ELEMENTOS DE LA GUERRA
¡OLA AMIGOS! A PARTIR DEL DÍA LUNES, 30-07-2018, PONGO A CONSIDERACIÓN DE USTEDES, EN ESTE MISMO ESPACIO, ALGUNOS TEMAS RELACIONADOS CON LA GUERRA. DE ESTE MODO, PODEMOS INTERPRETAR MEJOR LO QUE NOS DICEN LOS HISTORIADORES MILITARES:
1) LA GUERRA,
2) LA LEGÍTIMA DEFENSA
3) LA REPRESALIA
2) LA HISTORIA MILITAR,
4) LAS CAUSAS DE LA GUERRA,
5) ETCÉTERA.
GUERRA, LEGÍTIMA DEFENSA, REPRESALIA E
HISTORIA MILITAR
CAPÍTULO I. ¿QUÉ ES LA GUERRA?
Sección 1
«Si
dos países compiten porque desean una misma cosa que no puede ser compartida
por ambos, se convierten en enemigos, y para lograr su propósito, se empeñan en
destruirse y someterse mutuamente. De esto nace los conflictos que llevan a la
guerra»[1].
Preguntar quién ganó una guerra determinada es como preguntar quién ganó en la
tragedia de Ykuá Bolaños, suceso ocurrido
en Asunción el 1 de agosto de 2004 en la que fallecieron en una conflagración
casi 400 personas y hubo igual número de heridos. Vale decir, en la guerra
todos los involucrados pierden y nadie gana a excepción de los comerciantes de
materiales bélicos y proveedores de servicios y abastecimientos inherentes a la
guerra. Si bien es cierto, las pérdidas materiales se pueden reponer, pero es
imposible reemplazar las preciosas vidas de miles de jóvenes, así como el duelo
de los familiares y las congojas de los parientes y amigos. Al respecto
escribió González Delvalle: «Un historiador de la antigüedad aseguró que la
paz, es el tiempo apacible en que los hijos entierran a sus padres. Y la
guerra, la época tremenda y desconcertante en que los padres entierran a los
hijos»[2].
La guerra, según los sociólogos[3],
se origina en el egoísmo de los estados, la excesiva ambición y en los innatos
impulsos agresivos y mal dirigidos del hombre. Respecto a este último punto,
San Agustín nos dice que, «sin las limitaciones que el gobierno impone, los
hombres se matarían entre sí hasta extinguir la raza humana». De esto se sigue que un gobierno
organizado y prudente constituye la medida de la diferencia entre la guerra y
la paz. Cuando en una región hay estado que carece de un sistema legal como el
equilibrio de los poderes, y solo el poder ejecutivo juzga a su manera o según
los dictados de su propia razón los asuntos del Estado, tal como declarar la
guerra o hacer la paz, es inevitable que surjan conflictos con los vecinos que
frecuentemente llevan al extremo. Es por esta razón que los estados pacíficos
son forzados a mantener un buen poder militar, no porque deseen lograr algo de
la guerra, sino porque quieren tanto evitarla como también protegerse
adecuadamente si llegare a ocurrir por culpa de vecinos belicosos. Porque, como
nos advierte Confucio, «… pues, ¿qué puede hacerse contra la fuerza, sin la
fuerza?»
Hobbes, notable filósofo inglés, reflexiona sobre la guerra
de este modo: «En la naturaleza del hombre y de las naciones, encontramos tres
causas principales de conflicto: la competencia, la desconfianza y la gloria.
La primera hace que los hombres o países invadan el territorio de otros para
adquirir ganancia. Para ello hacen uso de la fuerza militar, para que de esta
manera los hombres o países se hagan dueños de la propiedad de otros. La
segunda para lograr seguridad, usa la fuerza militar con un fin defensivo. La
tercera para adquirir reputación o reparar ofensas como las críticas acerbas o
señales de desprecio dirigidas hacia la patria o su Gobierno. Es un hecho que,
en todas las épocas los gobiernos de cada país están en una situación de
perenne desconfianza mutua, en un estado y disposición de gladiadores,
apuntándose con sus armas, mirándose fijamente, es decir, con sus fortines y
cañones instalados en sus fronteras, espiando a sus vecinos constantemente, en
una actitud belicosa»[4].
Si aceptamos la teoría y llamamos bueno a todo lo que protege la especie humana
y el medio ambiente; y malo a todo lo que los perjudica, consecuentemente, el
que provoca la guerra es un azote de la humanidad, por lo tanto, se le puede
considerar como un criminal contra los seres humanos. Aunque existe guerra de
necesidad que se hace con el objeto de impedir un mal peor.
Juan Vives, escribió:
«Según reza un proverbio griego, la venganza es cosa sabrosísima; es manjar
de dioses, y como tal, con morosa delectación la leemos y la aprobamos. También
se escribe de guerras, admirándolas y recomendándolas, para que el ánimo del
lector complaciente se deslice a desear aquella sangrienta infamia que oye ser
tan celebrada y enaltecida. Desgraciadamente, no fueron pocos los jefes de
Estado que provocaron la guerra, no aguijoneados por otras espuelas que la de
la gloria de aquellos que algún día fueron vencedores»[5]. De este modo se puede decir, que
Aquiles prendía fuego en el ánimo de Alejandro Magno, este azuzó a Napoleón y
Napoleón concitó a Solano López.
