el excesivo precio que hay que pagar por la victoria (guerra de Vietnam), etc.


La guerra no es un hecho o una acción de pasión ciega como la consideró el mariscal López, sino está dominada por el objetivo político (en la guerra del Chaco el objetivo era "expulsar a los bolivianos del Chaco paraguayo"); es decir, lo que el gobierno nacional desea conquistar o proteger. El valor y la importancia del objetivo indican el grado de sacrificios que hay que realizar para obtenerlo; o sea, qué cantidad de vida de compatriotas, bienes del país y el retroceso del progreso nacional, el gobierno del Estado está dispuesto a comprometer para la conquista del objetivo político de la guerra. Consecuentemente, tan pronto como los gastos para mantener las fuerzas militares sean tan grandes que la conquista del objetivo ya no podrá compensar -o ya no justifica el sacrificio de la nación-, ese objetivo debe ser abandonado y lo más razonable será negociar una paz de conveniencia mutua, porque es absurdo pagar cien por algo que solo vale diez.


Todo jefe de Estado tiene la obligación de mirar la postguerra, porque su responsabilidad primaria, fundamental, es recuperar la paz para su pueblo y no permitir que el país alcance el punto de su devastación. Hay que pensar siempre que la guerra es tan solo un árbitro al que se apela después de agotar los otros medios (diplomático, negociación, arbitraje, presión de un tercero, etc.), para saber de qué lado está el "derecho", y nada más. Continuar la guerra sin posibilidad de victoria es una insensatez, una locura, un acto perverso, porque representa un inútil desperdicio de vidas humanas y un vano despilfarro de los bienes de la nación.


Foto extraida de Google image
Se puede conversar con personas de diversos niveles educativos y de varias maneras se llega a una misma inquietante conclusión: la mayoría de nuestros compatriotas, además de tener poco conocimiento de la historia nacional y casi nada sobre la guerra de la Triple Alianza, cree que si la guerra no se puede ganar, lo mismo habría que continuarla para defender el honor nacional -como lo hizo el mariscal López, a quien se lo venera en tal sentido-. Se entiende que orillar hasta la aniquilación a todo un pueblo es demencial, como si la guerra pudiera autorizar al supremo gobierno nacional o al general en jefe de las fuerzas militares, en disponer a su antojo sobre la propiedad de los ciudadanos, vale decir: sus vidas y sus bienes; como si la nación paraguaya precisara escribir una epopeya épica de dolorosos sacrificios para tener una existencia gloriosa de la cual podamos enorgullecernos; como si la nación paraguaya pudiera vivir de la fama bélica, en vez de vivir del trabajo digno en la concordia que sólo puede brindar la paz. 

Coronel (S.R.) Teodoro R. Delgado
Miércoles, 19 de setiembre de 2012

lunes, 17 de septiembre de 2012

PARTE II. PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (O CUALQUIER OTRA)

No cabe duda que todo conductor de ejército necesita estudiar la historia militar para extraer de ella una experiencia previa sobre la guerra, aprendiendo la conexión que la estrategia y las tácticas tienen con la del presente. Por estas razones, César, Napoleón y Federico llegaron a la conclusión de que es absolutamente necesario, que ya al ir a la guerra, el conductor posea una experiencia previa sobre la misma, la que no se puede obtener más que en el estudio razonado de la historia militar.

Es preciso aclarar que el papel de la historia es la de ejercitar la mente y el espíritu del conductor. Pero, no hay que ir a la guerra con ideas preconcebidas porque nada se repite jamás. Por consiguiente, en el teatro de operaciones la historia no llevará al conductor en andadores, pues deberá confiar en su propia inspiración para tomar la decisión más apropiada en los momentos críticos, porque en el campo de batalla la situación cambia cada momento. Consecuentemente, es imposible prever todo. Lo que estamos queriendo señalar es que la historia es algo así como el profesor de cirugía de la Facultad de Medicina, una vez que el estudiante ha recibido su título y completados las pasantía y residencia correspondientes, el nuevo médico ya no le tendrá a su lado al profesor en la sala de cirugía. 

En esta ocasión nos proponemos a comentar las opiniones sobre Historia Militar de algunos de los capitanes más admirados de todos los tiempos:

Foto de Historywiz
Napoleón Bonaparte (1769-1821). General y emperador francés. Considerado como uno de los genios militares de la historia. En 1810, el imperio napoleónico comprendía casi la mitad de Europa.  Se dice que Bonaparte aconsejaba a sus generales hacer la guerra como Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, Gustavo Adolfo y Federico II. Amenudo repetía : "Leed la historia de sus 83 campañas. Volved a leerlas y formaos en su ejemplo. Este es el único camino para llegar a ser un gran general y dominar los secretos del arte de la guerra".





Foto de Corbis
Alfred von Schlieffen (1833-1913). Mariscal y jefe de Estado Mayor del ejército alemán desde 1891 hasta 1906. El plan de campaña aplicado por Alemania en la I Guerra Mundial (1914) llevaba su nombre. En un discurso pronunciado en 1910, con motivo de la conmemoración del centenario de la Academia de Guerra de Berlín, dijo: "Delante de todo el que quiera llegar a ser conductor de ejército, hay un libro que debe estudiar y se titula: HISTORIA DE LA GUERRA".







