LA BATALLA DE PIRIVEVÝI (PIRIBEBUY) (12-Ago-1869)
El 23 de mayo de 1869 el Ejército aliado empieza desde
Luque una marcha con destino a Pirajú distante 45 Km., siguiendo la vía férrea.
Después de dos días alcanza Pirajú donde establece campamento frente a Azcurra,
cuartel general de López distante 10 Km., al norte. Al día siguiente, toma
Cerro León y Paraguarí con sus respectivas guarniciones. El conde d’Eu,
informado que cerca de Sapukai había un campo de concentración donde miles de
mujeres y niños vivían en deplorables condiciones, manda un Regimiento de
Caballería con la misión de socorrer a esa gente. El comandante de unidad
rescató a 6.000 mujeres y niños. Las trajeron a Pirajú y luego por tren fueron
enviadas a Asunción a cargo del Gobierno Provisorio.
A la ciudad de Pirivevýi, a la sazón capital provisoria de la
república y sede de las autoridades nacionales y de la embajada de los Estados
Unidos, fueron trasladados de Luque el archivo nacional, gran cantidad de
alhajas y variados objetos de oro pertenecientes a la iglesia católica. Llevar
allí todas esas cosas es exponerlas a su destrucción o captura por el enemigo.
Probablemente, el Mariscal
pensaba que los aliados no se atreverían atacar Pirivevýi mientras se
encontraba allí la sede de la embajada norteamericana y la residencia del
embajador Gral. Martín Mac Mahon. Y así mismo fue. Pero, los gobiernos de los
países aliados, en una jugada de hábil diplomacia pudieron lograr destituir al embajador a sólo cinco meses de su designación, aunque él permaneció por dos
meses más. Tan es así que, después de un mes del retiro del diplomático
estadounidense ante el gobierno del Mcal. López, las fuerzas aliadas
reiniciaron sus operaciones militares, justamente sobre Pirivevýi.
La ciudad estaba defendida
por endebles fortificaciones, por lo tanto no podían protegerlos bastantes a
los defensores. Caballero estaba decido a ofrecer la más tenaz resistencia;
pero a pesar de haber tenido seis meses de tiempo la fortificación no era una
obra acabada como para resistir los tiros de artillería del enemigo, por tanto,
era vulnerable. Y esto porque ya no se contaba con los asesoramientos de George
Thompson y Wisner de Morgensten, para diseñar y
dirigir la construcción.
Conforme se puede observar en el
croquis, Pirivevýi constituía el flanco
izquierdo de las líneas defensivas del Ejército paraguayo en Cordillera,
y como no estaba apoyado sobre obstáculo (río, estero, bosque intransitable,
etc) quedaba al aire; por consiguiente, estaba expuesto a ser envuelto. Para
peor, estaba aislado de tropas amigas. Pirivevýi podría ser flanqueada por el
lado de Valenzuela, la que la colocaba en una situación desfavorable para la
defensa contra fuerza más poderosa. Consecuentemente, al recibir el Mariscal la
información que la fuerza aliada se dirigía sobre Pirivevýi, sin perder minuto
debió ordenar la retirada a Caacupé de las tropas de Pedro P. Caballero o
reforzarlas suficientemente. Pero no hizo nada, dejando a las tropas y a los
habitantes del pueblo abandonados a su suerte.
En la primera semana de
agosto de 1869, al caer la noche, de Pirajú el Ejército Aliado empieza su
marcha para el combate, con el siguiente dispositivo:
-
Vanguardia, destacamento de 4.000 hombres al
mando del Gral. João Mena Barreto.
-
I Cuerpo de Ejército (7.440 hombres incluida la
vanguardia) bajo el mando del Gral. Manuel L. Osorio.
-
II Cuerpo de Ejército (7.700 hombres incluida
tropas argentinas, uruguayas y la Legión paraguaya) al mando del Gral.
Victorino Monteiro.
-
Reserva. III Cuerpo de Ejército (10.300 hombres)
al mando del Gral. Emilo Mitre. Permanece en Pirajú en condiciones de apoyar
las maniobras tácticas.
-
Guarnición de Asunción y Luque de 2.400 hombres,
continúan en sus lugares respectivos.
-
Tropas argentinas y uruguayas de 900 hombres y
la Legión Paraguaya de 500, bajo el mando del coronel Luis M. Campos son
agragadas al II C.E.
Total para la maniobra
sobre Pirivevýi suman 15.140 hombres para atacar Pirivevýi y 10.300 como
reserva en Pirajú.
Total de hombres del
Ejército Aliado en el Paraguay: 27.840.
El 12 de agosto de 1869, al quebrar el alba, el conde d’Eu remite un ultimátum al jefe paraguayo, para que
retire del reducto a las mujeres, enfermos y niños que allí se encontraban a
fin de no arriesgar sus vidas. Caballero, como si no le importara morir él ni
que murieran las numerosas mujeres y niños, y que con seguridad sufrirían los
efectos colaterales del ataque, menospreciando la amenaza, con vana jactancia
replica en estos términos: decid a
vuestro jefe que las mujeres y niños están aquí seguros, y que él, (se
refería al Conde), mandará en territorio
paraguayo cuando no haya uno que lo defienda[1].
La verdad es que Caballero no sabía si romper el cerco en un punto y escapar
con sus tropas o bien esperar el golpe con resignación. Él obedecía ciegamente
la orden y a la antigua ley del honor militar, sin preguntarse si su lucha, su
muerte y el sacrificio de sus tropas y de las innumerables mujeres y niños que
se hallaban a su cuidado pueden ser de alguna utilidad para la nación o para el
logro de algún objetivo táctico, es más, sus medios no guardaban proporción con
la importancia del sector a defender: el flanco izquierdo del Ejército
paraguayo y Capital Provisoria de la República.
En otra ocasión podíamos considerar hasta honrosa la briosa réplica de
Caballero, pero considerando la situación del frente defensivo paraguayo que se
hallaba sobreextendida peligrosamente; y por consecuencia, era muy difícil con
apenas 12.000 hombres y deficiente apoyo de artillería tratar de impedir su
rotura en algún punto de los más de treinta kilómetros del frente defensivo. La
historia militar ha demostrado que un solo punto débil en la defensa, y la
defensa se deshace, amén de esto las tropas necesitan sentir que su General en
Jefe está cerca y que está observando para intervenir en la batalla con su
reserva. Por consiguiente, a esta altura de las circunstancias el resultado de
la defensa podía saberse por anticipado: otro vano esfuerzo del dócil soldado
paraguayo. Entonces, podemos juzgar la actitud de Caballero como más
jactanciosa que valiente.
Cuando el conde d´Eu recibe la respuesta de Caballero, ordena el
comienzo de la acción. La infantería del Ejército aliado ataca por cuatro
direcciones y por sendos caminos que llegan a Pirivevýi:
DESARROLLO DE LA BATALLA: OMITIDO.
LAS BAJAS. De los 1.600 con que contaba la guarnición
antes del inicio de la batalla, murieron 1.100 y 500 quedaron prisioneros. Los
aliados sufrieron pocas bajas. Las tropas argentinas sufrieron 21 muertos y 97
heridos; vale decir el 13 % de sus efectivos. Tasso Fragoso escribió: Los defensores de Pirivevýi se batieron con
su habitual coraje y echando mano a cualquier cosa para rechazar el ataque.
Y el teniente Evangelista de Castro Dionisio Cerqueira (llegó a ser general y
ministro de Relaciones Exteriores) publicó una obra en la posguerra en la que
sentenció: los paraguayos se defendían
bravamente, pero sus armamentos no les ayudaban.
ANÁLISIS CRÍTICO. Una característica esencial de una
batalla reside en el enfrentamiento de dos fuerzas contrarias. Una de las
fuerzas, estática cual murallón humano, y la otra lleva a cabo una violenta
embestida contra el muro. Una vez roto un sector de la defensa, se destruye la
estructura del conjunto defensivo y la defensa se desorganiza. Los batallones
dejan de ser una unidad para convertirse en muchedumbre de individuos sin
voluntad de seguir luchando, convirtiéndose en fácil presa para los atacantes.
En la antigüedad, este momento era la fase de la matanza, en la que las tropas
vencidas eran degolladas. No se tomaban prisioneros, tal vez, por no contar con
suficiente alimento como para compartir con los prisioneros.
La determinación de Solano López de instalar la Capital de la República
en uno de los extremos de su línea de defensa, además de absurda era perversa.
Pirivevýi no solo era un reducto vulnerable, sino también se encontraba aislada
y fácilmente flanqueables por el este. A más de esto, el Mariscal violó un
principio fundamental de defensa: el apoyo mutuo que debe haber entre las unida
des vecinas. La unidad que ocupa el extremo de una posición defensiva
como Pirivevýi, debe siempre estar, en todo lo posible, apoyada en obstáculo y
cubierto el otro flanco por otra unidad amiga. Por tanto, la caída de Pirivevýi
era previsible. No se necesita de mucha perspicacia para intuir como elemental
medida previsora, la necesidad de trasladar la ciudad Capital a Caacupé, una
localidad ubicada a diez kilómetros a retaguardia del área de defensa avanzada
que contaba con un hospital y personal médico bajo la dirección del Dr. Parodi.
Allí podrían haber estado mejor resguardada no solamente las alhajas y los
objetos de oro de la iglesia y el archivo de la nación, sino principalmente la
casi un millar de mujeres con sus numerosas criaturas, y los centenares de
heridos y enfermos. Como un mandato moral y por respeto a los derechos humanos,
a toda esa gente se debió mantener fuera del alcance del enemigo, y no
exponerla a un riesgo innecesario o usarla como escudo defensivo o con
propósito de entretener al enemigo mientras se prepara la retirada.
Al parecer, Solano López no estaba enterado que el antiguo papel de las
plazas fuertes en la defensa ya había caído en desuso, pues ya no presentaban
un obstáculo confiable para detener un ataque; la nueva situación exigía una
línea continua de fortificaciones que impida la penetración enemiga. Sin contar con recursos humanos y
materiales suficientes, López se preparó para continuar una resistencia
suicida, cuyo resultado no puede ser sino otro inútil despilfarro de la vida de
los compatriotas. Mandó construir la fortificación guarnecidas apenas por 1.600
combatientes desprovistos de valor combativo y para peor, con pésimos
armamentos: sus doce cañones mas bien eran arroja-metales y los soldados eran
meros portadores de un instrumento lanza-balas, pues, apenas sabían oprimir el
gatillo de su fusil. Un buen soldado sabe apuntar, disparar y acertar a dar en el
blanco a trescientos metros de distancia. Amén de todo lo señalado, el soldado de este Tercer Ejército
apenas era bueno como simple mula de carga de municiones y empujadores de
carreta. No tenía idea sobre instrucción táctica individual, porque los buenos
instructores ya habían muerto todo. Este Ejército era improvisado, organizado
de rejuntados; por lo tanto, estos soldados hubieran sido un estorbo en el I
Ejército que fuera aniquilado en Tujutî, y que estaba formado por soldados
eficientes y buenos tiradores y tenían capacidades combativas muy superiores a
los actuales.