No es justo ni conveniente para nadie empezar una guerra, no
solo porque frecuentemente la pierde quien empieza y rara vez es derrotado el
que se mantiene defensivamente dentro de su territorio, sino también porque el
gobierno ha sido instituido para proteger la vida de los ciudadanos y mantener
la paz, y de este modo alcanzar el fin primario de la unión de un varón con una
mujer, que es la procreación y la propagación de la especie y la preservación
de la propiedad, vale decir; la vida, la libertad y los bienes de cada familia
y del país. Por lo tanto, las fuerzas militares solo deben ser empleadas en
legítima defensa. Los insensatos y bravucones son siempre los primeros en
empuñar sus armas, también son los primeros en huir o implorar cuartel. La
defensa es una honesta causa para luchar y por eso ninguna ley castiga la
legítima defensa, porque es una ley de naturaleza defender la vida y los bienes
propios.
Solano
López desde la edad juvenil adquirió la costumbre de hallarse en el centro de
un torbellino de acciones que le calzaron las botas y le colocaron las
espuelas. Empezó su carrera militar con el grado de coronel, a la edad de
quince años, y llegó a general y jefe del ejército a los dieciocho. Afortunado
mediador entre Urquiza y Mitre en 1859, y embajador itinerante ante los países
europeos por 18 meses. Él consideraba que esas funciones y la dócil obediencia
de sus tropas le otorgaban genio militar. Lo que queremos señalar es que la
guerra no trae beneficio, apenas puede lograr una redistribución de los
recursos o arreglos limítrofes; pero somos categóricos en afirmar que es el
trabajo y no la guerra o la gloria bélica el que puede crea mejor bienestar del
pueblo.
[1] John Locke, filósofo inglés (1632-1704). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Impreso en España 1998.
Litografía Rosés, S.A. (Barcelona). Locke consideraba que «la sociedad se basa
en un contrato y que el soberano debe obedecer las leyes; de otro modo, la
insurrección del pueblo es legítima».
[2] Alcibiades González Delvalle,
Procesados del 70, Edit. El Lector,
Asunción, Pág. 63.
[4] Thomas Hobbes, Leviatán – Edit. Altaya, Barcelona 1997.
Cap. 13; Págs. 107 y 108.
[5] Juan Luis Vives (1492-1540),
filósofo español, Las Disciplinas.
Ediciones Folio (España), 2000. Cap. VI, Pág. 124.
GUERRA,
LEGÍTIMA DEFENSA, REPRESALIA E HISTORIA MILITAR
CAPITULO I. ¿QUÉ ES LA GUERRA?
Sección 2
Según Clausewitz[1], «la guerra no es más que un duelo en una escala más amplia. Es algo así como dos
luchadores, cada uno de los cuales trata de imponerse al otro por medio de la
fuerza física; su propósito es incapacitar al enemigo para que no pueda seguir
con su resistencia; la guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se
lleva a cabo para obligar al adversario a reconocer la derrota y aceptar la
voluntad del vencedor». La fuerza militar constituye así el medio, imponer la
voluntad al enemigo es el objetivo. Para estar seguro de alcanzar este objetivo
es preciso derrotar la voluntad de luchar del Gobierno para que acepte la
condición que se le quiere imponer, demostrándole que puede ir le peor que la
que supone el pago que se le exige. De ello se desprende que la destrucción de
la fuerza del adversario debe constituir siempre el objetivo de toda operación
militar. Pero, ¿por qué se lucha o cual es la causa de la guerra? Sin duda
alguna el objetivo político, o sea, la misión que recibe el general en jefe del
Gobierno Nacional, vale decir, el qué se
debe alcanzar por medio de la fuerza militar, así como realizar los esfuerzos
necesarios para cumplir con ese propósito. El objetivo político en la Guerra
del Chaco (1932-1935), o sea la misión que recibió Estigarribia del presidente
Eusebio Ayala era «expulsar a los bolivianos del Chaco Paraguayo»; en la II
Guerra Mundial, el comandante en jefe de las fuerzas aliadas, general Dwight
Eisenhower, fueron: «penetrar en el corazón de Europa y destruir las fuerzas
militares de Alemania», y en la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que
Solano López sea considerado el árbitro del Río de la Plata, respaldado por el
ejército más numeroso del continente, reponer al Partido Blanco en el gobierno
del Uruguay, y obligar a las tropas brasileras a abandonar territorio oriental[2].
También nos dice Clausewitz, «la guerra comienza porque en
cada país en conflicto existe un motivo hostil que los ha impulsado a hacerlo».
