COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY DE 1864-1870:
¿Epopeya o Destrucción?
AVISO. A partir de mañana 10-03-2021, empezamos a publicar por Facebook y por este medio nuestro libro inédito “Comentarios sobre la guerra del Paraguay de 1864-1870, ¿Epopeya o Destrucción?”, por capítulo y si este es demasiado largo, por secciones.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY
(1864-1870)
TEMAS A SER DESARROLLADOOS
ADVERTENCIA.
-INTRODUCCIÓN
-LA HISTORIA.
-GUERRA, POLÍTICA.Y ESTRATEGIA.
-PRINCIPIOS DE LA CONDUCCIÓN Y LEYES DE GUERRA.
-ESTRATEGIAS, CAMPAÑAS Y BATALLAS.
-CLAVE PARA INTERPRETAR LA GUERRA
-EL GENERAL EN JEFE.
-EL ESTADO MAYO.R
-CAUSAS Y ORIGEN DE LA GUERRA.
-OPINIONES SOBRE LA HISTORIA MILITAR.
-JUAN E. O’LEARY.
-EL MARISCAL LÓPEZ Y LA GUERRA
-LAS CAMPAÑAS OFENSIVAS Y LA FORTALEZA DE HUMAITÁ.
-SAN FERNANDO, LA MALDAD EN ACCIÓN.
-CAMPAÑA DE VILLETA.
-CONSECUENCIAS DE LA CAMPAÑA DE VILLETA.
-LA RETIRADA DE LÓPEZ
-DE HUMAITÁ A VILLETA (RECAPITULACIÓN).
-DE PIRIVEVÝI A CERRO CORÁ.
-LA MEDICINA Y LAS TROPAS.
-LA MUJER PARAGUAYA EN LA GUERRA.
-JEFES DE ESTADO QUE MURIERON EN LA GUERRA.
-DEMOCRACIA Y DICTADURA.
-LA OBEDIENCIA DEBIDA.
-EL DERECHO DE GENTES.
-EL NACIONALISMO Y EL PATRIOTISMO.
-NACIONALISMO Y LOPISMO.
-LEGIONARIOS.
-LA VERDAD PRIMERO.
-RASGOS DEL MARISCAL LÓPEZ
-LA MARCHA PAVOROSA.
-EL CAMINO DE CERRO CORÁ.
-EL CAMINO DE DAMASCO.
-LAS ATROCIDADES DEL MARISCAL LÓPEZ
-EPÍLOGO.
-APÉNDICES: GRANDES DISCURSOS Y ARENGAS:
-BIBLIOGRAFÍA BÁSICA.
ADVERTENCIA (10-03-2021)
Hemos tomado la guerra de la Triple Alianza contra el gobierno del Paraguay, no solo para analizar la
conducción del ejército paraguayo ni describir batallas, sino principalmente
para utilizarla como medio y transmitir las enseñanzas que se pueden extraer de
aquella apocalíptica guerra, que es lo fundamental. En otra palabra, tomar como
ejemplo los hechos que pueden servir de experiencia o escarmiento. Tenemos la
esperanza que la presente obra sea útil, no sólo a los compatriotas civiles,
sino también a los jóvenes oficiales de las fuerzas armadas de la nación.
Esperamos que no la tomen como anti lopista, sino como lo que pretende ser, elementos
básicos del arte de la guerra, algo así como un manual de tácticas y estrategia
cuyos principios fueron proclamados por exitosos conductores de ejército en
operaciones de guerra, y que nos han servidos de guía, porque consideramos que
las enseñanzas que dejaron son dignas de ser conocidas por todos aquellos
militares que aspiran ser un profesional capacitado y eficiente; vale decir,
patriota. Esta obra podría también resultar de interés para los civiles curiosos en saber por qué nuestra catastrófica derrota en aquella guerra; así como mejorar la capacidad profesional de los
oficiales, pues, como dice un proverbio, «es mejor aprender de los errores
ajenos porque la propia siempre llega tarde y cuesta cara». Al respecto, en aquella
guerra encontramos un caudal de procedimientos equivocados que puede servir
como ejemplos para no volver a cometer los mismos errores: fin de la historia militar.
No podemos dejar de mencionar y menos ignorar, que el mariscal López en numerosas
ocasiones tomó una cosa por otra, obrando desacertadamente en casi todas sus
operaciones política y bélica; somos categórico en sostener que no existe mejor
fuente para aprender que la enseñanza de un fracaso. Los oficiales subalternos
deben repetir una y otra vez todos los puntos fundamentales del arte de la
guerra, principalmente conocer a fondo las leyes de guerra y los principios de
conducción hasta que se conviertan en una segunda naturaleza para todos ellos.
Solo así la nación podrá confiar que la defensa nacional está en buenas manos.
En todo momento hemos tratados, que lo que decimos concuerde con lo que pensamos; por consiguiente, consideramos que el colmo de la ingenuidad es venerar a un jefe de estado que dejó postrada a la nación. También es contradicción proclamar patriotismo, y reverenciar al mariscal López que fue el que llevó a la amada patria a una situación calamitosa.
Hemos incluidos varios temas inherentes a la guerra como el derecho de gentes, la obediencia debida, democracia y dictadura, el nacionalismo y el patriotismo, trastorno por estrés postraumático (TEPT). etc.
Y como apéndices van los más grandes discursos de notables jefes de estado y
arengas de militares exitosos; así como los proverbios de Salomón muy digno de seguir sus
consejos para amar la verdad. Todo, con el propósito de poner al alcance de los compatriotas en general y jóvenes oficiales de las fuerzas armadas de la nación en particular, algunos temas como
complemento a los conocimientos ya adquiridos sobre la teoría militar. También
debería de interesar a los políticos, porque de ellos dependen contar con una
fuerza militar bien organizada y eficiente; amén de que reflexionen sobre el refrán
que dice: «si quieres la paz prepárate para la guerra». Asimismo, conviene
recordar constantemente lo que Thomas Hobbes escribió: «… Pues, no son las meras palabras, sino la intención de quien la escribe lo que arroja la verdadera luz en que ha de interpretarse cualquier
escrito. Y quienes insisten en pasajes aislados, sin considerar la intención
global del libro, nada pueden deducirse de ellos claramente, sino que, al contrario,
hacen todo más oscuro de lo que es, echando porciones de la historia, como si
estuvieran echando polvo a los ojos de los lectores: artimaña muy común en
aquellos que no buscan la verdad, sino su propio provecho».[1]
Si el oficial se habitúa en cumplir los principios enunciados en esta obra u otras, no habrá enemigo que pueda derrotarlo. Sin embargo, si desafía los principios o los viola, su comandante no tendrá necesidad de ajustarle la cuenta, porque ya lo habrá hecho el enemigo.
Invitamos a todos aquellos que odian como nosotros la tiranía y siente latir dentro del pecho un corazón amante de la paz, justicia y libertad de su patria, se agrupen alrededor de la bandera
tricolor con las miradas puestas en un futuro mejor.
Hemos compilados algunos párrafos del libro “La conducción del ejército paraguayo en
la guerra de la Triple Alianza (1864-1870)” para aquellos que no han leído esa
obra.
Finalmente, esperamos que sean amables con los errores de sintaxis que encontrarán,
recuerden que no somos hombres de letras sino soldados; y que nosotros no
combatimos contra el mariscal López, sino contra el mito creado por O’Leary y
sus discípulos, y como comentó el dramaturgo Frinico de Cleón de Atenas, y cambiando
lo que se debe cambiar: «el mariscal López es un villano, pero es nuestro
villano».
NOTAS:
1) Thomas Hobbes, filósofo inglés (1588-1679) “Leviatán II”, capítulo 43, página 463 – Edición Altaya, Barcelona-España 1997.
2) Frinico (s. VI-s. V), dramaturgo griego, fue uno de los creadores de la tragedia, se le atribuye la invención de la máscara.
FIN DE ADVERTENCIA
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870) ¿Epopeya
o destrucción?
INTRODUCCIÓN I
De nuevo hemos abordado la historia de la guerra de 1864-1870 con gran
responsabilidad y con criterios renovadores y eclécticos. Escogimos de entre
diversas fuentes las tesis que parecen más aceptable para compartir con los
amables lectores una obra coherente y de agradable lectura, y con la
disposición de adaptarnos a todo lo que nos parece bueno.
En el 2012 “Marben Editora S.R.L” publica la primera edición de “La conducción del ejército
paraguayo en la guerra contra la Triple Alianza (1864-1870)”. La segunda y
tercera ediciones en los años 2014 y 2019 respectivamente, por la prestigiosa
empresa “Intercontinental Editora”. En el 2012, publicar un libro sobre aquella
guerra era aún una apuesta arriesgada, ya que relatar la verdad acaecida en la
catastrófica guerra que causó la muerte de 250.000 paraguayos (el 60 % de los
habitantes del país) podía interpretarse como un reto al extravagante concepto
de patriotismo que se apoderó de gran parte de los paraguayos a partir del
suceso de golpe de estado en 1936.
En aquella obra los lectores descubrieron historias sorprendentes, asombrosas y en muchos
casos hechos crueles inadmisibles que sucedieron durante la apocalíptica
guerra. Cuando ya ha pasado casi una década desde su publicación, consideramos
que los relatos de las batallas y campañas, con énfasis en las tácticas y
estrategia empleadas, eran insuficientes, hemos resuelto presentar los hechos
históricos desde un nuevo punto de vista, que, así lo creemos, se apreciará
mejor el medio ambiente en que se desarrolló la guerra.
Esta nueva obra que hemos extraídos de la montaña de hechos interesantes que existen, y
que está dirigido a los compatriotas en general, así como a los jóvenes
profesionales militares, por lo que hemos tratados de encontrar el equilibrio
necesario para que la obra pueda satisfacer las expectativas de ambos. Los que
tienen un conocimiento superficial de la guerra que pasamos a comentar, quedarán
estupefacto con la historia de los lamentables sucesos que narramos, y les
alentará a conocer más y mejor la historia de la guerra de 1864-1870.
En esta obra rememoramos y analizamos los hechos sangrientos que dejaron sus improntas en la
nación entera y cuyas víctimas resultaron ser la totalidad de los habitantes de
la República del Paraguay que cayeron bajo las botas de un jefe de estado que nunca
se detuvo ante nada para mantener su poder absoluto. La invasión de los
territorios de Brasil y de la Argentina fue un acto demencial que costó la
muerte del 60 % de la población paraguaya, además los efectos colaterales. De
este modo, López convirtió al Paraguay en el mayor manicomio de América que ni
Dante ni Esquilo habrán pensado que pudiera suceder. Con todo esto,
esperamos que esta nueva obra despierte en los lectores más curiosidad para
seguir indagando si de verdad López es un héroe o un canalla.
De ningún modo pretendemos erigirnos en paladines de la objetividad y de la justa
verdad, nuestro deseo sólo consiste en transmitir a los compatriotas qué pasó y
cómo pasó la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), y comentar los hechos para asegurarnos que jamás vuelva a
repetirse los mismos errores que llevó al Paraguay a la hecatombe, así como señalar
los principios violados por el conductor del ejército paraguayo.
Al empezar esta ardua tarea, hemos suplicado al Gran Arquitecto del Universo que nos guíe
siempre por la senda de la verdad, y nos ayude a no caer en el laberinto de la
mentira y del patrioterismo. Hemos pesado cada
palabra tanto como nuestra limitada capacidad intelectual se nos permita,
aunque somos conscientes que, a la historia lo importante no es tanto el estilo
elegante sino decir la verdad. Hay muchos motivos y muchas formas
de criticar; hay derecho de criticar y hasta obligación de repudiar los malos
actos, basado en principios morales que acompaña al hombre durante toda la
vida. Lo que estamos queriendo expresar, que es absurdo criticar al autor en
vez de refutar sus opiniones presentando argumentos razonables.
En esta publicación que empezamos, hacemos un recuento de los hechos atroces y sangrientos
sucedidos durante la guerra que dejaron su marca en la nación, y cuyas víctimas
resultaron ser hombres, ancianos, mujeres y niños, paraguayos y extranjeros, que
buscaban protección contra un jefe de estado que entregó su alma al diablo a
cambio de poder.
Confesamos que no somos nacionalistas sino paraguayos, por lo tanto, jamás apoyaríamos el
nacionalismo apasionado responsable de muchas tragedias en el mundo. Por ello,
en varios capítulos se recuenta algunos hechos que consideramos importantes
recordar. Nuestro punto de vista sobre la guerra de 1864-1870, tal vez sea a
algunos horribles de oír, pero no es nuestra culpa que se hayan cometidos tantas
atrocidades que el pueblo paraguayo tiene derecho a conocer.
Los hechos históricos importantes necesitan siempre de nuevas investigaciones para
confirmarlas o rectificarlas, pues, como ha demostrado un filósofo: «que toda época
ha sostenido opiniones que las épocas posteriores han demostrado que eran no
sólo falsas, sino absurdas. Y es tan cierto que muchas opiniones ahora
aceptadas, serán rechazadas por las épocas futuras, como muchas que lo
estuvieron en otro tiempo están rechazadas por la época actual».
A través de nuestras obras estamos defendiendo el derecho de nuestros
compatriotas -tantas veces engañados- a conocer la verdad, porque estamos
comprometidos a buscar respuesta sobre la maldita guerra del 70: ¿cómo se desató
la guerra? ¿Qué intereses estaban en juego? ¿Quién fue el irresponsable que la
provocó? ¿Se podría o no impedirla? ¿Por qué López cometió tantas crueldades y
asesinatos contra sus compatriotas?, son preguntas que el pueblo hace
constantemente con deseo de obtener una respuesta. Para no extendernos
demasiado trataremos de responder la última interrogante: encontramos tres
motivos que le impulsaron al presidente general Francisco Solano López a obrar
como lo hizo:
1) Su vanidad y orgullo altanero herido no les permitía tolerar las fáciles y humillantes
derrotas en todas sus operaciones ofensivas. Estos hechos adversos, tal vez, le
llevó a adquirir el trastorno por estrés postraumático (TEPT). Este tema
desarrollaremos más adelante.
2) Ya que no pudo ganar la guerra para obtener gloria épica, por lo menos que se lo
recuerde como el único jefe de estado y general en jefe cuyo ejército le
obedeció y el pueblo entero lo siguió hasta el final.
3) El resentimiento y la hostilidad contra el pueblo paraguayo por ser incapaz de
ayudarle a ganar la guerra; por lo tanto, según su creencia: «un pueblo sin honor
no tiene derecho a la existencia».
Con la presente obra completamos una trilogía sobre aquella guerra, que hoy ponemos
a consideración de los compatriotas, principalmente de los jóvenes oficiales de
las fuerzas armadas de la nación, porque consideramos que contienen importantes
lecciones militares que son necesarios aprender y recordar, para luego
transmitir enriquecidos a la nueva generación de oficiales que se suceden sin
solución de continuidad, y de este modo estar listo para cuando la nación es
obligada a luchar de nuevo en defensa de sus intereses vitales como en la
guerra del Chaco (1932-1935). Por todo lo dicho, esperamos que en vez de buscar
en esta obra como si fuera una novela policiaca, cómo termina la trama o si
habla bien o no del mariscal López, es de poca importancia ante la enseñanza contenida
en ella que la historia ha demostrado su utilidad.
Siempre hemos pensado escribir una historia seria sobre aquella guerra, en la cual
pudiéramos exhibir la verdad, todo con la finalidad de neutralizar la historia urdida
por O’Leary y aceptada por gran parte del pueblo paraguayo que se hallaba y aun
se halla en gran confusión. «El mariscal López, máximo héroe sin parangón
porque defendió la patria y no se rindió», ha sido invariablemente la concepción
simplificada y comúnmente aceptada por aquellos que reciben voluntariamente, y
hasta con agrado el mito mariscal López.
(11-03-2021)
[1] Thomas Hob, filósofo inglés (1588-1679) “Leviatán II”, capítulo 43, página 463 – Edición Altaya, Barcelona-España 1997.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
INTRODUCCIÓN II.
Iluminada esta nueva obra por la luz de la
verdad –tal es nuestra firme creencia, crecerá en riqueza por las críticas
razonables, favorables o no, que recibirá, y al sacar de tantos sacrificios
fuerza de flaquezas para nuevas energías, miramos confiado e intrépido el
futuro de nuestra la nación. Si se lucha por la libertad, nosotros seríamos los
primeros en alistarnos; pero ayudar a un dictador irresponsable a llevar la
guerra a países vecinos donde ya reinaba el liberalismo político y económico,
eso no nos parece justo.
Invitamos a los amables lectores a acompañarnos y juntos seguir los pasos del mariscal López para descubrir errores voluntarios e involuntarios, con la esperanza que sirvan como ejemplos que es preciso no volver a repetir. A más de esto, él es digno de ser estudiado a través de la historia, para nunca ser emulado por otro jefe de estado, entre otras cosas, porque al mariscal López no le importaba que lo odien con tal que sea temido. Y como escribió Inmanuel Kant, el exponente máximo de una filosofía ilustrada en “La metafísica de las costumbres”:
«No es el conocimiento teórico ni la habilidad técnica lo que confiere un valor
especial a los hombres, sino la razón práctica, expresada en la idea central
del sistema todo: LA IDEA DE LIBERTAD. Porque los hombres son capaces de crear
leyes propias, porque son capaces de moral, derecho, política y religión,
tienen dignidad y no precio».
La desmitificación del mariscal López es la tarea que
hemos emprendido, sin pretender más que explorar un campo aun poco transitado por
historiadores paraguayos acostumbrados a obrar y juzgar con imparcialidad y
justicia la historia de aquella guerra, para que sea útil a nuestro pueblo, especialmente
a los profesionales militares que son los que más necesitan empaparse, no de
mitos sino de historia militar.
La falsificación de la historia de la guerra de la
Triple Alianza contra el gobierno del Paraguay, y la elevación del mariscal
López por decreto del presidente de la república de facto Rafael Franco en 1936
-por motivo meramente político- a “héroe máximo sin parangón”; es más, hacen
traer de Cerro Corá el primer cadáver que encontraron, y lo colocan al
lado de Estigarribia el Grande y otros meritorios paraguayos es un sarcasmo
para la gente que piensa y razona bien. Cualquiera sabe que tanto el
mariscal López y su hijo Panchito fueron enterrados en una fosa común.
Entonces, cabe preguntar, ¿por qué no trajeron también el cadáver de Panchito?
¡Porque ningún paraguayo conoce el lugar!, excepto madame Lynch y sus hijos, a
más de un par de jefes brasileros y personal de sepulturas del ejército del
Brasil, quienes presenciaron el acto de sepelio. Por medida de higiene el
ejército vencedor está obligado a enterrar a los muertos propios y del enemigo.
Con respecto al decreto que dispone que el mariscal López es “héroe máximo sin
parangón” lamentamos afirmar que ese decreto no
tiene valor alguno, por el hecho de que no es función del Poder Ejecutivo
juzgar sobre historia, exclusiva facultad de la Academia Paraguaya de la Historia.
No es posible no sentir admiración cuando se observa a
las tropas paraguayas marchar a la muerte por millares sin la menor vacilación,
en una guerra que no podía ser ganada. La historia militar está llena de
ejemplos de gobierno de países que siempre perdieron, porque sin conocer sus
propias fuerzas, hacen la guerra a otro más potente, más poderoso y más rico; y
como decía Napoleón «sin dinero no se puede ganar guerra».
Un hombre debe elegir entre dos caminos: el que va cuesta arriba para llegar a la
cumbre o el que va cuesta abajo que sólo puede llevar a la llanura; pero López
apremiado por obtener más poder, y dominado por la codicia eligió lo fácil, ser
coronel a los 15 años de edad, general a los 18 y devenido a presidente de la
república sin competir con nadie. Se acostumbró, apoyado por el padre, a resolver
los conflictos no con la fuerza del argumento sino con el argumento de la
fuerza: él optó por avanzar cuesta abajo antes del que va cuesta arriba. Y esto
fue, tal vez, lo que le hizo creer que la guerra también será fácil como ir
cuesta abajo; y todos saben cómo le fue. Nada había que objetar a Solano López
en cuanto a desear un Paraguay próspero, ¿quién no lo quiere? Pero su garrafal
error fue pretender crecer a costa de países vecinos o resolver la situación
mediterránea del Paraguay abriendo a cañonazos ancha avenida hasta la costa del
océano Atlántico.
La columna vertebral de nuestra obra, son “Memorias históricas sobre la guerra del
Paraguay” por Juan Crisóstomo Centurión, y “La guerra del Paraguay” por Jorge
Thompson. Ambas obras más las del coronel Silvestre Aveiro y del que se le
atribuye al general Resquín, son los primeros informes sobre las campañas
militares del mariscal López escritos por testigos oculares. Todos ellos
narraron las campañas ofensivas (Mato Grosso, Uruguayana y Corrientes); y las
defensivas (Humaitá, Villeta, Cordillera), así como la persecución de López
desde Cordillera hasta Cerro Corá; y durante el trayecto, las admirables
acciones de un ejército compuesto de indómitos soldados que se sacrificaban, no
para ganar la guerra sino para luchar por el mariscal López en su intento de
alcanzar Corumbá, Brasil, y de allí pasar a Bolivia para luego continuar para
París, Francia, su destino final, y donde pensaba vivir como pachá.
Las obras citadas en el párrafo anterior son fuentes indispensables para todos
aquellos que desean conocer la verdad de la historia de la guerra de 1864-1870,
porque ellos estuvieron en la guerra. Sin duda alguna, Centurión y Thompson
dieron vida con indiscutible destreza a la atroz guerra. De verdad hemos
cotejados las obras mencionadas con el carácter truculento que O’Leary cuenta
al pueblo paraguayo sobre aquella guerra. ¿A quién creer? ¿A los que estuvieron
en la guerra desde el principio hasta el fin o al que no estuvo allí?
También hemos dado toda la información fidedigna que nos ha sido posible deducir acerca de la vida y los rasgos de personalidad de Solano López, al cual hemos dedicamos un capítulo. Creemos que somos más comprensivo con él de lo que se muestran en obras de numerosos estudiosos, paraguayos y extranjeros, pero lo vemos a Solano López, en gran medida, como un mal producto de su padre que lo consentía en exceso. Carlos A. López era más indulgente con su hijo primogénito que con sus otros hijos Venancio y Benigno. Este último, a los ojos de la familia López y distinguidos compatriotas, poseía mejores dotes para gobernar el país, que el belicista Solano López. Este no poseía la grandeza de espíritu ni los requisitos necesarios para desempeñarse como jefe de estado, y menos para conducir una guerra de grandes proporciones. El distinguido teórico militar británico Liddell Hart escribió: «El hombre de estado que se deja llevar por sus instintos está perdido, no está hecho para dirigir los destinos de una nación, y nunca desgastarse totalmente en una guerra sin pensar en lo que vendrá» (Sir Basil Liddell Hart (1895-1970), teórico militar británico, autor de numerosas obras de estrategia y de historia).
Y un filósofo dice: «Mala cosa es cuando un loco sirve de guía a los
ciegos».
Una de las cosas que debemos señalar es que los exaltados nacionalistas paraguayos
que sabían algo sobre el mariscal López y la guerra del 70, le viene,
principalmente, de oídas, o por haber leído a O’Leary o escuchados a los
profesores de historia que enseñaban tres cosas: venerar a Solano López, amar a
la señora Elisa Lynch, y que la dictadura ofrecía paz, gloria y prosperidad a
la nación. Pero todas estas cosas no valen nada si el pueblo carece de «la
libre expresión y libertad de prensa, así como la difusión del pensamiento y de
la opinión sin censura alguna» (constitución nacional). No tenemos nada
en contra de los lopistas, muchos de ellos son honorables, pero no pueden
entender que nadie puede bloquear el
camino a la verdad. Sólo tratamos que los paraguayos aprendan a distinguir los
hechos de la ficción, historia de mitos, y profesionalismo militar del
empirismo.
Desde que fue forzado, tras sangrientas batallas, a emprender la humillante retirada
del teatro de operaciones de Humaitá, la defensa de la patria terminó y comienza
la defensa de la vida de Solano López y la cuantiosa fortuna que llevaba. Esta
intención de López, el general Bartolomé Mitre ya le había ofrecido en la
entrevista de Jataity Kora, acontecido el 12 de setiembre de 1866,
para poner fin a la guerra. En aquella ocasión, el mariscal se encontró ante el
dilema: cruzar el puente ofrecida por Mitre o quemarlo, se decidió por este
último; tal vez, porque antes deseaba ajustar cuenta con el pueblo paraguayo
por ser incapaz de ayudarle a ganar la guerra; y todo sabemos cómo le fue.
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Luque, 12-03-2021.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
FIN DE INTRODUCCIÓN
Denominar a los que cuentan la verdad de legionarios y antipatriotas son viejos trucos de los lopistas para disimular sus faltas de argumentos para decir al pueblo por qué hay que venerar a López, y meter bajo la alfombra su incompetencia militar y sus innumerables malos hechos. En esta obra hemos considerado los siguientes aspectos:
1) Empezar la investigación desde lo más lejos posible;
2) Tomar una posición neutral;
3) Analizar las operaciones de López conforme la teoría
militar;
4) Renunciar a escribir la historia militar como acto de
patriotismo;
5) Generar un buen debate con los veneradores de López;
6) Señalar la exagerada inclinación nacionalista de los
manuales de historia, que crea desorientación en los jóvenes cuando se
enfrentan a la verdad.
Como aficionados a la historia militar nos propusimos
indagar las razones que le impulsaron al mariscal López a obrar como lo hizo;
así como estudiar sus operaciones militares conforme la teoría militar, vale
decir, alejado del patrioterismo y de la historia empírica y nacionalista,
porque no es función del historiador escribir historia militar como acto de
patriotismo, sino destruir mitos y no crearlos, tampoco juzgar, sino explicar los
hechos acaecidos tal como sucedieron de modo que puedan servir de experiencias
para no volver a repetir los mismos errores. Por lo tanto, podemos afirmar que
la historia no valdría la pena ni escribirla ni leerla si el historiador la
utiliza mal o la manipula para exaltar tan solo el patriotismo o hacer héroe al
que no lo es o para honrar a un jefe de estado que en nada ha contribuido para
un Paraguay mejor. Es más, llevó a la nación a un desastre incomprensible,
aunque algunos exaltados nacionalistas la consideran como hecho glorioso las
innecesarias muertes masivas de nuestros compatriotas, a pesar del proverbio:
«conquistar gloria sin provecho para la patria es inútil sacrificio».
El mariscal López pensaba que el Río de la Plata tenía todo lo que el Paraguay necesita
para su grandeza, estaba seguro que podría tomarlo con solo estirar el brazo. De
ningún modo pretendemos que se abandone la creencia de todo aquello que un
paraguayo tiene derecho a sentirse orgulloso, sólo queremos que el pueblo sepa
la verdad sobre la guerra del 70, entre otras cosas, porque tiene derecho a
saber, y tiene derecho porque es el pueblo que da sus hijos para la guerra, y
es el pueblo que sostiene con su dinero a la fuerza militar. Por tanto, a cada
ciudadano le es preciso tener una opinión sana sobre nuestras guerras, especialmente
sobre la de 1864-1870, que fue el causativo de la destrucción de cincuenta años
de lento progreso de nuestra nación.
También queremos dejar por sentado que la fuerza militar paraguaya, a lo largo de su
historia han defendido con asombrosa valentía los intereses vitales de la
nación (independencia, Integridad territorial, soberanía, etc.). Asimismo,
señalar que los militares de todos los países tienen una cosa en común: pues los
otros aman tanto como nosotros su patria, su familia, su costumbre, su
folklore, y son tan valientes como los paraguayos para defender una causa justa,
y sirven a sus respectivos países y sus fuerzas armadas igual que nosotros, con
gran devoción.
Un jefe de estado patriota trabaja para garantizar la paz, proteger a los indefensos y procurar
mantener la armonía, principalmente con los países vecinos. Un gran poder con
lleva una gran responsabilidad; todo el mundo lo sabe, menos López. Violó
constantemente las normas del sentido común. Todo esto nos lleva a la
conclusión siguiente: todos los hombres que han adquirido mucho poder en sus
respectivos países como Calígula, Nerón, Solano López, Hitler, etc., fueron
codiciosos, desconfiados, falsos, arbitrarios y despiadados. En las obras de
los intelectuales y manuales escolares deberían de contener la execración a todos
los dictadores sin excepción, pues es deber dar los títulos a los hombres de
grandeza estoica por las virtudes que poseen, y a los otros por los vicios que
padecen. La loca aventura del mariscal López estaba destinada al fracaso, porque los medios con que contaba
eran muy inferiores al grandioso objetivo que se propuso; todo sabe esto, menos
sus veneradores. Esto nos deja una enseñanza: la intolerancia, el odio y
la maldad son originados -según los sociólogos-, por la ignorancia.
Condenar a los que señalan los errores del mariscal López como legionarios o antipatriotas
rebasa los límites de la tolerancia para pasar al campo de lo ridículo, porque
es una abominable aberración. Consecuentemente, exacerba el estado de ánimo de
la gente que piensa y razona bien, porque no eran pocas cosas llevar a la
nación a una apocalíptica guerra que el noble y pacífico pueblo paraguayo no se
merecía. Parece que los lopistas creen que la historia solo existe para encomiar
a Solano López; de ser así, confunde historia con mito. Esto explica que los
que ellos quieren no es historia sino mito. Pero la función del historiador es
justamente destruir mitos y no crearlos. La objetividad para los lopistas no es
estar libre de compromiso, sino comprometido con la posición de O’Leary. Es
más, ellos en vez de atacar el contenido de los libros o artículos que cuentan
la verdad, lanza invectiva contra los autores. Tal vez porque cree que conocer
dos o tres palabrotas para insultar, impedirá que el pueblo sepa la verdad. La
teoría o idea de los lopistas de encubrir los malos hechos de Solano López y
exculparlos de los garrafales errores políticos y militares, y de sus
innecesarias crueldades, la consideramos como pernicioso desatino que conduce a
un relativismo extremo que los veneradores de López intentan convertir al
historiador en creador de la historia de la guerra de 1864-1870, a gusto y a
medida de ellos.
La desmitificación del mariscal López es la tarea que
hemos emprendido, sin pretender más que explorar un campo donde hasta ahora aún
existe bastante controversia. Sabemos que todo escrito historiográfico está sesgado de algún modo. En muchos libros de historia se corre el riesgo de apabullar a los lectores con un cúmulo de
hechos, lugares, nombres de personas y fechas. Aun así, esperamos, al habernos
basado en los hechos y la teoría militar, que la cantidad de lectores a quienes
agrade supere al de aquellos al que los molesta. En todo lo posible hemos evitado que ni la pasión ni el egoísmo dominen nuestro razonamiento; porque creemos que la pasión y el egoísmo son dos males a superar
para una sociedad sana; por lo tanto, nuestra convicción es que la justicia
debe prevalecer, pues como afirma Kant «Porque si perece la justicia, carece ya
de valor que vivan hombres sobre la tierra». Esta publicación sobre la guerra de la Tripe Alianza contra el gobierno paraguayo es nuestra ofrenda a los 250.000 compatriotas que murieron en vano. Consecuentemente, la presente obra no es sino la voz del sufrimiento del pueblo paraguayo durante
el gobierno del muy venerado mariscal Francisco Solano López.
Como se podrá ver, el contenido de los artículos que
vamos publicando no es para terapia ocupacional de los exaltados nacionalistas,
porque no es nuestro trabajo dar satisfacción emocional a los fanáticos, sino
contar la verdad. Es más, intentamos dar voz a los que no lograron durante la
guerra, a sus descendientes y a los que por temor a los desbocados lopistas no
se animan a pegar el grito.
Finalmente, hemos recibido media decena, no críticas a
nuestra opinión sino insultos dirigidos a nosotros como autores de parte de los
lopistas, cuyo fanatismo arruina sus perspectivas sobre la guerra. Por el
contrario, los apoyos recibidos confirman que hemos caminado por la senda
correcta, y que no nos hemos equivocados, porque coinciden y sostienen, que el
contenido del libro “La conducción del ejército paraguayo en la guerra de la
Triple Alianza” representa la manera de pensar de muchos compatriotas, entre
ellos esclarecidos varones y mujeres, así como distinguidos profesionales
militares cuyos conceptos valoramos en alto grado, pues nos animan a proseguir
con nuestro propósito, pero sin vanagloriarnos en absoluto. Sin embargo, muchos
compatriotas no quieren hacer público sus apoyos, porque tienen decoro que
cuidar; en consecuencia, no desean ser tildados de legionario ni de antipatriota
por los lopistas, muy acostumbrados a decir palabras indecentes, ofensivas y
desvergonzadas, y sin dar explicación, porque no tienen argumentos para
defender sus posiciones, entonces eluden los debates. Ellos nos atacan, pero no lo tomamos muy en serio, entre otras cosas, porque consideramos que ser atacado es signo de que uno es suficientemente importante para ser un objetivo.
FIN DE INTRODUCCIÓN
AVISO: a partir de mañana y cada domingo iremos publicando como apéndice, “algunos grandes discursos de grandes jefes de Estado, y arengas de militares exitosos en operaciones de guerra.
Luque, 13 de marzo de 2021
APÉNDICE 1.
GRANDES DISCURSOS Y ARENGAS
Por considerar sumamente interesante, hemos resuelto compartir con los lectores, en esta parte, varios temas compilados de obras de grandes intelectuales como: 1) Nicholas Hobbes, historiador militar, “Militaria”, 2003. Primera edición por Atlantic Books Ltd. y traducida por Patricia Antón. Ediciones Destino, S. A., 2005.
2) William Shakespeare, “El rey Enrique IV y Enrique V”,
3) “Cien Años de grandes discursos”, compilado por Francisco García Lorenzana, editado por
Plataforma Editorial, Barcelona-España 1966.
4) Folletos distribuidos por el estado mayor de las fuerzas armadas de la nación en 1979.
APÉNDICE 1. DON DE MANDO MILITAR
Por Mark Wayne Clark (1896-1984), general norteamericano,
se distinguió en la Segunda Guerra Mundial en Tunicia e Italia (1943-1945), y
en Corea (1952).
Toda mi vida, ya como militar, ya como educador, he
buscado una intangible y misteriosa cualidad que persiguen todas las naciones,
como que es la clave de su grandeza y aún de su supervivencia a veces: la
indefinible y eléctrica cualidad que caracteriza al dirigente. Un gran soldado
inglés, el mariscal Montgomery, la llama “capacidad y voluntad de reunir a
varones y mujeres para un propósito común”. Como quiera que se defina, lo
cierto es que jamás disponemos de ella en cantidad suficiente.
¿Dónde comienza la delincuencia juvenil? En los hogares
sin dirección. ¿En donde proliferan como una infección los tugurios? En las
ciudades donde no hay buenos dirigentes. ¿Qué ejército vacilan, qué partidos
políticos fracasan?, los mal dirigidos. Pese al viejo dicho de que el dirigente
nace y no se hace, el arte de dirigir se puede enseñar y se puede dominar.
¿Cuáles son las cualidades que debemos fomentar? Anotaré enseguida las
características: como jefe en combate, Aníbal no tuvo par en la antigüedad.
Energía. El dirigente tiene que estar preparado para
hacer cuanto exige a sus seguidores, y aún más. Debe ser capaz de trabajar más
intensamente, concentrar la atención más tiempo en un problema, afrontar más
peligros, aguantar más carga, resistir un kilómetro más. Esta energía viene de
adentro. John Wesley, fundador de la Iglesia Metodista, era hombre de
contextura endeble que apenas medía 1, 63 metro de estatura; pero toda la
mañana se levanta a las 04 a.m., pronunciaba su primer sermón a las 05 a.m., y
a las 06 a.m., estaba en camino: recorría a caballo ocho mil kilómetros al año,
predicando a cuantos quisiesen oírle. Dedicaba las noches a escribir sus libros
o componer himnos a la luz de una vela. Vivió 87 años y no se dio nunca punto
de reposo. Los hombres lo veneraban y lo seguían por eso mismo.
Sentido de la oportunidad. Esto es, una combinación de
vigilancia, imaginación y previsión. «Nadie que piensa fuera de su tiempo»,
escribió Woodrow Wilson, «puede conducir con éxito a su generación». Su propia
vida fue prueba brillante de esta verdad. Condujo a los Estados Unidos a la
primera guerra mundial cuando el país estuvo preparado para entrar en ella (la guerra del Chaco es un ejemplo), y
no antes. En cambio, cuando posteriormente ejerció presión para formar parte de
la Sociedad de las Naciones, los Estados Unidos no estaban preparados para dar
ese paso y Wilson fracasó ruidosamente en su intento. El mismo conductor, el
mismo país, pero la ocasión inoportuna.
Claridad. El dirigente debe ser capaz de raciocinar
lógicamente y de pesar las diversas alternativas, de tomar decisiones, y luego
hacerse entender con claridad. Dijo Pericles: «El que sabe pensar, pero no sabe
expresar lo que piensa, está al mismo nivel del que no sabe pensar».
Tenacidad. Se ha dicho que el valor es la capacidad de
resistir cinco minutos más. El dirigente no sólo debe poseer esta capacidad,
sino que debe inspirarla a los demás. Quizás el dirigente más grande de nuestro
tiempo ha sido Winston Churchill, que jamás vaciló en decir a su pueblo la
verdad, aunque fuese apabullante. Un compatriota suyo a dicho: «dudo que ningún
otro personaje de la historia haya hecho declaraciones tan terribles; y sin
embargo, haya comunicado a su pueblo tal sentimiento de fortaleza y
exuberancia, hasta de alegría».
Audacia. Esta fuerte y viril característica se asemeja al
valor, pero es más dinámica. Se manifiesta en la voluntad de correr riesgos y
experimentar; es un sublime optimismo que rechaza y desprecia la idea del
fracaso. La dirigencia de primera magnitud siempre la tienen. Teodoro Roosevelt
se complacía en ella. De él son estas palabras: «es mil veces preferible
atreverse a acometer grandes empresas y ganar triunfos gloriosos, aunque
matizados con fracasos, que formar en las filas de aquellos pobres de espíritu
que ni gozan mucho ni sufren, porque viven en el gris crepúsculo que no conoce
ni la victoria ni la derrota».
Interés por los demás. La experiencia me ha enseñado que
los hombres no siguen a un conductor si no sienten que él se interesa por ellos
y por sus problemas. Así George Washington compartió con sus soldados todas las
penalidades del terrible invierno en Valley Forge. En efecto, el interés por
los demás es indicio de imaginación y visión, dos cualidades fundamentales del
dirigente.
Moralidad. Un rígido código de ética, un fuerte sentido
de moralidad personal, obediencia a los que no se puede imponer por la fuerza,
son cosas que el verdadero conductor debe tener en el fondo de su ser. Por eso
las escuelas y colegios militares insisten tanto en el deber y el honor, en el
amor a Dios y a la patria; saben que sin una firme base moral el hombre no
puede estar bastante seguro de sí mismo para ser un buen dirigente.
Fe. Por encima de todo, el dirigente debe tener fe en su
pueblo, no menos que en la meta hacia la cual lo conduce. Napoleón jamás dudó
del valor de sus soldados. Cierta vez, durante el sitio de Tolón, ordenó
emplazar una batería en una posición tan expuesta, que sus generales objetaron,
sosteniendo que ir a servir los cañones equivaldría suicidarse, y que no habría
quien se atreviera. Napoleón ordenó ponerle este letrero: «batería de los
hombres sin miedo». ¡Nunca faltaron artilleros en aquel puesto!
¿Qué podemos hacer para mejorar el ambiente en que se
desarrollan estos atributos del dirigente? La respuesta es que el primer deber
corresponde a los padres, porque la educación ha de empezar temprano en el
hogar. Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con la confianza. La semilla de esta
cualidad se siembra desde mucho antes que el niño vaya a la escuela. Empieza
con la ejecución correcta de tareas sencillas. El encomio y la instrucción
ayudan, pero el que quiera realmente que su hijo sobresalga, tiene que ir más
allá: tiene que descubrir y fomentar los intereses y aptitudes especiales del
niño, guiarlo, dedicarle el tiempo que sea necesario. El padre debe procurar
también que en el hogar existan ciertos valores, como respeto, orgullo,
lealtad, honor. Estas cosas se reflejan en la conversación y en la acción. La
vida no debe presentarse como una lucha dudosa e inútil, sino como un don
magnífico, una antorcha que debe arder con todo el brillo posible antes de
entregarla a la generación siguiente.
No se crea nadie que es fácil ser dirigente. A menudo es
empresa solitaria y ardua. Nietzsche ha dicho: «la vida siempre es más dura
cerca de la cumbre, el frío aumenta, la responsabilidad crece». No existe
garantía alguna del éxito. Pero las recompensas son enormes para los que
aspiren a la cumbre, arrastren los peligros y se atrevan a intentar lo
desconocido. El presidente Kennedy escribió: «la felicidad consiste en ejercer
las facultades vitales por la vía de la excelencia, en una vida que permita su
ejercicio». Tal es la felicidad que el dirigente busca y a menudo encuentra. Si
comprendemos esto y nos resolvemos a vivir este ideal, el futuro estará
asegurado.
Luque, domingo 14-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
Incluimos este capítulo -gran parte ha sido publicado en
nuestra obra anterior- porque hemos comprobados, que la gran mayoría de los
paraguayos, principalmente los profesores de historia, no tienen un concepto
claro sobre el fin de la historia, por ese motivo la confunde con arenga, que
no es sino discurso para enardecer al pueblo y a las tropas, y sus efectos no
tardan en esfumarse; por ello es más que grotesco afirmar que la guerra del
Chaco se ganó mediante arengas inspiradas en el mariscal López. La historia de
la guerra de la Triple Alianza no es una fuente de inspiración para nosotros,
sino algo que lamentamos profundamente por todos los errores y barbaridades
cometidas por el héroe por decreto. La ignorancia del fin de la historia y su
importancia en transmitir a la futura generación los errores del pasado para
evitar su repetición, ha producido en muchos compatriotas juicios falsos sobre
la hecatombe nacional de 1864-1870.
En toda historia, la verdad se desvela poco a poco, empecemos diciendo que uno de los principios de
la historia es no ocultar los hechos por malas que sean, y es provechosa sólo
cuando el historiador explica -no juzga que es exclusiva facultad de la
Academia Paraguaya de la Historia-, los hechos del pasado con imparcialidad y
justicia. Ella está basada en el eclecticismo, pues, es un proceso de selección
de datos; es un sistema de orientaciones hacia la verdad. Consiste escoger de
entre diversas opciones la tesis que parecen más aceptables, para formar con
ellas una teoría sobre un determinado hecho. Está demostrada la doble y
recíproca función de la historia, el de «fomentar nuestra comprensión del
pasado a la luz del presente y la del presente a la luz del pasado; de este
modo surge en la gente un interés espontáneo, tanto por su pasado como por su
futuro» nos dice Edgar H. Carr (1892-1982), miembro del “Trinity College
de Cambridge y autor, entre muchas obras, ¿Qué es la Historia?
La historia comienza cuando
se transmite la tradición, y tradición significa el traspaso de los
descubrimientos científico, tecnológico, los inventos; así como los
conocimientos, las experiencias y las influencias culturales y sociales a la
futura generación. Es decir, la historia guarda los hechos en beneficio de
nuestro descendiente.
Es fundamental saber que la historia no es para panegirizar
a la nación; es decir, no es para gloriar la patria ni enaltecer a ningún
personaje, porque ella es madre de las ciencias y como tal imagen de la verdad.
Por lo tanto, aumentar o disminuir la figura de los mariscales Estigarribia o
de López no es propio del historiador que tiene la obligación de dejar a cada
uno su tamaño natural, tampoco exagerar sus éxitos ni sus fracasos.
La historia es valiosa porque es verdadera, y el fin
en registrar el pasado es la de servir como si fuera un almacén o centro de
compras, donde la gente puede recurrir en busca de experiencias; porque ya lo
dice un refrán: «Es mejor conducirse con experiencia ajena, porque la propia
siempre llega tarde y cuesta cara». Marco Tulio Cicerón, famoso político,
filósofo e historiador romano la definió con extraordinaria precisión: «La
Historia es testigo de los tiempos, luz de la verdad, maestra de la vida y
consejera de la antigüedad». Siendo la historia como en verdad es, testigo de
los tiempos y luz de la verdad, pero lastimosamente vino su perversión que
consiste en que con hechos verdaderos se mezclasen hechos ficticios; y esto
provino de aquellos que sólo buscan halagar la vanidad de la gente, o sacar
provecho personal o hacer héroe al que no lo es o exaltar el patriotismo que no
es fin de la historia, o, por mero motivo mediático.
Los historiadores nacionalistas, aunque de excelente
ingenio y ricos en posibilidades expresivas, creyeron, tal vez, que no era
bueno herir el orgullo nacional o menguar la autoestima del paraguayo relatando
hechos adversos y sucesos infaustos de la guerra del Paraguay de 1864-1870 aun
siendo verdaderos. Sobre este punto, el filósofo norteamericano, oriundo de
España, Jorge Ruiz de Santayana, ADVIERTE: «El pueblo que no quiere recordar
algún pasado desgraciado tal como sucedió, tendrá como castigo el ver como se
repite».
No puede caber duda que son los intelectuales
paraguayos, así como los profesores de historia, y principalmente los
historiadores tienen el deber de limpiar de mugre nuestra historia. Entre otras
varias cosas, porque en ella se encuentran guardadas todas las proezas, todos
los triunfos y fracasos heroicos de nuestra nación. La historia del Paraguay
está llena de esfuerzo titánico; por lo tanto, no necesitamos inventar hazañas
heroicas o crear héroe ficticio; porque es a ella, a nuestra historia, que hay
que recurrir en los momentos difíciles para la patria, para ser iluminado por
la verdad y guiado por sabios consejos. Esto nos lleva a decir que la historia
de la guerra de 1864-1870 nunca ha necesitado tanto de tantos historiadores
objetivos y veraces como en la época que empezó en 1936 hasta nuestros días, en
que se trafican tan insolentemente con las mentiras.
Tal vez ha llegado la hora de preguntar, si por qué
los historiadores nacionalistas no quieren contar la verdad al pueblo,
prefiriendo mezclar verdades con falsedades, deformando hechos y sembrando
confusión. No obstante, se puede reconocer que esta clase de historiadores
tiene una pasión tan grande para enaltecer al Paraguay, especialmente ante
otros países; pero que no tienen el menor escrúpulo afirmar las más vanas
invenciones como la de tomar mentiras por verdades, las arengas que se hacen en
los días patrios, y principalmente cada 1° de marzo, como hechos, y mito por
historia. Y en la apología que hacen al mariscal López introducen muchas
ficciones y copiosas hipérboles para realzar la figura del denominado por un decreto
del presidente de facto, Rafael Franco en 1936 -por motivo meramente político-,
«héroe nacional sin parangón». Es decir, con el solo propósito de desmerecer el
portentoso triunfo de Ayala y Estigarribia en la guerra de Chaco, y de este
modo impedir que el mariscal López se convirtiera en estrella enana de muy
débil luminosidad al confrontar con Estigarribia.
Está comprobado que en toda disciplina, arte o ciencia
cuyos especialistas, para servir mejor a la sociedad, necesitan conocer la
historia de sus respectivas especialidades. Por ejemplo: el médico necesita
conocer la historia de la medicina, el arquitecto la historia de la
arquitectura, el abogado la historia de los famosos pleitos, así como la ley de
Las Siete Partidas[1] y
el Derecho Romano, y el profesional militar está obligado a empaparse de
historia militar. Por consiguiente, no se puede desconocer la extraordinaria
importancia de la historia, porque mediante ella la humanidad pudo alcanzar su
grandiosa evolución; y sin la historia, probablemente seguiríamos practicando
la depredación para sobrevivir.
Los nacionalistas que escribieron sobre la guerra de
1864-1870, no eran historiadores militares, sino meros exaltadores del mito
mariscal López. Sin embargo, para elevar la historia de una guerra a la
categoría de una investigación científica de la cual se puede extraer
experiencias para no repetir los mismos errores, necesariamente el historiador tiene
que ocupar una posición neutral para depurar su obra de prejuicio y
sentimentalismo patriótico.
Señalamos que la historia militar no es campo
exclusivo de militares, pues, los civiles fueron los que mejor describieron los
hechos históricos de las guerras como por ejemplos: Jenofonte en Economía y
Ciropedia, León Tolstoi en Guerra y Paz, Tácito en los Anales, Gisbert Haefs en
Alejandro Magno, Steven Pressfield en La conquista de Alejandro Magno, numerosos
historiadores sobre las campañas de Napoleón, etc.
Cuando un nacionalista escribe sobre la guerra de la
Triple Alianza, es como si considera de su obligación defender al mariscal
López -tarea de abogado, pero no de historiador-, así como exculparlo de sus
garrafales errores políticos y militares y de sus innecesarias crueldades,
incluso contra su propia familia, evidente indicio de un trastorno psicopático,
porque sólo los psicópatas mandan matar a sus familiares, amigos y compatriotas
sin arrepentirse de sus malas acciones.
Los lopistas, en vez de insultar o agredir a los que investigan
y cuentan la verdad sobre el mariscal López, deberían de responder antes a las
interrogantes, ¿por qué López invadió los territorios de Brasil y de la
Argentina? ¿Hizo algo beneficioso para la nación paraguaya? ¿Ganó siquiera una
batalla ofensiva?, porque sólo la ofensiva conduce a ganar la guerra; me
refiero a batalla no de escaramuza entre patrullas.
El historiador británico, oriundo de Alemania, Eric Hobsbawm
escribió en su obra “Sobre la historia”, lo que sigue: «hace poco, los zelotes
hindúes destruyeron una mezquita en Aodhya, con el pretexto de que había sido
erigida en contra de la voluntad del pueblo hindú por el conquistador mogol Babur
en un emplazamiento especialmente sagrado, considerado como lugar de nacimiento
del dios Rama. Mis colegas y amigos de las universidades de la India publicaron
un estudio en el que se demostraba:
1) que, hasta el siglo XIX, a nadie se le ocurría que
Aodhya pudiera ser el lugar de nacimiento de Rama, y 2) que casi con toda
seguridad la mezquita no se construyó en tiempo de Babur. El trabajo de los
historiadores indios había contribuido en gran medida a frenar el ascenso del
partido que provocó el incidente, pero al menos estos profesores cumplieron con
su deber como historiadores, para bien de los que saben leer y que tanto ahora
como en el futuro se encuentran expuestos a la propaganda de la intolerancia.
