domingo, 12 de agosto de 2018

                         ARTÍCULOS Y COMENTARIOS MISCELÁNEOS
A partir de hoy domingo, 12-08-2018, empezamos a publicar algunos temas compuesto de cosas distintas. Esperamos sean de interés de los amigos.



PREVENCIÓN DE LAVADO DE ACTIVOS Y FINANCIACIÓN DEL TERRORISMO.
Considerando, que se habla mucho en este momento en Paraguay sobre este tema, hemos resuelto publicar el siguiente artículo, por este medio, para compartir con los amigos. Es copia casi fiel de lo publicado en «“You Tube” por la empresa mejicana, “ISA Avanza”».
¿Qué es lavado de activo? Es tratar de dar apariencia de legalidad a las actividades ilícitas o a las transacciones y fondos conexos. También es adquirir, resguardar, invertir, transformar, exportar, transformar, transportar, custodiar o administrar bienes ilícitos, mecanizar ganancias ya obtenidas en otras actividades ilícitas.
En la mayoría de los países del mundo, esta conducta es considerada delito, y también se conoce como lavado de dinero, blanqueo o legitimación de capitales entre otros.
Entre los delitos relacionados con el lavado de activos y la financiación del terrorismo está el enriquecimiento ilícito, los delitos contra la administración pública. También son delitos el tráfico de inmigrantes, la trata de personas, la extorsión, el secuestro extorsivo, la rebelión, el tráfico de armas, los delitos contra el sistema financiero, los delitos productos del consejo para delinquir. Y la financiación del terrorismo y administración de recursos relacionados con actividades terroristas.
¿Qué es la financiación del terrorismo?
Es proveer, suministrar o recolectar fondos de manera ilícitas con el fin de ser utilizados para cometer cualquier tipo de expectativa o de acto terrorista.
¿Cómo se puede Prevenir el Lavado de Activos y la financiación del terrorismo en la empresa?
1)      Es indispensable el conocimiento de Tercero: Para las empresas es importante conocer los accionistas, inversionistas, proveedores, clientes y demás grupo de interés con los que se tiene o tendrá alguna relación comercial o contractual. El conocimiento de Tercero implica saber entre otros: ¿«quién es, qué hace, dónde se encuentra ubicado, quienes son sus socios; y primordialmente, de qué fuente proviene sus recursos»?
2)      Verificación de la información. La información suministrada por el Tercero será validada con el fin de determinar si esta es real y consistente. Asimismo, que el Tercero no se encuentre vinculado con delitos asociados al lavado de activos y/o financiación del terrorismo.
3)      Monitoreo y seguimiento. El monitoreo y seguimiento de Tercero se realizará durante el tiempo que dure la relación con éste, con el fin de evitar o detectar situaciones que coloque en riesgo la empresa.
4)      Señales de alerta. De acuerdo con las señales de alerta identificada, se realiza el análisis respectivo, y se establece el tratamiento a seguir.
5)      Reserva de la información. La información suministrada por los Terceros y la generada a partir del seguimiento y monitoreo, es información clasificada como confidencial. Por lo tanto, las personas que tienen acceso a ellas está en el deber de darle dicho tratamiento.
6)      CONSECUENCIAS.
El no realizar las actividades de prevención de Lavado de Activo y Financiación del Terrorismo podría exponer a la firma y a su empresa a los siguientes riesgos:
7)      Riesgo de reputación. Es el desprestigio a la imagen y publicidad negativa, cierta o no a la institución y su práctica de negocios que causa pérdida de clientes, distribución de ingreso o procesos judiciales.

8)      Riesgo jurídico. Es verse inmerso en demanda sobre situaciones legales por tener una relación con un Tercero incurso en estos delitos. Una debida diligencia en los procesos es la clave para evitar que la empresa sea utilizada como instrumento en actividades ilícitas y sin su conocimiento o consentimiento. 
                                                     Luque-Paraguay, 10-09-2018.
















12-08-2018
¿QUÉ ESPERAMOS DE LOS MINISTROS DE MARIO ABDO BENÍTEZ?
Empecemos diciendo, sino hacemos suficiente esfuerzo para saber dónde elegimos ir los paraguayos, continuaremos siendo presas fáciles de los populistas en nuestra ciega búsqueda de ventaja inmediata, que no pocas veces se convierte en los males del futuro. Porque lo que nos ciega a menudo y nos hace olvidar de nuestra propia dignidad, es el excesivo afán de lucro que tenemos, ese afán nos hace olvidar todo sentido de decoro.
La función primordial de los nuevos ministros -ojalá que sean la mayoría político, porque son los políticos y no los técnicos los que conocen la aspiración del pueblo, amén de dar poder político al presidente de la república. Sus principales obligaciones consistirán en hacer funcionar lo que debe funcionar. De nada vale declarar a la prensa cada cosa que encuentra -según su parecer- que no está bien, deben saber que jamás nadie ha encontrado al asumir un cargo como Dios manda. Pero, cuando encuentra algún delito de cohecho, o de corrupción, o uso excesivo de prebendas; su obligación le impone juntar pruebas para luego elevar al fiscal correspondiente, y, después comunicar a la Prensa, para que el pueblo se entere, y no hacer al revés: comunicar a la opinión pública y ahí muere todo, y nadie va preso.
Cuando un jefe de Estado termina su periodo de Gobierno, las nuevas autoridades deben dejar tranquilo que vaya a su casa a descansar, entre otras cosas, porque el pueblo lo eligió y si no desempeñó su cargo a satisfacción, entonces el pueblo debe reconocer que se equivocó en la elección, por consiguiente, el pueblo tiene parte de la culpa y debe asumir el error. Pero la Justicia no debería dejar impune las corrupciones comprobadas, por lo tanto, su obligación le impone que caiga con toda la fuerza de la leysobre los ministros salientes; porque sin la complicidad de los ministros, el presidente de la república, tal vez, no podría dejarse cohechar.
Por lo común, los ministros tienen la tendencia de cargar sobre la espalda de sus antecesores la culpa por cualquier desprolijidades con que se topa, e inmediatamente comunica a la prensa; y luego se queda tan campante, olvidando el asunto. En este caso, mucho mejor sería cerrar la boca y no distraer su precioso tiempo en trivialidades o por mero deseo mediático. Ya lo dijo napoleón: «si pierdo una batalla, puedo recuperar en la próxima, pero lo que jamás puedo recupera es el tiempo perdido».
No puede caber duda alguna que los ministros serán seleccionados por su idoneidad. No obstante, es bueno recordar que la idoneidad como cualidad de un hombre no es otra cosa que el talento, y lo que lo completa o fortalece, la habilidad; es la suficiencia de una persona para ejercer su función. Consecuentemente, el pueblo espera de los ministros del Gobierno probidad y eficiencia, y no que sea meramente un excelente justificador de su ineptitud o promesas incumplidas. El que habla mucho suele poco aportar, por lo tanto, es bueno que sepan que a nadie le importa sus cotorreos.
El pueblo tiene derecho a saber lo que hace su Gobierno, pero no se jacte demasiado por las obras materiales que hace, para eso fue electo. Recuerde que es su obligación hacer algo provechoso para el pueblo con el abundante dinero que nos saca. Vale decir, nosotros los ciudadanos le damos el dinero, por lo que no es honroso que refriegue por nuestros morros, de cada obra que inaugura como si los gastos salieran de sus faltriqueras.
Si empiezan una obra y antes de ser terminada descubren que se omitió algunas obras complementarias indispensables que no se había ni previsto ni presupuestado. Consecuentemente, será necesario interrumpirla hasta conseguir el presupuesto correspondiente para enmendar el desastre. En este caso, lo primero que deben hacer es mandar preso por inepto a los ingenieros autores de los planos, y del costo de la obra. Es por esta causa que algunas obras magníficas en el plano, pero luego de terminadas lucen como el pantalón viejo con remiendo nuevo.
Cualquier ciudadano que desea construir para su casa sabe que cuando recibe los planos de la vivienda del arquitecto, y observa que el costo supera su medio, busca reducir el costo o la suspende antes de empezar. Porque si se empieza una obra sin contar con los medios requeridos hasta su terminación, es inútil despilfarro de los bienes del Estado y demuestra incapacidad.
Es malo, muy malo mentir al pueblo para tapar algún hecho malo. Nuestras autoridades deben mostrar constantemente que tienen carácter para reconocer el error y enmendarse; el mal uso del poder es la esencia de la tiranía. Por último, deben recordar que el poder siempre es temporal, y a veces, bastante efímero.
Entonces, ¿qué hacer para un Paraguay mejor? ¿Cuál es la verdadera causa del actual conflicto político y la corrupción generalizada que mantiene exasperado, y muy preocupado a los paraguayos? Según nuestro parecer, el asunto no es pelo de conejo ni de poca monta. Pero de lo que estamos seguro es, que los culpables no son ni el actual presidente de la República ni el Dr. Nicanor Duarte Frutos ni de Fernando Lugo, sino de una fracción del PLRA, cuyos líderes prefieren priorizar los crematístico y las prebendas, en detrimento de los intereses de la nación.
El Gobierno Nacional (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) y líderes políticos declaman, constantemente, que quieren un Paraguay mejor. Pero, ¿quién no lo quiere? El problema no menor es que algunos influyentes políticos que viven de la política -y sólo unos pocos viven para la política-, piensan no en la nación sino en su causa, creando controversias con el único propósito de lograr su objetivo (sus propios beneficios) avanzando por el atajo.
Confesamos estar totalmente desorientado, pues en más de medio siglo de pertenecer al Partido ANR, jamás hemos presenciado que el mismísimo presidente del Partido Colorado (Pedro Alliana), vote en contra de su correligionario que disputaba contra el candidato de otro partido la presidencia de la Cámara de Diputados. ¡Esto es inaudito!