Así pues, mientras dura la guerra este motivo permanecerá y solo dejará de
actuar por una sola razón: al que le va mal está obligado a negociar la paz; es
decir, si a uno le conviene continuar al otro le conviene poner fin a la lucha
para impedir que el país alcance el punto de su bancarrota. Sin embargo, si
ambos ejércitos se mantienen equilibrados y no se visualiza la superioridad de
uno de los contendientes sobre el otro, es absurdo continuar una guerra que
solo debilitará a ambos, por lo tanto lo mejor será buscar una paz de
conveniencia mutua.
«La guerra no
constituye ni pasión por la aventura ni para ganar gloria –dice Clausewitz-,
sino que es un medio serio para
alcanzar un objetivo serio». O sea, es un instrumento político como ya lo
hemos señalado, de esto se puede inferir que la guerra tiene su origen en un
objetivo político; por lo tanto, este constituye la más importante de las
consideraciones que debe ser tenida en cuenta en la conducción de la guerra.
Todas las guerras tienen que ser consideradas como actos políticos; de esto se
sigue que el fin de la guerra es lograr el objetivo señalado por el Gobierno Nacional,
y los medios para ello son las fuerzas armadas. Sin embargo, durante su
desarrollo el objetivo político puede cambiar si se presenta una de las
situaciones siguientes:
1) carecer de suficiente fuerza como para seguir oponiendo
resistencia seria;
2) el enorme gasto ya hecho y del que todavía se requiere;
3) el precio excesivo que hay que pagar por la victoria;
4) evitar que el país alcance el punto de su bancarrota;
5) cuando las fuerzas están equilibradas y
ninguna de ellas puede imponerse al otro, por lo tanto, continuar la lucha sólo
debilitaría a ambos.
Ante cualquiera de las cinco circunstancias mencionadas, la prudencia
indica negociar la paz. Un armisticio es a menudo más conveniente porque todo jefe
de Estado tiene la obligación de mirar la posguerra, la responsabilidad de
recuperar la paz para su pueblo y no permitir que el país llegue hasta la ruina
total. La guerra es algo así como un juez supremo al que se apela después de
agotar los medios pacíficos para saber de qué lado está el “derecho”, y nada más. Dilucidada la cuestión en
una batalla decisiva, de donde sale un vencedor y un vencido, pero continuar la
lucha sin posibilidad de victoria es un desperdicio de recursos humanos y un
despilfarro de los bienes del país. La guerra termina cuando el gobierno del
país derrotado, aun disponiendo de fuerza para seguir resistiendo, acepta la voluntad del vencedor y firma una paz de conveniencia mutua.
[1] Karl von Clausewitz, De la Guerra, Libro I, Edit. Idea Books,
primera edición, colección Idea Universitaria 1999. Págs. 27 al 98.
[2] Estos hemos inferidos de sus acciones, discursos públicos
y de sus notas que suelen ser cortés en la forma e insolente en el fondo, y
hasta desafiantes.
CAÍTULO I. ¿QUÉ ES LA GUERRA
Sección 3
La campaña de Villeta en la guerra de la Triple
Alianza (1864-1870) muestra que a pesar de la conquista de una parte del
territorio y destruidas las fuerzas militares, la guerra no puede considerarse
como terminada hasta que el Gobierno resuelva firmar la paz, o hasta que la
población haya sido sometida en su totalidad. Si el gobierno derrotado no
acepta la voluntad del vencedor, la guerra proseguirá sin tregua, hasta ser
aplastado el país y el jefe de Estado perseguido, capturado o muerto. Esto es
así, porque el conflicto podía estallar
nuevamente en el interior o mediante la ayuda de un aliado, y obligar al
vencedor a más sacrificios. «No siendo la guerra un acto de pasión ciega,
-escribió Clausewitz- sino que está dominada por el objetivo político, la
importancia de ese objetivo determina la medida de los sacrificios de vidas
humanas y materiales que hay que realizar para obtenerlo. En consecuencia, tan
pronto como el gasto para mantener la potencialidad de la fuerza sea tan grande
que la conquista del objetivo político no podrá compensar, ese objetivo deberá
ser abandonado y el resultado lógico será buscar la paz»[1]. Vale
decir, una paz de conveniencia mutua. Con este propósito siempre será preciso
contar con una diplomacia eficiente, porque antes, durante y después de la
guerra, la batalla decisiva se suele llevar a cabo, usualmente, fuera de la
escena, vale decir, en el campo diplomático.
Heráclito[2]
la definió así: «la guerra es común a
todos los seres, ella es la madre de todas las cosas; de uno hace dioses, de
otros esclavos u hombres libres». Lo que significa que la guerra pone a cada
uno en su lugar, ella impone el derecho. La guerra tiene su propia ley, cuando
un país está derrotado, para evitar que la nación alcance el punto de su ruina
total, cabe considerar la respuesta que recibió un emperador egipcio -que había
perdido la batalla decisiva ante Jerjes I, emperador de Persia-, de un anciano
de profunda sabiduría a quién requirió sobre qué hacer: continuar la lucha u
ofrecer su cabeza al enemigo para ahorrar sacrificio a sus súbditos. El sabio
expresa su respuesta de modo parabólico: ¿«Quién es el vencedor para ir a
prosternar ante él?» Erasmo de Rotterdan, autor de Elogio de la locura, dice: «La guerra es una locura, la guerra
siembra guerra, de amago llega a ser realidad, de pequeña inmensa».