Gran cantidad de objetos de mucho valor fueron recogidos por el comando
aliado y después entregados bajo inventario al gobierno provisorio con el
propósito de que sean vendidos y los importes obtenidos sean utilizados para
socorrer a las decenas de miles de familias indigentes que pululaban por todo
el territorio nacional. El conde d’Eu no explotó el éxito obtenido a tan bajo
costo, pudiendo acorralar a Solano López en su cuartel general de Azcurra; sin
embargo, se deja estar dándole tres días de tiempo para organizar su retirada y
atravesar el río Manduvirã.
El 13 de agosto de 1869, Caballero había
salido de Azcurra con su División de 4.400 soldados de los cuales 3.000 niños.
Era responsable de dar protección a la retaguardia del Mariscal y el bagaje del
Ejército, lo que le obligaba a una lenta marcha. A esta altura de las
circunstancias, la misión del Ejército solo era la seguridad personal del
Mariscal. Vale decir, que a partir de ahora ya nadie morirá luchando en defensa
de la nación, sino en el resguardo de la integridad física de Solano López, por
la que la nación va a sacrificar la vida de 15.000 varones más, sin contar los varios
centenares de muertos por enfermedad o por inanición de niños, mujeres y
ancianos. Esta misión permanecerá invariable hasta Cerro Corá, y solo servirá
para aumentar innecesariamente la pérdida de vidas y los sufrimientos; y sin
pretender herir el muy susceptible orgullo nacional, debemos decir que, si
aceptamos la doctrina cristiana y llamamos bueno a todo lo que ayuda a
conservar la vida humana y mala a todo lo que comete atentado contra ella,
cualquier guerra que se prolonga más de lo necesario se puede calificar como
genocidio al responsable. No nos cansaremos de repetir que la guerra tiene su
límite, y si a pesar del esfuerzo está comprobada que la derrota ya es incuestionable,
el Gobierno tiene el deber de mirar la posguerra, porque su responsabilidad
principal es recuperar la paz para el pueblo y no permitir que el país alcance
el punto de su bancarrota.
Al amanecer el día 16 de agosto de 1869, el
día más infausto de la nación paraguaya, el general Caballero apenas consigue
avanzar en una agotadora marcha a campo traviesa 20 Km., en 3 días. Los niños,
en silencio, marchaban penosamentes ese álgido día hacia una bella salida
del sol con el frío viento este cortando como navaja sus tiernas caras, pero
sin alcanzar aún el arroyo Pirivevýi en la llanura de Acosta Ñu, distante 15
Km., al norte de Eusebio Ayala.
Desarrollo de la batalla: omitido.
A las 13.45, se oye el galopar de los
caballos azotando el suelo con las herraduras, y el estruendo de cañones a
retaguardia de los paraguayos; era la Brig Cab., de Hipólito que luego de
transponer el Pirivevýi y bordear el flanco izquierdo de los defensores
anunciaba su presencia en la retaguardia de Caballero. El RC de Hipólito se une
con el destacamento de Cámara (1.500 hombres) del II CE y juntos llevan una
tremenda carga sobre los paraguayos poniendo fin a la resistencia..
Las
bajas paraguayas: muertos 2.000,
prisioneros 2.400. Entre los muertos se hallaban los coroneles Victorino Bernal
y Bernardo Franco; y entre los prisioneros los coroneles Florentín Oviedo y
José María Hermosa, el mayor Julián N. Godoy (ayudante del Mariscal), Emilio
Aceval de 15 años de edad que llegó a ser presidente constitucional de la
República por el período 1898-1902. También quedó prisionero el legendario
héroe, mayor de infantería Eduardo Vera, el que fuera abanderado del Batallón 40 en Tujutî y ayudante de Díaz
en Curupayty, más 16 capitanes y tenientes. Todos los prisioneros fueron
llevados a Asunción y puestos a disposición del Gobierno Provisorio. A más de
estos, se perdieron 23 cañones, 4.000 fusiles con abundantes municiones, todas
las carretas con bueyes cargadas de vituallas y pertrechos. Las pérdidas de del
Ejército aliado: el I C.E, 47 muertos, de los cuales cinco oficiales, y 249
heridos. El II CE (destacamento de Cámara), 15 muertos y 90 heridos. Total
fuera de combate: 401 hombres.
En una batalla casi siempre los defensores
sufren menos bajas porque están protegidos, en tanto que los atacantes suelen
sufrir considerables pérdidas. La enorme diferencia entre las bajas paraguayas
y las de los aliados se puede atribuir a la pobrísima capacidad combativa de
las tropas paraguayas causada por los malos armamentos amén de la carencia de
suficientes piezas de artillería. Es muy difícil sostener una posición sin
apoyo de artillería y con fusiles descalibrados.
El hambre, el cansancio y el frío les sacudían a los niños. Estaban muy fatigado,
escapar era lo único en que podían pensar, ¿pero adónde?. La utilización de
niños como combatientes en una guerra es lo más perverso que puede haber, y
nunca se puede explicar y menos justificar la infame orden de que deben
combatir. Centenares de niños paraguayos ya fueron sacrificados en Humaitá, Villeta
y en Pirivevýi. Nunca falta alguien que se hace pasar por historiador, que toma
como gloria nacional la inútil muerte masiva de niños que es una ofensa al
género humano. Cada 16 de agosto hay que recordar el hecho, no como gloria de
la nación sino como una fecha infausta para reiterar la promesa que jamás
volverá a repetirse de que un gobierno disponga a su antojo de la vida de los
niños; porque desde cualquier punto de vista fue un acto demencial. Mandar a la
muerte a tantos niños no es valentía que es hija de la prudencia, sino crimen
de lesa humanidad. Definitivamente, esto no es modo de defender la patria ni el
honor nacional, porque justamente la nación constituyen los niños, y los
hombres van a la guerra para defender a las mujeres y a los niños.
Cada 16 de agosto, la fecha más desgraciada
de la nación paraguaya, se conmemora como hecho heroico. Pero ¿cómo es posible
que el pueblo paraguayo celebre como gloria de la nación? Sin embargo, las
muertes de aquellos niños eran para la patria una esperanza tronchada en flor,
por lo tanto, más humano sería usar luto por ellos, decir misa y rezar con profundo dolor y con
profunda pena por las almas de aquellos inocentes que en una decisión brutal y
perversa fueron arrojados a una muerte innecesaria e inútil: conquistar gloria
sin provecho para la patria, es inútil sacrificio.
No puede caber duda alguna que el
16-Ago-1869 fue uno de los más aciagos, no solamente de toda la guerra, sino de
la historia del Paraguay y de la Humanidad, por la muerte en vano de miles de
niños. Nunca jamás se debe aceptar la idea de que unos chiquillos sean
reclutados, incorporados a una unidad de combate y menos todavía para ponerlos
frente a un enemigo que avanzaba incontenible. La terrible mortandad de niños
en esta batalla y en las de Pirivevýi y Villeta fue muy perjudicial para el
futuro de la nación; y afirmamos que no sirven de nada esos brutales
sacrificios a que fueron arrojados, salvo saber a gloria a los poetas populares
y fanáticos que sostienen que esos sacrificios se justifican porque habría que
defender el “honor nacional”: Supongamos
que así sea. Nos quedaremos con el honor, pero sin músculos para empujar el
arado y hacer florecer las espigas. Ahora mismo, la Patria ya no es sino un
vasto cementerio, con una inmensa cruz de sacrificio inútil. Y en el fondo,
¿qué es el honor? Un concepto. Una idea. Y los conceptos y las ideas están
expuestos a lamentables equivocaciones[1]
Cada 16 de agosto, de modo inaudito los
paraguayos exaltan pomposamente como un hecho heroico esta crueldad sin
precedente, en vez de derramar lágrimas por el infausto suceso. El día 16 de
agosto, es declarado el Día de los Niños que más bien ha sido el día de la
infancia muerta. Más de dos mil niños murieron ese día y más de 30.000 niños
menores de diez años murieron de hambre durante la “maldita guerra”. No podemos
entender cómo este hecho despierta la exaltación patriótica de muchos
paraguayos, porque en nosotros sólo despierta la furia ante tanta
irresponsabilidad que nos impide callar.
El escritor español, Emilio Romero, en su
obra “La paz empieza nunca”, basada en la guerra civil española
(1936-1939) encabezada por los generales Francisco Franco, Sanjurjo y Mola, cuenta
un horripilante suceso que muestra la paradójica actitud entre Solano López y
aquel noble y amoroso padre de familia de una región cercano al Polo Norte. Un día,
el mencionado padre iba atravesando un desierto con su esposa y cinco hijos
menores en un trineo: el malaventurado
viajero fue acometido por una manada de hambrientos lobos, que cada vez
aturdían más con sus aullidos, y le estrechaban más de cerca, hasta abalanzarse
sobre los caballos que tiraban del trineo; en tan desesperada situación tuvo
una idea terrible: cogió a uno de sus hijos, el menor, y lo arrojó en medio de
los lobos, y mientras estos, furiosos, excitados, se disputaban la presa, él prosiguió
velozmente su camino y pudo llegar a donde le dieron amparo y refugio[2].
Esta decisión extremadamente brutal, pero ante la amenaza de ser destruida toda
la familia, optó por el mal menor: sacrificar a uno para salvar al resto. ¿Era
necesario que todos los paraguayos murieran para defender, no la Patria, sino a
Solano López? ¿Tantos paraguayos inmolados inútilmente aportan algo para la
nación? Tal vez gloria, pero ¿qué gloria? ¡Por Dios!, hay algo en esto que se
sale de lo natural, si algún sociólogo o psicoanalista puede explicarnos;
porque los hombres van a la guerra para defender la nación; vale decir, a los
niños y no mandarlos matar, para proteger a las mujeres y no ponerlas al
alcance del enemigo como sucedió en Avay y en Pirivevýi; además de los bienes
de la familia y del país. ¿No era preferible acaso tirar a uno solo a los
lobos, antes que la nación paraguaya sea arrojada a un incendio voraz y
siniestro? Porque siempre será mejor que muera uno antes que morir todos. ¿O
acaso la nación paraguaya, para tener una existencia digna de la cual podemos
sentirnos orgullosos, precisa escribir una epopeya épica de doloroso
sacrificio?