Foto de 123rf
Federico II  (1712-1786). Llamado el Grande. Rey de Prusia. Llevó a su país a ser el Estado más poderoso de Europa y aseveraba que: "El arte de la guerra exige un permanente estudio si queremos apropiarnos fundamentalmente de él. Lejos estoy de creer que lo he conseguido, y hasta soy de opinión que no basta una vida para lograrlo. De campaña en campaña he ido adquiriendo nuevos conocimientos por nuevas experiencias y sin embargo, hay todavía infinidad de asuntos sobre los cuales el Destino no me ha permitido experimentar. Yo estudio toda clase de historias militares, desde César (a) en las Galias hasta Carlos XII (b) en Poltawa. Estudio con todas mis fuerzas y hago todo lo posible para adquirir los conocimientos que me son necesarios para resolver dignamente las cuestiones correspondientes a mi cargo; en síntesis, trabajo para hacerme mejor y para llenar mi espíritu con todo lo que el pasado y la época actual ofrecen como ejemplos esplendorosos".


Coronel (S.R.) Teodoro R. Delgado
Lunes, 17 de setiembre de 2012






Referencias
a. Cayo Julio César (101-44 a. J.C), general romano, considerado como uno de los grandes conductores. Emprendió la conquista de las Galias que le dio gloria militar y un ejército leal, con el que cruzó el río Rubicón y marchó sobre Roma, desencadenando la guerra civil contra Pompeyo y el Senado romano. Luego de varias campañas victoriosas, instaló a Cleopatra en el trono de Egipto y se convirtió en dictador vitalicio de Roma. 
b. Carlos XII (1682-1718), rey de Suecia. Venció al rey de Dinamarca en Copenague, a los rusos en Narva y al rey Augusto de Polonia. Pero fue derrotado por el zar Pedro el Grande en Poltawa. Cuando atacaba Noruega,  murió conduciendo su ejército.

viernes, 14 de septiembre de 2012

PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

Anunciamos la próxima aparición del libro "La conducción del Ejército paraguayo en la guerra contra la Triple Alianza", -por gentileza de MARBEN EDITORA S.A- en el cual, por primera vez se analiza aquel conflicto con el auxilio del telescopio de las Leyes de la guerra y los principios de la conducción de un Ejército en guerra. 


Foto de MEC Digital
Cada comentario que iremos haciendo, esperamos que sean útiles, especialmente para los diletantes en el arte de la guerra, de modo a entender mejor los relatos de cada batalla y por qué se ejecuta una operación o por qué se mantiene inactiva. También, el motivo que un conductor tiene para mantener una actitud defensiva o decidir pasar a la ofensiva o retirarse a otro lugar por motivo táctico o por economía de fuerzas. Asimismo, el momento oportuno de lanzar un contraataque o emprender la retirada. 

Al final de la narración de cada batalla y cada campaña, tal como aconseja la historia militar, se encontrará un "análisis crítico" donde se señala las experiencias que podían ser extraídas, los principios correctamente aplicados por el vencedor, los que no tuvo en cuenta el conductor derrotado, así como las consecuencias de la victoria y de la derrota; porque cada batalla afecta a la próxima y cada una de ellas es causa de la anterior. También, está incluida cuándo ha llegado el momento en que se debe detener la guerra y buscar la paz.

Sobre la historia y sus fines 
Es importante ponernos de acuerdo sobre lo que es la historia y sus fines. Para empezar, podemos decir que la historia  y la ética no pueden ni deben separarse, y que ella no es panegírico de la nación ni es para dedicar alabanzas a una persona, sino que es madre de las ciencias y como tal imagen de la verdad. Por lo tanto, aumentar o disminuir la figura de un hombre considerado una celebridad no es propio del historiador que tiene el deber de dejar a cada personaje su tamaño natural. La historia es valiosa porque es verdadera y su fin en registrar el pasado es la de ser algo así como un banco en donde la gente -principalmente los líderes políticos y militares- puede recurrir en busca de experiencias y sabios consejos; porque ya lo dice el refrán: "Es mejor conducirse con experiencia ajena porque la propia llega tarde y cuesta cara".

El filósofo norteamericano Jorge Ruiz de Santayana, advierte: "El pueblo que no quiere recordar su pasado tal como es tendrá como castigo el ver como se repite". Y Voltaire, fastidiado de los que mezclaban verdades con falsedades expresó: "La historia nunca necesitó de tantos documentos auténticos como en nuestro día en que se trafican tan insolentemente con la mentira". Ante las afirmaciones de estos dos autores de grandes obras del pensamiento, nos cabe preguntar: ¿Qué le impulsaron a algunos de nuestros historiadores más exaltados a no querer revelar al pueblo paraguayo toda la verdad sobre la "Guerra del 70", prefiriendo mezclar en un revoltijo verdades con mentiras, desfigurando los hechos y sembrando la confusión? El pueblo paraguayo tiene derecho a saber la verdad para que no vuelva a repetirse.

La finalidad del estudio de la historia militar es extraer enseñanzas y experiencias sobre las guerras del pasado para perfeccionarse en el arte de la conducción. Es por esta razón que la historia falseada y las loas heroicas no sirven para extraer experiencias y sacar conclusiones para que sean útiles en un futuro conflicto bélico; consecuentemente, a los militares que quieren ser conductores de Ejército no les vale las alabanzas carentes de objetividad. En fin, no se puede llamar historiador al que confunde valentía con temeridad, heroísmo con suicidio colectivo, y que  intenta convertir derrotas en victorias y la inútil muerte masiva de compatriotas en inobjetable gloria nacional.


Teodoro R. Delgado
Asunción, 14 de setiembre de 2012