Pero, ¿cuál podría ser la solución? Bueno, el único que puede resolver la cuestión -de modo definitivo-, es un hábil cirujano que sea capaz de extirpar el mal o la abolición del despreciable “LISTA SÁBANA”. Esta es una cuestión esencial, por consiguiente, los paraguayos del mundo entero deben tomar como un imperativo categórico si de verdad desean un Paraguay mejor. 
                                                      FIN

(14-08-2018)
Mañana 15-08-2018, asume en la República del Paraguay el presidente electo MARIO ABDO BENÍTEZ
ADIÓS AL GOBIERNO DE LOS TECNÓCRATAS Y BIENVENIDA A UNA NUEVA ESPERANZA PARA LA NACIÓN PARAGUAYA
El nuevo gobierno que asume mañana 15-08-2018, no puede tener la misma política que el anterior, ni servirse en situación tan diversa de los mismos ministros. Tratar de ejercer el gobierno con la misma estrategia sería malograr la ocasión de hacer un buen gobierno. La formación de nuevo gabinete corresponde al nuevo presidente, por lo tanto, también el cambio de la política.
Nuestro flamante presidente debe saber lo que quiere y hacer lo que sabe. Nada se puede hacer con seguridad si no se rodea de ministros idóneos, de personas dignas y apropiadas a la situación, nada será posible conseguir lo que el pueblo paraguayo espera.
El jefe de estado debe mostrar una política fuerte y esclarecida, que los ciudadanos encuentren garantías en su país y que ningún abuso de autoridad va a quedar impune. Entonces, podrá contar con el apoyo del pueblo, convencido que sus reclamaciones no pueden ser atendidas sino por un gobierno compenetrado de su misión y fuerte para combatir los desmanes de los partidos y movimientos políticos que se ubican en la oposición, no para colaborar señalando errores o injusticia o actos de corrupción de autoridades, sino sólo con la intención de desmeritar las buenas obras del gobierno.
El sentido de patriotismo ordena a los ciudadanos a quienes Dios los ha distinguido con sus dones, que valientemente reclamen del gobierno justicia para los paraguayos y que actualmente sigue siendo una utopía. Ningún pueblo deja solo a su presidente si este tiene a su lado una administración capaz.
La necesidad de tomar consejos de hombres atados a la situación por sus malversaciones o ciego espíritu del partido, es lo que hace al presidente el hombre indeciso y débil que la desgracia de la R. del Paraguay –en no pocas ocasiones- colocó en la silla presidencial.
El gabinete organizado por nuestro nuevo presidente de la república parece ser integrados por varones y mujeres: esclarecidos, razonables y de prestigio. Si así demuestran ser en sus respectivos cargos, le será fácil alcanzar una solución satisfactoria a los problemas que aquejan a la nación, especialmente la corrupción, la injusticia, las prebendas y el nepotismo.
El presidente de la república, Mario Abdo Benítez, a partir de mañana iniciará, esperamos, un gobierno en representación del Partido de la ANR, pero para toda la nación paraguaya como debe ser. Consecuentemente, es de esperar que ningún movimiento político del partido colorado no pretenda ejercer la política extrema con el único propósito de interferir los planes del nuevo jefe de estado.
La mayoría de los compatriotas de todos los partidos esperan, muy confiados, que nuestro futuro jefe de estado desempeñará el cargo como presidente de todos los paraguayos, y no de un partido ni de un movimiento, y que por medio de un gabinete moderado y sincero empiece la política de paz y progreso, ofreciendo garantías a todos los ciudadanos.

Finalmente, es de desear que: 1)no se cumpla las predicciones del influyente líder del movimiento “Honor Colorado”, Santiago Peña, que vaticinó pronta crisis al gobierno de Marito, y 2) ningún ciudadano ni grupo de personas pretendan violar el principio de autoridad con pretextos baladíes.



13-08-2018: dIARIO "ABC cOLOR" DE aSUNCIÓN-pARAGUAY

El legado de un mentiroso


Horacio Manuel Cartes Jara pasará a la historia, seguramente, como uno de los mayores artificios políticos de la democracia paraguaya, una figura eficazmente maquillada para engañar al pueblo y apropiarse de sus recursos. Después de meticuloso planeamiento y de haber financiado a candidatos de todos los partidos, Cartes ingresó formalmente a la vida política al iniciarse el proceso de las elecciones municipales de 2010, insinuando el deseo de rectificar desde el servicio público su oscura vida empresarial, signada por las dudas morales surgidas de su rentable actuación en la frontera paraguayo-brasileña. Su paso por la cárcel de Tacumbú, debido a su participación en un caso de evasión de divisas, mostraba, al inicio mismo del proceso democrático, que los límites éticos o legales no eran algo que le importara demasiado. Los paraguayos tenemos hoy totalmente constatado que el maquillaje que el presidente Cartes viene usando desde su ingreso a la vida pública es solamente eso, un maquillaje, pues el patrón de conducta que le caracterizó desde sus años en la frontera, la indiferencia moral más absoluta y el cinismo legal más completo, son hasta este momento las características reales que trata de esconder con capas y capas de cosméticos.