12-Set-1866. LA ENTREVISTA DE
JATAITY KORA
SITUACIÓN GENERAL. La guerra con el Brasil empezó con la invasión
paraguaya a la provincia brasilera de Mato Grosso. Después, por negarse el
gobierno argentino a autorizar el tránsito por Corrientes del ejército
paraguayo a fin de invadir la provincia brasilera de Río Grande del Sur,
también el Paraguay le declaró la guerra a la Argentina. Entonces, el señor
Mcal. López mandó una columna de 12.500 hombres a invadir Río Grande del Sur y
llegó hasta Uruguayana donde fue totalmente destruida. Y con otra columna de
25.000 hombres que luego se elevó a 30.000 mandó invadir Corrientes y llegó
hasta Goya. Ambas columnas el considerado héroe máximo condujo desde Asunción,
aunque después se trasladó a Humaitá, aún bastante alejado del frente de
batalla. Luego de ser barridas las tropas paraguayas de los territorios del
Brasil y la Argentina, los aliados prepararon la consiguiente represalia:
invadir el territorio del agresor, el Paraguay. Después de desembarcar el
ejército aliado, sin recibir un solo tiro, en territorio paraguayo, más las
derrotas en las batallas de Estero Bellaco, Jataíty Korá (Yataity Corá), Punta
Ñarõ, Punta Karapã, Kuruzu (Curuzú) y la aniquilación del resto de nuestro
primer ejército en Tujutî, el Mcal López solicitó una entrevista con el comandante
en jefe del ejército aliado, general Bartolomé Mitre.
LA ENTREVISTA. El 11 de septiembre de 1866, el
mariscal López dirige una nota a Mitre. Era portador el coronel Francisco
Martínez. La escueta nota decía: “Invitar a Vuestra Excelencia a una entrevista
personal entre nuestras líneas, el día y hora que vuestra Excelencia señale”.
Sin duda, Solano López quería rectificar el rumbo de su aventura militar, pero
sin ser herido en el orgullo y la dignidad, no de la patria, sino de él. Mitre
contesta inmediatamente, aceptando la invitación e incluyendo algunas
especificaciones como la hora y lugar de la entrevista y la cantidad de
escoltas a llevar. Solano López las acepta todas.
De una manera general Mitre deseaba llegar vivamente
a una entente, porque el pueblo argentino lo quería y él mismo tenía necesidad
de consolidar su gobierno para obtener el objetivo fundamental: la unidad de la
nación argentina. Flores probablemente, también tenía la misma idea.
Consecuentemente, precisaba nada más que un pretexto para retirarse de la
guerra, y esto era la renuncia del mariscal López como forma de lavar la
afrenta que causó a la Nación Argentina por la invasión de su territorio.
Confiaba mucho en el buen resultado de la entrevista, porque un armisticio
siempre será más conveniente para Solano López, pues él tiene como cualquier
otro Jefe de Estado la obligación de mirar la posguerra, la responsabilidad
primaria de recuperar la paz y no permitir que el país alcance el punto de su
bancarrota. Por tanto, un
armisticio, sean cuales fueren las condiciones, siempre será más provechoso
para Solano López porque las cosas cada día le iba de mal en peor.
El Mariscal se presenta uniformado de gran gala,
bastante cursi para la ocasión, sobre el uniforme se puso su poncho con flecos
de oro. Se hace acompañar por sus hermanos Venancio y Benigno, y de su cuñado
el general Vicente Barrios. También incluye su séquito 50 oficiales, entre
ellos el mayor Juan Crisóstomo Centurión. Como escolta lleva 24 soldados; y
amén de eso manda colocar un Batallón de Infantería cerca del lugar de la
entrevista. Sin embargo, el general Mitre, vestido con el sobrio uniforme de
campaña, acude a la cita tal como fue acordado, con dos ayudantes y un escolta
de 20 hombres.
Terminados los saludos protocolares, el Mariscal
presenta a Mitre a sus dos hermanos y a su cuñado el general Barrios. Mitre le
presenta al presidente uruguayo general Venancio Flores. Pero Solano López en
actitud poco diplomática comienza a agredir verbalmente a Flores entre otras
cosas, acusándole de ser el culpable de la guerra. Solano López fue a negociar
la paz y de entrada ya insulta a uno de los tres representantes de los países
coaligados contra él. La desenfrenada hostilidad del mariscal paraguayo contra
uno de los tres aliados fue inoportuna. Entonces, Flores se retira; no
obstante, para la despedida se acerca cortésmente, Solano López ya calmado le
propone intercambiar cualquier cosa. El general Venancio Flores le devuelve la
“gentileza” y le responde: -No quiero cambiar nada con el señor Mariscal, -¿Ni
un cigarro?, le pregunta López, y Flores le replica, -Fumo los míos[1]. El avergonzarse es la cima más alta al
que el cristiano puede alcanzar, “quien se humilla será exaltado”, pero
Solano López, cuya altanería no tiene límites, insultó innecesariamente a
Flores que bien podría haber contribuido en la búsqueda, no solo de una paz
honorable para el Paraguay, sino también beneficiosa para el mismo López.
La conferencia había durado cinco horas. Se labró un
acta en la que se estableció la relación de lo tratado, entre otra cosa, que
Solano López había invitado a Mitre a tomar en consideración, si la sangre derramada ya no era bastante para
lavar los mutuos agravios, y que Mitre se había limitado a contestar que
pondría el asunto a conocimiento de los gobiernos aliados (entre ellos el de
Uruguay), que eran los únicos competentes para resolver la cuestión. El
mariscal paraguayo no podía entender que en una República o Monarquía
Constitucional existía equilibrio de poderes, y que el General en Jefe tiene
poder restringido, por tanto, Mitre no podría hacer como él lo que le gusta o
lo que se le antoja.
Cuando Solano López se jactaba de sus sentimientos
pacíficos, Mitre le contestaba, que él no podía tomar determinaciones que no
estuviere de acuerdo con el tratado de la Triple Alianza, y preguntó a Solano
López si bajo estas bases podría terminar la guerra. López le respondió que
cualquier cosa podría ser discutida, pero es inaceptable para él renunciar al
gobierno y abandonar el Paraguay. La firme creencia de los aliados era, para
cambiar la situación política en la región necesitaban sacarle a Solano López,
porque con él, lograr que predomine el pacifismo en el Río de la Plata era
imposible.
*Whigham escribió: “Las acciones paraguayas en Mato
Grosso y Río Grande do Sul jamás podían justificarse bajo el derecho
internacional, y, consecuentemente, cualquier paso hacia una paz duradera
tendría que incluir el fin del criminal liderazgo del mariscal[2].
Después señala: En el momento en que el Mariscal rechazó las inalterables
condiciones de Mitre, pronunció la sentencia de muerte de una generación de sus
compatriotas”[3].
El Mariscal se retiró insatisfecho de la
Conferencia. Sin embargo, vertió conceptos elogiosos sobre Mitre y deploró no
haber tratado personalmente con él antes de la guerra. Esto demuestra que
Solano López quería verdaderamente hacer grandes cosas por su país, pero eligió
el camino equivocado y el aliado menos conveniente, el partido blanco uruguayo
y los federalistas argentinos. Ya no abrigaba esperanza de ganar la guerra,
pero los aliados no querían concluir ninguna paz con él. Desde el fracaso de
sus campañas ofensivas, estaba seguro de su derrota; sin embargo, cuanto más
desastres se acumulaban sobre él, más se aferraba a sus ya escasas posibilidades
y trataba de persuadir a su ejército, a su pueblo y a sí mismo, de que la
victoria sería suya.
Pero, si fuera capaz de levantarse a la dignidad de
patriota puro y desinteresado, tenía el deber de sacrificarse y poner de lado
sus resentimientos y tragar su orgullo altanero para dedicar su gran poder y su
inmensa astucia a la tarea de poner fin a la guerra, cuyas consecuencias
empezaban a sumir al país en una total miseria. Ya tarde el mariscal López
terminará viendo el derrumbe de su falso razonamiento, pero desgraciadamente
sobre los escombros de la nación paraguaya.
Posteriormente, cuando los representantes de los
Estados Unidos e Inglaterra, en diferentes ocasiones ofrecieron sus buenos
oficios para poner fin a la desgarradora guerra, la única condición que los
gobiernos aliados exigían era la renuncia de Solano López a la presidencia de
la República. Pero, el testarudo mariscal paraguayo, adherido al poder como la
hiedra a las paredes, se mantuvo inalterable en su posición de no dejar el gobierno
ni aun para impedir la hecatombe de la nación paraguaya.
Si el Mcal. López aceptaba la voluntad del vencedor,
el Paraguay podría haber salvado por lo menos 150. 000 vidas de nuestros
compatriotas.
López pensaba ofrecer algunas satisfacciones y
garantías a los aliados y que cada uno se retirara a sus respectivos países
como si aquí no ha pasado nada. Cuando el Mariscal regresó a Paso Pukú era un
hombre destrozado. Sabía cuál será el fin de su Ejército y de él mismo. Por
primera vez exterioriza un derrumbe moral. Penetra en su residencia, toma el
aguamanil de bronce macizo y vierte el agua en la jofaina; luego se seca las
manos y el rostro con una toalla, y se dirige al obispo Palacios: “no hay paz,
la guerra será de exterminio”. Fue
consolado por madame Lynch y por su amigo entrañable, el obispo. Pero, ¿cómo
podría ocurrírsele que podría invadir territorios de poderosos países vecinos
con acciones muy dignas de un Gengis Kan o de un Atila, y salir después impune?
Como un empedernido jugador, Solano López apostó la nación entera, perdió, pero
él se niega a pagar; prefirió llevar a la nación a un dramático holocausto
antes que reconocer su error y rectificarse.
Finalmente veamos un ejemplo. Después del su
desastrosa invasión de Rusia y perseguido por los aliados Napoleón llega a
Francia. Ell 4 de abril de 1814, reúne a sus mariscales y generales, y les manifiesta: ¿qué hacer?...”Amo demasiado a Francia. Solo he ambicionado su gloria.
No provocaré su desgracia. No quiero que este bello país quede devastado por mi
culpa. ¿Desean que abdique?. ¡Bien! ¡Abdicaré! Ante el silencio elocuente
de sus colaboradores, Napoleón se puso a escribir: “Dado que las potencias han
afirmado que el Emperador Napoléon es el único obstáculo que se opone al
restablecimiento de la paz en Europa, el Emperador Napoleón, fiel a su
juramento, afirma que está dispuesto a renunciar, para él y para sus hijos, a
los tronos de Francia y de Italia y que no hay ningún sacrificio, incluso el de
su vida, que no esté dispuesto a hacer por el bien de Francia”[4].
[1] André Castelot, “Napoleón Bonaparte”, editorial El
Ateneo. 1ª. Edición, Buenos Aires, 2004.