Respecto
a las crueldades en la guerra podemos decir lo siguiente: no hay soldado bueno
o malo en la guerra; solo vencedores y vencidos. Todas las acciones de guerra son
legítimas si se realizan al servicio de la victoria. La responsabilidad de la
matanza de mujeres, niños y enfermos debe atribuirse a los defensores, porque
el general en jefe, en vez de ubicarlos fuera del camino del atacante, los
expone colocándolos al alcance del enemigo[3].
La guerra en el fondo no es más que un asesinato en masa por mucho que digan
los versos de los poetas, su fin se reduce a imponer la voluntad de un país
sobre otro por medio de la fuerza. La misión del soldado es matar al enemigo
-que es hombre como él- para sobrevivir. Tratar de ignorar como elemento
constitutivo la brutalidad en la guerra porque despierta repugnancia significa
una vana tentativa, pues los ejércitos se hallan librados a sí mismos y no
obedecen a otra ley que la propia. El ambiente de la guerra es peligro
constante, esfuerzo físico e incertidumbre. Durante ella, lo más terrible de
sobrellevar es la falta de conocimiento seguro, claro y evidente de si después
de tantos esfuerzos y sacrificios se van a obtener la victoria y sobrevivir
cuando llega el final de la lucha. En los combates, salvo los lunáticos, las
tropas se hallan con miedo y aterrorizados ante la amenaza de perder la vida;
entonces luchan con la máxima ferocidad; durante ese crucial momento nadie
recuerda la táctica, ni el patriotismo ni la gloria, solo el deseo de continuar
viviendo. ¿Pedir clemencia al enemigo transfigurado en un lobo feroz? La guerra
libera lo más brutal que existe en la naturaleza humana; cada combatiente es
instruido y adiestrado para entregar su propia vida en la batalla, asimismo
tiene pleno derecho a quitarle la vida al enemigo. Todos los hombres, a pesar
de sus bravuconadas se estremecen de terror a medida que la hora «H» se acerca.
El campo de batalla es lugar de miedo, y ningún hombre deja de tenerlo porque
siente que la muerte le ronda a cada paso, hasta que está metido en la
refriega, y es cuando se encuentra todos los sentidos fuera de sí.
Consecuentemente, esperar caridad del vencedor es como pedir peras al olmo; la
clemencia, el remordimiento y el sentimentalismo no tienen cabidas en el petate
del soldado, porque durante la guerra la civilización se retrograda hasta la
barbarie.
Todas las consideraciones que acabamos de hacer
nos lleva a pensar: que la guerra no es una pasión ciega, sino que se lucha por
un objetivo político, la importancia de ese objetivo determina la medida de los
sacrificios, sean en recursos humanos o bienes materiales que el Gobierno está
dispuesto a realizar para obtenerlo. Max Weber[4],
en una de sus obras sentencia de este modo la cuestión: «Ponerse a buscar
después de perdida una guerra quienes son los “culpables” es cosa propia de
viejas; es siempre la estructura de la sociedad la que origina la guerra. La
actitud sobria y viril es la de decir al enemigo:
«Hemos perdido la guerra, la habéis ganado
vosotros. Esto es ya cosa resuelta. Hablemos ahora de las consecuencias que hay
que sacar de este hecho respecto de los intereses materiales que estaban en
juego y respecto de la responsabilidad hacia el futuro, que es lo principal y
que incumbe sobre todo al vencedor. Todo lo que no sea esto es indigno. Una
nación perdona el daño que se hace a sus intereses, pero no al que se hace a su
honor, como la de invadir sus territorios y humillar a su pueblo».
PARTIR DEL LUNES, 06-08-2018: "LA LEGÍTIMA DEFENSA"
PARTIR DEL LUNES, 06-08-2018: "LA LEGÍTIMA DEFENSA"
[1] Clausewitz, Obra cit.
[2] Heráclito, filósofo griego (550-480 a. JC).
[3] Los hombres van a la
guerra para defender la nación, vale decir, amparar a los niños y no mandarlos
matar como en las batallas de Avay,
Pirivevýi y Acosta Ñu; proteger a
las mujeres y no ponerlas en el camino de la soldadesca enemiga como en Avay y Pirivevýi.
[4] Max Weber, El político y el
científico, Editado por Litografía Rosés S.A., (Esp. Barcelona), año 1998,
Págs. 158 y 159.
LA GUERRA, CAPÍTULO II
LA LEGÍTIMA DEFENSA (03-08-2018)
Los ciudadanos paraguayos en general y los políticos en particular
precisan tener una opinión políticamente correcta sobre ¿qué es la guerra?,
porque es el pueblo el que da sus hijos para la lucha y sustenta económicamente
a las fuerzas armadas, en tanto que los políticos son los que hacen la guerra o
la paz.