LA GUERRA DEL CHACO, Bolivia-Paraguay (1932-1935), por Adrian J. English.
Aunque no pretendo erigirme en paladín de la objetividad y de la justa verdad al comentar muy brevemente la obra del distinguido historiador militar irlandés, Adrian J. English, que con franca y viva complacencia la he leído. Considero un libro impecablemente escrito, objetivo y veraz, que atrapa al lector desde la primera página. Confieso que lo encuentro ingenioso y ameno que trasunta su profundo conocimiento de las historias militares de Paraguay y Bolivia. Debo confesar que fue un placer leer este fascinante libro, y mucho me complace dar una breve opinión sobre ello.
El hecho de su lanzamiento acá en Paraguay, es más que emocionante, un gesto muy honroso para nuestro país. Nobles y dignos pensamientos son los del señor Adrián J. English, cuya obra «LA GUERRA DEL CHACO – Bolivia-Paraguay (1932-1935)», en verdad es un precioso tratado de la historia de la guerra del Chaco. Sin ser perfecto, el trabajo de Adrian merece con todo, la preferencia por las condiciones de organización de cada campaña y cada capítulo, y el estilo ameno, entre todas las obras en español que haya sido escrito por los que no tienen como idioma madre, el español. Sin embargo, la obra se lee sin dificultad y hasta con deleite, mérito no pequeño del historiador europeo, por el don genial de su estilo conciso y de su penetración en las operaciones de Estigarribia el Grande. Este libro es muy digno de darle el espacio de nuestro ocio y meditaciones.
La primera aparición de este libro bajo el título de  “The Green Hell” (El Infierno Verde, en 2007); luego publicado en el 2013 por “Partizan Press”. Al traer al castellano su obra, ahora titulada «La Guerra del Chaco, Bolivia-Paraguay (1932-1935)» produjo una obra maestra, escrita con elocuencia y artificio maravilloso. Ponderamos como excelsa la pulcritud y la belleza de esta versión española del distinguido historiador irlandés, Ilustradas con 11 mapas; 19 croquis y 184 fotografías que enriquecen el contenido de la obra. Es más, ha demostrado tener un conocimiento acabado de las características de los aviones y armamentos utilizados por ambos ejércitos. Es un libro muy bien compaginado y perfectamente relacionado cada batalla que se lee con la anterior, y aquel con la siguiente.
La historia de la guerra del Chaco, a nuestro parecer, es un campo todavía no muy bien explorado por los paraguayos, aunque es bueno reconocer que actualmente hay muy buenos historiadores de aquella guerra que dejarán a las futuras generaciones de historiadores bellas fuentes, a los militares profesionales útiles experiencias y a la gente curiosa de la historia de aquella guerra un lugar donde beber el heroísmo de las tropas paraguayas, conducidas con eficiencia, firmeza y mucho talento por Estigarribia el Grande.
Como la historia es un proceso, no se puede aislar un fragmento del proceso y estudiarlo independientemente. En el análisis de esta guerra entre dos ejércitos valientes, estoicos y tenaces, el autor de la obra es contundente en su agudeza al analizar cada campaña y cada batalla del modo más apropiado. Las obras de Adrian English y de David Zook, norteamericano este e irlandés aquel, son las más importantes de nuestra historiografía militar escrita por extranjero, por la maestría de sus confecciones y la originalidad de sus conceptos.
Se puede apreciar que Adrian analizó los elementos que precipitó la guerra del Chaco con impresionante clarividencia. Esta primera edición en español del laureado historiador ha sido más que emocionante, es una responsabilidad asombrosa del autor. Porque el historiador debe ser responsable de la verdad, usando como guía para no extraviarse la moral de Kant y la ética del “Sermón de la montaña” que aplican los hombres de buena voluntad.
Este impresionante libro sobre la Guerra del Chaco, constituye el desafío más monumental de nuestro tiempo, a ese ideal de imparcialidad, de verdad, objetividad y de equidad en la narración de la historia militar. Para mi sorpresa el análisis crítico de cada campaña y cada batalla, pienso que no promoverá ninguna objeción, porque concuerdan perfectamente con los hechos, los principios de conducción y las leyes de guerra. El historiador ha de respetar los hechos, no solamente en término de exactitud, sino también para que no falte en su descripción ninguno de los hechos conocidos o susceptibles de conocerse que fueron relevantes. ¿Cómo decide el historiador qué hechos incluir y cuáles descartar? Para esto no hay como los historiadores extranjeros, que generalmente suelen ser objetivo y veraz como en verdad lo son los historiadores Adrian J. English y David Zook, porque como extranjeros, no se dejan llevar por prejuicios o sentimentalismos, por lo tanto ocupan una posición neutral al escribir sus obras.
La historiografía boliviana sobre la guerra del Chaco enriquece la obra de Adrian, porque no hay mejor conclusión que se puede hacer sobre la guerra considerada, cuando se mira desde el atalaya de ambos contendientes; vale decir, considerar también, los puntos de vista del otro lado. Por consiguiente, las consultas historiográficas militares de Bolivia y Paraguay son fuentes seguras para sacar conclusiones sobre la Guerra del Chaco.
Por último, quiero dejar por sentado lo siguiente: Nos guste o no, siempre existe un elemento subjetivo en las obras históricas, ya que los historiadores son individuos, gente de su época, con opiniones y perspectiva sobre el mundo que no pueden eliminar de su forma de escribir ni de su investigación, aun cuando pretendan limitarlas, subordinarlas a las dificultades del material con el que trabajan y permitir a los lectores estudiar su obra de forma crítica, haciendo explícitas esas opiniones y perspectivas. No me cabe duda alguna que a partir de ahora, la obra de Adrian J. English “La Guerra del Chaco, Bolivia-Paraguay (1932-1935)” será de consulta obligatoria para los curiosos de la historia de las guerras, los historiadores militares y especialmente, los profesionales militares. La ley suprema es la salvación del pueblo, y en la verdad no hay injuria.
Luque-Paraguay, 06-09-2018.

FIN


dIARIO “abc color” de asunción-paraguay

16 DE SETIEMBRE DE 2018

Días esperanzadores

Es un verdadero alivio poder decir, después de tanto tiempo de calamidades, que llevamos unas semanas llenas de noticias esperanzadoras. He llegado a sentirme agotado de escribir, describiendo y criticando, tantas situaciones negativas para el presente y peligrosas para el futuro del país.
Pero hoy puedo hablar justificadamente de una variedad de sucesos insólitos, que hace poco parecían improbables, que dan pie a la esperanza. Esperanzador es que el Congreso Nacional esté comenzando a limpiar sus filas al menos de los más impresentables de sus integrantes, por más que no sea por propia iniciativa, sino a regañadientes, protestando, quejándose y dilatando las decisiones cada vez que pueden.
También es esperanzador que las nuevas autoridades de distintas dependencias públicas estén comenzando su gestión aireando las irregularidades que encuentran. También, por supuesto, el exitoso operativo antinarcotráfico que está salpicando a tantos políticos, fiscales y policías.
Es un gran mérito no solo de la SENAD, sino de fiscales y jueces que están haciendo su trabajo como debe ser: correcta y también rápidamente, sin dilaciones ni vueltas. Sin embargo, todo ese trabajo se perderá si tropieza, en la etapa final, con la actitud acostumbrada de nuestro sistema de justicia: eternizar los procesos, cuando ya no encuentra forma de blanquear a los acusados.
Es por eso que sobre todo ha sido esperanzador que, al conocerse los nombres de los integrantes de las ternas para ministros de la Corte Suprema, haya habido un consenso generalizado en que se trata de profesionales prestigiosos, con méritos suficientes y con una trayectoria de honestidad personal.
Por supuesto que ha habido cuestionamientos a los ternados y es bueno que los haya, porque aspirantes a cargos tan decisivos para el buen funcionamiento de la justicia deben ser minuciosamente examinados, más aún con los reiterados antecedentes de “elegir a los amigos, aunque sean los peores” que han destruido la credibilidad de nuestra justicia.
En mi opinión son objeciones de poca monta y que estemos discutiendo tales minucias demuestra que la selección de estas ternas es un paso importante en la dirección correcta, porque las tres cualidades más importantes para quien debe impartir justicia, además de la idoneidad profesional, son la independencia, la imparcialidad y la honestidad.
De la independencia de los magistrados depende la soberanía de la justicia frente a las presiones políticas y las injerencias de los otros poderes del Estado; de su imparcialidad, la equidad de las decisiones; de su honestidad, la confianza en que los veredictos son resultado de la aplicación de la ley y no de un trapicheo de mercaderes de sentencias.
Espero que los candidatos ternados sepan dónde se están metiendo, porque si hemos de evaluar por sus frutos, como pide la Biblia, a los actuales ministros de la Corte, evidentemente van a estar en minoría y en medio de un funcionariado mayoritariamente maleado, por los muchos años de deterioro, sumisión y corrupción de la justicia.
He dicho que se trata de un hecho muy esperanzador, pero esencialmente es solo un primer paso en la dirección correcta y faltan muchos para sanear la justicia y otros más para que los ciudadanos la perciban como confiable. No se pueden cambiar significativamente las instituciones sin cambiar a las personas que las dirigen, pero el cambio de autoridades no es suficiente si no existe verdadera voluntad de sanear su funcionamiento y desechar a los funcionarios corruptos o ineficientes.
La injerencia política en el Poder Judicial ha sido la gran causante del deterioro de todas las instituciones vinculadas a la justicia, porque los políticos olvidaron o no les importó que un juez sumiso seguirá siendo sumiso cuando el poder cambie de manos; además, si se doblega ante el poder, también se doblegará ante el dinero, porque si tuerce la ley para favorecer a otros, más dispuesto estará a torcerla para favorecerse a sí mismo.
Cambiar las personas es la forma lógica para empezar una reforma, el primer paso imprescindible, pero no suficiente: después llega la parte difícil, cambiar el modelo de actuar de la institución y, finalmente, más difícil aún, cambiar de mentalidad y en lugar del respeto al privilegio, como viene padeciendo la justicia paraguaya, entronizar el respeto a la igualdad ante la ley, como exige el Estado de Derecho.
Pero aún estamos hablando solo de esperanzas, todavía no de hechos y esa esperanza aún pende de un hilo, ese hilo que ha tejido el enojo ciudadano.
FIN