SEMANA DEL “DÍA DE LOS HÉRORES”. CONSIDERACIONES SOBRE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
INTRODUCCIÓN. Como ya es una tradición en nuestro
país celebrar el “Día de los Hérores” cada 1° de marzo, aunque en este día sólo
se exalta la figura del Mcal. López y con frecuencia nos olvidamos de los
egregios y numerosos héroes con que cuenta el Paraguay, tierra de valientes,
como en verdad los fueron Estigarribia, José Díaz, Bernardino Caballero, José
Elizardo Aquino, Rafael Franco, Carlos A. Fernández, Nicolás Delgado, Eugenio
A. Garay y muchos otros más, hemos resuelto compartir con los amigos de
Facebook. Com, algunas consideraciones que puede ser interesante para aquellos
que no tienen suficiente conocimiento para entender correctamente el fenómeno
guerra, de modo a apreciar mejor los acontecimientos ocurridos para tener una
opinión válida.
Por ejemplo, para escribir la historia de la Guerra
de la Triple Alianza (GTA), a la cual nos referiremos porque sobre ella aún
existe bastante controversia, porque fue una campaña durante la cual la nación
paraguaya, como nunca hubo otra en América del Sur, sufrió un dramático e
inútil holocausto, impone consultar un buen número de documentos que existen
publicados, y que sirven para el esclarecimiento y prueba de los hechos ocurridos;
entre esos documentos, preferentemente, se deben incluir las notas e
informaciones suministradas por aquellos que presenciaron los acontecimientos y
aquellos que tuvieron parte en ellas como Juan Crisóstomo Centurión, Jorge Thompson,
Silvestre Aveiro, Francisco Isidoro Resquín, etc., son materiales imprescindibles,
aunque insuficientes, que sirven para escribir una obra sobre aquella denodada
lucha.
Para apreciar con justicia los sucesos penosos
y molestos que pasaron las mujeres paraguayas con sus pequeños hijos, son necesarios
leer las obras de Guido Rodrigo Alcalá, “Residentas, Traidoras y Destinadas”;
asi como la de Héctor Decoud, “La masacre de Concepción”, donde son descriptos
hechos horripilantes que debemos conocer para no volver a repetir nunca más, y
no esconderlos. Esos hechos no se deben separar de la historia de la GTA porque
las complementan, y si se omiten, no será sino una tendenciosa historia de aquella
guerra.
Sobre cada parte de la historia de la GTA, los
historiadores hacen su juicio crítico a la vista de lo que aconteció. Aunque
esto no remedia los males que la guerra produjo, no debemos dejar de escribir
la verdad para que el pueblo paraguayo tenga una opinión exenta de vicio sobre
aquella innecesaria guerra que tanta desgracia trajo a nuestra nación y de
cuyas consecuencias hasta ahora sufrimos. Nunca hubo la ocasión propicia como
ahora para decir al pueblo paraguayo la verdad como en este momento en que
vivimos en democracia, porque sólo en democracia se puede decir francamente al pueblo paraguayo lo que tiene derecho a saber,
y tiene derecho porque es el pueblo que da sus hijos para la guerra, y es el
pueblo que sustenta económicamente a las fuerzas militares tanto en la paz como
en la guerra.
Los temas relacionados con la GTA que hemos de
desarrollar en los días sucesivos desde un punto de vista, según nuestro
parecer aún no explorado, pero con la objetividad necesaria para comprender lo que
sucedió en el terrible quinquenio de 1864-1865. Los artículos que hoy empezamos
a publicar de modo incompleto, reconocemos que será defectuoso e insuficiente
para llenar los deseos de los lectores, si es así, al menos podrá servir para
distinguir con toda claridad la valentía que es hija de la prudencia de la
temeridad, que es hija de la insensatez; y el heroísmo de la inútil muerte
masiva que sólo a los ciudadanos de exaltado patriotismo sabe a gloria
inobjetable de la nación, a pesar del proverbio que dice, “conquistar gloria
sin provecho para la patria es vano sacrificio”; y esto acontece cuando se
desconoce el objetivo de la guerra y el límite razonable para ponerle fin.
Algunos de nuestro historiadores piensan que no
es bueno herir el orgullo nacional o menguar la autoestima del paraguayo
narrando hechos adverso y sucesos infaustos de aquella guerra aun siendo
verdaderos. Sobre este punto, el filósofo norteamericano, Ruiz de Santayana
advierte, repito advierte, “la nación que no quiere recordar algún pasado
desgraciado tal como ocurrió, tendrá como castigo el ver como se repite”. Y el
gran pensador francés conocido por Voltaire, fastidiado de los historiadores
que mezclaban verdades con falsedades, exclamó: “la historia nunca necesitó de
tantas pruebas auténticas como en nuestra época en que se trafican tan
insolentemente con la mentira”.
Para terminar esta ya larga introducción, queremos
manifestar que nos sentiremos dichosos de no haber malogrado el tiempo si nuestros
comentarios llegan a inspirar, por lo menos, nobles sentimientos.
Viernes, 24-Feb-2017.
SEMANA
DEL “DÍA DE LOS HÉROES”, CAPÍTULO I. LAS FF. AA DE LA NACIÓN. Encarando la cuestión bajo el
punto de vista general, y en cuanto al deber que tiene EL Gobierno nacional de
mantener una FF. AA suficiente para garantizar al Estado sus derechos y hacer respetar
su honra y soberanía; comparto con los amigos la opinión de un
distinguido político francés, el Sr. Schutzenberger, quien hace más de un siglo
escribió:
“Un
gobierno que no dispone de una fuerza militar disciplinada, eficiente y
suficiente para garantizar en el exterior y en el interior la inviolabilidad y
el respeto de los derechos de soberanía de que es depositario, es impotente y
no puede llenar ninguno de los deberes que le son impuestos por la delegación
de los derechos de soberanía. La existencia del Estado, las condiciones de la
paz pública, del orden, de la libertad y del progreso, dependen de la creación
de una fuerza armada capaz para defender contra el extranjero la independencia,
los derechos, los intereses, la honra y la dignidad del Estado; para mantener
en el interior los derechos legítimos de los poderes”.
“Un
Estado que, por su flaqueza, se halla a merced de extranjero, no tiene más que
una existencia precaria. El poder social paralizado por las resistencias que no
puede vencer, cesa de ser el representante de la unidad personal del Estado. El
debilitamiento del poder es señal que precede a las decadencia, desorganización
y agonía de los cuerpos políticos; las atribuciones que, en su interés, la
sociedad delega a los poderes públicos, se tornan ilusorias si ellos no pueden
disponer de una fuerza armada suficiente para tornar ejecutables sus
resoluciones constitucionales y decisiones legales”
“Los
gobiernos que se descuidan de preparar sus medios de defensa y de represión a
nivel de los peligros exteriores o interiores que los puedan amenazar, hacen
perecer al Estado. Una nación que pierde sus virtudes militares, queda a merced
de sus enemigos.
“La
FF. AA es el último refugio del patriotismo y de la honra nacional. La
seguridad del futuro, la paz en el exterior y en el interior, la soberanía del
derecho, todas las condiciones de la vida social se tornan inseguro y frágil, y
quedan amenazadas desde el exterior si no posee la fuerza militar y las cualidades morales necesarias para la
defensa de los intereses vitales de la nación.
“Una
FF. AA valiente es la escuela de las virtudes cívicas y de los grandes
caracteres: una FF.AA con devoción al culto de sus deberes está animada del
noble sentimiento del honor, de la gloria y de amor a la patria, y es cuerpo de
escuela de la nación. La FF. AA, guardián fiel de la libertad y del derecho,
siempre pronto para cumplir la orden de su comandante en jefe para defender los
intereses vitales de la nación y los derechos del Estado, es la personificación
del principio de orden y de autoridad”.
Pienso,
estimados amigos de F:B, que las observaciones del ilustre político francés que
acaban de leer, nada deja que desear, y que sus pensamientos, nadie de buena fe
podrá sostener que la fuerza armada no sea una necesidad pública de primer
orden; tanto más indispensable cuando ella no existe o está muy debilitada, la
independencia, integridad territorial, soberanía nacional, el honor del país y
la libertad de los ciudadanos no podrá hallarse completamente garantizadas. Ya
lo dijo el físico norteamericano Julius Robert Oppenheimer (1904-1967), quien desempeñó
un papel importante en las investigaciones nucleares: “Un país que no dispone
de fuerza para su defensa, no tiene derecho a la existencia”.
Las
expresiones del distinguido francés son razones bien convincentes para persuadir
al gobierno nacional y a los políticos, que en todo tiempo existe la necesidad
de contar una fuerza militar, no de oropel, sino que sea suficiente para
cumplir con su misión constitucional.
CAPÍTULO II. ¿QUÉS ES LA
GUERRA, PORQUÉ SE LUCHA, CUÁNDO DEBE TERMINAR?. La guerra no es ni debe ser una
pasión ciega, sino que está dominado por el objetivo político. Este consiste en
la misión que el Jefe de Estado da al general en jefe. Por ejemplo, el objetivo
político que el Dr. Eusebio Ayala dio a Estigarribia era: “Expulsar a los
bolivianos del Chaco paraguayo”; la misión que recibió Eisenhower en la II G.
M., fue, “Penetrar en el corazón de Europa y destruir las FF. AA de Alemania”;
el objetivo político que el Mcal. López se dio a sí mismo, “Expulsar al
ejército brasilero del Uruguay, reponer al partido blanco en el Gobierno y ser
reconocido como el árbitro de la región”.
El valor y la importancia del objetivo
determinan las medidas de los sacrificios en cuanto a vidas humanas y medios
económicos que el Gobierno está dispuesto a sacrificar para conquistar el
objetivo. Sin embargo, tan pronto como los gastos para mantener el poderío de
las fuerzas militares sean tan grande que ni la conquista del objetivo ya podrá
resarcir los esfuerzos hechos o ya no justifica el sacrificio de la nación, ese
objetivo político debe ser cambiado, y el resultado lógico será negociar la paz.
La guerra es tan solo algo así como un árbitro
o un juez supremo al que se apela después de agotar los medios pacíficos, para
saber quien tiene derecho o la razón. Dilucidada la cuestión en una batalla
decisiva de donde sale un vencedor y un vencido, proseguir la guerra sin
posibilidad de triunfo es desperdiciar la vida de los compatriotas y un
despilfarro de los bienes del país. La batalla decisiva en la guerra de
Paraguay contra la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay) fue la batalla
naval de Riachuelo, cuya derrota dejó al Paraguay completamente aislado del
mundo exterior, e inmediatamente seguida por el fracaso de las campañas
ofensivas de Uruguayana y Corrientes. Si después de estos muy graves reveses el
Mcal. López ponía fin a la guerra que él empezó, hoy la República del Paraguay
hubiera contado con cerca de 35.000.000 de habitantes, conforme la teoría del
filósofo y economista británico Robert Malthus en su obra “Primer ensayo sobre
la población”, que probó científicamente que la población, si no encuentra
obstáculo (guerra, peste, miseria, etc), crece 3% anual, o sea, se duplica cada
25 años. Otro británico afirma que, “La decadencia de la población es el mayor
mal que puede sufrir un Estado, y su incremento, el objetivo al que deben
dirigirse todos los países con preferencia a otra finalidad política”. Conforme
a la que acabamos de comentar, también podemos agregar que una de las mayores
desgracias que dejó la GTA fue las decenas de miles de jóvenes mujeres que
alcanzaron la ancianidad sola, sin conocer la compañía de un varón. Sin la GTA,
hoy nuestro país hubiera sido una de las potencias sudamericanas.