Aprovecho la ocasión para recordar a los historiadores militares y a
los que se hacen pasar por tales, que uno de sus funciones principales es
destruir mitos y no crearlos, así como limpiar de porquerías la historia de la
guerra del Paraguay contra la Triple Alianza; porque alrededor de este campo se
han construido una montaña de mentiras que cada día, en vez de aclararla, crean
más confusión.
El fin de la historia no es exaltar el patriotismo, sino narrar los
hechos tal como sucedieron, porque como escribió un filósofo norteamericano:
«la nación que no quiere recordar algún pasado infausto tal como ocurrió,
tendrá como castigo el ver como se repite» -y Nietzsche asevera- «No hay que
temer en abrir los ojos a la verdad, aunque hay gente que no quiere saber la
verdad, porque no quiere que sus ilusiones sean destruidas». Esta clase de
gente prefiere vivir de la imaginación creadora y sin fundamento real,
llenándose de mitos y leyendas.
El catecismo de la iglesia católica considera que “la legítima defensa” de las personas y las sociedades
–conforme a los conceptos de Santo Tomás de Aquino-, no es una excepción a la
prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario
(la guerra). La acción de defenderse lleva dentro de sí un doble efecto: el uno
es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor. «Todos
los seres vivos se abrazan fuertemente a la vida» (Darwin). Es, por lo tanto,
legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no
es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asesinar a su
agresor.
De manera entonces, el concepto de legítima defensa que nos proporciona
la iglesia católica es no sólo un derecho, sino también un deber muy grande
para el que es responsable de proteger la vida de otro, del bien común de la
familia y de los habitantes de la nación. La protección de los intereses
vitales de la nación y la propiedad de los ciudadanos (vida, bienes y
libertad), exigen colocar al agresor en estado de no poder causar daños. Por lo
tanto, todos los gobiernos de todos los países poseen autoridad y tienen el
derecho y la fuerza para defender o repeler por medio de las armas a los
agresores del Estado. La rápida y violenta reacción de la fuerza pública contra
cualquier agresión tiene el fin de preservar el orden, la paz y la seguridad de
los habitantes del país, y la integridad territorial de la nación.
La ley moral prohíbe exponer a alguien, sin razón muy importante a un
riesgo mortal, así como negar la asistencia o socorrer a una persona en
peligro. De esto se infiere lo que sigue: no condenar, por parte de la
sociedad y con la máxima energía a los hombres o autoridades que provocan
guerras y muertes sin esforzarse por impedirla o detenerla, constituye una
escandalosa injusticia, amén de una falta abominable.
La legítima defensa es ley de naturaleza, o sea norma que Dios ha establecido para regular las
acciones de los hombres en beneficio de la seguridad mutua. Se ha aplicado
desde la edad primitiva entre individuos y entre tribus, y en la edad moderna,
en las relaciones internacionales. Ella suele ser el único medio de defensa en
situación de peligro inminente o hecho consumado de agresión. Sin embargo, rige
según criterio de poder, vale decir, su aplicación depende de la capacidad de
los países para implementarla.
Ampliando el
concepto, la legítima defensa
comprende simples medidas de defensa. Es un derecho natural de todo individuo o
Estado soberano. Constituye una respuesta a un acto ilícito del agresor.
¿Cuándo se usa? Las leyes de cada país contempla el derecho legítimo que tiene
cada persona de usar todos los medios para defender su propiedad (vida, bienes
y libertad). El derecho internacional, autoriza a los estados a usar sus
fuerzas militares contra agresiones a los intereses vitales de la nación
(independencia, soberanía, integridad territorial, etc.). Sólo se la considera
legítima si hubo ataque armado.
¿Qué se persigue? Rechazar un ataque u obligar al autor
a retroceder. Por lo tanto, la legítima defensa consiste en oponer resistencia por
la fuerza a una agresión violenta. El derecho internacional común autoriza al
Estado a rechazar con la fuerza un ataque perpetrado sin justificación por un Estado
contra la independencia e integridad territorial, fuerzas militares, buques,
aviones de otro Estado.
LA GUERRA - CAPÍTULO III, "LA REPRESALIA": (lunes 07-08-2018)
LA
GUERRA – CAPÍTULO FINAL
LA
HISTORIA MILITAR
Introducción. Como por varios años he tratado de compartir con los
camaradas del ejército paraguayo, temas diversos sobre la guerra, y
especialmente, llamar la atención de la extraordinaria importancia que la
historia militar juega en la óptima formación de los oficiales, y que me
consta, que las instituciones militares de enseñanza de nuestro ejército le da
poca importancia; aunque he intentado en vano llamar la atención sobre el punto
débil en la formación de nuestro futuros coroneles y generales de la nación,
que la historia es inherente a la profesión militar. Si continuamos de este
modo, el día del peligro, el día en que nuestras FF. AA de la nación se ve
obligado a empuñar de nuevo las armas para defender algún interés vital de la
nación, la patria buscaría en vano oficiales dignos de la victoria.
Desarrollo.
Como nuestros libros “Las causas de la guerra del Paraguay contra la Triple
Alianza” y “La conducción del ejército paraguayo en la guerra de la Triple
Alianza” tratan de la crítica histórico-militar de la guerra de la Triple
Alianza, estamos obligados a dar una explicación somera sobre el fin la
historia militar, encaminada en la aplicación de la doctrina en la narración de
los hechos bélicos.
