EL GENERAL EN JEFE
El hombre que conduce en la guerra es el el General en Jefe, y como tal debe ser idóneo, concienzudo, valiente y con visión de futuro. Él
cuida la vida de sus tropas, no sólo para las batallas sino además piensa
que un joven oficial (o soldado) muerto es para la patria una esperanza
tronchada en flor. Sin embargo, "duele decirlo pero hay que decirlo",
Solano López despilfarraba la vida de sus hombres en misiones con pocas
posibilidades de éxito, porque los medios, invariablemente eran muy
inferiores al objetivo que pretendía conquistar. Y es por ese motivo que
los paraguayos, a pesar de luchar en cada batalla como nunca, salían
derrotados como siempre. Y esto, a pesar de una ley de guerra cuyo
mandato es imperativo: "los medios deben estar siempre de acuerdo al
objetivo perseguido".
Imagen de la batalla de Tuyutí de Pablo Alborno. Foto extraída de google image |
Mandar a la muerte a tropas tan
disciplinadas, tan dóciles como estoicas, no puede considerarse valentía, sino temeridad. Porque los rasgos de valor que no buscan objetivos tácticos provechosos
con medios adecuados, resultan insensatos; y el conductor que hace eso, debe ser considerado como irresponsable y calificado de perverso. Ningún
General tiene derecho en mandar a sus tropas a atacar fortificaciones
enemigas si antes no las hubiera debilitado suficientemente (batalla de
Tujutí).
El general alemán Erick von Ludendorff
(1865-1937), jefe de estado mayor de Hindenburg en el frente ruso
(1914), dirigió la estrategia militar alemana en la I Guerra Mundial,
escribió en su libro La guerra total: "El General en Jefe es
el cerebro del ejército, se consagra a esa tarea con todas las fuerzas
de su inteligencia y
de su corazón. Él deberá ser capaz, en medio de crisis angustiosas, de
tomar de un solo golpe, con una serena conciencia de su responsabilidad,
resoluciones extremadamente graves, de las cuales dependerá el feliz
resultado de la guerra(...), estos exigen del General en Jefe suprema
tensión, energía y extraordinaria capacidad de mando".
No
es indigno reconocer la imposibilidad de un esfuerzo, porque en las
condiciones en que se hallaba el Paraguay después de la expulsión de su valiente ejército, de los territorios de Brasil y la Argentina era, como puede suponerse, muy limitada. Luego de
ser desalojado del teatro de operaciones de Humaitá, donde el primer
ejército paraguayo fue aniquilado en la batalla de Tujutí, y
posteriormente, en la zona de Villeta, donde el segundo ejército fue
destruido en las batallas de Ytororó, Abay, Pikysyry e Itá Yvaté; seguir
oponiendo resistencia antes estos lúgubres resultados ya era
irracional. Por ejemplo, Alemania,
Italia y Japón en la II Guerra Mundial reconocieron la derrota,
firmaron la paz y sus respectivas naciones resurgieron rápidamente.
¿Acaso por ello deben ser consideradas como naciones pocos dignas? De
ningún modo, porque la derrota no siempre es por falta de valor de las
fuerzas militares, sino por otras causas muy complejas que podrían ser:
diplomacia deficiente, aliados poco confiables, economía insuficiente,
escasez de hombres aptos para reemplazos, calidad y cantidad de la
población, capacidades del conductor y del cuadro de oficiales, etc.
Resulta axiomático afirmar que es mucho mejor para cualquier nación detener la
guerra ya perdida, y que es preferible que sólo uno se sacrifique, antes
que proseguir el holocausto. Es decir, siempre será mejor para el país
que el Jefe de Estado o el General en Jefe derrotado -como prenda de
paz- ofrezca, valiente y patrioticamente, su cabeza al enemigo para
salvar lo que
aún pudiera ser salvado, antes que proseguir la contienda -tal como lo
hizo el mariscal López y por ello se lo venera- y exponer al pueblo a la
humillación, permitir la ruina de la nación y como corolario los pocos
sobrevivientes terminen deambulando por un territorio devastado. Esto no
es defender la patria ni el honor nacional, porque los hombres van a la
guerra para defender a los niños, a las mujeres y los bienes de la
familia. Si no se pueden lograr los objetivos propuestos porque el enemigo demuestra ser ampliamente superior en poderío militar, el
jefe de Estado tiene la alternativa de la negociación. Recordemos que la
guerra es tan solo un árbitro al que se apela después de agotar los
otros medios, para saber de qué lado está el "derecho"; dirimida la
cuestión por la violencia, proseguir la guerra sin posibilidad de
victoria es un inútil desperdicio de vidas y un
despilfarro de los bienes de la nación.
Coronel (S.R) Teodoro Ramón Delgado
Sábado, 29 de setiembre de 2012