Son contadas las ideologías de la intolerancia y líderes políticos
inescrupulosos, que se basan en simples mentiras e invenciones de las que no
existe la menor prueba»[2].
Es de desear que La Academia Paraguaya de la Historia
prosiga con su admirable deber, tal como ha hecho hace poco cuando salió a
desvirtuar varios documentos, cuando un par de fanático intentó hacer pasar
gato por liebre, respecto a varios “documentos”, que según la posición
autorizada de la Academia eran apócrifos. Asimismo, nuestros historiadores y
profesores de historia de los colegios y las universidades del Paraguay también
cumplan con sus deberes de enmendar los errores involuntarios o no, respecto a la historia de la guerra
de la Triple Alianza, tal como los hacen asiduamente y con admirable amor a la
verdad nuestros distinguidos historiadores y, pidiéndoles disculpa por citarlos:
Guido Rodríguez Alcalá, José Luis Martínez Peláez, Eric Caballero Campos, Luis
Verón, Rafael Mariotti, Roger Conde y varios más. Sería una injusticia no citar
a la renombrada historiadora argentina, Liliana M. Bresso.
Lo real y lo lógico es que los hechos históricos no
pueden valorarse si se los manipula o se falsea. Lastimosamente, los historiadores
lopistas escriben sobre la guerra del 70 sólo para exaltar el ánimo de los
exaltados nacionalistas. Un historiador objetivo es aquel que elabora y emite su
parecer sobre hechos históricos, y explica –no juzga- a partir de los hechos
comprobados, a despecho de sus preconceptos.
Para difundir la verdad sobre la guerra considerada, para obtener el
triunfo de la virtud y del verdadero patriotismo, es indispensable destruir
todos los mitos y prejuicios, establecer reglas éticas e imponernos el deber de
educar a la juventud sobre la importancia de la historia, con el fin de acabar
con la superstición, y que para demostrar patriotismo no es necesario ser
lopista. La polarización de la historia del mariscal López entre el lopismo
exacerbado y los que luchan por destruir mitos y no crearlos, sigue, aunque con
la aparición del internet, los veneradores del héroe por decreto se hallan batiéndose
en franca retirada, pero cuidando que sus orgullos no sean dañados.
Desgraciadamente,
los veneradores del mariscal López, que interpretan las críticas al “héroe por
decreto” como insulto a la patria. Para ellos la patria y Solano López es una sola.
Vale decir, a ellos le agradaría mucho denominar a la República del Paraguay
por el de “República del Mariscal López”. Para superar todo esto, es
preciso laicizar la historia militar
paraguaya de la historia oficial, entre otras cosas porque no es función del
gobierno juzgar sobre historia. En la inclinación nacionalista de los
manuales de historia se encuentra el gran hueco que el ministerio de Educación
y Cultura aún no ha colmado; y de este modo la historia como ciencia se
encuentra aún en muchos aspectos en un estado retrasado, pues se sigue
manipulando con criterio nacionalista e intereses políticos, a pesar de que no hay conclusión histórica que pueda
resistir el escalpelo de la crítica.
Luque, 15-03-2021
[1] Ley de las Siete Partida, son un cuerpo normativo redactado en Castilla durante el reinado de Alfonso X (1221-1284) con el objetivo de conseguir una cierta uniformidad jurídica del reino. Su nombre original era «Libro de las Leyes», y hacia el siglo XIV d. C., recibió su actual denominación, por las secciones en que se encontraba dividida. Esta obra se considera uno de los legados más importantes de Castilla a la historia del Derecho, al ser el cuerpo jurídico de más amplia y larga vigencia en Hispanoamérica (hasta el siglo XIX d. C.). Incluso se la ha calificado de «enciclopedia humanista», pues trata temas filosóficos, morales y teológicos (de vertiente grecolatina), aunque el propio texto confirma el carácter legislativo de la obra, al señalar en el prólogo que se dictó en vista de la confusión y abundancia normativa y solamente para que por ellas se juzgara.
[2]
Eric Hobsbawm “Sobre la historia”. Editorial Planeta S. A., 2014,
Barcelona-España.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY
(1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO II
GUERRA, POLÍTICA, ESTRATEGIA Y ESTADISTAS EJEMPLARES
En este capítulo tomamos como guía principal la obra del mayor general inglés, John Frederich Charles Fuller “La dirección de la guerra”. Él fue historiador militar y estratega, destacado a través de la historia como uno de los primeros teóricos modernos en la guerra de blindados, incluyendo la categorización de los principios de conducción de las fuerzas militares en la guerra.
Sección 1. La guerra
Aun admitiendo la legitimidad de la causa de López; pero
es indispensable considerar si los medios disponibles podían presentar a las
fuerzas aliadas un frente de combate sólido y extenso. El ejército paraguayo
contaba en aquel momento 80.000 hombres, y para reforzar contaba con la promesa
de apoyos de Corrientes, Entre Ríos y Uruguay. Planteemos la cuestión así:
¿podía el ejército paraguayo conquistar los primeros objetivos sin el concurso
de los potenciales aliados? Tal vez sí. Aunque López se juzgaba demasiado
fuerte y al enemigo débil. Lo bueno que hizo era que no avanzó lejos de las
fronteras antes de tener informaciones veraces sobre las fuerzas enemigas;
porque en un asunto que presenta un aspecto tan terrible como éste, no se puede
admitir conjetura, como la espera problemática y la posibilidad de socorros
inciertos. López se apoyó en la esperanza, vivió del aire de la promesa de
socorro de Urquiza, jactándose con la ilusión de una fuerza invencible. Y así,
con esta gran imaginación propia de los lunáticos que se disponen deliberadamente
a la autodestrucción, saltó con los ojos cerrados en el abismo, y de este modo condujo
a su bello ejército a la destrucción, y dejando una nación devastada.
Cuando tenemos la intención de construir una casa, contratamos
un arquitecto con el que examinamos primero el emplazamiento, después él dibuja
el plano, y cuando miramos la representación gráfica del edificio a construir
que nos presenta, calculamos el coste de la erección. Si encontramos que excede
de nuestros recursos, ¿qué hacemos entonces? Reanudamos nuestro proyecto sobre
un plano menos costoso o renunciamos a construir. Mucho más análisis y prudencia
precisaba el mariscal López para emprender la guerra contra Brasil y la
Argentina, porque no es poca cosa el intento de apoderarse de parte del
territorio ajeno o en disputa, e integrar al nuestro. Para partir de una base
segura, es indispensable conocer los recursos propios y del enemigo, y consultar
a los expertos, hacer el cálculo de nuestros propios recursos para saber si la
acción en que nos empeñamos podrá mantenerse contra la reacción enemiga. De
otro modo, nos asemejaríamos al que dibuja el plano de su casa sin suficientes recursos
para construirla y que, abandonándola a medio hacer, deja la parte que ha
levantado con grandes gastos.
Para tener una idea de lo que es la guerra, tomamos el siguiente ejemplo: en la guerra entre Gran Bretaña y Francia, el ejército del rey Enrique V invade Francia. Ante la puerta de Honfleur, ciudad ubicada al norte de Francia en la región de Normandía. Inglaterra se la anexionó Normandía en 1420 y Francia la reconquistó entre 1436 y 1450. Dentro de las amuralladas fortalezas francesas se encontraban el gobernador, su fuerza militar y muchos ciudadanos cercados por las tropas inglesas. Entra el rey Enrique V y su séquito, para una entrevista concertada con antelación; y se dirige al gobernador con estas palabras: «Es la última vez que concedo parlamento. Y, por lo tanto, entregaos a discreción o disponeos a afrontar nuestra cólera. De otro modo, a fe de soldado (y éste es para mí el más honroso título), al abrir de nuevo el fuego reduciré la ciudad en cenizas. Se agotará la piedad, y el soldado, encarnizado en la lucha, se lanzará con corazón implacable, libre de todo escrúpulo, y será como hierba vuestras vírgenes y vuestros hijos. La guerra será impía, con todos los horrores el saqueo y la devastación. A vosotros incumbe la responsabilidad de que vuestras doncellas caigan en las manos ardientes de la violación desenfrenada. ¿Qué riendas podrían contener la perversión licenciosa de los soldados cuando rueda por la terrible pendiente? En vano intentaría detener al soldado ebrio de carnicería, como si pidiera al Leviatán que volviese a su cauce. Por tanto, hombres de Honfleur, tened piedad de vuestra ciudad y de vuestros convecinos, ahora que aún puedo contener a mis tropas; mientras el viento fresco y templado de la piedad aleja las nubes impuras del saqueo, de la infamia y de la matanza. Si no, ¡hay de vosotros!, dentro de un momento veréis al soldado ciego y sediento de sangre, rodear con torpe mano la cintura de vuestras hijas desesperadas, arrancar las barbas plateadas de vuestros padres y sus cabezas aplastadas contra los muros. ¡Veréis a vuestros hijos desnudos ensartados en las picas, mientras que sus madres, enloquecidas, conmoverá los aires con sus lamentos, lo mismo que las mujeres de Judea durante la sangrienta caza de los verdugos de Herodes! ¿Qué contestáis? ¿Queréis rendiros para evitar estos males, o preferís la destrucción de todo persistiendo en la defensa?» (Willian Shakespear en “Enrique V”, Escena III, Acto III, Pág. 120. 1ª edición, Buenos Aires-Argentina: Aguilar, Altea, Taurus, 2014).
Sección 2. La estrategia y la política.
Sobre la estrategia y la política dice Carl von
Clausewitz, general y teórico militar prusiano (1780-1831). Tras luchar contra
Napoleón en 1818 fue nombrado director de la escuela de guerra de Berlín. Su
tratado “De la guerra” al empezar la guerra de la Triple Alianza de 1864-1870,
hacia 35 años que empezó a recorrer el mundo, pero desgraciadamente no llegó en
manos del mariscal López. Escribe Clausewitz: «en toda circunstancia, debe
considerarse la guerra, no como algo independiente sino como un instrumento de
la política, ya que la guerra sólo es la continuación de la política con una
combinación de otros medios, por lo que no puede separarse jamás del
intercambio político, pues se rompería los hilos de diversas relaciones entre
naciones y nos encontraríamos como algo sin sentido y sin objeto». Entre otras
diversas observaciones sobre la política y la guerra, añade que «la teoría
requiere, por tanto, que al principio de una guerra debe definirse claramente
su carácter y perfiles principales, de acuerdo con las condiciones y relaciones
políticas considerada con anticipación como probables, y que no debe darse el
primer paso, sin pensar cuál sería el último».
Como quiera
que la esencia de la gran estrategia (facultad exclusiva de todo jefe de
Estado) es la subordinación de la
estrategia militar a la política, cualquiera que sea esta última, sus fines
deben quedar dentro de las posibilidades operativas. También asegura Clausewitz
y compartido por Liddell Hart, al respecto que «el objetivo político debe
acomodarse a los medios disponibles, lo que puede originar modificaciones en
dicho objetivo, pero, cualquiera que sea las variaciones acordadas, la política
retiene prioridad en las consideraciones». En relación con esta acción
recíproca sostiene que «el acto primordial, el principal y más decisivo del
juicio que ejercen el estadista y el general en jefe, es comprender rectamente
la guerra que emprenderán». Todo esto podemos resumir del modo siguiente:
1)
la guerra es un instrumento de la política porque es la continuación de la
política por otros medios;
2) antes de empezar una guerra no debe darse el primer paso, sin pensar cuál sería el último;
3) el objetivo político debe concordar con los medios disponibles;
4) lo más decisivo en la relación recíproca entre el jefe de Estado y el general
en jefe es tener una recta interpretación de la guerra que emprenderán;
5) la esencia de la gran estrategia es la subordinación de la estrategia militar a
la política.
Respecto a
este último punto, ilustra muy bien el siguiente ejemplo: en la guerra
de Vietnam, el general en jefe, William Westmoreland, al ser designado, el
presidente de los Estados Unidos le advierte «no hacer nada que pueda molestar
a China». Al observar el general que la logística militar para los vietnamitas
provenía de China, entonces solicita al presidente norteamericano autorización
para bombardear los depósitos ubicados en territorio justamente de China. ¿Qué
actitud tomó el presidente ante la solicitud del general en jefe? Lo destituyó
de inmediato, entre otras cosas por pretender subordinar la política a la
estrategia militar.
Si López
hubiera tenido en cuenta las enseñanzas de Clausewitz, no se hubiera equivocado
tanto como lo hizo. Él tomó la guerra como algo personal, del honor que su
propia naturaleza le impide ser. Europa ha conocido muchos conflictos bélicos;
durante diez siglos la guerra ha sido la ocupación habitual de los jefes de Estado
de los revoltosos países. La decadencia de la aristocracia y el advenimiento de
la democracia y el liberalismo político y económico, el desarrollo de la
industria y el capitalismo, el progreso de las ciencias y de los adelantos
técnicos y científicos, el crecimiento demográfico y la prensa libre y popular,
han producido grandes cambios en todas las sociedades. Estos grandes
acontecimientos causaron fuertes impactos sobre el arte militar, obligando a
acomodarse a ellos la conducción de la guerra.
Desde la
época de Napoleón, el dinero no la muerte masiva de las tropas era el factor decisivo,
y cuando la prolongación de la guerra y la constante maniobra comenzaba a
agotar no tanto los efectivos del ejército sino, principalmente, los bienes de los
Estados contendientes. Como consecuencia, el gobierno de cada país, antes que
enfrentarse a la bancarrota económica, prefería concertar con el enemigo una paz
negociada. Esta actitud debió tomar el mariscal López si era realmente
responsable y patriota, y no, contumazmente, mantenerse en su belicosa actitud
una vez que fracasaron sus campañas ofensivas y destruida su flota de guerra
que lo dejó casi sin transporte para dar apoyo logístico a sus tropas de
invasiones. Su objetivo principal en aquel momento debió ser impedir, mediante
la negociación diplomática, que los aliados penetren con sus tropas en
territorio paraguayo, aun al precio de dimitir de su cargo.
El fracaso de López en alcanzar la victoria por lo menos en una batalla ofensiva, y a través de ella, lograr una paz aceptable para el Paraguay y satisfactorio para los aliados, puede imputarse a tres defectos fundamentales en la dirección de la guerra:
1) su excesiva centralización del mando;
2) su política poco realista;
3) constituye una grave falta en el campo de la estrategia, consistente en que los medios utilizados para realizar su política, sólo podían llevarle, como máximo, a un armisticio, pero no la rendición del enemigo. Finalmente, López, como un misionero, predicó y mandó publicar a través de todas las autoridades, a lo largo y a lo ancho del Paraguay, el evangelio de la nación en armas y su lema de “vencer o morir”, que llegaron a convertirse en el credo militar del Paraguay.
Sección 3. Los principios de Clausewitz
Clausewitz expone varios principios generales que deduce de sus tres objetivos capitales:
1. Derrotar y destruir la fuerza militar del enemigo.
2. Apoderarse de los elementos
materiales de agresión del enemigo (barcos, puertos, depósito de armamentos, fábricas
de pólvora y municiones, combustible, aeropuertos, etc.).
3. Ganar la opinión pública
internacional. Al respecto, el Paraguay no tenía buena fama en aquel entonces;
pues tenía conflictos con Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, etc., por las
arbitrariedades cometidas por los dictadores, Francia y los López contra los
ciudadanos extranjeros residentes en Paraguay.
De este modo Clausewitz llega a los cuatro principios primarios: 1) el principio de la conservación del fin u objetivo político;
2) el principio de protección durante la acción;
3) el principio de la movilidad en la acción (maniobras rápidas); y
4) el principio de la utilización del poder ofensivo; porque sólo la ofensiva conduce a ganar la guerra.
Concluye con tres nuevos principios:
1) De economía de fuerzas. El mariscal López era avaro para emplear suficientes tropas en todas las acciones.
Lo recomendable es destinar para cada operación ni demasiado ni muy poco, sino lo suficiente.
2) De la concentración de fuerzas. El mariscal López empezó la guerra dispersando su ejército en tres frentes: Mato Grosso al norte, Rio Grande del Sur al sureste y Corrientes al sur.
3) De la sorpresa. Excepto Estero Bellaco, López nunca logró sorprender al enemigo.
Estos diez principios combinados adecuadamente es la clave de la estrategia militar.
La batalla constituye la
actividad real de la guerra; el resto es solo complemento que se añade para
completar, como los combates de poca monta y entre patrullas. De lo que se ha
dicho se concluye que lo principal en la guerra es la batalla llevada a cabo entre
fuerzas importantes, y es considerada siempre como el campo de la muerte, por
la cantidad de pérdida de combatientes. Sin embargo, la batalla no consiste
meramente en una matanza recíproca ya que la conquista del objetivo debe tender
a desmoralizar al contendiente que a matar a las tropas enemigas; de manera
entonces, la pérdida de la moral es la causa principal para emprender la
retirada o la rendición o la capitulación. La diferencia entre capitulación y
rendición está, en la primera se negocia para deponer las armas, en tanto que
en el segundo caso se acepta la propuesta del enemigo sin condiciones. Ejemplos
de capitulación: Estigarribia en Uruguayana, el coronel Francisco Martínez en
Isla Poí, Thompson en Angostura (Villeta) y el teniente coronel Pedro
Pablo Caballero en Pirivevýi.
El fin de la guerra es siempre la paz; por lo tanto, ha de ser la tendencia dominante de la política, y la victoria sólo el medio para lograrla. Winston Churchill, ante la Cámara de los Comunes, luego de ser nombrado primer ministro y ministro de Defensa, pasando a sus manos la dirección de la guerra, proclamó: «la victoria en una guerra sólo es un medio hacia el fin, y para el verdadero estadista, el fin de la guerra es la paz».
Sección 4. Algunos estadistas ejemplares
Incluimos esta sección como ejemplo, que cuando un jefe
de Estado piensa hacer grande a la nación, la clave es saber elegir a los
colaboradores, sin importar a qué partido político pertenece, entre otras cosas,
porque los buenos no abundan. De manera entonces, consideramos interesante
conocer a los grandes hombres que llevaron a sus respectivos países a la
grandeza, elegimos entre varios, el procedimiento de uno de los grandes
estadistas en la preparación de su país para enfrentar una futura guerra: el rey
Guillermo I. Esto sin desconocer a los dos grandes estadistas paraguayos que
prepararon al Paraguay de modo óptimo para la defensa del Chaco: Eligio Ayala y
Eusebio Ayala.
Guillermo I, rey de Prusia (1797-1888), emperador de
Alemania (1871-1888), tras la guerra francesa-prusiana (1870-1871), fue
proclamado emperador de Alemania en el palacio de Versalles (18-01-1871). Era
un verdadero soldado por formación, ya como regente, había designado en 1857 al
conde Helmuth von Moltke (1800-1891), jefe del estado mayor general del
ejército prusiano (1857-1888),
dirigió el ejército durante la guerra de los Ducados (1864), durante la guerra
austro-prusiana (1866) y durante la guerra franco-prusiana (1870-1871). Posteriormente,
Guillermo I en 1859, seleccionó al conde Albrecht von Roon (1803-1879),
mariscal prusiano para ministro de
la Guerra, fue junto con Moltke, el organizador del ejército prusiano. Y
finalmente, en 1862 nombró a príncipe Otto von Bismarck primer ministro y
ministro de Asuntos Exteriores. Estos tres hombres estaban destinados a elevar
a Prusia desde su condición de pequeña potencia, al país que iba a ejercer una
verdadera supremacía en Europa.
Moltke era hombre de amplia cultura, y constituía, en el
mejor sentido de la palabra, un soldado eminentemente práctico. Veía la guerra
más como un negocio que como arte, un negocio en que la fuerza militar
representaba el capital a invertir y la victoria el dividendo a obtener por
aquel; y la derrota en quiebra. Fue un profundo estudioso de la guerra, íntimo
conocedor de los métodos de Napoleón y de las teorías de Clausewitz, pero no
ciego seguidor de ambas doctrinas que adoptó al posterior desarrollo técnico.
De Napoleón aprendió que el movimiento (la maniobra) constituye el alma de la
guerra y consecuentemente, que el ferrocarril se convertiría en el más
importante factor estratégico (En la guerra del Chaco de 1932-1935, el
ferrocarril Puerto Casado – Punta Rieles (160 Km.), constituyó una decisiva
importancia estratégica). De Clausewitz asimiló que estadista y el general en
jefe debían estar estrechamente relacionados. Por tanto, adopta un profundo
interés por la política y los asuntos extranjeros. Las dos guerras libradas por
Moltke fueron la austro-prusiana de 1866 y la franco-prusiana de 1870. (Uno de
los garrafales errores estratégico de López fue ordenar que una de sus columnas
de invasiones se detenga en la orilla del río Santa Lucía (Goya, Argentina) y
la otra en Uruguayana).
Príncipe Otto von Bismarck (1815-1898). Elevado a la
presidencia del consejo de Prusia por Guillermo I (1862). Lleva a cabo la
unidad alemana en beneficio de Prusia (1864-1871). Tras derrotar a Austria en la
Batalla de Sadowa (1866), donde el ejército austriaco usó una doctrina
obsoleta. Tras la victoria crea la Confederación del Norte de Alemania. Después
de la guerra franco-alemana (1870-1871), que termina con la anexión de Alsacia
y Lorena, hizo proclamar el imperio alemán en Versalles el 18 de enero de 1871.
Canciller del Reich, practicaba una política autoritaria. Tuvo que renunciar a
la alianza de los tres emperadores (Alemania, Austria y Rusia), y concluye con
Italia y Austria la Triple alianza (1882). Abandona el poder poco después del
advenimiento de Guillermo II (1890).
El mariscal Ferdinand Foch (1851-1929). En 1894, fue
nombrado profesor de la “Escuela de Guerra”, de la que sería más tarde
director, y sus conferencias a sus alumnos fueron publicadas en dos libros, “De
la conducción de la guerra” y “De los principios de la guerra”, que se
convirtieron en el Nuevo Testamento del ejército francés, y por supuesto para
Estigarribia El Grande. Foch fue un soldado muy capacitado, y como mariscal de
Francia, el general más destacado de la Primera Guerra Mundial, pues condujo a
la fuerza militar aliada a la victoria. Estaba tan dominado por su teoría de
que sólo una ofensiva a ultranza podía llevar a la victoria. Elogia la teoría
de la guerra total, practicada por Napoleón y predicada por Clausewitz. Probó
que «cualquier mejora introducida en las armas de fuego está destinada
finalmente a reforzar la ofensiva». La táctica en el campo de batalla será de
movimiento, es decir, el ataque; llevar al punto de choque decisivo todas las
fuerzas disponibles. El movimiento gobierna la estrategia. De todo esto extraemos
cuatro principios:
1) sólo la ofensiva lleva a ganar la guerra.
2) cualquier arma que se mejora o nueva que aparece, añade nuevas fuerzas a la ofensiva.
3) la táctica fundamental es el movimiento o sea la maniobra. En Paraguay es conocido popularmente como “el corralito de Estigarribia”.
4) Emplear todas las fuerzas disponibles en la
batalla decisiva. No como López, que empleaba su ejército por destacamento.
Luque, 16-03-2021
FIN
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÌTULO III
LOS PRINCIPIOS DE LA CONDUCCIÓN.
Sección 1. Principios generales
Los principios son normas sobre la que se apoya los comandantes de unidades para dirigir las operaciones militares. Son ideas fundamentales que no se debe violar, porque si se llega a violarlos, cobra muy, pero muy caro. Por consiguiente, todos los comandantes de unidades de todos los escalones deben regir sus conductas conforme a ellos. ¿Cómo nacieron? Cuando en una guerra se inaugura una táctica o un procedimiento nuevo, y se descubre que su aplicación es adecuada para el éxito. Si el procedimiento o la nueva táctica es repetido en varias ocasiones para conseguir un fin, y queda demostrado que secunda el triunfo, entonces es adoptado como principio. Seguidamente, veamos los principios de conducción de Napoleón extraídos de las campañas del emperador francés por el mayor general John Frederick Charles Fuller, del ejército británico, historiador militar y estratega, destacado a través de la historia como uno de los primeros teóricos modernos en la guerra de blindados que incluye la categorización de los principios de conducción de ejército en operaciones de guerra publicado en su obra, “La Dirección de la Guerra”[1]:
Sección 2. Los principios de Napoleón
Fe en la ofensiva. Afirmaba Napoleón:
«Creo como Federico[2], que uno debe ser siempre el primero en atacar». Aun
cuando no fue el inventor de la persecución, puede decirse que procedió a su
sistematización ya que incluyó en sus órdenes de operaciones, convirtiéndola en
característica especial de su táctica. Se refiere a Federico II el Grande
(1712-1786) rey de Prusia (1740-1786). Condujo varias guerras, reorganizó sus Estados,
dotándolos de una administración moderna y forjando un ejército que se
convirtió en el mejor de Europa. Amante de las letras, atrajo a Prusia a
Voltaire y a numerosos eruditos franceses, convirtiéndose así en el modelo del
déspota ilustrado.
Confianza en la rapidez para economizar tiempo. Respecto a la movilidad, proclama «las marchas son la guerra; estar dispuesto para la guerra es estar dispuesto para el movimiento.
La victoria está con los ejércitos que practican la maniobra». Dos de sus comentarios refuerzan tal afirmación:
a) «en el arte militar, como en la mecánica, el tiempo es el factor preponderante entre peso y fuerza;
b) la pérdida de
tiempo en la guerra es irreparable y siempre falsa las causas alegadas para
ella, ya que las operaciones sólo fracasan por la demora. Ejemplo: la columna
de Barrios en Tujutî, que tuvo que atravesar el bosque de sauce sin haber hecho
el mariscal López el cálculo de tiempo, si en cuanto tiempo podría superar la
división de infantería de 7.500 hombres para alcanzar la línea de partida para
el ataque, y dar la señal al clarear el día, para arremeter por sorpresa contra
el enemigo posicionado en Tujutî. Sin embargo, Barrios en un
esfuerzo agotador, alcanzó la línea señalada recién cerca
del mediodía. La grave omisión de López que no
ordenó el reconocimiento del bosque de Sauce con antelación, y sobre ello hacer
el cálculo de tiempo necesario para atravesar el intransitable bosque para
tropas numerosas. Este descomunal error de López hizo perder la sorpresa y como
resultado, la aniquilación del resto de nuestro primer ejército. Tampoco se
preocupó en obtener información sobre el estero que debía cruzar la caballería
del general Resquín, que fue a empantanarse a tiro de fusil frente al límite
avanzado del área de defensa de las tropas argentinas que no dudaron en cebarse
sobre los temerarios jinetes paraguayos.
Lograr la sorpresa estratégica. Exceptuando la inesperada
concentración de sus fuerzas en el campo de batalla, las sorpresas de Napoleón siempre
fueron de orden estratégico.
Concentrar fuerzas superiores en el
campo de batalla, especialmente en dirección del ataque principal. En la batalla decisiva, Napoleón
reducía los efectivos de las unidades que llevan los ataques secundarios para
concentrar el mayor número posible de fuerza en el ataque principal. Existe
diferencia en el significado de los conceptos “reunirse” y “concentrarse”. La
reunión de fuerza es la distribución de cuerpos de ejército y divisiones en el
teatro de operaciones, mientras que la concentración se refiere al campo de
batalla.
Un sistema defensivo cuidadosamente proyectado
en caso de que haya necesidad de recurrir a él. En lo relativo a la defensa Napoleón
decía: «la guerra defensiva no excluye el ataque, al igual que la ofensiva no
elimina totalmente la defensa. La fuerza estática constituía un agravio para
Napoleón Él inició cada una de sus campañas con un plan detallado y preconcebido,
que admitía diversas opciones, cada una de las cuales correspondía a una
hipótesis acerca de los posibles y probables reacciones del enemigo. (La fuerza
de treinta mil hombres que López envió por la ribera del río Paraná se detuvo
ocioso por cinco meses en la orilla del río Santa Lucía que desemboca en el
Paraná cerca de Goya)
La unidad de mando. Esta requiere la reunión de todas las
fuerzas disponibles bajo el mando de un general en jefe en el teatro de operaciones.
O la concentración de los batallones y regimientos de una división o cuerpo de
ejército, bajo un comandante único. Napoleón decía: «la cualidad esencial de un
general es la firmeza de carácter; un ejército de leones mandado por un ciervo,
dejará de ser un ejército de leones». (El ejército paraguayo, tanto en
la guerra de la Triple Alianza como en la del Chaco, era de leones; así afirman
los historiadores militares paraguayos y extranjeros como el historiador
militar norteamericano capitán David H. Zook Jr., en su magnífica obra “La Conducción
de la Guerra del Chaco).
El centro de gravedad. Es decir, el punto del organismo
enemigo que, en caso de derrota o de su pérdida acarrearía el colapso de toda
la estructura nacional: «distinguir este centro de gravedad dentro de la
potencia militar del enemigo, discernir sus esferas de acción, constituye el
arte supremo del juicio estratégico». Una vez fijado el gran objetivo
estratégico, corresponde considerar los principios que han de regir en el plan
de guerra y en su ejecución. Dos son los fundamentales: 1) reducir el peso del
poderío del enemigo y limitar el ataque contra tales centros a una sola acción
principal, si ello fuera factible, y 2) mantener subordinadas a este objetivo
las acciones secundarias».
La defensa o preparación para la
ofensiva. Clausewitz
sostiene que la defensa es una ofensiva diferida, o a lo que se ha llamado
“defensiva ofensiva”, en la que el desgaste del enemigo constituye la primera
fase y el contraataque la segunda. Del mismo modo, «la forma de guerra
defensiva no es un mero escudo, sino un escudo formado por golpes asestados con
destreza. No se concibe una defensa que no incluye un contraataque».
La movilidad. Es un arma psicológica, no matar sino
avanzar, no moverse para matar, sino para aterrorizar, aturdir y perturbar,
sembrando consternación y confusión en la retaguardia enemiga (Yrendagüe),
que los rumores habían de ampliar de tal forma, hasta producir el pánico. Vale
decir, el secreto de la victoria está en la rapidez, más rapidez y aún más
rapidez.
Sección 3. Principios violados por el mariscal López
1) De masa. Dice Clausewitz: «La mejor estrategia consiste en ser siempre muy fuerte, pero en un sentido general, y luego en el punto decisivo. Por lo tanto, aparte del esfuerzo en crear las fuerzas suficientes, no hay ley más simple y más imperativa para la estrategia que la de mantener concentradas las fuerzas. Nada tiene que ser separado del conjunto principal, a menos que lo exija algún objetivo imprevisto y urgente. Hay que mantenerse firme en este criterio y considerarlo como guía en la que se puede y se debe confiar».
(Karl von Clausewitz (1780-1831) estratega prusiano en
su obra “Vom Kriege” o De la guerra,
escrita entre 1816 y 1830 y publicada en 1832-1814, en la cual se exponen las
razones que hacen de la guerra un elemento fundamental de la relación política
entre las naciones. Idea Books, S. A., Barcelona-España, 1999, Pág. 216).
Si reconocemos como norma el principio
de masa, aceptamos entonces que toda división de fuerza deberá hacerse sólo
excepcionalmente; por lo tanto, deberá evitarse por completo la idea que
conduce a dividir las fuerzas. El mariscal López obró en contra del mencionado
principio, procediendo a separar y dispersar su ejército, debilitando él mismo y
sin que se supiera claramente la razón por la cual él actuaba de ese modo. Tres
columnas fueron enviadas por López a ocupar las provincias brasileras de Mato
Grosso al norte, Río Grande del Sur, al sureste; y otra tercera columna al sur
para ocupar Corrientes, provincia de la Argentina. En la campaña de Villeta
dispersó su poca fuerza en cinco lugares sin posibilidad de darse apoyo mutuo: Ytorôrô,
Villeta, Angostura, Pikysyry y Lomas Valentinas. A Caxias le
fue fácil destruir
el segundo ejército paraguayo con
el empleo de la estrategia de picotazos.
2) De superioridad
numérica. Para arremeter contra posiciones defensivas del enemigo, es
indispensable asegurarse una superioridad numérica de 3 a 1 y suficiente apoyo
de artillería. Tujutî estaba defendida por 32.000 hombres apoyados por
una magnífica artillería, amén de estar protegida por obstáculos naturales
(bosque y estero) y artificiales (trincheras, abatidas, bocas de lobo, etc.). Conforme
el principio señalado, el mariscal López para tener posibilidades de éxito,
precisaba contar con 96.000 hombres y un buen apoyo de artillería para debilitar
la defensa enemiga antes de lanzar su infantería y caballería. Sin embargo,
mandó atacar Tujutî con apenas 24.000 hombres y, ¡sin artillería! Esto
es inaudito, esto es obra de chapucero, es como mandar a los compatriotas
intencionadamente a la muerte.
3) Apoyo mutuo. Sus dos columnas
de invasiones; una en dirección Encarnación-San Borja-Uruguayana; y la otra en
dirección Humaitá-Corrientes- Goya. Ambas columnas operaban separadas
más de doscientos kilómetros una de la otra; además, se interponía entre ambas el
estero de Yverá de 25.000 hectáreas. En la campaña defensiva de Villeta,
su fuerza de 14.000 soldados la dispersó en cinco lugares sin posibilidad de
apoyo mutuo, y todos sabemos cómo terminó: la completa destrucción del segundo
ejército paraguayo. Y para formar un tercer ejército recurrió a ancianos, niños
y convalecientes; más las tropas que se hallaban cumpliendo misión de represión
en Asunción y en algunos pueblos.
4) Seguridad en todas direcciones del
área de defensa. Luego de la retirada de una de sus columnas de invasiones
de Corrientes, López durante cinco meses se dedicó a construir una grandiosa
fortificación en la ribera norte del río Paraná, con el propósito de impedir el
desembarco del enemigo en territorio paraguayo. Nuestro máximo héroe por
decreto estaba seguro que el enemigo desembarcaría en Paso de Patria o en Itapirú
o en ambos, simultáneamente. Por lo tanto, dejó descubierto su flanco derecho (hacia
el río Paraguay), ¡creyendo que el enemigo no vendría por allí! Ignoraba que el
enemigo siempre realiza acciones inesperadas y lo más difícil de realizar. En la Guera del Chaco, después de la conquista de El
Carmen -que posibilitó al ejército paraguayo alcanzar el río Pilcomayo-, Estigarribia
ordenó al coronel Rafael Franco que la 8ª división de infantería, bajo el mando
del mítico coronel Garay marche inmediatamente por los bosques para tomar Yrendagüe, retaguardia
del cuerpo de ejército de doce mil hombres al mando del coronel David Toro.
Cuando Garay recibió la orden a través Franco, respondió: «pero la expedición
será muy difícil de realizar». Franco le respondió: «justamente porque es
difícil la realizaremos». Aunque la marcha fue agotadora, la 8ª. división
apareció sorpresivamente en Yrendagüe y como
resultado, la destrucción del cuerpo de ejército boliviano de doce mil hombres.
Consecuencia, la guerra terminó cinco meses después.
El 16 de abril de 1866, una división de
infantería del ejército aliado se embarca en Corrales en la escuadra brasilera,
atraviesa oblicuamente el río Paraná, hace una finta en Itapirú, que
engaña a López, que precipitadamente hizo traer más tropas para reforzar Itapirú
ya sobrecargada de combatientes. Sin embargo, el enemigo cambia de dirección y velozmente
se dirige hacia la desembocadura del río Paraguay, penetró por él hasta tres
kilómetros y bajo intensa lluvia desembarca diez mil hombres en el lugar, horas
después otro diez mil sin recibir un solo tiro de fusil, amenazando el flanco
derecho y la retaguardia del área de defensa de López. Esta operación de Mitre
sorprendió al mariscal, obligándolo a emprender una precipitada retirada hacia Humaitá.
5) La unidad de mando. Esta requiere la reunión de todas las
fuerzas disponibles bajo el mando de un general en jefe en el teatro de
operaciones; o la concentración de los batallones y regimientos de una división
bajo un comandante único en el campo de batalla. Este principio, López lo violó
de modo arbitrario, procediendo a dividir las fuerzas del general Wenceslao
Robles en el teatro de operaciones de Corrientes: le sacó dos grupos de
artillería que colocó bajo el mando del coronel Bruguéz, y dos regimientos de
infantería que puso bajo el mando del entonces coronel José Díaz. El mal está
en que Bruguéz y Díaz operaban dentro del área de operaciones del general
Robles de modo independientes; vale decir, que sólo podían obedecer órdenes del
mariscal López. Esta acción arbitraria se deriva directamente de la condición de autócrata de López que combina
a su antojo en su persona la dirección política y estrategia militar de la
guerra.
6)Economía de fuerza.
Varias tácticas se prestan para vencer en la batalla con
economía de medios. Se puede perder algunas batallas, pero lo importante es
ganar la guerra. En cada operación hay que emplear los medios ni mucho ni poco
sino lo suficiente. López despilfarraba sus tropas en misiones con pocas
posibilidades de triunfo porque la fuerza que destinaba en cada operación
ofensiva siempre era muy inferior al objetivo que pretendía conquistar, Jatai
(Argentina), Uruguayana (Brasil), Estero Bellaco y Tujutí). Es por ello que las
tropas paraguayas, a pesar de luchar en cada batalla como nunca, salían
derrotadas como siempre.
7) Todo plan de operaciones debe contar con opciones. La guerra
de maniobras depende de la planificación, y el plan debe ser correcto. Demasiado
rígido como lo era los planes de López, que no tuvo aptitud para adaptarse al
inevitable caos y desavenencias entre lo que él aspiraba obtener y la realidad
de una campaña en territorio enemigo, que siempre resulta incierta (las
campañas de Napoleón e Hitler en Rusia). La fuerza de invasiones de Solano López
no tenía la capacidad que debería tener, por carecer de suficiente caballería y
artillería, tampoco recibía subsistencia de alimentos, o sea, las tropas debían
sobrevivir a costa de las poblaciones ocupadas; es decir, del saqueo. Los hechos
imprevistos y la reacción eficaz del enemigo le dejaron a López desorientado,
abrumado y sin opciones.
Un plan se deriva de un detallado
análisis de la situación, lo que permite decidir sobre el mejor curso de acción
para conquistar el objetivo: la mejor dirección a seguir, la posición perfecta
a ocupar, y sobre todo contar con varias opciones para elegir, dependiendo de
cómo reacciona el enemigo. Un plan con varias opciones permite maniobrar mejor que
el enemigo, porque las respuestas a cada nueva situación –muy frecuente en un
teatro de operaciones- deben ser rápidas y adecuadas. Las dos columnas
paraguayas de más de cuarenta mil hombres que invadieron los territorios de
Brasil y Argentina, no tenían opciones, por eso una de las columnas capituló en
Uruguayana y la otra emprendió la retirada de corrientes en donde perdió siete
mil hombres, y regresó al lugar de donde partió. En las campañas ofensivas, López
perdió casi veinte mil de sus mejores soldados contra cuatrocientos del
enemigo. Ante este humillante resultado, un jefe de Estado y conductor del
ejército en operaciones de guerra responsable, por lo tanto, culpable de tan
grande desastre, se encuentra ante el dilema: tomar su revólver y levantar la
tapa de los sesos o hacer uso de la soga y el taburete.
La codicia de gloria y el delirio de
grandeza, le hizo llegar al mariscal López demasiado lejos para sus cortos
medios mental y material. No conocía bien sus recursos, y menos los recursos
con que contaba el enemigo: ¿qué tan lejos podía llegar en la guerra que estaba
resuelto a emprender? El arte de terminar bien las cosas radica en saber cuándo
detenerse, y nunca llegar tan lejos como para agotarse.
Si López o cualquier otro general en
jefe patriota, percibe que la derrota era inevitable después de la capitulación
de la columna en Uruguayana y la destrucción de su flota de guerra en
Riachuelo, lo mejor era negociar la paz. Lo único sensato que hizo fue ordenar
la retirada de Corrientes adonde había mandado treinta mil hombres, y sólo
regresaron veintitrés mil con innumerables enfermos.
Otros principios ignorados por el mariscal López:
a) Ante el
testimonio abrumador de la historia ningún general tiene derecho a lanzar sus
tropas en un ataque directo contra un enemigo fuertemente establecido en una
posición de defensa (Tujutî);
b) No realizó,
antes de emprender la guerra la indispensable confrontación del potencial de
guerra de la nación con el potencial de guerra del enemigo;
c) No desarrolló su plan y medir las consecuencias.
d) No se preocupó en garantizar
los recursos necesarios para conquistar el objetivo que se propuso: no
incrementó la producción agrícola ni disponía en depósitos grandes cantidades
de maíz, poroto, trigo[3],
girasol, arroz, sorgo, mijo, cebada, centeno; tampoco alfalfa y avena para los
caballos.
e) Ante los
contundentes y categóricos fracasos de sus campañas ofensivas de Uruguayana y
Corrientes, lo más razonable era adoptar la estrategia defensiva en el teatro
de operaciones de Humaitá, para primero debilitar al enemigo y luego
lanzarse a la ofensiva. Sin embargo, optó por atacar temerariamente al enemigo
en Isla Cabrita, Estero Bellaco, Jataity Korá, Tujutî y Boquerón-Sauce,
todos con sendas derrotas, y como consecuencia, se redujo al mínimo los
efectivos de su ya debilitado ejército.
Si el mariscal López quería vino, no necesariamente debió romper la damajuana, porque
a veces basta con sacarle el corcho. Pero él, en vez de sacar el tapón, rompe
el envase, se le desparrama el vino y lo ahoga no sólo a él sino también a la
nación, al precipitar la guerra sin conocer el potencial de guerra del enemigo
ni estar preparado con buenos armamentos, abundante logística y suficiente divisa
para tan temeraria determinación.
Condiciones para ganar la guerra.
Repetimos este punto porque estimamos que es importante para apreciar mejor la
catastrófica derrota de López en la guerra que él desató voluntariamente, y sin
buenas razones para emprenderla.
La historia militar ha demostrado que
no basta contar con un ejército compuesto de numerosos hombres como era el
ejército de López para ganar la guerra, sino que es indispensable que el país
cuente con suficiente potencial de guerra para mantener el poderío de la fuerza
militar hasta el fin de la guerra. También era necesario contar con una
diplomacia eficiente, así como generales y jefes idóneos, que las tropas que invadieron
los territorios de Argentina y Brasil exhiban riqueza en cuanto a armamentos y
logística ante los potenciales aliados y los pueblos ocupados de modo que
deseen ser nuestro amigo, y al mismo tiempo teman ser nuestro enemigo. Lamentablemente,
duele decir, pero es necesario decir, nuestras tropas de invasiones sólo
mostraban pobreza en los siguientes aspectos: tanto oficiales y tropas iban
descalzo cuando en aquel tiempo ya era desconocido en el Río de la Plata andar con
los pies desnudos; ya se estaba próximo al invierno con noches ya muy frías;
sin embargo, las tropas paraguayas aún vestían uniforme de verano y ni siquiera
llevaban frazadas, tampoco recibían subsistencia de alimentos desde Paraguay.
Por lo tanto, las tropas paraguayas estaban forzadas subsistir a costa de las
poblaciones ocupadas, es decir del saqueo. Y esto no es todo; lo peor, los
fusiles eran obsoletos y los cañones muy pocos y anticuados. Todas estas
debilidades no pasaron inadvertidas por las perspicaces observaciones de las
autoridades de Corrientes, Entre Ríos y Uruguay que inmediatamente le dieron la
espalda al mariscal López, dejándolo solo para vérsela con el Brasil y la
Argentina.
Luque, 17-03-2021
El trigo comienza a aparecer hace 11.000 años en la
Mesopotamia (región de Asia occidental, entre el Tigris y el Éufrates). Llegó a
España en 3.000 a. J.C., y a América con los conquistadores españoles.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY(1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO IV. ESTRATEGIAS Y CAMPAÑAS
(Parte I)
Sección 1. Consideraciones
Los principios en
que nos debemos guiar siempre son: la ley suprema: la salvación de la nación, y
en la verdad no hay injuria. Los que glorifican exageradamente a Solano López
hacen daño muy grande a nuestra historia militar, llena de grandeza titánica y
de heroísmo sin igual. Para desgracia del Paraguay, López ignoraba que con un
gran poder como lo que él se atribuía, hay grandes responsabilidades, tales como
mantener la paz, la justicia, y tener respeto a los derechos humanos, todo para
garantizar la felicidad y prosperidad nacional. Con sus fracasadas campañas
ofensivas de Uruguayana y Corrientes, la destrucción de su flota de guerra en
Riachuelo que dejó al Paraguay sin acceso al comercio internacional; por
consiguiente, no tenía forma de reponer los pertrechos. A más de esto, con la
aniquilación del resto del primer ejército en Tujutì, probablemente sufrió
la experiencia más tormentosa.
Si de verdad los
exaltados nacionalistas creen que Solano López es un héroe sin igual, debemos
suponer que esperan otro hombre que pueda emularlo y obrando como él, encausar
al Paraguay, no por la senda de paz, libertad, justicia y progreso, sino a la
autodestrucción. Pues, que lo proclamen entonces al héroe por decreto, y
cuenten sus virtudes y las buenas obras realizadas en beneficio de la nación.
Porque la única obra que la historia registra es la construcción de su fastuosa
mansión, construida por personal del ejército, materiales del Estado y usando divisa
del tesoro nacional para traer lujosos muebles de Europa. López nunca la
ocupó, porque estaba aún sin terminar, por ello cuando los brasileros ocuparon
Asunción la utilizó como caballeriza, que actualmente es palacio del
Poder Ejecutivo, los nacionalistas lo denominan “el palacio de López”.
Lamentablemente,
jóvenes paraguayos intrépidos, valientes, la porción más vigorosa y sana de las
poblaciones urbana y rural; brazos lozano y robusto, las mejores esperanzas de
la patria murieron en vano en una guerra que no podía ser ganada, porque el
potencial de guerra del Paraguay era muy corto comparado con los países a los que
el mariscal López desafió a la guerra. Decía un sabio griego: «No es buen
pastor aquel que mira mermar su rebaño, ni es buen gobernante aquel que
contempla disminuir la población de su país». Las campañas y pueblos a causa
del reclutamiento quedaron despoblados, sin brazos para labrar la tierra y por
consecuencia la economía nacional languidece y se paraliza a medida que la
guerra se prolonga. Nuestro juicio es categórico sobre el mariscal López como jefe
de Estado y general en jefe del ejército, porque lo hemos juzgado por los
resultados de sus campañas, y no por la cantidad de muertos en cada batalla o
porque se negó a rendirse porque prefiere huir, abandonando a sus tropas y a su
familia a merced del enemigo.
Los exaltados
nacionalistas (la mayoría sin leer algún libro objetivo sobre la guerra de
1864-1870, sino que toman como si fuera la Santa Biblia las obras de O’Leary o
sólo conoce la historia de oídas), quienes se creen dotados de elevados
conocimientos de la historia de la guerra de la Triple Alianza contra el presidente
paraguayo, no deberían tener reserva con ellos, antes bien exponerlos
públicamente a examen y apreciación. Pretender demostrar que el mariscal López
fue un “héroe sin parangón”, ¡muy bien! demuestren pues, y la crítica imparcial
pondrá todo su parecer a sus pies, considerándolos vencedores o meros
manipuladores de la historia. Mas como en realidad no quieren –hemos de suponer
porque no pueden-, tenemos que abordar nosotros ese asunto: la búsqueda de la
verdad.
Cualquier persona que escribe historia, debe ser responsable de la verdad. La moral de Kant y la ética del “Sermón de la montaña” aplican los hombres que prefieren la verdad a la mentira. La historia no es para gloriar la patria ni enaltecer a ningún personaje que son campos de la arenga, sino para relatar los hechos tal como acontecieron, y luego la gente colocará al estadista o a los hombres prócer y heroicos en el lugar que corresponde, conforme sus respectivos méritos.
Sección 2. La estrategia defensiva
La alta estrategia -facultad del jefe de
Estado- es el arte de coordinar las acciones de la política, la fuerza militar,
la economía y moral de la nación, implicadas en la conducción de un conflicto o
en la preparación de la defensa nacional. Es decir, es el arte de dirigir un
conjunto de disposiciones para alcanzar un objetivo. En cambio, la estrategia
militar es el uso de las fuerzas militares para lograr el objetivo político de
la guerra. Por lo tanto, el general en jefe debe imprimir un propósito a cada operación;
propósito que debe estar de acuerdo con el objetivo político de la guerra; de
esto se desprende que la estrategia militar delinea el plan de guerra y añade
la serie de acciones a realizar que llevará a las fuerzas armadas al logro del
objetivo. En otra palabra, la estrategia militar traza los planes para cada
campaña por separado y prepara las batallas que serán libradas en cada una de
ellas. Lo que aconseja esta teoría es que el general en jefe no debe debilitar
su fuerza en batalla que no conduce a conquistar el objetivo político, y menos
dividir su fuerza para operar en dos o más frentes de lucha[1].
«Un general que sabe cómo organizar la guerra, exactamente de acuerdo con su
objetivo y sus medios, los cuales no utiliza ni demasiado ni muy poco,
proporciona con ello la prueba más grande de su genio».[2]
El jefe de Estado es el que pone por obra la alta estrategia, por ello es considerado
como persona versada en estrategia; es decir, lleva a cabo el arte de
administrar y emplear el potencial de guerra de la nación para obtener el
objetivo político. Al general en jefe se lo denomina estratega militar,
subordinado al jefe de estado. La táctica es el despliegue de fuerzas para
alcanzar un objetivo inmediato, la estrategia militar enmarca y condiciona la
táctica. El gran estratega, o sea, el jefe de Estado generalmente está dotado
de conocimientos e informaciones más amplias que los estrategas militares, lo que
les permite ajustar su accionar tomando en cuenta el estado de los asuntos
políticos, financieros, económicos, sociales, opinión pública, relaciones internacionales,
cantidad de hombres a movilizar sin perjudicar las manos de obra para la
industria y agricultura, la logística e informaciones estratégicas, etc. Todos
estos le permiten ampliar su campo de visión y contribuye a ganar la guerra.