La
historia militar es un proceso de investigación analítica, constituido por un
conjunto de observaciones, comparaciones y reflexiones del historiador militar,
sustentada en verdades establecidas ya antes por la experiencia recogida de
guerras anteriores y aceptadas en la teoría militar como doctrina. Por lo
tanto, el historiador militar, además de estar familiarizado con los vocabularios
militares, le es indispensable conocer la teoría del arte de la guerra, vale
decir, la doctrina militar, tales como las leyes de guerra y los principios de
conducción para interpretar las acciones del por qué un ejército realiza un
movimiento o por qué adopta una actitud defensiva, cuáles son las
características que debe reunir el terreno para que sea la más apropiadas para
la defensa; qué condiciones debe darse para realizar operaciones ofensivas,
cuales son las acciones a realizar antes de empezar el ataque, cuándo no hay
que aceptar batalla, en qué momento hay que detener un ataque en desarrollo y
ordenar la retirada, o cuales son los motivos por lo que el general en jefe con
su reserva debe mantenerse cerca del campo de batalla de modo a intervenir en ella
en el momento más oportuno para quitar de las manos del enemigo, la victoria.
Clausewitz
en su obra maestra “De la Guerra”,
escribió, «la influencia de las verdades históricas sobre la vida práctica se
ejerce más por medio de la crítica que por la enseñanza, pues, como la crítica
consiste en la aplicación de la verdad teórica sobre los hechos reales, tratase
de familiarizar el entendimiento con la misma verdad por la repetición
constante de su uso».
Las
verdades sobre los hechos sirven como punto de partida y orientación de un
estudio que de otro modo no sería posible realizar o no permitiría llegar a la
finalidad perseguida: extraer experiencia y enseñanza. Muchas
veces el objeto de la crítica puede ser deficiente si se convierte la teoría en
una aplicación tendenciosa o interesada, o se usa como mera exaltación del
patriotismo que no es fin de la historia, o por la ignorancia de las leyes de
guerra y los principios de la conducción que son necesarios para apreciar
debida y apropiadamente las operaciones militares y sacar de ellas conclusiones
y enseñanzas. Todos los resultados positivos de la investigación histórica,
todos los principios, reglas y métodos son establecidos para que sean usados o
aceptados; y al raciocinio del investigador pertenecerá siempre fijar lo que le
parece más conveniente. Tales resultados no deben emplear el historiador como
leyes o normas, sino solamente como los que ellos deberían ser, es decir, como
apoyo para el juicio. El historiador militar debe examinar las razones por las
cuales el conductor ha escogido algunos principios para aplicar en la
operación, y por qué ha ignorado otros o tomado una determinación en contra de
la doctrina.
La
teoría militar debe, pues, servir de guía en todo estudio de la historia
militar, porque sin ella las reflexiones y el análisis no podrían establecer el
punto de partida, la dirección a seguir y el objetivo a alcanzar. Pero, al
raciocinio del historiador corresponderá siempre determinar si cuáles son los
principios y reglas de conducción preestablecidos en la teoría son aplicables,
y cuáles no, en la guerra o batalla considerada. Lo fundamental es descubrir en
el análisis, antes de formular conclusiones, cuáles fueron las causas que
favorecieron, perjudicaron o impidieron la aplicación de los principios, de
modo a identificar las razones reales del éxito o fracaso de una operación. La
teoría militar, fundada en las experiencias bélicas, le da su propia forma o
manera de ser a una doctrina de conducción. Ella ha sido extraída de la
historia militar, o sea, de la realidad de la guerra en el transcurso de varios
siglos, y constituye la más valiosa enseñanza que el historiador militar ha
podido brindar a los militares profesionales.
A medida que transcurre el tiempo ciertos principios siguen vigentes,
en tanto que otros son reemplazados para acompañar la evolución de la
tecnología bélica. De este modo, va creciendo en cantidad, no las leyes que son
invariables, sino los principios. Aun así varios de ellos siguen siendo
actuales, a pesar de las modificaciones que se han producido en cada guerra,
acompañando la evolución de la tecnología. Queda demostrado que el conductor no
debe ir a la guerra con ideas preconcebidas, sino deberá inspirarse en la
situación real del momento porque la situación durante la batalla, cambia
frecuentemente y a veces inesperadamente; y como la historia militar no tiene
otro fin que la educación del espíritu y mejorar la agilidad mental; por lo
tanto, en vano se buscará en la historia la regla para resolver un problema.
Todo esto llevó a decir a Moltke[1]:
«En la guerra hay que hacer lo que sea más adecuado a cada caso y sin dejarse
atar por reglas generales invariables». Y Schlieffen[2],
en un discurso pronunciado en 1910 con motivo de la conmemoración del
cincuentenario de la Academia de Guerra de Berlín: «Delante de todo el que
quiera llegar a ser GENERAL o conductor de ejército, hay un libro titulado: “Historia
de la Guerra”»[3].