sábado, 28 de julio de 2018


                                          ELEMENTOS DE LA GUERRA
¡OLA AMIGOS! A PARTIR DEL DÍA LUNES, 30-07-2018, PONGO A CONSIDERACIÓN DE USTEDES, EN ESTE MISMO ESPACIO, ALGUNOS TEMAS RELACIONADOS CON LA GUERRA. DE ESTE MODO, PODEMOS INTERPRETAR MEJOR LO QUE NOS DICEN LOS HISTORIADORES MILITARES:
1) LA GUERRA,
2) LA LEGÍTIMA DEFENSA
3) LA REPRESALIA
2) LA HISTORIA MILITAR,
4) LAS CAUSAS DE LA GUERRA,
5) ETCÉTERA.


GUERRA, LEGÍTIMA DEFENSA, REPRESALIA E HISTORIA MILITAR
CAPÍTULO I. ¿QUÉ ES LA GUERRA?
Sección 1
«Si dos países compiten porque desean una misma cosa que no puede ser compartida por ambos, se convierten en enemigos, y para lograr su propósito, se empeñan en destruirse y someterse mutuamente. De esto nace los conflictos que llevan a la guerra»[1]. Preguntar quién ganó una guerra determinada es como preguntar quién ganó en la tragedia de Ykuá Bolaños, suceso ocurrido en Asunción el 1 de agosto de 2004 en la que fallecieron en una conflagración casi 400 personas y hubo igual número de heridos. Vale decir, en la guerra todos los involucrados pierden y nadie gana a excepción de los comerciantes de materiales bélicos y proveedores de servicios y abastecimientos inherentes a la guerra. Si bien es cierto, las pérdidas materiales se pueden reponer, pero es imposible reemplazar las preciosas vidas de miles de jóvenes, así como el duelo de los familiares y las congojas de los parientes y amigos. Al respecto escribió González Delvalle: «Un historiador de la antigüedad aseguró que la paz, es el tiempo apacible en que los hijos entierran a sus padres. Y la guerra, la época tremenda y desconcertante en que los padres entierran a los hijos»[2].
La guerra, según los sociólogos[3], se origina en el egoísmo de los estados, la excesiva ambición y en los innatos impulsos agresivos y mal dirigidos del hombre. Respecto a este último punto, San Agustín nos dice que, «sin las limitaciones que el gobierno impone, los hombres se matarían entre sí hasta extinguir la raza humana». De esto se sigue que un gobierno organizado y prudente constituye la medida de la diferencia entre la guerra y la paz. Cuando en una región hay estado que carece de un sistema legal como el equilibrio de los poderes, y solo el poder ejecutivo juzga a su manera o según los dictados de su propia razón los asuntos del Estado, tal como declarar la guerra o hacer la paz, es inevitable que surjan conflictos con los vecinos que frecuentemente llevan al extremo. Es por esta razón que los estados pacíficos son forzados a mantener un buen poder militar, no porque deseen lograr algo de la guerra, sino porque quieren tanto evitarla como también protegerse adecuadamente si llegare a ocurrir por culpa de vecinos belicosos. Porque, como nos advierte Confucio, «… pues, ¿qué puede hacerse contra la fuerza, sin la fuerza?»
Hobbes, notable filósofo inglés, reflexiona sobre la guerra de este modo: «En la naturaleza del hombre y de las naciones, encontramos tres causas principales de conflicto: la competencia, la desconfianza y la gloria. La primera hace que los hombres o países invadan el territorio de otros para adquirir ganancia. Para ello hacen uso de la fuerza militar, para que de esta manera los hombres o países se hagan dueños de la propiedad de otros. La segunda para lograr seguridad, usa la fuerza militar con un fin defensivo. La tercera para adquirir reputación o reparar ofensas como las críticas acerbas o señales de desprecio dirigidas hacia la patria o su Gobierno. Es un hecho que, en todas las épocas los gobiernos de cada país están en una situación de perenne desconfianza mutua, en un estado y disposición de gladiadores, apuntándose con sus armas, mirándose fijamente, es decir, con sus fortines y cañones instalados en sus fronteras, espiando a sus vecinos constantemente, en una actitud belicosa»[4]. Si aceptamos la teoría y llamamos bueno a todo lo que protege la especie humana y el medio ambiente; y malo a todo lo que los perjudica, consecuentemente, el que provoca la guerra es un azote de la humanidad, por lo tanto, se le puede considerar como un criminal contra los seres humanos. Aunque existe guerra de necesidad que se hace con el objeto de impedir un mal peor.
Juan Vives, escribió: «Según reza un proverbio griego, la venganza es cosa sabrosísima; es manjar de dioses, y como tal, con morosa delectación la leemos y la aprobamos. También se escribe de guerras, admirándolas y recomendándolas, para que el ánimo del lector complaciente se deslice a desear aquella sangrienta infamia que oye ser tan celebrada y enaltecida. Desgraciadamente, no fueron pocos los jefes de Estado que provocaron la guerra, no aguijoneados por otras espuelas que la de la gloria de aquellos que algún día fueron vencedores»[5]. De este modo se puede decir, que Aquiles prendía fuego en el ánimo de Alejandro Magno, este azuzó a Napoleón y Napoleón concitó a Solano López.
No es justo ni conveniente para nadie empezar una guerra, no solo porque frecuentemente la pierde quien empieza y rara vez es derrotado el que se mantiene defensivamente dentro de su territorio, sino también porque el gobierno ha sido instituido para proteger la vida de los ciudadanos y mantener la paz, y de este modo alcanzar el fin primario de la unión de un varón con una mujer, que es la procreación y la propagación de la especie y la preservación de la propiedad, vale decir; la vida, la libertad y los bienes de cada familia y del país. Por lo tanto, las fuerzas militares solo deben ser empleadas en legítima defensa. Los insensatos y bravucones son siempre los primeros en empuñar sus armas, también son los primeros en huir o implorar cuartel. La defensa es una honesta causa para luchar y por eso ninguna ley castiga la legítima defensa, porque es una ley de naturaleza defender la vida y los bienes propios.
Solano López desde la edad juvenil adquirió la costumbre de hallarse en el centro de un torbellino de acciones que le calzaron las botas y le colocaron las espuelas. Empezó su carrera militar con el grado de coronel, a la edad de quince años, y llegó a general y jefe del ejército a los dieciocho. Afortunado mediador entre Urquiza y Mitre en 1859, y embajador itinerante ante los países europeos por 18 meses. Él consideraba que esas funciones y la dócil obediencia de sus tropas le otorgaban genio militar. Lo que queremos señalar es que la guerra no trae beneficio, apenas puede lograr una redistribución de los recursos o arreglos limítrofes; pero somos categóricos en afirmar que es el trabajo y no la guerra o la gloria bélica el que puede crea mejor bienestar del pueblo.