Desgraciadamente para el Paraguay, López prefirió la ruina de la nación antes que reconocer su
error y rectificarse, aceptando las condiciones de los vencedores. «El jefe de Estado
que se deja llevar por sus instintos, dice Liddell Hart, está perdido; no está
hecho para dirigir los destinos de una nación».
Optar por la estrategia defensiva no es signo de
debilidad; sino de prudencia estratégica. «Déjalo venir y ellos mismos se
perderán», decía un exitoso pugilista, y otro: «obligue a tu contendiente a
usar ambas manos, mientras tú tiene una libre». La defensa, en cualquier tipo
de lucha tiene la virtud de producir el efecto deseado, vale decir, en crear
las condiciones para una ofensiva eficaz. Sin duda es un buen modo de librar
una guerra. Sus propósitos son:
1) Economizar fuerzas;
2) Sacar el máximo provecho del terreno y medios disponibles para defender el área de defensa y
debilitar a la fuerza enemiga;
3) Ganar tiempo para
reorganizar el ejército, recibir refuerzos, recuperar a enfermos y heridos, y
amontonar logística suficiente en vista a un contraataque;
4) Inducir a un enemigo agresivo a un ataque
imprudente;
5) Esperar con paciencia el momento adecuado para lanzar un contraataque demoledor;
6) Disponer
de un detallado plan de retirada a ejecutar, cuando el ataque del enemigo no es
posible resistir.
Para desarrollar la estrategia defensiva es
esencial dominar el arte del engaño. Por ejemplo, fingir ser más débil de lo
que es, puede incitar al enemigo ejecutar un ataque imprudente. Sin embargo,
aparentando ser más fuerte se corre el riesgo que el enemigo desista de atacar.
El engaño. Su empleo
cuesta poco, sin embargo, suele producir buenos resultados como el desembarco
aliado en territorio paraguayo el 16 de abril de 1866, así como el desembarco
de la fuerza aliada en la II Guerra Mundial, que se efectuó, no en Calais como
esperaba Hitler, sino en Normandía[3]. El engaño puede reducir
las pérdidas humanas y compensar la inferioridad de medios. La operación de
engaño incluye obtener información del enemigo, del terreno y condiciones
meteorológicas; la difusión de información falsa; y el uso de propaganda para
desacreditar al enemigo ante su propio pueblo, a fin de tornar impopular la
guerra en su país.
Todas tácticas ofensivas
en la guerra buscan obtener un único resultado: abrir una brecha en la línea
defensiva del enemigo. Toda línea de defensa es siempre vulnerable en algún
sector. Una vez penetrada por cualquier punto, todas las demás posiciones de la
línea resultan inútiles. Sus hombres no pueden utilizar las armas y en realidad
no pueden hacer otra cosa que esperar impotentes ser aplastados por sus propios
camaradas que escapan aterrorizados, mientras la reserva del atacante los
arrolla por los flancos.
Un general en jefe sabio puede transformar una campaña defensiva, así como sus debilidades y limitaciones en fuerza y victoria. Lograr victoria con pocas bajas eleva la moral de las tropas y acrecientan la buena fama y confianza en el general en jefe.
Sección 3. La estrategia ofensiva
En la guerra no es posible ser fuerte en todas
partes ni ganar o perder todas las batallas[4]; consecuentemente, no
faltarán ocasiones en que las decisiones del general en jefe sean erradas,
porque es frecuente en una campaña aparentemente fácil, pero a veces se torna
dificultoso como las campañas de Uruguayana y Corrientes, pero que se puede
enmendar el error con paciencia y tacto, y reducir los daños con rapidez. Esto
sucede a los generales más exitosos, porque es imposible prever todo. Por
consiguiente, no sólo es importante que el conductor decida cuidadosamente qué
batalla sostener, sino también que sepa cuándo aceptar la derrota y emprender
la retirada. Por ejemplo, el mariscal López actuaba por meras frustraciones y
orgullo, no le importaba lo que estaba en juego: la vida de sus tropas. Con los
fracasos de sus campañas ofensivas se derrumbaron todas las ilusiones de las
que estaba rodeada. Estas eventualidades muestran que el general debe saber
usar los medios en cada acción: ni muy poco ni demasiado. Un equilibrio
adecuado significa que el medio con que se cuenta, necesariamente debe
concordar con el objetivo que se desea conquistar. El valor de vencer en la
batalla no reside solamente en expulsar al enemigo de un terreno ocupado o
hacerlo rendir, sino lo que se paga por ello: lo que nos cuesta en vidas
humanas y bienes materiales.
Todos los ejércitos tienen limitaciones: la moral,
el ímpetu, la valentía y las habilidades tácticas llevarán a un ejército sólo
tan lejos como aquellos se lo permitan. Constituye enorme riesgo rebasar el
límite. Solano López, seducidos constantemente a extralimitarse por su
deslumbrante codicia e impaciencia, terminó sus campañas ofensivas en
estruendosos fracasos que lo dejó muy debilitado. ¿Por qué le sucedió estos?,
porque ignoró sus límites y no supo elegir cuidadosamente sus objetivos.
Tampoco supo apreciar los costos invisibles de la guerra y los daños
colaterales: tiempo perdido, capital político, financiero y económico
desperdiciados, y para peor, crearse dos enemigos implacables y resueltos a
vengarse por invadir sus territorios y humillar a sus pueblos.
Siempre es mejor esperar con paciencia que el
enemigo ataque primero, así se puede conseguir debilitarlo poco a poco,
disimuladamente, en vez de atacarlo temerariamente en su propio territorio. Si
la batalla no puede evitarse, hay que atraer al enemigo a un terreno favorable
para volver la guerra costosa para ellos y barata para nosotros. Empleando los
medios adecuadamente, es posible sostener la guerra hasta cansar al más
poderoso enemigo como en la guerra de Vietnam[5].
En la guerra de 1864/70, los aliados derrotaron a
un general en jefe poco apto y fácil de vencer; por este motivo, la victoria
conseguida por sus generales no les proporciona ni la reputación de ser sabio
en el arte de la guerra, ni el mérito de ser valiente. Porque sus victorias son
logradas con poco esfuerzo, pues haga lo que haga tiene asegurado el triunfo.
Vencer a un enemigo incompetente y de pocas luces, aunque no proporciona
gloria; sin embargo, lograron el objetivo político: desterrar de la región la
dictadura e imponer el liberalismo político. Esto mismo hace los Estados Unidos
y sus aliados desde la terminación de la II Guerra Mundial en el mundo entero;
incluso protege la democracia con el empleo de la fuerza militar, porque la
democracia exige permanente vigilancia para impedir su constante tendencia a
descarriarse.
La estrategia ofensiva consiste en atacar primero; tal como lo hizo López con sus
campañas de Mato Grosso, Uruguayana y Corrientes, más la batalla fluvial de
Riachuelo -todo simultáneamente-, tratando de golpear los puntos vulnerables
del enemigo y tomando la iniciativa para no soltarla hasta que Pedro II y Mitre
decidan capitular, aceptando sus condiciones. Esta es la forma de la guerra que
el mariscal López intentó practicar, pero desgraciadamente contenía dos graves defectos:
1) sus medios no concordaban con los grandiosos objetivos que se propuso; 2)
inepto para combinar astucia estratégica y audacia táctica; tal como hacían los
grandes conductores de la historia: Alejandro, Aníbal, Federico II de Prusia,
Napoleón, Estigarribia.
El ocaso de López empezó cuando declaró la guerra a la Argentina, la destrucción de su
improvisada flota de guerra en la batalla fluvial de Riachuelo, la capitulación
de Uruguayana, y la retirada de Corrientes del cuerpo de ejército de treinta
mil hombres, menos siete mil que murieron.
A diferencia de López, lo admirable de la estrategia de Estigarribia el Grande consistía en el
arte de ver más allá de la batalla, y calcular por adelantado. Esto requiere
concentrarse en el objetivo político y planear de qué modo puede alcanzarlo con
el menor costo, y especialmente, cual será las consecuencias futuras de sus
campañas en desarrollo. Para estos, el general en jefe debe ser sereno, despegado,
racional, previsor, llamado “prudente”, es lo que conocemos como gran estratega
militar. Los buenos estrategas son sagaces y astutos, suelen llegar lejos; sin
embargo, como seres humanos también cometen errores. Lo que distingue a los
exitosos estrategas es la capacidad de predecir, así como comprender y aprender
de la historia militar. Simplemente ven más, y su amplia visión les permite
ejecutar planes que llevan al éxito. Sin embargo, algunos cuando consiguen una
victoria pierden la mesura y se vuelven atrevido y desafiante, que puede
costarle caro, como recibir un golpe no esperado del enemigo. Ser un buen
estratega significa pensar más allá de la batalla inmediata, saber emplear
eficazmente los medios que tiene y estar siempre alerta a la reacción del
enemigo. Planea varios cursos de acción para alcanzar su objetivo estratégico.
Para un buen estratega militar cada batalla es solo importante por el camino
que prepara a las siguientes; un ejército puede incluso perder deliberadamente
una batalla como parte de un plan a largo plazo. Lo importante es ganar la
campaña y luego la guerra; por consiguiente, todas las acciones deben
subordinarse a este objetivo.
La historia militar enseña que la importancia fundamental de la estrategia militar es su
particular cualidad de previsión. Los buenos estrategas piensan y planean el
futuro antes de entrar en acción. El primer paso para ser un estratega exitoso
es empezar la guerra con un objetivo claro en mente. Solano López habrá creído
que operaba de acuerdo a un plan que tiene objetivo por alcanzar; sin embargo,
lo que tenía no era meta sino deseo. Lo que ha distinguido a los grandes
estrategas de la historia militar son objetivos claros, detallados y
específicos a largo plazo que dan dirección a todas las acciones, sean grandes o
pequeñas. El objetivo político que López se dio a si mismo estaba más allá del
potencial de guerra del Paraguay; vale decir, estaba fuera del alcance de los
medios que él disponía o podía disponer. Probado esto en sus desastrosas
campañas ofensivas, lo desalentó y su desaliento le llevó a la cólera que
después descargó con toda furia contra sus propios compatriotas, convirtiéndose
en el verdugo de su pueblo.
La estrategia para la victoria es no confundir apariencia con la realidad, sino ver la
situación general más claro que el
enemigo. La tarea del estratega militar es clarificar la situación tratando de percibir
todo lo que se encuentra a su alrededor, a ver las cosas tal como son y pueden
ser, no como quisiera que fueran; ser engañado por la apariencia es
incompetencia.
El mayor infortunio al que se enfrentó el mariscal López es haber perdido la iniciativa al malograrse sus campañas ofensivas. A partir de estos reveses fue forzado a reaccionar a lo que Mitre le proponía. López se lanzó en una dirección que no era la correcta, cada vez que una operación sale mal, en primer término, es propio de él culpar a otro en vez de atribuir a su plan estratégico inspirado por él, y con exceso de “sabiduría” lo mandó ejecutar; en segundo término, el objetivo que se proponía conquistar no concordaba con los medios que él contaba ni podía contar. Estos prueban de modo categórico, que López fue el agente de todos los males que pasó la nación paraguaya en aquel lustro terrible que él provocó voluntariamente. Con más prudencia y mayor visión, podía haber evitado el desastre.
Sección 4. La superioridad numérica
Los ejércitos que parecen poderosos tienden a ser predecibles. Cuando sufre algún revés
propenden a acumular más de lo que ya tienen. La historia ha demostrado que no
es contando con más medio se garantiza la victoria, sino cómo se lo emplea
(Aníbal en la batalla de Cannas[6] y Estigarribia en Campo Vía y El
Carmen-Yrendagüe). El general en jefe con un ejército
inferior en efectivo y en calidad de armamentos suele tener ingenio para
improvisar, lo que se conoce por espíritu inventivo. Con creatividad se puede
compensar las ventajas del enemigo que suele confiar demasiado en su
superioridad. La clave es emplear adecuadamente los recursos disponibles. Lo contrario
hacía el mariscal López, que despilfarraba sus limitados recursos en
operaciones chapuceras (Isla Cabrita, Estero bellaco, Jataity Korá, Tujutî,
etc). Si ambos ejércitos son iguales, asegurar más armamentos, más efectivo y
logística importa menos que emplear acertadamente lo que se dispone.
La guerra es una lucha entre dos ejércitos que tratan de imponerse sobre el otro. Un general
podría diseñar el mejor plan para lograr el objetivo político del gobierno,
pero si no cuenta con los medios para cumplirlo, su plan es inservible. Así pues, los generales prudentes han
empezado en confrontar el potencial de guerra de su país con el del enemigo
para apreciar los medios con que cuenta y obtener informaciones sobre la
capacidad de su fuerza militar; y con estos instrumentos delinear su estrategia
y sus campañas.
El mariscal López, cuando empezó sus campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, no basaba sus planes en la realidad sino en fantasía. Seguramente confiaba demasiado en sus propias habilidades y la obediencia ciega de sus tropas. Los hechos demostraron que soñar primero en lo que se quiere y tratar de encontrar después los medios para alcanzarlo, es una fórmula infalible para el fracaso. Tal vez él con la intención de economizar, empleaba sus tropas no en masa como aconseja un principio, sino por fracciones; era como el avariento, trataba lograr su objetivo con poco esfuerzo. La historia militar tiene demostrada que ejércitos han fracasados por gastar poco tan a menudo como por gastar mucho en una sola operación. Economizar no significa guardar recursos sino emplearlos adecuadamente, o sea, ni poco ni demasiado sino lo suficiente en cada operación. Solano López en la batalla de Tujutí mandó atacar con sólo 24.000 hombres y sin artillería, y mantuvo ocioso en su cuartel general de Paso Puku ocho mil hombres como su seguridad, y en Humaitá cinco mil; esto no es economía sino miseria, mortal en la guerra. Economizar medios significa buscar un punto intermedio, en el que cada operación cuente, pero sin quedar exhausto. «Economizar en exceso te desgastarás más, porque la guerra se prolongará, sus costos aumentarán, sin que puedas dar siquiera un puñetazo noqueador».[7]
Sección 5. La táctica del contraataque
Al atacar primero al Brasil e inmediatamente después a la Argentina, López limita sus opciones y se
mete en problema. La paciencia en la guerra rinde beneficios ilimitados, porque
permite ver oportunidades que otros no ven, como elegir el momento apropiado
para llevar un sorpresivo contraataque. Un general paciente puede esperar que
se produzca el momento adecuado para entrar en acción, tiene siempre ventaja
sobre quienes son dominados por el vicio de la impaciencia.
Cuando un ejército comienza una operación ofensiva expone su estrategia y limita sus facultades
de escoger otras opciones en caso de no tener éxito. Lo que queremos señalar es
que un general en jefe precisa de mucha paciencia, y conocer el poder de la
moderación para inducir al contendiente que actúe primero, lo que le dará la
flexibilidad para, en el momento adecuado, emplear su reserva en un
contraataque demoledor, especialmente por los flancos o retaguardia del
atacante. Con la virtud de la moderación se puede sacar ventaja de la
impaciencia del enemigo ansioso de acción, como una ocasión para desbaratarlo y
derribarlo mediante un ardid bien hecho para engañarlo. En los momentos
críticos, es indispensable mantenerse tranquilo y no pensar en la retirada;
porque en toda batalla, la situación cambia constantemente y a veces inesperadamente.
Por lo tanto, la paciencia ayuda a esperar el momento adecuado para lanzar la
reserva en un contraataque inesperado; y de este modo, convertir la
inferioridad en fortaleza y derrota en victoria. López ignoraba la función de atemorizador
de la reserva con él a la cabeza y ubicada en la cercanía del campo de batalla.
La mayor preocupación de todo general es descubrir la ubicación de la reserva
del enemigo. Mandó atacar Estero Bellaco y Tujutî sin reserva. Mientras
sus tropas se batían heroicamente y morían en estas batallas, él se mantenía
cómodamente en su cuartel general de Paso Pukú -a doce kilómetros de
distancia- rodeado de ocho mil hombres.
La historia militar tiene demostrada un fenómeno peculiar en la batalla, el ejército que se mantiene a la defensiva solía ganar al final. Hay varias razones sobre esto:
1) una vez que el enemigo decide atacar, queda prácticamente sin opciones; de manera entonces, el defensor puede adivinar sus intenciones y tomar medidas para neutralizarlo;
2) si el defensor logra detener el ataque enemigo, y luego lo obliga a emprender la retirada, lo deja en posición muy vulnerable, y lo peor, con las tropas exhaustas, desorganizadas y a punto del desbande. El
defensor no puede hacer pasar la ocasión para lanzar un contraataque y destruir al agresor.
3) El contraataque es, de hecho, uno de los modos
de la maniobra de aproximación indirecta, pues, en vez de lanzar las tropas a
un ataque directo contra un enemigo fuertemente establecido en una posición
defensiva, se emplea una estrategia sutil y engañosa, aprovechando la
agresividad del enemigo para inducirlo a atacar con el propósito de debilitarlo
primero y contraatacarlo después. El contraataque es una de las tácticas más empleadas
en las batallas, y es sumamente eficaz; pero exige ser capaz de detener el
ataque primero, debilitarlo y rechazarlo después, logrando equilibrarlo en
poderío, para finalmente lanzar el contraataque para destruirlo.
4) Un general que ha adquirido la virtud de la paciencia, que se
comporta con prudencia y comedidamente ante las circunstancias, sus opciones se
multiplican. En vez de desgastarse en atacar cuyo resultado siempre es
incierto, él puede ahorrar medio para el momento indicado aprovechar un error
del enemigo: un hábil y prudente general ve oportunidades de contraataque donde
otros sólo ven rendición o capitulación o retirada. Cerramos las
consideraciones sobre el contraataque con las palabras de Napoleón: «Todo el
arte de la guerra se reduce a una defensiva razonada y extremadamente
circunspecta, seguida por un contraataque rápido y audaz».
Luque, 18-03-2021, FIN DE PARTE I
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY
(1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO IV. ESTRATEGIAS Y CAMPAÑAS /CONT.
(Parte II)
Sección 6. La estrategia de cambiar espacio por tiempo
En la guerra, ceder espacio a cambio de tiempo suele producir importante beneficio si se sabe aprovechar.
Replegarse frente a un enemigo más poderoso no es signo de cobardía sino
demostración de una actitud prudente y comedimiento ante las circunstancias. Al
no aceptar batalla se gana tiempo valioso para recibir refuerzo, completar la
logística en vista de una operación de gran alcance, tiempo para encontrar un
terreno favorable, tiempo para obtener mejor información para esclarecer la
situación general, y principalmente alejar al enemigo de su centro logístico.
Por lo tanto, hay que inducir al enemigo a avanzar, el tiempo es más importante
que el espacio. En vez de aceptar batalla en inferioridad de condiciones, es
mejor ejecutar una constante retirada a estilo del general romano Quinto Favio
ante Aníbal Aníbal Barca (general y estadista cartaginés (247-183 a. J.C.),
hijo de general Amílcar Barca. Desencadenó la segunda guerra púnica al atacar
Sagunto aliada de Roma (219). Partió con su ejército de España y llegó a Italia
atravesando los Pirineos y los Alpes, venció a los romanos en Trasimeno (217) y
Cannas (216), pero no pudo tomar Roma. En Cannas inauguró la táctica que hasta
hoy se emplea: ataque frontal con la infantería y doble envolvimiento con la
caballería; Kutuzoff ante Napoleón (Mijail Kutúzov mariscal de campo
ruso (1745-1813), luchó contra los turcos en 1788 y 1809, en Austerlitz (1805)
y dirigió victoriosamente las fuerzas que se enfrentaron a Napoleón en Rusia en
1812); y Estigarribia ante David Toro (guerra del Chaco, 1932-1935, batalla Yrendagüe-Pikuiva). La
retirada constante pone furioso al enemigo y empezará a cometer errores,
momento para sorprenderlo con un ataque fulminante y destructivo. Después, la
historia lo recordará al temerario agresor como imprudente y al otro de sabio
estratega. A veces se puede lograr más sabiendo esperar el momento adecuado. Si
se deja que el enemigo avance y va tomando territorios, confíe que llegará el
momento para retomar la iniciativa y hacerlo retroceder. La decisión de emprender
la retirada ante un enemigo muy superior, no muestra debilidad sino prudencia;
es la culminación de la sabiduría estratégica.
El mariscal López no debió aceptar batalla en la campaña de Villeta, sino al enterarse que Caxias mandaba abrir camino por el Chaco para salir a su retaguardia, antes que exponer su segundo ejército a la destrucción, tal como sucedió, debió emprender la retirada para La Cordillera donde el terreno era más favorable para la defensa. A un enemigo agresivo e impaciente le exaspera la retirada del contendiente; por lo tanto, hay que perseverar en el movimiento retrógrado, manteniéndose equilibrado. El tiempo favorece al que practica la virtud de la paciencia, porque no se distrae en batallas inútiles.
El mariscal López con su lema de “vencer o morir todo” y nunca retroceder, hizo todo lo contrario a lo que aconseja los principios de conducción cuando el ejército es forzado a emprender la retirada, dejando su posición para buscar un terreno más apropiado para la defensa y ganar tiempo;en esto no hay nada que censurar. Cuando se espera el ataque de un enemigo muy superior, a sabiendas que sería inútil resistir en la actual posición defensiva, una retirada en orden es el único procedimiento correcto, ya que salvaría al ejército de la derrota y la destrucción. No es prueba ni de heroísmo ni de valor aceptar batalla sin esperanza de victoria ni ignorando la grave situación. La destrucción del segundo improvisado ejército de López de catorce mil soldados con baja moral y poder combativo en la campaña de Villeta, fue seguida por sendas derrotas en las batallas de Pirivevýi y Acosta Ñu, todas ellas evitables.
Los mayores peligros en la guerra es el descuido y la sorpresa, no tomar medida contra lo inesperado es incompetencia y dejarse sorprender es impericia militar, porque el enemigo suele hacer lo que menos se espera que haga: Mitre nunca actuó como Solano López esperaba. El desembarco aliado en territorio paraguayo fue ejecutado, no como López pensaba que se iba a realizar en Itapiru o Paso de Patria, sino fue en la ribera izquierda del río Paraguay, a tres kilómetros de Tres Bocas donde la fuerza aliada en cuatro horas desembarcó veinte hombres en dos sucesivas oleadas, sin recibir un solo tiro de fusil. Esta maniobra de Mitre lo sorprendió totalmente al mariscal López que le obligó a una precipitada retirada. La situación se presenta mala para el ejército paraguayo. En estrategia, esta discrepancia en lo que López quiere que pase y lo que pasa se llama desavenencia.
Sección 7. El centro de gravedad
Toda persona, familia, sociedad,
fuerza militar y Estado tienen una fuente de poder de la que todos dependen. El
centro de gravedad es aquel punto que mantiene unida a la estructura entera. En
la guerra, descubrir dónde está la fuente del poder del enemigo es un
imperativo categórico. Atacar y destruirlo es uno de los principales objetivos
del estratega militar. Si tiene éxito, la estructura del enemigo se desploma y
lo deja debilitado. Su fuente de poderío podría ser sus riqueza, hacienda y
bienes, puentes, así como su campo petrolífero, flota de guerra,
hidroeléctrica, fábricas de armamento y transporte, etc. Dañar su centro de
gravedad o sólo amenazar, le infligirá un perjuicio de enorme proporción. Descubrir
lo que más aprecia el enemigo y con celo la protege, ese es el objetivo
estratégico que hay que atacar. En otras palabras, golpear al enemigo allí
donde más le duele es la máxima estrategia de la guerra. En la guerra del Chaco (1932-1935) Estigarribia mandó
un destacamento hacia Camiri, amenazando la zona petrolífera de Bolivia. Tal
como predecía, la operación desconcertó al comando boliviano que apresuradamente
saca importante tropa de Ballivián, formando un cuerpo de ejército de 12.000
hombres y puso bajo el mando del coronel David Toro con la misión de proteger
la zona petrolífera y destruir el destacamento paraguayo. Con su poderosa
fuerza, Toro obliga al destacamento paraguayo a la retirada y lo persigue hasta
Pikuiva, donde la vanguardia de Toro fue detenida, quedando su retaguardia en
Yrendagüe. En esta posición fue destruida el cuerpo de
ejército bajo el mando de Toro.
Un ejemplo de la guerra del Chaco (1932-1935). Con una genial maniobra de aproximación indirecta, Estigarribia el Grande buscaba lograr dos propósitos: 1) Tomar el Carmen defendida por una división; y luego avanzar hasta el río Pilcomayo. 2) Debilitar la poderosa fuerza boliviana que ocupaba Ballivián, para despejar el camino hacia Villamontes. Estigarribia da al coronel Rafael Franco la misión siguiente: ejecutar una finta hacia Camiri, amenazando la zona petrolífera de Bolivia. Esta operación sorpresiva dejó trastornado al comando boliviano que le hizo cometer graves errores que Estigarribia los aprovechó acertada y útilmente. Conforme la orden de operaciones de Estigarribia, cuando el comando boliviano reúne fuerza importante para intentar su destrucción, Franco debía empezar una lenta retirada, incitando al vanidoso coronel David Toro a la persecución. Tres veces fue cercado el destacamento Franco por el enemigo, y las tres veces escapó entero. Con esta operación, Estigarribia logra que el comando boliviano sacara importantes tropas de Ballivián, para reforzar el cuerpo de ejército al mando del coronel David Toro, que alcanzó a contar con doce mil hombres. Con esta fuerza se proponía la destrucción de la columna paraguaya para luego avanzar en dirección a Yrendagüe-Pikuiva-Camacho, y de este último lugar intimar rendición a Estigarribia. El destacamento de Franco con el enemigo mordiéndole los cuartos traseros, pasa por Yrendagüe y llega a Pikuiva, donde se encontraba el grueso de su cuerpo de ejército, y en donde detuvo el avance del impetuoso coronel David Toro, cuyo cuerpo de ejército quedó desplegado con la vanguardia en Pikuiva y la retaguardia en Yrendagüe donde había un pozo con suficiente agua para abastecer a todas las tropas bolivianas. Con esto se cumplía las predicciones de Estigarribia. La situación creada con antelación por él, estaba a punto para llevar a cabo su plan minuciosamente preparado como era su costumbre; la planificación de una campaña era para él una obra de arte.
Estigarribia, que seguía atentamente la operación, y cuando
el enemigo se detiene en Pikuiva, con extraordinaria perspicacia y
rápido como el rayo aprovechó la ocasión creada por él mismo: ordenó al
comandante de la 8ª división de infantería, coronel Eugenio A. Garay, que
inmediatamente empiece una marcha por el bosque con la misión de salir a
retaguardia del cuerpo de ejército boliviano y apoderarse de Yrendagüe, con el propósito de dejar sin agua al enemigo. Garay
luego de una azarosa marcha de cuarenta kilómetros, aparece sorpresivamente en Yrendagüe. Esta aparición inesperada de tropas paraguayas hizo
cundir la exasperación en filas de las tropas bolivianas que provocó el
desbande del cuerpo de ejército de Toro. Los que no se rindieron murieron de
sed. Inmediatamente Estigarribia, avanza con dos divisiones de infantería sobre
El Carmen y pone cerco a dos divisiones bolivianas. Una de ellas logró escapar
abandonando sus pertrechos, pero la otra se rindió.
De este modo se cumplió exactamente las predicciones de Estigarribia el
Grande: el ejército paraguayo removió el obstáculo para por fin llegar el río
Pilcomayo, y cortar la ruta de retirada de las tropas bolivianas de Ballivián,
que cayó por su propio peso. Con esta grandiosa campaña de Estigarribia el
Grande, la guerra terminó cinco meses después.
Resumiendo, Estigarribia en una operación sólo de genios militares
destruyó el cuerpo de ejército enemigo, tomó Yrendagüe, en El
Carmen obligó a una división enemiga a rendirse y Ballivián fue tomada por el
III cuerpo de ejército bajo el mando del coronel Nicolás Delgado. Resultado de
la asombrosa operación: la legitimación como
patrimonio del Paraguay más de doscientos mil kilómetros cuadrados de
territorio; esto fue lo que Estigarribia el Grande ofreció al pueblo paraguayo
en la punta de su espada. Ya lo dijo el gran maestro de la estrategia, el
prusiano Karl von Clausewitz en su obra
“Vom Kriege” (De la guerra), editado por Idea Books S. A. Barcelona –España en
1999, página 216: «por medio de la constante búsqueda
del centro de gravedad del enemigo, corriendo el riesgo de perderlo todo con el
propósito de ganarlo todo, se vencerás al enemigo».[8]
Y agrega: «Un general en jefe que sabe organizar la guerra exactamente de acuerdo
a sus objetivos y sus medios, los cuales no utiliza ni demasiado ni muy poco,
proporciona con ello la prueba más grande de su genio. Las fuerzas espirituales
y materiales son factores de suma importancia, pero lo que debería ser
admirado es el cumplimiento exacto de las suposiciones. Una vez que se
determina lo que la guerra podrá y tendrá que ser, entonces el camino para
alcanzar esto será fácilmente encontrado; pero llevar a cabo el plan sin verse
obligado a desviarse muchas veces por muchas influencias variables, requieren
fuerzas de carácter, una gran claridad y firmeza mental. El plan estratégico
puede y debe adaptarse conforme la operación va desarrollándose, y de acuerdo a
la reacción del enemigo» (Clausewitz, “De la guerra”, página 176).
Así queda demostrada que los impetuosos, violentos y
arrogantes son particularmente fáciles de atraer a las trampas de las
estrategias de envolvimiento: hacerse pasar por débil y el enemigo le atacará
sin detenerse ni meditar adónde va. El comando de las fuerzas aliadas estudió
primero las predecibles partes rígidas de la estrategia de Solano López y
elaboraron después una estrategia ajena a la corta experiencia y de carácter
impetuoso del mariscal paraguayo.
FIN DE ESTRATEGIAS Y CAMPAÑAS II
Luque, 19-03-2021
-----------------------
Napoleón e Hitler abrieron dos frentes de guerra al atacar Rusia, Japón al
atacar a los EE. UU de América abrió el tercer frente de lucha del eje
(Alemania, Italia y Japón); y López tres frentes, y todos sabemos cómo
terminaron.
[2]. Karl von Clausewitz “De la guerra, táctica y estrategia”. Edición de “Idea Books, S. A”, Barcelona-España, año 1999.
[3] El desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía que duró desde el 16-06-1944 hasta el 21-08-1944. Conjunto de operaciones llevadas a cabo por las fuerzas aliadas conducidas por el general Dwight Eisenhower, que desembarcaron en la costa de Normandía y lograron romper en dos meses el frente oeste de la poderosa fuerza alemana.
[4]
La excepción a esta regla es el mariscal López que no ganó ni una sola batalla
ofensiva, aunque los historiadores nacionalistas le atribuyen victorias en
algunas escaramuzas o encuentro de patrullas, que no son batallas. Además, no
influyen en la situación general.
[5]
Guerra de Vietnam. Conflicto que enfrentó de 1954 a 1975 a Vietnam del Norte y
Vietnam del Sur. Tras un periodo de guerrillas marcado por la progresiva
infiltración de las fuerzas norvietnamitas en el Sur el conflicto se radicalizó
entre Vietnam del Norte apoyado por la U.R.S.S y China, y Vietnam del Sur
apoyado desde 1962 de forma masiva por E.U.A. Un acuerdo de alto el fuego en
Vietnam y Laos precedió la retirada de las fuerzas norteamericanas (1973).
[6] La
batalla de Cannas (216 a. J.C.), victoria de Aníbal sobre el ejército de Roma
en Apulia, región de Italia meridional. Ante la enorme superioridad numérica
del invencible ejército romano, Aníbal inauguró una táctica que hasta ahora se
emplea: ataque frontal con la infantería para aferrar al enemigo en el terreno,
y doble envolvimiento con la caballería. Esta táctica impidió a los romanos
realizar cualquier movimiento, quedando a merced de las tropas de Aníbal que no
perdieron tiempo para cebarse en los vencidos.
[7]
Robert Green, “Las 33 estrategias”.
INCLUIR AQUÍ:
1) APÉNDICE 2. DEBER, HONOR, PATRIA
2) EL MARISCAL LÓPEZ UN ESTADISTA EJEMPLAR.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY
(1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO V
LA HISTORIA MILITAR Y LA BATALLA
Sección 1. El legado de la historia militar paraguaya
La batalla de Cerro Perô y capitulación en Tacuarí
en 1810. Tras la declaración de la independencia de Argentina el 25 de mayo
de aquel año, y como la provincia de Paraguay se negó a adherirse, la junta de
Buenos Aires envió una expedición armada de 1.200 hombres, bajo el mando del
general Manuel Belgrano, con la misión de obligar a la provincia por la
violencia a romper con España y someterse a la junta de Buenos Aires. La
noticia llegó rápido a Asunción. El gobernador Bernardo de Velasco hace un
llamado a los varones aptos a alistarse para defender la provincia. Se
presentaron alrededor de seis mil hombres. El 19 de enero de 1811 a las 04.00
chocaron ambos ejércitos en Cerro Peró. Las tropas paraguayas conducida
por el gobernador Bernardo de Velasco, en el primer choque emprendieron una
precipitada huida; pero el primero en fugarse fue el gobernador que dejó a sus
tropas sin conductor. Los vencedores ocupan Paraguarí, y mientras celebraban la
fácil victoria, los coroneles Cabañas y Gamarra con sendas divisiones, en un
movimiento de pinza, pusieron cerco a las tropas de Belgrano. Cerca del
mediodía Belgrano logra salir del cerco y emprende la retirada y se dirige hacia
el lugar de donde vinieron. En tanto los paraguayos quedan como señor del campo
de batalla. Belgrano fue perseguido y alcanzado en Tacuarí, orilla del río
Paraná. Cercado en el lugar, capitula ante Cabañas y Gamarra. La negociación
concluye del modo siguiente: Cabañas autoriza al general Belgrano abandonar
territorio paraguayo con su ejército con todos los honores.
Desde la batalla de Paraguarí los paraguayos se habían
acostumbrados a considerar presas fáciles a los argentinos, incluido los
brasileros, sin considerar las experiencias de guerra con el Brasil ni las
numerosas guerras civiles de esos dos países. Los paraguayos acabaron
contemplando, especialmente a los porteños como personas arrogantes y blandas, cuyos
tonos de voces sonaban a los oídos de los paraguayos como risible. Pero las opiniones
negativas sobre el carácter de los argentinos y la exaltación del temple de los
paraguayos son solo instrumento artificioso manejado por el mariscal paraguayo.
Quizá por ello, en la guerra de 1864-1870, el ejército paraguayo quedó
destrozado en la primera operación que López emprendió contra ambos países.
El mariscal López desde que tomó el poder en 1862, posiblemente
ya antes, lanzó miradas codiciosas hacia el norte, sureste y el sur. Apeló a
los ejemplos de los héroes de Paraguarí y Tacuarí para sostener que los
argentinos y brasileros eran vulnerables, y finalmente dio inicio a su cruzada
con el apresamiento del barco brasilero “Marqués de Olinda” en el río Paraguay
el 12 de noviembre de 1864. Este acto va en contra del derecho de gentes porque
el río ya era libre para barcos de todos los países. Es más, el mismo Solano
López, en su carácter de plenipotenciario del gobierno paraguayo, firmó con el
plenipotenciario brasilero José María da Silva Paranhos un tratado en 1859, que
declaraba libre la navegación del río Paraguay para todos los barcos
brasileros, incluyendo hasta tres buques de guerra.
El mariscal López como hombre de acción, se siente
estimulado en sus ambiciones de conquistas por el modo cómo su ejército recibía
sus encendidas arengas, y clasificaban a los argentinos como el polo opuesto de
los vigorosos paraguayos. Desde su punto de vista, los logrados en la batalla
de Paraguarí constituía la prueba de la superioridad combativa de los
paraguayos y la debilidad de los argentinos, extensivo a los brasileros, y
sostuvo, en función de diferentes proyectos, que ambos no tendrían el valor de
enfrentarse a su ejército cuando lo vea avanzar sobre sus territorios, sino
que, tanto don Pedro II y Mitre se apresurarían a expresarle que sólo él podría
poner orden y paz en la región, tal como estaba haciendo en Paraguay. Esto era
lo que se agitaba en su “Sueño de una noche de verano” (título de una de las
obras de W. Shakespeare). Pero la realidad es otra cosa, porque es posible
saber cuándo puede empezar una guerra; sin embargo, es casi imposible saber
cuándo ni cómo puede terminar. «La guerra es cosa seria, y asombra cómo los
gobiernos la emprenden con tanta facilidad», decía Sun-Tzu.
Solano López, codicioso y arrogante, señor divinizado por
un pueblo que se acostumbró a vivir en el terror y en una completa sumisión, al
tomar el poder forma una alianza con el gobierno del Partido Blanco uruguayo, en
vista a su utópico plan de conquista. De este modo comienza a incursionar en
los asuntos internos de los países de la región.
Los argentinos y brasileros, en aquella época, ya disfrutaban
de la libertad de palabra y participación voluntaria en igualdad de derechos en
la vida política. Esquilo sugiere que este hecho tiene ventajas militares: «los
esclavos empujados a luchar por el miedo al dictador y por ello mismo carecen
de iniciativa, se comportarán peor en los combates que los ciudadanos que viven
en libertad». Desde la independencia los paraguayos fueron condenados a ser
gobernado por déspotas, mientras que la forma de vida de los argentinos y brasileros
prosperaban en derecho, libertad ciudadana y prensa libre. Heródoto se mostró
de acuerdo con Esquilo en que «los súbditos de los reyes y dictadores son más
endebles porque no luchan para sí ni por la patria, sino para enriquecer y
engrandecer a sus amos, y los monarcas persas tienden a ser arrogantes». Dice Píndaro,
«la costumbre es la reina de todas las cosas». Heródoto habría estado de
acuerdo con Esquilo en que la vida bajo un dictador absoluto contribuye al
servilismo. Esta opinión –podemos suponer- condiciona la percepción paraguaya
de los “Otros”. Sin la menor duda, el servilismo y la obsequiosidad constituían
un mecanismo de supervivencia de los paraguayos durante las terribles
dictaduras del Dr. Francia y los López.
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NOTAS:
Esquilo (525-456 a. J.C.) poeta trágico griego es considerado
como el padre de la tragedia griega. Por sus obras, inspiradas en leyendas
tebanas y antiguas: “Las suplicantes, Siete contra Tebas, Prometeo encadenado,
Los persas” lo consagró como el creador de la tragedia antigua. (Esquilo, tragedias
completas”. Editado por Gradifco SRL, Buenos Aires-Argentina, 2007).
Heródoto, historiador griego (484-420 a. J.C.). Traba amistad con Pericles y Sófocles en Atenas.
Píndaro, poeta griego de mucha fama (518-438 a. J.C.).
Robin
Waterfield “La retirada de Jenofonte”, Editorial Gredos S. A., 2009. Madrid.
Sección 2. La batalla
El objetivo sólo puede alcanzarse mediante operaciones
ofensivas combinadas con la astucia y el engaño. Mediante ello se debe
aniquilar la resistencia moral del enemigo. En el teatro de operaciones y en los
campos de batalla, no es posible ser en todas partes igualmente fuertes. La
conducción más capaz se caracteriza por la creación en el lugar decisivo de una
superioridad en hombres y en medios materiales frente al enemigo. En otras
partes, con frecuencia son suficientes fuerzas más débiles con el solo
propósito de aferrar al enemigo al terreno para impedir que sea llevado para
reforzar la defensa donde se está llevando el ataque principal. Pero la sola
cantidad mayor o la mera reunión de fuerzas y medios superiores no garantizan
el éxito, se requiere que los batallones de infantería empeñadas en un frente
sean llevadas a una estrecha cooperación y conducidas en una misma dirección y
sobre un solo objetivo. Para lograr esa acción armónica deben considerarse las
características del soldado y tener en cuenta su adiestramiento, eficiencia y nivel
moral: alta o baja.
Todo oficial debe tener siempre presente que las tropas
no es una pieza de ajedrez, sino un organismo viviente con todas sus energías,
sus virtudes y debilidades; porque la extensión del campo de batalla y la lucha
en gran dispersión requiere combatientes individuales que piensen y obren con independencia
y cumplan sus tareas integrando pequeñas unidades. Se plantea extraordinarias
exigencias a sus fuerzas espirituales y físicas. Por tal motivo, y a pesar de
todas las técnicas y adelantos que brindan la ciencia y la tecnología, sigue
siendo decisivo el valor del hombre. La preocupación por el hombre es la
primera tarea de todo oficial.
En todas las situaciones es necesario reflexionar
anticipadamente con la visión de conjunto y ser claros y sencillos al
transmitir la misión, así como tenaces en su ejecución. A los subalternos deben
impartirse misión clara, dejándoles, sin embargo, amplia libertad de acción en
cuanto a la forma de su cumplimiento, o sea, el cómo. La misión sencilla
siempre es comprendida con rapidez y cumplida en forma segura, pues, en la vida
y en la guerra por lo común sólo lo sencillo conduce al éxito. De manera
entonces, las bases del éxito son la rapidez en el ataque, combinada con un
adecuado dispositivo de combate, un buen aprovechamiento del terreno y una
estrecha coordinación del fuego y movimiento. En toda circunstancia se debe
procurar sorprender al enemigo y evitar ser sorprendido, así como estar pronto
a responder sin pérdida de tiempo a cualquier cambio de situación. Sun-tzu
escribió: «desplázate cuando te convenga y crea cambios de situación mediante
la dispersión o la concentración de fuerzas. En campaña ha de moverse de prisa.
Si avanza en pequeñas etapas, desplázate rápido como el rayo» (“El arte de la guerra”, siglo
IV a. C.
La situación en el campo de batalla cambia con frecuencia
y a veces repentinamente. En el curso de la lucha se presentan siempre
circunstancias imprevistas y surgen dificultades inesperadas. Toda batalla
tiene crisis e implica un alto riesgo, sólo una unidad bien cohesionada que se
basa en la inquebrantable mutua confianza entre los oficiales y las tropas estará
a la altura de lo que la nación espera de su ejército.
Preparar soldados capaces de imponerse al enemigo por medio del fuego y movimiento,
soportando con valor y abnegación el peso del combate, sufriendo los más
grandes sacrificios y animados por un espíritu de continuo empuje que lo hace
avanzar siempre hasta vencer la última resistencia del enemigo. Por ello es
indispensable cultivar en el soldado su natural instinto para la ofensiva; sus
acciones deben estar dominadas por un solo pensamiento: avanzar contra el
enemigo, cueste lo que cueste, porque vencer es avanzar. Esto exige un alto
valor por parte de las tropas, consolidarlo y acrecentarlo constituye la tarea esencial
de la instrucción en tiempo de paz. Tropas bien adiestradas y de alta moral, tiene
probabilidades de éxito hasta en difíciles condiciones, y aun contra un enemigo
numéricamente superior.
Es así como se forman los soldados que en la hora de
peligro conservan el valor y la fuerza de resolución, arrastrando tras sí a los
más débiles hacia las acciones más audaces. Que estas consideraciones sean
acertadas o erróneas en definitiva es cosa de poca importancia comparada con la
conveniencia de que los oficiales se acostumbren a considerar estos asuntos
conforme a líneas de pensamiento adecuado, y con los medios de expresión que
son propios; es decir, con los principios y la terminología correcta.
La función principal de las instituciones militares es formar oficiales y perfeccionarlos
para ser conscientes de que quitando a su
familia un número tan grande de jóvenes, estos deben estar en manos de
instructores dispuestos a comprenderlos, a tratarlos con humanidad, a exigirle
obra de hombres; es decir, un trabajo de inteligencia y de iniciativa en la
cual su personalidad habrá de tenerse en cuenta. La meta primaria en la guerra
es introducir rapidez y movilidad en la estructura del ejército; es decir,
motivar a los soldados, produciendo un espíritu de cuerpo general que les dé un
impulso irresistible.
Luque, sábado 20-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO VI
CLAVE PARA ENTENDER LA GUERRA
(Parte I)
En este capítulo daremos -por su importancia fundamental-
una idea general que puede ayudar al lector a interpretar apropiadamente la
historia de una guerra. Para que así sea, es preciso tener una opinión sobre
algunos conceptos bastante fáciles de entender, que enseguida pasamos a
desarrollar.
Sección
1. Potencial de guerra de las naciones.
Potencial de guerra es la capacidad de una nación para incrementar
su fuerza armada en caso de necesidad. Queremos significar solamente el poder
militar potencial, o sea, potencia de la que se puede disponer o que sólo existe en potencia: es decir, que puede producirse o ser
producido; es simplemente un término colectivo que indica todos los elementos de
significación de la potencia militar, menos las fuerzas armadas permanentes.
En cuanto a la proporción entre la fuerza militar
permanente y el potencial de guerra de las naciones es diferente de un país a
otro, y dentro de cada país, ha de variar según las circunstancias. Cuando la
paz parece asegurada, la fuerza movilizada de una nación puede ser pequeña en
comparación de su potencial de guerra. Un buen ejemplo es Brasil en 1864,
apenas contaba con 17.000 hombres.
La potencia militar lista depende:
1) de la importancia de los objetivos existentes para
cuya consecución el poder militar es un medio;
2) de estimar y valorar aproximadamente la magnitud de
los recursos militares necesarios para lograr esos objetivos.
La rapidez de incrementar aceleradamente el poder militar
frente a la necesidad, está subordinada:
1) de la facilidad con la cual los recursos humanos y los
medios de producción puedan quedar liberados de su anterior empleo. En cuanto a
este último, se refiere a la conversión de las industria y metalurgia para producir
materiales de guerra.
2) de la facilidad con la cual las fuerzas armadas ya
existentes puedan incorporar gran cantidad de hombres y materiales para
amalgamarlos en una eficiente organización de combate. Resulta evidente que
mientras mayor sea la fuerza existente, tanto más grande será su capacidad para
una rápida expansión y despliegue. La superioridad en hombres y materiales es
difícil de batir en una guerra prolongada.
3) En cuanto a transporte, el gobierno del Estado debería
estimular a las empresas de ómnibus de pasajeros de gran capacidad, destinados
al transporte público dentro y entre las ciudades a adquirirlos conforme un
diseño recomendado por el ministerio de Defensa Nacional, con el propósito de
ser transformados fácilmente para transporte de tropas.
Las consecuencias de la destrucción de la improvisada flota
de guerra paraguaya en la batalla fluvial de Riachuelo (cerca de la ciudad de
Corrientes) el 11 de junio de 1865, fueron:
1) el cuerpo de ejército de 25.000
hombres, reforzado después con 5.000 más, bajo el mando del general Wenceslao
Robles primero, y después de ser destituido y fusilado, el mando queda a cargo
del general Francisco Isidoro ResquÍn, se hallaba acampado en Goya, provincia
de Corrientes, quedó aislado, pues perdió el control de la ruta de
abastecimiento y línea de retirada.
2) la corriente de tropas y abastecimientos del enemigo podían llegar a Paraguay por vía fluvial en grandes
volúmenes;
3) el ejército paraguayo perdiógran parte de su transporte de personal y logística;
4) López estaba condenado a una
inevitable derrota en todo lugar accesible a la poderosa escuadra brasilera.
Para resolver esta cuestión, López levantó un plan digno de él: intentó dos
veces tomar al abordaje en canoas algunos buques de guerras brasileros, pasando
las tropas de las canoas a los buques abordados. Desgraciadamente, olvidaron
llevar elementos como escaleras, sogas con ganchos y armas a propósito para
embestir al enemigo y tomar un par de buques de guerra. Esta temeraria operación
que raya lo grotesco ni Francis Drake (1540-1596), famoso pirata inglés, ni
siquiera habrá pensado.
El cambio en la situación
militar se produjo después que el Paraguay quedó muy atrás de los aliados en la
disponibilidad de personal militar bien adiestrado. De estas apreciaciones
emerge el agobiante peso que ejerce sobre el campo de batalla la masa de
material humano y de pertrechos del enemigo. Sin duda, los factores
cualitativos y cuantitativos no dejaron de tener importancia. Es incuestionable
que la abrumadora importancia de la cantidad de personal y de material en la
potencia movilizada es el resultado del potencial de guerra de los contendientes.
De este modo llegamos a la conclusión que el poder de la fuerza militar
descansa como siempre ha sido, en un cierto número de elementos constitutivos,
principalmente en lo económico.
No obstante, la historia
militar guarda numerosos ejemplos que las relativas pequeñas diferencias en
cantidad de hombres y calidad de materiales de guerra pueden quedar prontamente
compensadas por el ataque sorpresivo, la alta moral, la organización militar,
la estrategia y la táctica correctas.
Abajo presentamos una
lista de algunos componentes del potencial de guerra:
1) cantidad y calidad de la población, y apoyo del pueblo. Calidad de los habitantes en cuanto a educación primaria, secundaria y terciaria; así como salud pública, justicia, empleo con salario digno, etc.;
2) materias primas disponibles;
3) desarrollo económico, industrial y tecnológico;
4) capacidad financiera;
5) estabilidad política;
6) geografía, especialmente extensión del territorio;
7) recursos naturales y capacidad industrial;
8) cantidad y calidad de los reservistas;
9) preparación militar, y calidad de la logística de la fuerza militar;
10) carácter nacional;
11) moral nacional;
12) calidad de la diplomacia;
13) inversiones de capital;
14) ciencia, tecnología e investigación;
15) riquezas;
16) unidad nacional y cohesión;
17) prestigio en el exterior;
18) calidad de las relaciones con otros países, especialmente con los vecinos;
19) nivel cultural;
20) clases de las fronteras: ríos, montañas, llanuras;
21) fertilidad de la tierra y riqueza mineral;
22) desarrollo del comercio y de los transportes;
23) Calidad y cantidad de armamentos;
24) Vías y medios de transporte para acercar remplazos de personal y logística al teatro
de operaciones;
25) Capacidad para producir materiales de
guerra.
Los determinantes de la potencialidad militar podemos clasificar en tres amplias categorías:
1) capacidad económica.
Refleja la cantidad y estructura de la población; las dimensiones del
territorio nacional con sus tierras, aguas y recursos naturales; la
productividad económica de sus manos de obra, y por medio de dicha
productividad el punto alcanzado en su desarrollo económico y tecnológico.