Federico II el Grande (1712-1786) que
reorganizó su Estado con una administración moderna, convirtió a Prusia en el
estado más poderoso de Europa y forjó un ejército que fue el mejor de Europa.
Era conocido como el rey filósofo. Uno de sus consejeros fue Voltaire. Federico
asignó mayor importancia al estudio de las guerras del pasado que a su amplia
experiencia bélica. Se refiere a la Historia Militar de este modo: «El arte de
la guerra exige un permanente estudio; yo estudio toda clase de historias
militares, desde César en la Galia hasta Carlos XII[4] en
Poltawa. Estudio con todas mis fuerzas y hago todo lo posible para adquirir los
conocimientos que son necesarios para resolver dignamente las cuestiones
correspondientes a mi cargo; en síntesis, trabajo y estudio para hacerme mejor
y para llenar mi espíritu con todo lo que el pasado y la época actual ofrecen
como ejemplos esplendorosos».
Napoleón, aconsejaba a sus generales hacer la
guerra como Alejandro, Aníbal, César, Gustavo Adolfo y Federico II: «Leed la
historia de sus 83 campañas. Volved a leerlas y formaos en su ejemplo. Éste es
el único camino para llegar a ser un gran general, dominar los secretos del
arte de la guerra y adquirir el conocimiento de la alta conducción». Un oficial
que desea ser GENERAL y conductor de ejército, necesita estudiar la historia
militar para extraer de ella una experiencia previa sobre la guerra,
aprendiendo la conexión que la estrategia y las tácticas del pasado tienen con
la guerra en desarrollo o del futuro. Por estas razones, los grandes
conductores habían llegado a la conclusión de que es absolutamente necesario
que antes de ir a la guerra, el conductor y sus generales posean una
experiencia previa sobre la misma, la que no puede obtener más que en el
estudio razonado de la Historia Militar.
Clausewitz, escribió: «De los libros de
historia militar no debe llevarse a la guerra nada más que la educación del
espíritu o entrenamiento mental. El que va a ella con ideas preconcebidas, que
no han sido inspiradas por la situación real del momento que se enfrenta, verá
desmoronarse su edificio por la fuerza de los acontecimientos antes de que esté
terminada. La más hermosa regla de conducción será siempre la que produce el
genio en el instante preciso y oportuno».
El mariscal Foch[5] era
un erudito historiador militar, y su estudio tuvo resonancia mundial. La
escuela de Foch fue el faro luminoso en la preparación y formación de
Estigarribia el Grande, quien era su discípulo, cumpliendo ampliamente la
Historia Militar su función en la guerra del Chaco. Lo real y lo lógico es que
los hechos históricos no pueden valorarse si se los manipulan o se falsean como
la guerra del 70 (GTA), por lo tanto, es preciso examinar cada guerra y cada
batalla tal como acontecieron, porque sólo así puede ser provechosa. Todo lo
demás es pura especulación que no sirve para obtener experiencias, finalidad de
la Historia Militar.
Los más exitosos conductores de ejército,
coinciden en un mismo objetivo a alcanzar con el estudio de la historia
militar: la educación del espíritu. Es decir, que es preciso adquirir una
experiencia previa sobre la guerra. Esa educación espiritual es lo único que de
aquel estudio debe llevar el conductor a la guerra sin atarse jamás a ideas
preconcebidas.
La guerra evoluciona constantemente, pues,
nuevos medios de lucha le imprimen formas siempre renovadas. Nada vuelve a ser
exactamente como en las guerras anteriores. Pero, las leyes de guerra no
cambian, y los principios de conducción, tal vez algunos y las tácticas deben
ajustarse constantemente a la tecnología en boga. Un general, al preparar su
ejército prejuzga que la guerra comenzaría con las mismas características de la
guerra inmediatamente anterior, la historia tiene demostrada adónde puede
conducir al conductor la mentalidad rutinaria y dogmática que recurre
exclusivamente a la experiencia empírica extraída de la última guerra,
menospreciando la experiencia milenaria de la Historia Militar. De todos estos
se sigue, que constituye un grave error considerar a la última guerra como la
guerra tipo, y sobre ella modelar los planes de operaciones.
La Historia Militar es pues, la escuela más
amplia y fecunda para la preparación de los futuros conductores de ejército.
Pero su misión termina cuando el general en jefe asume el mando del ejército y
comienza la ejecución del plan de guerra, vale decir, que ella no le acompañará
al campo de batalla, y como expresara Clausewitz, «la historia militar obra de
la misma manera que un sabio profesor de medicina que dirige el desarrollo
intelectual de sus discípulos, sin llevarlos por eso toda la vida con
andadores».
Finalmente, espero que un oficial, a quien Dios
lo ha distinguido con sus dones de ingenio, talento e inteligencia superior,
tome la posta y prosiga incansablemente, -sin buscar ni esperar recompensa-,
este arduo trabajo que me asigné por propia iniciativa y que hoy he resuelto
dejar. Sólo me dedicaré a seguir siendo –a mi manera- un buen soldado de la
nación hasta la hora final.