Muchos compatriotas, por algún motivo, están
aún convencidos, como si la guerra que no se puede ganar o ya es incuestionable la derrota, lo mismo habría que continuar para defender el
“HONOR NACIONAL”, y sólo terminar tal como lo hizo el Mcal. López, con la
aniquilación del pueblo. Como si la guerra pudiera autorizar al general en jefe
derrotado, en disponer a su antojo de la vida y de los bienes de los ciudadanos;
como si nuestra nación, para ser conocida en el mundo como digna y valiente,
precisara escribir una epopeya épica de doloroso y supremo sacrificio; como si
el Paraguay pudiera vivir de gloria épica en vez de vivir del trabajo. Todos los
habitantes de la patria paraguaya tenemos un mismo deber, contribuir para colocar
la paz, la justicia y la prosperidad de la nación por encima de todos.
¿Cuándo
debe terminar la guerra? El escritor español, Emilio Romero, en su obra “La
paz comienza nunca”, transcribe un conmovedor suceso: “Siendo yo niño leí el relato horripilante de un suceso ocurrido
en uno de estos países cercanos al Polo Norte, a un hombre que viajaba en
trineo con cinco hijos suyos. El malaventurado viajero fue acometido por una
manada de hambrientos lobos, que cada vez le aturdían más con sus audillos, y
le estrechaban más de cerca, hasta abalanzarse sobre los caballos que tiraban
del trineo; en tan desesperada situación tuvo una idea terrible: cogió a uno de
sus hijos, el menor, y lo arrojó en medio de los lobos, y mientras estos,
furiosos, excitados, se disputaban la presa, él prosiguió velozmente su camino
y pudo llegar adonde le dieron amparo y refugio”.
Tal como fue obligado a hacer algo inevitable aquel
padre salvaje y amantísimo, al sacrificar a uno de sus hijos para salvar al
resto de su familia, el Sr. Mcal. López debió hacer lo mismo al perder la
batalla decisiva de Riachuelo, y más aún al fracasar sus campañas ofensivas de
Uruguayana y Corrientes: ofrecer valiente y patrióticamente su cabeza al
enemigo para salvar lo que aún pudiera ser salvado de la nación paraguaya. Un presidente
de la República y general en jefe patriota de verdad tiene la obligación de
negociar la paz una vez perdida la batalla decisiva; porque perdida esta, ya es
poco posible que la FF AA pueda recuperar su poderió militar para seguir
luchando con posibilidades de victoria. La guerra se hace para ganar, sino se
recurre a la diplomacia.
En la II Guerra Mundial, Alemania, Italia y
Japón reconocieron la derrota, firmaron la paz, y sus respectivos pueblos se
recuperaron rápidamente. ¿Acaso por no luchar, como el Mcal. López, hasta la
aniquilación de sus pueblos, podemos considerarlos como países pocos dignos. ¡Por
supuesto que no!. Porque la derrota en una guerra no siempre es por falta de
valentía del pueblo ni de las fuerzas militares, sino por otras causas varias,
entre las cuales la principal es el dinero, “sin dinero no se puede ganar
guerra” decía Napoleón.
Entonces, es axiomático que siempre será preferible
a cualquier Gobierno detener la guerra que ya está perdida, porque será mejor
que muera uno en vez de morir todo. Si es necesario, el general en jefe derrotado
debe sacrificar su libertad o su vida para recuperar la paz para su pueblo;
porque proseguir la contienda ante la ruina de nuestra nación es hacer lo que
hizo el Mcal. López y por ello muchos paraguayos, pienso equivocadamente, lo
veneran: exponer al pueblo a la humillación, permitir la ruina de la nación, y
como corolario, los pocos sobrevivientes terminen deambulando por un territorio
devastado, sin hogar y sin familia.
Los hombres van a la guerra para defender la
nación; vale decir, defender los bienes de los ciudadanos y del país, proteger
a los niños que constituyen el futuro de la nación y no mandarlos matar como en
las batallas de Abay, Pirivevýi y Acosta Ñú; resguardar a las mujeres y no
usarlas como bestias de carga y menos ponerlas en el camino de la soldadesca
enemiga como pasó en las batallas de YtorÕrÕ, Avay y Pirivevýi. Si las
fuerzas militares no pueden cumplir la misión, el Gobierno tiene la alternativa
de la negociación, por tanto, debe dar paso a la diplomacia porque sólo los
lunáticos se disponen deliberadamente a la autodestrucción.
Conseguir un
armisticio para negociar una capitulación siempre conviene al vencedor y más
aún al vencido, porque todos los Gobiernos tienen la obligación de mirar la
posguerra, recuperar la paz para su pueblo, y jamás debe permitir, A NOMBRE DEL
HONOR, que el país alcance el punto de su bancarrota. Algunos factores que impulsan a los gobiernos a
buscar la paz:
1)
La
imposibilidad de seguir oponiendo resistencia seria (Paraguay en la GTA);
2)
El enorme
gasto ya hecho y del que todavía se requiere (EE UU en Viet Nam);
3)
El precio
excesivo que hay que pagar por la victoria (EE UU en Vietnam);
4)
Cuando
ambos ejércitos están equilibrados, y no hay manera de que uno de ellos se
imponga al otro; por tanto, proseguir la guerra sólo debilitará a ambos;
5)
Impedir
que el país alcance el punto de su ruina total;
6)
Parar las innecesarias muertes de los
compatriotas.
(Mañana sábado, “Las
causas de la guerra).
Sábado25-Feb-2017.
Sábado25-Feb-2017.
SEMANA DEL “DÍA DE LOS HÉROES”. CAPÍTULO III. LAS CAUSAS DE LA GUERRA. Si se vierte cerveza en una
copa, un conjunto de burbujas se forman en la superficie. No sabemos por qué
ocurre; pero podemos atribuir a una tendencia de la cerveza a formar espuma, lo
que no se puede discutir porque es cierto, pero no explica nada. Y esto porque
entendemos poco de la ciencia que estudia las propiedades generales de la
materia y establece las leyes que dan cuenta de los fenómenos naturales. Del
mismo modo, cualquiera puede escribir acerca de los acontecimientos del pasado
sin tratar de saber porqué ocurrieron, o decir sólo que la GTA o la guerra del
Paraguay contra la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay) tuvo lugar
porque Solano López la quería, lo que es perfectamente cierto, pero con estos
no explicamos nada. Pero entonces debe uno abstenerse de presumir de historiador.
El estudio de la historia es un estudio de causas. Ya el griego Herodoto
(484-420 a. J. C.), considerado el padre de la Historia, determinó en su obra
el fin de registrar el pasado, diciendo: “conservar el recuerdo de las hazañas
de griegos y bárbaros, y especialmente decir la causa de que lucharon unos
contra otros”. (Los griegos denominaban bárbaro a los pueblos que no
pertenecían a la civilización griega).
Toda discusión sobre las causas de la guerra de
la Triple Alianza (GTA) gira en torno de la cuestión de la prioridad de las
causas que provocaron aquella malhadada guerra. El estudiante, que en un examen
de historia contesta la pregunta: “enumera las causas de la GTA”, y respondiéndo se limita a enumerar hasta diez causas de la guerra, tales como: 1) la
debilidad de las fuerzas militares del Brasil y la Argentina, 2) la breve
ocupación de Villa de Melo por parte de una brigada de caballería brasilera, 3)
el apresamiento por orden del general López del vapor brasilero “Marques de
Olinda” en Paraguay, 4) la acerba crítica que la prensa de Buenos Aires dirigía
al general Solano López, 5) la supuesta amenaza de Brasil al equilibrio de
poderes en la región, 6) el riesgo que corren las independencias de Paraguay y
Uruguay, admitido como cierto por los Gobiernos de ambos países, 7) la
intervención de López en los asuntos internos del Uruguay, 8) la represalia
llevada a cabo por el Imperio del Brasil sobre la ROU, 9) la creencia del
gobierno oriental de que el general López, cumpliendo su promesa, acudiría con
su poderoso ejército, en tiempo real, para expulsar al ejército brasilero del
Uruguay y fortalecer al gobierno del partido blanco, 10) Porque el Gobierno
imperial hizo caso omiso al ultimátum del Gobierno paraguayo del 30-Ago-1864. El
estudiante podrá obtener una calificación de muy buena, pero no una nota mejor;
porque el dictamen de la comisión examinadora sería, probablemente, el de “bien
informado pero sin imaginación”. El verdadero historiador no podrá resistir a
la tentación de reducir la lista de las diez causas a un orden, a establecer
cierta jerarquía causal que fijará las relaciones entre unas y otras; y decidir
qué causa debe considerarse como causa básica, la causa de todas las causas, la
madre de las causas. “Se conoce al historiador por las causas que invoca. Toda discusión histórica gira en torno de la cuestión de la
prioridad de las causas”. (Edward H.
Carr, ¿Qué es la Historia?) Uno
de los principios de causalidad dice, que todo hecho tiene una causa, de modo
que las mismas causas en las mismas condiciones producen los mismos efectos.
Lo que estamos queriendo explicar es que el
historiador militar, al relatar la historia de una acción bélica en un estilo
narrativo, será incompleta si no hace un análisis crítico del acontecimiento
para señalar los aciertos del vencedor y los errores cometidos por el
comandante derrotado, o cómo podía haber evitado el desastre, todo con la
finalidad de transmitir enseñanza o experiencia, objeto de la Historia Militar.
Por consiguiente, está obligado a señalar los siguientes puntos: 1) la
situación general, vale decir, las acciones inmediatamente anteriores con la
ubicación geográfica actual de cada fuerza; 2) considerar el terreno de la
acción bélica en sus cinco aspectos: accidentes capitales, vías de acceso,
obstáculos, observación y campo de tiro, y abrigos y cubiertas; 3) los
efectivos y la moral de cada fuerza; 4) el estado de la logística de cada
contendiente; 5) determinar los principios de conducción que el vencedor ha
aplicado, y los que el comandante derrotado ha violado o ignorado; 6) la
personalidad de cada comandante, 7) las consecuencias del resultado, 8) sus
efectos en las operaciones posteriores, etc.