[1] John Locke, filósofo inglés (1632-1704). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Impreso en España 1998. Litografía Rosés, S.A. (Barcelona). Locke consideraba que «la sociedad se basa en un contrato y que el soberano debe obedecer las leyes; de otro modo, la insurrección del pueblo es legítima».
[2]     Alcibiades González Delvalle, Procesados del 70, Edit. El Lector, Asunción, Pág. 63.
[3]     Entre ellos el francés Gastón Beauthoul, Sociología, capítulo: La guerra.
[4]     Thomas Hobbes, Leviatán – Edit. Altaya, Barcelona 1997. Cap. 13; Págs. 107 y 108.
[5]     Juan Luis Vives (1492-1540), filósofo español, Las Disciplinas. Ediciones Folio (España), 2000. Cap. VI, Pág. 124.


GUERRA, LEGÍTIMA DEFENSA, REPRESALIA E HISTORIA MILITAR
CAPITULO I. ¿QUÉ ES LA GUERRA?
Sección 2
Según Clausewitz[1], «la guerra no es más que un duelo en una escala más amplia. Es algo así como dos luchadores, cada uno de los cuales trata de imponerse al otro por medio de la fuerza física; su propósito es incapacitar al enemigo para que no pueda seguir con su resistencia; la guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a reconocer la derrota y aceptar la voluntad del vencedor». La fuerza militar constituye así el medio, imponer la voluntad al enemigo es el objetivo. Para estar seguro de alcanzar este objetivo es preciso derrotar la voluntad de luchar del Gobierno para que acepte la condición que se le quiere imponer, demostrándole que puede ir le peor que la que supone el pago que se le exige. De ello se desprende que la destrucción de la fuerza del adversario debe constituir siempre el objetivo de toda operación militar. Pero, ¿por qué se lucha o cual es la causa de la guerra? Sin duda alguna el objetivo político, o sea, la misión que recibe el general en jefe del Gobierno Nacional, vale decir, el qué se debe alcanzar por medio de la fuerza militar, así como realizar los esfuerzos necesarios para cumplir con ese propósito. El objetivo político en la Guerra del Chaco (1932-1935), o sea la misión que recibió Estigarribia del presidente Eusebio Ayala era «expulsar a los bolivianos del Chaco Paraguayo»; en la II Guerra Mundial, el comandante en jefe de las fuerzas aliadas, general Dwight Eisenhower, fueron: «penetrar en el corazón de Europa y destruir las fuerzas militares de Alemania», y en la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que Solano López sea considerado el árbitro del Río de la Plata, respaldado por el ejército más numeroso del continente, reponer al Partido Blanco en el gobierno del Uruguay, y obligar a las tropas brasileras a abandonar territorio oriental[2].
También nos dice Clausewitz, «la guerra comienza porque en cada país en conflicto existe un motivo hostil que los ha impulsado a hacerlo». Así pues, mientras dura la guerra este motivo permanecerá y solo dejará de actuar por una sola razón: al que le va mal está obligado a negociar la paz; es decir, si a uno le conviene continuar al otro le conviene poner fin a la lucha para impedir que el país alcance el punto de su bancarrota. Sin embargo, si ambos ejércitos se mantienen equilibrados y no se visualiza la superioridad de uno de los contendientes sobre el otro, es absurdo continuar una guerra que solo debilitará a ambos, por lo tanto lo mejor será buscar una paz de conveniencia mutua.
 «La guerra no constituye ni pasión por la aventura ni para ganar gloria –dice Clausewitz-, sino que es un medio serio para alcanzar un objetivo serio». O sea, es un instrumento político como ya lo hemos señalado, de esto se puede inferir que la guerra tiene su origen en un objetivo político; por lo tanto, este constituye la más importante de las consideraciones que debe ser tenida en cuenta en la conducción de la guerra. Todas las guerras tienen que ser consideradas como actos políticos; de esto se sigue que el fin de la guerra es lograr el objetivo señalado por el Gobierno Nacional, y los medios para ello son las fuerzas armadas. Sin embargo, durante su desarrollo el objetivo político puede cambiar si se presenta una de las situaciones siguientes:
1) carecer de suficiente fuerza como para seguir oponiendo resistencia seria;
2) el enorme gasto ya hecho y del que todavía se requiere;
3) el precio excesivo que hay que pagar por la victoria;
4) evitar que el país alcance el punto de su bancarrota;
5) cuando las fuerzas están equilibradas y ninguna de ellas puede imponerse al otro, por lo tanto, continuar la lucha sólo debilitaría a ambos.
Ante cualquiera de las cinco circunstancias mencionadas, la prudencia indica negociar la paz. Un armisticio es a menudo más conveniente porque todo jefe de Estado tiene la obligación de mirar la posguerra, la responsabilidad de recuperar la paz para su pueblo y no permitir que el país llegue hasta la ruina total. La guerra es algo así como un juez supremo al que se apela después de agotar los medios pacíficos para saber de qué lado está el “derecho”, y nada más. Dilucidada la cuestión en una batalla decisiva, de donde sale un vencedor y un vencido, pero continuar la lucha sin posibilidad de victoria es un desperdicio de recursos humanos y un despilfarro de los bienes del país. La guerra termina cuando el gobierno del país derrotado, aun disponiendo de fuerza para seguir resistiendo, acepta la voluntad del vencedor y firma una paz de conveniencia mutua.




[1]     Karl von Clausewitz, De la Guerra, Libro I, Edit. Idea Books, primera edición, colección Idea Universitaria 1999. Págs. 27 al 98.
[2]         Estos hemos  inferidos de sus acciones, discursos públicos y de sus notas que suelen ser cortés en la forma e insolente en el fondo, y hasta desafiantes.