2) Competencia gubernamental
en tiempo de guerra. El gobierno debe determinar la cantidad y composición
de una gran proporción de los productos que han de producirse, y de los
servicios que han de prestarse. La eficiencia en el empleo de los recursos humanos
y materiales depende de la capacidad administrativa, por ejemplo, de la
habilidad con que el gobierno emplea en la utilización de los recursos humanos
para la industria y para proveer reemplazos aptos al ejército, y de otros
recursos, sacando de ellos el máximo rendimiento.
3) Motivación para la guerra. Determina en parte la
proporción de la capacidad económica de la nación que, en la eventualidad de
una guerra habrá de quedar disponible a los fines de producir poder militar,
así como la eficiencia con que han de emplear dichos recursos. La motivación
para la guerra es elevada en contraste con la baja, dependiendo que la
configuración de varias motivaciones importantes sea más o menos apropiada para
un intenso esfuerzo de guerra. El apoyo de la prensa es fundamental.
Veamos el potencial de guerra del Paraguay confrontado sólo con el Brasil. Esto es indispensable
para concluir si es posible ganar la guerra.
a) Habitantes: Paraguay 450.000, y el Brasil 10.000.000
(sin contar los de color);
b) Valor comercial (exportaciones e importaciones, en
libras esterlinas): Paraguay: 560.400, Brasil: 24.000.000 (Diego Abente Brun);
c) Ingresos fiscales (L. Esterlinas): Paraguay: 314.000,
y Brasil: 4.400.000 (Diego Abente Brun);
d) Endeudamiento externo, Brasil: Libras esterlinas,
24.000.000 con interés de 8,33 % anual), Paraguay 0 (cero). (Juan Carlos Herken
y Ma. Isabel Giménez de Herken);
Una de las causas del fracaso de
López es el sentimiento de que el Paraguay -muy inferior en potencial de
guerra-, había despreciado la enorme superioridad del Brasil y la Argentina en
potencial de guerra.
FUENTE: “Potencial de
guerra de las naciones” de Klaus Knorr, publicado en la obra de Cirilo Cáceres
Carísimo “La guerra, macro síntesis”, capítulo 17, Pág. 208. Editora Litocolor,
Asunción-Paraguay, año 1982.
Sección 2. El objetivo político
Consiste en la misión que el presidente de la república da
al general en jefe. Ejemplos: la misión que recibió el general en jefe del
ejército aliado Dwight Eisenhower en la Segunda Guerra Mundial fue «Penetrar en
el corazón de Europa y destruir las fuerzas armadas de Alemania». La misión que
recibió Estigarribia del presidente de la república, Dr. Eusebio Ayala, era
«expulsar a los bolivianos del Chaco paraguayo». La misión que el mariscal López
se dio a sí mismo consistía: «invadir la provincia brasilera de Río Grande del
Sur, penetrar en el Uruguay, expulsar a las tropas brasileras, reponer en el
Gobierno a su aliado, el Partido Blanco, y ser reconocido como el señor del Río
de la Plata». Como vemos, en la guerra se lucha para obtener algo específico:
territorio, curso de agua, proteger a los connacionales que residen en otro país,
liberar a un país de un tirano, apoyar a un país cuyo territorio ha sido
invadido por otro, etc. En ninguna parte se encuentra que la guerra se hace por
el honor nacional.
Sección 3. La batalla
decisiva
En la batalla decisiva los
ejércitos contendientes emplean su máximo poderío. El que sale victorioso de
ella, asegura ganar la guerra, y el que pierde ya no tiene posibilidad de recuperarse,
excepto cuando recibe ayuda de un país vecino. La batalla decisiva en la guerra
del Chaco fue la campaña de “El Carmen” (una finta hecha a la zona petrolífera
boliviana, y las batallas de El Carmen y Yrendagüe; y en la guerra de la Triple
Alianza, las campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, incluida la derrota
en la batalla fluvial de Riachuelo.
Al perder la batalla decisiva,
un gobierno prudente acepta las condiciones del vencedor; porque está
demostrado que ya no se puede ganar la guerra. Sin embargo, continuar la lucha es
hacer lo que hizo el mariscal López: un inútil desperdicio de vidas humanas y
bienes materiales del país. El derrotado, en la batalla decisiva se halla aún
en condiciones de negociar, respaldado por una fuerza militar todavía
importante y capaz de causar al enemigo serios daños e impedir que el vencedor
abuse de su triunfo. Entonces, un tratado de conveniencia mutua con el enemigo
es la mejor estrategia. Max Weber sentencia la cuestión de este modo: «ponerse
a buscar después de perder la guerra quienes son los culpables, es cosa propia
de viejas. La actitud sobria y viril es la de decir al enemigo: “hemos perdido
la guerra, la habéis ganado vosotros. Esto es ya cosa resuelta. Hablemos ahora
de las consecuencias que hay que sacar de este hecho respecto a los intereses
materiales que estaban en juego y respecto de la responsabilidad hacia el
futuro, que es lo principal y que incumbe sobre todo al vencedor. Todo lo que
no sea esto es indigno y se paga antes o después. Una nación perdona noblemente
el daño que se hace a sus intereses, pero no el que se hace a su honor”», tal
como lo hizo López al ofender a las naciones brasilera y argentina al invadir
sus territorios y humillar a sus pueblos. Perdida la batalla decisiva, un jefe
de Estado patriota y prudente no permite que muera un solo soldado más en vana
lucha.
-----------------
NOTA: Max Weber; economista
y sociólogo alemán (1864-1920), “El político y el científico”, editorial
Altaya, Barcelona-España 1998, Pág. 158.
Luque, 22-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY
(1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO VI. CLAVE PARA ENTENDER LA GUERRA/ CONT.
Parte II
Sección 4. Condiciones para ganar la guerra.
La historia militar tiene demostrada de modo categórico
que no basta contar con un ejército conformado por muchos hombres como lo era
el ejército de Solano López, sino que es indispensable que el país cuente con
suficiente potencial de guerra para mantener el poderío de la fuerza militar
hasta el fin de la guerra. Además, es necesario contar con una diplomacia
eficiente, con generales y jefes idóneos, que las tropas de invasiones exhiban
riqueza en cuanto a armamentos y logística ante los potenciales aliados y los
pueblos ocupados, de modo que deseen ser nuestro amigo y teman ser nuestro enemigo.
Es doloroso decir, pero es necesario señalar, que las
tropas paraguayas que invadieron las provincias brasileras de Mato Grosso y Río
Grande del Sur, y la de argentina Corrientes, sólo mostraban pobreza; pues,
tanto oficiales como soldados iban descalzo, cuando por aquella época ya era
desconocido en el Río de la Plata andar con los pies desnudos; ya se estaba
próximo al invierno, (mes de mayo); sin embargo, las tropas paraguayas aún
vestían uniforme de verano, tampoco llevaban frazadas ni recibían suministro de
alimentos desde Paraguay. Consecuentemente, las tropas paraguayas estaban
forzadas a sobrevivir a costa de las poblaciones ocupadas, o sea, del saqueo.
Lo peor, los fusiles eran obsoletos y los caños muy poco y anticuados. Estas
debilidades del ejército paraguayo no escaparon a las perspicaces miradas de
las autoridades de Corrientes, Entre Ríos y el Uruguay que inmediatamente le
dieron las espaldas al mariscal López, dejándolo solo para vérsela con el Brasil
y la Argentina.
En cuanto a la conducción, podemos decir que un general en
jefe idóneo, patriota, equilibrado, concienzudo y con visión de futuro cuida la
vida de sus tropas, no sólo para ganar batalla, sino también piensa que cada
joven oficial, sargento o soldado muerto es para la patria una esperanza
tronchada en flor. Sin embargo, el mariscal López despilfarraba sus soldados en
misiones con pocas posibilidades de triunfo; porque los medios que adjudicaba
para cada operación siempre eran muy inferiores al objetivo que pensaba
conquistar. Es por ello que las tropas paraguayas, a pesar de luchar en cada
batalla como nunca, salían derrotadas como siempre. Mandar a la muerte a tropas
tan valientes, tan disciplinadas, tan dóciles y estoicas no es valentía que es
hija de la prudencia, sino temeridad que es hija de la insensatez. Porque los
rasgos de valor de un general que, a pesar de buscar la conquista de un
objetivo táctico provechoso, pero con medios insuficientes resulta insensato, y
el general que hace eso debe ser considerado de irresponsable e incluso
calificado de perverso. Pues, ante el testimonio abrumador de la historia,
ningún general tiene derecho a lanzar sus tropas en un ataque directo contra un
enemigo fuertemente establecido en una posición de defensa como era Tujutî.
Sección 5. La batalla de Tujutî y sus consecuencias
Tujutî estaba defendida por
32.000 hombres, apoyado por una magnífica artillería y protegida por obstáculos
naturales (bosque y estero); y artificiales (obstáculos construidos por
ingenieros militares). Es oportuno
señalar aquí, que en el efectivo del enemigo se puede incluir las tropas
ubicadas en otros lugares, si se estima que pueden llegar a tiempo para
participar en la batalla, de lo contrario no se cuenta. La fuerza aliada en
aquel momento contaba con 45.000 hombres repartidos en la zona de Corrales como
seguridad, y el resto acampado en las proximidades de la ciudad de Corrientes
como reserva estratégica, más el personal administrativo, de logística y tropas
de reemplazo.
Hay un principio que rige la conducta de todo comandante:
«Para atacar una posición defensiva del enemigo, hay que asegurarse una
superioridad numérica de 3 a 1, y un buen apoyo de artillería». Conforme esta
norma fundamental, para tener posibilidades de éxito, López necesitaba contar
con 96.000 hombres, así como un buen apoyo de artillería para debilitar la
defensa del enemigo antes de lanzar sus infantería y caballería. Sin embargo, en
una decisión temeraria e irresponsable, ordenó el ataque ¡con solo 24.000
hombres y sin artillería! Esto es inaudito, esto es cosa de chapucero, esto es como
mandar a los compatriotas intencionadamente a la muerte. Juzgado por esta
batalla y la de Riachuelo, además de sus campañas ofensivas de Uruguayana y
Corrientes, y la defensiva de Villeta y Cordillera, son testimonios
irrefutables para condenar al mariscal López por su incompetencia como general
en jefe.
Luego de las desastrosas campañas de Uruguayana y
Corrientes, donde López perdió casi 20.000 de sus mejores soldados contra 400
del enemigo; más el temerario ataque con flota mercante improvisada de guerra,
a la escuadra brasilera compuesta por buques de guerra en Riachuelo, cerca de
la ciudad argentina de Corrientes, dejando al único buque de guerra paraguayo,
el “Tacuarí”, seriamente averiado, y al ejército casi sin transporte fluvial.
Ante la circunstancia, que mostraba la debilidad económica, demográfica y
militar del país; sin embargo, el ejército paraguayo se preparó para impedir la
consiguiente represalia -invasión del territorio paraguayo- del enemigo en el
teatro de operaciones de Humaitá, donde acabamos de ver cómo el resto de nuestro
primer ejército fue aniquilado en Tujutî. Después de estos grandes
desastres, vino otra acción infeliz y lamentable en la campaña de Villeta,
donde nuestro improvisado segundo ejército compuesto de niños, ancianos,
convalecientes, y las guarniciones que vigilaban a los habitantes de los
pueblos, se completa un cuerpo de ejército de catorce mil soldados, fue
totalmente destruido, sucesivamente, en las batallas de Ytororõ, Avay,
Pikysyry, Lomas Valentinas, más la capitulación de Angostura. Este lugar está
ubicado en un promontorio en la desembocadura del arroyo Pikysyry al Paraguay.
Allí el mariscal López había mandado construir una fortaleza de mil metros de
largo, siguiendo la barranca del río. Contaba con una fuerza compuesta de 3
jefes, 50 oficiales subalternos y 684 de tropas y con muchos cañones, con el
propósito de impedir que barcos de la escuadra brasilera pasen hacia Asunción,
y batir a las tropas enemigas si atacaban Lomas Valentinas desde Palmas (diez
kilómetros al sur del arroyo Pikysyry), donde se encontraban concentradas las
fuerzas aliadas.
Ante la patética situación actual del país, sin ejército,
sin reemplazos aptos y sin suficientes alimentos, rechazar las condiciones de los
vencedores para empezar las negociaciones de paz, y poner fin a los inútiles
sacrificios del pueblo, ya era irracional. Por ejemplo, en la Segunda Guerra
Mundial, Alemania, Italia y Japón reconocieron la derrota, aceptaron las
condiciones de los vencedores, firmaron la paz y sus respectivos países se
recuperaron rápidamente, Es por esto que nunca hay que terminar la guerra
exhausta. La derrota en una guerra no deshonra a la nación, porque no es por
falta de valor del pueblo ni de la fuerza militar, sino por otras varias causas,
y la principal siempre es el dinero. «Sin dinero no se puede ganar guerra»,
decía Napoleón.
De manera entonces, es axiomático que siempre será mejor que
muera uno antes que morir todo. Vale decir, que para poner fin a las inútiles
muertes de los paraguayos era inexcusable que López, con valentía y patriotismo
tome una resolución ante el dilema: suicidarse o dimitir al cargo u ofrecer su
cabeza al enemigo para salvar lo que aún pudiera ser salvado de la nación.
Porque proseguir la lucha ante la patética situación en que se encontraba la
nación, es hacer lo que hizo el mariscal López, y por ello innumerables
compatriotas lo veneran: exponer al pueblo paraguayo a la humillación, permitir
la ruina nacional, y como corolario los pocos sobrevivientes terminen
deambulando por un territorio devastado sin hogar, sin familia y sin carretas
ni bueyes ni caballos ni herramientas para labrar la tierra.
Sección 6.
Perdida la batalla decisiva, la mejor actitud a adoptar
La fuerza militar hace la guerra para defender la nación.
O sea, defender algún interés vital del país, proteger a los niños -futuros de
la nación- y no mandarlos matar como hizo el héroe por decreto en las batallas
de Avay, Pirivevýi y Acosta Ñu; resguardar a las mujeres y no
ponerlas en el camino de la soldadesca enemiga como sucedieron en las batallas
de Avay donde quedaron prisioneras más de trescientas mujeres, en
Angostura doscientas, en Pirivevýi más de cuatrocientos, y en Acosta Ñu
una cantidad igual. Si la fuerza militar no puede cumplir la misión porque el
enemigo es muy poderoso, el gobierno tiene la alternativa de la negociación; es
decir, aceptar las condiciones de los vencedores, porque sólo los lunáticos se
disponen deliberadamente a la autodestrucción.
Conseguir un armisticio para negociar la paz siempre será
mejor, tanto al ejército que le va bien como al ejército que le va mal; porque
todos los gobiernos tienen la obligación de mirar la posguerra, recuperar la
paz lo más pronto posible para el pueblo, y nunca permitir que el país alcance
el punto de su bancarrota. Porque la guerra no es una pasión ciega como lo
creyó el mariscal López, sino que está dominada por el objetivo político. El
valor y la importancia del objetivo político determinan las medidas de los
sacrificios en cuanto a recursos humanos y bienes materiales que el gobierno
está dispuesto a emplear para conquistar su objetivo político. Sin embargo, tan
pronto como la cantidad de pérdida de vida de los compatriotas y bienes
materiales sean tan grandes que ya no justifican el esfuerzo de la nación, el
objetivo político debe ser cambiado por el de negociar la paz. Porque la guerra,
al fin y al cabo, sólo es un árbitro o juez supremo al que se apela después de
agotar los medios pacíficos, para saber de qué lado está “el derecho o la razón”.
Dilucidada la cuestión en una batalla decisiva de donde sale un vencedor y un
vencido; pero, proseguir la lucha sin posibilidad de ganar la guerra es un
inútil desperdicio de la vida de los compatriotas y un despilfarro de los
bienes de la nación.
Hasta ahora hay aún muchos compatriotas que están
convencidos que, la guerra que no se puede ganar lo mismo habría que proseguir
para defender el honor de la nación, y sólo terminar tal como lo hizo el
mariscal López, con la aniquilación del pueblo. Como si la guerra pudiera
autorizar AL GENERAL EN JEFE DERROTADO a disponer a su antojo de la vida y los
bienes de los ciudadanos, como si el pueblo paraguayo pudiera vivir mejor de
gloria militar y no del trabajo, como si la nación paraguaya para tener una
existencia digna de la cual podemos sentirnos orgullosos los paraguayos,
precisara escribir una epopeya épica de doloroso sacrificio.
Cabe preguntar si qué derecho tenía el mariscal López sobre los ciudadanos paraguayos para mandarlos luchar contra otro país, sin preguntar al pueblo o a sus representantes para hacer la guerra. Pero desgraciadamente, al dictador López bastaba sacar un decreto ordenando que todos los varones del país, sin excepción, desde la edad de 16 a 60 años se presenten a los campamentos para recibir instrucción militar. Para hacer más fácil de entender lo que estamos queriendo demostrar, hagamos una analogía con el granjero. Como sabemos, el granjero trabaja la tierra, siembra maíz, poroto, maní; planta árboles frutales y cría animales domésticos. Todos ellos son productos suyos; por lo tanto, él tiene derecho de disponer de ellos de forma exclusiva y absoluta, sin más limitaciones que las contenidas en la ley. O sea, cosechar los que ha sembrado y matar sus animales para consumo propio o para vender. Igual al granjero, el mariscal López mandó a sus compatriotas a la guerra como si fuesen productos suyos. Conforme este razonamiento, sin duda los productos agropecuarios que son propiedades del granjero; sin embargo, de ningún modo se puede aplicar este principio al hombre, sobre todo como ciudadano que debe ser considerado siempre por el jefe de Estado como mandante o miembro colegislador, y con derecho a aprobar o desaprobar por medio de sus representantes para hacer o no la guerra. Sólo bajo estas medidas restrictivas un jefe de Estado puede disponer de los ciudadanos para un servicio tan peligroso como exponer la vida de los compatriotas en la guerra.
Sección 7. Breves consideraciones sobre la conducción de López
Los planes de operaciones del mariscal López dependía en
alto grado del azar, y no como debía ser: del cálculo y el razonamiento. En esa
tesitura, la admiración que se apodera de los lopistas es porque tienen la
impresión de encontrarse ante un genio que no ganó ni una batalla ofensiva. A
pesar de todo, López ha gozado de un triunfo sobre la historia que lo hace
eterno, pero desgraciadamente como ejemplo maligno.
Solano López en la guerra tuvo ocasión para poner en práctica
sus aptitudes de estratega, pero desgraciadamente todo le resultó desfavorable.
Su intervención en los asuntos internos de la República Oriental del Uruguay
marca el punto de inflexión hacia el deterioro de las relaciones con el Brasil
primero, y con la Argentina después, que no tardó escalar a los extremos.
Si López en Jataity Korá aceptaba las sugerencias
de Mitre de «dimitir a su cargo, llevar todo lo que quiera llevar y viajar a
Europa por algún tiempo», porque con él cualquier negociación no podía concluir
bien. Para ser más claro, ni Mitre ni el emperador del Brasil no podía dejar
impune a López por el gravísimo delito de abatir el orgullo nacional de
brasileros y argentinos al invadir sus territorios con poderosa fuerza militar
y humillar a sus pueblos. Así como en Jataity Korá, también en Villeta,
aunque ya estaba totalmente derrotado, se aferraba en imponer condiciones. En
cualquier guerra, una vez perdida la batalla decisiva, lo razonable es aceptar
las condiciones del vencedor y empezar las negociaciones; porque es sumamente
criminal seguir exponiendo la vida de los compatriotas sin posibilidad de ganar
la guerra. ¿Cómo podía ocurrírsele invadir territorios de poderosos países con
acciones muy dignos de un mongol, y salir después impune? El mariscal prefirió
la ruina de la nación antes que reconocer su descomunal error y rectificarse. Sin
embargo, dejar el gobierno para que otro pueda detener los inútiles sacrificio
del pueblo no estaba en su agenda.
Hasta aquí hemos repasado en
forma somera los acontecimientos más destacados de López, pero en ningún modo creemos
que ellos expliquen por sí mismo el porqué de sus fracasos y sus despiadadas
acciones contra sus compatriotas. La explicación habría que buscarla más bien
en sus cualidades personales de carácter que les convirtió en un jefe de Estado
despótico y obsesivo por la gloria épica y riqueza material. Repasemos pues,
algunas de las pautas que pueden permitirnos entender mejor la clave de su
total fracaso en su utópico propósito de llegar a ser el señor del Río de la
Plata. Ciertamente, no es este el camino en el que encontraremos las
explicaciones de empecinarse tanto en su idea de “honor y gloria para la
patria”, sacrificando en vana lucha a la nación; es más, lo que encontraremos
en este ámbito es la sorpresa de no poder explicar cómo, habiendo en el
ejército paraguayo tantos generales y jefes valientes en grado sumo, no
pudieron poner freno definitivo a sus obsesiva ambición, arbitrariedades y
extremadas crueldades.
FIN
Luque, 23-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870) ¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO VII. EL GENERAL EN JEFE.
Es axiomático que el general en jefe, para cumplir el objetivo político del
modo más apropiado, necesariamente debe aplicar la perfecta economía en cada una de sus acciones, dotando a sus operaciones el mayor vigor con la menor inversión de esfuerzo. En otra palabra, debe saber calcular exactamente la capacidad de su ejército confrontado al del enemigo en cuanto a medios, moral, calidad de mando, reemplazos, facilidad para reponer los pertrechos, etc. Él se enfrenta frecuentemente a graves riesgos, por ello jamás debe lanzarse confiado en el azar. Napoleón decía, «el cálculo vence al azar». La contingencia y la eventualidad son posibilidades casuales en que Solano López confiaba el resultado de sus temerarias operaciones[1]. Al emprender cada operación, parecía no contar o no le importaba contar con la posibilidad de la gran cantidad de bajas que podría sufrir, y corría el albur de sufrirla.
El general en jefe debe imponerse, no por el terror como
el mariscal López, sino por su capacidad técnica, su saber y su talento operacional. Debe ser de aquellos que a uno gusta encontrar, ver y oír; que transmite confianza, entusiasmo, y esperanza en la victoria. Ser general en jefe presupone como premisa y exige como condición esencial el valor de la presencia personal, porque conducir es ante todo presencia del general en jefe con su reserva en el campo de batalla, para dar respuesta inmediata a cada nueva situación que surge, como aprovechar una ocasión propicia para emplear la reserva o reforzar a una columna detenida o avanza muy lentamente. Esta actitud, a más de levantar la moral de las tropas se convierte en elemento adicional para la victoria; sólo así sus generales, jefes y las tropas pueden tener fe en él y en sus planes de operaciones. La guerra exige que el gobierno nacional confíe siempre el mando de la fuerza militar a un general que debe conciliar las cualidades esenciales siguientes: 1) Capacidad. En cuanto a la idoneidad y talento en el arte de la guerra.
2) Criterio y determinación.
En cuanto a poseer discernimiento para la decisión oportuna y adecuada.
3) Paciencia en el obrar. Al respecto dice Kant:
«la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del
fuerte». Y Gandhi afirma: «la impaciencia nos corroe, primero ataca la mente,
después el cuerpo. No se consigue nada con ella, sólo sufrimos desgaste. Si ha
habido una gran tempestad no lograremos parar sus consecuencias con la
impaciencia. Sólo debemos impacientarnos en la búsqueda de la verdad.
Por lo que sea inalcanzable para nosotros, no vale la pena impacientarse. La
impaciencia crea una angustia difícil de dominar. No se dejen llevar por la
impaciencia porque no adelantarás nada». (Francesc Cardona, “Por la senda de
Gandhi”. Plutón Ediciones, Barcelona-España, año 2019, Pág. 200).
4) Humildad. Para escuchar las sugerencias de los subordinados y aceptarlas si es buena o mejorarlas si es posible o rechazarla, pero cortésmente. Porque, como asegura Gohete «Ni aún el genio más grande iría más allá si tuviera que sacarlo todo de su propio interior».
5) Experiencias. a) de la guerra, es decir su directa participación en una guerra anterior; b) sobre la
guerra, la extraída de la historia militar. Sobre este punto, señalamos que el oficial del ejército que no está empapado de historia militar, será en el campo de batalla como el músico que toca, pero no baila.
6) Resumiendo, las virtudes esenciales de un general en jefe son humildad, valor, paciencia,
sabiduría, templanza, y fortaleza para dar vigor y fuerza moral a las tropas. La paciencia y la intuición del general en jefe son armas poderosas en la conducción del ejército en operaciones de guerra.
Un buen general no deja nada al azar. Él predice las intenciones del enemigo, y toma
con antelación las precauciones necesarias para no ser sorprendido, pero pronto para sorprender. Conforme este razonamiento, si juzgamos al mariscal López por los resultados de sus campañas ofensivas y defensivas, llegaremos a la conclusión que todas ellas son testimonios de que porque no obraba con buen juicio; pues, desempeñaba su función de general en jefe, no como arquitecto sino como plomero.
Las fuerzas espirituales y
materiales son factores de suma importancia, pero lo que debería ser admirado en un general en jefe es el cumplimiento exacto de sus suposiciones. Es decir, ejecutar el plan sin verse obligado a desviar muchas veces por muchas influencias variables, requiere fuerza de carácter, mente lúcida y firmeza mental. La campaña de El Carmen es un bello ejemplo que Estigarribia el Grande dio a la historia militar. Denominamos “Campaña de El Carmen”, al conjunto de operaciones llevada a cabo en los meses de noviembre y diciembre de 1934, que incluyen: 1) la finta del destacamento Rafael Franco a la zona petrolífera boliviana de Camiri; 2) la brillante retirada de Franco atrayendo a poderosa fuerza enemiga hasta Pikuiva; 3) la maniobra sobre de El Carmen; y 4) la fulminante marcha de la 8ª división de infantería de Garay sobre Yrendagué, que provocó la completa destrucción de un cuerpo de ejército boliviano de doce mil hombres al mando del arrogante coronel David Toro. De verdad, la victoriosa campaña no fue la causa, sino el origen de la terminación de la guerra.
El mariscal López en sus relaciones con sus generales y
jefes nunca buscó el consenso antes de poner en práctica una operación tal como hacían Alejandro, Napoleón, Estigarribia. El trato que daba a sus subordinados era completamente distinto; su peculiaridad era la obediencia ciega de los subordinados; y su modo de conseguir consistía en hacer que le tuvieran miedo y mantenerlos aterrorizados con su genio vivo y sus castigos arbitrarios y brutales. La totalidad de sus generales y coroneles, salvo algunas honrosas excepciones (generales Bruguez y Barrios), eran poco más que meros obedecedores de órdenes; para el mariscal López era una sensación embriagadora ser temido.
El general en jefe debe
exigir el estricto cumplimiento de la cadena de mando y su guía de planeamiento. Debe poner a cada jefe indicado en el lugar adecuado: jefes que lleven a la práctica el espíritu del general en jefe sin ser autómatas. Sus órdenes deben ser claras, concisas e inspiradoras; crear un ambiente de participación, aunque sin caer en la irracionalidad de la toma colectiva de decisiones. El general en jefe debe hacer lo que pueda para preservar la unidad de mando; la amplia visión estratégica debe proceder de él y solo de él. Debe hacer que su estado mayor y los generales subordinados se sientan involucrados en las decisiones que él toma. Para ello busca sus consejos, incorporando o mejorando sus buenas ideas y rechazando los que no las son, pero cortésmente. Busca la perfecta economía de su fuerza en cada operación para dar a sus golpes el mayor vigor con la menor pérdida de vida y materiales; dicho en otras palabras: para derrotar a un valeroso enemigo hay que darle fuerte, darle rápido, darle seguido como en las luchas de artes marciales mixtas (UFC) donde todo vale. Para ello debe ser prudente, es decir contar con las cualidades de serenidad, cordura, discernimiento, sensatez, sabiduría, previsor y suficiente paciencia.
Lugar del general en jefe durante la batalla. El lugar donde el
general en jefe debe colocarse durante la batalla, es -no como López muy alejado del campo de batalla-, sino “en la cima de la montaña”, en donde recibe informaciones minuto a minuto y observa, con la ayuda de sus prismáticos, el campo de batalla que es todo humo, polvareda, gritos, estruendo de explosiones de las granadas de los morteros y cañones, y una gran confusión. A veces es difícil distinguir al amigo del enemigo, saber si todas las unidades van avanzado parejo, si las unidades amigas de ambos flancos del ataque principal avanzan o son detenidas o rechazadas, la cantidad de bajas que va sufriendo cada uno de los batallones, si el enemigo mueve o no su reserva, sobre todo, prever la siguiente acción del adversario. Por estas razones, el general en jefe debe ubicarse en un lugar dominante de donde puede visualizar las acciones y los efectos de la lucha; es decir, en la “cima de la montaña”. Desde allí puede ver más allá del campo de batalla, tal como los movimientos de las reservas del enemigo. Sólo desde la cumbre el general en jefe puede conducir la batalla como es debido. Amén de todos estos, en la batalla las tropas cobran ánimo y esfuerzo cuando sienten que el general en jefe se encuentra cerca de ellos con su reserva. Aquí cabe preguntar, ¿dónde se encontraba el mariscal López durante las campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, y durante las batallas de Estero Bellaco, Tujutí y Curupayty? Ambas campañas las dirigió desde Asunción, y las batallas mencionadas desde Paso Pukú, ¡a doce kilómetros de distancias y fuera de todo riesgo personal!
El general en jefe debe mantenerse con su reserva cerca del campo de batalla, y atento para
emplearla en el momento adecuado. Es decir, no lanzarla demasiado pronto o demasiado tarde. Los comandantes de brigadas y batallones deben conducir sus tropas desde el frente de combate. Cabe preguntar ¿Cómo podemos pedir a las tropas que arriesguen sus vidas, si el general en jefe rehúye el riesgo?
El puesto de comando de López en Paso Puku. Demos una ojeada
sobre el puesto de comando del mariscal en Paso Pukú, conforme cuenta el eximio historiador Efraín Cardozo: «El nuevo puesto de mando del mariscal era un verdadero bastión en torno al cual se había construido un enorme terraplén que tenía 270 metros de largo, 11 metros de ancho y 3 de altura. El área de su residencia particular y la de su familia se transformó en una ciudadela, situado en el medio de un espeso naranjal. La casamata subterránea, donde el mariscal se refugiaba una vez impartida la orden de operaciones y donde esperaba el resultado, fue construida con enormes tirantes, recubierta por tres metros de tierra y rodeada por muros de 2,5 metros de ancho. El piso era de ladrillo, y en las paredes estaban empotradas algunas argollas para sujetar los extremos de las hamacas. Una de las alas de la casa estaba destinada para alojamiento de madame Lynch y sus hijos, y la otra para el obispo Palacios. El naranjal estaba rodeado de una fuerte valla de postes, con pocas aberturas que eran vigiladas por 250 hombres de los más fornidos del ejército. Desde este lugar él comandaba el ejército y administraba el país, y de allí partían los hilos telegráficos a Asunción y a los distintos sectores de la defensa» (Efraín Cardozo, “Hace cien años”, tomo VII, Pág. 117).
Las informaciones que las patrullas de reconocimiento
traen, el mariscal López sólo ve los que quiere ver. Hacia mal uso de los datos que sus patrullas obtienen. Él ignoraba que no era bueno depender de un solo espía, de una sola fuente de información por buena que sea, se arriesga a ser engañado o a recibir información sesgada o parcial o falsa. «Si el jefe de Estado es esclarecido y el general en jefe es competente, derrotarán al enemigo cada vez que pasa a la acción, gracias a la información previa» (Sun-tzu).
La particularidad del general en jefe debe ser la audacia, el dominio del campo de batalla,
preocupación sobre la ejercitación constante de las tropas, valoración del terreno, especial atención a la logística. A más de estos, capacidad de improvisación, resistencia a la fatiga y el empleo oportuno de la reserva. Esta es aquella unidad que no entra en combate en un primer momento, es colocada en un lugar donde más conviniera para reforzar con rapidez a una unidad que avanza muy lentamente o es detenida. En el cumplimiento de la misión principal, la reserva necesariamente debe rebasar o sobrepasar a la unidad amiga para llevar un ataque de desarticulación del enemigo. Es decir, el contraataque. El mariscal López parecía que ignoraba el efecto atemorizador de la reserva. Tenía la peculiaridad siguiente: convocaba a sus comandantes de divisiones en su puesto de comando para impartir sus órdenes de operaciones. Él rodeado de su reserva de cinco a ocho mil hombres no se moverá de su puesto de comando, pero estará pronto para emprender la huida. Contrariamente al máximo héroe por decreto, todos los generales en jefe con su reserva se mantienen cerca de sus tropas en el campo de batalla para, entre otras cosas, conducir su ejército y que sus tropas los vean o sientan su presencia. Julio César usaba una capa roja en las batallas para que sus tropas lo vean que él estaba haciendo también sacrificio para el triunfo. La presencia del general en jefe con su reserva en el campo de batalla es indispensable para que se mantenga la voluntad de vencer de las tropas, y emplearla en el momento adecuado para arrancar de la mano del enemigo la victoria.
Los premios y castigos impartidos por el general en jefe
no deben ser común, sino raros pero significativos para que cumplan con el fin. Recordar siempre que un ejército con alta moral puede obrar maravillas, incluso compensando la inferioridad numérica y la falta de algunos medios materiales. Cualquier tipo de lucha se gana mediante una estrategia conveniente. El estado mental del general en jefe es decisivo para resolver favorablemente una contienda con la fuerza militar. Sin embargo, si es propenso a emocionarse, y no se apoya en el estudio razonado de la teoría y la historia militar, no puede percibir con claridad y rapidez la situación general para delinear una estrategia adecuada. Por lo tanto, su estrategia será errada. Para producir una estrategia exitosa es necesario contar con las cualidades siguientes:
1) Paciencia. Saber contenerse para no caer en acciones precipitadas, de modo a mantener las
facultades estratégicas. El resultado catastrófico de las campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, y la destrucción de la flota de guerra en la batalla de Riachuelo, probablemente perturbó la mente del mariscal López, que llegó a embotar sus facultades estratégicas.
2) Autodominio. Ejercer dominio sobre sí mismo para impedir que nada lo desvíe del camino señalado,
excepto cuando se presenta situaciones imprevistas y urgentes. 3) Conocerse a sí mismo.
Conocer las propias debilidades ayuda bastante para no ser avasallado por la indecisión;
4) No al aburrimiento.
López, sin duda, sufría un estado de ánimo originada por las reiteradas derrotas, y tal vez por ser opiómano. Con sus acciones demostró una necesidad irrefrenable de sobredosis de adrenalina, pues se aburre con facilidad, por lo que siempre estaba buscando acciones que le produzca excitación. La emoción era un factor esencial para él. Esto, según los especialistas, es común en los que sufren trastorno por estrés postraumático (TEPT). La característica de esta enfermedad será desarrollada en un capítulo, más adelante.
5) Negociar con dictadores.
Es importante saber que, con dictadores como Solano López, no puede haber ninguna negociación seria, ningún acuerdo de conveniencia mutua ni ningún objetivo común, porque sus exigencias son generalmente exageradas e inaceptables. Es común en los dictadores ser siempre taimados, codiciosos, desconfiados, traicioneros, falsos y despiadados. Buscan conflicto o guerra con otros países con el único fin de mantener oprimido a su pueblo e impedir cualquier rebelión contra su poder omnímodo. Así que aprendieron a actuar y atacar de modo astuto y maligno. Usan la amistad sólo para sacar provecho personal, disimula sus sentimientos y encubren deseos agresivos.
6) Principios de Estigarribia.
Cuando estudiamos la guerra del Chaco (1932-1935) estamos tentados de averiguar qué principios de conducción del ejército siguió, y concluimos que todos y ninguno en especial, porque cada principio lo usa de modo espontáneo, pues todo procede de su impulso interior. En cambio, descubrimos que su genio se funda en su capacidad para responder adecuadamente a cada nueva situación que se le presenta y su habilidad en crear las condiciones favorables para conquistar el objetivo que se propone; es decir, actuaba siempre con oportunismo. De este modo lograba triunfos fundamentales en cada campaña que emprendía. Todo esto es el resultado de su imaginación creadora y talento bien desarrollados mediante un razonado y profundo estudio de las madres de la estrategia y las tácticas: la teoría de la guerra y la historia militar.
7) El buen estratega, ve las cosas como son.
Estigarribia sabía que nada permanece inmutable en la vida; por lo tanto, seguía el paso a las situaciones conforme van cambiando. Esto requiere alto grado de agilidad mental. Los estrategas exitosos nunca actúan de acuerdo con ideas preconcebidas; sino racionalmente su mente siempre está trabajando; no pierde tiempo en cosas que no puede cambiar o en las que no puede influir: sigue su estrategia. Su flexibilidad mental le permite adaptarse a cada nueva situación táctica que se presenta, sin que por ello sea forzado a cambiar su estrategia. Un ejemplo: cuando pasaron varios buques brasileros por Humaitá, algunos asuncenos, mujeres y ancianos, toman contacto con Caxias y le pidieron mandar una fuerza para tomar Asunción. Cumplir lo solicitado significaba proteger a los asuncenos contra la brutalidad de Solano López, pero a cambio obligaría a Caxias cambiar la estrategia en desarrollo, por lo tanto, rehusó aceptar lo solicitado. Sin embargo, si aceptaba el pedido habría impedido a López hacer llevar a San Fernando a centenares de ancianos ilustres, mujeres y extranjeros con el pretexto de estar involucrados en la “conspiración” que nunca existió, y luego de hacerlos pasar por indescriptibles tormentos, los mandaba fusilar. ¿Por qué López actuaba de este modo? Por dos motivos: 1) los mandaba torturar hasta que cuenten lo que López quiere que cuenten para luego obligarlos a firmar sus declaraciones respectivas; y 2) los mandaba fusilar para que nunca puedan contradecir sus deposiciones hechas bajo torturas, y firmadas bajo amenaza.
Estigarribia interpretaba y se adaptaba correctamente al espíritu de la época;
sabía aprehender las nuevas tendencias, resultado de mucho trabajo, mucho estudio y mucha reflexión. La flexibilidad adquirida le permitió adaptarse a cada nueva situación que va apareciendo en el teatro de
operaciones. El ejército paraguayo le respondió adaptándose a la complejidad y caos de la guerra.
Ganar una batalla (Curupayty), no es nada, pero
terminar bien una campaña es algo más difícil, pero muy lucrativo. Para conseguirlo, no es suficiente librar asalto y atacar a tontas y a loca, sino tener tiempo y paciencia como Kutuzoff contra Napoleón (Mijail Kutúzov, mariscal ruso; dirigió victoriosamente las fuerzas que se enfrentaron a Napoleón en Rusia en 1812, obligando a los franceses a emprender una desastrosa retirada). Sin embargo, habrá que librar algunas batallas. Las cualidades que se llaman el tiempo y la paciencia lo pueden conseguir todo, aunque los estados mayores siempre proponen varias acciones: unos quieren una cosa, otros quieren otra. ¿Qué hacer? El general en jefe escuchará y recordará todo, sabrá aprovechar el tiempo cuando llegue la ocasión y no pondrá obstáculos a nada útil ni permitirá nada que sea perjudicial o que puede ocasionar daño insoportable. Admite lo que es más poderoso que su voluntad, la marcha inevitable de los sucesos; los ve, comprende su valor y sabe hacer abstracción de su persona. Así era Estigarribia, inspiraba confianza, por ello una aprobación unánime y nacional ha confirmado su elección para el alto cargo que lo ha desempeñado con hidalguía, modestia, pero con firmeza y patriotismo.
Es preciso comprender que Napoleón, Julio César,
Alejandro, Aníbal, Federico el Grande, Estigarribia, etc., no se distinguen porque han tenido más conocimientos, sino porque son capaces cuando es necesario abandonar sus nociones preconcebidas y concentrarse en el momento presente. Así es como se hace brotar la creatividad y se aprovechan las oportunidades. Si el general tiene sentido de la realidad y obra con sentido práctico es cuando mejor puede adaptar sus pensamientos a cada nueva circunstancia que aparece. De este modo, más realistas serán sus decisiones para una rápida y adecuada reacción. La meta de un ejército es la victoria, no la justicia ni el sentimentalismo, pero tampoco abusar del poder y usar la fuerza para desahogar frustraciones.
Al calor de la
batalla, la mente tiende a perder su equilibrio. Demasiadas cosas preocupan y distrae al general en jefe al mismo tiempo: una columna de ataque que es detenida y otra que avanza muy lentamente, el apoyo de artillería es insuficiente o imprecisa, reveses inesperados, dudas y vacilaciones de algunos subordinados, etc. Corre el riesgo de reaccionar emocionalmente: con temor, depresión o frustración. Por todo esto, es indispensable que el general en jefe conserve su presencia de ánimo, manteniendo sus facultades mentales en toda circunstancia. Debe resistir al impulso emocional del momento para no emplear la reserva de modo apresurado, sino en el momento adecuado. Él necesita permanecer decidido, seguro y agresivo; para ello no debe permitir que le afecte ni se deja dominar por el caos del campo de batalla. Para este momento crítico, desde subteniente los oficiales deben empezar a entrenar su mente, exponiéndola a la adversidad. La presencia de ánimo del general en jefe ayuda mucho para que los subordinados también se mantengan tranquilos. Cada orden que transmite a los comandantes subordinados debe llevar confianza, seguridad y fe en la victoria.
Rapidez de reacción. La presencia de
ánimo depende no solo de la capacidad mental para ayudarnos en situaciones
difíciles sino también de la rapidez que eso suceda. Rapidez de reacción
significa responder a cada nueva situación que aparece con celeridad, y tomar
decisiones sin perder minuto. La presencia de ánimo se lo debe cultivar
diariamente. Sólo así, cuando surja una crisis, la mente estaría tranquila y
preparada.
El valiente. El hombre solo puede ser valiente si conoce el miedo, pero lo supera. Todoslos oficiales tienden a creer que tienen más capacidad de pensar y
razonar que los demás, porque a través de la rutina de los cuarteles las actividades diarias se desarrollan en calma y aparentemente controladas. Sin embargo, ni bien aparece una situación de crisis la racionalidad y presencia de ánimo se desvanecerán y reaccionarán a la presión con temor, impaciencia y confusión. Así descubrimos que la mente es más débil que las emociones. Pero sólo descubrimos esta debilidad en momentos de adversidad, justo cuando más fuerza necesitamos. Lo que mejor prepara para hacer frente al calor de la batalla no es solamente tener más conocimiento ni más intelecto. Lo que vuelve más fuerte a la mente, y más capaz de controlar las emociones, es la disciplina y la reciedumbre interior y fortaleza de espíritu, lo que se conoce como carácter, es decir, un conjunto de cualidades síquicas y afectivas que condicionan la conducta de cada hombre, distinguiéndolo de los demás. Nadie puede enseñarnos esta habilidad. Como cualquier otra disciplina, solo podemos adquirir mediante la práctica, la experiencia, e incluso un poco de sufrimiento: el deporte, el atletismo y el ajedrez son ejercicios que sirven para templar la mente y servir de contrapeso al irresistible impulso de la emoción. Es mejor enfrentar nuestros temores, dejando que salgan a la superficie, que ignorarlos u ocultarlos. Probablemente,
Solano López ignoraba o no recordaba la importancia de ser capaz de distinguir entre asuntos menores que es mejor dejar a los demás, y asuntos importantes que requieren su atención y cuidado. Sin embargo, él acaparaba todas las actividades y no consentía ni toleraba libertad de acción a los subordinados; estos sólo deben obedecer al pie de la letra sus órdenes, porque él estaba seguro que era el único que sabía todo acerca de todo.
No se puede hacer nada con un ejército disperso, con miles de soldados en Mato Grosso,
otros miles de hombres en Río Grande del Sur, otros miles en Corrientes y otros miles en los campamentos de Cerro León y Humaitá. Lo que puede lograse –tomamos el ejemplo de la batalla de Tujutí- con 96.000 hombres, no podrá hacerlo con 40.000 que estén dispersos: 5.000 en Humaitá, 8.000 en Paso Puku como seguridad del héroe por decreto, 3.000 enfermos y 24.000 hombres para atacar, Tujutí, distante doce kilómetros del puesto de comando del mariscal López, y en donde se llevó a cabo titánica lucha. Resultado: la aniquilación del resto de nuestro primer gran ejército.
Varias tácticas se prestan para vencer en la batalla con economía de medios. Se puede perder
algunas de ellas, pero lo importante es ganar la campaña que conducirá a ganar la guerra. ¿Cómo pudo el
Dr. Eusebio Ayala, contra la opinión de mucha gente -entre ella algunos coroneles-, adivinar con tanta seguridad la importancia de los acontecimientos desde el punto de vista paraguayo? Es que su admirable facultad de intuición se inspiraba en el sentimiento patriótico que vibraba en él con toda su pureza y con toda pujanza. Esto le indujo a decidir la elección del teniente coronel Estigarribia para el cargo de general en jefe del ejército paraguayo en la guerra del Chaco (1932-1935); y Estigarribia correspondió a la confianza que en él se depositaba, empleando todas sus fuerzas para expulsar a los bolivianos del Chaco paraguayo con la menor pérdida de vida y de bienes del Estado; lo más importante, no necesitó usar el terror para hacerse obedecer. Su figura modesta, y por consiguiente grande en la verdadera acepción de la palabra, no podía ser vaciada en el molde engañoso del héroe lopista, del supuesto que “defendió la patria y no se rindió” según los historiadores nacionalistas lo inventaron. ¡No existen grandes hombres en el Paraguay como López para los lacayos! porque los exaltados nacionalistas –nos referimos a los lopistas- miden a los demás por su altura. Alabados sean Ayala y Estigarribia, por la calidad óptima de la conducción de una guerra dificilísima ante un ejército tenaz y valiente en grado sumo. Sin embargo, los que amamos la verdad seguiremos soportando con estoicismo a los necios.
Un general no puede estar en todas partes ni escuchar a todos. Su tiempo y energía son
limitados; por tanto, debe aprender a no derrocharlos. Todos los ejércitos están llenos de necios: -personas impacientes por obtener resultados: ascensos, galardón, remuneración más alto-, que cambian a menudo de opinión como la veleta de acuerdo al viento, que no pueden ver más allá de sus narices. Cuando se trabaja con esta clase de personas o se pone a debatir con ellos es inútil pérdida de tiempo; en cambio, mejor será soportarlos con paciencia porque no son lo bastante importante para afectar el equilibrio mental.
Estigarribia fue uno de los primeros en apreciar la potencia defensiva de la ametralladora
en Boquerón, de lo que dedujo que excepto en operaciones defensivas, el ataque frontal se convertiría en demasiado costoso, por lo tanto, había que buscar la victoria mediante el envolvimiento y conquistar cada objetivo por medio de maniobra de aproximación indirecta (el corralito). Sus experiencias le llevaron a percibir que, como su ejército se hacía cada vez mayor, los despliegues más extensos y los medios de movimiento progresivamente más rápidos, el mando requería una descentralización. Por otra parte, y toda vez que ningún plan de operaciones puede prever más allá del choque inicial, cuando éste tiene finalmente lugar, es de incumbencia de los jefes subordinados actuar por iniciativa propia, pero siempre de acuerdo con una doctrina común.
Sólo para tener una idea sobre la reunión que los generales en jefe suelen convocar, tanto en
la paz como en la guerra. Veamos una imaginaria reunión del consejo de guerra de Estigarribia en Garrapatal en 1934, para hacer conocer a sus comandantes de cuerpos de ejército y divisiones su idea sobre la próxima campaña a ejecutar. Una de las muchas diferencias entre Estigarribia y López está en que Estigarribia escuchaba atentamente todas las opiniones emitidas en las reuniones con los altos mandos. Preguntaba a uno y otros sin tomar parte en las discusiones, y sin emitir su opinión. Algunos hacían alardes de sus conocimientos estratégicos y hablaban de la dirección del ataque principal y secundario o cual objetivo conquistar primero, otro propone la conquista inmediata de Ballivián. La mayor parte en suma sólo dicen tonterías. De todas las ideas expresadas Estigarribia no sacaba más que una conclusión: que conquistar Ballivián no era aún oportuno porque caerá mediante una maniobra de aproximación indirecta. O sea, primero tomar El Carmen y avanzar hasta la orilla del río Pilcomayo, cortando la vía logística y de retirada de la poderosa fuerza boliviana de Ballivián. Sin embargo, había que tomar una decisión, y poner término a las discusiones de los jefes presentes. Para poner fin a los debates, habla Estigarribia: «pues bien, señores, ya veo que yo soy quien ha de rendir cuenta o ha de pagar por los platos rotos. He escuchado las opiniones de todos; sé que todos no estarán de acuerdo conmigo, para, en virtud del poder que me ha sido conferido por el presidente de la república y por la patria, empezar los preparativos de inmediato para cumplir con el siguiente concepto de operación: el coronel Rafael Franco al mando de un destacamento hará una finta en dirección a Camiri, amenazando uno de los centros de gravedad de Bolivia: la zona petrolífera de Camiri. Fernández con dos divisiones maniobra sobre El Carmen; y Delgado mantiene aferrado al enemigo fortificado en Ballivián, que el gobierno boliviano lo considera como capital de Bolivia en el Chaco». Terminada la reunión convoca a los coroneles Fernández, Delgado, Franco y Garay, luego de algunos comentarios poco importantes que incluye una broma a Garay, les dijo: «esta será la operación más grandiosa e importante que vamos a emprender, de su éxito depende el fin de la guerra, y si fracasamos, yo debo de responder ante el gobierno y la nación; e inmediatamente abordó su vehículo y regresa a su cuartel general de Isla Poí.
Sin duda el Paraguay necesita un gran héroe en que creer, confiar y emular como
Estigarribia el Grande; y no un héroe creado por decreto e intereses políticos. Paraguay, tierra de promisión que López arruinó con su atolondrada guerra como sabe todo el mundo. Y así y todo O’Leary lo presenta como un ser prácticamente sobrehumano, y venerado por muchos compatriotas. El mariscal López jamás puede ser considerado ni en broma una gloria nacional, y menos pretender colocarlo a la altura de Estigarribia. López dejó postrada a la nación, en tanto que aquel recuperó la gloria militar paraguaya, y legitimó el Chaco (200.000 kilómetros de territorios) como patrimonio de la nación. Nosotros nos negamos a venerar a un déspota narcisista y brutal que nos dejó como herencia sólo caos y extrema pobreza.