El historiador al ampliar y profundizar su
investigación, y en su necesidad de comprender los hechos ocurridos, va
acumulando gran cantidad de datos que le obliga a simplificarlos, luego
selecciona lo que a su parecer es la verdadera, de subordinar un dato a otro, y
por último, poner orden y claridad en el cao de los acontecimientos.
Para que así sea, el historiador que narra la
historia de cualquier guerra, aquí nos referiremos a la GTA, necesariamente
debe ocupar una posición neutral de modo a depurar la obra de prejuicios y de
vanos sentimentalismos patrióticos; único modo de dejar de distorsionar la
historia y mal usarla para exaltar tan sólo el patriotismo, justificar los
garrafales errores diplomático, de estrategia militar y de tácticas del
mariscal López, admirar su talento de General en Jefe a pesar de no haber
ganado una sola batalla ofensiva en cinco años de guerra, así como sus valentía
y patriotismo aunque jamás condujo una batalla personalmente como sí los
hicieron Alejandro, Aníbal, Julio César, Federico II de Prusia, Napoleón,
Estigarribia, etc. Las virtudes que suelen señalar la mayoría de los
historiadores paraguayos en el Mcal. López, suenan más a mitos que historia en
oídos de personas que piensan y razonan bien.
Durante casi 150 años, casi no ha habido en
nuestro país quien escribiese la historia de la GTA realizando un análisis
serio, aplicando la teoría militar y sin apuntar lo absurdo que resulta
pretender, únicamente, defender a Solano López que es tarea de abogado pero no
de historiador. Sin embargo, es penoso reconocer que la mayoría de los
paraguayos prefiere mitos y no historia, porque ya está agradablemente
acostumbrado a la historia empírica y patriótica. El ilustre intelectual paraguayo, Alcibiades González Delvalle, sentencia
las cosas de este modo: “Cada quien tiene el derecho de asumir sus propias convicciones.
Pero al que no tiene derecho es a la mentira, la intriga, el insulto” (ABC
Color del 14-Set-2015).
Domingo, 26-Feb-2017.
SEMANA DEL “DÍA
DE LOS HÉROES”. CAPÍTULO IV. CONSIDERACIONES SOBRE LA ESTRATEGIA MILITAR DE LÓPEZ.
Dos
proposiciones contradictorias hay que considerar debidamente en la conducción
de un ejército en operaciones de guerra: una es la racional, el objetivo político
a alcanzar mediante el empleo de la fuerza militar debe estar conforme a los
medios, recomendando una moderación de los sentimientos colectivos y la
economía de vidas humanas; la otra es la pasional, que impaciente señala
objetivos grandiosos a conquistar por medio de la guerra, y por tanto costosa;
y a veces como en la guerra del Paraguay contra la Triple alianza (Brasil, Argentina y Uruguay) sin realizar la necesaria apreciación estratégica del
enemigo, especialmente, la parte que corresponde a la comparación del potencial
de guerra con el nuestro.
En cuanto a la moderación en la elección de los
objetivos político y estratégico, y prudente medida en el empleo de los medios
disponibles, el Sr. Mariscal dejó pasar por alto demasiados factores decisivos
y demostró extrema imprudencia como hombre de Estado al dejar de considerar
esos consejos y esos factores. “El hombre de Estado que se deja llevar por sus
instintos está perdido, no está hecho para dirigir los destinos de una nación”
(Líddell Hart). En conclusión, podemos decir que la obediencia o no a las leyes
de guerra, y la correcta o incorrecta aplicación de los principios de la
conducción militar solo son posibles juzgarlos por los resultados. Para ganar
una guerra no basta tener un ejército compuesto de numerosos hombres, sino
también son necesarios que el potencial de guerra de la nación sea suficiente
para mantener el poderío de las fuerzas militares hasta el fin de la guerra. Se
consideran potencial de guerra los siguientes: cantidad y calidad de los
habitantes, economía, industria, costa al mar para no interrumpir los
intercambios comerciales, generales idóneos, jefes capacitados, oficiales
subalternos y sargentos bien dotados, buenos armamentos, etc.
POTENCIAL DE GUERRA DE PARAGUAY Y LOS ALIADOS (F.
Doratioto “Maldita Guerra”, Pág. 85.
PARAGUAY ALIADOS
POBLACIÓN 450.000 12.000.000
COMERCIO EXTERIOR (L.Ester. 560.400 36.300.000
RECAUDAC.IMPUESTOS(1864) 315.000 7.000.000
EFECTIVOSDELOS
EJÉRCITOS 80.00 27.000
VALORES COMERCIALES POR PAÍS (Diego Abente
Brun)
Valor comercial. (Export. e Imp). Igresos fiscales
País
Libras
esterlin % Libras Est. %
Paraguay 560.000 1,
53 315.000 4, 30
Argentina 9.000.000 24,
33 1.700.000 23, 50
Brasil 24.000.000 64,
43 4.400.000 60, 30
Uruguay 3.600.000 9, 83 670.000 12. 00
Total regional 37.160.000 100,
00 7.085.000 100, 00
La estrategia de López consistía en llevar a
cabo las campañas ofensivas en tres direcciones: 1) Al norte, Mato Gross; 2) Humaitá-Corrientes-Goya-Uruguayana,
a caballo del río Paraná; 3) Encarnación-San Borja-Uruguayana, siguiendo el río
Uruguay. Como vemos, Solano López empezó dispersando su ejército en tres
columnas y peligrosamente alejadas una de las otras, por tanto, una violación a
un principio esencial de la conducción: EL APOYO MUTUO.
Reunidas
las dos columnas en Uruguayana, dirigirse sobre Porto Alegre, con el propósito
de aislar primero a las tropas brasileras que ocupaban el Uruguay, y
destruirlas después. Pero lastimosamente, Solano López nunca daba a los
comandantes de las fuerzas de invasión objetivo claro, ni permitía ninguna
iniciativa, sino que desde Asunción primero y desde Humaitá después, por
mensajeros que tardaban semanas, movía a ambas columnas como a control remoto.
Por esta peculiaridad del Sr. Mariscal, llegado a un punto, cada jefe debía esperar nuevas instrucciones para
moverse o qué debe hacer. Respecto a esto, el famoso estratego chino, Sun Tzu
(400 a. J.C.) aconsejaba: Si las instrucciones no están claras, y las
órdenes no han sido explicadas, tiene la culpa el comandante. Tras haber
considerado profundamente todos los factores, se nombra un general para que
dirija la operación. Una vez que las tropas han cruzado las fronteras, la
responsabilidad de la ley y del mando atañe al comandante de las fuerzas de
invasión.
El
Mariscal decide derrotar primero a Argentina, que según su parecer era el más
vulnerable, e inmediatamente obligar al gobierno de Mitre a firmar un convenio
para transitar libremente por su territorio, incluso apoyar su campaña; y
después, centrar sus esfuerzos contra el Imperio del Brasil. A tal fin decide
emplear las dos mencionadas columnas. Solano López confiaba, y en esto tenía
razón, que una victoriosa batalla contra tropas brasileras o argentinas
convertirían en aliado a Urquiza, a los blancos uruguayos y a Corrientes. Esto
era factible, pues contaba con tropas que, aunque falto de experiencias, mantenían
toda la rusticidad y fiereza de los pueblos labradores. Tenía la convicción que
ni Argentina ni Brasil se animarían a llevar la lucha a un terreno sangriento.
El hecho de ocupar territorio de ambos países –reflexionaba probablemente López-,
es una ventaja significativa que podía forzar a sus oponentes a solicitar un
armisticio, y como consecuencia una vía más corta para lograr su objetivo
político, y después las tropas paraguayas regresarían al Paraguay colmado de
gloria épica, y él considerado como el árbitro de la región. Si esta era la
intención del señor mariscal López se equivocó muy grande.
Un general en jefe debe imponerse, no por medio
del terror, sino por su capacidad técnica, su saber y su talento operacional. Debe
ser de aquellos que a uno gusta encontrar, ver y oír; que transmite entusiasmo,
esperanza e irradia confianza en la victoria. Ser general en Jefe presupone
como premisa y exige como condición esencial, el valor de la presencia personal
en el campo de batalla, pronto para intervenir con su reserva en el momento más
oportuno para arrebatar de las manos del enemigo la victoria. Porque conducir
es ante todo presencia. A las tropas le encanta ver o por lo menos sentir la
presencia de su general en jefe en el campo de batalla. Por ejemplo, Julio
César vestía una capa roja cuando interviene en la batalla. Patton, en honor a César, usaba el
mismo color de capa durante las batallas.
La
guerra exige un conductor de ejército con cualidades especiales de idoneidad,
valor personal y determinación; si Solano López poseía estas cualidades en un
alto grado de excelencia y ponía de manifiesto a través de algunas batallas
victoriosas en sus grandiosas campañas ofensivas, a pesar de su derrota
podíamos aceptar que él fue un general a quien no le acompañó la suerte. Pero
desgraciadamente, duele decir, pero hay que decir, que la conducción del
mariscal López del gran ejército paraguayo valiente en grado sumo, juzgado por
sus campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, y las defensivas de Humaitá,
Villeta y Cordillera, son testimonios irrefutables de su ineptitud como general
en jefe.
Comprobado
está que incluso los planes mejor ideados son tan infalibles como los cerebros
que los crearon, y un gran poder conlleva una gran responsabilidad; todo el
mundo lo saben estos, menos el considerado “héroe máximo y sin parangón”.
El Mcal. López y sus ministros
se dejaron dominar por una idea falsa de dignidad nacional. No había prudencia
en representar el papel de vecino conquistador agresivo para un pequeño país
que acababa de consolidar su independencia y organizarse como Estado, que
precisaba del concurso de sus fuerzas, y no debía despertar el celo ni de la
Argentina ni del Brasil.
Nuestros recursos eran como hasta ahora, pocos, el Gobierno de Solano
López debió guardar para nosotros. Por más que deseamos que tuviésemos como
límites el río Uruguay al este, el Bermejo al sur y el Blanco al norte; pero
desgraciadamente, por bien de un futuro incierto se sacrificó aquel momento de
prosperidad nacional en las deplorables contingencias de una guerra que
consumió la vida y la fortuna de ciudadanos y del Estado. Debió pensar bien el
Sr. Mcal. López, porque la peor cosa que le puede acontecer es, incluso ganando
la guerra, que ella nos dejará postrados con la sola ampliación de nuestro
territorio.
Finalmente,
pienso que ha llegado el tiempo de preguntar y responder con honestidad ¿Qué
pretendió el Mcal. López al declarar la guerra al Brasil y a la Argentina?
¿Gloria para él? Es conveniente que los paraguayos sepamos, que eso no se
adquiere invadiendo territorios de países vecinos ni el progreso de la nación se
adquiere por la guerra sino con el trabajo y por la consolidación de las
instituciones republicanas.