CAÍTULO I. ¿QUÉ ES LA GUERRA
Sección 3
La campaña de Villeta en la guerra de la Triple Alianza (1864-1870) muestra que a pesar de la conquista de una parte del territorio y destruidas las fuerzas militares, la guerra no puede considerarse como terminada hasta que el Gobierno resuelva firmar la paz, o hasta que la población haya sido sometida en su totalidad. Si el gobierno derrotado no acepta la voluntad del vencedor, la guerra proseguirá sin tregua, hasta ser aplastado el país y el jefe de Estado perseguido, capturado o muerto. Esto es así,  porque el conflicto podía estallar nuevamente en el interior o mediante la ayuda de un aliado, y obligar al vencedor a más sacrificios. «No siendo la guerra un acto de pasión ciega, -escribió Clausewitz- sino que está dominada por el objetivo político, la importancia de ese objetivo determina la medida de los sacrificios de vidas humanas y materiales que hay que realizar para obtenerlo. En consecuencia, tan pronto como el gasto para mantener la potencialidad de la fuerza sea tan grande que la conquista del objetivo político no podrá compensar, ese objetivo deberá ser abandonado y el resultado lógico será buscar la paz»[1]. Vale decir, una paz de conveniencia mutua. Con este propósito siempre será preciso contar con una diplomacia eficiente, porque antes, durante y después de la guerra, la batalla decisiva se suele llevar a cabo, usualmente, fuera de la escena, vale decir, en el campo diplomático.
Heráclito[2] la definió así: «la guerra  es común a todos los seres, ella es la madre de todas las cosas; de uno hace dioses, de otros esclavos u hombres libres». Lo que significa que la guerra pone a cada uno en su lugar, ella impone el derecho. La guerra tiene su propia ley, cuando un país está derrotado, para evitar que la nación alcance el punto de su ruina total, cabe considerar la respuesta que recibió un emperador egipcio -que había perdido la batalla decisiva ante Jerjes I, emperador de Persia-, de un anciano de profunda sabiduría a quién requirió sobre qué hacer: continuar la lucha u ofrecer su cabeza al enemigo para ahorrar sacrificio a sus súbditos. El sabio expresa su respuesta de modo parabólico: ¿«Quién es el vencedor para ir a prosternar ante él?» Erasmo de Rotterdan, autor de Elogio de la locura, dice: «La guerra es una locura, la guerra siembra guerra, de amago llega a ser realidad, de pequeña inmensa».
Respecto a las crueldades en la guerra podemos decir lo siguiente: no hay soldado bueno o malo en la guerra; solo vencedores y vencidos. Todas las acciones de guerra son legítimas si se realizan al servicio de la victoria. La responsabilidad de la matanza de mujeres, niños y enfermos debe atribuirse a los defensores, porque el general en jefe, en vez de ubicarlos fuera del camino del atacante, los expone colocándolos al alcance del enemigo[3]. La guerra en el fondo no es más que un asesinato en masa por mucho que digan los versos de los poetas, su fin se reduce a imponer la voluntad de un país sobre otro por medio de la fuerza. La misión del soldado es matar al enemigo -que es hombre como él- para sobrevivir. Tratar de ignorar como elemento constitutivo la brutalidad en la guerra porque despierta repugnancia significa una vana tentativa, pues los ejércitos se hallan librados a sí mismos y no obedecen a otra ley que la propia. El ambiente de la guerra es peligro constante, esfuerzo físico e incertidumbre. Durante ella, lo más terrible de sobrellevar es la falta de conocimiento seguro, claro y evidente de si después de tantos esfuerzos y sacrificios se van a obtener la victoria y sobrevivir cuando llega el final de la lucha. En los combates, salvo los lunáticos, las tropas se hallan con miedo y aterrorizados ante la amenaza de perder la vida; entonces luchan con la máxima ferocidad; durante ese crucial momento nadie recuerda la táctica, ni el patriotismo ni la gloria, solo el deseo de continuar viviendo. ¿Pedir clemencia al enemigo transfigurado en un lobo feroz? La guerra libera lo más brutal que existe en la naturaleza humana; cada combatiente es instruido y adiestrado para entregar su propia vida en la batalla, asimismo tiene pleno derecho a quitarle la vida al enemigo. Todos los hombres, a pesar de sus bravuconadas se estremecen de terror a medida que la hora «H» se acerca. El campo de batalla es lugar de miedo, y ningún hombre deja de tenerlo porque siente que la muerte le ronda a cada paso, hasta que está metido en la refriega, y es cuando se encuentra todos los sentidos fuera de sí. Consecuentemente, esperar caridad del vencedor es como pedir peras al olmo; la clemencia, el remordimiento y el sentimentalismo no tienen cabidas en el petate del soldado, porque durante la guerra la civilización se retrograda hasta la barbarie.
Todas las consideraciones que acabamos de hacer nos lleva a pensar: que la guerra no es una pasión ciega, sino que se lucha por un objetivo político, la importancia de ese objetivo determina la medida de los sacrificios, sean en recursos humanos o bienes materiales que el Gobierno está dispuesto a realizar para obtenerlo. Max Weber[4], en una de sus obras sentencia de este modo la cuestión: «Ponerse a buscar después de perdida una guerra quienes son los “culpables” es cosa propia de viejas; es siempre la estructura de la sociedad la que origina la guerra. La actitud sobria y viril es la de decir al enemigo:
«Hemos perdido la guerra, la habéis ganado vosotros. Esto es ya cosa resuelta. Hablemos ahora de las consecuencias que hay que sacar de este hecho respecto de los intereses materiales que estaban en juego y respecto de la responsabilidad hacia el futuro, que es lo principal y que incumbe sobre todo al vencedor. Todo lo que no sea esto es indigno. Una nación perdona el daño que se hace a sus intereses, pero no al que se hace a su honor, como la de invadir sus territorios y humillar a su pueblo». 
              

PARTIR DEL LUNES, 06-08-2018: "LA LEGÍTIMA DEFENSA"







[1]     Clausewitz, Obra cit.
[2] Heráclito, filósofo griego (550-480 a. JC).
[3] Los hombres van a la guerra para defender la nación, vale decir, amparar a los niños y no mandarlos matar como en las batallas de Avay, Pirivevýi y Acosta Ñu; proteger a las mujeres y no ponerlas en el camino de la soldadesca enemiga como en Avay y Pirivevýi.
[4] Max Weber, El político y el científico, Editado por Litografía Rosés S.A., (Esp. Barcelona), año 1998, Págs. 158 y 159.




LA GUERRA, CAPÍTULO II
                                                                 LA LEGÍTIMA DEFENSA (03-08-2018)
Los ciudadanos paraguayos en general y los políticos en particular precisan tener una opinión políticamente correcta sobre ¿qué es la guerra?, porque es el pueblo el que da sus hijos para la lucha y sustenta económicamente a las fuerzas armadas, en tanto que los políticos son los que hacen la guerra o la paz.
Aprovecho la ocasión para recordar a los historiadores militares y a los que se hacen pasar por tales, que uno de sus funciones principales es destruir mitos y no crearlos, así como limpiar de porquerías la historia de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza; porque alrededor de este campo se han construido una montaña de mentiras que cada día, en vez de aclararla, crean más confusión.
El fin de la historia no es exaltar el patriotismo, sino narrar los hechos tal como sucedieron, porque como escribió un filósofo norteamericano: «la nación que no quiere recordar algún pasado infausto tal como ocurrió, tendrá como castigo el ver como se repite» -y Nietzsche asevera- «No hay que temer en abrir los ojos a la verdad, aunque hay gente que no quiere saber la verdad, porque no quiere que sus ilusiones sean destruidas». Esta clase de gente prefiere vivir de la imaginación creadora y sin fundamento real, llenándose de mitos y leyendas.
El catecismo de la iglesia católica considera que “la legítima defensa de las personas y las sociedades –conforme a los conceptos de Santo Tomás de Aquino-, no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario (la guerra). La acción de defenderse lleva dentro de sí un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor. «Todos los seres vivos se abrazan fuertemente a la vida» (Darwin). Es, por lo tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asesinar a su agresor.
De manera entonces, el concepto de legítima defensa que nos proporciona la iglesia católica es no sólo un derecho, sino también un deber muy grande para el que es responsable de proteger la vida de otro, del bien común de la familia y de los habitantes de la nación. La protección de los intereses vitales de la nación y la propiedad de los ciudadanos (vida, bienes y libertad), exigen colocar al agresor en estado de no poder causar daños. Por lo tanto, todos los gobiernos de todos los países poseen autoridad y tienen el derecho y la fuerza para defender o repeler por medio de las armas a los agresores del Estado. La rápida y violenta reacción de la fuerza pública contra cualquier agresión tiene el fin de preservar el orden, la paz y la seguridad de los habitantes del país, y la integridad territorial de la nación.
La ley moral prohíbe exponer a alguien, sin razón muy importante a un riesgo mortal, así como negar la asistencia o socorrer a una persona en peligro. De esto se infiere lo que sigue: no condenar, por parte de la sociedad y con la máxima energía a los hombres o autoridades que provocan guerras y muertes sin esforzarse por impedirla o detenerla, constituye una escandalosa injusticia, amén de una falta abominable.
La legítima defensa es ley de naturaleza, o sea norma que Dios ha establecido para regular las acciones de los hombres en beneficio de la seguridad mutua. Se ha aplicado desde la edad primitiva entre individuos y entre tribus, y en la edad moderna, en las relaciones internacionales. Ella suele ser el único medio de defensa en situación de peligro inminente o hecho consumado de agresión. Sin embargo, rige según criterio de poder, vale decir, su aplicación depende de la capacidad de los países para implementarla.
Ampliando el concepto, la legítima defensa comprende simples medidas de defensa. Es un derecho natural de todo individuo o Estado soberano. Constituye una respuesta a un acto ilícito del agresor. ¿Cuándo se usa? Las leyes de cada país contempla el derecho legítimo que tiene cada persona de usar todos los medios para defender su propiedad (vida, bienes y libertad). El derecho internacional, autoriza a los estados a usar sus fuerzas militares contra agresiones a los intereses vitales de la nación (independencia, soberanía, integridad territorial, etc.). Sólo se la considera legítima si hubo ataque armado.
¿Qué se persigue? Rechazar un ataque u obligar al autor a retroceder. Por lo tanto, la legítima defensa consiste en oponer resistencia por la fuerza a una agresión violenta. El derecho internacional común autoriza al Estado a rechazar con la fuerza un ataque perpetrado sin justificación por un Estado contra la independencia e integridad territorial, fuerzas militares, buques, aviones de otro Estado.