Enseñanzas que nos deja este capítulo.
1) Que el pueblo
paraguayo durante la guerra estaba condenado al dilema: adaptarse a todas las barbaridades de López o morir.
2) «Los hombres de gran desprecio son los hombres más reverenciados» (Friedrich Nietzsche en su
obra “Así hablaba Zaratustra”; y justamente el hombre que debía de ser más aborrecido en Paraguay es el más venerado.
3) Nadie debe aspirar a nada que sea superior a su fuerza, López se atrevió a desafiar este
principio, y todo sabemos cómo terminó su vida a la edad de 44 años.
4) Muchos paraguayos siguen teniendo simpatía por López, porque se les escapa algo
importante, más por ignorancia de la historia que por fanatismo, y esto porque los ignorantes son presas fáciles de los fanáticos lopistas, pues aún no han aprendido la verdad que avanza incontenible: que el mariscal López fue el único responsable de todo lo que ocasionó la guerra al Paraguay: la catástrofe nacional, condenando a la nación paraguaya a la pobreza que hasta ahora nos cuesta superar.
FIN del capítulo, 24-03-2021.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿EPOPEYA O DESTRUCCIÓN?
CAPÍTULO VII. EL ESTADO MAYOR.
El mariscal López nunca antes de poner en práctica una operación
buscó el consenso de sus generales; no escuchaba el consejo o sugerencia de nadie, él planificaba sólo cada operación, pues su orgullo y soberbia no permitían ni aun indirectamente que nadie compitiera con él, porque estaba convencido que sabía todo acerca de todo; además, según sus creencias, el «arte de la guerra no tiene secreto para él», por eso ni su plan más importante lo ponía a prueba; es decir, someter a consideración de sus generales y comandantes de divisiones. Alejandro Magno -hijo de Filipo II, rey de Macedonia y famoso general-, cuando acaba su plan de operaciones ponía a consideración de los generales y jefes e incluso discutía y escuchaba las opiniones de los tenientes, porque sabía aprovechar las enseñanzas de sus maestros: su padre y Aristóteles, de quienes aprendió que era preciso crear un ambiente de participación, aunque sin caer en la irracionalidad de la toma colectiva de decisiones. El mariscal López era todo lo contrario, pues, todas sus decisiones eran irrevocables, aun la más absurda, como la de intentar, mediante abordajes ¡embarcados en canos y en dos ocasiones!, tomar buques acorazados de la escuadra brasilera y traerlos por lo menos tres de ellos a Humaitá. El 9 de julio de 1868, partió por segunda vez esta extravagante operación de la desembocadura del río Bermejo. La expedición estaba compuesta de 240 hombres armados de sable, en 24 canoas al mando del mayor Lino Cabriza. En ambas ocasiones resultaron como habría de esperar: una masacre de los paraguayos. Las dos operaciones ejecutadas sin ninguna posibilidad de éxito, fueron otros tantos en que eran arrojados a la muerte intrépidos jóvenes paraguayos.
El estado mayor alemán, en ejercicio desde 1808 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1945), debería seguir siendo, a pesar de las armas nucleares, para ejército de países en desarrollo como Paraguay, el modelo organizacional que busca movilidad y profundidad estratégica:
1) La estructura de ese estado mayor era flexible lo que permitía a sus generales adaptarla a sus necesidades.
2) Se lo examinaba constantemente y se modificaba de acuerdo la experiencia adquirida de las guerras.
3) Divulgaba la estrategia en todo el ejército: los oficiales de cada división adiestraban a
los oficiales de las brigadas bajo sus órdenes, y así sucesivamente hasta el escalón batallón.
4) Más que emitir órdenes rígidas, el estado mayor abrazaba el mando de misión impuesta y misiones deducidas: una declaración de la misión general, una directiva por seguir en su espíritu, no al pie de la letra como Solano López
imponía, sino como practicaba Estigarribia. Con este modo de actuar hacía que oficiales y soldados sean motivados y comprometidos, el rendimiento de estos mejoraba y el proceso de toma de decisiones se agilizaba. La movilidad, es decir, la maniobra estaba grabada en la mente de todos los oficiales alemanes. Todas estas bellas virtudes militares del ejército teutónico, Hitler las destruyó.Duele decir, pero es necesario decir, que el mariscal López en todas sus operaciones, excepto Curupayty, obró desacertadamente, y
como resultado las derrotas. Sus campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes; incluida las graves derrotas en las batallas fluvial de Riachuelo y Tujutî; y las defensivas de Humaitá, Villeta y Cordillera, son pruebas testimoniales de su incompetencia como general en jefe del disciplinado, dócil, valiente y estoico ejército paraguayo. Por lo tanto, de la conducción del gran ejército paraguayo por el mariscal López no hay nada de qué envanecerse ni vanagloriarse ni enorgullecerse o jactarse, pues, desde el comienzo de la guerra hasta el final hay bastante de qué lamentarse y demasiado para indignarse, y no sólo de su ineptitud militar, sino también de sus arbitrariedades e innecesarias crueldades.
Un estadista alemán dice, «No se debe empezar guerra
alguna cuando es necesario, sino sólo cuando se quiere». Es decir, sólo cuando
las conclusiones del potencial de guerra nuestro confrontado con el potencial
de guerra del contendiente indican que se dispone de altas posibilidades de
obtener la victoria. Esta estrategia practicó el Paraguay en la disputa con la
República de Bolivia sobre el Chaco, que con diferentes pretextos iba
postergando hasta el momento oportuno. Tratándose de la guerra que Solano López
emprendió contra el Brasil y la Argentina, preciso es distinguir entre
pretextos, causas y origen de aquella acción bélica. El equilibrio de poderes, la falacia de que había un tratado
secreto de alianza entre la Argentina y el Brasil para repartirse el Paraguay y
el Uruguay, eran razones fingidas que Solano López alegaba para ocultar el
verdadero motivo, y justificar la formación de un ejército sin parangón en el
continente. Pretextos para emprender la guerra nunca faltan a los dictadores,
conforme a este aserto no les faltaron ni a Hitler ni al general Solano López,
porque ambos estaban dominados por
una obsesión de conquista, de gloria épica y con derecho a imponer su voluntad
y tipo de gobierno a los demás. Esta clase de hombres suelen tener arraigada
las peores cualidades de un ser humano; y cuando toma el poder sabe mantenerse
a cualquier precio, especialmente por la corrupción generalizada que ha
estimulado, y sólo dejará el poder por muerte por vejez o arrojado del poder a
cañonazos.
Luque, 25-03-2021[1]
NOTA. Podemos citar las campañas de Uruguayana y Corrientes, y las batallas, fluvial
de Riachuelo y Tujutî.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿EPOPEYA O DESTRUCCIÓN?
CAPÍTULO IX. CAUSAS Y ORIGEN DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
Sección 1. Consideraciones
Consideramos causa todo aquello que se hace para que una cosa se produzca, pudiendo ser varias: causas de una guerra, causa de las inundaciones, causa de un accidente, causa del “Covid-19” u otras enfermedades, causa de una manifestación pública. Sin embargo, el origen puede ser una sola: origen de una guerra, origen de un debate, origen de un río, origen de una discusión, etc.
Un libro ejemplar sobre las causas de la guerra de 1864-1870. El
ciudadano inglés, Pelham Horton Box desarrolló magníficamente en su estupenda
obra “Los orígenes de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”, que
escribió con maestría de historiador. Sin duda, es la mejor obra escrita sobre
el tema hasta ahora, por lo tanto, es indispensable su lectura para conocer la
verdad sobre aquella guerra, y dejar de decir disparate. Él era catedrático de
Historia Moderna en el King’s College, de la Universidad de Londres. Fue
editado por “El Lector”.
Pobres razones para la guerra fueron las causas que López exhibió.
Decir que no fue López quien provocó la guerra, sino lo fue el Imperio del Brasil por no obedecer la nota del 30 de agosto de 1864 enviado por el presidente F. Solano López o porque una fracción de tropas brasileras ocupó brevemente la localidad uruguaya de Villa de Melo, fronteriza con el Brasil, en son de represalia o porque el Brasil y Argentina desean repartirse el Paraguay y Uruguay, es una de las formas más frecuentes de eximirse de la obligación de examinar las causas y el origen de aquella guerra apropiadamente. Cuando alguien toma una de estas posiciones, tenemos la propensión a sospechar la presencia en nuestro interlocutor, que su exaltado nacionalismo no le permite abrir los ojos a la verdad para no destruir sus ilusiones; por lo tanto, tenemos el derecho de pensar que el origen de su diamantina posición es de una cierta pereza mental o de una corta vitalidad intelectual. La declaración de guerra es un asunto de hostilidades que un gobierno piensa hacer a otro. Suele precederle un manifiesto por la cual un gobierno expone los antecedentes de la disputa, y en este documento se explica los que ha causado aquella resolución.
La ley moral prohíbe exponer a una nación, sin razón muy
importante, a un riesgo mortal; de esto podemos inferir lo que sigue: no
condenar con la máxima energía a los jefes de Estado que provocan guerras sin
esforzarse por impedirla, o detenerla aun comprobada de forma inequívoca que ya
está perdida, constituye un crimen de lesa humanidad.
Los nacionalistas creen que la historia solo existe para
gloriar a Solano López; de ser así, confunden historia con mito; esto explica
que los que ellos quieren no es historia sino mito. Pero la función del
historiador es justamente desinflar mitos y no crearlos. La objetividad para ellos
no es estar libre de compromiso con la verdad, sino comprometido con el
producto de la imaginación creadora de O’Leary: el mito “mariscal López”. Los
veneradores del héroe por decreto intentan convertir al historiador en creador
de la historia, a gusto y a la medida de ellos.
Lo cierto es que el mariscal
López conducía el ejército paraguayo sin apoyarse en la teoría, sino en
procedimiento empírico. Esto proviene de su ignorancia del arte de la guerra;
sin embargo, sus veneradores, con un punto de vista de exagerado patrioterismo,
no se cansan en encomiarlo y pretenden elevarlo en la cúspide de la fama. Ellos
tienen la tendencia a tomar las acciones de López en su aspecto más favorable,
como la de convertir derrota en victoria y la inútil muerte masiva de los
compatriotas como gloria nacional, a pesar del proverbio que dice: «conquistar
gloria sin provecho para la nación es inútil sacrificio». De este modo han
convertido la historia de la guerra de 1864-1870 en un laberinto de tal forma
que resulte muy difícil a los paraguayos, principalmente los menos capaces de
discernir entre el bien y el mal, conocer la verdad. No es nada fácil para un
ciudadano poco listo penetrar en una fortaleza rodeada de montaña de mentiras
sobre la historia de aquella guerra que López la provocó temerariamente para encontrar
la verdad. De este modo, los exaltados nacionalistas han convertido al Paraguay
en la tierra de la gran mentira, y como consecuencia la corrupción
generalizada. ¿Por qué ocurre esto?, por la tendencia nacionalista de los
textos escolares. De este modo, desde la escuela primeria a los niños y a los
adolescentes en las secundarias se los enseña la historia de la guerra contra
Argentina, Brasil y Uruguay bastante manipulada.
Nadie puede bloquear el camino a la verdad.
Con la convicción de que nadie
puede bloquear el camino a la verdad ni la constancia de los hechos que
llevaron al Paraguay a la ruina, insistimos con perseverancia con nuestro
propósito de tratar que los compatriotas aprendan a distinguir los hechos de la
ficción, historia de mitos, y profesionalismo militar del empirismo.
Lo más importante que el mariscal López debió resolver
antes de empezar a atropellar los territorios de Brasil y la Argentina consiste,
si era posible conseguir el dominio de los ríos Paraná y Uruguay, para
garantizar una línea segura de abastecimientos y de retirada en caso de
malograrse las invasiones a los territorios de aquellos países. Esto sólo era posible con la
destrucción de la poderosa escuadra imperial. Su decisión de intentar
destruirla se puede considerar de valerosa o temeraria, de inepta o
irresponsable. Desgraciadamente, el mariscal López emprendía operaciones como
si fuesen juegos de azar; con escasa esperanza de éxito apostaba fuerte. Sin
embargo, después de la destrucción de su flota de guerra en la batalla fluvial
de Riachuelo y las desastrosas campañas de Uruguayana y Corrientes; a más de
esto la aniquilación del resto del primer gran ejército en Tujutî, totalmente
desconcertado, ignorando el principio de masa, empezó a emplear su ejército por
destacamento: en la campaña de Villeta procedió él mismo a debilitar su
improvisado segundo ejército, fraccionando en cinco partes: Ytorôrô, Villeta,
Pikysyry, Angostura y Lomas Valentinas; en vez de concentrar su débil
fuerza en una sola área de defensa: Lomas Valentinas.
En la guerra hay que considerar siempre la posibilidad
de la derrota, y en este caso dejaría el país en manos del enemigo, y el pueblo
se convertiría en servidumbre del vencedor. Para evitar esto, al perder la
batalla decisiva se debe buscar poner fin a la guerra por medio diplomático,
por varias razones: el gobierno jamás debe permitir que ni un soldado más muera
cuando se percibe que la guerra no se puede ganar, y menos el absurdo de seguir
luchando hasta que el país alcance el punto de su bancarrota. El jefe de Estado,
una vez que se perdió la batalla decisiva debe tener la sensatez para aceptar
las condiciones del vencedor, y empezar a negociar la paz. Porque como aconsejó
Liddell Hart, «nunca salir de la guerra exhausta, sin pensar en lo que vendrá
después». Y el después para el Paraguay
era estar preparado para resolver la disputa con Bolivia por el Chaco
Occidental. Cuando se firmó el tratado de la Triple Alianza el 1º de mayo de
1865, un plenipotenciario del gobierno de la República de Bolivia trataba de
integrar la alianza contra el gobierno del Paraguay.
En todo conflicto, la causa que un gobierno del Estado defiende debe
parecer más justo que la del enemigo; cuestionando sus motivos y haciéndolo
parecer malicioso. Se puede neutralizar su base de apoyo y espacio de maniobra,
apuntando en los puntos vulnerables de su imagen nacional e internacional,
exhibiendo su doblez. No se debe esperar que la justicia de nuestra causa por
sí sola sea conocida por todos los países, sino que es indispensable publicar y
promover siempre para agitar la opinión pública nacional e internacional. En
todo lo posible se debe tratar de convencer a la irreducible opinión pública internacional
que nosotros somos la víctima. Cuando el enemigo justifica mejor su causa,
debemos considerar esa acción no como resultado de la moral, es decir, de lo
bueno, sino una hábil estrategia para engañar. Entonces, hay que buscar la
manera de debilitar y si es posible neutralizar el efecto de la propaganda por
una acción contraria. Empezada la disputa por demostrar quién tiene razón, hay
que pelear por ganar el apoyo de la opinión pública internacional, tal como
haríamos en una guerra: usar todas las armas para destruir la buena fama del
enemigo y de este modo dejar ver o hacer creer que no es verdad los que propaga
o difunde contra nosotros. Revelar hipocresía del adversario es un arma
poderosa: la gente siente aversión por toda persona que disimula lo que no es o
lo que no siente.
Si la guerra es inevitable, es importante no ser el primero en apretar
el gatillo del fusil, sino hacer siempre lo que se pueda por lograr que sea el
otro el que empieza la agresión. De igual manera, aun si se libra una guerra de
agresión como la guerra del mariscal López contra el Brasil y la Argentina
simultáneamente, se debe buscar la forma de no ser considerado como
conquistador, sino como libertador. No luchar por territorio o dinero, sino
para liberar a personas que sufren bajo un régimen opresor, tal como hicieron
los gobiernos aliados agitando la bandera de la libertad: «la guerra es contra
el tirano Solano López y no contra el Paraguay». Es necesario hacer honor a la buena
fama lograda a través de los tiempos, practicando lo que se predica, si hay
ocasión para formar alianza, hay que hacerla, pero con la que sostiene la causa
más justa del momento. Ejemplo la Segunda Guerra Mundial: por un lado, la
alianza entre Gran Bretaña, Francia, Rusia y Estados Unidos contra la potencia
del Eje (agrupación constituida por Alemania de Hitler, Italia de Mussolini y
Japón).
La guerra se hace
por interés propio que podría ser: 1) para protegerse de una invasión; 2) si la invasión ya se ha materializado, emplear todos los medios para expulsar al enemigo del propio territorio; 3) tomar territorios o recursos de un país vecino; 4) modificar el equilibrio del poder regional, continental o mundial. A menudo la moral es solo un disfraz del deseo de más territorio, más riqueza, más poder. La guerra por interés propio suele terminar cuando los intereses del vencedor han sido satisfechos. El punto esencial de la guerra es la justicia de la causa; por lo tanto, para ser creíble ya durante la paz hay que ganar buena fama para sí y una mala reputación al potencial enemigo. Sin embargo, será indispensable hacer saber la justicia de la causa pública y solemnemente, proclamando rectitud y revelando que el gobierno enemigo no tiene mérito ni disposición para acordar una paz de conveniencia mutua.
Sección 2. Las causas de la guerra.
Toda controversia sobre
quien provocó la guerra gira en torno de la cuestión de la prioridad de las
causas. Abajo enumeramos las causas que llevaron a la guerra de la Triple
Alianza contra el gobierno paraguayo:
1) La debilidad de las fuerzas militares de Argentina y Brasil que incitó a Solano López a desafiarlos; pero sin considerar el grandioso potencial de guerra de ambos países.
2) Las tres falacias: a) amenaza del Brasil al equilibrio de poderes en la región; b) que las
independencias del Paraguay y Uruguay corrían altos riesgos; y c) el supuesto tratado secreto entre Argentina y Brasil para repartirse el Paraguay y el Uruguay que nunca existió.
3) La intervención del presidente Solano López en los asuntos internos del Uruguay.
4) Diplomacia e inteligencia del gobierno paraguayo poco eficiente.
5) Caso Pereira Leal y la expedición punitiva del Brasil contra Paraguay, que fue frustrado mediante la intervención de los gobiernos de Gran Bretaña y Francia.
6) La breve ocupación de Villa de Melo por una brigada de caballería brasilera.
7) El rechazo del ofrecimiento del presidente paraguayo para mediar en el conflicto del Uruguay.
8) El rechazo de Mitre a la solicitud del mariscal López para que el ejército paraguayo transite por
territorio argentino para invadir la provincia brasilera de Río Grande del Sur, fronteriza al Uruguay.
9) Ultimátum del Brasil al Uruguay del 4 de agosto de 1864.
10) La represalia que ejecutó el Imperio del Brasil contra el gobierno del Uruguay desde el 1° de diciembre de 1864.
11) Ultimátum del 30 de agosto de 1864, del gobierno de Paraguay al del Brasil.
12) El fracaso de la conferencia de Punta del Rosario por la obstrucción disimulada del gobierno del
Partido Blanco uruguayo, aliado de López.
13) La acerba crítica que la prensa argentina dirigía
al dictador paraguayo.
14) El avance del liberalismo
político en el Río de la Plata. Esto ya era un hecho en la Argentina y el
Brasil, en tanto que, en Uruguay, el Partido Colorado, liderado por el general
Venancio Flores, ya se declaraba a favor del liberalismo político, en tanto que
el Partido Blanco prefería continuar con la dictadura, apoyado por el presidente
paraguayo general Solano López. De consecuencia, naturalmente nació la alianza
entre el Partido Blanco oriental y el general Solano López, para contener el
incontenible avance del liberalismo político y económico en Sudamérica, que
amenazaba a los gobiernos dictatoriales que aún se resistían al cambio.
15) Las dictaduras de Francia y
los López que mantenían innecesarios conflictos con los gobiernos de los EE. UU., Gran Bretaña y Francia.
Los orígenes de la guerra. 1) El apresamiento, por orden del general López, del
paquete brasilero “Marqués de Olinda” en el río Paraguay sin declaración de
guerra, conforme al derecho de gentes. En aquel entonces, el río Paraguay ya
era libre para los barcos de todos los países. Este hecho constituyó una
violación del derecho de gentes; consecuentemente, lo consideramos como el origen
de la guerra de la Triple Alianza contra el gobierno del mariscal López.
NOTAS
1) En 1853, por supuesta
conspiración contra el gobierno del Paraguay, Carlos A. López expulsa del país
-entregando sus pasaportes- al embajador del Brasil, F. J. Pereira Leal. Para
exigir reparaciones por esta agresión, el emperador envía una poderosa escuadra
en son de disuasión. La expedición termina en humillante fracaso por la
presencia de las flotas de guerra de Gran Bretaña y Francia en el Río de la
Plata, cuyos respectivos gobiernos, gracias a la mediación de Urquiza, había
advertido al emperador de Brasil que la soberanía del Paraguay debía ser
respetada.
2) La famosa conferencia de
Punta del Rosario que fracasó por la obstrucción de los gobiernos de Uruguay y
Paraguay.
Luque, 26-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿EPOPEYA O DESTRUCCIÓN?
CAPÍTULO X. LA HISTORIA MILITAR
Sección 1. Consideraciones
Tras el regreso de Buenos Aires de Enrique López Lynch,
hijo de Solano López y madame Lynch, uno de los herederos de la cuantiosa
fortuna de sus padres compró el periódico “La Patria” y contrató a los poetas
Juan E. O’Leary y Martín Neocoechea Menéndez (argentino) con el propósito de
reivindicar al padre. De manera entonces, todas las obras de O’Leary que
aparecieron en la posguerra hicieron levantar de nuevo el indigno clamoreo, el
odio y la ira de los paraguayos, principalmente de los legionarios, los
familiares de los fusilados y de los 250.000 muertos, y los más de dos mil
mujeres que con sus pequeños hijos, por orden del mariscal López, deambulaban en
condiciones miserables por los campos de concentración de Cordillera, Yhu,
Curuguaty y Espadín sucesivamente. O’Leary despertó el orgullo de los
nacionalistas que empezaron a inspirarse en los méritos imaginarios del
mariscal López. Los exaltados nacionalistas han demostrado que no tienen
interés en la verdad sino alguien a quien venerar, y como en aquel tiempo aún
no había paraguayos dignos de elogiar como héroes de guerra victoriosa, tales
como Eusebio Ayala, Estigarribia, Carlos J. Fernández, Nicolás Delgado, Rafel
Franco, Eugenio A. Garay, Luis Irrazabal, etc., quedaron encantado de la forma
cómo O’Leary presenta la figura de Solano López y relata la historia de la guerra
del Paraguay de 1864-1870.
Enrique López Lynch aprovechó la ocasión para llenar el
vacío al contratar a los poetas citados arriba, para iniciar la campaña de
reivindicación del mariscal López. Empezaron
por neutralizar el odio que la mayoría
de los paraguayos de la inmediata posguerra sentían por el “máximo héroe sin
parangón”. Ambos poetas
publicaron por el mencionado periódico numerosos artículos de estilo heroico,
convirtiendo derrotas en victorias y la inútil muerte masiva de los
compatriotas en gloria nacional, a pesar del proverbio «conquistar gloria sin
provecho para la nación es inútil sacrificio».
Medio siglo después de la terminación de la guerra, y
cuando se moderaron el dolor y repudio al mariscal López, empezaron a crear
alrededor de él una falsa aureola gloriosa que hasta ahora se mantiene, aunque
cada vez con más dificultad.
La historia militar es la única que brinda el campo
experimental más fecundo para la preparación de los oficiales para la
conducción superior. Los más grandes capitanes reconocieron que la historia
militar puede proporcionar a los profesionales militares útiles experiencias.
Los conocimientos necesarios a la técnica de conducción se extraen de ella,
porque proporciona todo lo que es preciso saber en materia de procedimientos,
normas y principios que rigen su aplicación en todos los escalones de mando.
La experiencia que el general podrá aplicar en la conducción
de su ejército se adquiere en la guerra misma; pero la experiencia en la guerra
no es suficiente porque rara vez se presenta la misma situación. Entonces no
queda otro recurso que apelar a la historia militar, es lo que se denomina la experiencia
previa o la experiencia ajena o experiencia sobre la guerra. No todo
profesional militar logra percibir lo que la historia militar encierra, y donde
se oculta lo más recónditos secretos del arte de la guerra y su conducción. Por
ello, la historia militar debe regirse por una severa metodología y apoyarse en
argumento serio y en la verdad de los hechos relatados.
El historicismo militar es la ciencia del estudio
crítico-analítico de la historiografía militar. Diciendo de otro modo, es la técnica
de investigación y construcción de los hechos históricos. Las bases científicas
de la guerra derivan de una técnica de conducción consagrada por los grandes
maestros de la guerra a través del tiempo, y deducida también de los mismos
hechos de armas, técnica que gradualmente ha ido concretándose en forma de
leyes, principios, procedimientos y reglas que dieron origen a la teoría de la
guerra, y de donde nacieron la estrategia militar y las tácticas.
Entonces, no admite duda ni disputa que los conocimientos
necesarios a la técnica de conducción se extraen de la historia militar; ella
proporciona todo lo que es preciso saber en materia de procedimientos, normas y
principios que rigen su aplicación en todos los niveles de mando, así como
también todo lo referente al cargo de comandante: instrucción, moral, equipamiento
y logística. Estos conocimientos se pueden obtener de las guerras más
recientes.
Escribir historia militar no es patrimonio de los militares, porque cualquier intelectual o historiador puede narrar sin inconveniente alguno. Donde no suele mostrar habilidad es en los siguientes puntos: desconocimiento de los principios de la conducción, nos referimos a los siguientes: los vocabularios militares, la superioridad numérica que es preciso contar para atacar la posición del enemigo, terreno más ventajoso para la defensa y la vía de acceso más conveniente para el ataque, etc. Así como la ventaja o desventaja que la topografía ofrece para cada operación. Es honroso reconocer que la mayor parte de las obras sobre guerra fueron escritas por señeros historiadores; además, están llenas de sabias experiencias para los militares profesionales como son “Los Anales” de Tácito, “La Eneida” de Virgilio, “Ciropedia” de Jenofonte, “Guerra y paz” de León Tolstoi, incluso algunas de las obras de Shakespeare que tiene relación con la guerra: Enrique IV, Enrique V, Julio César, Macbeth, Hamlet, etc.
Sección 2. Algunas opiniones sobre la historia militar
Helmuth von Molke, Mariscal prusiano (1800-1891). Jefe de estado mayor (1857-1888), dirigió el ejército durante la guerra de los Ducados (1864), durante la guerra austro-prusiana (1866) y durante la guerra franco-prusiana (1870-1871). La guerra de los Ducados 1864, conflicto que enfrentó a Dinamarca con Austria y Prusia por la posesión de tres ducados.
Dinamarca vencida, tuvo que ceder a dichas potencias los territorios en disputa. Molke nos legó la más sabia advertencia en la siguiente frase: «Las mejores lecciones para el futuro las obtendremos de nuestra propia experiencia, pero como esta última no nos será concedida sino en forma muy limitada, es necesario utilizar, mediante el estudio de la historia militar, la experiencia de los demás». En otras palabras, conducirse con experiencia ajena porque la propia siempre llega tarde y cuesta cara.
Queda demostrado que el conductor no debe ir a la guerra con ideas preconcebidas, sino deberá inspirarse en la situación real del momento, porque durante la batalla la situación cambia frecuentemente y a veces inesperadamente; y como la historia militar no tiene otro fin que la educación del espíritu y mejorar la agilidad mental; por lo tanto, en vano se buscará en ella la regla para resolver un problema inmediato. Todo esto llevó a decir a Moltke: «En la guerra hay que hacer lo que sea más adecuado a cada caso y sin dejarse atar por reglas generales invariables».
Conde Alfred von Schlieffen (1833-1913), Mariscal alemán, jefe de Estado Mayor desde 1891 hasta 1906, dio su nombre al plan de campaña aplicado por Alemania en la Primera Guerra Mundial, proclama en un
discurso pronunciado en 1910 con motivo de la conmemoración del cincuentenario de la Academia de Guerra de Berlín: «Delante de todo el que quiera llegar a ser general del ejército, hay un libro titulado: Historia de la Guerra» (Leopoldo R. Ornstein en su obra “El estudio de la historia militar”, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, Buenos Aires, 1957. Pág. 102).
Federico II el Grande (1712-1786). Dio mayor importancia al estudio de las
guerras del pasado que a su amplia experiencia de la guerra. Se refiere a la historia militar de este modo: «El
arte de la guerra exige un permanente estudio; yo estudio toda clase de historias militares, desde César en
la Galia hasta Carlos XII en Poltawa. Estudio con todas mis fuerzas y hago todo lo posible para adquirir los
conocimientos que son necesarios para resolver dignamente las cuestiones correspondientes a mi cargo; en síntesis, trabajo y estudio para hacerme mejor y para llenar mi espíritu con todo lo que el pasado y la época actual ofrecen como ejemplos esplendorosos».
Carlos XII (1682-Noruega 1718). Venció al rey de Dinamarca en Copenagüe, a los rusos y a Augusto II rey de Polonia en Kliszóv. Pero fue derrotado en Poltawa (ciudad de Ucrania al suroeste de Járkóv) por el zar de Rusia Pedro I el Grande. Se refugió en Turquía. En 1715 regresó a Suecia. Cuando atacaba Noruega murió en el sitio de Fredikshald en 1718.
Napoleón. Aconsejaba a sus generales hacer la guerra como Alejandro, Aníbal, César, Gustavo Adolfo y Federico II: «Leed la historia de sus 83 campañas. Volved a leerlas y formaos en su ejemplo. Éste es el único camino para llegar a ser un gran general, dominar los secretos del arte de la
guerra y adquirir el conocimiento de la alta conducción».
Clausewitz, escribió:
«De los libros de historia militar no debe llevarse a la guerra nada más que la
educación del espíritu o entrenamiento mental. El que va a ella con ideas
preconcebidas, que no han sido inspiradas por la situación real del momento que
se enfrenta, verá desmoronarse su edificio por la fuerza de los acontecimientos
antes de que esté terminada. La más hermosa regla de conducción será siempre la
que produce el genio en el instante preciso y oportuno».
Los métodos y reglas, así como los principios, se establecen para que desempeñen una función orientadora, al raciocinio pertenecerá siempre determinar si son convenientes o no para
aplicar a cada nueva situación que aparece.
Ferdinand Foch (1851-1929), mariscal de Francia, Gran Bretaña y Polonia; se
distinguió durante la primera guerra mundial en la que condujo a los ejércitos
aliados a la victoria. Era un erudito historiador militar, y su estudio tuvo
resonancia mundial. Fue, sin duda alguna, el faro luminoso en la preparación y
formación de Estigarribia el Grande, que se formó en la escuela de Foch,
cumpliendo ampliamente la historia militar su función en la guerra del Chaco.
Lo real y lo lógico es que
los hechos históricos no pueden valorarse si se los manipulan o se falsean, por
lo tanto, es preciso escribir la historia de cada guerra y cada batalla tal
como acontecieron, porque sólo así puede ser provechosa. Todo lo demás es pura
especulación que no sirve para obtener experiencias, finalidad de la historia militar.
La mayoría de los conductores coinciden en un mismo objetivo a alcanzar con el
estudio de la historia militar: la educación del espíritu. Es decir, que es
preciso adquirir una experiencia previa sobre la guerra. Esa educación
espiritual es lo único que del estudio de la historia militar debe llevar el general
a la guerra, sin atarse jamás a ideas preconcebidas.
Luque, 27-03-2021
Día lunes 29 de marzo: Juan E. O’Leary.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864-1870)
¿Epopeya o destrucción?
Apéndice 3. “El discurso de Gettysburg”,Abraham Lincoln (19-XI-1863).
La batalla de Gettysburg (1 al 3 de julio
de 1863) se desarrolló alrededor del pueblo de Gettysburg, Pensilvania. Ha sido
la batalla que tuvo más bajas en los Estados Unidos y es frecuentemente
considerada como el punto de inflexión de la guerra civil estadounidense
(1861-1865), marcando el inicio de la ofensiva de la Unión o del ejército del
Norte contra el ejército del Sur (confederado o esclavista) conducido por un
egresado de la academia militar de West Point, general Robert Lee.
Gettysburg fue la batalla más grande que se
llevó a cabo en el hemisferio occidental: ejército confederado o sudista, 75.000
hombres, y ejército nordista o de la Unión o antiesclavista o federalista,
40.000. En total hubo 50.000 muertos. La guerra le costó a los EE. UU 617.000
muertos.
Llama la atención que el mariscal López,
quizá estaba más o menos informado de la guerra de Napoleón, pero no le
interesó la guerra de secesión norteamericana donde se emplearon tácticas novedosas
y nuevas armas para la época.
Hemos decidido incluir este famoso discurso
que se convirtió en lema de los Estados Unidos de Norteamérica, cuando en una
película observamos un acto de un colegio en que un grupo de alumnos recitaba
una estrofa cada uno de aquel memorable discurso de Lincoln después de la victoriosa
batalla que aseguró a los Estados Unidos constituirse en Estado Federal. Es
importante señalar que «ninguno de los periodistas presentes en la inauguración
del nuevo cementerio nacional en Gettysburg juzgó que las palabras de Lincoln
fueran dignas de transmitirse. Uno de los periodistas escribió al final de su
artículo: “el presidente también dijo unas palabras”». Cuatro meses después de
la victoria de los nordistas o federalista, el presidente Lincoln visitó el
campo de batalla cuyo discurso resonó a través de los tiempos.
Este discurso hemos extraído de la obra de Nicholas
Hobbes “Militaria”, Ediciones Destino, S. A., 2005, Pág. 59. He aquí el
discurso:
«Hace ahora ochenta y siete años, nuestros
padres fundaron en este continente una nueva nación, concebida en la libertad y
consagrada al principio de que todos los hombres nacen iguales. Nos hallamos
ahora inmersos en una guerra civil en la que se pone a prueba si esta nación, o
cualquier otra igualmente concebida y consagrada, es capaz de perdurar.
«Nos hemos reunidos en un gran campo de
batalla de esa guerra. Hemos venido a dedicar una parte de ese campo a eterno
lugar de reposo de aquellos que dieron su vida aquí para que esta nación
pudiera vivir.
«Es absolutamente apropiado y justo que así
lo hagamos. Aunque lo cierto es que en un sentido más amplio nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este suelo. Los valientes que lucharon aquí, los que murieron y los que vivieron, lo han consagrado en mucho mayor grado de lo que nuestras pobres fuerzas puedan añadir o restar. «El mundo apenas si advertirá y no
recordará gran cosa de lo que digamos nosotros ahora, pero jamás olvidará lo
que ellos hicieron aquí. A nosotros los vivos nos corresponde más bien
dedicarnos ahora a esa obra inacabada que los que aquí combatieron dejaran tan
noblemente avanzada. Nos corresponde más bien dedicarnos a esa gran tarea que
aún nos queda por delante: la de que, por el deber hacia estos honrosos
muertos, nos consagremos con devoción mayor a la causa por la que ellos dieron
hasta la última muestra de devoción; la que resolvamos aquí y ahora que su
muerte no haya sido en vano; la de que esta nación, por gracia de Dios, vuelva
a nacer en la libertad, y la de que el gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo no se desvanezca de la faz de la Tierra» (fin del discurso).
Como es posible que haya algunos que no distingue
la diferencia entre Confederación de Estados y Federación, pasamos a hacer un
breve comentario sobre cada una.
La Confederación. La confederación de Estados es una entidad
jurídica internacional. Nace cuando diversos Estados soberanos y libres deciden
formar una Confederación, y ella se lleva a cabo mediante un tratado
internacional. En la Confederación, cada Estado se vinculan de modo directo con
los demás países; sería algo así como hoy es la Unión Europea. Vale decir, los
Estados que conforman la Confederación a través de un tratado internacional;
pero siguen manteniendo relaciones internacionales, por lo tanto, tienen sus
respectivas embajadas en los diversos países. Un ejemplo: la Confederación Bolivia-Perú
en 1836 hasta 1839. Actualmente no existe un Estado Confederado. La Unión
Europea parecería que va evolucionando, pero muy lentamente, hacia un Estado
Federal. La Confederación dura hasta que se logra el objetivo: económico,
comercial, militar defensivo, etc. Sin embargo, cuando el objetivo es
permanente puede ocurrir que la Confederación se transforme en una
Federación.
El federal. El Estado Federal tiene una constitución,
es una entidad jurídico-política; si bien surge de Estados soberanos, deciden en parte renunciar a esa soberanía para constituir un nuevo Estado que es una Federación, y van a tener una constitución común para todos esos Estados que componen la Federación. No obstante, cada Estado seguirá teniendo su propia constitución, la que deben subordinarse a la constitución de la Federación. En el Estado Federal solo el gobierno de la Federación es sujeto de derecho internacional. O sea, solo el gobierno federal puede firmar tratados internacionales, ratificación de tratados con otros países, declarar la guerra, mantener relaciones a través de las embajadas con los países del mundo. Ejemplos: Estados Unidos de Norteamérica, la República Federativa del Brasil, etc.
.FIN
Luque, 28 de marzo de 2021.
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿EPOPEYA O DESTRUCCIÓN?
CAPÍTULO XI. JUAN EMILIO O´LEARY
El poeta O’Leary
devenido a historiador había nacido el 12 de junio de 1879 en Asunción y
fallecido el 31 de octubre d 1969 en la misma ciudad, a la edad de noventa 90 años.
Era hijo del matrimonio de Juan O’leary (un mercader que vino acompañando al
ejército argentino) y Dolores Urdapilleta Carísimo (ambos viudos). Fue
periodista, historiador, político veleidoso, poeta y ensayista. Cursó la
primaria en Encarnación y la secundaria en el Instituto Paraguayo. Algunas de
sus obras: El libro de los héroes, Historia de la guerra de la Triple Alianza,
Nuestra epopeya, El mariscal Solano López y varios más. Juntamente con Enrique
López Lynch, Martín Neocoechea de Menéndez (poeta argentino) e Ignacio A. Pane
iniciaron la campaña de reivindicación del mariscal López, dando comienzo a lo
que se llamó la corriente revisionista de la historia de la guerra de la Triple
Alianza.
La presente obra no
ha sido escrita como contrarréplica a los escritos laudatorios que O’Leary -más
poeta que historiador-, había dedicado al mariscal López. Si algo favorable podemos
decir sobre las obras de historia militar de O’Leary, no podemos sino reconocer
que son obras maestras de la prosa y del estilo sobrio y cuidado, en las que
sencillez y elegancia van juntas y en magnífico equilibrio, ofreciendo al
lector un monumento literario admirable. Sin embargo, a la historia poco le
interesa escribir con elegancia y refinamiento los hechos del pasado, sino la
verdad.
Lastimosamente, no contienen
verdades sobre la guerra del Paraguay de 1864-1870; por lo tanto, difícilmente
podría ser consideradas como historia sino como elogio al mariscal López, que
para tal fin el señor Enrique López Lynch contrató su servicio. Sin embargo, es
honesto reconocer que desarrolló una labor estupenda; aunque hizo mal uso de la
historia; por lo tanto, los manipulados relatos sobre aquella guerra no se
ajustan a la necesaria objetividad porque son tendenciosas y exalta exageradamente
las presuntas hazañas heroicas y valentía del mariscal López que no es fin de
la historia.
Dedicó al mariscal
López alabanzas como si fuese un héroe homérico por las supuestas glorias
conquistadas para la patria, a pesar de que el padre de su patrón en cinco años
de guerra no ganó una sola batalla ofensiva, tampoco estuvo con su reserva
cerca de los campos de batalla para intervenir en la lucha en el momento
adecuado, como corresponde a todo general en jefe.
El género de las
obras de O’Leary: “El mariscal López”, el “Libro de los héroes”, etc.; de
ninguna de estas obras se puede extraer experiencias, porque no son propiamente
historia, ya que este género exige relatar los hechos tal como sucedieron, de
lo contrario, como advierte el filósofo norteamericano Jorge Ruiz de Santayana,
«el pueblo que no quiere recordar algún pasado infausto tal como sucedió,
tendrá como castigo el ver como se repite». Conforme este aserto, las obras de
O’Leary sólo incita a repetir la apocalíptica guerra de 1864-1870. Visto desde
esta perspectiva, el reto que se le planteaba a O’Leary era hacer verosímil su
exposición, sin que pareciera sesgada, de forma que bajo una capa de
objetividad consiguiera atraer el favor y la simpatía del lector hacia el
mariscal López, que era en realidad su objetivo último; y para conseguirlo
recurre a los procedimientos siguientes:
1) Siendo asalariado de
Enrique López Lynch no tuvo el menor escrúpulo para afirmar las más vanas
invenciones como deformar hechos, pues, Enrique pagaba muy bien, lo que se
traduce en un aumento de la apariencia de objetividad.
2) Aparente fidelidad
en la descripción de los acontecimientos, de forma que no aparecen casos
notorios de falsedad al contrastar su información con la suministrada por otras
fuentes creíbles como de Centurión y Thompson, pues estos estuvieron y
participaron en la guerra.
3) Variación del
encadenamiento del relato para que, sin faltar a la “verdad”, la secuencia
causal de los hechos explicara, justificara o engrandeciera la “heroica”
conducción de la guerra por López, y mofarse del enemigo.
4) valoración sesgada
de las virtudes morales de don Pedro II y Mitre, los que, indirectamente,
reafirma por oposición la visión positiva que quiere que el lector se haga del
mariscal López y de su forma de conducir las operaciones militares.
5) Insistencia
permanente en poner de manifiesto la buena voluntad del mariscal López de
respetar la legalidad, la ética y de inclinarse siempre por la negociación
“honrosa para todos los beligerantes”; que el mariscal López sólo se pone al
margen de la ley estimulada por lo que considera injusticias manifiestas contra
el gobierno del Paraguay. De la efectividad del procedimiento podrá dar fe el
lector mal avisado de sus obras, ya que difícilmente tras leerlas llegará a
otra conclusión que no sea admirar al mariscal López.
O’Leary fue el que
lanzó la bala de mayor calibre que haya impactado a la historia de la guerra de
la Triple Alianza. Desafortunadamente, para los veneradores de Solano López,
las obras de O’Leary son una tontería. Entonces, ¿por qué muchos paraguayos
aceptan las ficciones de O’Leary con tanto fervor? Bueno, la respuesta debe ser
que ellos querían que fuesen ciertas. Después de todo, si el emperador del
Imperio del Brasil obedecía el ultimátum que contenía la Nota del 30 de agosto
de 1864 que le fue enviado por el presidente general Solano López, posiblemente
no hubiera habido guerra, porque, tal vez, el mariscal López no hubiera
ordenado a su poderoso ejército a proceder a invadir los territorios ni del
Brasil ni de la Argentina si los gobiernos de ambos países se sometían a su
voluntad.
La manida frase “el
mariscal López defendió la patria y no se rindió”, es mero producto de la
imaginación de O’Leary y sus seguidores, cuyas obras –es justo reconocer-,
sirvió como consuelo a muchos sobrevivientes de la apocalíptica guerra; pero no
se preocupaba por obrar honrada y
justamente al convertir derrotas como si fuesen
victorias, y la inútil muerte masiva de compatriotas como gloria nacional, a
pesar del proverbio: «conquistar gloria sin provecho para la patria es inútil
sacrificio». Es más, no distinguía valentía que es hija de la prudencia de la
temeridad que es hija de la insensatez.
La Biblia de los
lopistas son las obras de O’Leary. Este es el profeta de ellos. Él era algo así
como un vaticinador que rebela la justicia de la causa y el heroísmo del
mariscal López; un vaticinador cuyo mensaje estimula el espíritu patriótico. O
tal vez, es un oráculo que, como el de Delfos, nos dice qué debemos creer. Un
profeta que estructura la historia de la guerra de 1864-1870, y anuncia la
única verdad. Probablemente, por esa causa, hasta hoy nos hallamos a
considerable distancia de la adultez política que sea inmune a las seducciones
de tantas falsedades.
Nota. Delfos, pueblo de la antigua Grecia, en la Fócida, sobre la ladera suroeste del
Parnaso, era un lugar excepcional donde Apolo tenía un templo y una mujer
dotada del don de la profecía, y desde ese lugar emitía sus oráculos o
respuestas a las consultas que se le hacían.
El más encantador de los escritores
nacionalistas, sin duda alguna fue O’Leary, quien consiguió con emociones y
simpatía personal persuadir a muchos paraguayos de que López defendió la patria,
y que fue el único jefe de estado del mundo que a la cabeza de su ejército
luchó hasta la muerte en su defensa. Sus seguidores aceptan las mentiras
artificiosamente urdida de O’Leary, y se atreven a señalar -sin consideración
ni argumento-, diciendo todo lo que se les ocurre, incluso acusan a los que
cuentan la verdad de antipatriotas con el único propósito de impedir que el
pueblo paraguayo sepa que el mariscal López provocó la guerra, y como carecía
de capacidad militar y de carácter para reconocer su garrafal error y
rectificarse, optó por llevar la nación a la hecatombe, a pesar de que el
máximo héroe por decreto, apenas tuvo éxito en la defensa de Curupayty, y no ganó ni una batalla ofensiva en cinco años de guerra. Recordemos, sólo las batallas ofensivas conducen a ganar la
guerra y las defensivas son nada más como preparación para lanzarse a la
ofensiva. Si no se tiene este propósito, lo más razonable es poner fin a la
guerra. Ya que los lopistas aprendieron a creer sin razones. ¿Cómo disuadirlos
con razones? La última operación ofensiva que llevó a cabo el mariscal López
fue la de Tujutî del 3 de noviembre de 1868. Tras la derrota abandona el teatro de operaciones de
Humaitá, manteniéndose en constante retirada de Humaitá a San Fernando, de aquí
a Villeta, de este lugar a Cordillera, y por último de Cordillera hasta Cerro Corá.
A partir de la humillante retirada de Humaitá, empezó a crecer la bestia que López llevaba por dentro.
O’Leary fue el primer escritor o poeta que funge de historiador por encargo. El lado oscuro de
sus obras: su sutil insistencia en la mentira, el desengaño, falsedades, la
manipulación de los hechos por influencia meramente crematística contribuyó a
la desorientación de la gente; por todo ello, sus obras podríamos considerarlos
como comic o simple historieta de hazañas heroicas para muchachos, o adultos
que creen que para demostrar patriotismo hay que venerar al mariscal López. Sin
embargo, como sucede en varios países: los hombres más despreciables son los
hombres más venerados
Los paraguayos
deben leer las obras de O’Leary, pero no como una historia franca y objetiva
que contiene la verdad sobre la guerra de 1864-1870, sino para hacer las
necesarias comparaciones, pues se dispone de otras versiones independientes
como las obras de los testigos oculares de la guerra: Juan Crisóstomo Centurión,
Jorge Thompson, el mayor Max von versen (prusiano), doctor médico Jorge
Federico Masterman (inglés) y el doctor médico Guillermo Stewart (británico).
También consultar las obras de los historiadores de la posguerra: Pelham Horton
Vox (inglés), Harrys Gaylord Warren (USA), Robert B. Cunninghame Graham
(británico), Thomas Whigham (USA), Luc Capdevila (francés), etc. De este modo,
fácilmente se podrá identificar los aspectos distorsionados de los relatos de
O’Leary. Tal vez, podíamos decir a favor de las obras de O’Leary, que él
trataba de dar consuelo al desgraciado pueblo paraguayo de la posguerra con un
cantar de gesta a estilo “Cantar de Mío Cid”. Pero de ningún modo se puede
considerar sus libros como historia, sino como novelas basadas en la historia
de aquella, donde exalta a López como si fuera un Alejandro o Aníbal o Napoleón
o Estigarribia o un Rodrigo Díaz de Vivar.
Nota. Rodrigo Díaz de Vivar (1043-1099), más conocido por El Cid Campeador que
significa vencedor de batallas. Ha sido la personificación y compendio del
heroísmo de los españoles.
Notorios escritores nacionalistas
accedieron adular de modo demagógico a Solano López con una avalancha de hechos
aislados y menudos, y otros escribían utopías imaginarias como el “Libro de los
héroes” de O’Leary, en el cual prevalece la mentira bajo el imperio irracional.
Un ejemplo: en el libro citado de O’Leary señala que en la batalla de Avay
«los paraguayos lucharon hasta morir todos ¡no quedaron ni uno vivo, y nadie se
rindió!». Sin embargo, en párrafos subsiguientes, dice: «…, al día siguiente de
la batalla escaparon del campamento de prisioneros de los brasileros los coroneles
Germán Serrano y Luis Antonio González, mayor Ángel Moreno, José Manuel
Montiel, Zoilo González y Vicente Mongelos», y varios más. O’Leary
escribió sus libros con un solo objetivo: reivindicar a López por la
ignominiosa conducción de la guerra, tal vez para darle al pueblo paraguayo en
crisis un motivo para recobrar la esperanza, y como consuelo por tan vano
sacrificio. El lado oscuro de las obras de O’Leary:
su recurso efectista, así como su sutil insistencia en la mentira, el
desengaño, falsedades, la manipulación de los hechos por influencia de la
codicia, contribuyeron a dar apariencia verdadera al contenido de sus obras. O’Leary y
seguidores intentaron, con cierto éxito hasta ahora, que la “gloria” de López
eclipsara al de Estigarribia; pero la verdad tarde o temprano llega, pero llega.
El arquitecto Jorge Rubiani, en su obra «Verdades y
mentiras», y algunos artículos publicados por un diario nacionalista, celebró
el colapso del Paraguay con una extravagancia dramática; considerándolo como
glorioso la muerte inútil de tantos compatriotas. Él escribió:
«Hoy yo puedo decir, por ejemplo, con absoluta
firmeza, con hechos comprobados, que la Guerra de la Triple Alianza contra el
Paraguay fue una “Guerra de Rapiña”. Una guerra planeada,
pautada y pensada para robar al Paraguay. Para afirmar esto, hay muchísimos
documentos, ninguno de ellos hecho por paraguayos. Eso está comprobado,
certificado, por lo tanto, es verdad».
