domingo, 13 de enero de 2013

LAS FUERZAS ARMADAS UN FORMIDABLE RETO

             Una vida entera no es suficiente para que un militar se prepare adecuadamente, pues un buen profesional militar como lo fueron José F. Estigarribia, Rafael Franco, Nicolás Delgado, Carlos J. Fernández, Juan B. Ayala, Eugenio A. Garay, Ernesto Scarone, etc, no es algo que pueda hacerse en los ratos perdidos; demanda, exige la dedicación de un largo tiempo de entrenamiento, estudio e investigación. Por consiguiente, es preciso una consagración total a la profesión, por un lado, y por otro lado alejarse de cualquier actividad política sectorial, pues entrar en política “es participar en conflictos en los que se lucha por el poder: el poder de influir sobre el Estado y, a través de él, sobre la colectividad. Al mismo tiempo, queda uno obligado a someterse a las leyes de la acción, aunque sean contrarias a nuestras íntimas preferencias y a los diez mandamientos; se concluye un pacto con los poderes infernales y se queda condenado a la lógica de la eficacia” (Max Weber). Además, hay que tener presente que la vocación del militar es incondicionalmente la verdad; sin embargo, la actividad política no siempre permite decirla. Asimismo, el político ha de tomar posición a favor de un partido o de una causa en contra de otro partido o de otra causa. Estas actitudes son totalmente impropias de un militar, aunque reconocemos que las actividades políticas son indispensables dentro del marco general de la conducta humana; pues como decía Aristóteles, los hombres viven en la ciudad para participar en política, y quien no participa es nada más que un vegetal que no contribuye para mejorar la sociedad.

Eugenio A. Garay. Foto de Google Image.     
       No es malo reconocer que cambiar la mentalidad militar es como tratar de detener un tanque con un revólver o derribar un avión con una honda. El militar se resiste a la innovación. De ahí que un solo general por talentoso que sea no soñaría en llevarla a cabo, porque exige toda una campaña de concienciación, en la que se debe preparar el terreno para que las ideas encuentren el lugar propicio donde germinar, crecer y desarrollarse. Las campañas se deben comenzar con los oficiales intelectuales, que sabemos no abundan, y alentados por los superiores empiecen a investigar, escribir y publicar sus trabajos para que los camaradas analicen y, haciendo el papel de críticos literarios, procedan a examinar minuciosamente los temas y propuestas. Todo esto supone revisar la organización y emplazamiento geográfico de las unidades del ejército, que es preciso sea el resultado de un estudio geoestratégico, es decir, de doctrina militar, y no de pactos políticos.
  
       Será preciso asegurar a estos hombres que no se consideraría deslealtad un desacuerdo, pues los comandantes deben comprender que resulta esencial un nuevo modo de pensar. La guerra actual y futura suponen oficiales activos, participativos y competitivos. Lo que significa que en un plan de operaciones y conducción participan los miembros del Estado Mayor y los comandantes subordinados, por lo que ellos precisan de espacio para desplegar sus capacidades y desarrollar su iniciativa y su personalidad peculiar, y no meros receptores de órdenes de los superiores. Al fin y al cabo, la decisión final será la del comandante, pero este tiene el deber patriótico de escuchar antes la opinión de sus colaboradores. Un comandante concienzudo jamás debe indicar siquiera el “cómo” piensa cumplir la misión o lograr el objetivo de una acción antes de escuchar la opinión de sus colaboradores.

       Nuestros oficiales intelectuales deberán leer mucho, no simplemente sobre asuntos militares, sino también acerca de las nuevas fuerzas sociales y económicas que influencian sobre la táctica y la logística. En tanto estos oficiales forjan sus ideas sobre organización, táctica, logística, estrategia, tienen que viajar constantemente para exponer sus opiniones, juicios o propuestas ante los oficiales de las unidades de las FFAA.
    
       La Cámara de Senadores del Congreso Nacional precisa contar con un equipo de asesores integrado por militares retirados idóneos en el arte de la guerra, de intachable conducta ciudadana y de incuestionable rectitud moral, para escuchar a los tenientes coroneles que desean ascender a coronel de la nación la defensa de sus respectivas tesis sobre temas relacionados con la profesión militar (estrategia militar, logísticas, reclutamiento, tácticas, historia militar, etc.). Es indiscutible la necesidad de ubicar el conocimiento en el centro de toda actividad militar, o sea en el meollo de nuestro poder militar, pues el conocimiento constituye el recurso crucial de la capacidad de un ejército, y nuestra cúpula militar debe saber lo que cuesta la insuficiencia en las capacidades del mando y conducción. Es evidente que innumerables cursos, ciclos, seminarios y conferencias reúnen frecuentemente a los militares  de todos los grados, y que las maniobras en las unidades e instituciones de enseñanza se multiplican cada año de instrucción. De esto se puede concluir, contrariamente a la opinión de algunos comunicadores sociales, que la carrera militar y los médicos, tal vez, sean las dos únicas profesiones que obligan a sus miembros a una actualización y perfeccionamiento continuo; lo paradójico es, una para matar mejor y la otra para salvar vida. Es así, cómo uno puede ver, hasta con asombro, a generales y coroneles ya en el umbral de peinar canas, asistir a algún curso, portando bajo el brazo los arreos del estudiante. Por consiguiente, somos categórico en afirmar que el verdadero poder de un ejército son conocimientos, medios adecuados, alta moral y conductor idóneo, porque la batalla no se gana con arenga ni con el lema de vencer o morir.



Coronel (SR) Teodoro R. Delgado
Luque, 9 de enero de 2013

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