LA GUERRA – CAPÍTULO FINAL
LA HISTORIA MILITAR
Introducción. Como por varios años he tratado de compartir con los camaradas del ejército paraguayo, temas diversos sobre la guerra, y especialmente, llamar la atención de la extraordinaria importancia que la historia militar juega en la óptima formación de los oficiales, y que me consta, que las instituciones militares de enseñanza de nuestro ejército le da poca importancia; aunque he intentado en vano llamar la atención sobre el punto débil en la formación de nuestro futuros coroneles y generales de la nación, que la historia es inherente a la profesión militar. Si continuamos de este modo, el día del peligro, el día en que nuestras FF. AA de la nación se ve obligado a empuñar de nuevo las armas para defender algún interés vital de la nación, la patria buscaría en vano oficiales dignos de la victoria.
Desarrollo. Como nuestros libros “Las causas de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza” y “La conducción del ejército paraguayo en la guerra de la Triple Alianza” tratan de la crítica histórico-militar de la guerra de la Triple Alianza, estamos obligados a dar una explicación somera sobre el fin la historia militar, encaminada en la aplicación de la doctrina en la narración de los hechos bélicos.
La historia militar es un proceso de investigación analítica, constituido por un conjunto de observaciones, comparaciones y reflexiones del historiador militar, sustentada en verdades establecidas ya antes por la experiencia recogida de guerras anteriores y aceptadas en la teoría militar como doctrina. Por lo tanto, el historiador militar, además de estar familiarizado con los vocabularios militares, le es indispensable conocer la teoría del arte de la guerra, vale decir, la doctrina militar, tales como las leyes de guerra y los principios de conducción para interpretar las acciones del por qué un ejército realiza un movimiento o por qué adopta una actitud defensiva, cuáles son las características que debe reunir el terreno para que sea la más apropiadas para la defensa; qué condiciones debe darse para realizar operaciones ofensivas, cuales son las acciones a realizar antes de empezar el ataque, cuándo no hay que aceptar batalla, en qué momento hay que detener un ataque en desarrollo y ordenar la retirada, o cuales son los motivos por lo que el general en jefe con su reserva debe mantenerse cerca del campo de batalla de modo a intervenir en ella en el momento más oportuno para quitar de las manos del enemigo, la victoria.
Clausewitz en su obra maestra “De la Guerra”, escribió, «la influencia de las verdades históricas sobre la vida práctica se ejerce más por medio de la crítica que por la enseñanza, pues, como la crítica consiste en la aplicación de la verdad teórica sobre los hechos reales, tratase de familiarizar el entendimiento con la misma verdad por la repetición constante de su uso».
Las verdades sobre los hechos sirven como punto de partida y orientación de un estudio que de otro modo no sería posible realizar o no permitiría llegar a la finalidad perseguida: extraer experiencia y enseñanza. Muchas veces el objeto de la crítica puede ser deficiente si se convierte la teoría en una aplicación tendenciosa o interesada, o se usa como mera exaltación del patriotismo que no es fin de la historia, o por la ignorancia de las leyes de guerra y los principios de la conducción que son necesarios para apreciar debida y apropiadamente las operaciones militares y sacar de ellas conclusiones y enseñanzas. Todos los resultados positivos de la investigación histórica, todos los principios, reglas y métodos son establecidos para que sean usados o aceptados; y al raciocinio del investigador pertenecerá siempre fijar lo que le parece más conveniente. Tales resultados no deben emplear el historiador como leyes o normas, sino solamente como los que ellos deberían ser, es decir, como apoyo para el juicio. El historiador militar debe examinar las razones por las cuales el conductor ha escogido algunos principios para aplicar en la operación, y por qué ha ignorado otros o tomado una determinación en contra de la doctrina.
La teoría militar debe, pues, servir de guía en todo estudio de la historia militar, porque sin ella las reflexiones y el análisis no podrían establecer el punto de partida, la dirección a seguir y el objetivo a alcanzar. Pero, al raciocinio del historiador corresponderá siempre determinar si cuáles son los principios y reglas de conducción preestablecidos en la teoría son aplicables, y cuáles no, en la guerra o batalla considerada. Lo fundamental es descubrir en el análisis, antes de formular conclusiones, cuáles fueron las causas que favorecieron, perjudicaron o impidieron la aplicación de los principios, de modo a identificar las razones reales del éxito o fracaso de una operación. La teoría militar, fundada en las experiencias bélicas, le da su propia forma o manera de ser a una doctrina de conducción. Ella ha sido extraída de la historia militar, o sea, de la realidad de la guerra en el transcurso de varios siglos, y constituye la más valiosa enseñanza que el historiador militar ha podido brindar a los militares profesionales.
A medida que transcurre el tiempo ciertos principios siguen vigentes, en tanto que otros son reemplazados para acompañar la evolución de la tecnología bélica. De este modo, va creciendo en cantidad, no las leyes que son invariables, sino los principios. Aun así varios de ellos siguen siendo actuales, a pesar de las modificaciones que se han producido en cada guerra, acompañando la evolución de la tecnología. Queda demostrado que el conductor no debe ir a la guerra con ideas preconcebidas, sino deberá inspirarse en la situación real del momento porque la situación durante la batalla, cambia frecuentemente y a veces inesperadamente; y como la historia militar no tiene otro fin que la educación del espíritu y mejorar la agilidad mental; por lo tanto, en vano se buscará en la historia la regla para resolver un problema. Todo esto llevó a decir a Moltke[1]: «En la guerra hay que hacer lo que sea más adecuado a cada caso y sin dejarse atar por reglas generales invariables». Y Schlieffen[2], en un discurso pronunciado en 1910 con motivo de la conmemoración del cincuentenario de la Academia de Guerra de Berlín: «Delante de todo el que quiera llegar a ser GENERAL o conductor de ejército, hay un libro titulado: “Historia de la Guerra”»[3].
Federico II el Grande (1712-1786) que reorganizó su Estado con una administración moderna, convirtió a Prusia en el estado más poderoso de Europa y forjó un ejército que fue el mejor de Europa. Era conocido como el rey filósofo. Uno de sus consejeros fue Voltaire. Federico asignó mayor importancia al estudio de las guerras del pasado que a su amplia experiencia bélica. Se refiere a la Historia Militar de este modo: «El arte de la guerra exige un permanente estudio; yo estudio toda clase de historias militares, desde César en la Galia hasta Carlos XII[4] en Poltawa. Estudio con todas mis fuerzas y hago todo lo posible para adquirir los conocimientos que son necesarios para resolver dignamente las cuestiones correspondientes a mi cargo; en síntesis, trabajo y estudio para hacerme mejor y para llenar mi espíritu con todo lo que el pasado y la época actual ofrecen como ejemplos esplendorosos».
Napoleón, aconsejaba a sus generales hacer la guerra como Alejandro, Aníbal, César, Gustavo Adolfo y Federico II: «Leed la historia de sus 83 campañas. Volved a leerlas y formaos en su ejemplo. Éste es el único camino para llegar a ser un gran general, dominar los secretos del arte de la guerra y adquirir el conocimiento de la alta conducción». Un oficial que desea ser GENERAL y conductor de ejército, necesita estudiar la historia militar para extraer de ella una experiencia previa sobre la guerra, aprendiendo la conexión que la estrategia y las tácticas del pasado tienen con la guerra en desarrollo o del futuro. Por estas razones, los grandes conductores habían llegado a la conclusión de que es absolutamente necesario que antes de ir a la guerra, el conductor y sus generales posean una experiencia previa sobre la misma, la que no puede obtener más que en el estudio razonado de la Historia Militar.
Clausewitz, escribió: «De los libros de historia militar no debe llevarse a la guerra nada más que la educación del espíritu o entrenamiento mental. El que va a ella con ideas preconcebidas, que no han sido inspiradas por la situación real del momento que se enfrenta, verá desmoronarse su edificio por la fuerza de los acontecimientos antes de que esté terminada. La más hermosa regla de conducción será siempre la que produce el genio en el instante preciso y oportuno».
El mariscal Foch[5] era un erudito historiador militar, y su estudio tuvo resonancia mundial. La escuela de Foch fue el faro luminoso en la preparación y formación de Estigarribia el Grande, quien era su discípulo, cumpliendo ampliamente la Historia Militar su función en la guerra del Chaco. Lo real y lo lógico es que los hechos históricos no pueden valorarse si se los manipulan o se falsean como la guerra del 70 (GTA), por lo tanto, es preciso examinar cada guerra y cada batalla tal como acontecieron, porque sólo así puede ser provechosa. Todo lo demás es pura especulación que no sirve para obtener experiencias, finalidad de la Historia Militar.
Los más exitosos conductores de ejército, coinciden en un mismo objetivo a alcanzar con el estudio de la historia militar: la educación del espíritu. Es decir, que es preciso adquirir una experiencia previa sobre la guerra. Esa educación espiritual es lo único que de aquel estudio debe llevar el conductor a la guerra sin atarse jamás a ideas preconcebidas.
La guerra evoluciona constantemente, pues, nuevos medios de lucha le imprimen formas siempre renovadas. Nada vuelve a ser exactamente como en las guerras anteriores. Pero, las leyes de guerra no cambian, y los principios de conducción, tal vez algunos y las tácticas deben ajustarse constantemente a la tecnología en boga. Un general, al preparar su ejército prejuzga que la guerra comenzaría con las mismas características de la guerra inmediatamente anterior, la historia tiene demostrada adónde puede conducir al conductor la mentalidad rutinaria y dogmática que recurre exclusivamente a la experiencia empírica extraída de la última guerra, menospreciando la experiencia milenaria de la Historia Militar. De todos estos se sigue, que constituye un grave error considerar a la última guerra como la guerra tipo, y sobre ella modelar los planes de operaciones.
La Historia Militar es pues, la escuela más amplia y fecunda para la preparación de los futuros conductores de ejército. Pero su misión termina cuando el general en jefe asume el mando del ejército y comienza la ejecución del plan de guerra, vale decir, que ella no le acompañará al campo de batalla, y como expresara Clausewitz, «la historia militar obra de la misma manera que un sabio profesor de medicina que dirige el desarrollo intelectual de sus discípulos, sin llevarlos por eso toda la vida con andadores».
Finalmente, espero que un oficial, a quien Dios lo ha distinguido con sus dones de ingenio, talento e inteligencia superior, tome la posta y prosiga incansablemente, -sin buscar ni esperar recompensa-, este arduo trabajo que me asigné por propia iniciativa y que hoy he resuelto dejar. Sólo me dedicaré a seguir siendo –a mi manera- un buen soldado de la nación hasta la hora final.