Lunes, 27-Feb-2017
SEMANA DEL “DÍA DE LOS HÉROES”. CAPÍTULO VI. EL MARISCAL
LÓPEZ RECHAZA RENDICIÓN. El 25 de diciembre de 1868, luego de la primera
batalla de Lomas Valentinas, a las 7:30, los generales del Ejército aliado
hacen llegar al Mariscal una nota en la cual le exhortaban a deponer las armas
y a someterse a la voluntad de los aliados en el término de 12 horas, “garantizándole
dignas condiciones de rendición, para terminar de esta manera una lucha
prolongada en ofrenda a la Humanidad, la civilización y la religión cristiana”.
(J. C. Centurión, Vol. III, Pág. 229).
En
hidalga actitud, pero con exceso de autoestima y orgullo altanero, el
mariscal López contesta el mismo día con otra nota en la cual predicaba el
humanismo, la justicia, los principios morales y de ética militar. En la mencionada nota el Mariscal
totalmente derrotado, con su 2° ejército
virtualmente aniquilado, perdido casi todos sus cañones y sus transportes de
abastecimiento de víveres, y sin contar ya con reemplazos para reponer a los
centenares de jefes, oficiales y miles de tropas que fueron muertos o tomados
prisioneros o heridos en las batallas de Ytorõrõ, Avay,
Pikysyry y Lomas Valentinas; sin embargo, pretende algo nunca oído: ¡querer imponer condiciones al
vencedor! En la mencionada nota del Sr. Mariscal se lee en uno de los párrafos:
“…Yo por mi parte estoy hasta ahora
dispuesto a tratar de la terminación de la guerra sobre bases igualmente
honorables para todos los beligerantes, pero no estoy dispuesto a oír una
intimación de deposición de armas”. (Centurión, Vol. III, Págs. 231 y 232).
La
historia tiene registrada que varios jefes de Estado depusieron las armas al
perder la batalla decisiva para poner fin a la guerra y de este modo salvar los
que se pudieran salvar de su patria: el rey de Esparta al ser derrotado por un
ejército de Alejandro Magno, montado en su caballo se dirigió hacia el
ejército vencedor, desmontó y se puso de rodilla ofreciendo su cuello;
Vercingétorix, general en jefe del ejército de la Galia (52 a. J.C), al
perder la decisiva batalla de Alesia ante el ejército romano conducido por
Julio César, desmovilizó su ejército, luego se presenta ante césar arrojando su
espada a los pies del jefe vencedor en señal de rendición; etc.
El
Sr. Mcal. López actuó como si el presidente de la República y General en Jefe
de su ejército, que en casi cuatro años de guerra sólo amontonaba derrota tras
derrota y muertes por doquier, en tanto el país caía a pedazos que lo ponía ante
el dilema de rendirse o continuar causando más ruina a la nación, estuviese en
situación de imponer condiciones, marcar normas éticas y exigir “bases
honorables” para que no siga exponiendo en vano la vida de los paraguayos en
una guerra manifiestamente ya perdida desde la derrota en la batalla de
Riachuelo más las fracasadas campañas de Uruguayana y Corrientes. En cualquier
tipo de lucha, cuando está derrotado de modo incuestionable, no es indigno ni
deshonroso aceptar la voluntad del vencedor a fin de evitar males mayores a la
nación, porque esa es la ley de la guerra. Porque siempre será mejor que se
sacrifique uno, antes que continuar con el holocausto. ¿Cómo parar la guerra
con la soberbia actitud de Solano López que se niega a reconocer con hidalguía la
derrota? La guerra sólo termina cuando el Gobierno derrotado acepta las condiciones
del vencedor; de lo contrario proseguirá hasta que el jefe de Estado sea tomado
prisionero o muerto, de modo que
la paz pueda ser negociada con otro gobierno.
Un
ejemplo: Napoleón, luego de su desafortunada campaña de Rusia, su ejército quedó
bastante maltrecho. Sin embargo, logró formar un nuevo ejército de 200.000
hombres para luchar contra las fuerzas coaligadas de Gran Bretaña, Rusia,
Prusia y Austria. Aun así, en su campaña de Sajonia, derrotó a los prusianos en
la batalla de Lutzen el 2 de mayo de 1813; y a los rusos en la batalla de
Bautzen el 20/21 de mayo, después instaló su cuartel general en Dresde. Aquí
llegó el canciller austriaco Clemens Matternich (1773-1859), trayendo una
propuesta de paz de los aliados, pero sólo para ganar tiempo de modo que las
fuerzas coaligadas pueda organizar sus ejércitos de 400.000 hombres con 1.500
cañones. Napoleón rechazó el proyecto. Al despedirse el diplomático austriaco,
Napoleón le dice: -“Le doy una segunda entrevista en Viena el próximo octubre”.
Metternich le responde con cortesía: -“Sire, he visto sus tropas; ¡son sólo
niños!. Ha llevado a la muerte a toda una generación. ¿Qué hará usted cuando
estos desaparezcan?”. (André Castelot, “Napoleón Bonaparte”, Pág. 479).
El
general brasilero, Gustavo Tasso Fragoso, en su monumental obra sobre la guerra
del Paraguay contra la Triple Alianza (T-IV, Pág. 124), vertió la siguiente
opinión sobre la nota de Solano López: “La respuesta de López es
indiscutiblemente digna y tendría inmenso valor moral si provenía de un hombre
que no hubiese, como él, puesto a su vanidad y orgullo personal por encima de
la tranquilidad y progreso de su país”. Y
Masterman dice: “López escribió su respuesta teniendo las manos aún manchadas
con la sangre de su propio hermano, del obispo Palacios que había sido su
compañero y condiscípulo en la infancia y su más sincero amigo en todas las
épocas de la vida, y como los dos más valientes e intrépidos de sus generales”
(Vicente Barrios y José María Bruguéz).
Una
actitud digna o ejemplar solo puede ser tal si ella dimana de un hombre de
principios. Kant sostenía como principio supremo de la doctrina de la virtud:
“obra de tal modo que tu conducta pueda ser adoptada como ley universal” (Inmanuel
Kant, “Crítica de la razón práctica”. Editorial Losada, Bs. As., 6ª. edición,
1993. Pág. 36). Este principio es imperativo y categórico; y deben seguir todos
los hombres y especialmente los jefes de Estado y los políticos que prometen
servir a la nación con patriotismo. Por tanto, no puede ser creíble un hombre
dotado de un poder sin límite y concupiscentes de gloria épica y bienes
materiales. En la entrevista de
Jata’ity Kora, se podría haber conseguido una paz tolerable porque aún se
disponía de suficiente fuerza militar para negociar una capitulación honrosa.
Pero, en la actual situación en que se encontraban el ejército paraguayo y el
país, lo único digno era que el mariscal López decida capitular o se ponga a la
cabeza de sus valientes tropas y llevar un último ataque al enemigo, y así
poner fin gloriosamente a su vida y al suplicio del pueblo paraguayo.
No
pertenece a la naturaleza humana el poner obstáculo a una solución racional y
mesurada de la guerra. El obstáculo estaba en la mente de López, pues, toda la
buena voluntad de los Estados Unidos y de Gran Bretaña, cuyos respectivos gobiernos
ofrecieron sus buenos oficios para poner fin a la guerra, incluso la de los
aliados que solo exigían la renuncia del Mariscal, se estrelló contra la
irreducible posición del Mcal. López en querer dictar a sus vencedores
condiciones de paz. Esto es inaudito ya que estaba totalmente derrotado.
Martes, 28-Feb-2017:
SEMANA
DEL “DÍA DE LOS HÉROES”. CAPÍTULO V. Después
que nuestras tropas fueron barridas de los territorios de la Argentina y del
Brasil, a donde fueron en son de conquistador; luego de ser expulsadas por el
enemigo del teatro de operaciones de Humaitá, donde la flor y nata del resto de
nuestro primer ejército fue aniquilado en la batalla de Tujutí (24-May-1866);
posteriormente vinieron los desastres en la campaña de Villeta, donde nuestro
improvisado 2° ejército, ya compuesto de niños, ancianos y convalecientes, fue
totalmente destruido, sucesivamente, en las batallas de Ytororõ, Avay, Pikysyry
y Lomas Valentinas, más la rendición de Angostura. El Mcal. López escapó de
Villeta y fue a Cordillera donde reclutó de la zona cuantos niños, ancianos y
convalecientes que encontraba, con los que formó un tercer ejército de 12.000
soldados, de bajo poder combativo, malos armamentos, sin cañones y baja moral. La derrota de Piribevýi le forzó a
emprender nueva retirada. En Acosta Ñu perdió la mitad de su tercer ejército
(6.000 soldados), pero no fue en vano, pues sirvió para que nuestro “héroe
máximo y sin parangón” pueda atravesar el río Manduvirã y llegar a San Estanislao,
donde ordenó el fusilamiento de un escuadrón de caballería completo de su
regimiento escolta, por una supuesta conspiración contra su vida.
Estando en Santaní, es
informado que fuerza brasilera desembarcó en Rosario y marchaba a su encuentro.
Inmediatamente levanta campamento y marcha para Curuguaty. Y como ya es
habitual aquí el Sr. Mariscal descubre otra conspiración para atentar contra su
vida, y procede a fusilar a unos cuantos oficiales y a la esposa del coronel
Marcó. En todos los lugares donde
instalaba sus reales, él pergeñaba un nuevo plan de conspiración con el único fin
de imponer la obediencia por el terror. A pesar de que todos saben que EL CONDUCTOR debe imponerse, no por medio del
terror, sino por su capacidad técnica, su saber y su talento operacional.
Además de todo eso, debe ser de aquellos que a uno gusta encontrar, ver y oír;
que transmite entusiasmo, esperanza e irradia confianza en la victoria. Ser
Gral. Jefe, presupone como premisa y exige como condición esencial, el valor de
la presencia personal en el campo de batalla, pronto para intervenir con su
reserva y arrebatar de las manos del enemigo la victoria. Porque conducir es
ante todo presencia.
Cuando
supo que tropas brasileras ocuparon Yhú y San Joaquín, por enésima vez levanta
campamento y se marcha para Yvytimí. En este lugar al saber que Curuguaty cayó
en poder de los brasileros marcha para Panadero, donde establece su campamento
y procede a ordenar losl fusilamientos de Pancha Garmendia, el coronel Hilario
Marcó, hermana y dos sobrinas del general Vicente Barrios, y de varios más. Estando
el Mariscal en este paraje, recibe la noticia que en Takuatî, al oeste de
Panadero, había tropas enemigas preparándose para avanzar sobre su campamento;
o sea, es presionado contra la cordillera desde Kuruguaty al sur y desde Takuatî
al oeste. Su única salvación era retirarse hacia el este y proseguir en la
dirección Punta Porã-Korumbá, cruzar el río Paraguay y dirigirse, como era su plan, para Santacrúz
(Bolivia). Con tal de llegar aquí no le importó mucho sacrificar, desde
Villeta, la vida de casi 20.000 paraguayos.