Los documentos mencionados
por el historiador de la guerra de la triple Alianza, el Arq. Jorge Rubiani -el
que aspira ser O’Leary pero sin su talento-, llevó al palacio del Poder
Ejecutivo y depositó en manos del presidente de la república, Sr. Mario Abdo
Benítez, a comienzo del año 2021. Publicado los documentos, la Academia
Paraguaya de la Historia en una actitud digna, valiente, patriótica y cual
guardián severo de la historia del Paraguay se pronunció afirmando: «que todos
los documentos presentados por Rubiani eran apócrifos». Este acontecimiento fue
un duro golpe a los lopistas impenitentes. El historiador Rubiani ignoró
voluntariamente, porque no es posible que no esté enterado como apasionado
lopista, que Solano López y madame Lynch fueron los que rapiñaron el tesoro
nacional y a los habitantes del Paraguay. La famosa “conspiración” fue urdida por el mismo López;
por tanto, nunca existió; pues sólo era para justificar los miles de ejecutados
de paraguayos y extranjeros con el propósito de apoderarse de sus bienes.
Muchos políticos,
empleados públicos y algunos profesionales militares creen que para demostrar
patriotismo bastaba ser lopista. Pero, ¿de dónde provino este absurdo? porque
nadie necesita ser venerador de López para ser patriota. Por supuesto, de uno
de los acaudalados hijos del mariscal López, Enrique López Lynch, al que Juan
E. O’Leary le vendió su conciencia. Aquel para intentar reivindicar a su padre
con todo derecho, y éste por motivo meramente crematístico, y los actuales
lopistas liderado actualmente por Rubiani, por ignorancia de ¿qué es la guerra?
¿Qué es la historia y su finalidad?, ni siquiera leen obras de historiadores
imparciales e independientes de otros países como los Estados Unidos, España,
Francia, Gran Bretaña y Prusia. Por ello son incapaces de apreciar los
garrafales errores tácticos y estratégico, y las crueldades del héroe por
decreto.
Cuando alguna de
las obras del engañabobos Juan E. O’Leary caían en manos de un nacionalista, la
devoraba ávidamente como si fuese novela policiaca por el apuro en saber quién
es el asesino, que generalmente suele resultar el mayordomo de la casa. Pero
libros escritos por historiadores y no meros exaltadores del mito mariscal
López no son de su agrado, porque sólo se alimentan de mitos o de leyendas. Y
así consigue engañarse a sí mismo por serle más grata la mentira. Hemos leídos
las obras de O’Leary, Chiavenato, Pómer, Alberdi, etc., aunque llena de fábulas,
las hemos leído con atención diligente para ver si podrían ayudarnos llegar al
conocimiento de la verdad; aunque no esperábamos que al escribir sus elogios al
mariscal López se inspiraran en el Sermón de la Montaña. Sin embargo, sus
contenidos no nos ayudaron por ser sus textos sesgados, tendencioso y por
añadidura farragoso. Juan Bautista Alberdi, opositor político a ultranza de
Mitre, había sido destituido como diplomático de la Argentina en París,
Francia. López lo contrata como empleado en la embajada del Paraguay en Paris.
Al inicio de la guerra desempeñó el cargo de jefe de propaganda del mariscal
López en Europa.
Enrique López y
O’Leary tramaron entorno a la figura del mariscal López una aureola de guerrero
victorioso, sin que haya ganado una batalla ofensiva. La figura de López, sin
mérito alguno, gracias a O’Leary había alcanzado la categoría de mito. Dolores Urdapilleta viuda de Jovellanos y madre
de Juan E. O’Leary, por haber sido su primer marido un juez que no se prestó a
las arbitrariedades de Solano López, la mandó al campo de concentración de
Espadín donde se hallaban dos mil mujeres con hijos pequeños. Allí se le murió
de hambre dos hijos menores. Al
respecto, Juan E. O’Leary escribió un poema en ofrenda a la madre y sus hermanitos
muertos, e ignominia al mariscal López, el cual pasamos a transcribir de la
obra de Francisco Doratioto “Maldita guerra”, estas líneas:
Para tu verdugo y para los verdugos de nuestra patria
–perdóname, madre mía.
Madre, tu martirio es infinito. Día tras día, a cada
momento, aparecen ante tus ojos las sombras de tus hijos, muertos de hambre en
la soledad de su peregrinación. Tú los viste morir. ¡Algún día, cuando mi canto
sea digno de ustedes, enterraré su memoria en la cristalina sepultura de mis
versos!
Tú perdonaste al tirano, que tan brutalmente te
maltrató. Yo no lo perdono. Lo olvido. Y en este día, uno mis lágrimas con las
tuyas y con mi alma abrazo a esos pobres mártires, mis hermanitos, muertos de
hambre en la soledad del destierro.
Después, O’Leary aceptó la oferta
del hijo de Solano López, Enrique, y no tuvo inconveniente en convertirse en
apologista a ultranza del mariscal López. «Trabajó en el periódico “La Patria” cuyo propietario era el acaudalado Enrique López Lynch. A partir del 2 de mayo de 1902 principió la publicación de
una serie de 26 textos sobre la guerra contra la Triple Alianza bajo el título
general de “Recuerdos de Gloria”» (Liliana M. Brezzo, en el prólogo al libro “Polémica sobre la historia del Paraguay”, editorial Tiempo de Historia, 2008).
También O’Leary era adherente del
Partido Liberal, pero cuando el Partido Colorado accedió al poder, sin
avergonzarse renunció a su partido y se afilió al Partido Colorado; eso no fue
todo, cuando el Partido Liberal retomó el gobierno en 1904 se pasó lisonjeando
a las autoridades hasta que el presidente coronel Albino Jara le designó
director del Colegio Nacional de la Capital, es más, continuó con sus
adulaciones hasta que el presidente Dr. Eligio Ayala lo nombró encargado de
Negocios en Madrid, España. Ante la metamorfosis de Juan E. O’Leary, el celebrado
poeta Alejandro Guanes le dedicó el poema que transcribimos de la obra de Héctor F. Decoud, “La masacre de Concepción”, Pág. 171,
que dice:
El necio audaz que a la fortuna loca
No más, debió
la suma de poderes,
El que
endiosar a toda costa quieres,
El que tus
labios sin rubor invocan;
Las armas de
la patria, alma de roca,
Las melló en
flagelar pobres mujeres
Y cuan de
cerca, algunos de esos seres,
Alguna de
esas mártires te toca.
Yo nada soy
para que encuentres gloria
En enlodar mi
frente, o que te cuadre
Blanco
hacerme de motas chabacanas.
Toda tu hiel
escupe en la memoria
Del que su
mano vil puso en tu madre;
O eres
deshonra de sus tristes canas.
(5 de setiembre de 1905).
¿Cuándo O’Leary fue sincero, cuando terminó la guerra con las muertes de sus dos
pequeños hermanos en el campo de concentración de Espadín, o después de ser
contratado por Enrique para reivindicar a su padre? Lo que no cabe la menor
duda es que el cambio extraordinario operado en O’Leary es muy digno de la
novela de Franz Kafka.
Nota. Franz Kafka (1883-1924), escritor checo, autor de
novelas, escribió varias obras entre ellas “La metamorfosis (1915).
Finalmente,
digamos que O’Leary fue un consumado sofista conforme nos ilustran grandes filósofos.
Por ejemplo, «Platón criticaba a los sofistas por su formalismo y sus trampas
dialécticas, pretendiendo enseñar la virtud y a ser hombre, cuando nadie desde
un saber puramente sectorial, como el discurso retórico, puede arrogarse tal
derecho. Pitágoras afirma que la primera exigencia de ese arte era el dominio
de las palabras para ser capaz de persuadir a otros. Poder convertir en sólidos
y fuertes los argumentos más débiles». Gorgias dice, «con la palabra se puede
envenenar y embelesar. Se trata, pues, de adquirir el dominio de razonamientos
engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de
los intereses del que habla. Llamaban a ese arte «conducción de alma». Platón
dirá más tarde que era “captura” de almas.
Nota 1. Pitágoras, filósofo y matemático griego (570 a.
J.C.-480 a. J.C.) No dejó ninguna obra escrita. El llamado teorema de Pitágoras
era conocido ya por los babilonios un milenio antes. Consideraba que los
números son el principio, la fuente y la raíz de todas las cosas. La aritmética
Pitagóricas, limitada a los números enteros incluía un teorema de las
proporciones; teorema según el cual «el cuadrado construido sobre la hipotenusa
de un triángulo rectángulo equivale a la suma de los cuadrados sobre los lados
del ángulo recto.
Nota 2. Gorgias de Leontinos (485 a. J.C-475 a. J.C),
filósofo y retórico de la escuela sofista de Grecia Vivió 109 años. Algunas de
sus frases: «La música no puede ser vista y el color no puede ser escuchado. Lo
que no es, no existe».
La agitación de un nacionalismo favorable a Solano López
provenía principalmente de algunos alumnos del Colegio Nacional de la Capital
donde O’Leary era el director. El Partido Colorado contaba en sus filas a
Enrique Solano López (1859-1917) falleció a la edad de 58 años. En 1875, Elisa
Lynch con su hijo Enrique volvieron a Asunción para intentar obtener la
restitución de sus bienes. Al darse cuenta de la hostilidad general que
generaba sus presencias, optaron regresar con las manos vacías, ella a parís
donde murió en 1886; en tanto que Enrique se estableció en Buenos Aires donde
logró enriquecerse. En 1893, contando 34 años de edad, Enrique López Lynch se
instaló en Asunción con el propósito de rehabilitar la memoria de su padre,
luego de haber vivido por dieciocho años en Buenos Aires, donde adquirió buena
educación, riqueza y algunos amigos que le ayudaron. Con bastante habilidad
empezó la rehabilitación de la memoria de su padre: contrató los servicios de
Juan E. O’Leary y del intelectual argentino Martín de Neocoechea Menéndez, y
reclutó estudiantes y participó de la corriente nacionalista.
Nota. A pesar de su enorme fortuna, Enrique López Lynch dejó a su madre vivir y morir en situación
miserable y sus hermanos apenas sobrevivían. Esto demuestra que a Enrique le
pareció más importante reivindicar al padre muerto que socorrer a la medre y
ayudar a sus hermanos que vivían con la madre.
En un momento oportuno, Enrique se hizo cargo de la
dirección del diario “La Patria”, fundado por primera vez en 1894 por los
intelectuales lopistas: Blas Garay y Gregorio Benítez. El periódico ofrecía las
columnas del diario a plumas brillantes de jóvenes como el poeta O’Leary,
Ignacio A. Pane (1880-1920), Blas Garay, Gregorio Benítez y el intelectual
argentino Martín de Goicoechea Menéndez, que se dedicaban a un periodismo
combativo, capaz de destrozar a cualquier anti lopista que aparece. Sin duda,
Enrique, O´Leary y Goicoechea fueron los primeros que empezaron a divulgar
-aunque de modo tendencioso- la reivindicación del mariscal López. Por
consiguiente, a ellos les corresponde el título de precursores del revisionismo
de la historia de la guerra de 1864-1870. Sin embargo, haciendo justicia, no puede
caber duda alguna que Juan E. O’Leary y Juan Natalicio González fueron las
principales figuras del revisionismo de la historia del mariscal López.
Los intelectuales nacionalistas Blas Garay, Gregorio Benítez, Juan Silvano Godoy, Manuel Domínguez, Ignacio A. Pane, Fulgencio R. Moreno (1872-1933), Juan E. O’Leary, Natalicio González y Enrique Solano López Lynch, se consagraron en la rehabilitación histórica del mariscal López. Sacaron de la nada la figura del mariscal, colocándolo en pedestal de gloria. Sin embargo, no era tanto la figura de López como conductor de la guerra el que estaba en juego, sino la rehabilitación política del régimen: la dictadura.
Pues, fueron los partidarios de la dictadura
quienes empezaron -y continúan hasta ahora- la exaltación de la figura
patriótica del mariscal López. Cabe preguntar, ¿Quiénes sacan provecho con la
reivindicación del mariscal López? Por supuesto, los partidarios de la
dictadura y de los que conocen la historia de oídas.
O’Leary dedicó sus obras sobre la guerra de la Triple
Alianza contra el dictador paraguayo, a gloriar a F. S. López, considerándolo
héroe supremo del Paraguay, encarnación de los valores más nobles de la nación,
etc. Pero el sentido dado a la lectura de la historia de aquella guerra
apocalíptica se acomodaba según el régimen del momento, esto no es historia
sino mitos. Se designó a sí mismo como “el despertador del alma nacional” o el
“apóstol del nacionalismo”. Sus seguidores lo elevaron a “defensor de nuestra
causa”. Luis Alberto de Herrera, líder del Partido Blanco uruguayo, lo denominó
«el evangelizador del patriotismo paraguayo». Señalemos que uno de los
ascendientes de Herrera fue ministro de Relaciones Exteriores de su país, y
como tal delineaba la estrategia para lanzar al mariscal López contra el Brasil
y la Argentina.
Durante la dictadura al que se puso fin en 1989, los
cuadros del régimen continuaron exaltando a López y al “caballero de nuestra
reivindicación histórica”, “el cantor de las glorias nacionales”, el
“reivindicador del espíritu de la raza”, “la pluma de oro del Paraguay de todos
los tiempos, el inolvidable don Juan E. O’Leary”.
Luque, 29-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870) ¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO XII
EL MARISCAL LÓPEZ Y LA GUERRA
PARTE I
Sección 1. Consideraciones
Uno de los principales aspectos que diferenciaba a los intelectuales paraguayos de la posguerra,
entre los que tienen interés de contar la verdad como Cecilio Báez, y los
nacionalistas extremos liderados por O’Leary, cuyos escritos fuertemente
sesgados confunden a la gente. Lo que podemos deducir de los escritos de
Cecilio Báez y sus discípulos era que, aunque también ellos enseñaban a sus
seguidores a cuestionar la tradición, iba más lejos que los nacionalistas en el
intento de asentar la moralidad sobre unos cimientos nuevos y racionales. Según
sus pensamientos, tras un periodo de crisis, como la apocalíptica guerra de
1864-1870, la moralidad sólo puede reconstruirse sacando a la luz unos
principios básicos: la verdad, la solidaridad, la libertad.
¿Qué podemos decir
del denominado por un decreto del Poder Ejecutivo en 1936, “héroe nacional sin
parangón”? La juventud de Francisco Solano López nos explica muchas cosas. Desde
la adolescencia ya se hallaba vivamente poseído de una pasión por el poder. Tenía
quince años de edad cuando su padre le incorporó al ejército con el grado de
coronel, y le designó como comandante de la expedición a Corrientes al mando de
una división compuesta de cinco mil hombres. Esta fue la primera intervención
de Paraguay en asuntos internos de la Argentina, al invadir con tropas del
ejército su territorio. A la edad de dieciocho años fue promocionado a la
jerarquía de general y nombrado comandante del ejército; actuó con éxito como
mediador en la guerra civil de Urquiza y Mitre en 1859. Contaba 33 años de edad
cuando viajó a Europa por dieciocho meses y permaneció en París donde se le dio
trato de embajador que le permitió asistir a numerosas reuniones sociales, y
donde tuvo un tórrido romance. Por medio de un alcahuete conoció a la bella irlandesa,
Elisa Alicia Lynch, recientemente separada de su marido, el capitán médico Dr.
Quatrefages del ejército de Francia, con quien se había casado a la edad de
quince años. Alicia Lynch quedó deslumbrada por la riqueza que ostentaba el
general paraguayo. Por todos aquellos hechos, Solano López se convenció a sí
mismo, que la naturaleza le ha destinado a ser jefe de
Estado y con aptitudes para conducir -como Napoleón- grandes operaciones
militares en una guerra. Pero cometió un error grave al interpretar, equivocadamente,
el sentido del “don de mando” por el de hacerse obedecer por el temor.
Sección 2. La expedición a Corrientes
Para esta sección tomamos como guía la monumental obra
de Henry Ceuppens “PARAGUAY: ¿Un Paraíso Perdido?”; editora Litocolor SRL, Asunción-Paraguay,
año 2003, Página 165.
El 11 de noviembre de 1845, el presidente Carlos A. López firma el tratado de alianza ofensiva
y defensiva con la provincia de Corrientes con el plenipotenciario del
gobernador, el general José María Paz. Esto era en realidad una declaración de
guerra contra el gobernador de Buenos Aires, general Juan Manuel de Rosas, que
a la sazón se hallaba empeñado en recuperar las provincias rebeldes del Río de
la Plata: Paraguay y Uruguay. El tratado con Corrientes acusaba al general
Rosas de los siguientes:
«… Ha mantenido un estado de guerra continua, fatal y cruel, que ha atacado los derechos más
grandes de los pueblos, que ha abierto hostilidades contra la independencia,
comercio y navegación de la República del Paraguay, que todas las pruebas
demuestran que solamente espera la oportunidad para mover su ejército y traer los
horrores de la guerra a los territorios de estos Estados … La alianza tiene por
objeto y fin impedir que el general D. Juan Manuel de Rosas continúe en el uso
del poder despótico, ilegítimo y tiránico que se abrogó, …».
Entre las garantías exigidas al dictador de Buenos Aires, estaba el reconocimiento
público de la independencia del Paraguay como estado enteramente separado y
distinto de la Argentina. Se aclaraba que la guerra era contra la dictadura de Juan
M. de Rosas y no contra los pueblos de las Provincias Confederadas. Este mismo
argumento los aliados usaron: «la guerra era no contra el Paraguay sino contra
su presidente».
Para el Paraguay la cuestión era lograr la libre navegación del río de la Plata. Carlos A. López
se comprometió a aportar diez mil hombres y su flota. Al no lograr los
resultados deseados -el reconocimiento de la independencia del Paraguay- el
presidente paraguayo le declaró la guerra a Juan M. de Rosas el 4 de diciembre
de 1845. Designó a su hijo, general Francisco S. López, de diecinueve años de
edad y sin experiencias, al frente de la expedición paraguaya de cinco mil hombres,
que cruzó el río Paraná para unirse a las fuerzas correntinas bajo el mando del
general José María Paz.
Sin embargo, no llegó a enfrentarse con las fuerzas del general Rosas, comandadas por el
general Justo José de Urquiza. Cuando Urquiza marchaba sobre Corrientes se
entera que el general Virasoro derribó al gobernador y destituyó al general
Paz; con estos hechos Urquiza regresa a Buenos Aires. La expedición paraguaya fue
un desastre político y militar. Las tropas se amotinaron, debiendo regresar al
país sin haber disparado un tiro ni logrado nada positivo. Fue la primera vez
que el Paraguay se apartó de su tradicional política de neutralidad y se metió
en una aventura con resultados nada positivos.
Sección 3. El fracaso de la política exterior de Paraguay.
El 1º de mayo de 1851, a instancia del Brasil, el gobierno uruguayo y los gobernadores de Entre
Ríos y Corrientes, Urquiza y Virasoro respectivamente, ultimaron una alianza
militar destinada a derribar al dictador de Buenos Aires, general Juan Manuel
de Rosas. Para tal fin solicitan al gobierno paraguayo enviar un representante,
pero el presidente Carlos A. López no acepta la propuesta. No obstante, los
plenipotenciarios de Brasil, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes se reúnen en la
ciudad de Montevideo, a la sazón sitiada por el general Manuel Oribe, factótum
del dictador de Buenos Aires, y conforman una fuerza coaligada para derrocarlo.
Como el presidente paraguayo no había enviado representante para la importante
reunión donde también se jugaba el futuro del Paraguay, de la conclusión de la
reunión fue informada Carlos A. López y de nuevo invitado a participar de las
operaciones militares; la acepta, pero sólo dio un apoyo moral.
Las fuerzas de la cuádruple alianza
conducida por Urquiza parten de Entre Ríos, cruza el río Uruguay, marcha sobre
Montevideo, levantan el sitio sobre la Ciudad Capital del Uruguay. Luego, inmediatamente
con las fuerzas reforzadas con tropas uruguayas, la fuerza aliada se dirige al
encuentro del general Rosas. La batalla decisiva se libra el 3 de febrero de
1852 en Monte Caseros, ubicada en la orilla derecha del río Uruguay,
desembocadura del río Miriñay. La
victoria fue de la fuerza aliada conducida por Urquiza. Algunas de las
consecuencias fueron:
1) se puso fin a la dictadura de Rosas;
2) impide la reconstrucción del virreinato del Río de la Plata:
3) se declara libre navegación en los ríos de La Plata, Uruguay y Paraná;
4) El general Justo José de Urquiza es nombrado presidente de la Confederación Argentina;
5) El reconocimiento por Argentina de la independencia de Paraguay el 17 de julio de
1852. Inmediatamente de este histórico acontecimiento y merced a los buenos
oficios del Brasil, varios países la reconocieron; entre ellos Gran Bretaña el
4 de enero de 1853, Estados Unidos, Francia, Italia y Prusia. Este país en
aquel entonces era una potencia en Europa.
Este acontecimiento dejó al Paraguay muy mal parado ante los vencedores. La victoria
de Caseros deja expedita al Brasil la navegación por los mencionados ríos. Sin
embargo, le aparece una contrariedad: el gobierno de Paraguay. Pero el Imperio
del Brasil estaba resuelto a remover cualquier obstáculo para obtener libre
tránsito por el río Paraguay, una vía esencial para el desarrollo de su inmensa
provincia de Mato Grosso.
El reputado sociólogo paraguayo Dr. José Luis Simón apuntó en su medulosa obra “El Paraguay de
Francia y el mundo: despotismo e independencia en una isla mediterránea”, lo siguiente: «…la condición de río internacional es reglamentada por primera vez en 1815, por el congreso de Viena, y únicamente a partir de 1852 -37 años más tarde-, recibirá carácter internacional los ríos Paraná y Uruguay en la Cuenca del Plata, ocurriendo lo mismo con el río Paraguay unos años después». Respecto a este punto, mediante un tratado firmado en Asunción el 12 de febrero de 1858 por los plenipotenciarios de Paraguay Francisco Solano López y del Brasil José María da Silva Paranhos, el gobierno de Paraguay declaraba libre la navegación del río Paraguay para todos los países.
Sección 4. El mariscal López empieza la guerra
Antes de todo señalemos que es posible
saber cuándo puede empezar una guerra; sin embargo, es casi imposible saber
cuándo ni cómo puede terminar. Veintiséis meses después de asumir la
presidencia de la república, el mariscal López empieza
a invadir militarmente las provincias brasileras de Mato Grosso y Río Grande
del Sur; y Corrientes de la Argentina, con pobres pretextos. Como hemos visto,
todo le ha sido fácil a Solano López, pero lo fácil, según ha demostrado
la historia, nunca suele ser el mejor. Poseía la arrogancia de la juventud,
realzada por una limitada educación que solo sirvió para estimular su ambición.
Quizá engañó a sus padres y hermanos respecto a sus verdaderas intenciones y
manipuló al ejército ocultando todo el tiempo que pudo el auténtico objetivo de
hacer la guerra –sin consultar al pueblo ni a sus representantes- al Imperio
del Brasil y a la Argentina. Engañar al enemigo está justificado en la guerra,
porque engañar es, al fin y al cabo, un elemento importante de lo que con una
palabra más solemne se conoce como estrategia; pero no al pueblo, que es el que
siempre carga sobre sus hombros el mayor sacrificio: da sus hijos para la
guerra y con su dinero sostiene en la paz y en la guerra a la fuerza militar; por
lo tanto, tiene derecho a saber la verdad.
Si hemos de dar crédito a O’Leary, a pesar
de su evidente tendencia de narrar historias truculentas y melodramáticas, los
hechos confirman todo lo contrario de lo que él afirma en sus obras acerca de
la guerra. Solano López era una de esas personas cuyas ambiciones superan su
capacidad, y resultó fácil al Partido Blanco uruguayo en el gobierno convencerlo
que al cruzar con su ejército las fronteras del imperio del Brasil y la
Argentina; Corrientes, Entre Ríos y Uruguay le acompañarían. El gobierno del Partido
Blanco se había comportado en todo momento con una astucia consumada; había
manipulado la situación sembrando discordia entre Paraguay-Argentina y Paraguay-Brasil;
de manera que el presidente Solano López aceptó toda la falacia que provenía
del gobierno uruguayo, porque esta situación le daba ocasión de intervenir en
la política del Río de la Plata, además de todo esto, coincidía con su sueño de
grandeza y alimentaba su vanidad.
No estaba justificado su ostensible odio por su hermano Benigno, que sin duda era el más capacitado entre los tres
hermanos para inaugurar un gobierno liberal y cambiar la diplomacia de
confrontación del Dr. Francia y Carlos A. López. Empleamos la palabra “odio”
porque es un sentimiento voluntario y tiene su raíz en la pasión y en el
resentimiento de un corazón irritado y lleno de deseo de venganza. Esto está
demostrado en el hecho de que mandó torturar bárbaramente a su hermano Benigno
y luego lo mandó fusilar.
Hay también serio indicio que Solano López
no era tan querido y admirado como afirma O’Leary; y que el preferido de la
familia López-Carrillo y los ciudadanos más distinguidos era Benigno, que había
estudiado en la academia militar de la marina del Brasil donde aprendió los
beneficios del liberalismo político y económico. Solano López, durante el gobierno
de su padre ya tenía bastante poder y demostraba, más que mera ambición, una
codicia patológica. Al parecer, celoso
de su hermano Benigno, desconfiaba que su padre le designe como vicepresidente
de modo a sucederle, cuando por algún motivo queda vacante el cargo de
presidente de la república, tal como la constitución dispone. En pocas palabras,
Francisco Solano encontró hostilidad dentro de su propia familia y entre la
gente de buena reputación. Sólo podía contar con el apoyo de sus subordinados
inmediatos del ejército. Estando en Humaitá recibió la información que su padre
se hallaba muy enfermo. Rápidamente partió para Asunción. Llegó a alta hora de
la madrugada e inmediatamente mandó poner cerco con tropas a la residencia del
padre, prohibiendo que nadie ingrese. Cuando observó que su padre estaba muy
grave hizo llamar al padre Fidel Maíz para suministrarle la extremaunción
El historiador paraguayo, ingeniero
industrial, Igor Fleischer Shevelev, escribió en su obra “Los Cuatro Jinetes
del Apocalipsis” sobre la muerte del presidente Carlos Antonio López: «Al
amanecer del 10 de setiembre de 1862 el estampido de cinco cañonazos rompe el
silencio de la adormecida ciudad de Asunción. Anunciaba el fallecimiento del presidente
de la República del Paraguay, el venerable patriarca y estadista Don Carlos
Antonio López. Asume el poder absoluto su hijo Francisco Solano, ministro de la
Guerra, quien poco antes, el 15 de agosto, impuso a su padre, ya en sus
postreros días de vida, su nombramiento como vicepresidente de la República en
reemplazo de su hermano Ángel Benigno designado antes como tal por suprema
voluntad de Don Carlos».
Nota 1. Igor Fleischer Shevelev, “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis”; impreso en AGR S. A. Servicios Gráficos en el mes de diciembre del 2014, Asunción-Paraguay.
Cuando murió en presencia del sacerdote, el
general López comunica el hecho a su familia y a las autoridades que acudieron
inmediatamente. Ante la presencia de todos ellos extrae de un cajón del
escritorio el pliego cerrado donde, conforme la constitución figura el nombre
del vicepresidente, con derecho a sucederle hasta que sea electo por el
congreso un nuevo presidente de la república. El general Francisco Solano López
era el “designado”; y no perdió tiempo para asumir inmediatamente el cargo. Tampoco
perdió tiempo para, en un intento de obtener más poder se metió como un
mequetrefe en la cuestión del Uruguay, y el resultado será cinco años de una
guerra digna de ser aborrecida, que causó la muerte del 60 % de los 450.000
habitantes con que contaba el Paraguay en aquel entonces.
Sobre la
designación de Francisco Solano se ha tejido varias suspicacias. Una de ellas
es, que el general López obligó a su padre cambiar el nombre de Benigno por el
de él, y que tras esto el anciano presidente, inmediatamente murió. Este punto
de vista se consolida con el acto de poner cerco a la residencia, y una vez
muerto el padre, llama a la familia y altas autoridades y en presencia de ellos
abre el sobre lacrado. Esta acción nos parece que no corresponde al comandante
del ejército sino al secretario del jefe de Estado o a un juez. ¿Cómo el
general López sabía dónde su padre tenía guardado el pliego
cerrado?
De modo irresponsable, con oficiales y
tropas pobremente instruidas, el ejército mal armado y equipado, el mariscal
López convirtió la guerra de la Triple Alianza en guerra sin cuartel en la que
no hace concesiones al enemigo y no respeta la persona de los prisioneros. La
guerra de López fue algo espantoso. La
odiosa crueldad de su guerra contrasta con la práctica más humana de las
guerras europeas, exceptuando la guerra de Hitler. Juristas notables como
Thomas Hobbes (1588-1679) ya recomendaban limitar la violencia y destrucciones
durante la guerra. Estas fueron debatidas, analizadas y codificada por Eric de
Vattel (1714-1767)
en su obra “La ley de las naciones” publicada en 1758 (Wikipedia). La
moderación constituye, por consiguiente, la base principal, no debiendo
emprenderse nada que impida el retorno a la paz. La guerra con restricciones
constituía uno de los más altos logros del siglo XVIII que practicaban los
gobiernos sensatos.
Cabe preguntar ¿adónde lo condujo su
guerra total y su lema de ganar la guerra o morir todo? No a la paz que era la
máxima aspiración de las naciones, sino a Cerro Corá, donde fue muerto
mientras huía del combate para salvar su vida, dejando abandonado algunas cosas
de poca importancia para él: sus tres hijos menores, su concubina madame Lynch,
su madre, hermanas y a su tropa que lo siguió con gran entereza hasta el final.
La violencia llevada por el mariscal López al extremo contra el enemigo y su
propio pueblo, terminó en ruina y caos nacional. Por la disciplina brutal que
López impuso al ejército paraguayo, la única forma que sus tropas tenían para
escapar del látigo o del fusilamiento era la deserción. Sin embargo, el
mariscal encontró la solución con medidas injusta, arbitraria y cruel: cuando
hay un desertor paga con la vida su compañero y persona de su familia. Con esta
medida inhumana y repugnante redujo drásticamente las deserciones.
El terrible
huracán que como el Katrina azotó el Paraguay en el quinquenio terrible de
1864-1870, hasta ahora no podemos superar sus terribles efectos. Y conste que
el pueblo paraguayo había sido advertido
con anticipación por los denominados legionarios sobre la posibilidad de una
catástrofe nacional, conforme a los principios contenidos en sus mensajes
y escritos en la bandera que ellos agitaban desde Buenos Aires, inspirados en
las páginas del “Contrato Social” de Jean J. Rousseau (1712-1778), que después
se denominaría liberalismo político o democracia, cuyo fundamento: «que todos
los hombres son iguales; el hombre nace libre y se encuentra en todas partes
encadenado». Desgraciadamente, la profecía de los denominados legionarios se
cumplió.
Nota 2. El huracán
Katrina, categoría 5, el 28 de agosto de 2005 azotó Loussiana, ciudad de Nueva
Orleans (EE. UU). Fue la tempestad más terrible que vino del Atlántico, sopló a
320 por hora. Copiosa lluvia llegaba como oleadas.
La cadena que el pueblo paraguayo soportaba
con estoicismo y resignación, desde que el Dr. Francia se declaró en 1816
supremo dictador perpetuo; recién, después de 54 años, el 1° de marzo de 1870,
se logró romper esa cadena que amordazaba al pueblo paraguayo, coincidente con
la muerte del mariscal López en Cerro Corá.
El mariscal
López, para entusiasmar a sus tropas, mediante arenga despertó la bestia en
cada uno de ellos e impuso la táctica infernal y el lema de “vencer o morir”
hasta el extremo. De este modo, las tropas se vieron movidos por dos impulsos:
los innatos y los adquiridos por presión de los instructores. La guerra que el
mariscal López, voluntaria e innecesariamente desató, fue una guerra de
conquista limitada como en Europa hizo Napoleón, con el que deseaba compararse.
El mariscal López era estratégica y tácticamente incompetente, confiaba sólo en
las arengas ardientes, pero violaba los principios de apoyo mutuo, masa,
superioridad numérica, y apoyo de fuego de artillería en la ofensiva y
la importancia de contar con una reserva inmediata en las batallas. Él conocía
suficientemente cómo provocar la guerra, pero olvidó aprender cómo hacer la
paz. Su deseo, por más injusto sea, era complacido por su factótum el general
Resquín, que delataba a sus camaradas sin miramientos y se ajustaba a todos los
deseos del mariscal como el guante a la mano.
Nota 3. General Francisco Isidoro Resquín, es un antiguo
soldado con mucha astucia. Devenido a la larga a coronel de caballería, que se
debe a una devoción sin límite al general López, y su limitada capacidad
profesional le valieron para el ascenso a general, que López le otorgó con
preferencia a otros más competentes.
El mariscal
López, en su delirio de grandeza estaba seguro que al pisar sus tres columnas
de invasiones los territorios de Brasil y Argentina; tanto el emperador Pedro
II y Mitre quedarían trastornados; por tanto, inmediatamente le solicitarían un
armisticio para cesar la situación de guerra mientras se negocia la paz definitiva
con él. Esta ingenua creencia del mariscal paraguayo sólo dejó ruina,
innumerables viudas y niños huérfanos. Después de sus fracasadas campañas
ofensivas, la destrucción de su flota de guerra en la batalla fluvial de
Riachuelo, la aniquilación del resto de su primer gran ejército en Tujutî,
y la destrucción de su segundo ejército en la campaña de Villeta, ninguna de
estas operaciones salió como él esperaba. De manera entonces, sólo le quedaba
encarnar una lucha contra reloj para salvar su propia vida, la de sus hijos y
su cuantiosa riqueza –principalmente en joyas y libras esterlinas-, atravesar
el río Manduvirã e introducirse en los grandes bosques de Kuruguaty.
Si el mariscal López quería que sus campañas ofensivas sean bien hechas, él
debió ponerse a la cabeza de su valiente ejército y hendir su espada, hasta el
ese contra el enemigo. Pero, prefirió permanecer en Asunción, mientras una de
sus columnas de invasiones era destrozada en Jatai y Uruguayana, y a la otra le esperaba igual destino. Todo esto
nos deja la enseñanza siguiente: cuando la recompensa es grande y los medios
son suficientes, el riesgo es aceptable; sin embargo, si los medios no concuerdan
con el objetivo, es temerario ejecutar la acción confiado sólo en el azar.
De verdad, el mariscal
tenía pobres razones para empuñar las armas contra el Brasil y contra la
Argentina. Cuando despachó una fuerza para apoderarse de la indefensa provincia
brasilera de Mato Grosso, no cabía en sí por empezar a desarrollar su
fantasiosa operación de conquista sin estorbo alguno. Pero, con los fracasos de
sus campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes, experimentó un vuelco
dramático que lo llevó peligrosamente hacia el Trastorno por Estrés
Postraumático (TEPT). Cuando intentó controlar todo el poder en el Río de la
Plata, el asunto se le fue de las manos y aflora el lado más oscuro de su
carácter. Tantas derrotas que no esperaba pueden perturbar la mente de
cualquier general.
30-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿Epopeya o destrucción?
CAPÍTULO XII. EL MARISCAL LÓPEZ Y LA GUERRA/CONT.
PARTE II (final)
Sección 4. Acelerado incremento de los efectivos del ejército paraguayo
Ni bien empezó su gobierno, Solano
López comienza un acelerado incremento en los efectivos del ejército paraguayo.
Este hecho era una verdadera amenaza a los países vecinos, lo cual da derecho a
los gobiernos colindantes a prevenirse –deber de todo gobierno precavido-
contra el formidable aumento, sin motivo aparente, del poder militar del
Paraguay. La situación creada por la aparición de una nueva potencia militar en
el Río de la Plata, obligaron a la Argentina y el Brasil a revisar sus relaciones
y su política militar en la región.
Derrocado
el gobierno del Partido Blanco por el líder del Partido Colorado general
Venancio Flores, partidario del liberalismo político, Argentina, Brasil y Uruguay
dejaron de lado sus rencillas y se aliaron contra el enemigo común para
mantener el Río de la Plata libre de la intromisión malsana del dictador
paraguayo, y compartir -incluido Paraguay- una prosperidad y paz. El error
capital cometido por el mariscal López fue codiciar ser el señor del Río de la
Plata. El Paraguay no disponía de excedentes monetarios ni demográficos. Es
preciso considerar que el pueblo de aquel entonces era pobre, no porque quiere
sino porque la familia López acaparaba todos los negocios y compraba la
producción agrícola y ganadera al precio que esa familia establecía.
Nota 5. El general Venancio Flores, siendo
presidente constitucional de la ROU, fue derrocado por el Partido Blanco
mientras se ausentó de Montevideo, sin comunicar al congreso, con su ejército
para ir a reprimir una simulada “rebelión” en una ciudad del interior, tramada
por los golpistas. Cuando Flores regresó con su ejército a Montevideo se
encontró con un nuevo presidente designado por el Congreso. Para impedir que
Flores emplee su fuerza militar, los diplomáticos extranjeros con asiento en
Montevideo calmaron a Flores y lograron mediante negociaciones, que aceptara el
hecho consumado.
El potencial
de guerra del Paraguay no concordaba con el desmesurado objetivo que el
mariscal López se propuso. Pero aun así, tal vez por ignorancia o por
subestimar el poder combativo de la pequeña fuerza militar de Brasil y
Argentina comparada con la fuerza militar de Paraguay, se puso a desafiar a
ambos países por la hegemonía regional; o tal vez para proteger las dictaduras
de Paraguay y Uruguay (Partido Blanco) contra el liberalismo político que ya habían
adoptado Brasil, Argentina y el Partido Colorado del general Venancio Flores,
quien luego de derrocar por la fuerza la dictadura del Partido Blanco, se unió
al Brasil y Argentina para amurallar el Río de la Plata de la influencia nefasta
del presidente paraguayo.
No existe
región con riqueza suficiente, ni un país tan excepcional por la fertilidad y
abundancia de bienes como para que un jefe de Estado resuelva a comprometer la
vida y bienes de los habitantes de la nación, y a ese precio embarcarse a una
guerra contra países vecinos y despojarlos parte de su riqueza. De hecho, hay
muchas y poderosas razones que impide hacerlo, aún se quisiese. La primera y
principal la constituye la gran cantidad de vida que hay que sacrificar, la
tesorería del Estado que puede quedar debilitado, y el saqueo y humillaciones
cometidas contra los pueblos ocupados que puede despertar una implacable
venganza. Por otro lado, si el agresor es rechazado, el agredido llevará a cabo
la consiguiente represalia como réplica a lo recibido, y vendrá a exigir
al agresor reparaciones, invadiendo también su territorio; y la represalia como
escarmiento, sin duda será feroz.
López invadió
los territorios de Brasil y Argentina sin éxito alguno, y donde las tropas
paraguayas soportaron penalidades horrendas, y perdió el ejército paraguayo casi
20.000 de sus mejores soldados contra 400 de los aliados. Las campañas
ofensivas de López fue una historia de desencanto y sufrimiento extremo, y no
de conquista gloriosa. Cualquier presunción patriotera va en contra de los
hechos comprobados. Al
mariscal López le faltaba lo que se conoce como el sentido común; vale decir, no
era capaz de distinguir lo verdadero de lo falso, lo real de lo imaginario, y de
actuar razonablemente. En
verdad consiguió engañar a la buena fe de su pueblo. Sin embargo, la
inconsistencia de los pretextos aducidos para llevar la guerra al Brasil y a la
Argentina encuentra mucha dificultad en manifestarse actualmente; porque la
verdadera historia de la guerra de la Triple Alianza recién desde 1989 se puede
escribir con total objetividad. Consecuentemente, los historiadores se toman el
empeño de no juzgar sino explicar las acciones de López con relatos veraces,
para poner en claro cuáles fueron los motivos aparentes y cuáles las causas
verdaderas que precipitaron la guerra, así como analizar apropiadamente la
conducción del ejército paraguayo por el mariscal López, y las crueldades
demostradas y probadas que ejecutó contra sus compatriotas por conspiración que
sólo existía en la imaginación del “héroe por decreto”.
Cuando se manipula la historia o
se ignora los hechos como los lopistas que sienten una reverencial admiración
por el mariscal López y se dedican a idealizarlo, a pesar de que sólo amontonó
derrotas, y ¡no ganó una sola batalla ofensiva!; es más, dejó en ruina la
nación, pero esto no es óbice para inspirar sus malas acciones un ferviente nacionalismo.
El deber le imponía a López hacer del Paraguay un lugar mejor para vivir, donde
los ciudadanos pueden casarse, tener un hogar, cuidar a los hijos, verlos
crecer, estudiar y desarrollarse en un ambiente de paz nacional. El deber de un
jefe de Estado es sacrificarse por la nación, pero jamás sacrificar al pueblo
entero por mera codicia de más poder político, económico e intereses bastardos.
Lo que estamos queriendo señalar es que aún hay muchos paraguayos, entre ellos algunos militares profesionales, que pasaron por las instituciones militares de enseñanza sin aprehender lo básico de la profesión, por ello piensan que es blasfemo investigar y publicar sin prejuicios ni sentimentalismo la historia de la guerra de la Triple Alianza, porque ya está decretada por un gobierno de facto instalado en 1936 tras un golpe de Estado contra un gobierno democrático, la historia empírica, patriótica y nacionalista señalada por O’Leary: la exaltación del mariscal López por motivos meramente político, crematístico y principalmente desmerecer la fulgurante conducción de la guerra del Chaco (1932-1935) por Ayala y Estigarribia, aquel en el campo de la alta estrategia y este en el campo de la estrategia militar. De este modo, los exaltados nacionalistas lograron plantar en la mente del cándido pueblo la pueril idea que el mariscal López era el “máximo héroe sin parangón”, y no Estigarribia el Grande, porque aquel murió “defendiendo la patria y no se rindió”, en tanto que Estigarribia no murió. Este argumento traído de los pelos se enseña a los niños desde la escuela y se exalta la figura del mariscal López en la secundaria. Es preciso repetir que no es función del gobierno nacional juzgar sobre historia, que es facultad de la Academia Paraguaya de la Historia. Para los lopistas, es más glorioso que un general en jefe muera en la guerra -aun perdiéndola catastróficamente-, que ganarla sin morir en ella.
Sección 5. López desconfiado y lento en reaccionar.
Solano López, en el momento en que debía
actuar con rapidez y firmeza, se mostró lento e indeciso y se aferró a dudas
estériles, porque no sabía claramente qué hacer cuando la situación variaba, y
en contradicción a la ley de guerra que impone poseer una finalidad precisa y
perfectamente determinada para emprenderla. Cuando una de sus columnas de invasiones
alcanzó Goya (ciudad argentina a orilla derecha del río Paraná, y donde
desemboca el río Santa Lucía, doscientos kilómetros aguas abajo de Corrientes),
y la otra Uruguayana, no sabía qué hacer ni adónde ir. La indecisión del
mariscal -por no apoyarse en la teoría de la guerra y la historia militar-, se
convirtió en el peor enemigo del bravío ejército paraguayo.
¿Qué podemos decir de un jefe supremo del Estado y comandante en jefe del ejército en campaña como Solano López? Duele decir, pero es necesario decir: como jefe de Estado, ignorancia de la alta estrategia, y como general en jefe, profano en estrategia militar; a más de esto, desconocía la importancia de la historia militar, las leyes de guerra y los principios de conducción de un ejército en operaciones de guerra. Quizá López engañó a su padre respecto a sus verdaderas intenciones y manipuló a su ejército, ocultando todo el tiempo que pudo hasta apoderarse de la presidencia de la república: su auténtico objetivo. Tampoco estaba justificado su desprecio por sus hermanos Venancio y Benigno, sus hermanas Inocencia y Rafaela, sus cuñados general Vicente Barrios y el ministro de Hacienda, Saturnino Bedoya. No hay ninguna prueba que ellos hayan obrado de consuno para infligir agravio a Solano López. Pero eso no fue inconveniente para que López los considerara a todos ellos como “conspiradores” de su gobierno, y sin prueba alguna los manda fusilar a todos, menos a sus hermanas a quienes -incluida la madre- a quienes mantuvo presas en sendas carretas hasta Cerro Corá. Desgraciadamente, los generales y jefes se cuidaban mucho en no hacer nada ni decir nada sobre estas y otras barbaridades que pudiera encolerizar al mariscal. Nadie se atrevía disgustar a López con informaciones, aunque reales e importantes, porque a él sólo le agradaba escuchar noticias de sus patrullas de reconocimientos como él quisiera que fuese.
Sección 6. El mariscal López como conductor militar
Aunque Solano López dejó continuar
la gran labor desarrollada por el padre, sí conservó la astucia para mantenerse
en el poder indefinidamente, mediante el rigor represivo que durante la guerra
lo llevó hasta el extremo. Al ser electo presidente de la república en una
parodia de elección del Congreso, para el pueblo equivalía en cierto modo a
cambiar de collar, pero por otro mucho más pesado e insoportable. La conducción
del ejército paraguayo por el mariscal López fue una auténtica desgracia
nacional, no sólo por su incompetencia militar, sino por continuar la guerra
hasta casi el exterminio de la población paraguaya, además la destrucción de la
flota mercante del estado y la bancarrota económica y demográfica del país no se
puede esconder del pueblo ni tolerar y menos olvidar.
El 23 de julio de 1866, víspera de
la batalla de Tujutí, el mariscal López convocó en su cuartel general de
Paso Puku -doce kilómetros alejados de Tujutí donde se llevará a
cabo la batalla decisiva- a los generales Vicente Barrios y Francisco Isidoro
Resquín, así como a los coroneles José Díaz e Hilario Marcó, a quienes impartió
sus órdenes de operaciones y su concepto de operación para atacar al enemigo en
el día de su cumpleaños número 40.
He aquí
su concepto de operación: el día de mañana 24 de julio al clarear el día,
atacar al enemigo posicionado en Tujutí con el dispositivo siguiente:
1) Ataques frontales: Díaz y Marcó;
2) Ataque al flanco izquierdo del
enemigo, Barrios que deberá atravesar el bosque de sauce con rapidez;
3) Resquín con su división de
caballería atraviesa el estero y ataca el flanco derecho del enemigo;
4) Reservas estratégicas: en Paso Puku:
ocho mil hombres y en Humaitá cinco mil.
5) Instrucción de coordinación: el
general Barrios al amanecer lanza un cohete que debe ser respondida por Díaz
para empezar el ataque; todo con la finalidad de expulsar al ejército aliado
del territorio paraguayo.
Luego de despedir a los cuatro
jefes de las columnas de ataque, el mariscal queda campantemente en Paso Puku,
donde esperará el resultado de la batalla. El deber le imponía al mariscal
López conducir personalmente su ejército, lo que significa permanecer cerca del
campo de batalla con su reserva de ocho mil hombres, para intervenir en un
momento adecuado en la lucha, porque está obligado a ello; más aún en tan
formidable y decisiva operación de la cual dependía el resultado de la guerra.
El héroe por decreto nunca condujo
una batalla, ejercía el mando a distancia. En Cerro Corá parecía que iba
a hacerlo, pero cuando a lo lejos vio al enemigo avanzar hacia él, picó espuela
y huyó. Este hecho y varios más, los nacionalistas ubican en el Haber del
mariscal, en tanto los historiadores objetivos en Debe. Los hechos y los
resultados de sus operaciones son los que debemos tener en cuenta; en este
aspecto no hay ninguna ocultación ni secreto porque su ninguna virtud, sus
muchas limitaciones y sus crueldades se complementaban con amplitud.
Planteemos ahora una pregunta
crucial, ¿hubiera tenido éxito si luchaba sólo con el Brasil o sólo con la
Argentina? La enorme diferencia del potencial de guerra de Paraguay confrontado
con cualquiera de los dos, nos indica que el mariscal López no tenía ninguna
posibilidad de ganar. Y al apartarse de lo justo y razonable descuidó este
aspecto decisivo en toda guerra: si hay o no posibilidad de ganar o aun
saliendo victorioso, sería pírrica si la nación queda en la bancarrota
económica. Cada vez que se equivocaba era más por ignorancia en la conducción
del ejército en operaciones de guerra que por mal juicio. Ignoraba que la
guerra no se gana con mera arenga sino con generales y jefes idóneos, un estado
mayor eficiente, buenos armamentos, logística adecuada y eficiente, y ¡suficiente
divisa!
La
mayoría de los generales y jefes de López eran valientes en grado sumo, pero de
escaso talento militar; por ello sólo unos pocos aparecieron en los relatos de
Juan Crisóstomo Centurión y de Jorge Thompson. Aunque O’Leary los ha elevado a altura
hiperbólica a algunos e ignorando a otros con mucho más méritos, como de verdad
los fueron: los oficiales de infantería coronel Manuel A. Giménez, alias Kala’a,
mayores Eduardo Vera y Sebastián Bullo. Los de caballería, el teniente coronel
Basilio Benítez, los mayores Olabarrieta y José de Jesús Martínez; y el mayor
de artillería Albertano Zayas, que murió en la batalla de Curupayty.
La evidencia de la ineptitud de López para dirigir la guerra y los deplorables hechos son innegables. Era incapaz de ver el berenjenal político en que se había metido como un mequetrefe. La impaciencia de ganar por lo menos una batalla ofensiva, empeoró sus errores estratégicos y tácticos que debilitó rápidamente su ejército por las numerosas bajas sufridas.
Sección 7. El lema “Vencer o morir” y otras consideraciones
La pregunta
clave es, por qué la tardía evacuación del teatro de operaciones de Humaitá, o
por qué el mariscal no encabezó su ejército en el segundo ataque a Tuyutî, y allí morir con gloria abrazado
por la bandera tricolor, antes que llevar el país a un incomprensible desastre
nacional. Caifás, juez supremo de Israel se dirigió a los judíos seguidores de
Jesucristo de este modo: «Ustedes no saben nada ni se dan cuenta de que es
mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que toda la
nación sea destruida» (Jn 11.50) ¿No es eso lo que hace un héroe por su patria?
Si el mariscal López, como Leónidas en las Termopilas moría en Tujutî el 3 de noviembre de 1867
conduciendo su ejército, sin duda hubiera mostrado a su ejército, a su pueblo y
al mundo entero que él también tenía agallas, e igual a sus tropas sabía morir
dignamente por la patria en el campo de batalla u ofrecer su cabeza al enemigo
para salvar lo que aún pudiera ser salvado de la nación. Sin embargo, en Solano
López -así como en todos los seres vivos, de acuerdo a la teoría darwiniana-,
era extremadamente fuerte la lucha por la conservación de la vida.