[1] Moltke Helmuth, conde von,
mariscal prusiano (1700-1891), Jefe de Estado Mayor, dirigió el ejército
durante la guerra de los Ducados (1864), la guerra austro-prusiana (1866) y
durante la guerra franco-prusiana (1870-1871).
[2] Schlieffen
Alfred, conde von, mariscal alemán (1833-1913), jefe de Estado Mayor desde 1891
hasta 1906, dio su nombre al plan de campaña aplicado por Alemania en la I G.
Mundial.
[3] Leopoldo R. Ornstein, El estudio de la historia militar,
Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, Buenos Aires, 1957. Pág. 102.
[4] Carlos XII (1682-Noruega 1718). Venció al rey de Dinamarca en
Copenagüe, a los rusos, a los narvas y a Augusto II de Polonia en Kliszóv. Pero
fue derrotado en Poltawa (ciudad de Ucrania al SO de Járkóv) por Pedro. Se
refugió en Turquía. En 1715 regresó a Suecia. Cuando atacaba Noruega murió en
el sitio de Fredikshald en 1718.
[5] Ferdinad Foch (1851-1929), mariscal de Francia, Gran Bretaña y
Polonia; se distinguió durante la primera guerra mundial en la que condujo a
los ejércitos aliados a la victoria.
LA GUERRA - CAPÍTULO III, "LA REPRESALIA": (lunes 07-08-2018)
LA GUERRA, CAPÍTULO III
LA REPRESALIA
Podemos establecer una distinción entre la legítima defensa y la
represalia, ya que la primera comprende sólo medidas de defensa, en tanto
que el estado que ejerce la represalia se apodera de un bien jurídico del otro
estado, sea parte de su territorio o sus buques o sus
aviones; así como maltratar u ofender a sus diplomáticos, o a cualquier otro
órgano del Estado. Esta es la razón por la que, a diferencia de lo que ocurre
en la legítima defensa, las represalias sólo pueden ordenarse cuando no
se haya podido conseguir una reparación de los daños recibidos de otro Estado.
El derecho internacional permite la reacción violenta e inmediata contra
cualquier agresión (legítima defensa), mientras que en la represalia, lo
que en un principio se trata es la de lograr una reparación de daños, y sólo en
caso de negativa puede procederse a una represalia.
La auténtica defensa es un medio por el que un Estado se limita a
rechazar por la fuerza militar una invasión armada a su territorio (guerra del
Chaco). Si por el contrario, un Estado cuyo derecho ha sido conculcado, se
apodera de un bien jurídico de otro Estado para exigir una reparación o
conseguir algo sobre el cual cree tener derecho legítimo. No es defender su
derecho, sino que empieza una acción ofensiva sobre el adversario para
conseguirlo. Esta acción se la considera como represalia, y no consiste en la
defensa de un derecho, sino, reiteramos, en conseguir la reparación de daños a
algunos de sus intereses.
El Estado que ejerce una represalia puede realizar una operación
militar para apoderarse de un bien del adversario u ocupar parte de su
territorio como prenda de negociación, de modo a obligar al otro Estado a
reparar los daños ocasionados a sus intereses. Es una respuesta a un acto
ilícito de otro Estado.
Ejemplos de represalia son
los que Gran Bretaña en 1863 ejerció sobre el Brasil por la cuestión Christie
(apresamiento y saqueo de un buque inglés en la costa brasilera; y el Brasil
sobre el Uruguay a partir del 1 de diciembre de 1864 (por las arbitrariedades cometidas,
desde 1852, por las mismas autoridades del Uruguay y bandoleros contra los
40.000 brasileros que habitaban en territorio oriental. Por esta causa el
mariscal López apresó el barco brasilero “Marqués de Olinda”, y seguidamente
invadió las provincias brasileras de Mato Grosso y Río Grande del Sur.
En conclusión, se entiende, en general, por represalia toda violencia
ejercida, sin ser aún guerra, para obtener la reparación de una injusticia que
se ha sufrido o se haya irrogado a los intereses de la nación o con el objeto
de poner fin a las arbitrariedades (robos, asesinatos, violación de mujeres)
contra sus ciudadanos que viven en otro país, y que el gobierno de éste no
puede o no quiere dar protección.
Las represalias pueden ser negativas o positivas. Son negativas cuando
un estado rehúsa cumplir una obligación que ha contraído o prohíbe a otra nación gozar de un derecho que le corresponde
(libre navegación de un río internacional). Las positivas consisten en apoderarse de las personas (diplomáticos o
autoridades) y bienes pertenecientes a otro país (barco, avión, etc.) a fin de
obtener satisfacción; o sea, hacer justicia por propia mano.
¿Cuándo un Estado puede hacer uso de la represalia? Las
represalias sólo pueden ordenarse cuando no se haya podido conseguir una
reparación de los daños. Lo que en un principio se exige es que el agresor,
cuya acción siempre envuelve la idea de injusticia, por lo tanto, contrario al
derecho, enmiende el daño ocasionado a sus intereses, y sólo en caso de
negativa puede procederse a la represalia.
F I N
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