martes, 25 de septiembre de 2012

PARTE IV. PARA ENTENDER MEJOR LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (O CUALQUIER OTRA)

ACTITUD DEL GENERAL EN JEFE ANTE LA DERROTA

Para meditar y para que cada uno quite sus propias conclusiones, seguidamente damos algunos ejemplos de la actitud ante la derrota que adoptaron algunos de los más grandes conductores de ejército de todos los tiempos. La historia registra muchos casos donde un general derrotado ofrece su cabeza para detener la guerra y negociar con el enemigo, de modo  a evitar a la nación mayores sacrificios.

1. En la portentosa campaña de Julio César en las Galias (58 a 51 a. J.C), el líder de las naciones galas, Vercingetórix, formó un ejército de 200.000 hombres valientes en grado sumo y se rebeló contra la dominación romana. Después de un año de operaciones militares, César lo derrotó en la decisiva batalla de Alesia. ¿Cuál fue la actitud del derrotado conductor?, la más honorable, la más digna y la más conveniente para sus naciones. El mismo César relata en su obra Comentarios sobre la guerra de las Galias: "Al día siguiente, Vercingetórix convoca un consejo de guerra, declara que se ha embarcado en esa guerra en pos, no de sus intereses, sino de la libertad común y, puesto que hay que ceder a la fortuna, se ofrece a ellos para cualquiera de estas dos cosas: satisfacer con su muerte a los romanos o ser entregado vivo" (a). Los líderes galos eligieron lo segundo, y acompañaron a su líder ante Julio César. Al llegar Vercingetórix, arroja a los pies del vencedor su espada en señal de rendición.

2. Agis, rey de Esparta se sublevó contra la dominación de Macedonia, mientras Alejandro Magno se hallaba en plena conquista del imperio persa. El general Antípatro, jefe de Estado accidental de Macedonia en ausencia de Alejandro, venció a Agis en la batalla de Megalópolis (322 a. J.C). El rey derrotado podía escapar fácilmente; sin embargo, se apeó de su caballo y se puso de rodilla ofreciendo su pecho a las lanzas de los macedonios, ya que no quería ni la clemencia ni la humillante huida ni exponer a su nación a inútiles sacrificios, impropio de un Jefe de Estado y general en jefe de su ejército.  

Darío III en batalla. Foto de google image
3. Darío III, había sido derrotado por Alejandro Magno en la batalla de Arbelas (331 a. J.C), pero el gran rey de Persia, previsoramente, había mandado a guardar su tesoro en un lugar seguro. Darío III en su huida dejó algunas cosas carentes de importancia para él: su madre, su esposa y sus hijos. Darío fue derrotado por segunda vez en otra batalla; entonces remitió a Alejandro un mensaje que decía: "Cuando nos volvamos a encontrar en el campo de batalla no me tomes prisionero, concédeme una muerte honrosa". Pero, él ya tuvo su segunda oportunidad que es un privilegio de pocos; por lo tanto, no tuvo la tercera, pues uno de sus generales y un gobernador (sátrapa) lo asesinó. En cualquier tipo de lucha, la derrota se paga, pero ¿quién paga? Es axiomático y preferible en cualquier Estado detener la guerra ya perdida, y que se sacrifique sólo uno, antes que morir todos inútilmente.

4. En 1801 empezaron las impresionantes campañas militares de Napoleón. En 1810, el imperio napoleónico comprendía casi la mitad de Europa: Holanda, parte de Alemania, parte de Italia, España, Nápoles, etc. Sin embargo, la guerra continuaba en España. En 1812, empieza el eclipse de la gloria de Napoleón con la derrota de una parte de sus fuerzas en la batalla de Arapiles (España), obligándole a emprender una colosal campaña que le devolviera su prestigio: La portentosa campaña de Rusia. Napoleón ocupó Moscú, pero el "general invierno ruso" le obligó a una catastrófica retirada que debilitó sus fuerzas militares. El 19 de octubre de 1813, la cuádruple alianza de Rusia, Austria, Prusia y Suecia derrota a Napoleón en la batalla de Leipzig (Alemania). Los aliados marchan en pos del ejército francés. Napoleón llega a París, reúne a sus generales y les imparte la orden de defensa. Sin embargo, los generales le dijeron NO, porque no había condiciones para oponer resistencia y además no querían exponer a la bella ciudad de París al alcance de la artillería de los aliados. Entonces, en prenda de la paz en Europa, Napoleón ofrece su cabeza al vencedor: el 11 de abril de 1814 abdicó sin condiciones, siendo confinado en la isla italiana de Elba, en el Mediterráneo.

5. En la II Guerra Mundial, Alemania, Italia y Japón reconocieron la derrota, firmaron la paz y sus respectivas naciones resugieron rápidamente. 

Max Weber (1864-1920), sociólogo alemán, en su obra, El político y el científico, (Ediciones Altaya, 1997, Págs. 158 y 159), sentencia en estos términos la actitud que un general en jefe debe adoptar ante la derrota: "Ponerse a buscar después de perder la guerra quienes son los culpables, es cosa propia de viejas. La actitud sobria y viril es la de decir al enemigo, hemos perdido la guerra, la habéis ganado vosotros. Esto ya es cosa resuelta. Hablemos ahora de las consecuencias que hay que sacar de este hecho, respecto de los intereses materiales que estaban en juego y respecto a la responsabilidad hacia el futuro, que es la principal y que incumbe sobre todo al vencedor. Todo lo que no sea esto es indigno y se paga antes o después. Una nación perdona el daño que se hace a sus intereses, pero no el que se hace a su honor", como invadir sus territorios y humillar a sus ciudadanos.

En síntesis, uno puede ser derrotado, pero no debe permitirse una destrucción total de la nación, porque será muy difícil restaurar tal pérdida. El Paraguay terminó la guerra de la Triple Alianza totalmente devastado, y ello cuesta a la nación paraguaya casi un siglo de atraso.


Coronel (S.R) Teodoro Ramón Delgado
Martes,  25 de setiembre de 2012

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