Probablemente pensó en terminar su vida heroicamente, pero no se animó, y terminó
siendo un maldito bastardo sin gloria.
Ningún jefe
de estado que tiene una mínima conciencia de su responsabilidad puede permitir
ni por un momento que continúe aquel dispendio trágico y aterrador de sangre y
bienes, a menos que esté seguro más allá de cualquier duda de que los objetivos
de este sacrificio vital forman parte inseparable de la vida de la nación, y
que el pueblo del que es jefe de Estado cree que eso es justo e imperativo. Sin
embargo, los ciudadanos paraguayos estaban postrados e indefensos ante el poder
omnímodo de Solano López, que desde que asumió el encumbrado cargo de
presidente de la república hasta su muerte, no ha conocido freno ni piedad. Juan C. Centurión nos deja la siguiente reflexión: «Si
tan valientes y abnegados soldados hubiesen sido conducidos por un idóneo,
responsable y prudente; tal vez, a pesar de la enorme superioridad del enemigo,
el resultado no hubiera alcanzado un nivel de ruina total de nuestra patria» (Centurión,
Obra ya cit. T-III, Pág. 139).
El ex cercano colaborador de López desde el
inicio de la guerra hasta Cerro Corá, dejó pasar por alto que el
ejército paraguayo tenía enorme superioridad
numérica al empezar las invasiones a los territorios de Argentina y Brasil,
pero que después se iba reduciendo con rapidez por la gran cantidad de muertes sufridas
y prisioneros que quedaron en poder del enemigo en cada batalla ofensiva.
Es lamentable que el mariscal López haya perdido miles
de hombres valientes en grado superlativo en operaciones chapuceras como en
verdad fueron las campañas ofensivas de Uruguayana y Corrientes donde se perdió
veinte mil hombres contra cuatrocientos del enemigo; el temerario ataque a la
escuadra brasilera en Riachuelo donde fue destruida casi en su totalidad los
barcos mercantes paraguayos convertidos en guerra, a excepción del Tacuarí que
sufrió graves daños, y la batalla de Tujutî donde fue
aniquilado el resto de nuestro primer gran ejército. Con estos resultados a la
vista, la guerra ya estaba irremediablemente perdida; de manera entonces, había
llegado el momento de pasar de la acción bélica al campo diplomático, para
poner fin a los inútiles sacrificios del pueblo paraguayo.
El desaliento cada vez mayor de las tropas y del
pueblo era difícil de contrarrestar solamente con propaganda de “El Semanario”
y ardorosa arenga. La propaganda con respecto a las “victorias” que el mariscal
conseguía, gracias a su insuperable talento militar, constituía una verdadera
afrenta al pueblo que vivía una situación miserable y las tropas morían por
millares sin provecho táctico alguno. La verdad es que el mariscal López en
cinco años de guerra no acertó ganar ni una batalla ofensiva, y conste que
hasta un reloj averiado acierta dos veces al día.
En la paz o en la guerra, las autoridades del país y
los hombres a quienes Dios han distinguido con sus dones de sabiduría, tienen
el deber de hablar con honradez y sinceridad a compatriotas menos preparados y
menos capaces de distinguir entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, lo
justo y lo injusto, la valentía que es hija de la prudencia, de la temeridad
que es hija de la insensatez, y la gloria de la estéril muerte masiva en cada
batalla. El crédulo pueblo paraguayo, que tantas veces ha despertado a
lo largo de la historia pleno de fe y ardoroso de esperanza, no solo fue privado
de nuevo con el gobierno de Solano López de vivir en libertad y llevar una vida
mejor, sino que la paz fue rota por el mismo jefe de Estado paraguayo, y de
este modo condenó a varias generaciones a una situación miserable.
Tenemos la
intención de mostrar que lejos de ser un anti lopista o negador del heroísmo de
las tropas paraguayas en la apocalíptica guerra del Paraguay de 1864-1870,
donde nuestro valiente ejército era conducido por un hombre, aunque inteligente,
pero con falto de agilidad y destreza mental, hemos señalado repetidamente en
“La conducción del ejército paraguayo en la guerra de la Triple Alianza”, sus
principales errores estratégico y táctico con el único propósito de extraer
experiencias y enseñanza, fin de la historia militar, de modo que no se vuelva
a repetir esos garrafales errores políticos y militares; porque olvidar los
malos hechos del pasado, mueve a su repetición.
Nuestros acusadores de anti patriota o legionario, asimismo los que los alientan y los apoyan, e incluso los que aplauden sus opiniones patrioteras; han hecho un daño muy grande a nuestra historia militar, en virtud de las actividades que llevan a cabo con total ignorancia de la guerra, del fin de la historia militar y la responsabilidad del historiador de explicar los hechos tal como sucedieron para que puedan servir de experiencias; porque ya lo dice un adagioi: «es mejor conducirse con experiencias ajenas, porque la propia siempre llega tarde y cuesta caro».
Sección 8. Conquistar gloria sin provecho, es inútil sacrificio
Los militares solemos ser pésimos escritores, tal vez con
la excepción de Arturo Bray. Además, carecemos de la habilidad necesaria para
explicar los hechos porque no estamos acostumbrados a debatir sino a mandar y
obedecer. Solano López practicó atentados para destruir a los opositores de su
gobierno, ahogando con sangre su patria y obligando a todo de lo que había de
más ilustre en el país a emigrar para Buenos Aires a fin de escapar de la
cárcel o del asesinato. Ser opositor político de Solano López era peligrosísimo.
A pesar de las numerosas obras publicadas sobre la guerra de 1864-1870, el
análisis de las causas del conflicto, la conducción del ejército paraguayo por
el mariscal López y su empecinada negativa de reconocer la derrota y negociar
la paz de modo a poner fin al suplicio del pueblo paraguayo; todos estos siguen
generando controversias y abundan las interpretaciones fantasiosas que
consideran gloriosos las numerosas muertes en vana lucha de nuestros
compatriotas.
Aunque muchos profesionales militares no hemos
alcanzado la fortuna de coronar nuestras carreras con las encumbradas
jerarquías de general, pero tenemos la capacidad suficiente como para reconocer
y aceptar de que ninguna duda puede caber que es a los victoriosos conductores
-como Estigarribia el Grande-, a quienes debemos seguir, porque, «lo que el
genio hizo, debe ser la regla de conducta». Por consiguiente, es indispensable
completar la teoría militar aprendida en instituciones con ejemplos procurados
de la historia militar.
Nuestro mayor interés en escribir la historia de la
guerra de la Triple Alianza, consiste en transmitir experiencias recogidas de ella.
Y como se dice, las mejores experiencias se adquieren de los errores ajenos.
Está suficientemente probado que en la guerra de 1864-1870 abundaron los
errores; por lo tanto, hay que apreciarla como fuente rica en proveer
experiencias. El oficial que va a la guerra sin haber bebido antes en la fuente
de la sabiduría, la historia militar, es como el poeta popular que canta las
batallas, pero nunca ha conocido una o como el músico que ejecuta su
instrumento, pero no baila.
A los que nos tratan de antipatriota por señalar
errores del mariscal López y comentarlos, sentimos compasión no sólo por ellos
sino también por nuestro ejército, porque pasaron por lo visto por las
instituciones de enseñanza militar, y recorrieron los cuarteles sin asimilar
casi nada. Este es el motivo que al leer nuestros escritos interpretan de modo
equívoco y pretenden señalarnos qué debemos decir y qué no; todos ellos pueden
ir al diablo. Además, es preciso que sepan que se puede ser patriota sin ser
lopista. El mariscal López, por su ignorancia
de la estrategia, la teoría militar y la historia cometió errores desastrosos
que bien podría haberse evitado. Además, era sumamente autoritario; por ese
motivo en su ejército se originó un sentimiento penoso y contenido, por que el
personal cree ser maltratado. Consecuentemente, produjo en el ejército una
rebelión silenciosa. Probablemente, López que era inteligente pero la usaba
mal, percibió ese estado de cosas y como respuesta, dio vigor y fuerza a su mando
sustentado en el terror.
A pesar de haber perdido la guerra, López se negaba a entablar negociaciones que
no sea de igual a igual, no de vencedor y vencido, y menos dimitir al cargo;
esta actitud revela estupidez. No resistía al deseo de conquistar fama de gran
capitán y conseguir gloria al galope sobre la llanura del Río de la Plata. Sus
fracasadas campañas ofensivas fueron los que minaron el pedestal en que descansaba
el sueño de gloria del codicioso mariscal paraguayo. Procedió con extrema
imprudencia al mandar alrededor de cincuenta mil hombres
a invadir los territorios de las provincias brasileras de Mato Grosso y Río
Grande del Sur, y Corrientes de la Argentina, con pocos cañones, sin suficiente
caballería y sin recibir subsistencia de alimentos de Paraguay, ya llevaba el
germen de la destrucción. Creyó, pues, que la guerra que hacía al Brasil y
Argentina dependía exclusivamente de su voluntad, y el horror de los hechos
consumados no le produjo el menor remordimiento. Sin embargo, los historiadores
nacionalistas, razonando sobre los hechos, acomodaron conclusiones engañosas en
favor del “genio militar” de López. Con la descripción fantasiosa que han hecho
“El Semanario” y los historiadores nacionalistas de las batallas de Estero
Bellaco y Tujutí del 24 de mayo de 1866 y del 3 de noviembre de 1868,
así como las de Ytorõrõ, Avay, Pikysyry, Lomas Valentinas y, la capitulación de Angostura, trataron de
encubrir la impericia de López celebrando esas derrotas como si fuesen
victorias. La historia, gran maestra de la vida, nos ha ayudado a rescatar del mar de las mentiras aquellos sucesos.
El mariscal López, con su decisión de llevar la guerra al Brasil
y Argentina demostró su incapacidad para comprender los asuntos estratégicos, e
incurrió en una falta tan grosera, ignorando que el Paraguay no contaba con el
potencial de guerra indispensable para sostener el poderío de la fuerza militar
hasta el fin de la guerra. Con su orgullo altanero, a pesar de su
incuestionable derrota prosiguió la apocalíptica guerra hasta ser alcanzado en
Cerro Corá y muerto ignominiosamente, dejando tras sí caos y destrucción.
Cumpleaños de Solano López. Una
comisión de la Cámara de Diputados llega a Paso Pukú para homenajear al
presidente de la república por su cumpleaños, y entregarle regios regalos. Al
recibir le dice al jefe de la comisión: «me alegra mucho y valoro sus
presencias, ¿y qué dice Asunción?» agregó, poniéndose serio. «Sr. Mariscal
-responde el diputado-, toda Asunción lamenta su ausencia». El mariscal sabía
muy bien que eso no era más que una hábil alabanza, pero aparentó ser de su
agrado. Sin embargo, como reconocimiento al noble gesto de los diputados, menos
el diputado Talavera, padre de Natalicio Talavera, el resto fue destinado a
prestar servicio en unidades de combate. Los historiadores nacionalistas
celebran y aplauden todas las tonterías del héroe
por decreto. Natalicio Talavera, durante la guerra dirigió “El
Semanario”. Fue un talentoso cronista de guerra que estaba obligado a celebrar
a alturas hiperbólicas cada operación de López; y hacía bien, pues su vida dependía
en hacerla bien.
El oscurecimiento de su inteligencia y de su conciencia como
responsable de todos los acontecimientos, le impidió a López hasta el fin de su
vida comprender el alcance verdadero de los desmanes que cometía en oposición con la regla eterna del bien. Tenía la
convicción de que estaba predestinado por la Providencia representar este
papel, se esforzaba por demostrar que su propósito era beneficiar a la nación,
y que podía dirigir el destino del Río de la Plata, poniendo orden y paz como
en el Paraguay; pero se le escapó algo: que los pueblos rioplatenses ya habían
expulsados a los dictadores, y experimentados con gran
aceptación el liberalismo político; «que sin negar la
autoridad del Estado, sostiene que ésta no es absoluta y que los ciudadanos
conservan una parte de autonomía que el Estado debe respetar». Esta doctrina chocaba
violentamente contra el tipo de gobierno adoptado por Francia, los López y el
Partido Blanco del Uruguay.
Los ciudadanos que aman con fervor a su patria y
quiere serle útil, sus acciones dirigen a la conservación de la vida, a cuidar
los intereses del Estado y a sostener la dignidad del hombre. La fraternidad,
la igualdad y la libertad proclamada por la Revolución Francesa, posiblemente fueron las pasiones que impulsaron a los denominados legionarios, que tal vez estén
profundamente ancladas en la naturaleza de todos los hombres en toda su
existencia.
La Revolución Francesa. Fue un movimiento
revolucionario francés que puso fin al antiguo régimen en Francia (1789-1799).
En la reunión de los estados generales (5 de mayo de 1789), convocado por el
rey, el tercer estado, dominado por la burguesía, se proclamó asamblea nacional
(14 de junio) y se transformó en constituyente. El pueblo tomó la Bastilla (14
de julio). Se redactó una declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano y una constitución, aceptada por el rey después de intentar huir (1791).
Luque, 31-03-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿Epopeya o Destrucción?
CAPÍTULO XIII. EL NACIONALISMO
Sección 2. ¿Qué es el nacionalismo?
El concepto de nacionalismo surge de la edad
contemporánea y nace con el concepto de nación. Es una ideología y un
movimiento sociopolítico que tiene como finalidad generar conciencia e
identificación en una comunidad nacional. En otras palabras, el nacionalismo
es la doctrina
que propugna como valores fundamentales el bienestar, la preservación de
los rasgos de identidad, la independencia en todos los órdenes, la prosperidad,
y la gloria y lealtad a la nación propia. Este
movimiento intenta generar patriotismo o sentido de pertenencia en los
ciudadanos de una misma nación a través del uso de distintas estrategias. El
nacionalismo comenzó a tomar relevancia hacia fines del siglo XVIII, y alcanzó
su apogeo en el siglo XX.
El origen del nacionalismo suele ser bastante
controversial, dado que existen diferentes opiniones sobre su nacimiento. Pero
las que más divulgación tiene afirman que el nacionalismo surge luego de las
grandes revoluciones (revolución francesa, revolución burguesa y revolución
liberal), y está acompañada por los movimientos burgueses que se plegaron en
años posteriores a estas revoluciones. Consideramos burguesía a la categoría
social que comprende a las personas relativamente acomodadas que no ejercen un
oficio de tipo manual.
El nacionalismo de los lopistas a partir de 1936 reproduciría cotidianamente los esquemas mentales del nacionalismo vulgar. La ocupación del territorio ajeno, y la imposición de una nacionalidad y culturas determinadas sobre otras personas y pueblos mediante el uso de la fuerza era uno de los medios utilizados por el nacionalismo de Solano López.
El genocidio causado por el héroe por decreto en la guerra de 1864-1870, al que los nacionalistas
paraguayos lo denominan con orgullo insensato “gloria nacional”, tuvo nefasta
consecuencia; a más de esto, durante toda la guerra, López puso por obra una
persecución generalizada, torturas, fusilamientos y la muerte injustificada e
innecesaria del 60 % de la población paraguaya, y convirtió lo que podría haber
sido un país próspero en una nación devastada. ¿Por qué sucedió todo esto? La
respuesta nos da Rolando Niella, «Porque el nacionalismo no es una ideología
nacional, sino la exaltación emocional de la imaginaria superioridad de su
propia nación sobre todas las demás. Así pues, el núcleo básico de todos los
nacionalismos es el mismo: “Somos superiores y tenemos más derechos que todas
las demás naciones del mundo”» (Rolando Niella, diario “abc” del día domingo 24-03-2019, “Opinión”,
página 4).
Denle suficiente poder a un nacionalista y no tardará en
planificar y ejecutar una guerra por cualquier motivo, tal como hicieron Solano
López, Hitler y Mussolini, que sólo dejaron enormes daños, pero ningún
beneficio.
Lo que constituye la particularidad del nacionalismo es que se muestra como una corriente ideológica de carácter político, la cual se caracteriza principalmente por presentar a su nación el derecho que posee de formar su propio gobierno: la dictadura. Tiene el fin de establecer sus propios objetivos en base a sus aspiraciones y necesidades en el área de la economía, la sociedad y por sobre todo su cultura, ya que este último los define por sobre todo los demás como una identidad nacional. A su vez esta ideología se caracteriza por el hecho de cuidar los sentimientos de su comunidad buscando resguardar sus orígenes, lenguas, su religión, ya sea autóctona o adquirida.
Sección 3. Clases del nacionalismo.
Las formas de actuar:
Depende de la circunstancia y del lugar. Puede adoptar
diversas formas de actuación que pueden ser pacíficas, violentas o puede
combinar ambas. En Paraguay, el nacionalismo o el lopismo, al menos hasta
ahora, sólo han practicado la violencia verbal. Las reivindicaciones
nacionalistas se sustancian mayoritariamente mediante el ejercicio de la
actividad política, principalmente, a través del Partido Colorado (ANR), el partido más nacionalista que cuenta hasta ahora con el
apoyo de la mayoría de los ciudadanos mediante dos actividades: la exaltación
del mariscal López y el uso de las prebendas, como hace poco nos demostró el
presidente del Congreso Nacional al contratar como “asesor cultural” al
nacionalista más exaltado. La celebración de las fiestas nacionales en Paraguay es una de las maneras a través de las
cuales los dictadores como Rafael Franco en 1936 y Stroessner en 1954-1989
fomentaron el sentimiento nacionalista entre los paraguayos sin
concesiones y paliativos, principalmente en las fuerzas armadas de la nación. Por el momento no practican la violencia sino la "no violencia activa" cuyo máximo
exponente fue la lucha que llevó contra la dominación británica Mahatma
Gandhi en la India. La guerra del Paraguay de 1864-1870 es un ejemplo
en las que el elemento nacionalista desempeñó un papel sustancial.
Clases de nacionalismo:
Nacionalismo liberal: Su máximo defensor fue el filósofo
y revolucionario italiano Giuseppe Mazzini. Este consideraba que una nación
surge de la voluntad de los individuos que la componen y el compromiso que
estos adquieren de convivir y ser regidos por unas instituciones comunes. Es
pues, el ciudadano quien da forma subjetiva e individual y decide formar parte
de una determinada unidad política a través de un compromiso o pacto. La
nacionalidad de un individuo estaría por lo tanto sujeta a su exclusivo deseo.
Este tipo de nacionalismo fue el que se desarrolló en Italia y Francia.
Nacionalismo conservador:
Sus principales defensores fueron Herder y Fichte (Discurso a la nación alemana, 1808). Según ellos, la nación conforma un órgano vivo que presenta unos rasgos externos hereditarios, expresados en una lengua, una cultura, un territorio y unas tradiciones comunes, madurados a lo largo de un constante proceso histórico. La nación posee una existencia objetiva que está por encima del deseo particular de los individuos. El que pertenece a ella lo seguirá haciendo de por vida, con independencia del lugar donde se encuentra. Es como una especie de carga genética a la que no es posible sustraerse mediante la voluntad. Este tipo de nacionalismo fue el esgrimido por la mayoría de los protagonistas de la unificación alemana.
Sección 4. El nacionalismo según Rolando Niella
«El movimiento independentista catalán ha puesto una vez
más sobre el tapete el resurgimiento de unos nacionalismos radicales, cada vez
más necios y menos compatibles con la imparable tendencia integracionista que
la globalización ha impuesto al mundo actual. El éxito de estos movimientos
nacionalistas radicales se explica porque apelan a discursos afectivos y
sentimentales y escurren el bulto a cualquier argumentación racional. La más
feliz de todas estas estrategias es identificar nacionalismo con patriotismo.
«En consecuencia, nuestra política es innecesaria y
desproporcionadamente agresiva, porque “con los antipatriotas no se discute,
sino que se los derrota a cualquier precio” y ese precio es casi siempre pasar
por alto las leyes y convertir la justicia en un garrote…Y eso es todo lo
contrario al Estado de Derecho y se parece mucho, demasiado, a una dictadura (Diario
“abc color” del 15-10-2017, Pág. 8, “Opinión”).
«El nacionalismo es
una ideología que considera que pertenecer a determinada nación nos hace
mejores y con más derechos que los demás. El patriotismo, en cambio, es un
sentimiento de pertenencia, un vínculo afectivo con nuestro país y nuestros
conciudadanos. Reunir los dos conceptos es una gran mentira, porque la historia
demuestra que los nacionalistas radicales distan mucho de ser patriotas, en la
medida que están dispuestos a sacrificar la vida de miles de sus conciudadanos
sin el menor escrúpulo. Así ocurrió en la Alemania nazi, con la Italia
fascista, o en la sangrienta y fratricida guerra civil que enfrentó y masacró a
las naciones de Los Balcanes: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia,
Macedonia, Montenegro y Serbia.
«El nacionalismo asegura que, al separarse, serán más
libres y más prósperos, pero en realidad serán más pobres y más provincianos. ¿Qué
importancia tiene estos para el Paraguay? Nuestros partidos políticos tienen
por costumbres promover y utilizar sistemáticamente la identificación de la
ideología nacionalista con el sentimiento patriótico y proclamar que, quienes
no están de acuerdo con ellos no son adversarios ideológicos, sino “enemigos de
la patria”.
«El viejo y engañoso truco, que parecía desgastado hasta
hace pocos años, de identificar nacionalismo con patriotismo, vuelve a dar
resultados a quienes son lo suficientemente inescrupulosos para usarlo. Así se
enredaron en un conflicto inútil los catalanes, con su “España nos roba”. El
patriotismo es el vínculo vivencial y el sentimiento de pertenencia que nos une
y nos identifica con nuestra nación. Ese vínculo hace que tengamos unos lazos
culturales y afectivos con todos aquellos que son nuestros connacionales. Ser
patriota y sentirse parte de la comunidad y la historia de una nación no
implica despreciar a quienes no forman parte de ella. Ser nacionalista, en
cambio, exige sentirse y creerse superior a todos los que no “tuvieron la
suerte” de nacer en ese territorio o de pertenecer a esa “raza elegida” para
dominar el mundo.
«El nacionalismo no es patriotismo y, por regla general,
el nacionalista promedio está más que dispuesto a sacrificar a sus compatriotas
en nombre de esa imaginaria superioridad nacional o étnica. En su versión menos
agresiva sacrifica la prosperidad (como está ocurriendo en Cataluña, de donde
no paran de huir las empresas) y en la más violenta sacrifica sus vidas.
«Resulta sorprendente, pero por desgracia está
ocurriendo, que en un mundo en el que todos estamos más comunicados que nunca
con otros países, otras costumbres, otras formas de pensar, todavía los
políticos puedan explotar la identificación de nacionalismo con patriotismo
como fórmula eficaz para llegar al poder y, una vez allí, instalar una política
de exclusión y discriminación. Lo más grave de esta epidemia de nacionalismos,
empujada por las ansias de poder de un desenfrenado populismo, tanto de la extrema
izquierda como de la extrema derecha (ambos
se parecen), es que es absolutamente anacrónica en un escenario
internacional cada vez más interconectado y más interdependiente. Los vínculos
tecnológicos, económicos, sociales, políticos y culturales del mundo actual han
hecho inviable aplicar políticas nacionalistas sin dañar gravemente al propio
país.
«Así pues, el nacionalismo es, a la hora de los hechos, todo lo contrario que el patriotismo, puesto que las primeras y principales víctimas de cualquier nacionalismo son los ciudadanos de la propia nación. El nacionalismo radical ha entrado en ebullición en todo el mundo y ataca sistemáticamente los mecanismos de integración. Contra toda lógica y contra la tendencia histórica, encumbrados políticos, ya sea por ignorancia o por inconfesables intereses mezquinos, promueven el ultranacionalismo en todo el mundo, como si no supieran o como si no les importara el daño que causa a sus propias naciones. Los paraguayos tenemos un fuerte sentido patriótico, que fue forjado en una historia de guerras trágicas y que posee además un lazo cultural poderosísimo en el idioma guaraní. Así que resulta necesario consolidar la idea de que el nacionalismo nada tiene que ver con el verdadero sentimiento patriótico».
Sección 5. Surgimiento del nacionalismo
El nacionalismo es una ideología y movimiento sociopolítico que surgió junto con el concepto moderno de nación, propio de la Edad Contemporánea, en las circunstancias históricas de la
llamada “Era de las Revoluciones” (burguesa, liberal) y los movimientos de independencia de las colonias europeas en América, desde finales del siglo XVIII.
A finales del S. XIX y al principio del XX se
desarrollaron discrepancias entre nacionalistas, produciéndose así graves
conflictos entre naciones. La mayoría de las guerras empezaron por disputa
nacionalista. Hoy en día también existen organizaciones terroristas como
“ejército del pueblo paraguayo (EPP)” autodenominado con el nombre del más
extremo nacionalista que llevó a la nación paraguaya a una ruina casi total: el
Mariscal López. Estos nacionalistas cometen asesinatos y secuestros con el
pretexto de un Paraguay mejor. En el ámbito de la música el nacionalismo fue un
movimiento musical que surgió a mediado del S. XIX con el objeto de reafirmar
los valores esenciales de cada nación a través de su música popular o de su
folklore. Como ejemplos tenemos las músicas “1º de Marzo” y “Campamento Cerro
León”.
Así también,
el nacionalismo ha dado lugar a dos grandes corrientes ideológicas: la primera de
ellas busca fortalecer la autodeterminación nacional ante potencias coloniales o neocoloniales, corriente que ha sido caracterizada por
Rosa de Diego como «nacionalismo liberador, excluyente y dominador». mientras la segunda busca impulsar la
supremacía de una nación sobre otras, denominada por Memmi como «nacionalismo del colonialista».
El nacionalismo está más orientado hacia el desarrollo y el mantenimiento de una
identidad nacional basada en características compartidas como la cultura, el
idioma, la etnia, la religión, los objetivos políticos o la creencia en un
ancestro común. Por lo tanto, el nacionalismo busca preservar la cultura
nacional. A menudo también implica un sentimiento de orgullo por los logros de
la nación. Como ideología, el nacionalismo pone a una determinada nación como
el único referente de identificarse dentro de una comunidad política; y
parte de dos principios básicos con respecto a la relación entre la nación y el
Estado:
1) El principio de la soberanía nacional: que mantendría que la nación es
la única base legítima para el Estado.
2) El principio de nacionalidad: que mantendría que cada nación debe formar su propio Estado, y que las fronteras del estado deberían coincidir con las de la nación.
Ciertos teóricos, como Benedict Anderson, han afirmado que las condiciones necesarias para el nacionalismo incluyen el desarrollo de la prensa y el capitalismo. También afirma que el concepto de nacionalismo es un fenómeno construido dentro de la sociedad, llamándolo comunidad imaginada. Ernest Gellner añade al concepto: «el nacionalismo no es el despertar de las naciones hacia su conciencia propia, inventa naciones donde no las hay». Por otro lado, hay historiadores como el español Pelai Pagès que advierten que el concepto nacionalismo presenta diferentes sentidos, y de la dificultad de hallar una definición válida capaz de abarcar la diversidad de movimientos y de ideologías nacionalistas. Por ejemplo, señala Pagès, «históricamente han existido nacionalismos xenófobos y opresores, y nacionalismos liberadores». Sin embargo, Pagés reconoce que existe una base común en todos los nacionalismos.
Sección 6. Nacionalismo y patriotismo
Juan Francisco Fuentes señala que «en
el siglo XX el término “patriotismo” ha tenido casi siempre un valor positivo,
mientras que “nacionalismo” tiene un valor peyorativo, lo que explicaría que
muchos nacionalistas no se definieran como tales. Fue el caso del líder
de Falange Española José Antonio Primo de Rivera cuando
afirmó: «Nosotros no somos nacionalistas, porque el nacionalismo es el
individualismo de los pueblos… Somos españoles».
Según Núñez Seixas, la consideración peyorativa del nacionalismo que
lleva a diferenciarlo del patriotismo y que provoca que muchos
nacionalistas rehúyan considerarse como tales, procede de la identificación
del nacionalismo «con exaltación de la concepción
orgánico-historicista, y esencialista de la
comunidad política frente al concepto cívico de la nación de ciudadanos».
La diferencia entre el nacionalismo y el patriotismo es una muy delgada línea la que los separa, puestos que ambos buscan resguardar sus culturas, ideales originarios, religión entre otros. Pero mientras que el nacionalismo busca incluir a la sociedad dentro de los ámbitos políticos, el patriotismo respeta totalmente sus sistemas políticos y económicos, prestando más importancia a su identidad social.
Sección 7. Formas de nacionalismo
1) Nacionalismo integrador. Es el que pretende la unificación nacional de las poblaciones
con características comunes que habitan en distintos Estados, donde pueden
ser minorías nacionales y por tanto en esos Estados constituyen
nacionalismos centrífugos. En América Latina, se da el caso del nacionalismo
iberoamericano, propuesto por personajes históricos como Simón Bolívar, Francisco de Miranda, José de San Martín, que históricamente se oponen a la
desintegración de la Patria Grande y abogan por su reunificación.
2) Nacionalismo desintegrador. Es el que pretende
la secesión de una parte del territorio de un estado habitado por una población
con características diferenciadas del grupo étnico considerado mayoritario. Al
grupo diferenciado se le puede definir como minoría nacional. Estos casos se dan en estado
que se caracterizan por ser considerados "multinacionales".
3) Nacionalismo económico. Se concentra sobre los mecanismos de dependencia económica o neocolonialismo. Sostiene
la necesidad de que sectores y empresas básicas de la economía permanezcan en
manos de capitales nacionales, muchas veces estatales cuando el sector privado no
tiene condiciones. Los orígenes del nacionalismo económico pueden
encontrarse en la creación de empresas estatales para explotar productos estratégicos como la
creación de “Yacimientos
Petrolíferos Fiscales”, para
el petróleo en Argentina en 1922 y
luego en las políticas de nacionalizaciones implementadas
por numerosos países entre los que se destacan: la nacionalización del petróleo en México en 1938, la nacionalización del petróleo en Irán en 1951, la nacionalización del Canal de Suez en 1956 y
la nacionalización del cobre en Chile en 1971.
4) Nacionalismo liberal. El nacionalismo liberal es un tipo de
nacionalismo identificado por los filósofos y algunos políticos que creen que puede existir una forma
no xenofóbica del
nacionalismo que se encuentra compatible con los valores liberales de la libertad, la tolerancia, la igualdad y los derechos individuales. Es una
forma del nacionalismo en el cual el Estado deriva la legitimidad política de la participación activa de su ciudadanía del grado a que
representa la "voluntad general". Es una noción
"voluntarista" que también es compartida por los enfoques del
italiano Giuseppe Mazzini, considerando que la nación surge de
la voluntad de los individuos.
La visión liberal de la identidad nacional, especialmente en el siglo XIX, veía al Estado o la institucionalidad como el máximo referente de la nacionalidad, derivando en un nacionalismo jurídico o constitucional, según explica Jürgen Habermas, dando lugar a una noción que entronca directamente con la tradición política del republicanismo y, como este requiere de una concepción participativa de la ciudadanía volcada en la promoción del bien común. Por eso, la ciudadanía que hace suyo el patriotismo no se remite en primera instancia a una historia o a un origen étnico común, sino que se define por la adhesión a unos valores comunes de carácter democrático plasmado en la Constitución, es decir, bajo un orden jurídico expresado en el Estado de Derecho.
Sección 8. Críticas al nacionalismo
Dentro de las consecuencias más grandes a través del paso
de la historia que han producido los movimientos nacionalistas, sin lugar a
duda han sido la manera violenta en la que terminan los diferentes conflictos: guerras
y revoluciones que surgen por pelear por un ideal. La manera más fácil de
comprender esto son las destrucciones que han dejado como resultado las guerras
internacionales como la apocalíptica guerra de la Triple Alianza, las Primera y
Segunda Guerras Mundiales, la guerra de Vietnam, etc., las cuales no sólo
dejaron grandes pérdidas humanas sino estructurales casi incalculables en cada
nación.
Los veneradores del mariscal López proclaman que para ser
patriota hay que ser nacionalista, y para ser nacionalista primero hay que ser
lopista. Ellos dan por cierta una cosa que está comprobada y demostrada que es
falsa, y aun así piensan que le va a hacerles más importantes, con más derechos
y con unos privilegios que los otros no tienen ni deben tener. Vale decir, sólo
buscan privilegios y no son patriotas.
El nacionalismo ha sido objeto de numerosas críticas por parte de estudiosos
procedentes de distintas áreas de conocimiento. Seguidamente, presentamos a grandes
estudiosos y de muy elevada jerarquía sus respectivos conceptos sobre el
nacionalismo:
George Orwell, historiador británico. A lo
largo del siglo XX varios autores han diferenciado entre nacionalismo y patriotismo dando
al primer término un valor negativo y un valor positivo al segundo. Esta fue la
posición por ejemplo de Orwell, que escribió en 1945, nada más acabada la segunda guerra mundial, lo que sigue: «el nacionalismo
no debe ser confundido con el patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción
por un lugar determinado y por una particular forma de vida... que no se quiere
imponer...; contrariamente a Rafael Altamira, que sostiene que el nacionalismo
es inseparable de la ambición de poder».
Rafael Altamira. Historiador español, en 1928 tras
afirmar que «su obra había tenido desde hacía años un marcado sentido
patriótico, quiero decir que he estudiado y expuesto con gran frecuencia temas
referentes a las defensas de nuestra historia y nuestros valores actuales, al
problema espiritual de nuestra unidad y al de la educación necesaria para
formar ciudadanos españoles», decía que ser patriota no quería decir ser
nacionalista, ni en lo agresivo de la política nacionalista, por lo que se
refiere a las relaciones internacionales, ni en su inclinación retrógrada en cuanto
a la identidad y tipo de vida de una nación determinada».
Pedro Gómez García, en un artículo titulado “La
identidad étnica, la manía nacionalista y el multiculturalismo como rebrotes
racistas y amenazas contra la humanidad”, sostiene que «el nacionalismo es una
tendencia patológica que nos conduce hacia la balcanización del planeta y
obstaculiza la emergencia de una sociedad mundial pluralista e integrada».
Jorge Luis Borges. «El nacionalismo es el canalla
principal de todos los males. Divide a la gente, destruye el lado bueno de la
naturaleza humana, conduce a desigualdad en la distribución de las riquezas».
Rolando Niella. (En “Nacionalismo y patriotismo”, diario “abc color” del 15-10-2017, “Opinión”, Pág. 8). Refiriéndose al nacionalismo dice: «El nacionalismo conduce a la guerra y al aislamiento, porque es en esencia supremacista: cree que haber nacido en un lugar determinado y provenir de unos antepasados que también eran de la región hace a las personas más importantes, con más derechos y con unos privilegios que los demás no tienen. … las nuevas tecnologías de comunicación, las condiciones económicas y sociales del mundo real lo han vuelto aún más obsoleto, excluyente, autoritario, conservador y necio de lo que siempre fue». Y en otro de sus artículos (“Los nacionalismos vs. la integración”, diario “abc color” del día domingo 22-10-2017: “Opinión”, Pág. 4), dice «El nacionalismo radical ha entrado en ebullición en todo el mundo y ataca sistemáticamente los mecanismos de integración. Contra toda lógica y contra la tendencia histórica, encumbrados políticos, ya sea por ignorancia o por inconfesables intereses mezquinos, promueven el ultranacionalismo en todo el mundo, como si no supieran o como si no les importara el daño que causa a sus propias naciones». Y en otro de sus artículos digno de interés, expresa: «hoy en día nada ocurre muy lejos, por poner el ejemplo más obvio, ¿cuántos paraguayos viven y trabajan en la Argentina, Brasil y Uruguay? Ocuparse solo de lo que ocurre en el estrecho marco de nuestras fronteras siempre ha sido provinciano; pero hoy en día, en la era de la conectividad, resulta además absurdo, puesto que va contracorriente de la historia. Paraguay es un país pequeño y mediterráneo que puede prosperar (si sus propios políticos, también mayoritariamente nacionalista, no lo impiden) en un mundo de integración; pero que irremediablemente se estancará y empobrecerá en un mundo donde los necios nacionalismos radicales construyan muros, cierren fronteras, multiplique trabas y promuevan el aislamiento».
Sección 9. Consideraciones finales sobre el nacionalismo
La primera guerra
mundial marcó la destrucción definitiva de varios estados
multinacionales (el Imperio
otomano y el Imperio austrohúngaro). El tratado de paz de Versalles (28 de junio de 1919) con Alemania fue
establecido como un intento por reconocer el principio de nacionalidad, ya que
gran parte de Europa fue dividida en naciones-estado en un intento por mantener
la paz. Pero en este periodo de entreguerras se abatió «la
sombra ominosa de esos tipos de nacionalismo que se fundamentaban en criterios
raciales (el cráneo, la sangre, los genes), la violencia y el culto a la
brutalidad: la cuna del fascismo. En las
convulsiones que siguieron, primero en Europa y luego en todo el mundo, la
línea roja del nacionalismo se fusionó con las fuerzas más oscuras: el racismo, el fascismo, el antisemitismo y el lopismo. El nacionalismo mata a los ciudadanos
en Bosnia, Herzegovina, Croacia y Serbia. El fascismo es
generalmente clasificado como nacionalismo étnico, habiendo sido su caso más
extremo el nacional socialismo de
la Alemania Nazi.
La celebración de las fiestas
nacionales es una de las maneras a través de las cuales los
gobiernos de cada Estado fomentan el sentimiento de pertenencia nacional entre
sus ciudadanos. En Paraguay, principalmente el 1º de marzo, fecha declarada como “Día de los Héroes”, las
autoridades nacionales, así como centenares nacionalistas, acuden con devoción
patriótica a Cerro Corá -olvidando a los verdaderos héroes-, para tributar
reverente homenaje al nacionalista extremo, al que llevó al Paraguay al caos y
a la destrucción: el mariscal Francisco Solano López, en el mismo lugar donde murió
ignominiosamente.
Los que los paraguayos debemos celebrar
solemnemente cada 1º de marzo es el despertar glorioso de la nación paraguaya el
1º de marzo de 1870, a una forma de vida
nacional diferente a la terrible opresión al que fue sometido el pueblo
paraguayo por los dictadores Francia y los López, que se caracterizaron por el
abuso del poder, la corrupción, las arbitrariedades, las prebendas y la mentira.
Luque, 01-04-2021
COMENTARIOS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870) ¿Epopeya o Destrucción?
CAPITULO XIV. NACIONALISMO Y LOPISMO
PARTE I
Sección 1. Consideraciones previas
Empezamos
este capítulo con el concepto, breve pero contundente, del distinguido
historiador paraguayo José Luis Martínez Peláez que
dice: «el nacionalismo pretende la propiedad exclusiva del
patriotismo, excluye al que no comulga con su credo y convierte al nacionalista
en un idiota funcional que deja que el sentimiento aflore por sobre la razón.
Hetá oí la peicha guá ñande retá me y todo producto de la cretinización que
sufrió de los gobiernos "predestinados" de los insignes apellidos que
subieron al altar de la Patria.
Nosotros
no escribimos la historia de la Guerra de la Triple Alianza para servir de terapia a los exaltados nacionalistas que tienen tendencia a
sentirse insultado y se ofenden con facilidad cuando señalamos los errores y
crueldades cometidas por Solano López, a pesar de que no tenemos la culpa de
ellos. Deberían de saber que no es nuestro trabajo dar satisfacción emocional a
los que sienten una reverencial admiración por el mariscal López, sino contar
la verdad. A más de esto, intentamos darles voz a los que no lo lograron
durante la guerra, a sus descendientes y a los que por temor a los insultos de
los exaltados nacionalistas no se animan a pegar el grito. No buscamos ofender
a los veneradores de López, sino intentamos convencerlos de que están equivocados
en sus puntos de vista sobre el denominado por un decreto en 1936 “héroe máximo
sin parangón”.
Duro es el hueso que los lopistas habrán de roer si sólo con el
argumento de la manida frase de que “defendió la patria y no se rindió”,
acompañado de procaces improperios dirigidos a los que cuentan la verdad. Es
hora de que se enteren que los historiadores objetivos y veraces que nada
publican sin estar respaldado por documentos o hechos o apoyados en el método
fundado en la razón y no en los sentimientos.
A partir de 1989 -año en que
fue derrocado la última dictadura-, fueron forzados a luchar cuesta arriba para
mantener el mito de “máximo héroe sin parangón”. Debemos decir al respecto, que
a pesar de haber en nuestro país reputados historiadores; sin embargo, hasta ese
año nadie se atrevió -a excepción de Efraín Cardozo- a publicar la verdad sobre
la guerra de 1864-1870, porque los dictadores que se sucedían desde 1936 en
nuestro país, sólo permitían la publicación de obras que elogiaban al “máximo
héroe”, usando la historia como política del gobierno: proclamar patriotismo,
inspirar simpatía y mentir al pueblo.
Algunos veneradores del
mariscal López no se cansan de buscar algún escrito que le sirva para neutralizar
los graves hechos contra el género humano practicado por Solano López. Con
admirable constancia hacen una búsqueda frenética para ver si encuentran algo
como la de sacar un conejo del sombrero, y si nada encuentran no tienen
escrúpulo para inventarlo o presentar documentos apócrifos o publicando como
verdadero lo que no lo es o añadir algo que no existe en la realidad. El único
argumento que usan es la manida frase: «defendió
la patria y no se rindió» ¡No tienen argumentos que exhibir ante la gente que sabe
razonar y no se dejan atrapar!
Siempre ha habido paraguayos que sostenían que sobre el mariscal López hay dos puntos de vista: la verdad y la ficción. No puede caber duda alguna, a medida que mejora la educación del pueblo paraguayo se irá por sí mismo imponiéndose la verdad; porque la verdad tarde o temprano llega, pero llega. Algún día hemos de llegar como consecuencia del razonamiento lógico a una conclusión aprobado por la razón y deducido de los hechos sucedidos: si López fue realmente héroe o solo fue un pobre bastardo sin gloria aureolado de mitos. Queremos asegurar a los compatriotas que nuestras opiniones son clara y franca porque nos basamos en una serie de hechos comprobados que no se pueden negar y menos refutar. Los lopistas carecen de argumentos para sus alegatos vindicativos, entonces echan manos a las palabras más soeces en sus intentos de retardar, porque no pueden detener, el avance inexorable de la verdad.
Sección2. El lema del lopismo.
La frase repetida
excesivamente como si fuera un lema, “defendió la patria y no se rindió”,
expresa la idea de guía de conducta del lopismo, pero de ningún modo podría ser de la nación conforme la define Gandhi,
que dice: «La nación se caracteriza por su unidad. Es una unidad geográfica y
humana. Cada nación es una unidad que comporta elementos distintos, de
religiones, de etnias, razas y mentalidades. Precisamente esa facultad de
asimilación de elementos distintos es una de las pruebas de que se trata de una
nación unida. Nosotros preferimos
utilizar más la palabra nación que patria, ya que tiende a un gobierno del
pueblo mismo y huye de esa expresión que separa conceptualmente gobierno y
gobernados. La nación debe usar su propio lenguaje, erradicar la dictadura y
gobernarse a sí mismo. Los deberes para uno mismo, para la familia, para el
país y para el mundo no son independientes unos de otros. No puede ser uno
bueno para su nación perjudicándose a sí mismo y a su familia. Del mismo modo,
tampoco se puede servir al país perjudicando a otros. En último término, hemos
de morir para que la familia viva, y la familia debe morir para que viva la
nación». (“Por la senda de Gandhi”, por Francesc Cardona, editado por Plutón
ediciones, Barcelona-España en 2019).
Esta época de democracia
que la nación está disfrutando, es un momento propicio para acordar si de
verdad Solano López fue el jefe prodigioso de la resistencia a la contraofensiva
de Brasil y Argentina que, en son de represalia al daño causado por la fuerza
militar de López al invadir sus territorios, o el verdugo de su propio pueblo.
Los veneradores del mariscal López afirman que nuestra
posición contra el héroe por decreto es resultado del odio. Pero ignoran que
nuestra cólera -no odio- contra el mariscal López se debe al crimen contra la
nación que él perpetró. La furia infernal de López se abatió sobre los
paraguayos en San Fernando. Las sucesivas derrotas hirieron gravemente el
orgullo del vanidoso mariscal, a más de esto, lo dejó impotente para enderezar la
difícil situación. Tal vez, esta haya sido la que originó en él la
injustificada ira contra sus compatriotas que causó estrago y horror de un
extremo a otro del territorio nacional. ¿Cuántos desdichados gemían en nuestro
país durante la guerra que él voluntariamente desató? No había clemencia para
nadie, ni para su madre ni hermanos ni cuñados. Nunca dejó de ser inflexible,
ni a la súplica de su madre a favor de su hijo Benigno a quien lo había
condenado a muerte, accedió. Derramó río de sangre, no del enemigo sino de sus
compatriotas. Tentó a la fortuna y mucho riesgo corrió al apostar como si fuera
juego de azar el Paraguay entero, y perdió, ¡pero él se negó a pagar!,
prefiriendo huir abandonando a su pueblo a las alas de Dios que es grande. El
corazón de la gente de bien y sensata, se congela de espanto y pavor al contemplar
los sucedidos en san Fernando, Potrero Mármol, San Estanislao y Zanjahu.
Los nacionalistas
paraguayos muestran al mariscal López como un superhéroe de comic. Pero, aunque
exagerasen hasta el extremo la conducción del ejército paraguayo, y que
“defendió la patria y no se rindió”, resulta difícil abrigar hacia él un
sentimiento crítico positivo. Esos
fundamentos aparentemente racionales nos llevan a descubrir que la ideología
lopista es la manifestación y el resultado de un carácter necrófilo y
sadomasoquista. Los especialistas en sicología explican que en el necrófilo
todas las acciones tienden a la destrucción, al amordazamiento, a la coerción,
al sometimiento y el dominio por el terror.
Las fantasiosas obras de O’Leary -un
consumado ilusionista-, y de un extremado patrioterismo de algunos historiadores
nacionalistas, que sin escrúpulos deforman hechos y siembran confusión. Tal vez
sus exaltados nacionalismos le hacen creer que podrían contribuir con la buena
fama del país, pero usando la mentira. No obstante, hay que reconocer que esta
clase de historiadores tienen una pasión tan grande para enaltecer al Paraguay
ante otros países; pero lastimosamente, no tienen el menor escrúpulo para
afirmar las más vanas invenciones, tales como tomar mentiras por verdades, las
arengas que se hacen en los días patrios, en especial cada 1° de marzo, como
hechos, y mitos por historia. Y en la apología que hacen sobre el mariscal
López introducen muchas ficciones y copiosas hipérboles para realzar más la figura
del denominado por decreto del presidente de facto coronel Rafael Franco en
1936, por motivo meramente político, “héroe máximo sin parangón”, con la
intención que la “gloria” de López eclipse la portentosa victoria de
Ayala-Estigarribia en la guerra del Chaco (1932-1935).
No puede caber duda que los nacionalistas
exaltados desean restaurar la dictadura, porque en ella viven como el tiburón
carnicero en el mar; por lo tanto, la veneración al mariscal Solano López es un
medio esencial para ellos. Es más, detrás viene bien agazapado el neonazismo.
Los lopistas pretenden imponer a la nación como guía el lema «vencer o morir todos»,
que a excepción de Leónidas en las Termópilas nadie cumplió jamás por absurdo,
ni por los paraguayos en nuestras dos guerras. Ellos a todo trance quieren
probar sin argumento y con falacia, que Solano López es gloria nacional, tal
vez, impresionados por los versos de los poetas populares que vacíos de
conocimiento de la historia militar, pero lleno de sentimientos patrióticos,
escribieron varios poemas en ofrenda del héroe por decreto.
NOTA. Termópilas, desfiladero de Grecia
central, donde el rey de Esparta Leónidas, con 300 hombres de infantería,
intentó detener a las tropas persas al mando de Jerjes I en 480 a. J.C. Todos
murieron porque no tenían opción, pues el emperador persa logró cerrar el
camino de retirada.
La campaña de difamación de los veneradores del mariscal López contra todos aquellos que se animan relatar la verdadera historia de la guerra de 1864-1870, y analizan la chapucera conducción del ejército paraguayo por el mariscal López con el ánimo de neutralizar el efecto de la verdad por una acción contraria; y como no encuentran otra manera para tal propósito, tratan de desacreditar, no utilizando argumentos para refutar la opinión ajena, sino diciendo cosas injuriosas contra el autor, e incluso utilizan calificaciones peyorativas y escupen palabras soeces con el único propósito de desalentar a todos aquellos que osan o se atreven criticar al héroe por decreto por sus innumerables errores, derrotas y crueldades. Y como somos varios las víctimas elegidas, nos acusan de anti patriota o legionario, denominativo que los chauvinistas acompañan a sus insultos para señalarnos como despreciados por todos aquellos que alardean de patrioterismo. Numerosos historiadores, objetivos y veraces –paraguayos y extranjeros-, han atrapado a los lopistas con la verdad. No han encontrado, en las numerosas obras publicadas por ellos, ni un capítulo o párrafo de qué agarrarse, porque todas están fundamentadas sobre hechos reales, tal como corresponde a un historiador. Y como es bastante azaroso refutar la verdad, se dedican a proferir injurias.
Sección 3. Algunas obras independientes.
A continuación, por considerar altamente interesante
recurrir a obras de historiadores independientes como los extranjeros, y por
eso mismo merecen de credibilidad. Vale decir, que ellos no tienen interés en
manipular los hechos de la guerra de 1864-1870 por sentimentalismo, pero eso no
ha sido óbice para acompañar al pueblo paraguayo en su desgracia. Por
consiguiente, sus opiniones están basadas en argumentos racionales; es decir,
buscan la verdad para extraer experiencias y transmitirlas.
“Los orígenes de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”, por Pelham
Horton Box (inglés);
2. “Paraguay y la Triple Alianza”, de Harris
Gaylord Warren (USA);
3. “Retrato de un dictador, Francisco Solano
López” por Robert B. Cunninghame Graham (inglés);
4. “La guerra de la Triple Alianza” (tres
tomos), por Thomas Whigham (USA);
5. “Una guerra total: Paraguay 1864-1870”, por
Luc Capdevila (francés);
6. “Memorias
del Dr. Guillermo Stewart” (escocés) publicado por la hija Yolanda C. Stewart Sellitti;
7. “Historia de la guerra del Paraguay”, por Max von Versen (prusiano);
8. “La diplomacia estadounidense durante la guerra de la Triple Alianza” por Charles
Ames Washburn, exembajador de los EE. UU en Paraguay desde antes de la guerra hasta
diciembre de 1868, fecha en que vino una poderosa escuadra norteamericana a
rescatarlo.