[1]     Moltke Helmuth, conde von, mariscal prusiano (1700-1891), Jefe de Estado Mayor, dirigió el ejército durante la guerra de los Ducados (1864), la guerra austro-prusiana (1866) y durante la guerra franco-prusiana (1870-1871).
[2]     Schlieffen Alfred, conde von, mariscal alemán (1833-1913), jefe de Estado Mayor desde 1891 hasta 1906, dio su nombre al plan de campaña aplicado por Alemania en la I G. Mundial.
[3]     Leopoldo R. Ornstein, El estudio de la historia militar, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, Buenos Aires, 1957. Pág. 102.
[4] Carlos XII (1682-Noruega 1718). Venció al rey de Dinamarca en Copenagüe, a los rusos, a los narvas y a Augusto II de Polonia en Kliszóv. Pero fue derrotado en Poltawa (ciudad de Ucrania al SO de Járkóv) por Pedro. Se refugió en Turquía. En 1715 regresó a Suecia. Cuando atacaba Noruega murió en el sitio de Fredikshald en 1718.
[5] Ferdinad Foch (1851-1929), mariscal de Francia, Gran Bretaña y Polonia; se distinguió durante la primera guerra mundial en la que condujo a los ejércitos aliados a la victoria.


LA GUERRA - CAPÍTULO III, "LA REPRESALIA": (lunes 07-08-2018)

LA GUERRA, CAPÍTULO III
LA REPRESALIA
Podemos establecer una distinción entre la legítima defensa y la represalia, ya que la primera comprende sólo medidas de defensa, en tanto que el estado que ejerce la represalia se apodera de un bien jurídico del otro estado, sea parte de su territorio o sus buques o sus aviones; así como maltratar u ofender a sus diplomáticos, o a cualquier otro órgano del Estado. Esta es la razón por la que, a diferencia de lo que ocurre en la legítima defensa, las represalias sólo pueden ordenarse cuando no se haya podido conseguir una reparación de los daños recibidos de otro Estado. El derecho internacional permite la reacción violenta e inmediata contra cualquier agresión (legítima defensa), mientras que en la represalia, lo que en un principio se trata es la de lograr una reparación de daños, y sólo en caso de negativa puede procederse a una represalia.
La auténtica defensa es un medio por el que un Estado se limita a rechazar por la fuerza militar una invasión armada a su territorio (guerra del Chaco). Si por el contrario, un Estado cuyo derecho ha sido conculcado, se apodera de un bien jurídico de otro Estado para exigir una reparación o conseguir algo sobre el cual cree tener derecho legítimo. No es defender su derecho, sino que empieza una acción ofensiva sobre el adversario para conseguirlo. Esta acción se la considera como represalia, y no consiste en la defensa de un derecho, sino, reiteramos, en conseguir la reparación de daños a algunos de sus intereses.
El Estado que ejerce una represalia puede realizar una operación militar para apoderarse de un bien del adversario u ocupar parte de su territorio como prenda de negociación, de modo a obligar al otro Estado a reparar los daños ocasionados a sus intereses. Es una respuesta a un acto ilícito de otro Estado.
Ejemplos de represalia son los que Gran Bretaña en 1863 ejerció sobre el Brasil por la cuestión Christie (apresamiento y saqueo de un buque inglés en la costa brasilera; y el Brasil sobre el Uruguay a partir del 1 de diciembre de 1864 (por las arbitrariedades cometidas, desde 1852, por las mismas autoridades del Uruguay y bandoleros contra los 40.000 brasileros que habitaban en territorio oriental. Por esta causa el mariscal López apresó el barco brasilero “Marqués de Olinda”, y seguidamente invadió las provincias brasileras de Mato Grosso y Río Grande del Sur.
En conclusión, se entiende, en general, por represalia toda violencia ejercida, sin ser aún guerra, para obtener la reparación de una injusticia que se ha sufrido o se haya irrogado a los intereses de la nación o con el objeto de poner fin a las arbitrariedades (robos, asesinatos, violación de mujeres) contra sus ciudadanos que viven en otro país, y que el gobierno de éste no puede o no quiere dar protección.
Las represalias pueden ser negativas o positivas. Son negativas cuando un estado rehúsa cumplir una obligación que ha contraído o prohíbe a otra nación gozar de un derecho que le corresponde (libre navegación de un río internacional). Las positivas consisten en apoderarse de las personas (diplomáticos o autoridades) y bienes pertenecientes a otro país (barco, avión, etc.) a fin de obtener satisfacción; o sea, hacer justicia por propia mano.
¿Cuándo un Estado puede hacer uso de la represalia? Las represalias sólo pueden ordenarse cuando no se haya podido conseguir una reparación de los daños. Lo que en un principio se exige es que el agresor, cuya acción siempre envuelve la idea de injusticia, por lo tanto, contrario al derecho, enmiende el daño ocasionado a sus intereses, y sólo en caso de negativa puede procederse a la represalia.
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