El
28-Dic-1869, el Mariscal se dirige hacia las cumbres de la cordillera de
Amambay con 4.500 hombres. Más de 700 combatientes famélicos y gran cantidad de
mujeres con criaturas abandonan a merced de los brasileros. Las almas
candorosas de las tropas que en su ingenuidad todo lo aceptan sin preguntar y
menos reclamar, porque la regla imperante si querían conservar la vida era:
obediencia ciega, ración mísera y cabeza gacha. También acompañan a la patética
columna centenares de mujeres que marchaban y sufrían en pos de sus hijos o
maridos o hermanos. El 28 de enero, el minúsculo y maltrecho ejército paraguayo
alcanza Punta Porã. Aquí el Sr. Mcal., recibe la información de que el enemigo
había cortado el itinerario hacía Korumbá. No teniendo otra alternativa fue a
tomar la picada de Chirigüelo y se dirige a Cerro Corá.
El
8-Feb-1870, luego de la descomunal marcha de 200 Km., en 42 días, llega el
Mariscal a Cerro Corá con apenas 1.800 soldados, perdió 2.700 entre muertos y
desertores al atravesar la cordillera en su desesperada huida. El 17 de febrero
de 1870, o sea, 17 días antes de que el Mariscal dejara la física envoltura, el
más avezado conductor, el Gral. Bernardino Caballero, deja Cerro Corá con la
misión de ir hacia Dorados a traer ganados, pues, en los alrededores del nuevo
campamento no encontraron ni una miserable liebre. Caballero partió con 40
hombres, pero nunca volvió. Dos meses después de su partida y 45 días después
de la muerte del Solano López, fue encontrado y tomado prisionero en la orilla
del río Apa por tropas brasileras, y llevado a Río de Janeiro como prisionero,
donde lo trataron con toda consideración, o sea, igual a todos los prisioneros
paraguayos; percibía puntualmente el salario de un coronel brasilero y vivía en
un hotel.
SEMANA DEL “DÍA DE LOS HÉROES” . 1-MARZO-1870. CAPÍTULO FINAL. Estando en Cerro Corá con
sus colaboradores inmediatos, el mariscal López observa que un pelotón de caballería brasilera se
dirigía al galope en dirección a su puesto de comando por el camino que lleva
al puente del río Aquidabán y Arroyo Tacuara, donde se encontraban puestos
avanzados paraguayos valor de 300 soldados aproximadamente. Ambos puestos
fueron tomados por el enemigo con facilidad, tal vez, porque tanto oficiales,
sargentos y soldados ya estaban resueltos a dar por terminada la larga guerra
en ese paraje.
Totalmente
sorprendido, nuestro máximo héroe montado en su caballo bayo, se pone a huir, abandonando
a merced de la soldadesca enemiga algunas pequeñas cosas carentes de importancia
para él: a la hermosa "madame" Lynch, sus pequeños hijos, sus madre y hermanas. Perseguido de
cerca, se topeta en el camino con un jinete brasilero, que en segundos
se le echa encima y le acosa con su fulgente lanza de férrea punta, lo hiere en
el lado derecho de la barriga. El mariscal paraguayo se apea del caballo,
tropieza, cae, pero se levanta al punto y camina con dificultades hacia el arroyo
Aquidabán-nigüi, e intenta vadear para alcanzar la posición
defensiva del Gral. José María Delgado ubicada sobre la picada a Punta Porá, que para su honra se mantiene leal al
presidente de la República del Paraguay, pero estaba muy debilitado y cae de
rodillas, mira en torno y no vio a ningún paraguayo cerca de él. Todos le
habían abandonado, o todos al ver huir a su
Mariscal, ganaron la espesura. Por tanto, se hallaba solo y mal herido,
y peor todavía, rodeado de sus odiados enemigos. Llega el general Câmara, se
identifica y le dirige con vibrante voz: ¡ríndase Mariscal!, agregando
que le garantizaba la vida.
Superando
el terror a la muerte, Solano López no pudo contenerse y como postrera
respuesta lanza una estocada al jefe brasilero a la par que prorrumpía en
iracunda voz la famosa frase: “¡Muero
con mi patria!”. Diciendo esto, poco a poco se le va la vida,
encorvándose su robusto cuello. El Mariscal no se rindió, pero su cabeza sí al
peso de la muerte; deja caer la espada y exhalando un gemido su alma se
desprende del cuerpo ante la mirada estupefacta del general Câmara. Este ordena
a un soldado darle el tiro de gracia.
Las
vicisitudes del pueblo paraguayo acaban de concluir y con ellas el fin de un
paradigma. “La guerra de la Triple Alianza ha terminado. El Paraguay es por fin
libre. Cerro Corá es el responso de la patria vieja y el bautizo de la nueva”
(Cnel. Arturo Bray). El talentoso intelectual, Alcibiades González Delvalle,
escribió: “Un nuevo país, una nueva sociedad, sin los males del pasado. Un
modelo político acaba de quedar sepultado. Tenemos ahora la ocasión de
desempolvar la casa, de abrir puertas y ventanas para que entre un aire nuevo y
nos eleve a la altura de los tiempos” (San Fernando).
Recién,
a partir de aquel 1°-Mar-1870, el pueblo paraguayo empieza a tomar conciencia
de su derecho como ciudadano, así como exigir participación en la disposición
de su destino y de su gobierno, en concordancia con la teoría que prevalecía del
celebrado filósofo inglés John Locke. Tal fue el fin del orgulloso y romántico
mariscal López, hombre de carácter belicoso, aunque estoico guerrero no fue
afortunado en sus empresas marciales; sin embargo, hasta el presente, muchos
paraguayos lo veneran como la encarnación de la grandeza. Sus supuesto “restos”
yacen actualmente en el Panteón de los Héroes, entre los grandes bienhechores
de la nación que con sus talentos o con sus heroísmos contribuyeron para un
Paraguay mejor. Su desmesurado orgullo, su tenacidad insensata y su desmedida
ambición de gloria épica fueron sus fatales errores que llevaron a la nación
paraguaya a una bancarrota que hasta ahora aún no podemos superar.
De
ninguna manera puede reprochársele que ambicione ver un Paraguay respetado en
el Río de la Plata. Pero, lo maligno fue que se creyera autorizado para decidir
él solo que la nación paraguaya debe escribir una epopeya épica de doloroso
sacrificio o desaparecer. Estaba empapado de la teoría de Napoleón que la
interpretó incorrectamente y con la temeridad propia de la ignorancia la puso
en práctica, arrojando sobre la espalda del pueblo paraguayo un deber terrible
y arduo, sin considerar para nada, ni el tremendo potencial de guerra del
Brasil, ni las pérdidas de vida humana ni la cuantía de los sufrimientos ni el
despilfarro de los bienes del país.
Un
hombre exageradamente orgulloso como el Mariscal, que se vio forzado durante
cinco años a someterse a una fuerte tensión moral, difícilmente conserve un
buen equilibrio mental. Pero, lo admirable en él es que se negó rotundamente
ser condenado a una existencia carente de poder y de gloria; sin embargo, si a
él no le importaba morir no tenía ningún derecho causar la muerte de 250.000
paraguayos y condenar a la nación a una ruina total que hasta ahora sufrimos
las consecuencias. En fin, la muerte heroica de un presidente de la república y
general en jefe del ejército es cuando se produce con altivez majestuosa en una
batalla grandiosa, decisiva, campal, pero jamás debe permitir con un errado
criterio del honor nacional, luchar hasta que el país alcance el punto de su
bancarrota.
Aunque parezca glorioso el camino que siguió el
considerado por decreto del presidente de facto, Cnel. Rafael Franco, en 1936
por motivo meramente político, el Mcal. López llevó a nuestra nación a una
ruina total.
EPÍLOGO. Tenía mucho que decir sobre la guerra del
Paraguay contra la Triple Alianza, y lo he dicho; también muchos compatriotas
desean pero no se animan, porque no pueden o porque no quieren o porque temen
demasiado que sean tratados de legionarios o peor aún de antipatriotas. Sólo aspiro
a aclarar mi punto de vista y presentar análisis que pueden ser sometidos a la
discusión racional para ser confirmados o refutados. Cuestionar al Sr. Mcal.
López considero importante y necesario en democracia. Porque solamente en
democracia se puede decir la verdad. Los hechos del pasado que sean dudosos y
cuestionable como la guerra del 70, menester es necesario someter a la discusión con el fin de aclararlos.
Lo importante es que los lectores piensen y
razonen bien para no confundir mentiras con verdades, sin duda hay
historiadores e incluso intelectuales que tienen una pasión tan grande por
enaltecer al Paraguay especialmente ante otros países, pero que no tienen el
menor escrúpulos para afirmar las más vanas invenciones como tomar mentiras por
verdades, adulaciones que se hacen en son de arenga o en los discursos fúnebres
como hechos, mitos como historia. Y en la apología que hacen que hacen sobre el
Mca. López introducen muchas ficciones y copiosas hipérboles para realzar a
altura hiperbólica la figura de Solano López.
La historia no es panegírico de la nación sino
que es imagen de la verdad, y como tal está considerada como madre de las ciencias.
Por tanto, aumentar como en el caso del Mcal. López, o disminuir como en el
caso de Estigarribia, la figura de un hombre considerado una celebridad no es
propio del historiador que tiene la obligación de dejar a cada personaje su
tamaño más o menos exacto. La única manera de progresar en todos los sentidos
es que existan historiadores que publican las cosas y hechos del pasado donde
se cometieron errores que ocasionaron daños a nuestra nación, con el fin de que
los ciudadanos se mantengan alerta para que no se vuelva a repetir. Porque “la
nación que no quiere recordar algún pasado infausto tal como ocurrió tendrá
como castigo el ver como se repite”. Pienso que es erróneo colmar de alabanzas
o de reproches la conducta del Mcal. López; pero considero correcto juzgarle
moralmente; aunque parezca glorioso el camino que siguió, pero desgraciadamente
llevó a nuestra nación a la bancarrota total.
(Fuente:
“La conducción del ejército paraguayo en la guerra contra la Triple Alianza”,
Intercontinental editora, sito en Caballero 270 c/ Mcal. Estigarribia).
FIN
[1] Manlio
Cancogni e Iván Boris, “El Napoleón del Plata”. Edición de Noguer S.A (Madrid).
Pág. 156.
[2] Thomas
Whigham, “La Guerra de la Triple Alianza”–T-II, Edición Santillana S.A.
Asunción, 2011, Pág. 181.
[3] Idem, Pág.
189.
[4] André Castelot, “Napoleón Bonaparte”, editorial El
Ateneo. 1ª. Edición, Buenos Aires, 2004.