9. “La guerra del Paraguay” por George Thompson (inglés);
10. “El Napoleón del Plata” por Manlio Cancogni e Ivan Boris (españoles).
11. “La guerra de la Triple Alianza contra el gobierno de la República de
Paraguay”; L. Schneider (consejero privado y lector de S. M., el emperador de
Alemania y rey de Prusia).
12. “Siete años de aventuras, EL PARAGUAY”, por Jorge Federico Masterman.
13. “La Guerra Guazú” escrito por el historiador norteamericano Thomas Whigham, en
colaboración con cinco historiadores extranjeros: Liliana M. Brezzo, Dardo
Ramírez Braschi, Marco Fano, Francisco Doratioto y Juan Manuel Casal. Editado
por Intercontinental Editora, año 2021.
Todos estos historiadores coinciden en los puntos que
pasamos a enumerar:
1) Que el mariscal López provocó intencionadamente la guerra;
2) Que innecesariamente la prolongó, a pesar de quedar el Paraguay totalmente aislado y sin posibilidad de renovar los pertrechos;
3) Que cometió muchos errores estratégicos y tácticos;
4) Que maltrataba a sus compatriotas, prisioneros en
incluso a su propia familia;
5) Que mandó fusilar a miles de sus compatriotas
inocentes para quedarse con sus bienes;
6) Que las tropas paraguayas, a pesar de la carencia
de alimentos, eran valientes, disciplinadas, dóciles y estoicas.
7) Que López no tenía posibilidad de ganar la guerra
porque el potencial de guerra del Paraguay era insuficiente para mantener el
poderío de la fuerza militar de López;
8) Que se imponía con arbitrariedad y persistencia
sobre el ejército paraguayo y el pueblo.
Es decir, su mando era sumamente rígido, sin sujeción a la justicia o a la razón.
Es propio de López presentar un aspecto enérgico, amenazante e
intimidatorio, fuerte y decidido. Con estas actitudes amilanaba al pueblo
paraguayo y creyó que lo mismo pasaría con los gobiernos de Argentina y Brasil.
El acelerado incremento en los efectivos de su ejército y sin confrontar el
potencial de guerra de Paraguay con el Brasil, creyó que su fuerza de ochenta
mil hombres, intimidarían a Pedro II y a Mitre, porque los ejércitos de ellos sumados
ambos no alcanzaban treinta mil hombres. Con estas erróneas apreciaciones López
adoptó una actitud provocativa y desafiante, porque creyó que su ejército era invencible
y que eso le otorgaba el derecho de ser considerado como líder supremo de la
región. Como resultado de sus creencias, no basadas en argumentos racionales
sino en una acción impulsiva y temeraria, empezó a invadir territorios ajenos.
Es muy probable que los fanáticos lopistas -entre
ellos varios profesionales militares-ni siquiera han leídos libros de
historiadores imparciales; porque ellos son tan nacionalistas que sólo leen
obras de autores que exaltan el mito mariscal López u opinan de oídas. ¿Y la
verdad?, pero ¿qué es la verdad para ellos? Ni siquiera les interesa conocer
para trasmitir experiencias y enseñanzas ajenas a las nuevas generaciones,
principalmente a jóvenes oficiales de las fuerzas armadas de la nación, con el
propósito de que se familiaricen con la estrategia militar y las tácticas que
emplearon los más exitosos generales de la historia universal.
Los exaltados nacionalistas se llaman a sí mismo
patriotas y defensores de la gloria nacional, ¡como si un jefe de Estado que ha
dejado a la nación despachurrada, se pudiera invertir sus malas acciones en
¡gloriosas! La verdad, sin poner en duda sus patriotismos; sin embargo, ignoran
el objetivo político del gobierno que hace la guerra y la importancia de narrar
la historia militar tal como sucedieron los hechos, única manera de aprovechar
las experiencias ajenas, porque la propia siempre llega tarde y cuesta mucha
vida de las tropas. Y como advierte el filósofo norteamericano, Jorge Ruiz de
Santayana, «el pueblo que no quiere recordar algún pasado infausto tal como
sucedió, tendrá como castigo el ver como se repite». He aquí la importancia de
contar la verdad, para que nunca más un jefe de Estado intente llevar a nuestra
nación a otra guerra sin consultar con el pueblo o sus representantes.
Los veneradores del mariscal López son expertos falsificadores de la verdad, porque
se aprovechan de la buena fe de los compatriotas. Para ser más claro, ellos son
unos de dos: mentirosos o ignorantes de la importancia de la historia militar,
y en especial de la guerra de la Triple Alianza. Muchos de nuestros
conciudadanos manifiestan sus aversiones al mariscal López, pero en privado, no
publican porque son temerosos en exponerse a los insultos procaces,
desvergonzados e insolentes de los exaltados nacionalistas, y ser etiquetado
por ellos de antipatriotas o legionarios: se aprovechan del decoro y delicadeza
de la gente. Es preciso indagar las razones de la asombrosa posición de los
lopistas como veneradores de un jefe de Estado que llevó a la nación, por su
orgullo personal, codicia y por ignorancia de la teoría militar, a una guerra
ruinosa que hasta ahora sufrimos las consecuencias.
El mariscal López, antes de empezar la guerra estaba
convencido que cada soldado paraguayo era un Aquiles, y tan valiente que era
capaz de ordeñar una leona, por consiguiente, su ejército era invencible y la
guerra será fácil y corta. Pero lo que se le escapó era que ni Aquiles podía
triunfar en una pelea empuñando un cuchillo y el otro una afilada espada. Las varias
derrotas sufridas hirieron profundamente el orgullo altanero de López que le
causó, probablemente, lo que los especialistas denominan “trastorno por estrés
postraumático (TEPT)”, convirtiéndolo en un psicópata que se propuso la
destrucción de la nación paraguaya.
NOTA. Aquiles, héroe tesalio y rey de los mirmidones,
un pueblo de Tesalia que tomó parte en la guerra de Troya. Aquiles es el
personaje central de la Ilíada y modelo de toda educación griega, sólo era
vulnerable en el talón. La Ilíada de Homero es el relato de un episodio de la
guerra de Troya.
Los furiosos nacionalistas, que tienen una visión
unilateral de la historia de la maldita guerra de 1864-1870, desean vernos
sentado en el banquillo de los acusados, pero sus pretensiones van mucho más
allá de un asunto personal de difamación e injurias. Más que defender a Solano
López –que es tarea de abogado, pero no de historiador-, saben que están en
juego la defensa de la verdad sobre la apocalíptica guerra que López provocó y
el terrorífico gobierno que implantó. Ellos
tienen tendencia exagerada a sentirse insultado; sin embargo, es preciso
preguntarles, señores reverenciadores del mariscal López, ¿aceptarían que es
deber de los historiadores permanecer objetivo, veraz y humano en el ejercicio
de relatar los hechos de aquella guerra infernal? ¿Reconocerían que sus creencias
de que López defendió la patria no están basadas en argumentos racionales ni en
los hechos? Si están de acuerdo, ¿por qué no cierran la boca? Y si no están de
acuerdo, es porque la mentira para ustedes es una obsesión o porque tienen
temor a abrir los ojos a la verdad. De todo esto podemos sacar las
consecuencias siguientes: que los que los lopistas quieren no es historia sino
mitos para alimentar y fomentar sus vanidades o presumir de valientes o tal vez
encubrir sus necrofilias. “Defendió la patria y no se rindió”, son el pináculo
cardinal de los justificadores de los sucesos lastimosos cometidos por el
mariscal López.
Con el producto mental de la imaginación creadora y
careciendo de fundamento real, acuñaron la frase: “defendió la patria y no se
rindió”. Sin embargo, a partir de la aparición del internet, fueron forzados a
luchar cuesta arriba para justificar ante la gente las graves determinaciones
del mariscal López. Son dramáticos, capaces de interesar o conmover a
compatriotas pocos informados con una frase pegajosa o por su impacto
emocional: “defendió la patria contra tres países hasta la muerte y no se
rindió”. La verdad verdadera es que no defendió la patria, porque los enemigos
a quienes él desafió a la guerra entraron con sus ejércitos en nuestro
territorio como Pedro por su casa. Y no se rindió porque era muy hábil para
escabullirse y huir. Para el héroe por decreto es detalle sin importancia que
la nación sea enterrada en una ancha tumba antes que aceptar la derrota como
cualquier jefe de Estado sensato para poner fin a los inútiles sacrificios de
su pueblo.
Las únicas ocasiones en que nuestro “héroe máximo” se
colocaba a la cabeza de sus tropas eran, ¡en la retirada!; y la única vez que
condujo una fracción de tropas personalmente fue en San Estanislao, donde convertido
en teniente comanda el pelotón de fusilamiento y dio la voz ¡fuego! En esa
ocasión mandó asesinar a un escuadrón de caballería completo que le servía de
escolta, y al distinguido coronel Vicente Mongelós, comandante del regimiento
escolta presidencial.
Con estos antecedentes, ¿se puede mostrar a los niños
y jóvenes, como modelo a emular las acciones del mariscal López, y rendirle
honores como se hace cada 1° de marzo en Cerro Corá, en vez de honrar a los
grandes protagonistas de nuestra historia en el “Panteón de los Héroes”? Cada 1º
de marzo, fecha designada como “Día de los Héroes”, se manipula la fecha para
honrar sólo al mariscal López, usando la historia con fines meramente político.
Si razonamos de modo positivo, y dando pruebas de realismo, el 1º de
marzo de 1870 fue una de las fechas más importante del Paraguay muy digna de
celebrar, porque aconteció tres hechos memorables para la nación:
1) la muerte de 56 años de ininterrumpida dictadura y
el nacimiento del liberalismo político y económico. Es decir, el nacimiento de
la libertad pública, compatible con los valores de la libertad, la tolerancia,
la igualdad y los derechos individuales;
2) el establecimiento de un gobierno del Estado electo
por el pueblo, de donde deriva la legitimidad política, por la participación
activa de los ciudadanos, quienes representan la voluntad de la nación; y
3) el fin de la catastrófica guerra.
La defunción de la dictadura en Cerro Corá, desgraciadamente renació en 1936; es
decir, 66 años después que el pueblo paraguayo empezó a participar en las cosas
públicas y gozar de libertad. Con la vuelta de la dictadura se perdió esas
libertades, y ya no se podía públicamente expresar una opinión negativa contra
López a pesar de ser políticamente correcto hacerlo.
¿En qué parte del mundo se gloria a un dictador como
López, que llevó a la nación a la bancarrota, por causa de una guerra insensata
que él mismo provocó al invadir territorios de países vecinos; y cuando
fracasaron sus campañas ofensivas se replegó a la patria trayendo a los
enemigos detrás? De verdad, estamos cansados de escuchar: “el máximo héroe sin
paragón” o que “defendió la patria y no se rindió” o que las autoridades
nacionales cada 1° de marzo “Día de los Héroes”, sólo honran al “héroe por
decreto”, justamente quien dejó al Paraguay sólo caos y destrucción, ignorando a
los victoriosos conductores de la guerra del Chaco (1932-1935): Ayala y
Estigarribia. Todo héroe pertenece a la nación, por lo tanto, valorarlo
conforme al partido político al que pertenece es una soberana tontería.
Hay otras cosas, ¿en algún momento tendremos que
superar todo esto que se ha convertido en una obsesión? ¿Superaremos alguna vez
esta ofensa que se hace a la nación en su honra y las inútiles muertes del 60 %
de su población? Creemos que es mucho más que una ofensa. Encontramos la
historia de la guerra de la Triple Alianza muy estropeada; los veneradores de
López continúan con su máximo héroe que no ganó una batalla ofensiva en cinco
años de guerra, que lo que mejor hacía era permanecer bien alejado de los
campos de batalla para escabullirse a tiempo del enemigo. Thompson justifica en
su obra de modo irónico, que el mariscal López era alérgico al acre olor a
pólvora, y esto le impedía conducir personalmente su ejército en el campo de
batalla, ¿y aun así desató voluntariamente la guerra?
Casi la totalidad de los paraguayos que saben razonar,
se siente horrorizado por los asesinatos masivos de paraguayos inocentes que
López perpetró en San Fernando, Potrero Mármol (Villeta), Azcurra, San
Estanislao, Concepción y Zanjahu (Panadero). Tampoco podemos dejar pasar
por alto los sucesos de Pirivevýi y Acosta Ñu. Hay que ser
pervertido para gloriar Acosta Ñu, en vez de lamentar, expresando
aborrecimiento por la innecesaria muerte de miles de niños futuros de la nación.
La historia militar no registra ni un solo ejemplo que alguna vez un jefe de Estado
haya dispuesto reclutar miles de niños de 10 a 15 años de edad, formar con
ellos una división de infantería, y poner frente a un enemigo que avanzaba
incontenible, con el propósito de entretenerlo de modo que el general en jefe
-el héroe por decreto-, totalmente derrotado, con su compañera Elisa Lynch, sus
hijos y sus siete carretas cargadas de libras esterlinas, joyas, valores y otros
objetos preciosos del que él se apropió y que pertenecían al tesoro nacional y a
los ciudadanos paraguayos y extranjeros a quienes mandó fusilar para quedarse
con sus bienes, puedan atravesar el río Manduvirã, y seguir huyendo para Corumbá, allí atravesar el río
Paraguay, pasar a Bolivia e irse después a París, Francia, donde pensaba llevar
una vida de pachá.
Los habitantes del Paraguay sabían que cualquier
opinión expresada, aunque sea en privado, podría llegar a los oídos de Solano
López cuyos espías y delatores pululaban por todos lados. Y una vez que un
nombre o cinco o diez salen de la boca de un preso atormentado por la tortura
para contar quienes son sus cómplices -sin comprobar si es verdad o no-, la
vida de todos ellos ha terminado en el paredón de fusilamientos. El estoico pueblo
paraguayo, por el conflicto sanguinario y perturbado por el
terrorismo implantado por Solano López, -sin importar que sean paraguayos o
diplomático de países amigos o cualquier extranjeros comerciantes o científicos
o médicos, madre o hermanos o cuñados-, se hallaban constantemente amenazados
por el fusilamiento. Finalmente, todo lo que Carlos Antonio López ha
construido, por causa de la guerra que el “máximo héroe sin parangón” desató
voluntariamente en el Río de la Plata, y sin que haya motivo para tan terrible
determinación, quedó destruido.
Cabe preguntar ¿por qué a pesar del esfuerzo de los Poderes
Ejecutivo y Legislativo aun no podemos comprar vacunas contra el Covid-19?
Según nuestro parecer, porque somos una nación pequeña y no tan grande como el
Uruguay. ¿y quién nos hizo pequeño? ¡Por supuesto, el máximo héroe sin
parangón, el mariscal Francisco Solano López!
Los exaltados nacionalistas al trascordarse, prefieren venerar más al
mariscal López que a Estigarribia El Grande. Esto nos impulsa a establecer una
semejanza entre los dos mariscales: mal que les pese, aunque no quieran.
Estigarribia no sólo restauró el honor militar de la nación paraguaya sino
también legitimó y entregó en la punta de su victoriosa espada como patrimonio
de la nación el Chaco Paraguayo. Mientras que el otro dejó postrada a la nación.
Esto nos incita a proclamar: ¡qué diferencia entre el vencedor de la guerra del
Chaco y el héroe por decreto!
Las mujeres paraguayas gemían bajo los crueles dolores de la viudez y la muerte de hijos,
padres, hermanos y amigos. López,
desgraciadamente no consideró con la atención debida que invadir territorio de
un país vecino siempre trae como resultado tragedia de grandes proporciones. Si
creyó que su destino era lograr buena fama y grandeza nacional; sin embargo, su
deber fundamental como jefe de Estado que le dicta esta responsabilidad es
agotar todos los medios a su disposición para evitar al pueblo paraguayo los
horrores de una trágica y destructiva guerra cuyas dimensiones nadie podía
imaginar ni prever, excepto Dios Todopoderoso; pues, aunque es posible saber
cuándo puede empezar una guerra; sin embargo, es imposible saber cuándo ni cómo
puede terminar.
COMENTARIOS SOBRE LA
GUERRA DEL PARAGUAY (1864 -1870)
¿Epopeya o Destrucción?
CAPITULO XIV. NACIONALISMO Y LOPISMO/CONT.
PARTE II
Sección 4. La religión y la biblia del lopizmo.
Todos saben que la religión
son creencia y dogma que define la relación entre el hombre y el Hacedor. Cada
religión cuenta con sus prácticas y ritos. Si preguntamos, ¿qué es la religión
del lopismo?, podemos responder: es una religión de endiosamiento del egoísmo
nacional, de la sumisión de los ciudadanos al dictador, de la desigualdad, el
odio y el fanatismo. Es una religión pagana de poderío y destrucción, y la
oposición más tajante al cristianismo; como ejemplo tenemos el fusilamiento
durante la guerra de un obispo y 23 sacerdotes.
Nota. La lista con sus
respectivos lugares de nacimiento del obispo y sacerdotes ejecutados por orden
del mariscal López, se encuentra en la obra del presbítero Pedro Silvio Gaona
“El clero en la Guerra del 70”, impreso en los Talleres Gráficos de la
editorial DAGRE S.R.L, Asunción – Paraguay, 1957.
Los lopistas pertenecen a un grupo radical que
proclaman que López defendió la patria hasta la muerte y reivindicaba todos los
territorios en litigio con Brasil y la Argentina; con aquel el ubicado entre
los ríos Apa y Blanco, y con este entre los ríos Pilcomayo y Bermejo. Todos
estos territorios el mariscal López había “vendido” por decreto a madame Lynch -algo
ni por ley se puede hacer porque estaba en litigio-, convirtiéndola en la
terrateniente más poderosa de América del Sur. Vale decir, que la guerra
provocada por López también tenía el propósito de legitimar las propiedades
privadas de su concubina, la señora Elisa Alicia Lynch de Quatrefagues. Recordemos
que una de las avenidas más importantes de Asunción, Capital de la República del
Paraguay, está bautizada con el nombre de “Madame Lynch”. Ignoramos el mérito
adquirido por esta dama para que se le haya conferido tan alto honor.
En cualquier debate es decoroso dar la razón a quien
la tenga, es evidente que tan solo un hombre docto podía imponer la verdad
sobre lo ficticio. López llevó a sus compatriotas a la guerra como si fuesen
productos suyos; pero a los nacionalistas le fue fácil inventar excusa a esa
sorprendente actuación. Es por este motivo que los lopistas, iracundos,
arremeten contra los historiadores objetivos que sólo dan a conocer hechos tal
como acontecieron.
El sermón de la
montaña dice: «Yo os digo: amar a nuestros enemigos, hacer el bien a los que
nos aborrecen, bendecir a los que nos maldicen y orar por los que nos
calumnian». Si los
paraguayos no hacemos suficiente esfuerzo para conocer la verdadera historia de
la guerra de la Triple Alanza contra el gobierno del Paraguay, continuaremos
siendo presas fáciles de los exaltados nacionalistas en sus ciegas búsquedas de
argumentos que avalen la creación de su imaginación: el talento militar de
López, su valentía y la justicia de su causa. La actitud de los lopistas en
deformar hechos y sembrar confusión, no pocas veces se ha convertido en
interminable discusión sin solución de continuidad; porque lo que les ciega a
ellos a menudo y les hace olvidar su propia dignidad, es el excesivo afán de
mostrar patriotismo y valor con la creencia que para ser patriota hay que ser
lopista, ese afán les hace ignorar la verdad de los hechos y les hace perder todo
sentido de decoro, porque no se necesita ser lopista para ser patriota.
Los fanáticos creen que su visión es la única válida,
por lo tanto, consideran blasfemo tener otro punto de vista sobre el mariscal
López que no sea lo que ellos intentan imponer: “el mariscal López héroe máximo
sin parangón”. Y llegan incluso al extremo en sostener que «para ser patriota
hay que ser venerador del mariscal López». Esto es lo más grotesco que ellos
difunden, porque de
la misma manera que todos profesamos un fuerte afecto por aquellos lugares
donde hemos nacido y vivido el tiempo suficiente como para que se produzca esa
identificación que se denomina patriotismo. Vale decir, amar ardientemente a la
patria y desear serle útil. ¿Qué dejó el mariscal López para un Paraguay mejor?
Sólo caos y destrucción.
Las obras de O’Leary son
libros de cabecera y doctrinal de los nacionalistas, porque contienen reglas y
preceptos del lopismo como Mein Kampf (Mi lucha) de Hitler. Ellos consultan a
menudo las obras de O’Leary para mantener firme sus creencias de que el
mariscal López conquistó gloria para la patria. De manera entonces, O’Leary es
el profeta de ellos, pero en el sentido que da a esta palabra el Antiguo
Testamento. Era algo así como un vaticinador que rebela el heroísmo del mariscal;
un vaticinador cuyo mensaje es de optimismo patriótico que alegra el corazón; es
un oráculo que, como el de Delfos, nos dice “que debemos creer”. Un profeta
determinista que estructura la historia de la guerra de 1864-1870 como
anunciador de la única verdad. Por esa causa, hasta hoy nos hallamos a
considerable distancia de la adultez política que sea inmune a tales
seducciones de la irrealidad y tales sentimientos psicológicos.
NOTA. Mein Kampf escrito por uno de los grandes mentirosos patológicos de la historia, Adolfo
Hitler, quien escribió «cuando más grande es la mentira más gente la creerá»,
era tan falso que ya no podía distinguir entre la verdad y la mentira.
Los nacionalistas y aquellos que los apoyan y juzgan a López muy benévolamente,
condicionados por fanatismo que arruina sus perspectivas, asimismo sus cortos
conocimientos de las historias militar y sus fines, suponen sin fundamento que
los paraguayos son los únicos que luchaban en cada batalla hasta morir todos y
nunca se rindieron. Sin embargo, los hechos demuestran que esto no es verdad.
Hasta ahora la historia no ha registrado hecho ocurrido así, excepto lo
acontecido en el desfiladero de las Termopilas en 480 a. J.C, donde el rey
espartano Leónidas con 300 hombres taponó la boca del desfiladero con la
intención de impedir el avance de los persas hacia Esparta. Esta ciudad
de la antigua Grecia en el Peloponeso, se halla ubicada en las orillas del río
Eurotas.
Con toda franqueza y con el espíritu que nos anima les decimos: Solano
López debió renunciar de una vez a sus sueños de conquista y abandonar la
creencia de que la violencia es el mejor método para tratar con los países vecinos.
Debió tratar de resolver los conflictos con la fuerza del argumento y no con el
argumento de la fuerza. Es importante comprender con claridad, y asimilar las
lecciones que nos muestra la guerra de la Triple Alianza contra el gobierno del
Paraguay.
Es posible que nosotros no comprendemos nada; pero, a nuestro
entender, Brasil nunca ha querido la guerra como medio de resolver conflictos
con ningún país ni aspirar la anexión de Paraguay al Imperio, sino todo lo
contrario, mantener las independencias de Paraguay y Uruguay es hasta ahora de
interés estratégico del Imperio del Brasil. Porque de este modo asegura una
especie de cordón de seguridad en sus fronteras sur (Mato grosso y Río Grande
del Sur), que se suele denominar como Estado tapón. Río Grande del Sur había
declarado su independencia del Imperio, lo que originó la guerra civil que duró
desde 1835 hasta 1845, año en que capituló, aceptando su reincorporación al
Imperio.
El proyecto de López sobre la región era un plan bastante ingenioso, pero completamente irrealizable, porque el objetivo no concordaba con el potencial de guerra del Paraguay. Su desafiante Nota del 30 de agosto de 1864, fue la gota de agua que hizo que se desbordara el vaso de la paciencia del emperador del Brasil. La verdad es ni don Pedro II ni Mitre no soportaban la impertinencia de López, pues para todos los vecinos, la actitud amenazadora de López era una constante preocupación. La opinión de López sobre la política regional era bastante interesante; sólo que no ve el asunto en su verdadero aspecto. El tono en que se expresaba traslucía el bajo concepto que tenía sobre la Argentina y el Brasil, y el poco interés que le merecía todo cuanto con él tenía relación; sus notas eran siempre cortés en la forma, pero insolente de fondo.
Sección 5. Los nacionalistas y la dictadura
Los exaltados nacionalistas paraguayos sostienen
que el gran mérito de Solano López que lo elevó a ser considerado héroe máximo
sin parangón fue que “defendió la patria y no se rindió”. Sin embargo, los
hechos los desmienten. En vez de conducir sus tres columnas de invasión desde
Asunción, su deber le exigía estar con sus tropas para animarlas y tomar
decisiones en tiempo real, por la razón que en un teatro de guerra la situación
cambia frecuentemente y a veces inesperadamente. Clausewitz escribió: «Un buen
general prevé en la guerra los lances que parecen más remotos, y está siempre
dispuesto a las sorpresas que parecen menos posibles, porque estas
eventualidades, aunque inesperados, nunca deben ser para él imprevistos».
Hasta hoy, los lopistas frenéticamente buscan, pero no
pudieron encontrar ni un documento ni en ningún libro para probar que la
independencia del Paraguay estaba amenazada, y que López sólo hizo una guerra preventiva
para impedir la repartición de Paraguay y Uruguay entre la Argentina y el
Brasil. Tampoco encontraron ni siquiera un papel que diga: “¡Destruyan al
Paraguay porque amenaza la economía británica con su producción
autosuficiente!”. Esto es lo más grotesco que inventaron; pues ningún país de
escaso recurso que costea sus necesidades económicas con la agricultura (yerba
mate y tabaco) podría competir con otro país que no solo era industrial, sino
también, en aquel entonces, la primera potencia mundial: Gran Bretaña.
NOTA. Para evitar confusión, recordemos que Gran
Bretaña es un Estado insular de Europa Occidental. El Reino Unido comprende: la
isla de Gran Bretaña integrada por Inglaterra, Escocia y el País de Gales.
Irlanda del Norte no forma parte del Reino Unido, pero está unida a la corona;
por ello se denomina Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. A ojo de
buen cubero, Inglaterra ocupa el 70 % de la gran isla, 20 % de ella ocupa
Escocia y el 10 % País de Gales. Cuentan con 243.500 kilómetros cuadrados de
territorio y alrededor de sesenta millones de habitantes.
En la veneración del Dr.
Francia, Carlos A. López y el mariscal López, subyace algo tenebroso: que la
dictadura es el mejor tipo de gobierno que el Paraguay debe adoptar, porque es
lo que más conviene al pueblo paraguayo para el logro de paz y bienestar.
La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón muy
importante a un riesgo mortal. De esto podemos inferir lo que sigue: no
condenar, por parte de la sociedad y con la máxima energía a los jefes de
Estado que provocan guerras sin esforzarse por impedirlas o después de comprobada
de forma inequívoca que ya está perdida, no detenerlas constituye una
escandalosa injusticia y un crimen innoble y digno de desprecio que entraña
maldad de tales jefes de Estado, y servilismo de los ciudadanos sometidos
totalmente por el dictador. Cualquier vida perdida en la
guerra es una vida humana, sin importar que sea paraguayo, boliviano,
brasilero, argentino o uruguayo. Una mujer que se queda viuda, los niños
privados de los cuidados y atenciones de sus padres son asuntos graves y de
mucha entidad para la nación. Terminada la guerra de 1864-1870, no quedó ni una
sola familia que no haya quedado desintegrada.
De que la gloria del mariscal López está, en que “defendió la patria y no se rindió” es mero producto de la fértil imaginación de O’Leary, cuyas obras –es honesto reconocer- sirvió como consuelo al desgraciado pueblo paraguayo de la posguerra, pero no tenía el menor escrúpulo para afirmar las más vanas invenciones como convertir derrotas como si fuesen victorias, y la inútil muerte masiva de compatriotas como gloria nacional, a pesar del proverbio: «conquistar gloria sin provecho para la patria es inútil sacrificio». Tampoco distinguió valor, que es hijo del buen sentido, de la temeridad que es hija de la insensatez.
Sección 6. ¿López es digno de ser venerado?
Sabemos
perfectamente, a los que nos gusta la verdad lo que valen los “otros” y lo que
valemos nosotros. El lopismo es un círculo vicioso como la mafia del que no se
puede salir sino rompiéndola para libremente estudiar y comprender la historia
militar, principalmente la guerra de la Triple Alianza donde podemos encontrar
abundantes acciones desacertadas, pero provechosas que nos servirán para el
futuro, pues, está demostrado que siempre será mejor aprender de los errores
del pasado porque los propios siempre llegan tarde y cuestan caros. Por lo
tanto, será necesario estar dotado de conocimientos sobre el tema, y valentía
personal para enfrentarse a la opinión generalizada de que López es un “héroe
que defendió la patria”. No es fácil agarrar las enseñanzas dejadas por los
grandes conductores como Alejandro, Aníbal, Federico II de Prusia, Napoleón,
Estigarribia, etc., e inyectárselo en el alma de los fanáticos lopistas. Ellos continúan negando o tratando de esconder
que López provocó la guerra, cometió garrafales errores estratégico y táctico;
así como crueldades sin precedentes contra sus compatriotas. Ellos, o sea los
“otros”, se obstinan en negar la incompetencia militar, así como los horrores y
atrocidades cometidos por López; vale decir, mienten como bellacos sobre las
heroicidades del mariscal López. Sin embargo, suponemos que la debilidad de sus
mentiras procede de sus ignorancias de la historia de la guerra de 1864-1870;
porque para mentir con provecho es preciso, antes de todo, dominar el asunto, y
esto es una obligación molesta.
De verdad los insultos procaces que los lopistas dirigen
a los que tratamos de contar al pueblo paraguayo la verdad con el único
propósito que no se vuelva a repetir los errores y malos hechos, comienzan a
aburrirnos atrozmente, porque nunca presentan qué de bueno hizo López en la paz
y en la guerra por el Paraguay. Nada, excepto su enorme edificio en
construcción que después de la guerra pasó como propiedad del Estado, y luego
de acabado por los gobiernos de la posguerra se convirtió en el edificio más
fastuoso del Paraguay, siendo destinado para palacio del Poder Ejecutivo. Dicho
sea de paso, nos parece incorrecto denominarlo “palacio de López”, porque él no
acabó ni llegó a ocupar, a no ser para mostrar que el mariscal usaba a su
antojo personal del ejército, materiales del Estado y tesoro público en la
construcción de la formidable obra. El historiador y poeta Luqueño por
adopción, Optaciano Franco Vera, escribió en su obra “El general Aquino”, que
«todas las verjas fueron construidas en Ybycuí a cargo del capitán
Andrés Insfrán». Cabe preguntar, si López, con el salario de general, podía
construir su elegante y majestuosa residencia a no ser para usar como prueba de
que él fue otro general comerciante más, y de verdad que lo fue. Hay documentos
que prueban de que traficaba con el oro que el Estado paraguayo tenía guardado
como erario de la nación.
Muchos políticos y empleados públicos están convencidos,
tal vez influidos por las prédicas de O’Leary y Natalicio González que, para mostrar
patriotismo, hay que ser sine qua non lopista.
Cabe preguntar si ¿de dónde provino este absurdo? Por supuesto, de Enrique
López Lynch y Juan E. O’Leary. Aquel para tratar de reivindicar al padre, y
este por motivo meramente crematístico, y los actuales lopistas por ignorar
¿qué es la guerra, cual es el fin de la historia militar? Por vano fanatismo prefieren
engañarse cerrando los ojos a la verdad. Ellos son muy activos para usar los
medios de comunicación masiva para martillar la mente de los ciudadanos,
principalmente de los pocos avisados, con las manidas frases que «defendió la
patria y no se rindió», y sin escrúpulos convierten los numerosos muertos en
cada batalla perdida por la impericia del general en jefe, como digno de gloria,
y de este modo indirecto, enaltecer la figura del mariscal López.
Los profesionales
militares no pueden ignorar que cuando un ejército ataca y el general en jefe
aprecia que no se puede ganar y las bajas que alcanza el 15 %, no vacila en
ordenar la retirada, tal como hizo Mitre en la batalla de Curupayty, porque
sabe que cada minuto perdido en estéril lucha, se incrementa las bajas. Sin
embargo, López obligaba a sus tropas a luchar hasta morir todos; y esto no es
razonable; esta crueldad innecesaria es la que los lopistas elogian
desmedidamente. Un general responsable sabe que siempre es mejor ganar o perder
batalla con la menor baja posible si piensa ganar la guerra. Porque una derrota
se puede compensar con creces en próxima batalla. Un general en jefe idóneo,
patriota de verdad, concienzudo y con visión de futuro cuida la vida de sus
tropas no sólo para ganar batalla, sino que piensa que un joven oficial,
sargento o soldado muerto es para la patria una esperanza tronchada en flor.
Sin embargo, López despilfarraba sus hombres en misiones con pocas
posibilidades de éxito porque los medios que adjudicaba para cada operación no
concordaban con el objetivo que pretendía conquistar. Y es por esto que las
tropas paraguayas, a pesar de luchar en cada batalla como nunca, salían
derrotadas como siempre.
Mandar a la muerte a tropas tan valiente, tan dócil, tan
disciplinada no es valentía que es hija de la prudencia, sino temeridad que es
hija de la insensatez. Porque los rasgos de valor de un comandante que, a pesar
de buscar la conquista de un objetivo táctico provechoso, pero con medios
insuficientes, resultan insensatos y el jefe que hace esto se lo debe
considerar como irresponsable e incluso calificado de perverso. Pues, ante el
testimonio abrumador de la historia, ningún general tiene derecho a lanzar sus
tropas en un ataque directo contra un enemigo bien atrincherado como era Tujutî,
donde fue aniquilado el resto de nuestro primer gran ejército. De verdad, el
mariscal no fue de ninguna manera un general en jefe digno de ser venerado,
sino todo lo contrario. Cuando fue sitiado por el enemigo en Humaitá, emprendió
la retirada por el Chaco hasta San Fernando, donde se volvió como fiera herida
y descargó todas sus frustraciones contra sus compatriotas, porque el enemigo
estaba fuera de su alcance. Y conste que los paraguayos sirvieron con admirable
valentía, abnegación y lealtad al mariscal López durante la hora más oscura de
la guerra.
Luc Capdevila, historiador
francés en su obra “Una guerra total: Paraguay, 1864-1870”. Editado por
Editorial Sb, Bs. As., Argentina 2010, Pág. 180,
escribió: «Existía también un lopismo popular. Louis Forgues dio cuenta del
mismo, no sin cierto desprecio, a inicios de 1870: “numerosas personas aquí admiran
mucho a López; él entra evidentemente en la categoría de los ambiciosos sin
escrúpulos y los de soberanos que hacen masacrar hasta el último de sus
súbditos; por lo que tiene derecho absoluto a la admiración de las multitudes
ignorantes”». La verdad es que, en la guerra de la Triple Alianza, los paraguayos
tenemos humildes mártires cuyas vidas y muertes fueron estériles para la nación.
En otra parte de su magnífica obra,
afirma el historiador francés: «En verdad, la fidelidad a López no era
consensual, numerosos sobrevivientes, principalmente en el seno de la élite,
dedicaban a su régimen un odio feroz, en razón de su propio itinerario o del de
sus familias en el transcurso de la guerra».
Los gobiernos paraguayos hasta
hoy, incluidos los lopistas entre ellos algunos profesionales militares, creen
reforzar el orgullo nacional con exaltar al mariscal López. Sin embargo, la
pasión patriótica impide entrever la verdad, y con la exaltación de López creían
expresar el orgullo de heredar un pasado viril. Hay un principio que rige la
conducta de los militares en toda guerra, que dice: «sólo la ofensiva conduce a
ganar la guerra». El ejército paraguayo
bajo el mando del mariscal López no conoció ninguna victoria en operaciones
ofensivas, sólo conoció derrotas quedando sin gloria ni corona.
Los presidentes coronel Rafael Franco (1936-1937) y Stroessner
(1954-1989) instituyeron el lopismo de Estado. Por lo tanto, la memoria
nacional lopista fue hija de la dictadura. De manera entonces, corresponde que
la democracia extirpe el lopismo de la mente del pueblo paraguayo, porque no es
sino el iceberg del despotismo. Su
imaginación del pasado es estrictamente nacional, su concepción de la historia
radicalmente nacionalista, siendo la vocación que se atribuyen los lopistas, la
de guiar al pueblo hacia su destino de grandeza; pero desgraciadamente por el
camino de un gobierno despótico, del ejercicio sin control del poder absoluto y
soberano: la oprobiosa dictadura que costó 53 años para erradicar del Paraguay.
Los lopistas construyen un puente de oro a la dictadura, ya que la lectura del
pasado lo llevó a denunciar el caos del presente con respecto al orden del
antiguo régimen de Francia y los López como si, de un tiempo al otro, el
movimiento de la historia no hubiera cambiado nada.
Nosotros hemos asumido un compromiso intelectual en
nuestra obra “La conducción del ejército paraguayo en la guerra contra la
Triple Alianza”, tratando de emular a los reputados intelectuales Cecilio Báez,
Guido Rodríguez Alcalá, José Luis Martínez Peláez y varios más, que marcaron y
marcan valiente y patrióticamente una ruptura fundamental con la creencia de la
gran mayoría de los oficiales de las fuerzas armadas, fanáticamente lopista
como han demostrado algunos generales y coroneles.
El esclarecido historiador Guido Rodríguez Alcalá en
su obra “Ideología autoritaria” demostró cómo «la corriente lopista instrumentalizó
la historia para legitimar la dictadura. La ola nacionalista que acompañó la
guerra del Chaco, les abrió una ancha ventana de oportunidades a los exacerbados
nacionalistas».
NOTA. Guido Rodríguez Alcalá en su opúsculo titulado
“Ideología Autoritaria”, Servilibro, Asunción-Paraguay, año 2007).
Los lopistas se consideran los más patriotas,
imponiéndose como defensores de la causa nacional encarnada en el mariscal
López. A los que estamos convencidos que la mentira sólo causa daño, en tanto
que la verdad, aunque a veces duele, pero cura, ellos intentan con pobres
argumentos refutar los hechos con modales vulgares; nos etiquetan como
detractores de López y legionarios, denunciando que buscamos abatir el orgullo
nacional al propagar una versión negativa y humillante de la historia de la
guerra de la Triple Alianza contra el gobierno paraguayo, incluso nos acusan de
desmoralizar la nación. Winston Churchill, en la Segunda Guerra Mundial, nada
escondió de su pueblo, por más grave sea la situación. Su fortaleza y
sinceridad le valió el apoyo de la gran nación británica.
El periodista y la Guerra de
la Triple Alianza. Para imponer la verdad de lo sucedido en la guerra de 1864-1870, el
periodista puede hacer mucho. Pero para ello, precisa tener un cierto conocimiento de la historia de aquella
guerra, con lo que estaría en condiciones de distinguir a historiadores
objetivos de los que no son, y de este modo ofrecer espacio en los medios de
comunicación masiva a los que están comprometidos con la verdad, y no a los que
se hacen pasar por historiadores dedicados a mal usar la historia con el objeto
de exaltar el patriotismo que no es fin de la historia o hacer héroe al que no
lo es o enaltecer a un jefe de Estado que en nada ha contribuido para un
Paraguay mejor. El periodista puede causar efectos positivos para impedir el
mal uso de nuestra historia, y expresar abiertamente la crítica y los criterios
que permiten evaluar sin falsas ilusiones la historia de la guerra de la Triple
Alianza y otros asuntos que nos interesan a todos, como la verdad sobre aquella
terrible y oprobiosa guerra. Esto requiere valentía, pues decir: este
historiador o historiadora nos ayuda a conocer la historia de la guerra de
1864-1870, donde aún existe bastante controversia, es cosa fácil. Pero decir:
este hombre o mujer es un embustero (a), sus relatos al hacer la relación de la
apocalíptica guerra, solo se propone enaltecer a quien llevó a nuestra nación a
la ruina, a quien maltrató a nuestros compatriotas de la manera más vil, porque
detrás viene la exaltación de la dictadura que garantiza al pueblo “paz,
justicia y gloria”, todo lo que dice es la destrucción lisa y llana de la
verdad.
La visión lopista es una forma de religión que contradice
todos los que consideramos como hechos verdaderos. Cuando un historiador veraz
publica un artículo por los medios de comunicación, inmediatamente aparecen los
lopistas tratando de intimidarlo con insultos y tratarlo de antipatriota;
olvidando presentar argumentos con qué refutar las críticas al “héroe por
decreto”.
Cerramos este capítulo con la
expresión del exsenador de la nación Alfredo Jaeggli, que dice así: «Desde el
año 1936 con el Franquismo en el gobierno luego de la destitución del Dr.
Eusebio Ayala, para mí, mejor presidente de todos los tiempos, el lopismo
volvió con toda la fuerza y la necesidad de tener un héroe. Se terminó el
panteón, y se buscó traer el cuerpo nunca identificado de López. Todo por el
nacionalismo de moda en el mundo». (Alfredo Jaeggli en el párrafo 7 del
prólogo a la obra “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis” del esclarecido
historiador Igor Fleischer Shevelev).
FIN DEL CAPÍTULO. Luque, 04-04-2021.


COMENTARIO SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY DE 1864-1870
¿Epopeya o Destrucción?
LAS ATROCIDADES DEL MARISCAL LÓPEZ/CONT.
Narraciones del capitán Adolfo Saguier
El capitán de artillería Adolfo Saguier era uno de los
oficiales más ilustrado del ejército paraguayo, cuando fue apresado desempeñaba
el cargo de ayudante de José María Brugués, el general de mayor talento con que
contaba el ejército paraguayo.
El historiador paraguayo Igor Fleischer Shevelev en su magnífica obra “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis” cuenta que «El 8 de junio de 1865 el Mariscal Francisco Solano López se embarca a las 7 de la tarde en el puerto de Asunción para trasladarse a Humaitá. … Lo acompañan en el buque Tacuarí una comitiva de allegados: Venancio López, jefe del Estado Mayor; su ayudante el mayor Paulino Alén; su secretario Luis Caminos; su secretario privado Miguel Haedo; el Obispo Diocesano Manuel Antonio Palacios; el teniente Adolfo Saguier; Natalicio Talavera, director del periódico “El Semanario”.La siguiente narración apareció el 15 de enero de 1869 en “La Nación Argentina”, diario que se publica en Buenos Aires. Proseguimos con Masterman este camino que nos pone el pelo erizado por efecto de contemplar la vida de seres humanos presos por orden del “héroe por decreto”-en su totalidad inocentes-, de que era un verdadero calvario. Es un crimen pretender esconder del pueblo paraguayo estos hechos, para luego decirle: aquí no ha pasado nada, como los exaltados nacionalistas vienen sosteniendo desde O’Leary, y principalmente a partir de 1936 cuando fue declarado por el presidente Rafael Franco “Héroe Nacional sin ejemplar".
Dice Masterman, «conocí a su autor el capitán Saguier, y
por ser uno de mis compañeros de desgracia, su testimonio me es sumamente
interesante, sobre todo, porque viene a probar la verdad de mis propias
declaraciones. En la siguiente versión he seguido el texto original casi al pie
de la letra. El redactor de “La Nación Argentina”, dice»:
«El capitán Adolfo Saguier ha suministrado los siguientes
detalles sobre los actos de barbarie perpetrados por F. S. López. López hacia
azotar a los prisioneros, con 50, 100 y 200 azotes, antes de fusilarlos. El Dr.
Carreras fue azotado así, del modo más bárbaro. El capitán Saguier que se
hallaba a la vista del Dr. Carreras y también con grilletes, desde hacía cinco
meses, presenció el hecho, y cuenta hasta los gritos que arrancaban a Carreras
el lazo y las varillas con que le daban los azotes. Berges
también fue azotado antes de ser fusilado; y Benigno López, hermano menor de
López, antes de ser ejecutado fue también despedazado a azotes. El capitán
Saguier lo ha visto y conoce al verdugo que lo azotó. Se llama Silvestre
Aveiro.
«El marqués de Caxias tiene prisionero al capitán de
caballería Matias Goiburú, fue el que condujo el pelotón para la ejecución de
Benigno López, general Vicente Barrios, el obispo Palacios, el deán Bogado,
Juliana Insfrán de Martínez, doña Mercedes Egusquiza, doña Dolores Recalde y
otras personas más, cuyo nombre no recuerda. Esto sucedió el 21 de diciembre de 1868, y las ejecuciones fueron presenciadas, de orden de López por sus dos
hermanas; Inocencia, esposa del general Barrios; Rafaela, viuda del ex ministro
de Hacienda Saturnino Bedoya, a quien hizo morir López en la tortura llamada cepo uruguyana en San Fernando. Sus hermanos Venancio, Inocencia y
Rafaela, quien después de la ejecución, fueron internados al interior en un
carretón, sin saber a qué punto se dirigían. La gran mayoría de los presos han
sufrido torturas de toda especie antes de ser fusilados, y ellas consistían en
el cepo uruguayana, azotes, hambre y sed.
«Muchos de los infelices condenados a la tortura, morían
diariamente de cinco a seis por no poder resistir a los tormentos y el hambre.
Todos estos horrores inauditos sucedían a algunos pasos y en presencia del
capitán Saguier, quien igualmente estaba en la tortura con una barra de
grilletes de 22 kilogramos de peso, además, en cepo de lazo,
permaneciendo así durante cinco meses, al sol y a la lluvia, como todos sus
compañeros de infortunio.
«El capitán Saguier ignora por qué ha sido preso. Sin
embargo, él supone que habiendo sido nombrado fiscal para encausar a la manera de López a más de veinte infelices, principió a encausarlos y no los puso a la tortura ni les hizo dar de azotes, ni les encontró culpa, razón por la cual fue
inmediatamente agregado a las víctimas, para seguir la suerte de ellas; y si se
ha salvado ha sido provisionalmente y para relatar al mundo los horrores de ese
malvado.
NOTA. En la primera batalla de Lomas Valentinas murieron
todos los oficiales artilleros; y como López ya no contaba quien podía dirigir
los fuegos de los cañones, le concedió libertad al capitán Adolfo Saguier. Este
no desaprovechó la ocasión que brindaba el caos reinante y escapó con varios
otros. También hay que agregar que Saguier era ayudante del general Barrios, y
según la lógica de López, debe estar enterado de la conspiración, que se ha
demostrado que nunca existió, y que solo fue inventado por la insaciable
codicia de la pareja López-Lynch para causar más terror, ejecutar a los presos
y apropiarse de los bienes ajenos.
«El capitán Saguier, también sufrió igualmente la tortura
del cepo uruguayana, que, según él, es mil veces peor que todas las que
inventó la inquisición en tiempo de Torquemada. Al sufrirla, poco después se
desmayó, y cuando volvió en sí, se encontró en su antigua posición, con su
barra de grilletes y en cepo de lazo.
NOTA. Fray Tomás de Torquemada, inquisidor español (1420-1498). Dominico, fue confesor de los Reyes Católicos e inquisidor general de Castilla y Aragón (1483). Durante su mandato fueron condenadas a muerte 3.000 personas por motivos religiosos, y se expulsó a los judíos. Redactó las “Instrucciones inquisitoriales” (1484).
Saguier hizo la marcha a pie de San Fernando a Villeta con los pies hinchados y extenuado por los sufrimientos, y se resignó, como todos, a esa tremenda marcha de 40 leguas por caminos impracticables, porque la orden era matar a bayonetazos a todos los que no podían caminar, fuesen generales, jefes, oficiales subalternos, soldados, presos, clérigos, mujeres, niños, ancianos. Y como es natural, muchos infelices cayeron al suelo, extenuados, pidiendo por Dios y a gritos, que les diesen un solo momento de descanso, para continuar después.
«Pero la orden del malvado era terminante, y los que
caían eran ejecutados sin misericordia por el esbirro Hilario Marcó, antiguo
jefe de policía de Asunción, muy conocido de todos. Es inútil pretender
describir los hechos del sanguinario López, porque no se ha inventado aún voz
para narrar los horrores inauditos ejecutados en el siglo de la civilización.
Los que tuvieron lugar en los tiempos más bárbaros no alcanzaron, ni con mucho,
a semejarse a lo que el bárbaro ha practicado a nuestra vista.
«No tiene una sola de las virtudes del militar. Cobarde
como él solo; siempre lejos del peligro y empeñoso en sacrificar en combates
inútiles hasta el último de sus soldados. En los días 21 y 27 (mes de diciembre
de 1868, las dos batallas de Lomas Valentinas) cayeron todos los que se
escaparon con López; van en su mayor parte heridos, careciendo, en el interior
de recursos, hombres y municiones.
«Entre los verdugos más caracterizados, al servicio del
tirano, podemos citar los principales: general Francisco I. Resquín, los
tenientes coroneles Hilario Marcó, Silvestre Aveiro y Germán Serrano. Los
sacerdotes Fidel Maíz y Justo Román, Luis Caminos, Etc. Entre los extranjeros
que han sufrido torturas existen de todas las nacionalidades: ingleses, norteamericanos, españoles, italianos, portugueses, franceses, alemanes. Ni hablar de los argentinos, uruguayos y brasileros, que han sido ejecutados en masa.
Muchos se han hablado de que el mariscal López con su
concubina Elisa Lynch, desde la expulsión de López del teatro de operaciones de
Humaitá, llevaron a cabo un saqueo generalizado al estado y los habitantes del
Paraguay, sean nacionales o extranjeros, a lo largo del territorio nacional,
excepto en los ocupados por la fuerza aliada. Continuamos con Saguier:
«El tesoro de que se ha hecho mención, era el que contenían varios cajones que llevaban el nombre de madame Lynch, y que fueron recibidas a bordo de las cañoneras italianas y francesas. Yo dudé algún tiempo de la verdad de esta historia, pero mi amigo el coronel Thompson, que estaba al frente de la batería en donde se embarcaron las cajas, viene a confirmar en su obra “Guerra de Paraguay”, en que dice: “Algunos de estos barcos llevaron un gran número de cajas que pesaban tanto, que se necesitaban 6 u 8 personas para mover cada una de ellas; contenían probablemente una parte de las joyas que se habían coleccionado en 1867, o muchos doblones del mismo origen”».
MAÑANA: Arrestos de Carreras, Rodríguez y Leite Pereira
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